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El buen ciudadano: conocimiento social y saberes expertos en la convivencia urbana*

O bom cidadão: conhecimento social e conhecimento especializado em coexistência urbana

The good citizen: social knowledge and expert knowledge in urban coexistence

José Hleap B.**


* El artículo presenta el núcleo investigativo de la línea Experiencia urbana, convivencia y construcción de ciudadanía, del Grupo de Investigación en Educación Popular de la Universidad del Valle, que ha adelantado recientemente dos investigaciones: Violencia y convivencia en Cali, los nuevos escenarios para la educación popular, finalizada en 2005 y financiada por la Universidad del Valle y El conocimiento social en convivencia (Cali y Buenaventura) como vía para una cultura de Paz, en desarrollo y financiada por Colciencias. En ellas ha participado, además del autor, el equipo de trabajo del Grupo (ver: Gruplac, Colciencias).

** Docente e investigador de la Escuela de Comunicación Social y miembro del Grupo de Investigación en Educación Popular de la Universidad del Valle, del cual es su actual director. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.


Resumen

Este artículo examina las implicaciones (estigmatización, criminalización, exclusión, concentración de la inversión social en acciones punitivas o persuasivas) que para ciertos sectores de la población se originan en los trabajos de investigación e intervención que sobre violencia y convivencia urbana se han adelantado en Cali (Colombia) durante la última década, realizados “para su propio beneficio”, para brindarles “seguridad y bienestar”. Recrea la omisión del carácter de creación colectiva que tiene la convivencia en condiciones de precariedad, desigualdad y exclusión, que la hacen altamente conflictiva (la invisibilización de la labor solidaria, afectiva e imaginativa que se genera en la cotidianidad localizada).

Palabras clave: ciudadanía, conocimiento social, convivencia urbana, estigmatización.

Resumo

Este artigo examina as implicações (estigmatização, criminalização, exclusão, concentração do investimento social em ações punitivas ou persuasivas) que para certos setores da população são originadas em trabalhos de pesquisa e intervenção sobre violência e convivência urbana, os quais já se encontram bem adiantados em Cali (Colômbia) durante a última década, sendo realizados “para benefício próprio” com a finalidade de brindar-lhes “segurança e bemestar”. Descreve a omissão do caráter de criação coletivo que tem a convivência em condições de precariedade, desigualdade e exclusão, e que a faz altamente conflituosa (a invisibilização do trabalho solidário, afetivo e imaginativo que é gerado na cotidianidade localizada).

Palavras-chaves: cidadania, conhecimento social, convivência urbana, estigmatização.

Abstract

This Article examines the implications (stigmatization, criminalization, exclusion, concentrations of social investment in punitive or persuasive actions) that are generated for certain population sectors in investigation and intervention studies that have been developed in Cali (Colombia) about urban violence and living in the past decade, “for their Owen benefit”, to give them “security and well being”. Recreates the omission of the collective creation character that living together in precarious, inequality and exclusion conditions has, and makes it highly conflictive (the invisibility of social work, affective and imaginative that are developed in local commonness).

Key words: citizenship, social knowledge, urban living, stigmatization.


El número tiene lugar, el de la democracia, de la ciudad, de las administraciones, de la cibernética. Es una multitud flexible y continua, tejido apretado como tela sin desgarrones ni zurcidos, una multitud de héroes cuantificados que pierden nombres y rostros al convertirse en el lenguaje móvil de cálculos y racionalidades que a nadie pertenecen. Ríos de cifras de la calle.
Michel De Certeau

El olvido necesario1

Habituados como estamos a tomar por hechos sociales los datos que con prolijidad nos aportan los saberes expertos2, no parece sorprendernos las implicaciones (estigmatización, criminalización, exclusión, concentración de la inversión social en acciones punitivas o persuasivas) que para ciertos sectores de la población y para algunas ciudades, se generan en las intervenciones e investigaciones (sobre todo en su difusión mediática) adelantadas “para su propio beneficio”, para brindarles “seguridad y bienestar”. Este escrito surge de un acto reflexivo acerca de los trabajos de investigación e intervención que sobre violencia y convivencia urbana se han adelantado en Cali (Colombia) en la última década, los cuales han practicado modelos o propuestas con cierta legitimidad internacional entre los expertos en la problemática. La pregunta que guía esta reflexión no atañe a la eficacia de estas intervenciones ni a la cientificidad de los estudios adelantados, recrea una condición que las hizo posible: la omisión del carácter de creación colectiva que tiene la convivencia en condiciones de precariedad, desigualdad y exclusión, que la hacen altamente conflictiva (la invisibilización de la labor solidaria, afectiva e imaginativa que se genera en la cotidianidad localizada).

La visibilidad otorgada en esta década a la violencia y seguridad ciudadana en América Latina3, la proliferación de estudios y mediciones4, su lugar en los indicadores de gestión gubernamental y desarrollo humano revelan la magnitud ycentralidad dada al fenómeno, como huella o indicio de un asesinato5 de alcance colectivo: el de las ciudades abocadas a su reconversión estratégica desde las reglas del mercado mundializado, en un proceso en el cual ha aumentado la pobreza, se ha deteriorado el tejido social y afectado la calidad de vida de sus habitantes, como lo mostró el último Informe sobre Desarrollo Humano (PNUD, 2005)6, generando preocupación por la gobernabilidad, “la capacidad que tienen los gobiernos de aplicar sus decisiones” (Quero, 2003: 150).

Enmarcada en la serie “seguridad- población-gobierno” (Foucault, 1999: 175), la manera como se ha abordado la problemática de la violencia urbana revela la preocupación por el control social como ejercicio de la “gubernamentalidad”, ese “conjunto constituido por las instituciones, los procedimientos, análisis y reflexiones, los cálculos y las tácticas que permiten ejercer esta forma tan específica, tan compleja de poder, que tiene como meta principal la población, como forma primordial de saber, la economía política, como instrumento técnico esencial, los dispositivos de seguridad” (Ibíd.: 195). Tanto la identificación y definición de la población (aquella considerada “en alto riesgo”) como las concepciones de violencia (un genérico que actúa como sujeto social) y convivencia (la armónica) puestas en juego en estas investigaciones e intervenciones son producidas desde la lógica administrativa que desconoce, debilita o borra otras formas de saber, identidad o pertenencia que resultan no pertinentes para su gestión estratégica. El conocimiento sobre la violencia fundado en datos epidemiológicos, su “etiología multicausal”, su clasificación y la valoración de los factores que en ella inciden, las formas de prevenirla o encauzarla, la reducción del daño y su terapéutica focalizada, tal ha sido el aporte del conocimiento experto para administrarla, en tanto preocupación por el manejo de la vida de la población o “biopolítica” (Foucault, 1999: 209), forjando la idealidad del buen ciudadano en la trama de principios (Mockus, 2003: 67) que aseguran su “convivencia armónica”.

Mediante el ejercicio de un desplazamiento de las lógicas densas del lugar (Escobar, 1999: 11) desde el establecimiento de los principios abstractos de una civilidad idealizada, se instaura la preeminencia del experto en la comprensión, el diagnóstico y la intervención de la situación de “violencia”, determinando entonces cómo se debe vivir juntos. La debilidad explicativa de una concepción de convivencia7 como la que expresa o tácitamente se ha efectuado en las intervenciones expertas sobre la violencia, reside en su ceguera ante la complejidad y conflictividad inherentes a la vida con otros en condiciones extremas. La armonía que se supone brinda la convivencia como remedio para la violencia, desconoce las articulaciones diferenciales de dinámicas conflictivas en las que se realiza la convivencia urbana, incluso, el cruce entre distintas violencias que puede fungir como un recurso para sobrevivirla. Las diversas versiones armónicas tienden a establecer una sola dimensión (v.gr. la interacción entre desconocidos), un solo patrón cultural (la cultura patriarcal, por ejemplo) o un sólo conflicto (el generacional o alguno semejante) como el que debe ser superado en esta armonización, aunque reconozcan el carácter “multicausal” de la violencia que buscan intervenir. También se opera una reducción sistemática de las diferencias (y desigualdades) entre los convivientes, desde generalizaciones útiles al principio interpretativo que sobre la convivencia han trazado (la armonía social), instalando entonces la artificialidad de una convivencia sin el espesor socioantropológico que le da sentido y lugar.

Otras concepciones de convivencia emergen en la situación propia de quienes participan en las intervenciones, como lo plantea, a modo de ejemplo, David Gómez, un taxista que colaboró en el proyecto “Cali de Vida” de la administración municipal (recursos BID):

La convivencia es fundamental para poder sobrevivir pero con una condición: que existan unas condiciones dignas de vida para poder asumir un buen ambiente de convivencia, porque yo no le puedo pedir a un muchacho que no tenga el revólver y siga robando si no le puedo garantizar unas condiciones para estudiar y trabajar. No puedo llegar a decirle a la gente que tiene hambre que se pacifique, que no pelee contra el Estado porque van a ir a la cárcel, si en la cárcel hay comida, en la calle no, de modo que para pararlo hay que darle alternativas no paternalistas, no darle la comida, sino alternativas para que pueda adquirir lo que necesita.

Mientras tanto, pese al sentimiento de miedo e inseguridad, sumado a las consecuencias negativas de algunas formas de intervención sobre esta violencia urbana (estigmatización, exclusión, desconocimiento de la realidad cotidiana y de sus formas organizativas), los habitantes de las comunas y barrios señalados negativamente por los indicadores, los grupos sociales (jóvenes negros) principalmente marcados como víctimas y victimarios de esta violencia, han aportado generosamente a la vida de una ciudad en la cual cohabitan en situación precaria, despertado entre algunos ciudadanos la necesidad de fortalecer vínculos, formas de solidaridad y protección comunitaria, así como mecanismos de control sobre las intervenciones, que les devuelvan su carácter protagónico y vinculen la convivencia con el desarrollo de condiciones de vida digna para todos los habitantes.

Resulta paradójico que el conocimiento específico de la forma como se convive en medio de los principales conflictos que caracterizan estas ciudades, precisamente el capital que están aportando cotidianamente los habitantes de las comunas estigmatizadas, sea el gran ausente a la hora de hacer el balance sobre las intervenciones o de acreditar los saberes que han permitido comprender las violencias urbanas. La inquietud que genera esta situación obliga a preguntarse por la relación entre los saberes expertos y el conocimiento ordinario al interior de las investigaciones e intervenciones “sobre la convivencia”, en momentos en que muchos de estos conocimientos sociales están siendo privatizados tanto por patentes y derechos de autor como por estas intervenciones expertas para “el bien común” que omiten su origen colectivo (Hleap, 2005).

La convivencia como recurso

Si nosotros le estamos implantando a la gente que haga las cosas de una u otra forma, como uno quiere que las haga, nunca van a seguir esos parámetros. Para todas las personas los puntos que llevan a una convivencia son muy diferentes, independientemente de la raza, el estatus económico, etc., para todo el mundo es diferente porque no se viven los mismos conflictos. Es muy diferente hablar con un drogadicto sobre la convivencia que hacerlo con alguien que nunca ha probado las drogas, creo que por esto no se ha llevado bien hasta ahora el tema de la convivencia, porque queremos que se sigan los parámetros que nosotros creemos son los mejores, pero nunca le hemos preguntado a las demás personas cuáles consideran que son los parámetros de la convivencia.
Sandra Milena Cifuentes
(Ciudadana participante en el proyecto Cali de Vida, Alcaldía de Cali)

La operación de uso terapéutico de la convivencia se inicia, pues, con el desconocimiento acerca de la convivencia misma que en la cotidianidad y en condiciones de precariedad, desigualdad y exclusión realizan los “intervenidos”, a los cuales sólo se les admite su condición necesitada, paciente, dependiente de la intervención experta. La “convivencia” previa, de algún modo aludida en las definiciones del problema que será intervenido, es siempre juzgada desde la tabla de valores establecida por esa idealidad armónica inexistente, erosionando la legitimidad de muchas de sus prácticas y lugares socioculturales, los agenciamientos territorializados de enunciación (Guattari, 1994: 185).

En un segundo momento se cuenta con el concurso de los intervenidos para efectuar la convivencia prescrita, obviamente con el sello “autóctono” de su “creatividad cultural”, en la “sostenibilidad” de la intervención. Se trata de un proceso de expropiación de un saber/ hacer colectivo, el soporte común de la vida social, en manos de los expertos en el trabajo inmaterial8 (el que produce vínculos, afectos, ideas, organizaciones) que lo utilizan como recurso dúctil para el “mejoramiento” social. Las prácticas culturales y formas cotidianas de convivencia que no se reconocen como trabajo de los grupos o comunidades que las desarrollan, sí justifican cuantiosos empréstitos con las agencias internacionales de desarrollo, cuando se miden los resultados.

Yúdice (2002) ha señalado como la cultura se convierte en recurso explotable en la medida en que se la instrumentaliza por razones económicas o sociales, “la cultura pasó a ser el terreno donde se forjaron las nuevas narrativas de legitimación con el objeto de naturalizar el desiderátum neoliberal de expurgar al gobierno de lo social” (Ibíd.: 19); es el caso de la utilización antiviolencia de prácticas, formas organizativas y conocimientos sociales sobre convivencia purificados por la mirada terapéutica que, en forma de “participación comunitaria”, legalizan la intervención afirmando no solo la familiaridad sociocultural de la nueva “convivencia” propuesta entre los intervenidos, sino su voluntad9 de aportar ese plus (su quehacer “pasteurizado”) que en el cálculo costo/beneficio asegura la sostenibilidad de la intervención. Como lo han planteado Cardarelli y Rosenfeld (2000: 33) “la política social del ajuste, divorciada de la de la distribución de la riqueza, se ve reducida a estructurar los programas y proyectos sociales en el eje de la solidaridad de los grupos, en la comunidad organizada y en un estado socio y mandatario del fortalecimiento de las capacidades sociales y del apoyo a iniciativas locales autogeneradas y participativas”.

En las experiencias de intervención examinadas en el desarrollo de la investigación10 se reconoce la importancia de las “prácticas culturales”, de los saberes y formas organizativas de las “comunidades” en lo que se ha denominado, en el lenguaje del intervencionista social, la sostenibilidad de la experiencia. Este reconocimiento supone un diagnóstico anterior de crisis, privación o pérdida de eso que aportan los intervenidos y que la intervención permite recuperar. Esta versión de la cultura como recurso se soporta en una acepción profundamente administrativa11 del concepto de “capital social”, entendido como “Capital Cívico Institucional” 12, según el cual la solidaridad, confianza, mutualidad y organización pueden ser medidas, destruidas o acrecentadas13 de acuerdo con las necesidades del “desarrollo social”. Lo más interesante de este discurso sobre el capital social, que campea en las intervenciones y estudios analizados, es que, como en el caso del capital económico, borra el trabajo que lo origina: aparece como un dato, no como un producto social que se le debe a sus generadores y del cual se hace una apropiación o explotación en lo que eufemísticamente es llamado “intervención”.

El retorno de lo negado

Ahora pienso que el BR se convirtió en una epidemia o un cáncer, como nos lo dijo un Coronel de la Policía, pues la barra sobrepasó la ciudad y donde uno va encuentra gente del BR, disidencias y simpatizantes regados por todo el país. Es una epidemia que se riega, un movimiento abierto a todos. Igualmente pienso que se ha dado lo que se proyectaba en los inicios, se ha creado una nueva raza o varias a la vez, porque esta barra es algo distinto y digo no una raza, sino varias razas sumadas, las razas del BR, donde convergen fascistas y comunistas, ricos y pobres, hombres y mujeres, un conjunto de tendencias movilizadas por el sentimiento que despierta y convoca el fútbol y ante todo por aquellos que siempre se han identificado con el equipo del pueblo,
LA PASIÓN.
Barrista Barón Rojo, Vieja Guardia14

Los procesos de producción y circulación de conocimiento socialmente pertinente sobre convivencia, que los proyectos de intervención suelen aprovechar, movilizar y normalizar, emergen –a pesar del empeño por negar su origen y carácter de creación colectiva– con frecuencia como esas incómodas diferencias entre lo pretendido, lo ejecutado y lo logrado que, en el discurso institucional de la intervención o en el informe de investigación, revelan el choque entre la lógica de los expertos y las lógicas de los intervenidos, el encuentro problematizador con la densidad sociocultural de los participantes, con habitantes localizados que rompen con la visión abstracta y “tramitológica” de ciudadano.

En la sistematización15 de las experiencias de intervención en violencia y convivencia en Cali no sólo se ha revelado la fuerza performativa de los discursos que las encuadran y definen, “la identidad de la población objetivo, marcan el territorio y las fronteras de las pobrezas, establecen las relaciones entre los actores, forman imágenes de líderes, promotoras/es, madres cuidadoras, dentro de un campo de experiencias rodeado de un horizonte de expectativas, temores y esperanzas” (Cardarelli y Rosenfeld, 2000: 43), sino también ha aparecido lo reprimido o no representado, como regreso de lo insano (Duchesne, 2001), lo inadecuado que desborda las idealidades constitutivas de esos discursos:

El regreso puede estar en una palabra o frase –por ejemplo, la violencia– que acude una y otra vez para designar fenómenos diferenciados –guerra civil, hostigamientos políticos, delincuencia, agresión familiar–, se encarna en la figura marginal que escapa a la explicación global –el desplazado, el desaparecido–, se congrega en torno a semejanzas formales que subsisten a pesar de diferencias ideológicas –entre, por ejemplo, el ethos heroico masculino del subversivo y el del militar o patriótico–, se asienta en el enemigo que se ubica más allá de la comprensión –las fuerzas oscuras, los terroristas– o simplemente aparece como una irrupción brutal y cíclica –los brotes periódicos de violencia que desmienten el control proclamado por las autoridades– (Ortega, 2004: 39).

Un ejemplo contundente de estas “emergencias” lo encontramos en una experiencia concreta, centrada en la dinámica de formación y conformación de la “barra brava” de seguidores de un equipo de fútbol de la ciudad, el América, denominada “Barón Rojo Sur” (Bolaños, 2006). En la mirada de las autoridades de la ciudad, de los cronistas deportivos y en las intervenciones realizadas o demandadas, aparece el barrista como actor de una violencia incomprensible e injustificable, solo posible por el desenfreno pasional apoyado en el consumo de estupefacientes y por la infiltración en el espectáculo deportivo de antisociales dispuestos a aprovechar la euforia colectiva. El dictamen generalizado para este mal ha sido una mezcla de represión y persuasión, que busca encauzar a los barristas, llevarlos –a los que se pueda– por el sendero del buen ciudadano. No obstante, como lo planteé en el informe final de la investigación16, dentro de la mirada terapéutica queda un “sucio” que habla de lo que la barra significa como socialidad pasional legítima en sí misma, sin “convertirse” en buenos ciudadanos, y una lógica “educativa” que se establece en la dinámica constante por cualificar la calidad de la barra, en la que el barrista se construye desde la confrontación y la confortación, se va volviendo barrista al ser aceptado, al ascender en las jerarquías internas, al mostrar “aguante”. Este “resto” que se hace visible en la barra busca ser reprimido o normalizado en su ingobernabilidad, pues desde la idea de convivencia “armónica” estas barras se salen de lo que es permitido en público, de modo que, al encuadrarlas como “población en alto riesgo” y simultáneamente como potenciales agresores de la “tranquilidad pública”, es necesario desactivarlas o, al menos, vigilarlas y domesticarlas, canalizar su pasión que es desbordada, institucionalizarla para encauzarla. Esa sociabilidad en cuestión, encuentra en el desarrollo de la experiencia con la barra “Barón Rojo Sur” una dimensión emergente que atraviesa –negándolo– el discurso terapéutico sobre la convivencia, pues muestra la legitimidad y el interés de la barra (empoderamiento) por ser reconocida como actor social significativo en la vida de la ciudad, por tanto, deliberante17, actuante y capaz de generar políticas públicas y alternativas de vida para los jóvenes de Cali.

Otro ejemplo, lo encontramos en los procesos de organización y empoderamiento ciudadano surgidos en el desarrollo del proyecto “Cali de Vida” 18, cuando lo esperado por el gobierno municipal era la implementación de campañas que indujeran a comportamientos ciudadanos inclinados a la convivencia armónica, reduciendo los indicadores de violencia en la ciudad, disparados por aquel entonces. Orientado al fortalecimiento de públicos fuertes19, el proyecto generó un escenario de concertación en donde se buscó entender cómo se asumía la convivencia en Cali en distintos barrios, distintas comunas, por distintos “actores de ciudad”, lo que era mucho más útil que estigmatizar ciertas comunas porque mostraban altos índices de violencia. En algunos de los relatos y testimonios procurados en el proceso “Cali de Vida”, se deja ver la convivencia sentida como lucha por la dignidad en una ciudad excluyente:

Ella está cansada de que frente a las miradas de otros, su comunidad sea un nido de ratas, donde si se entra no se vuelve a salir, que si te roban se te llevan hasta las medias, y más aún, los muertos tienen cementerio propio… el río, está cansada de que sus amigos, sus vecinos y personas ajenas a la comuna, hablen de ésta como una comunidad pobre, llena de cosas malas, insegura e inhabitable, está cansada de que quienes allí viven se disfracen frente los otros, se atemoricen, les dé vergüenza admitir que nacieron y que viven acá y no sean capaces de revelar la verdadera identidad de su comuna, su barrio; … (…) ella sabe lo bueno y lo rico que es vivir en su barrio, ella es testigo fiel de las grandes oportunidades que hay en él, en las tantas personas que luchan cada día para que su comuna mejore, y se lleva así en su mente la esperanza de que pronto muchos otros lo sabrán. (Marisol Arias. Ciudadela Decenaz - comuna 21).

Hasta la parte más estrecha, el espacio más pequeñito que tengamos nosotros debemos de identificarnos mucho con lo que es la “convivencia” y que si nosotros rescatamos y vivimos este espacio de lo que es la ‘convivencia’ podemos llegar a controlar y a identificar muchos de los valores que tenemos nosotros a nuestro alrededor de nuestra familia en nosotros y que siempre en medio de problemas de la necesidad del conflicto no debemos de perder la esperanza de que nosotros tenemos muchos espacios para nosotros volver a encarretarnos recuperar nuestra cometa y poder nosotros sentir esas vibraciones. (Cleotilde Varela - promotora de la Red de la tercera edad).

Con resistencia explícita de la administración municipal, “Cali de vida” se convirtió, bajo la presión deliberante de los ciudadanos, en la experiencia imperfecta de institucionalización de procesos y mecanismos concertados de convivencia; concertados, en la medida en que asumían los distintos y legítimos intereses que habitaban la ciudad, entendiendo por institucionalización, no la “oficialización”, esto es, garantizar el control y la formalización de los procesos desde la lógica gubernamental, sino la legitimación social del esfuerzo común por constituir condiciones productivas para el encuentro en la diferencia, que pasó por asumir las desigualdades sociales como un problema. Poner de manifiesto las diferencias de intereses, de ideas de ciudad, de condiciones para su realización y, mediante mecanismos democráticos de deliberación y decisión, concretar planes de acción y políticas públicas que permitiesen una “empresa de transformación cultural incluyente”, la posibilidad de trabajar los procesos sociales de inclusión, apropiación Plaza Mayor de Medellín, Paulo E. Restrepo, 1890. BPPM. y regulación que median en las decisiones para la acción y en su valoración, y que se concretaron en el Plan Estratégico en Convivencia y Seguridad para Cali (2003)20.

Las objeciones a estos resultados no esperados y poco controlados, van desde la molestia por la “poca visibilidad” de la administración municipal, pasando por la indignación por “gastar dineros públicos en organizar gente que quiere criticar con infamia al gobierno”, o “eso no funciona, porque esas pandillas finalmente muestran el cobre”, hasta el discurso sociológico que cuestiona las implicaciones que para la vida democrática de la ciudad tiene el “legitimar en este tipo de proyectos las perspectivas singulares, demandas específicas, formas organizativas no convencionales y comportamientos verdaderamente delincuenciales que debilitan la coherencia y el compromiso ciudadano con los valores, las normas y regulaciones que garantizan la convivencia para todos”. Podemos afirmar que este tipo de objeciones proviene de un piso común, la primacía dada a la concepción expuesta por Cornelius Castoriadis de la democracia como procedimiento, en donde

(…) los conceptos de orden y de norma son afilados puñales que amenazan a la sociedad tal cual es; indican, ante todo, la intención de separar, amputar, cortar, expurgar y excluir. Promueven lo correcto al centrar su atención en lo incorrecto; identifican, circunscriben y estigmatizan esos segmentos de la realidad a los que se les niega el derecho de existir, que quedan condenados al aislamiento, el exilio o la extinción (Bauman, 1999: 131).

Frente a esta celebración a ultranza de unos valores y una moralidad que se pretende universal y civilista, es preciso recordarles con Castoriadis que “estos valores y esta moralidad son creación colectiva anónima y ‘espontánea’. Pueden ser modificados bajo la influencia de una acción consciente y deliberada, pero es necesario que esta última incida sobre otros estratos del ser histórico-social, no solamente por los afectados por la acción política explícita. En todo caso, la cuestión del bien común pertenece al campo del hacer histórico-social, no al de la teoría. La concepción sustancial del bien común, en cualquier caso, es creación histórico-social y, evidentemente, se encuentra tras todo derecho y todo procedimiento. Esto no conduce al simple ‘relativismo’, cuando se vive en un régimen democrático en el que la interrogación queda abierta efectivamente y de forma permanente, lo que presupone la creación social de individuos capaces de interrogarse efectivamente. Aquí encontramos, al menos, una componente del bien común democrático, sustantivo y no relativo: la ciudad debe hacer todo lo posible para ayudar a los ciudadanos a llegar a ser efectivamente autónomos21” (Castoriadis, 1996: 14). Se trata de insistir en la democracia como régimen, dentro de la cual el cambio cultural “sería una negociación eminentemente social y política que partiría por acordar tanto los valores, conocimientos e informaciones para construir ese orden, como los grupos que generan ese conocimiento e información, y por tanto, cuya concurrencia cohesionada será necesaria para la implantación del orden en gestación” (Pérez, 2003: 242).


Citas

1 Este artículo presenta el núcleo investigativo desarrollado en la línea Experiencia urbana, convivencia y construcción de ciudadanía, del Grupo de Investigación en Educación Popular de la Universidad del Valle, en la cual se han adelantado recientemente dos investigaciones: “Violencia y convivencia en Cali, los nuevos escenarios para la educación popular”, finalizada en 2005 con financiación de la propia Universidad y “El conocimiento social en convivencia (Cali y Buenaventura) como vía para una cultura de Paz”, financiada por Colciencias, actualmente en desarrollo. En estas investigaciones ha participado, además del autor, el equipo de trabajo del grupo (ver: Gruplac en Colciencias).

2 Varios autores, entre ellos Ulrich Beck (1998: 60) han señalado la dependencia actual respecto de saberes expertos que definen el curso de acción social: “Los expertos pueden entrar y salir a su antojo, ya que los peligros pueden presumirse incluidos en todos los objetos de la vida diaria. Y es allí dentro donde ahora se encuentran metidos –invisibles y, a pesar de ello, demasiado presentes– clamando por expertos que den respuestas a las preguntas que plantean a viva voz”. Tomando como recurso el conocimiento científico para administrar la vida social (biopolítica), el saber experto agencia intereses particulares que aparecen, bajo el halo de la ciencia o de la tecnología, como verdades indiscutibles y necesariamente positivas para todos.

3 Agencias internacionales de desarrollo, como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo han adelantado estudios y empréstitos, “cuyo fin primordial es reducir la violencia y promover la paz ciudadana” (Buvinic, 2000: 43); “con un componente nacional y uno municipal (Bogotá, Medellín y Cali), el programa de Colombia tiene un costo total de US $95,6 millones” (Ibíd.).

4 Susana Rotker (2000: 8) señala que: “Las cifras son abrumadoras: según un estudio del Banco Mundial que cubre 69 países, los latinoamericanos son los más preocupados por el robo y otras formas de crimen. De acuerdo con el estudio, 90% de los empresarios entrevistados experimenta el crimen como un problema realmente serio; 80% confesó que no tiene ninguna confianza en que el estado protegerá sus propiedades ni su seguridad personal”. Mayra Buvinic (2000: 37) afirma que: “A pesar de ser parciales, los datos disponibles sugieren que América Latina y el Caribe figuran entre las regiones más violentas del mundo. Allí el promedio de homicidios asciende a 22,9 por cada 1000.000 habitantes, lo cual representa más de dos veces el promedio mundial”. Rodrigo Guerrero (2000: 27) plantea que: “se estima que en las Américas mueren anualmente cerca de 517.465 personas de manera violenta; aproximadamente 140.000 de esas muertes son por homicidio”. En la medida en que se consolidan sistemas confiables de medición sobre la violencia, observatorios del delito y consolidación de datos sobre muertes, crece la preocupación por la violencia en América Latina que aparece como “un fenómeno inevitable, altamente organizado en algunos casos y eficiente en no pocos” (Carrillo, 2000: 17); generando un efecto de lupa que dificulta apreciar las relaciones entre los hechos violentes medidos en los indicadores y las demás condiciones de la vida social en la cual se producen.

5 Jesús Martín-Barbero (2000: 30) lo señala así, “pues la ciudad muere cuando destruyen su memoria, cuando a la gente le roban los referentes de identidad”.

6 “El desarrollo humano está tambaleando en algunas áreas cruciales y las desigualdades que ya eran profundas siguen aumentando. Muchos discursos diplomáticos y términos corteses intentan dar cuenta de la diferencia entre el progreso en desarrollo humano y la ambición plasmada en la Declaración del Milenio; sin embargo, ninguno de ellos debería empañar una verdad muy simple: no se está cumpliendo la promesa hecha a los pobres del mundo” (p. 2).

7 Sobre las definiciones de la convivencia y sus implicaciones, ver el trabajo de Carlos Arango (2005), Psicología Comunitaria de la Convivencia, Cali, Universidad del Valle.

8 “El trabajo que crea bienes inmateriales, como el conocimiento, la información, la comunicación, una relación o una respuesta emocional” (Hardt y Negri, 2004: 136).

9 Recordemos, con Castoriadis (1997: 4) que: “Si definimos como poder la capacidad de una instancia cualquiera (personal o impersonal) de llevar a alguno (o algunos-unos) a hacer (o no hacer) lo que, a sí mismo, no habría hecho necesariamente (o habría hecho quizá) es evidente que el mayor poder concebible es el de preformar a alguien de suerte que por sí mismo haga lo que se quería que hiciese sin necesidad de dominación (Herrschaft) o de poder explícito para llevarlo a… Resulta evidente que esto crea para el sujeto sometido a esa formación, a la vez la apariencia de la ‘espontaneidad’ más completa y en la realidad estamos ante la heteronomía más total posible”.

10 Me refiero a la investigación “Violencia y convivencia en Cali, los nuevos escenarios de la educación popular”, Universidad del Valle, 2005. En este trabajo se examinaron un grupo significativo de experiencias de intervención sobre la violencia o que buscaban generar convivencia en Cali, desde su dimensión educativa, entendida como las relaciones de poder, control y conocimiento entre saberes diferentes y desigualmente constituidos que entran en juego en cada experiencia.

11 “Según análisis del Banco Mundial, hay cuatro formas básicas de capital: el capital natural, constituido por la dotación de recursos naturales con que cuenta un país; el capital construido, generado por el ser humano, que incluye diversas formas de capital (infraestructura, bienes de capital, financiero, comercial, etc.); el capital humano, determinado por los grados de nutrición, salud y educación de su población, y el capital social, descubrimiento reciente de las ciencias del desarrollo. Algunos estudios adjudican a las dos últimas formas de capital un porcentaje mayoritario del desarrollo económico de las naciones a fines del siglo XX. Indican que allí hay claves decisivas del progreso tecnológico, la competitividad, el crecimiento sostenido, el buen gobierno y la estabilidad democrática”. Bernardo Kliksberg (2000: 5).

12 John Sudarsky (2003: 201).

13 “Para simplificar, se encontró que el desarrollo económico destruye un Ksocial relativamente tradicional y la educación crea Ksocial moderno. Lo que se tiene es una carrera entre el desarrollo económico y la educación para reemplazar el Ksocial tradicional por el moderno. Eso es lo fundamental” (Ibíd.: 229).

14 Testimonio recogido en la Tesis de Maestría “Tradiciones y pasiones en la socialidad, sistematización de la formación y conformación de la barra popular Barón Rojo Sur (brs) seguidora del equipo de fútbol América de la ciudad de Cali”. Bolaños (2006).

15 Para poder comprender las experiencias en su complejidad, pretensión del enfoque de sistematización que el Grupo de Educación Popular ha desarrollado, es necesario adelantar simultáneamente tres planos de interpretación íntimamente relacionados, que podrían establecerse como dimensiones del sentido de las experiencias, cuya elucidación progresiva responde al concepto de “potenciación” que constituye uno de los ejes que atraviesa la sistematización: comprender la experiencia como acontecimiento de sentido desde la perspectiva de sus actores, estableciendo las lógicas que entraron en juego, las luchas de interpretación, las transacciones y apuestas que la caracterizaron, estableciendo su fuerza implicativa (potencial transformador capaz de incidir sobre los participantes y sobre las fuerzas contextuales); exponer y comprender el funcionamiento situacional (la trama) de las relaciones sociales (vínculos, redes), los mitos y rituales (análisis de las mediaciones) en la experiencia; y establecer el escenario o campo de fuerzas (performatividad) que hizo posible y le dio su especificidad (encuadre) a la experiencia.

16 Se trata del informe “Violencia y convivencia en Cali, los nuevos escenarios de la educación popular” (en prensa) que asume la “metasistematización” de las experiencias seleccionadas, entre ellas la de la “Barra Barón Rojo Sur”, sistematizada por Diego Bolaños (2006).

17 Capaces de levantarse ante el Secretario de Gobierno de Cali y decirle, “no señor, lo que usted está proponiendo no es lo que somos las barras, nosotros no nos interesa ser sapos, nosotros estamos trabajando la violencia en los estadios a partir de nuestra concepción de lo que es ser pasional por un equipo de fútbol, pero nosotros no vamos a hacer lo que usted entiende por seguridad en los estadios, nuestra seguridad es otra, es la seguridad que se trabaja con conocimiento de quiénes somos, para dónde vamos, con solidaridad entre nosotros, y curiosamente, un señor coronel de la policía que trabajó en Cali – el Coronel Naranjo–, logró entender el proyecto y trabajó con nosotros”, y entendió muchísimo mejor que otros personajes de la administración, de qué se trataba esto de trabajar con autonomía y qué concepto de seguridad tenían en la cabeza los muchachos, y los resultados eran otros.

18 “Cali de Vida” fue un proyecto de la Administración Municipal de Santiago de Cali que hacía parte del componente transversal, educación y comunicación, del Programa de Apoyo a la Convivencia y Seguridad Ciudadana, adelantado con recursos de un préstamo del BID. La Universidad del Valle, a través de la Escuela de Comunicación Social, participó en una licitación pública en 2001 y logra que le sea adjudicado el proyecto, que se prorroga por dos años más. La Universidad asumió los términos de referencia del proyecto desde una posición ética particular: llevar al límite los postulados de democratización de la ciudad ahí contenidos, buscando consolidar la autonomía y capacidad deliberante y creativa de los ciudadanos convocados.

19 El concepto es retomado de Nancy Fraser (1997: 130) que lo entiende como la consolidación de “públicos cuyo discurso incluye tanto la formación de opinión como la toma de decisiones”.

20 El Plan Estratégico en Convivencia y Seguridad para Cali (2003) fue el documento que sintetizó el sentido del cambio propuesto por los ciudadanos, tanto por la metodología utilizada en su construcción como por las temáticas incluidas y su forma de tratamiento. El cambio propuesto en este documento está orientado por las siguientes concepciones: la reivindicación de la democracia y la reconstrucción de una ciudadanía deliberante, la pluralidad, la transparencia institucional, la solidaridad y sensibilidad social, la creatividad de sus ciudadanos y la salud ambiental de su entorno.

21 El resaltado es mío.


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