Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co
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Ingrid Bolívar*
Lorena Nieto**
* Politóloga-Historiadora. Investigadora del Centro de Investigación y Educación Popular CINEP y del Instituto Pensar de la Universidad Javeriana. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
** Comunicadora Social con énfasis en Comunicación educativa de la Pontificia Universidad Javeriana. Educadora Centro de Investigación y Educación Popular CINEP. Ha trabajado con población en situación de desplazamiento o en riesgo en el sur de Bolívar, el Magdalena Medio y el Chocó. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
El objetivo de este artículo es explorar algunas formas de interacción social dinamizadas por el conflicto armado colombiano y discutir desde ahí la comprensión predominante de la política y sus relaciones con la violencia. El trabajo parte de la caracterización de lo que hemos denominado “situaciones tipo” y en las que dinámicas de “supervivencia” y “regulación” exigen repensar los supuestos con los que usualmente se analiza la violencia política.
La identificación de las “situaciones tipo” recoge la experiencia de una de nosotras en el trabajo de campo con comunidades en situación de desplazamiento o en riesgo y el debate que tales situaciones suscita entre las organizaciones que adelantan “procesos de intervención”.
Palabras clave: Violencia política, regulación, análisis social, procesos de intervención.
O objetivo deste artigo é explorar algumas formas de interação social dinamizadas pelo conflito armado colombiano e discutir a partir da compreensão predominante da política e suas relações com a violência. O trabalho parte da caracterização de que denominamos "situações tipo" e naquela dinâmica de "sobrevivência" e "regulação" que exigem repensar os pressupostos com os quais geralmente a violência política é analisada.
A identificação das “situações de tipo” reúne a experiência de um de nós no trabalho de campo com comunidades em situação de deslocamento ou risco e o debate que tais situações provocam entre as organizações que avançam “processos de intervenção”.
Palavras-chave: violência política, regulação, análise social, processos de intervenção.
The objective of this article is to explore some forms of social interaction dynamizated by the armed conflict Colombian and to discuss from the predominant understanding of the policy and its relations with the violence. The work leaves from the characterization of which we have denominated “type situations” and in that dynamic of “survival” and “regulation” they demand to rethink the assumptions with which usually the political violence is analyzed.
The identification of the “type situations” gathers the experience of one of us in the field work with communities in situation of displacement or risk and the debate that such situations provoke between the organizations who advance “processes of intervention”.
Key words: Political violence, regulation, social analysis, intervention processes.
Como se verá en el texto siguiente, no se trata de un ejercicio sobre situaciones desconocidas, sino más bien de un esfuerzo de “extrañamiento” frente a los términos en que tales eventos son comprendidos. La construcción analítica de estas “situaciones tipo”, en las que interactúan los pobladores locales, los actores armados y otros agentes externos se constituye en una oportunidad para pensar la forma en que se configuran las distintas posiciones políticas que impulsan las acciones de quienes viven en medio del enfrentamiento y el control armado. Además, el contar con un trabajo de campo en distintas zonas del país y en diversos períodos, nos permite sostener la “tipicidad” de tales situaciones y cuestionar desde ahí los “hábitos de pensamiento” establecidos en torno a la relación entre violencia y política.
En distintas zonas del país grupos de pobladores han construido una “relación histórica” con la guerrilla. Cuando decimos relación histórica nos referimos al hecho de la coexistencia en el tiempo y en el espacio entre grupos de pobladores y miembros de los actores armados. No insinuamos ni discutimos el que tal relación sea o no deseable o que haga parte de una “identificación política” que se percibe como necesaria o inevitable. Simplemente constatamos el hecho de que la interacción social en las condiciones de interdependencia que tienen lugar en diferentes territorios del país promueve la permanente acción recíproca entre pobladores y actores armados1.
La interacción continua redunda en el establecimiento de vínculos afectivos que no logran ser adecuadamente capturados por las categorías con las que usualmente trabajamos la violencia política y hace que tanto analistas como funcionarios del Estado y de las organizaciones sociales protagonicen interminables discusiones sobre “el apoyo popular” a los actores armados al margen de la ley, sobre su “pérdida de ideales”, sobre la instrumentalización creciente con la que apelan a los movimientos sociales, entre otros puntos. Más adelante retomamos esta discusión. Por ahora, es preciso caracterizar algunas situaciones tipo que nos muestran distintas caras del problema y los retos analíticos que ellos plantean:
• En una de las regiones de presencia “histórica” de la guerrilla, cuando corría el rumor de la presencia del Ejército algunas personas de la comunidad se encargaban de avisarle a los muchachos guerrilleros para que se escondieran y pudieran escapar. Con frecuencia algunos de los que alertaban a los guerrilleros eran personas destacadas por el tipo de papel que desempeñan en la comunidad, por ejemplo los maestros. Estos sectores de la comunidad suelen ser estigmatizados por el ejército y por otros actores de la sociedad local y nacional como “auxiliadores de la guerrilla”, pero a menudo reciben el respaldo de organizaciones sociales de la zona que tienden a tener posiciones de izquierda y que, en algunos círculos, son consideradas brazos civiles de un grupo armado. La respuesta constante del Ejército cuando estos sectores intentaban pedir protección para la comunidad y denunciar daños sufridos por los diferentes combates era que, en la medida en que la comunidad de esos barrios no apoyara al Ejército suministrando nombres de los subversivos, no había nada que el Ejército pudiera hacer para evitar los combates o pérdidas de vidas humanas en la zona.
Los actores sociales que por su rol terminan involucrados en el desarrollo del conflicto no estaban de acuerdo con las acciones de la guerrilla, ni con la manera en la que exponían a la gente de la comunidad. Pero la gran mayoría de esos jóvenes que hacían parte de la guerrilla habían sido sus vecinos, familiares, alumnos o sencillamente, sus conocidos. Es el caso de los maestros para quienes los guerrilleros eran viejos alumnos a quienes ellos habían visto crecer y les habían enseñado a leer y a escribir. Cuando los muchachos corrían peligro era muy difícil dejar a un lado el rol de protectores y acompañantes que habían asumido durante toda la vida. En el momento en que tales sectores les avisaban a los jóvenes de la guerrilla que llegaba el Ejército para que escaparan o se escondieran no estaban apoyando un movimiento subversivo, estaban protegiendo sus muchachos. Los maestros estaban defendiendo los procesos que ellos mismos habían acompañado y liderado. De alguna manera su rol en la comunidad hacía necesario que protegieran a sus jóvenes, no a “unos guerrilleros”. En efecto, la especificidad de ciertos roles en una comunidad hace que, por ejemplo, la protección de los maestros esté mediada por unos lazos afectivos que la discusión sobre el “apoyo político” al Estado o a los actores armados tiende a desconocer. Renunciar a esa protección, a ese aparente “rescate” era, de alguna manera, renunciar a la apuesta que ellos habían hecho, al sentido del rol que cumplen en la propia comunidad. El problema radica entonces en los supuestos con los que nos acercamos a los vínculos políticos, en nuestra tendencia a suponer que los actores armados son cuerpos “extraños” en las sociedades locales o que tales sociedades son subversivas y opuestas al “establecimiento”.
El Estado a través de sus distintas agencias, algunas organizaciones y gran parte de los académicos, tiende a debatir tales situaciones en términos del “apoyo” o la “legitimidad” del Estado o los actores armados como si se tratara de un problema de decisiones o de preferencias. Esto tiene que ver con la inclinación a imaginar el mundo político como un mercado en el que cada consumidor debería poder expresar libremente sus elecciones y justificar sus consumos. Pero, unos y otros tendemos a olvidar que tal “apoyo” está mediado por relaciones afectivas que sólo pálidamente se dejan capturar por la categoría de filiación política y por nuestros anhelos de “libertad, igualdad y fraternidad”.
Es preciso insistir en la formulación de que los pobladores no protegen a los subversivos, sino a “sus muchachos”, no apoyan la subversión sino la vida de sus jóvenes. Tal desplazamiento en la forma de pensar el problema nos exige preguntarnos ¿cómo se vincula este tipo de afectos a la política estatal de participación de la ciudadanía en la derrota de los actores armados al margen de la ley? Y nos exige revisar ¿cómo comprendemos los vínculos políticos?, ¿qué papel le damos a la vida afectiva en la comprensión de aquello que llamamos un “proyecto político”, una democracia? Y es que la discusión sobre el desarrollo del conflicto suele centrarse en que los actores armados al margen de la ley han “perdido” el “respaldo popular”. Como si la vida social fuera solamente un asunto de elecciones y preferencias racionales, como si la estructura de las relaciones sociales no definiera unas posiciones y unas “disposiciones” hacia el conflicto.
Es importante también recalcar la importancia de los roles y de la dinámica propia de la vida social entre los pobladores a la hora de pensar sus relaciones con los actores armados y con el Estado. Ni la lucha “contrainsurgente” de los unos, ni la lucha “contra el establecimiento” de los otros logra capturar ese universo afectivo que liga a los pobladores y que les facilita transitar entre diversos bandos. Mientras nuestra comprensión de la política no incluya lo que Bourdieu (2000:55 y ss) denomina las “emociones corporales” (vergüenza, humillación, timidez, ansiedad, culpabilidad), mientras no incluya las pasiones y los sentimientos de amor, admiración y respeto, así como la ira y la rabia impotente, las acciones de los pobladores permanecerán convertidas en un misterio o peor aún en un delito y una traición.
• La segunda situación tipo que queremos reseñar tiene que ver con la valoración política que reciben los actos de “supervivencia”. En los últimos años distintos grupos de pobladores han protagonizado importantes movilizaciones a propósito de las negociaciones del gobierno nacional con los actores armados al margen de la ley, así como frente a políticas específicas adoptadas por el mismo gobierno nacional. Entre ellas se destacan las marchas de los llamados “cocaleros” del sur del país y las de los campesinos del sur de Bolívar. Las primeras han sido estudiadas por María Clemencia Ramírez quien ha mostrado la ambigüedad de las relaciones entre los líderes del movimiento, las FARC, y las autoridades políticas de los diversos niveles territoriales (Ramírez, 2002). Algo similar tuvo lugar en las marchas del sur de Bolívar; durante el año 2001 las comunidades de San Pablo, y otros municipios de esa región fueron presentadas por los medios de comunicación como comunidades que estaban en contra de la solicitud de la guerrilla de organizar en esas localidades la zona de despeje. Las cadenas de televisión y radio más importantes del país enviaron reporteros a la zona para hacer seguimiento permanente a las protestas y marchas que se estaban organizando en cada uno de esos municipios.
En el caso específico de San Pablo las protestas se realizaron en el parque del pueblo, en donde se reunieron aproximadamente mil habitantes durante varios días. Para las personas de afuera quedó claro que la comunidad de San Pablo estaba en contra del despeje y quería mantenerse al margen del conflicto armado. Para la gente de la comunidad los hechos que motivaron su presencia en el parque y la participación en las protestas fue otro: el control político y militar impuesto por las autodefensas, luego de un largo trabajo de “penetración” de la zona, así como de “distanciamiento” entre actores políticos locales y grupos insurgentes (Gutiérrez, 2003). Lo que nos interesa ahora es que los grupos de autodefensa se encargaron de ir casa por casa escogiendo a una o dos personas que debían participar en las marchas y permanecer en el parque durante los días de “protesta”. Los nombres de los escogidos fueron organizados en listas con las cuales se llevó el control de la asistencia al evento. A las personas elegidas se les dijo que recibirían comida gratis durante el día. Cada uno de los almacenes de San Pablo tuvo que aportar comida para organizar las ollas comunitarias de todos los días de la marcha. Muchas de las personas de la comunidad asistieron al parque con sus hijos para tener acceso a la comida que se estaba entregando. Incluso los encargados de hablar con los medios de comunicación presentes fueron “seleccionados” con anterioridad por las autodefensas2.
Cruzar la lectura del trabajo de Ramírez con la reseña de las marchas del sur de Bolívar resulta interesante pues recuerda que tanto los grupos de guerrilla como los de autodefensa recurren a prácticas similares para “promover” el apoyo a sus iniciativas. Este punto ha sido comentado por varios autores y ampliamente “denunciado” en algunos círculos de opinión. Desde la perspectiva de este texto no interesa si eso es “bueno o malo”; si nos gusta o no; si esa acción es “políticamente correcta o no”. Lo que nos interesa es que tales prácticas, que quedan muy bien recogidas en la formulación de un campesino que al ser interrogado sobre el por qué de su asistencia a una de las marchas señaló “vine voluntariamente obligado”3, exigen reconsiderar dos problemas:
Primero, ¿cuáles son nuestros supuestos sobre el “apoyo político”? ¿qué puede ser comprendido como apoyo político y cuáles son sus motivaciones? ¿cuáles son esas motivaciones ahora y en las condiciones de interacción de nuestros grupos poblacionales? No ¿cuáles deberían ser las motivaciones de la gente en su relación con los actores armados?, ni ¿cuáles son las motivaciones que sí deberían promover los actores armados o reconocerse como “políticas”? ¿cuáles deberían ser las relaciones entre los actores armados y la “ciudadanía” organizada?
La pertinencia de estas preguntas queda más clara si se recuerda que la discusión al respecto suele denunciar el hecho de que los pobladores se vinculen a estas acciones por “la comida”, o en términos generales “por la supervivencia”, y que los actores armados “instrumentalicen” los grupos sociales. A algunas organizaciones sociales, a algunos académicos y a amplios grupos de opinión “les incomoda” que la vinculación política se produzca de una manera que perciben como “aleatoria” o motivada por razones que consideran superficiales. Como si en tales condiciones no se jugara también la dominación política; como si la política fuera un asunto de diálogos y de hombres racionales, no de hábitos corporizados, no de disposiciones y estrategias. Como si la política se jugara en campos perfectamente definidos y pacificados.
Segundo, el desarrollo de las marchas también invita a preguntar ¿cómo los pobladores se relacionan con esas prácticas de los actores armados y qué implicaciones tiene el que el conflicto armado se viva y se juegue como parte de la cotidianidad? En el caso que venimos trabajando los pobladores desarrollaron distintas habilidades que les permitieron “aprovechar” las condiciones del contexto. Así, el escenario de negociaciones políticas fue transformado por los pobladores en un espacio de encuentro y “diversión”. En efecto, se ubicaron pequeñas canchas de tejo y puestos de venta de cerveza, controlados por las autodefensas y muchas familias pudieron comer gratis durante una o dos semanas. Toda la información difundida por los medios de comunicación le daba carácter “solemne” y “trascendental” a lo que estaba pasando en San Pablo y lo que esto significaba para el proceso de concertación de la zona de despeje; sin embargo, para una parte de los pobladores de San Pablo esos días fueron de diversión, de descanso, de encuentro e intercambio con los vecinos4.
Estos contrastes resultan de gran interés analítico. ¿Cómo podemos reflexionar sobre esta experiencia política sin editar la celebración macondiana y sin caer en lo que Zizeck llama “el gesto crítico estándar”? En el caso que estamos reseñando, tal gesto tendría varias modalidades. En las marchas algunos celebraron la creciente participación de los pobladores en los escenarios políticos; otros se quejaron de la superficialidad con la que las comunidades asumían el proceso de negociación, y los más destacaban la “manipulación” de que son víctimas los pobladores por parte de los actores armados. Nuestro interés al caracterizar esta situación como “típica” no es otro que mostrar las limitaciones de nuestras formas habituales de entender la política. No creemos que se trate de “realismo mágico” sino de formas de interacción, de prácticas y vínculos sociales que nos exigen producir nuevas categorías analíticas y nuevas formas de pensamiento. Categorías que estén menos marcadas por nuestro propios “deseos y temores” sobre los actores y sobre el conflicto5. En este punto la discusión nos lleva a revisar el proceso de producción del conocimiento y sus relaciones con la moral. Es necesario preguntar ¿cómo se reconcilia aquello que “tiene lugar” con lo que “deseamos” y consideramos que debe pasar?
Adicionalmente, esta situación tipo nos permite señalar que la comprensión de la política en aquellos casos en que ciertos eventos adquieren visibilidad nacional tiende a limitarse a la presentación de hechos concretos. La reflexión sobre el caso, la discusión política sobre sus implicaciones y la comprensión global que la sociedad mayor puede tener del episodio tiende a desconocer los intereses, los móviles y los códigos implícitos en las historias mismas. Es claro que esto se puede predicar de un conjunto amplio de fenómenos sociales y del tipo de conocimiento que generan los medios sobre ellos. Nuestro punto aquí es que esa construcción del evento impide una comprensión de la vida política en la que tenga lugar la ambigüedad de la interacción social. Ahora bien, cuando señalamos que algunos pobladores diseñaron estrategias para “acomodarse” al evento y divertirse no queremos “caricaturizar” la situación. Constatamos el hecho de que las negociaciones y las marchas tienen distintos significados para los diversos grupos de pobladores, para los agentes externos, para la sociedad local y nacional.
Constatamos también que a pesar de su solemnidad “política” las marchas son acompañadas por acciones de “divertimento” y que tal característica no es superficial ni anecdótica. Tampoco nos permitimos considerar tales acciones como “muestras de la resistencia del día a día” pero sí resaltamos que el hacer de la negociación un espacio de encuentro local revela el complejo juego de fuerzas que participan del desarrollo del conflicto armado. Suponer unos actores armados que lo controlan y manipulan todo es desconocer las estrategias de los grupos poblacionales y la ambigüedad misma de las relaciones sociales. Se toca aquí un terreno difícil. En palabras de Bourdieu “contra la tentación, aparentemente generosa, a la que han sacrificado tantas cosas los movimientos subversivos, de ofrecer una representación idealizada de los oprimidos y de los estigmatizados en nombre de la simpatía, de la solidaridad y de la indagación moral y de no señalar los propios efectos de la dominación, especialmente los más negativos, hay que asumir el riesgo de parecer que se justifica el orden establecido desvelando las propiedades por las cuales los dominados (mujeres, obreros, etc.), tal como la dominación los ha hecho pueden contribuir a su propia dominación” (Bourdieu, 2000: 138). En nuestro caso no queremos ni disculpar las prácticas de los actores armados en la “promoción de las marchas” ni “folclorizar” la manera en que los pobladores asumen el evento. Queremos señalar que unos y otros encarnan disposiciones que sólo se tornan discernibles cuando se reconstruyen las relaciones de interdependencia entre los diversos grupos sociales. Es más, queremos resaltar que son estas relaciones de interdependencia las que definen aquello que puede ser considerado como un “contenido” propiamente político. En efecto, la política se separa de otras formas de vinculación social que hoy taxonomizamos tranquilamente como económicas o religiosas con el desarrollo del capitalismo y la consolidación del Estado moderno (Arostegui, 1996).
• La tercera situación tipo que hemos caracterizado y que nos permite recalcar la necesidad de revisar la comprensión habitual de la política tiene que ver con lo que hemos llamado “dinámica de regulación”. Los grupos armados que controlan las diferentes comunidades del Bajo Atrato en el Chocó han decidido prohibir la salida de la gente hacia otras comunidades o hacia las cabeceras municipales. La movilización por el río está restringida, incluso la pesca. Las personas que necesitan salir de su comunidad deben contar con una autorización del grupo armado que controla. El grupo armado decide si la persona se puede ir; cuántos días puede estar por fuera; cuándo debe regresar; si lleva dinero, qué cantidad puede llevar; si va a comprar cosas, deciden qué productos puede adquirir y en qué cantidad. Los grupos armados en la zona están evitando, por todos los medios, que la gente se vaya y han establecido unos controles rigurosos al respecto. Las personas presentan la solicitud de salida y deben esperar hasta recibir respuesta por parte del grupo armado. En otra zona, los grupos de autodefensas dieron inicio a un proceso de cedulación de las personas que vivían en la cabecera municipal. Inicialmente realizaron censo de cada uno de las casas y, posteriormente, elaboraron una especie de cédula. Las personas que transitaban por la noche por el pueblo debían portar su cédula para poder verificar que eran residentes y no extrañas. Los “externos” no fueron “cedulados”, pero sí se recogió información sobre ellos. En el caso de las marchas promovidas por las autodefensas en el año 2001 en la cabecera municipal de San Pablo, los dueños de graneros y almacenes tenían la orden de no abrir sus locales ni vender productos por dos o tres días. Las personas que incumplían esta norma eran obligadas a pagar con bultos de cemento y a trabajar, por el número de días que el grupo considerara suficiente, en las obras de pavimentación que se adelantaban en unas calles de San Pablo. Lo mismo ocurría con los dueños de cultivos de coca que intentaran vender a personas diferentes a los delegados de las autodefensas para la compra de la base.
Hemos reseñado con cierto detalle estas “prácticas” porque han llevado a las organizaciones sociales que intervienen en las zonas de conflicto, tanto como a los analistas a discusiones sobre ¿por qué y para qué dichas acciones? En tales discusiones aparecen muchas “explicaciones”: por el control del territorio, por el control de la población, por los recursos, por las riquezas, como forma de expandir y controlar el narcotráfico, porque se trata de zonas estratégicas y porque la “guerra es un negocio”. Las organizaciones sociales, nacionales e internacionales intentan romper estos cercos de aislamiento y verificar las condiciones de vida de las comunidades, suministrarles ayudas alimenticias y brigadas de salud. Nos llama la atención que esas “prácticas” de los actores armados son vistas por organizaciones y analistas como meramente instrumentales. Se les caracteriza como formas de control de las que la población “debería” ser liberada. En efecto, las formas de dominación y control impuestas por los actores armados solo pueden empezar a ser comprendidas en su especificidad y naturaleza “a condición de superar la alternativa de la coacción (por unas fuerzas) y del consentimiento (a unas razones), de la coerción mecánica y de la sumisión voluntaria, libre y deliberada, prácticamente calculada” (Bourdieu, 2000: 53).
Y es que la condena de las formas de “regulación social” impuestas por los actores armados tiende a olvidar dos importantes procesos: uno, el carácter simbólico de la regulación y los aprendizajes y moldeamientos que las acciones de los actores armados generan en las poblaciones. Dos, el que tales formas de regulación expresan un momento particular de la estructura de interdependencias de la sociedad. En efecto, el hecho mismo de que unos y otros recurran a prácticas “de control” similares debería alertarnos sobre la naturaleza de tales acciones. No se trata solamente de elecciones “políticamente incorrectas” de los actores, ni de decisiones con miras a expandir su poder militar o social. Tales prácticas revelan la forma que toma la interacción de ese actor con el tipo de comunidad con el que se relaciona. Sin duda, hay intereses pero ellos no se definen por fuera de la historia de lo que son las relaciones entre los grupos, ni se oponen per se al proceso de construcción de la identidad. En este punto es importante recordar un planteamiento de Charles Tilly sobre las dicotomías que impiden comprender las dinámicas de conflicto político y cambio social. El autor recuerda que en los estudios sobre estos procesos se suelen contraponer identidad e interés, el análisis se suele centrar en las “causas del conflicto” y no en su dinámica relacional. Se tiende a desconocer, por tanto, el tipo de exigencias que el desarrollo del conflicto como tal impone a los actores (Tilly, 1998). Esta aclaración nos permite recordar que la discusión sobre las prácticas de regulación adelantadas por los actores armados exige reconocer que tanto la violencia como la política están apuntaladas en la dinámica de las estructuras sociales. Es allí en donde ellas se definen y por eso, ni la violencia es la negación de la política, ni esta última es el universo del diálogo, la argumentación y el consenso. Una y otra son tipos particulares de relación social, que en ciertas coordenadas históricas aparecen como indistinguibles (Escalante, 1986, Arostegui, 1996).
El carácter exploratorio del texto y la importancia que concedimos a los datos de campo nos permitió plantear un conjunto de preguntas que consideramos centrales en la reconceptualización de la política y de sus relaciones con las dinámicas de violencia. Nuestro esfuerzo se concentró en la identificación de situaciones tipo y en producir cierto extrañamiento sobre circunstancias que son ampliamente conocidas por distintos grupos poblacionales.
Consideramos que se trata de un ejercicio relevante puesto que una de las principales transformaciones de la vida social contemporánea es la incertidumbre en torno al lugar de la política y del conocimiento en la orientación de la vida social. Incertidumbre que resulta aún más difícil de sobrellevar cuando se recuerda que el carácter burgués de las ciencias sociales tuvo como correlato el que sus categorías dieran por supuesta una sociedad pacífica y una perfecta separación entre Estado y sociedad en los márgenes del Estado nacional. En este momento no es clara la “pacificación” de las sociedades; se discuten los límites territoriales de la vida social y se pelea con un tipo de conocimiento que tenía en la dominación política estatal uno de sus principales referentes y soportes. Es posible que esta transformación del lugar del conocimiento y la discusión contemporánea sobre los vínculos entre conocimiento y moral y entre esta última y la política configuren una nueva forma de preguntarse y de asumir la violencia y el conflicto político; una manera en la que la vida moral no quede congelada en la escena entre Adán y Eva, para utilizar la bella expresión de Bauman (2002: 176 y ss).
Al final de este recorrido y de la insistencia en un conjunto de preguntas que exigen transformar nuestra comprensión de la política nos queda recalcar que tal proceso es inseparable de una discusión sobre nuestras “certezas morales”. Se trata de un viejo problema: “poco falta para que asimile las reglas de Descartes a este principio de aquel químico cuyo nombre no recuerdo: tome lo que se necesita y proceda en la forma apropiada, así obtendrá lo que usted desee obtener. No admita nada que no sea verdaderamente evidente (es decir lo único que usted deba admitir); divida al sujeto en las partes requeridas (esto es, haga lo que deba hacer); proceda conforme al orden (el orden según el cual deba proceder); realice enumeraciones completas (es decir las que deba realizar): éste es exactamente el proceder de aquellas personas que afirman que hay que perseguir el bien y rehuir el mal. Poca duda cabe de que todo es correcto; sólo faltan los criterios del bien y del mal”6. Descartes y Leibniz no conocieron “la modernidad” de la violencia. Sin duda, la lucha por los criterios de bien y mal y el desgaste de los procedimientos le asignará a la violencia y a la política un nuevo lugar.
1 Una revisión de la manera en que distintos autores han trabajado las dinámicas de interacción entre actores armados y grupos poblacionales puede leerse en el trabajo colectivo de Fernán González, Ingrid Bolívar y Teófilo Vásquez titulado Violencia política en Colombia. De la nación fragmentada a la formación del Estado. Cinep, 2003. Ver especialmente la discusión de los trabajos de María Teresa Uribe y Daniel Pécaut.
2 La presentación que se hace aquí de los eventos consulta distintas fuentes. La experiencia de campo, la manera como los principales periódicos registraron los hechos y la tesis de Omar Gutiérrez (2003), “El auge del paramilitarismo en el sur de Bolívar o la malograda integración al orden”, para la maestría en Análisis de problemas políticos, económicos e internacionales contemporáneos, Universidad Externado de Colombia, Instituto de Altos Estudios para el Desarrollo. Bogotá, marzo de 2003.
3 Debemos esta referencia al trabajo de campo de nuestro compañero Teófilo Vásquez.
4 Trabajo de campo. Lorena Nieto.
5 La expresión “deseos y temores” es tomada de Norbert Elias y alerta sobre la relación que las categorías analíticas tienen, todo el tiempo, con nuestra vida social. Las categorías no son neutrales pero sí pueden irse distanciando de nuestros anhelos.
6 Leibniz citado en (Bourdieu, 1995:159)
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