Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
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Jorge Alonso*
* Profesor investigador en Guadalajara, México, del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social; miembro de la Academia Mexicana de Ciencias. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
El ejército zapatista es un movimiento cívico y militar que privilegia la palabra y la organización de base. No busca el poder, se opone a la política tradicional, suscita la construcción de un poder popular desde abajo, incluyente, respetuoso de las diferencias, de la diversidad. Indaga y ensaya alternativas que demuestren que otro mundo es posible.
Palabras clave: movimiento zapatista, autonomía, derechos, cultura, democracia, paz.
O movimento zapatista é uma organização cívica e militar privilegiando a expressão articulada de suas demandas sobre a violência, juntamente com sua base organizacional. Não busca o poder e se opõe à política tradicional; É estruturado a partir de suas bases, e entende e respeita a diferença e a diversidade. Procura, e tenta implementar, formas alternativas de organização social que mostram que o mundo diferente é viável.
Palavras-chave: movimento zapatista, autonomia, direitos, cultura, democracia, paz.
The Zapatista movement is a civic and military organization privileging the articulate expression of its demands over violence, together with its organizational base. It does not seek power and stands against traditional politics; it is structured from its grassroots up, and understands and respects difference and diversity. It searches for, and attempts to implement, alternative forms of social organization that show that different world is feasible.
Keywords: Zapatista movement, autonomy, rights, culture, democracy, peace.
El movimiento zapatista mexicano, que está a punto de cumplir diez años de haber aparecido en la escena pública, ha roto todas las etiquetas que se le han querido colocar. No es un movimiento indígena clásico, tampoco es una guerrilla posmoderna. Cuantas veces se le ha creído agotado, ha reaparecido con innovadoras formas de hacer política1.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional irrumpió en la escena nacional el primero de enero de 1994 cuando la clase política salinista celebraba el supuesto ingreso de México en el Primer Mundo porque ese día iniciaba formalmente el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y con Canadá. Los zapatistas enfatizaron que su levantamiento era contra las políticas neoliberales del presidente Carlos Salinas y de manera especial contra el TLC. El modelo que se había impuesto a la población empobrecía aceleradamente a la mayoría de la misma, concentraba la riqueza en muy pocas manos e incrementaba muertes evitables entre mujeres y niños, sobre todo entre los indígenas. El zapatismo consideró que esto era una guerra de exterminio, un etnocidio. Como no querían que siguieran esas muertes tomaron las armas. Sabían que al salir a la guerra iban a ser despedazados, pero querían atraer la atención mundial sobre lo que estaba sucediendo. Aclararon que aunque no tenían oportunidades militares tampoco querían ser mártires. Peleaban por la vida. Tenían la esperanza de que serían la chispa que permitiera un levantamiento mayor en todo el país. Sin embargo, lejos estaban de las antiguas visiones vanguardistas. El Subcomandante Marcos apareció como una figura importante, pero no era el que mandaba esto lo hacía un colectivo indígena. Marcos sólo era el vocero que podía hacer la traducción de los sentimientos profundos indígenas a una sociedad mestiza y criolla. Ante el azoramiento del poder porque los zapatistas controlaron de inmediato varias ciudades importantes de los altos de Chiapas, el gobierno reaccionó con fuerza y bombardeó brutalmente comunidades indígenas. Grupos masivos de la sociedad mexicana se levantaron, pero para demandar tanto al gobierno como a los zapatistas el cese al fuego y el establecimiento de un espacio de diálogo para instaurar una paz digna. Los zapatistas, que se habían preparado para disparar armas, ante la exigencia del diálogo tuvieron que aprender a disparar palabras. Hicieron callar a sus armas que no han vuelto a disparar desde entonces. Pronto vieron llegar a su territorio a muchas personas nacionales y extranjeras que querían conocer su movimiento y que les brindaban apoyo. Esto les enseñó que ellos eran diferentes y que había muchos diferentes a ellos. Hubo una pedagogía del reconocimiento del otro. Paralelamente a los diálogos oficiales se intensificó una comunicación diversa y plural con la sociedad civil. Por eso acordaron construir en Guadalupe Tepeyac un sitio que llamaron Aguascalientes, recordando el lugar donde los revolucionarios mexicanos habían intentado propiciar un diálogo. El movimiento había surgido reclamando respeto a la dignidad de los indígenas.
El zapatismo demandaba justicia y democracia para todos los mexicanos. Su aparición dinamizó un proceso de democratización que venía surgiendo de la base de la sociedad civil. También reclamó el reconocimiento de los derechos y las culturas indígenas. Esto propició la reanimación del movimiento indígena en México.
Sin embargo, los zapatistas dialogaban en medio del cerco y hostigamiento militar y policiaco. Para demostrar que no estaban confinados, rompieron el cerco y aparecieron en muchos otros lugares de la geografía chiapaneca. Ahí iniciaron el lento, difícil, pero constante movimiento de construcción de municipios autónomos.
El gobierno del presidente Zedillo, simulando el diálogo, trató de apresar a los principales líderes zapatistas. El ejército incursionó en territorio rebelde y destruyó el primer Aguascalientes donde instaló un cuartel. En respuesta los zapatistas construyeron cinco Aguascalientes más. Masivos grupos de la sociedad civil volvieron a presionar porque cesaran las hostilidades gubernamentales, y entonces el Congreso emitió la Ley de Concordia y Pacificación y dio origen a una instancia de legisladores denominada Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa). También se creó una instancia mediadora. El nuevo esfuerzo de diálogo fructificó en los llamados Acuerdos de San Andrés en donde las partes en conflicto firmaron documentos en los que se daba reconocimiento a los derechos y culturas indígenas. La Cocopa hizo una traducción de esos acuerdos para que pudieran tomar cuerpo en una legislación. Aunque los zapatistas han enfatizado que no quieren dejar de ser mexicanos, sólo que se reconozcan sus derechos a su identidad, el gobierno adujo que la aplicación de los acuerdos llevaría a una separación del territorio nacional y no quiso cumplirlos. Aplicó entonces la táctica de contrainsurgencia, dividiendo a las comunidades y auspiciando a bandas de paramilitares afiliadas al partido de Estado. El primer resultado fue el desplazamiento de miles de indígenas simpatizantes del zapatismo que fueron expulsados de sus localidades. La política contrainsurgente fructificó en la matanza de miembros de las bases de apoyo zapatistas, sobre todo mujeres y niños, que a finales de 1997 encontraron en Acteal la muerte mientras estaban orando.
Con la alternancia en el poder presidencial en el año 2000 Fox, el primer presidente no priista de la época posrevolucionaria, prometió que con celeridad daría solución al conflicto chiapaneco. Anunció que enviaría como iniciativa presidencial a la Cámara de Diputados la propuesta legislativa de la Cocopa. Los zapatistas demandaron tres señales: el reconocimiento de los derechos y cultura indígenas siguiendo los acuerdos de San Andrés, la liberación de todos los presos zapatistas, y el retiro de los militares a las posiciones anteriores a 1995. En los primeros meses de 2001 salieron de su confinamiento e hicieron una caravana que recorrió la tercera parte del país hasta llegar a la sede legislativa nacional a exponer sus argumentos a favor de la ley de la Cocopa. Pesaron más los intereses del dinero, y los legisladores aprobaron una ley que no respetaba lo fundamental de esos acuerdos. Los pueblos indígenas tomaron la estafeta y llevaron ante el poder judicial sus protestas. Éste no los atendió y entonces los zapatistas y los pueblos indígenas se sintieron traicionados por el Estado mexicano.
Los zapatistas se sumieron en el mutismo, muchos temieron que esa situación cerraba las puertas para la paz; entonces se dedicaron a profundizar su estrategia de poner en práctica en las comunidades los acuerdos de San Andrés haciendo valer la autonomía indígena. A mediados de 2002 organizaciones indígenas, campesinas y de organismos civiles de la mayoría de los estados declararon que la guerra que sufrían los indios era neocolonialista y etnocida, que en sus tierras no había paz, ni derecho, ni democracia. Denunciaron que continuaba la intrusión militar contra las comunidades. Destacaron que el EZLN era un factor de paz que, con enormes esfuerzos, impedía que la violencia intercomunitaria se agravara, mientras extendía la autonomía. Los municipios autónomos zapatistas eran un ejemplo, pues aún sitiados y asediados mostraban capacidad de gobierno. Las comunidades se esforzaban por producir en forma cooperativa. Diversificaban cultivos para lograr autosuficiencia y aprovechar las oportunidades comerciales. El reto era reconstruir el tejido social2.
Los zapatistas en su labor autonómica reclamaban su lugar en la nación mexicana sin abandonar su ser indígena. Los municipios autónomos ejercían funciones de gobierno impartiendo justicia, salud comunitaria, educación, y atendiendo problemas de tierras, vivienda, trabajo, alimentación, comercio, información, cultura y tránsito local. Apelaban a una democracia radical: el mandar obedeciendo. Quienes no cumplían eran removidos. Su trabajo era en beneficio colectivo, y las funciones se desempeñaban de manera rotativa. Sus mejores logros estaban en la cultura y comunicación, pero en lo demás tenían muchas carencias, y había conflictos internos, cosa que examinaron y trataron de corregir.
Con las elecciones federales de 2003 se dio un fenómeno alarmante en México. El abstencionismo creció en tal forma que 6 de cada 10 electores no acudió a las urnas. Además aumentó el abstencionismo activo pues aumentaron los votos nulos. En la región zapatista no se permitió que fueran realizadas las elecciones. Hubo la oferta de 12 partidos, dispusieron de enormes cantidades de dinero y, en la lógica de una partidocracia divorciada de los intereses de la sociedad, no fueron capaces de atraer a los electores. Había decepción por el incumplimiento de las promesas del partido que había sustituido al PRI en el Palacio Nacional. El PRI, sabiendo que tenía un voto fiel importante, optó por privilegiar una guerra sucia que desalentara al electorado no alineado, para hacer crecer el porcentaje de su voto duro. En esta forma, aunque ningún partido alcanzó la mayoría en la Cámara de Diputados, quien más escaños consiguió fue el PRI; en Chiapas el PRI se reposicionó. Esto envalentonó a las bandas paramilitares priistas. Se empezó a configurar un ambiente similar al que se vivió antes de a la masacre de Acteal. Los zapatistas, que habían estado enfrascados en las labores de construcción interna de la autonomía, tuvieron que volver a salir, pero asumiendo una nueva etapa de su movimiento.
A mediados de 2003 el Subcomandante Marcos anunció públicamente que treinta municipios autónomos zapatistas le habían pedido que temporalmente fungiera como su vocero. Emitió diez comunicados, una grabación radiofónica y una nota aclaratoria3. En estos documentos se dio una posición crítica y autocrítica y se delineó una nueva forma de organización del movimiento.
Los zapatistas calificaron de cómica la campaña electoral nacional que acababa de pasar. Mantuvieron su posición de no reanudar contactos con el gobierno mexicano ni con los partidos políticos oficiales; los acusó de haber terminado con la esperanza de millones de personas. Proseguían con su táctica de no recibir en sus comunidades la ayuda asistencialista gubernamental.
Los zapatistas anunciaron que ponían fin a los Aguascalientes debido a los problemas que se habían suscitado en su relación con la sociedad civil nacional e internacional. Reconociendo el apoyo de la sociedad a su lucha, se habían dado distorsiones. Las comunidades recibían muchas cosas inservibles, medicinas caducas, y los proyectos de desarrollo se determinaban sin que los organismos civiles consultaran a las comunidades. Esto creaba, además, disparidad entre las comunidades autónomas, pues se privilegiaban aquellas en donde había contactos y estaban más cercanas a las de por sí deficientes vías de comunicación. Su lucha era por la dignidad y reclamaban esto en sus relaciones con las agrupaciones amigas. No era asistencialismo ni paternalismo lo que buscaban. Agradecían el apoyo político, pero no demandaban limosnas.
En lugar de los Aguascalientes dieron origen a los denominados Caracoles. Se reforzaban así instancias regionales que abarcaban varios municipios autónomos que territorialmente se superponían a los municipios oficiales. El caracol en la cultura maya representaba el círculo de la vida. Los caracoles serían puertas para entrar a las comunidades y para que las comunidades salieran. Enfrentarían los problemas de la autonomía y construirían puentes entre las comunidades y el mundo. En cada caracol se constituyó democráticamente una Junta de Buen Gobierno con el cometido de velar para la solución de los conflictos que se presentaran entre los municipios autónomos entre sí, y entre éstos y los municipios “gubernamentales”. Las Juntas asumieron la obligación de atender también a los no zapatistas que convivían en las comunidades autónomas. Se demandó que se buscara la conciliación y no el pleito entre los indígenas. Estas juntas también tendrán que atender las denuncias contra los consejos autónomos por violación de derechos humanos, y ordenarán que se corrijan; vigilarán y velarán la realización de tareas comunitarias, la utilización de los recursos, la instalación de campamentos de paz y, de acuerdo con la dirigencia zapatista, la participación de los miembros de los municipios autónomos fuera de las comunidades rebeldes. Por su parte, la dirigencia zapatista vigilará el funcionamiento de las Juntas para que no haya actos de corrupción, intolerancias, arbitrariedades, injusticias y desviaciones del principio de mandar obedeciendo. Se dispuso que los donativos y apoyos de la sociedad civil no fueran destinados a una comunidad en particular, sino que eso lo evaluarían las Juntas, y que de los proyectos se quitaría un 10% para apoyar a comunidades que no fueran favorecidas con tales proyectos.
En la fiesta en la que se inauguraron Los Caracoles, el Subcomandante Marcos se hizo presente mediante una grabación. Los comandantes (hombres y mujeres) de la dirección zapatista fueron quienes hablaron ante una concurrencia de unas diez mil personas que incluían las bases del movimiento y grupos nacionales e internacionales de apoyo a la causa rebelde. Tocaron asuntos internos, de su relación con el gobierno, de sus planes nacionales e internacionales. Si para algunos medios de comunicación la ausencia de Marcos desdoraba el acto, otros analistas resaltaron que así se mostraba hacia fuera, una vez más, que la dirección estaba en manos de un colectivo indígena. Marcos en su grabación devolvió la palabra a los municipios autónomos. Hizo una importante aclaración para que se entendiera bien la organización. Los consejos autónomos no podían recurrir a las fuerzas milicianas para las tareas de gobierno; si alguien de las filas armadas quisiera cumplir labores de gobierno debía dejar de pertenecer a la organización armada. La razón era que se debía gobernar recurriendo a la razón y no a la fuerza. Y se planteó el principio del zapatismo: los ejércitos debían servir para defender y no para gobernar. El trabajo de un ejército no era ser policía ni agencia de ministerio público. Se anunció que se retiraban los retenes y puestos de control que tenía el movimiento en caminos y carreteras en tierras rebeldes, y que sólo regresarían si se presentara alerta roja. También prometió el EZLN que defendería a las comunidades de las agresiones del mal gobierno, de los paramilitares, y de todos los que les quisieran causar daño.
Los zapatistas eran conscientes de que su movimiento, al no plegarse a lo tradicional, desconcertaba, pues cuando se esperaba que hablara, callaba; cuando se prefería su silencio, hablaba; cuando algunos grupos querían que manifestara una disposición dirigente, se ponía atrás; cuando se prefería que siguiera atrás, se encaminaba hacia otro lado. Sabían que había enojo con ellos hasta entre sus simpatizantes, pues eran los primeros en “burlarse de ser muy otros”. Jocosamente advertían que ni vencían, pero tampoco se morían. Pero subrayaban que eran rebeldes, que aborrecían tanto el martirio como la claudicación, que no se rendían, y que eran partidarios de la vida. Esa era la definición que hacían de sí mismos.
Los municipios autónomos, las Juntas de Buen Gobierno y el EZLN ratificaron que seguían en resistencia4 haciendo de su pobreza una lección de dignidad. Se hizo un llamado para articular en redes las resistencias existentes por todo el país. Delimitaron entre ellos sus funciones y relaciones. La parte armada del zapatismo quiso corregir la contaminación que se había dado con respecto a la democracia directa comunitaria. Se afianzó lo local, se reestructuró lo regional y se corrigieron errores (sobre todo en cuanto a las acusaciones de falta de respeto a derechos humanos por parte de algunos gobiernos autónomos), y se colocó lo militar como un paraguas, pero cuidando que no interviniera en las acciones de gobierno autónomo local ni regional.
La primera reacción5 de los legisladores federales y locales fue la de acusar a las Juntas de Buen Gobierno de ser anticonstitucionales. Voceros de la derecha reclamaron al gobierno que no permitiera que la Constitución se violara. El gobierno fue cauto. Al principio no acertó a ubicar bien a las Juntas de Buen Gobierno, pero después, apelando al artículo segundo constitucional que había sido reformado, aceptó que se trataba de una forma que acataba la Constitución. Alabó que el zapatismo se planteara como un movimiento cívico y no militar. El Comisionado para el diálogo y la paz calificó de positivo el hecho de que se promovieran esas nuevas formas de organización política. La encargada gubernamental de la relación con los pueblos indígenas aclaró que las juntas no constituían un Estado dentro del Estado, que el zapatismo había enviado un mensaje de concordia, que las comunidades experimentarían su autonomía y que la única forma para revivir el diálogo con el zapatismo era revisando la ley indígena e incluyendo en ella los Acuerdos de San Andrés. El gobernador de Chiapas precisó que ninguna forma que buscara mejorar la situación de vida de los indígenas violaba la ley. Destacó que la iniciativa zapatista reflejaba la decisión de sustituir la guerra por la política, y alabó la autocrítica de los zapatistas.
En el partido gobernante la reacción fue más visceral. El vocero del PAN calificó de cursilería el nombre de Los Caracoles, y primero exigió al gobierno no tolerar acciones ilegales. Posteriormente, cuando el gobierno aceptó la legalidad de las juntas, acusó al Subcomandante Marcos de ser un cacique posmoderno, a quien le importaba su imagen y no la causa que decía defender. En el PRI se manifestaron sus divisiones. El ala derecha y los priistas chiapanecos se manifestaron en contra. Otros señalaron que las juntas eran una respuesta a la inacción gubernamental. En el PRD un diputado electo señaló que Marcos se había vuelto a posicionar lanzando una iniciativa de gran alcance. Cuauhtémoc Cárdenas6 destacó que las juntas eran un avance importante porque daban herramientas a las comunidades para ordenar su trabajo. Pidió a su partido que insistiera en una solución de fondo al conflicto chiapaneco con la aprobación de la ley de la Cocopa, única que podría poner las bases de una paz duradera. El PT pidió a los zapatistas que no metieran a todos los legisladores en un mismo saco, puesto que había una propuesta de un centenar de ellos para hacer una reforma basada en los Acuerdos de San Andrés.
El relator especial de la ONU para los pueblos indígenas consideró a las juntas como una señal positiva, e instó a los tres niveles del gobierno federal mexicano a reactivar el proceso de paz.
En la jerarquía católica también hubo opiniones divergentes, dependiendo de si los emisores de mensajes estaban ligados con la clase poderosa o tenían contacto con el movimiento indígena. Los primeros temieron que se tratara de pura publicidad y acusaron a las juntas de segregación. Los segundos alabaron la humildad de la autocrítica zapatista y se alegraron por el surgimiento de las juntas.
Organizaciones indígenas, campesinas, sindicales, de derechos humanos, vieron en las juntas una nueva oportunidad para el movimiento popular en su lucha contra el neoliberalismo, y resaltaron que las juntas constituían un instrumento extraordinario de democracia popular. El Congreso Nacional Indígena declaró que los pueblos indios de México habían emprendido el camino de la autonomía en los hechos. La Asamblea Nacional Indígena Plural por la Autonomía advirtió que la autonomía era la respuesta popular a la crisis de los partidos, una nueva forma de hacer política, un proyecto a largo plazo y un modelo. El ejemplo cundió y en varios puntos del país comunidades indígenas se pronunciaron en favor de crear municipios autónomos como los zapatistas ante la crisis de la credibilidad del Estado.
Entre los especialistas sobre cuestiones indígenas se hicieron diversos acercamientos al nuevo fenómeno. El primero fue desde el punto de vista jurídico. Se hacía ver que el artículo segundo constitucional reconocía y garantizaba el derecho de los pueblos y las comunidades a la libre determinación y a la autonomía para decidir sus formas internas de convivencia, organización social, económica, política y cultural. Pero la autonomía zapatista iba más allá de los marcos de esta legislación y se basaba más bien en el marco internacional que era el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, que también formaba parte de la ley suprema de la nación. Más que quedarse en detalles legales había que ver el reto y la oportunidad que las juntas estaban ofreciendo al país. No había que olvidar también que la realidad en marcha era transformadora del derecho. El problema que se destacaba era la urgencia de un diálogo interno intercomunitario para evitar los conflictos (Anaya 2003). Esto se agravaba con la reactivación de las bandas paramilitares priistas. Cuando los zapatistas daban un paso decisivo hacia la paz, estos grupos soplaban sobre los rescoldos para avivar el fuego de la confrontación.
Ante el incumplimiento por parte del Estado de los Acuerdos de San Andrés, los pueblos indios los ejercían unilateralmente. Los zapatistas no sólo sabían resistir sino que tenían capacidades propositivas que dinamizaban la actividad del movimiento indígena y campesino. Fueron destacados los aspectos de la igualdad de la mujer, asunto que cuidaban las juntas zapatistas, la libertad de comunicación, que los ejércitos debían servir para defender y no para dominar y que, en la dignidad de los pueblos, con fuerza desde abajo, otro mundo era posible. Se proponía una autonomía con dignidad. En las comunidades, indios, mestizos y criollos tenían los mismos derechos. Se resaltaba que los zapatistas habían privilegiado el aspecto civil sobre el militar y habían dado preponderancia a los fines comunitarios. No querían militarizar su cultura. No obstante, el EZLN tenía guardadas, pero no olvidadas las armas, en un clima de tensión y de agresión.
Pablo González Casanova apuntó que se sentía muy identificado con los aportes que el zapatismo estaba haciendo a la historia mundial en la línea de ensayar alternativas. Los pueblos indios estaban sobreviviendo con su autonomía. No se planteaban ser vanguardia ni tomar el poder, sino construir desde abajo un nuevo poder en beneficio de todos. Dependían de las decisiones adoptadas colectivamente. Marcos desempeñaba el papel que la comunidad le marcaba7. El ex rector de la Universidad Nacional subrayó que las comunidades defendían tanto sus derechos particulares como los universales (González Casanova 2003).
Cuando se había pensado que el zapatismo estaba agotado, ha resurgido con nuevas ideas y acciones que repercuten en todo el país. Ha demostrado que, ante la incapacidad gubernamental para resolver problemas, los pueblos tienen la aptitud de gobernarse a sí mismos en el marco de una democracia nueva, incluyente. Cuando parecía que los zapatistas se hallaban derrotados y sin salidas, encontraron formulaciones prácticas que les ofrecieron sustento y volvieron a ser modelo para seguir por otras agrupaciones. Tienen la flexibilidad de la imaginación creadora, basada en convicciones inquebrantables. Los zapatistas no basan su actuación en documentos consagrados de los revolucionarios sino que, combinando su tradición maya con una reflexión de la actualidad mundializada, ofrecen comunicados a la sociedad civil nacional e internacional frescos, profundos y novedosos. Se han opuesto al paternalismo del indigenismo homogenizador defendiendo la dialéctica entre la igualdad y la diferencia. Han propiciado la práctica de una democracia pluricultural. Se han visto interpelados y aceptan el respeto a la existencia del otro.
Proponen un estado plural y multicultural. Los zapatistas están en continua búsqueda. Sintetizan sus tradiciones indígenas, pero las actualizan en una globalización enfrentada desde la perspectiva de los intereses de las mayorías. A la tradición indígena de la sumisión de la mujer, contraponen la actividad de las mujeres, sus derechos, y sus luchas. Ante el poderío de los aparatos, proponen la fuerza del poder construido colectivamente desde abajo. Tienen armas, que son un símbolo de su levantamiento, pero privilegian el diálogo y la palabra. Fustigan a los poderes constituidos y la clase política, pero son capaces de percibir las fallas en ellos mismos y en la construcción de su proyecto, a las que le encuentran salidas novedosas en la discusión comunitaria. Su crítica va acompañada de acciones propositivas. Se proponen contribuir a la creación de un mundo donde quepan muchos mundos. No quieren ser vanguardia de nada, pero irradian ejemplo que cunde. Están inmersos en una creadora labor organizativa. Propician la constitución de redes nacionales e internacionales. Su influencia no se reduce al movimiento indígena. Hay una gran gama de movimientos de base en México cansados de la clase política que ha aceptado el reto de buscar alternativas políticas y sociales que no pasen por los partidos y el Estado. El zapatismo ha sido considerado como el inicio de las movilizaciones en contra de la globalización de los poderosos y como la puesta en práctica de las alternativas de una mundialización desde abajo. Son una referencia internacional en los esfuerzos por demostrar que otro mundo es posible. Se han ido convirtiendo en un ejemplo de la nueva forma de hacer política.
1 Los datos de este escrito provienen de la consulta de las siguientes páginas de Internet: www.ezln.org.mx, www.laneta.apc.org, www.ciepac.org Los zapatistas han explicado en reiteradas ocasiones su propio movimiento.
2 Este pronunciamiento fue producto del Encuentro por una Paz con Justicia y Dignidad el 7 de julio de 2002.
3 Se aclaró que no se había invitado a la Cocopa a la inauguración de los Caracoles. La ruptura con la clase política era total.
4 Foucault, destacando que donde hay poder, hay resistencia, aclara que la resistencia no es simplemente decir no, sino un proceso de creación que activamente transforma la situación (Foucault 1999).
5 Las reacciones ante la nueva estructuración del zapatismo están tomadas de las siguientes páginas de internet: www.jornada.unam.mx, www.reforma.com, www.el-universal.com.mx
6 Uno de los principales dirigentes del PRD que ha sido dos veces candidato a la Presidencia de la República.
7 Cuando varios periodistas querían descubrir el papel del liderazgo de Marcos en las comunidades zapatistas, lo que las bases respondían era que Marcos no era un líder porque “trabaja colectivo” y porque sus sentimientos “los trasmite a nivel de pueblo” (El Universal 17 de agosto de 2003).
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