Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
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María Graciela Rodríguez*
* Profesora de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, Doctoranda en Ciencias Sociales, Magíster en Sociología de la Cultura. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
El objetivo de este artículo es dar a conocer algunas hipótesis acerca de los modos como se construyen los relatos sobre las protestas populares en Argentina. Para ello expongo los resultados de una etapa de la investigación en la cual se han confrontado el análisis discursivo de textos de medios de comunicación dedicados a la protesta con un corpus de entrevistas a los protagonistas de estas acciones. Los resultados de dicha confrontación muestran la existencia de dos formas distintas de operar sobre el devenir histórico relacionadas no sólo con la distintiva puntuación temporal de la secuencia de los hechos, sino también con los procesos de enmarcado valorativo y su colocación en una serie histórica.
Palabras clave: protesta popular, narrativas mediáticas, actores, territorio, enmarcado emocional, devenir histórico.
O objetivo deste artigo é divulgar algumas hipóteses de trabalho que alcancei em relação a diferentes formas de construção social de protestos na Argentina. Para fazer isso, exponho os resultados de um estágio da pesquisa em que narrativas de mídia de protestos populares foram confrontados com um corpo de entrevistas aos atores dessas manifestações. Os resultados desse confronto indicam que existem duas formas contrastivas de operar sobre o fluxo histórico que estão relacionadas não apenas com a ênfase temporal distintiva dos fatos, mas também com os modos específicos de enquadrar a conta e as articulações que cada uma faz com continuidades históricas E quebra.
Palavras-chave: protesto popular, narrativas de mídia, atores, território, enquadramento emocional, desenvolvimento histórico.
The aim of this paper is to publish some working hypotheses I have reached in relation to different ways of social constructing protests in Argentina. In order to do this I expose the outcomes of a stage of the research in which media narratives of popular protests have been confronted to a corpora of interviews to the actors of these demonstrations. The outcomes of that confrontation indicate that there are two contrastive ways of operating on the historical flow which are related not only to the distinctive temporal emphasis of the facts but also to the specific modes of framing the account and the articulations each one makes with historical continuities and breaks.
Keywords: popular protest, media narratives, actors, territory, emotional framing, historical development.
La intención de este artículo es dar a conocer algunos resultados relacionados con una investigación (en proceso)1 que tiene por objetivo el análisis de la intersección entre los relatos massmediáticos de las protestas populares y los relatos de los practicantes. Trabajamos, básicamente, con sectores populares del Gran Buenos Aires2 y con medios de alcance nacional. La idea que nos guía es intentar dilucidar, en las distancias producidas entre las narrativas massmediáticas y los propios relatos de estos sectores, los modos en que se construye una memoria popular de la beligerancia, observando particularmente qué significados se inscriben en los relatos propios.
La hipótesis es que las narrativas periodísticas construyen cada una de las protestas como acontecimiento (Alsina, 1993) ubicándolas en la línea de una lógica de irrupción espasmódica en el espacio de lo público, mientras que los relatos de las experiencias de los actores involucrados se inscriben como eventos3 en una serie histórica de tiempos largos ligada a la memoria de una(s) experiencia(s) de la dominación y de la contestación. Para ello planteamos el abordaje de dos tipos de corpus distintos que, a la vez, exigen herramientas metodológicas diferentes: por un lado el análisis discursivo de textos de medios de comunicación dedicados a la protesta y, por el otro, entrevistas a protagonistas de acciones de protestas populares. Estos dos análisis se confrontan luego, periódicamente, porque entendemos que es básicamente allí donde se hacen evidentes las distancias entre el discurso hegemónico y las operaciones de negociación de los practicantes en posición de subalternidad.
Para organizar esta presentación, en primer lugar brindaremos un sintético ‘mapa’ de los escenarios actuales en el Gran Buenos Aires en relación con los movimientos de protesta y las políticas asistenciales. Paralelamente, describiremos un estado de la cuestión respecto de los análisis académicos producidos sobre los movimientos de protesta. En segundo lugar se presentarán algunos resultados de nuestra investigación vinculados con el análisis de los significado satribuidos a la protesta tanto por los medios de alcance nacional como por los protagonistas efectivos. Se finalizará con un resumen a modo de conclusiones y con la presentación de algunas hipótesis de trabajo que organizan la continuación de esta investigación.
Afirma Farinetti (1999) que las transformaciones en las modalidades de la beligerancia popular en Argentina están marcadas por cuatro factores: el desplazamiento del conflicto laboral desde el área industrial al sector público; la disminución de reclamos por aumentos salariales en relación inversa con las demandas por pagos de salarios adeudados; la reducción inversamente proporcional del total de huelgas sindicales frente a nuevas modalidades de acción colectiva (huelgas de hambre, ollas populares, ‘piquetes’, etc.) y el desplazamiento del destinatario de la protesta desde las instituciones del gobierno central a los provinciales. En este sentido Auyero (2002a) observa que “estas determinaciones externas nunca impactan de manera directa en la protesta” sino, más bien, que se constituyen como parte integrante de un campo de protesta (2002a: 155 que funciona como mediador entre las fuerzas estructurales y las acciones específicas y/o localizadas. Y que éstas son el resultado de prácticas aprendidas en la misma acción del enfrentamiento con el Estado, sedimentadas en un repertorio de acciones colectivas que, emergentes de la propia lucha, se estabilizan en rutinas compartidas y medianamente codificadas a través de un proceso de selección (Tilly, 2002). La hipótesis que sostiene Auyero es que las protestas del 19 y 20 de diciembre de 20016 deben entenderse como “el punto álgido de un proceso de movilización popular que lleva casi una década” (2002b: 145), proceso que en ocasiones llegó a comprometer la estabilidad democrática7. Sobre esta cuestión el planteo de Schuster et al. difiere del de Auyero al expresar que los ejes de la protesta de diciembre de 2001 se fueron redefiniendo en torno a dos conflictos particulares que movilizaron a actores diferentes: por un lado, la pelea frontal de los ahorristas claramente pertenecientes a los sectores medios que encontraron, además, una nueva forma de acción política focalizada en las asambleas populares; y por el otro, el conflicto que moviliza a los distintos sectores de desocupados y marginados del sistema cuyo motivo de protesta difiere del primer grupo. La redefinición de la protesta como acción colectiva no fue similar para todos los actores involucrados: mientras que para el primer grupo (los ahorristas) la protesta y sus formas derivadas señalan modalidades de expresión política de algún modo ‘novedosas’, las protestas populares “no constituyen fechas claves en la ya larga lucha de desocupados y piqueteros” (p.8), sino que se cruzan con las dimensiones de la crisis económica y política con bastante anterioridad a diciembre de 2001: “Los desocupados y piqueteros movilizados llegaron al colapso de la economía y la política en la Argentina con varios años de discusión y experiencia sobre las dificultades de su definición identitaria y organizacional” (Schuster et al, 2002:9). En otras palabras, que junto con su construcción en el tiempo, la protesta no sólo definió diversos actores, sino también diferentes recursos, espacios y métodos para la acción.
Si bien, como se observa, las Ciencias Sociales en Argentina han reaccionado con agilidad a la crisis que mostró su desborde el 19 y 20 de diciembre de 2001, los acercamientos fueron heterogéneos y desparejos. En general, cuando nos enfrentamos con la búsqueda de la literatura sobre el tema específico de la beligerancia popular, observamos que la mayoría de los –algunos muy urgentes–8 trabajos relacionados con la protesta, son proclives a abarcar todas las acciones beligerantes bajo un mismo denominador común y a enmarcarlas, ya sea en continuidad o en ruptura, en la crisis producida a partir de las jornadas de diciembre de 2001. Es probable que las hipótesis enunciadas al calor de esos sucesos estuvieran impregnadas por la intención de comprender esas jornadas como un momento de algún modo culminante donde la ciudadanía parecía intentar reponer una idea de nación que estaba siendo amenazada. La confusión de algunos analistas puede deberse a que esa noche confluyeron en la Plaza de Mayo tanto los sectores de clase media porteños (con sede en la ciudad de Buenos Aires) como los habitantes del Conurbano. Sin embargo, estos últimos arribaron con varias horas de diferencia respecto de los primeros, a partir de la medianoche, momento en que comenzó la represión y en el cual las clases medias porteñas se retiraron de la Plaza. Por el contrario, muchos habitantes del Conurbano Bonaerense, quienes fueron estigmatizados en un primer momento como los ‘saqueadores’9 , o bien no concurrieron (en parte por razón de la distancia geográfica con la Ciudad de Buenos Aires y también por los rumores de que si abandonaban sus casas podían ser saqueados), o bien lo hicieron durante la madrugada del 20, una vez comenzada la represión10.
Del hecho de que durante el 19 y 20 de diciembre de 2001 ambos grupos sociales confluyeran en la Plaza de Mayo no se puede deducir que se produjera una alianza de clases. Más bien, como afirman Schuster et al., es necesario producir una distinción analítica de los actores. Aún más, es necesario discriminar en el interior mismo del denominado movimiento piquetero los diversos afluentes que lo conforman. En este sentido, Pereyra y Svampa (2003), a partir de una aproximación empírica, afirman que las puebladas de interior y los piquetes del Conurbano Bonaerense son dos movimientos diferentes que confluyeron en la misma denominación de piqueteros. El primero es un conjunto de movimientos localizados que aparecen como reacción ante las privatizaciones de empresas del Estado o ante la descentralización de algunos servicios públicos en lugares donde había una fuerte presencia estatal, presencia que era fuerte no sólo en términos de fuentes de trabajo y/o de servicios, sino también en términos culturales: las empresas del Estado eran comunidades con lazos sociales que significaban una red social comunitaria y cotidiana importante en los pueblos del interior. Por su parte, los movimientos urbanos de protesta que aparecen en el Conurbano comienzan con los cortes de puentes de acceso a la ciudad de Buenos Aires (pronto conocidos como ‘piquetes’), y reclamando por la consecución de planes sociales. Por esta razón, el movimiento piquetero es, según Pereyra y Svampa (2003), un ‘movimiento de movimientos’11 que engloba a los dos afluentes: el del interior del país y el del Conurbano Bonaerense. Entre 1996 y 1997, agregan estos autores, hay una serie de elementos por los cuales el término piqueteros queda definitivamente asociado a estos dos afluentes y estabilizado en torno a la aparición de un nuevo tipo de demanda, nuevos modos de acción beligerante y, por lo tanto, nuevas alianzas internas entre los sindicatos, los partidos políticos, el Estado y los desocupados12.
Aún cuando puede decirse que la relación de los protagonistas de acciones de protesta con los Planes Trabajar y otros subsidios sociales surge, entre 1996 y 1997, con los cortes de ruta de Cutral-Có (y luego en Tartagal)13 nuestro trabajo de investigación se focalizó sobre el segundo de los afluentes: los movimientos de protesta urbanos que implican un desplazamiento de los trabajadores sindicalizados a los desocupados en el ex-cordón industrial de la provincia de Buenos Aires. Estos grupos urbanos, replicando la práctica de cortar los puentes de acceso a la ciudad, también consiguen que se les otorguen planes sociales. La diferencia central es que, a partir (en 1997) de la administración De la Rúa, éstos ya no son otorgados a través de la estructura política clientelar de la provincia de Buenos Aires sino a través de su asignación a ciertas ONG a las que se les delega la responsabilidad de su ejecución, con el fin de limitar el crecimiento de la estructura clientelar. Las organizaciones de desocupados arman sus propias ONG y se convierten, de ese modo, en intermediarios de los grupos más pobres creando una administración económica y operativa que consiste en cortar rutas para conseguir más planes con el objetivo, doble, de mantener la organización y fortalecer la actividad política14.
Ahora bien, aunque el gobierno de la Alianza que llevó al poder a De la Rúa intentó quitarle poder al Partido Justicialista y a su red clientelar, lo cierto es que esta maniobra sólo tuvo efectos relativos: entre todas estas agrupaciones políticas sólo manejan el 10% de los planes mientras que el porcentaje restante continúa cautivo de la red de favores políticos. A pesar de esta desigualdad en la administración de los planes, su grado de visibilidad es altísimo debido, especialmente, a las modalidades de su acción beligerante15.
Por último, y a pesar de que algunos de los trabajos que observan el tema desde la mirada sociológica se revelan valiosos para acotar y delimitar el problema, especialmente los aportes de Pereyra y Svampa (2003), Auyero (2000, 2002 a y b), Schuster et al. (2002) y Farinetti (1999, 2000), por lo común sus análisis obvian la visibilidad que la protesta adquirió en las últimas décadas y la relación de los actores involucrados con los medios en particular y con la cultura en general. Pocas investigaciones se dedican a analizar las distancias producidas entre las representaciones subjetivas de los actores y las representaciones massmediáticas16. En este sentido es importante señalar, ampliando la hipótesis frecuente de Auyero, que el campo de protesta en la última década en la Argentina también se vio alimentado por un recurso peculiar e innovador: la emergencia de unas tácticas (De Certeau, 1996) subalternas vinculadas con la apropiación de los recursos que pone en juego la lógica de expansión mercantilista massmediática (lucha que, por otra parte, se presenta actualmente como una batalla también por la apropiación del espacio público compartido y por los lenguajes y soportes de las artes plásticas y el cine)17.
Un resultado preliminar surgió de una primera ronda de entrevistas y de un primer análisis textual de medios con ocasión de los hechos del 19 y 20 de diciembre de 2001. Allí encontramos que en los medios, la vertebración de la figura del pueblo se produjo a partir de una interpelación democrática que, en definitiva y muy brevemente, desplazaba el conflicto estructural a posiciones políticas que suponen un sujeto activo, autónomo y que es capaz de darse a sí mismo un espacio y una identidad politizados. Esta interpelación colocaba a los actores populares como protagonistas de unas reivindicaciones que no pertenecen al repertorio de la desigualdad producida por la expansión capitalista, sino a diferencias tratables y dirimibles hegemónicamente. En esta particular representación de lo popular, la acción política apareció disociada de la situación social traduciendo, entonces, una condensación de distintos estratos sociales agrupados por diversas experiencias no vinculadas necesariamente con la posición en la estructura.
Este primer resultado de la investigación no hizo más que reforzar la hipótesis de que los actuales consensos construidos en la relación entre actores políticos y mediáticos ha desplazado la puesta en debate del conflicto de clases hacia la cuestión de la mera diferencia cultural, y el discurso político subalterno a simples reclamos ligados a las necesidades elementales. En estos desplazamientos, las clases medias se erigieron en diciembre de 2001 en una suerte de actor épico construido en la intersección de las narrativas massmediáticas y la propia práctica de manifestación coyuntural18. En una segunda etapa de la investigación, sin embargo, focalizada sobre las representaciones subjetivas de los protagonistas de un tipo de acción colectiva contenciosa y continua (Tilly, 2000) como son los cortes de ruta organizados por distintos movimientos denominados ‘piqueteros’, observamos que lo que se registra como evento (Portelli, 1991) de ruptura de la experiencia es el 26 de junio de 200219. El grado de avance de la investigación nos permite dar a conocer algunas hipótesis relacionadas con dos modos distintos de operar sobre el devenir histórico: la construcción del acontecimiento realizado por los medios y la construcción del evento producido por los practicantes efectivos. Sostenemos que ambos registros difieren no sólo en la puntuación temporal de los hechos sino también en los modos específicos de su enmarcado y en las articulaciones de cada uno con diversas continuidades y rupturas. En efecto, los sujetos que participan de acciones colectivas contenciosas y continuas expresan una movilización emocional frente a las jornadas del 26 de junio de 2002 que marcan un ‘antes’ y un ‘después’.
Y fui participando en esos cortes, en esas marchas hasta llegar el día del 26, que fue la más grande experiencia de todo. Experiencia por lo que sufrí. Por lo que viví (Loky, 23 años).
Es groso, yo creo que es groso. Cada uno de nosotros lo tiene marcado… hubo un clic muy grande después del 26, un antes y un después (Cecilia, 22 años).
Aún más, este sentimiento-guía (Geertz, 1990) puede operar como sostén de un desplazamiento en función de la propia construcción subjetiva de la memoria. Incluso, uno de los sujetos entrevistados, frente a la pregunta acerca de las jornadas de diciembre de 2001, desplaza esa fecha hacia el 26 de junio de 2002, estableciendo un puente entre su propia experiencia y el acontecimiento objeto de la pregunta:
¿El 19 y el 20, ustedes lo vivieron como algo especial?
- Fue especial porque fue una represión anunciada, digamos, el día 19 y 20 de diciembre no creíamos que íbamos a sufrir, porque hubo dos muertos de casualidad (…) Por otra parte, estaba tan bien montada la represión que en el Hospital Fiorito, que es el hospital de la zona20 y al que se iba a recurrir en casos de heridos y muertos, por primera vez en su historia de los últimos tiempos tenía gasas, estaban los médicos preparados, tenían todos los elementos que debían tener (Juan, 62 años).
Contrariamente a los supuestos de la historiografía tradicional, los‘errores’ entre los hechos concretos y la memoria narrada dan cuenta de “las formas y los procesos culturales por los cuales los individuos expresan su sentido de sí mismos en la historia” (Portelli, 1991: ix) y cuando el hecho se desplaza de su registro fáctico, esto indica que en esa dirección debe analizarse el investimento de valores y significados, como un modo activo y creativo de atribuir un sentido propio a la historia. La primera hipótesis, entonces, a señalar, es que los hechos que son tomados como acontecimiento por los medios, no coinciden, necesariamente, con la puntuación que producen los sectores populares de su propia experiencia. En efecto: mientras que estas puntuaciones son traducibles, como registro de algo vivido en forma grupal, en forma de eventos, los medios construyen los sucesos de la protesta popular como acontecimientos21 encadenados en una serie de remisión a sucesos políticos a partir de relaciones simples, lo que produce un efecto espasmódico (Thompson, 1990) sobre la narrativa del devenir histórico. Esta modalidad de construcción del acontecimiento obstruye la posibilidad de los receptores de encadenarlos en una trama que organice el pasado en términos de una significación de la experiencia como historicidad, entendida, con White (1992), como la experiencia del tiempo como futuro, pasado y presente más que como una serie de instantes22. En ese sentido Martín Barbero señala que la transformación del acontecimiento en suceso desarrollado en el proceso de la noticia implica “el vaciado de espesor histórico” que sufre el acontecimiento “y su llenado, su carga de sensacionalidad y espectacularidad” (1987: 60), principios, estos últimos, de la lógica masiva y comercial que rige a la prensa informativa.
Por otro lado, podemos dar cuenta también de diversas atribuciones de sentido en el marco de las definiciones espaciales del territorio y de las alteridades construidas a partir de un particular campo de interlocución nacional. Para Segato (1988) es en el marco de un campo de interlocución donde una nación adquiere singularidad, singularidad ésta que implica compartir los marcos de sentido desde donde se percibe, se acepta, se reconoce o se desafía la diversidad cultural que la nación engloba. Si bien el Estado es el interlocutor privilegiado de esta construcción, es la nación en su conjunto, en tanto campo de interlocución, la encargada de procesar las relaciones entre cultura y política en distintos momentos de su historia. En este procesamiento peculiar las representaciones de alteridades históricas23 pueden leerse diacrónicamente como un índice en movimiento, es decir como el resultado siempre parcial e inestable de las luchas derivadas por los intentos de estabilización de sentido.
En esta dirección, al comparar el tipo de clivaje que las alteridades históricas adoptaron en tres campos de interlocución diferentes (Brasil, Estados Unidos y Argentina), Segato señala que las identidades políticas en Argentina derivan de una fractura inicial entre la Capital-puerto y el interior-provincias. Y afirma también que esta fractura inicial orientó los significados de la identidad nacional en el sentido de una etnicidad ficticia o fabricada que tiende a la neutralidad y cuya difusión fue soportada particularmente por la escuela, pero también por otras instituciones estatales. Así, la nación argentina se instituyó como “la gran antagonista de las minorías. Encontró su razón de ser en el conflicto con los grupos étnicos o nacionales fundadores, así como hizo de este tema su discurso medular y la misión fundamental de sus instituciones” (1998: 183). Esta identidad ‘neutral’ es garante, además, de la posesión de condiciones mínimas de acceso a la ciudadanía. En Argentina, esta representación, siendo hegemónica, porta desde sus inicios una dimensión espacial y geográfica que nutre sus atributos en función de la oposición Capital/provincias, por lo cual esta identidad ‘aplanada’ y sólo en apariencia neutral se corresponde, en realidad, con los habitantes del centro del país24 y asume una síntesis pregnante de identidad ‘argentina’ en la cual las diversidades deben subsumirse.
Aunque el Estado es el agente privilegiado de esta construcción por la eficacia de su capacidad de interpelación a través, particularmente, de sus instituciones, no es el único operador de identificadores: los medios de comunicación, que capturan, representan y califican las acciones de los sectores subalternos, colaboran en esta operación desde posiciones más o menos hegemónicas según los contextos históricos, culturales y políticos. El campo de interlocución nacional remite a los distintos relatos, estatales o no, que habilitan, impugnan, motorizan o frenan los intentos de producir un discurso herético (Bourdieu, 1981)25. Durante las jornadas del 19 y 20 de diciembre, la superficie de los medios gráficos nacionales se reveló deudora de la dicotomía Buenos Aires-resto del país:
Por primera vez los saqueos llegaron a la Capital Federal (Página 12, 20 de diciembre, p. 2)
Aún en un diario de corte ‘progresista’ como Página 1226, la narrativa informativa presenta dos relatos: uno de invasión (desde el Conurbano) y otro de epicidad (en la Capital Federal).
Además, la mirada de los entrevistados registra los hechos de protesta organizados no sólo en torno a lo local (el barrio, la comunidad, el distrito) sino que también los define como prácticas situadas:
-¿entonces cuál sería la lucha de clases?
-la lucha de clases… bueno, hay diferentes luchas de clases. Está lo que pasó en Avellaneda el 26…eh… la lucha de clases, yo creo que… cuando uno…como cualquier animal, por ejemplo, si vos lo atacás, cuál va a ser la reacción de ese animal: defenderse (Lucas, 26 años).
Por otra parte, la protesta se encuentra sesgada por cuestiones pragmáticas que ponen en cuestión la supuesta ‘irracionalidad’ de los practicantes:
Para mí vale la pena en la autopista La Plata, porque cuando fuimos ahí ganamos. Es que ahí está el peaje, y los re jodés. (… ) La vez que cortamos ahí, en una hora perdieron 25 mil dólares (José, 27 años).
La segunda hipótesis a proponer, entonces, es que los procesos de enmarcado del evento que posee la memoria popular son disímiles respecto de las modalidades de construcción del acontecimiento de los medios. Mientras que la experiencia popular de la dominación, por tratarse de un encadenamiento de tácticas enlazadas en una memoria práctica (De Certeau, 1996), se desenvuelve en zonas de alta concentración emocional (temor/confianza, soledad/contención grupal, incertidumbre/ certezas, etc.), las estrategias de las narrativas de control social (Mumby, 1997) están atravesadas por la tensión de re-incorporar todo acontecimiento excepcional en una codificación (Bourdieu, 1988b) que le dé significado.
Desde ese punto de vista puede decirse que los medios de comunicación, ya sea bajo la forma de la interiorización de las rutinas productivas o bajo la de actores implicados en el campo de poder, son agentes constitutivos del campo político de manera central. Si el campo político es “el lugar en el que se generan, en la concurrencia entre los agentes que se hallan involucrados en él, productos políticos, problemas, programas, análisis, comentarios, conceptos, acontecimientos, entre los cuales los ciudadanos comunes, reducidos al estatus de ‘consumidores’, deben escoger” (Bourdieu, 1988a: 164), los medios de comunicación se ofrecen como un lugar clave para estudiar los procesos de construcción del sentido de lo político. De allí que los medios de comunicación no puedan entenderse sólo como narradores o comentadores de la agenda política sino, más bien, ellos mismos como ‘partícipes’ o actores del conflicto político, siendo su rol el de intervenir directamente en las decisiones políticas de las audiencias (Cetkovich Bakmas y Luchessi, 2001).
Pero, además, la relación de la ciudadanía en su conjunto, pero particularmente de los sectores populares, con los medios de comunicación, se ha visto modificada desde la transición democrática. El desplazamiento no sólo abarca los cambios (ilusorios) en los roles ocupados por la justicia27 sino también, y en particular, las acciones reflexivas y premeditadas de algunos grupos sociales que realizan actividades peculiarmente disruptivas (política y estéticamente)28 para convocar alos medios ávidos de capturar noticias. Mientras que en el contexto de una sociedad en vías de mediatización (Verón, 1989), los medios de comunicación podían aparecer apenas como mediadores de un acontecimiento político, en el 2002 los medios son percibidos, si no como interlocutores, al menos como portadores de una lógica, la comercial, que los hace permeables a toda acción que implique noticiabilidad. De modo que puede afirmarse que los medios juegan, en el campo de interlocución actual, un papel que, si bien puede no llegar a desafiar las significaciones de lo nacional, sí recoloca las condiciones en las que el sentido de la nación se dirime: qué grupo social puede manifestarse por reivindicaciones cívicas y qué otro grupo social sólo puede reclamar por necesidades insatisfechas son cuestiones que los medios, partícipes de los sentidos consensuados en la Argentina, continuamente ponen en escena. Y esto enmarcado en la tendencia de los medios de alcance nacional a producir representaciones cuyas imágenes se postulan como sinécdoques de la nación, en parte debido a la tradición racionaliluminista de la que provienen (Sunkel, 1986) pero también debido a, justamente, la necesidad de interpelar a un lectorado de alcance nacional.
El hecho de que el 26 de junio de 2002 sea el evento recordado, aquél que la memoria popular registra como ruptura de una cotidianidad que se enlaza con la experiencia de la dominación donde aparecen los índices de discriminación de antagonismos efectivos (Thompson, 1990), permite indicar, además, otras zonas de indagación sobre las cuales focalizaremos en la siguiente etapa de la investigación. En esta zona a explorar nos encontramos con una serie de elementos aún no procesados pero que, sin embargo, quisiera indicar por su posible relevancia:
La hipótesis que enmarcará esta segunda etapa es que los discursos massmediáticos obturan la posibilidad de modificar lo decible porque sus agentes comparten la serie de concepciones dominantes relacionadas con las alteridades históricas. De allí que los habitantes de la ciudad de Buenos Aires aparezcan como el recipiente donde las luchas cívicas puedan desarrollarse mientras que los habitantes del Conurbano son objetivados por sus metodologías conducentes sólo a la provisión de necesidades insatisfechas. Las representaciones que los medios realizan de los ‘piqueteros’ se nutren de una concepción si se quiere fundamentalista de la identidad (Pacheco de Oliveira, 1999), mientras que de las entrevistas a los actores surge que la identidad ‘piquetera’ es considerada provisoria: si el trabajo representa a la dignidad, ser ‘piquetero’ es estar desocupado, sin trabajo y luchar por conseguirlo. Por otro lado si la protestase dispara a partir de la percepción consensuada de que el Estado está dejando de tener la presencia que tuvo en épocas anteriores, esto demanda tener en cuenta que, en la Argentina, el surgimiento de la identidad del trabajador ha estado enmarcada dentro de la consolidación del estado peronista, articulándose con él y fortaleciéndose mutuamente. La presencia del Estado como interlocutor privilegiado de las manifestacionespermite pensar en la relación entre el imaginario de la protesta actual con el imaginario de la clase trabajadora que surgió durante el peronismo (Morello y Rodríguez Iglesias, 2003). Esto es, que el interlocutor parece ser un Estado (interventor) inexistente pero persistente aún en la memoria.
La resistencia de los sectores que protestan, entonces, bien podría hallarse en los intentos de modificar todas o algunas de las dimensiones del campo de interlocución. Si toda lucha social implica un conflicto, entonces puede pensarse, con De Certeau (1995, 1999), que por lo que se lucha es por las categorías, por el significado de esas categorías y su valoración y por los marcos dentro de los cuales hacen sentido estas categorías. Probablemente allí se encuentre la resistencia: en la persistencia de pensar en términos de otro campo de interlocución, uno en el cual la representación del ‘otro’ no se agote en la mera visibilidad sino que haga posible, también, la toma de la palabra.
1 Se trata de los Proyectos: “Cartografías del otro: representaciones populares y memoria social” y “Del evento al acontecimiento: memoria popular y representaciones mediáticas”, de los cuales soy directora, ambos con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires.
2 Así se denomina al extenso cordón de suburbios de la Ciudad de Buenos Aires, también denominado Conurbano Bonaerense.
3 En el marco de esta investigación llamamos evento a todo hecho de ruptura con la cotidianidad vinculado con la experiencia subjetiva y asociado a emociones y afectos (Jelín, 2002; Portelli, 1991).
4 En un principio ‘piquetes’ denominó a los cortes de ruta. Hoy abarca, también, a los cortes de calles dentro de la ciudad o de puentes de acceso a ella.
5 Auyero define este campo de protesta como un entramado de mecanismos, dispositivos y procesos que están en la base de los reclamos colectivos. En la Argentina de la última década, el contexto estructural que informa a este campo de protesta se caracteriza, según este autor, por la desproletarización, la retirada del Estado y la descentralización de los servicios públicos (2002a).
6 Me refiero a la serie de movilizaciones populares sucedida en diciembre de 2001 que acabaron con la caída de un presidente y que motivaron una de las crisis políticas más importante de la historia de la Argentina.
7 Durante la década del noventa los gobernadores de Santiago del Estero, Catamarca y Corrientes debieron abandonar sus cargos a partir de acciones de protesta popular, dando lugar a intervenciones federales.
8 Me refiero, por ejemplo, a publicaciones como la de Cafassi (2002) o la de Fradkin (2002) que a pesar de la ‘confesión’ de su carácter urgente, no logran articular un análisis teórico-metodológico pertinente. En ese sentido, creemos que, a pesar de la urgencia que requiere ‘pensar la crisis’ y la agilidad presentada por las ciencias sociales en ese movimiento hacia el objeto, la investigación no debería perder de vista la responsabilidad en la aplicación de sus criterios de validación.
9 Esta figura del ‘saqueador’, como surge del análisis, empobrece una descripción efectiva de estos sujetos. Muchos de los protagonistas de hechos de protesta pertenecen a movimientos de piqueteros fundados con anterioridad al 19 de diciembre.
10 Es posible que la retirada de las clases medias se haya debido a que este grupo está menos entrenado y/o equipado para confrontar con los aparatos represivos, ejercicio que los sectores populares, y especialmente los más jóvenes, han adquirido a través del enfrentamiento con la policía, no sólo en diversas situaciones de protesta sino también en recitales de rock y en estadios de fútbol. Para ampliar ver Alabarces et al., 2000.
11 Pereyra y Svampa toman este sintagma del trabajo del Colectivo Situaciones, 2001.
12 Por ejemplo, las discusiones barriales de los militantes políticos entran en debate interno respecto de las acciones estratégicas a seguir: los partidos políticos de izquierda discuten acerca de dos opciones: entre rechazar la ayuda del Estado o apropiarse de los planes del Estado, redistribuirlos entre los sectores marginados y de este modo favorecer y fortalecer las luchas políticas.
13 Cutral-Có, en la provincia de Neuquén, y Tartagal, en la de Salta, son dos de las primeras ciudades que se movilizaron por las privatizaciones de empresas del Estado y donde se produjeron los incidentes más graves.
14 Sin embargo, como afirma Svampa (2004), esta operación implica, para la opinión pública, sostener la creencia de que los piqueteros piden dinero y no trabajo. “Es ahí donde aparece ese riesgo latente de que el medio se convirtiera en fin. Sin olvidar que existe una simplificación de la cosa, fundamentalmente de parte de los medios de comunicación. Pero esto es un error, el movimiento piquetero no sólo pide, tiene una serie de dimensiones poco visibles, como el trabajo barrial y que muy poca gente se preocupe por observar, y por otro lado, el ejercicio de la dinámica asamblearia. Estos elementos articulan y dan espesor a la experiencia piquetera” (Svampa, 2004).
15 Las organizaciones de desocupados ‘piqueteras’ se agrupan en coordinaciones zonales y éstas a su vez en bloques nacionales. Tres son los grupos nucleares: 1) los piqueteros de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) que incluye a las agrupaciones Federación por la Tierra y la Vivienda (FTV) liderada por Luis D’Elía y el Movimiento Barrios de Pie; 2) la Corriente Clasista y Combativa (CCC), brazo piquetero del Partido Comunista Revolucionario, trabaja junto al nucleamiento de la CTA, negociando en conjunto el tema de los subsidios y los planes; 3) el Bloque Piquetero y afines, formado por el Polo Obrero, el Frente Unico de Trabajadores Desocupados (ambos derivados del Partido Obrero), el Movimiento Teresa Rodríguez (MTR), la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón (CDT), el Movimiento Independiente de Jubilados y Pensionados (MIJP) (agrupaciones consideradas políticamente independientes), el Movimiento Territorial de Liberación (MTL) (filiados políticamente con la Federación Juvenil Comunista), la Agrupación Tendencia Clasista 29 de mayo (Partido de la Liberación) y el Movimiento Sin Trabajo Teresa Vive (Movimiento Social de Trabajadores-MST). El tercero de los núcleos es el que actualmente aparece con un posicionamiento más contestatario y con menos voluntad negociadora respecto del gobierno.
16 Desde los estudios de comunicación, el libro de Álvarez Tejeiro et al., 2002 que trabaja sobre las representaciones gráficas y televisivas de las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, un par de artículos muy recientes sobre el discurso televisivo acerca de los pobres (Aprea, 2002), de la criminalización de la protesta (Calzado, 2002) y de las narrativas de control registradas en torno a estos hechos (Martini, 2002), se constituyen como algunos de los pocos estudios sobre representación massmediática producidos, aunque ninguno de ellos, sin embargo, da cuenta de la relación de estas narrativas con las representaciones subjetivas de los actores.
17 Esta dimensión del análisis, si bien forma parte de la investigación, no será desarrollada aquí. Para ampliar ver Dodaro y Salerno, 2003.
18 Para ampliar ver Rodríguez, 2004.
19 Ese día se produjo, durante un corte de ruta en el Puente Pueyrredón, el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán a manos de la Policía bonaerense.
20 Se refiere a la zona de Avellaneda, lugar donde se halla el Puente Pueyrredón y donde ocurrieron los asesinatos.
21 Aunque, como bien dice Martín-Barbero, “la noticia es el eje del discurso informativo” (1987: 56), la relación entre acontecimiento y noticia implica la construcción mediática del acontecimiento. Al respecto Palma señala que “entre ambos, a pesar de las permanentes e innumerables innovaciones técnicas que permiten achicar y hasta romper la distancia temporal que los separa, hay una distancia que es infranqueable: el del acontecimiento es el espacio de los hechos, de la historia; en cambio, la noticia se mueve en el espacio mediático, limitada por su lógica mercantil y masiva” (2004). De esta manera, el acontecimiento que significa siempre algún tipo de “ruptura en cualquier ámbito, privado o público, que se destaca sobre un fondo uniforme y constituye una diferencia” (Martini, 2000:30), se verá modificado, inevitablemente, al convertirse en noticia o en un acontecimiento noticiable.
22 Según White, toda narrativa contiene una dimensión cronológica o episódica y una no cronológica o configurativa. Mientras que la historicidad es organizada a partir de una narrativa que representa una temporalidad en la que los finales se ligan a los inicios para formar una continuidad, la crónica periodística representa los acontecimientos como algo existente en el tiempo pero sin ofrecer contribuciones al desarrollo de una trama, entendida como la captación conjunta de los elementos en una nueva significación (White, 1992).
23 Segato las define como las de aquellos “grupos sociales cuya manera de ser ‘otros’ en el contexto de la sociedad nacional se deriva de esa historia y hace parte de esa formación específica” (1998: 172).
24 Un centro no geográfico sino re-significado desde una dimensión simbólica. Para Clifford y Geertz (1977) el concepto de centro se vuelve crucial para entender los entramados de los ceremoniales, el carisma y la autoridad política encarnados en una simbología material que difiere de cultura en cultura según las distintas concepciones de poder que cada sociedad pone en juego. La relación del centro (entendido de este modo) con las discursividades massmediáticas, es un punto de inflexión interesante.
25 Según Bourdieu, un discurso herético implica una ruptura con el orden establecido y con la doxa legítima (1981).
26 Tomo la definición de progresista en el sentido que le da Raymond Williams al término, “…como opuesto a conservador; vale decir, para calificar a algo o a alguien que apuesta o aboga por el cambio” (2000:261).
27 Ver los trabajos de Sarlo sobre el rol supletorio de los medios, especialmente el de 1996.
28 Digo estéticamente porque estas acciones disruptivas no abarcan sólo los cortes de ruta sino también los ‘escraches’ o los juicios públicos y los siluetazos de las Madres de Plaza de Mayo.
29 La tasa de desocupación actual es del 16,3% lo que significa 2.400.000 desocupados, si se consideran trabajadores a los beneficiarios de los planes sociales. Si se los excluye, la tasa se eleva a 21,4%, es decir, 3.200.000 personas.
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