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Cambio social y dinámica familiar

Mudança social e dinâmica familiar

Social change and family dynamics

Mercedes González de la Rocha*


* Antropóloga mexicana estudiosa de la familia urbana. Desde 1981 es Profesora-investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social en su sede Occidente,
Guadalajara, México.


Resumen

El artículo aborda algunos de los más relevantes cambios en la organización social de las familias urbanas en México y plantea la importancia de analizar los grupos familiares que difieren del modelo tradicional (nuclear, basado en la figura del hombre adulto proveedor).


Los procesos de reestructuración económica, exclusión laboral y social que se han hecho patentes en los últimos años han dejado su huella en los arreglos familiares y domésticos. Los mecanismos de sobrevivencia tradicionalmente instrumentados por los pobres urbanos –al interior de la familia y en sus redes de apoyo– requieren de insumos provenientes del salario. Cuando la exclusión laboral de la que son objeto muchos individuos urbanos reducen significativamente el salario, los mecanismos de sobrevivencia se ven seriamente afectados. Las redes sociales de apoyo y la capacidad de los pobres de autoprovisionamiento son complementarias y no sustitutas del salario (González de la Rocha 1999a). El ensayo se centra en algunas de las principales transformaciones que se han gestado en las estructuras familiares, en la división del trabajo y en la organización social de las familias o grupos domésticos familiares. La familia es una institución que no está al margen de los vaivenes de cambio de la sociedad. Es, al contrario, muy sensible a dichos cambios. La reestructuración de las relaciones de género, las nuevas formas de división del trabajo en donde sobresale el deterioro de la función de proveedor entre los hombres, y la incipiente erosión de las estructuras de poder en la dimensión familiar, constituyen los principales vehículos de divergencia del modelo tradicional y serán los ejes de la discusión presentados en este texto. Sugiero que "los hábitos cotidianos de vivir en familia" (Wainerman 1994) han sufrido transformaciones significativas y que es necesario transgredir nuestro pensamiento sobre lo cotidiano, lo familiar y lo íntimo para dar cuenta de las nuevas formas de vida social en la dimensión familiar y doméstica.

Las formas sociales que asume la familia en México así como en el mundo entero, rebasan los límites impuestos por el modelo de la familia nuclear, compuesta por una pareja y sus hijos. A pesar de las evidencias sobre la diversidad familiar, las ideas en torno al modelo de familia tradicional prevalecen aferradas a valores y nociones de orden público, legal y moral. Cuando la existencia de otras formas familiares es reconocida, éstas son vistas como patologías, como casos desviantes, como ejemplos de anormalidad (Chant 1999). Según estos lincamientos, la familia "normal", no patológica ni desviante, es aquella compuesta por un matrimonio heterosexual legal y permanente, sexualmente exclusivo, con hijos, en donde el hombre adulto (esposo y padre) juega el papel de proveedor económico principal y constituye la autoridad fundamental (Geldstein 1994). La existencia y aumento de tipos y formas "divergentes" al modelo tradicional de familia parecen formar parte de un proceso de cambio más amplio, que abarca a la institución familiar pero no se circunscribe a ella (Giddens 1993, Castells 1996). Aunque de hecho, y a pesar de las diferencias, la familia nuclear continúa en el México urbano de hoy como el modelo más numeroso y común, existen otros tipos y "arreglos" en los que aparecen distintos ejemplos de relaciones sociales y distintas prácticas cotidianas de vivir en familia. Los hogares ampliados y extensos, los de jefatura femenina, los de tipo unipersonal, son todos ellos hogares que se apartan del modelo tradicional y que están en proceso de crecimiento. Lejos de ser formas patológicas, las unidades familiares no nucleares deben ser entendidas como parte de la compleja configuración que las familias asumen en México y en el mundo entero. Los grupos familiares y domésticos constituyen unidades diversas y dinámicas (Chant 1997) que no pueden ser analizadas a través de herramientas conceptuales rígidas y estáticas. Hablar de " la familia" (en singular y sin considerar la diversidad) dejó de tener utilidad, incluso cuando los análisis se sitúan en una categoría social relativamente homogénea (los sectores populares, el campesinado, los sectores medios, etc.) dada la gran variabilidad de formas y tipos que es posible encontrar. Además, es necesario seguir enfatizando en la importancia del estudio de la dinámica familiar y doméstica para entender los cambios que se generan en estas unidades.

Se ha observado que los varios tipos de grupos domésticos constituyen escenarios sociales en donde la búsqueda y obtención de recursos adquiere características propias. Los análisis de Chant (1991) dieron cuenta de las ventajas de la extensión de los hogares cuando éstos eran encabezados por mujeres. E n los diversos trabajos realizados en Guadalajara, la segunda ciudad en la jerarquía urbana mexicana, pudo constatarse que los hogares extensos eran mucho más capaces de generar recursos y de proteger sus niveles de ingreso y consumo durante épocas de crisis WBL. (González de la Rocha 1988, 1994). Las investigaciones ^ realizadas por Bazán (1998) y Estrada (1996) en la ciudad de México mostraron que la fam i l i a extensa ha sido un recurso extremadamente importante para paliar el deterioro de los salarios. Todos esos estudios han dado evidencias del dinamismo de los grupos familiares y de su íntima relación con los también cambiantes mercados de trabajo.

Existe consenso en que los cambios económicos y sociales más amplios producen un proceso de transformación de las familias y los hogares, y que los procesos de reestructuración económica han acarreado una organización de la vida íntima/privada (Giddens 1993, Benería 1992, González de la Rocha 1994). Son muchos los autores contemporáneos que han aceptado el desafío de entender las transformaciones que la familia ha experimentado en contextos de cambio social más amplio. En el caso mexicano, los estudios de corte socio-demográfico así como las investigaciones realizadas por antropólogos y geógrafos humanos, han dado particular importancia al análisis de la familia y los hogares (García, Muñoz y Oliveira 1982, García y Oliveira 1994, Chant 1991, 1997, Selby et al. 1990, González de la Rocha 1986, 1994). Aunque con particularidades que tienen que ver con diferencias en el método de investigación y con intereses distintos, los estudiosos de la familia en México concuerdan en la utilidad de analizar al grupo doméstico familiar como una organización social fundamental que desempeña un papel central en la reproducción cotidiana y generacional de los individuos. De central relevancia ha sido el análisis de los cambios gestados al interior de los hogares y las familias por transformaciones sociales y p económicas a lo largo de los trepidantes años de crisis, ajuste y reestructuración. La perspectiva de género ha sido particularmente útil para detectar y analizar los impactos diferenciales entre hombres y mujeres dentro de las familias y los grupos domésticos. Las contribuciones de la antropología han sido claves para develar la diversidad familiar y la íntima relación entre las familias, las condiciones económicas más amplias y los cambiantes sistemas de trabajo. La investigación antropológica ha hecho patente que las formas y tipos de organización de los grupos residenciales o domésticos y los sistemas de parentesco constituyen construcciones sociales e históricas. La atención, por lo tanto, debe enfocarse a analizar y a entender la variación y sus posibles causas, y a reintegrar el estudio de las formas familiares y domésticas en contextos sociales e históricos más amplios1, tarea que ha sido realizada y continúa en proceso en investigaciones actuales.

Un elemento crucial de cambio lo encontramos en la transformación de la condición de las mujeres en su entrada masiva a los mercados laborales mexicanos, especialmente en los contextos urbanos. Este elemento es, según Castells (1996), fundamental para entender la dinámica que las familias de hoy están experimentando. Las mujeres en su participación en empleos pagados, aún bajo condiciones de discriminación laboral, se ven a sí mismas como miembros de la fuerza de trabajo y se encuentran en mejor posición de negociación en el hogar. De esta forma, la división del trabajo basada en la figura masculina de proveedor y la femenina de ama de casa perdió su base de legitimación cultural. Se ha producido, según este autor, un cambio dramático en los valores de la sociedad y particularmente en los valores de las mujeres en un corto período de tiempo. Parte de ese cambio se refleja en la no aceptación de las normas y valores que se hallan en la base de la institución social de la familia patriarcal. Tanto Castells como Kaztman (1992) y Safa (1995) coinciden en señalar que ha sido la combinación de fuerzas y necesidades económicas, políticas e ideológicas lo que ha ido configurando un nuevo campo histórico que tiene impactos profundos en la sociedad y especialmente en la familia. E l aumento de las tasas de divorcio y de los hogares monoparentales (la mayoría de jefatura femenina), son indicadores de algunos de los cambios en la familia tradicional. Cambios silenciosos se han operado también en los roles familiares y en los patrones de socialización de los niños, en las negociaciones dentro de la familia y en el ámbito de la sexualidad. Para Castells, la sobrevivencia de la familia requiere de la aparición de nuevas formas institucionalizadas de relaciones sociales que estén basadas (o en concordancia con) los nuevos roles y funciones de las mujeres.

Es evidente que los planteamientos de Castells, construidos a la luz de fenómenos provenientes de sociedades capitalistas avanzadas, están lejos de ser totalmente válidos para las sociedades latinoamericanas en donde las formas familiares, si bien diversas y sumamente dinámicas, no presentan las mismas características que las familias en otros países. S i n embargo, resulta interesante que, para el caso latinoamericano, el trabajo desempeñado por las mujeres, la masiva entrada de éstas a los mercados laborales, juega también un papel fundamental para entender los cambios recientes. En estos contextos aparece, no obstante, un elemento ausente en el discurso y el planteamiento de Castells: los hombres y su aparente incapacidad de cumplir con los roles tradicionalmente asignados a ellos. E n las escasas referencias que Castells hace para hablar de los hombres, éstos aparecen como "los hombres inciertos"2 que ven sus intereses amenazados por mujeres cada vez más liberadas de valores patriarcales. Para Safa (1995), en contraste, los hombres son personajes que han perdido la capacidad de jugar el rol de proveedores económicos y las mujeres son los actores más importantes en las economías domésticas de los países caribeños. Kaztman delimita su interés en los sectores populares latinoamericanos y se pregunta por los cambios recientes en la situación de los hombres y su impacto en la constitución y organización de las familias. Para él, los contextos latinoamericanos están caracterizados por una situación de anomia social que afecta particularmente a los hombres, más que a las mujeres, de los sectores populares urbanos. Esta anomia, nos dice, surge del "...desajuste entre los objetivos culturalmente definidos para los roles masculinos adultos en la familia y el acceso (restringido) a los medios legítimos para su desempeño..." (Kaztman 1992: 88). Los cambios estructurales en América Latina han transformado de manera profunda la organización familiar, en donde el aumento de las mujeres en los mercados laborales aparece como un elemento muy importante. E n el contexto latinoamericano, la entrada masiva de las mujeres en el empleo aparece como el resultado de la necesidad de complementar los insuficientes ingresos del hogar, como producto de la pobreza y como efecto, también, de procesos demográficos (reducción de tasas de fecundidad) y de los avances educativos. La mayor incorporación de las mujeres en el ámbito del trabajo asalariado y las consecuencias que las crisis económicas han tenido sobre las remuneraciones, el desempleo masculino y la creciente inestabilidad, son factores que contribuyen a minar la capacidad de los hombres y a debilitar su autoridad en el espacio familiar. Los hombres aparecen, en el argumento de Kaztman, como aprisionados entre las fuerzas materiales apremiantes y las transformaciones en las prácticas cotidianas y los valores tradicionales. La pobreza en la que viven las mayorías urbanas, las variaciones en los mercados laborales y las estructuras de empleo, y los cambios que los hombres han sufrido en su papel de trabajadores, de maridos y de padres (proveedores), son elementos importantes para entender y explicar lo que sucede al interior de las dinámicas familiares y domésticas.

Al igual que en el argumento de Castells, la pérdida o debilitamiento de la autoridad masculina aparece en un lugar central del planteamiento de Kaztman3. Para este investigador, la autoridad familiar constituía una de las pocas fuentes de autoestima masculina. Perderla - o verla debilitada- ha producido un daño profundo en la valoración que los hombres tienen de sí mismos. Se trata de una "devaluación estructuralmente condicionada de su imagen propia (del hombre)"4. Como resultado de esta devaluación y del deterioro de la autoestima masculina aparece el abandono y, con ello, el fenómeno creciente de hogares familiares "incompletos", de jefatura femenina.

Los análisis de Safa en el Caribe dan cuenta de procesos semejantes a los planteados por Castells y Kaztman. Para esta autora, el concepto de hombre proveedor se ha convertido en un mito en el contexto de las economías domésticas caribeñas en donde las mujeres juegan un papel crecientemente importante. Este mito, nos dice, es el resultado de la nueva división internacional del trabajo que ha llevado a la relocalización de partes de los procesos productivos a territorios que ofrecen abundante mano de obra femenina barata. Estos procesos implicaron la participación masiva de las mujeres en los empleos ofrecidos por las nuevas plantas i n dustriales, en un contexto en el que los hombres sufrían las consecuencias del desempleo, la reducción de los ingresos reales y, en general, el deterioro de su papel de proveedores económicos. Mientras los hombres veían minadas sus capacidades de cumplir con dicho papel, las mujeres se convirtieron en coproveedoras imprescindibles5. Estas situaciones estuvieron acompañadas por el aumento del número de hogares de jefatura femenina, los que parecen constituir escenarios domésticos no sólo viables sino también idóneos para las nuevas condiciones sociales y también resultado de ellas.

Aunque con énfasis distintos, y con argumentos elaborados para contextos sociales diferentes, es claro que Castells, Safa y Kaztman coinciden, al menos, en los siguientes elementos del proceso de transformación de la familia:

  1. La creciente participación de las mujeres en el mundo del trabajo asalariado.
  2. La presencia también creciente, de hogares unipersonales, extensos, ampliados y de jefatura femenina.
  3. El cambio en las relaciones intra-familiares, incluido aquí el debilitamiento de la autoridad masculina.

Las investigaciones realizadas en México han mostrado un complejo panorama. La participación de las mujeres en el mundo del trabajo no necesariamente les ha brindado una mejor posición para negociar dentro del hogar ni una relación más armónica e igualitaria entre hombres y mujeres. ¿Cómo van a beneficiarse del trabajo, nos preguntábamos, si las mujeres de escasos recursos trabajan por ingresos a escondidas de sus hombres? ¿Es posible obtener mejoras sustantivas en las negociaciones y confrontaciones a partir de ingresos tan bajos y de cualquier manera tan comprometidos con la subsistencia de los hijos? Tanto el estudio de Benería v Roldan (1987) como los realizados por García y Oliveira (1994) y González de la Rocha (1986) documentaron las escasas posibilidades de las mujeres trabajadoras en México para mejorar su situación dentro de grupos familiares y domésticos caracterizados por aguda pobreza, relaciones desiguales y violentas, y distribución desigual de los recursos. Más aún, Benería y Roldan mostraron la existencia de complejos y sutiles elementos de control masculino sobre los ingresos femeninos. El estudio de García y Oliveira, además, mostró que los hogares en donde las mujeres obtienen los ingresos más importantes para la supervivencia del grupo, pero existen varones corresidentes (los maridos), son los hogares en donde la violencia doméstica se hace sentir con mayor fuerza y las mujeres se ven sometidas a esa paradójica situación en la que los hombres no cumplen con su rol de proveedores pero siguen imponiendo su autoridad y su control.

Las crisis económicas en México han transformado los mercados laborales, lo que ha afectado profundamente la vida familiar. A dos décadas del constante incremento de las mujeres en el ámbito del trabajo asalariado, de la continua precarización del empleo y del aumento del desempleo masculino, el México urbano del final del milenio es el escenario del aumento de familias no tradicionales, en donde se destaca el incremento de hogares unipersonales, de hogares extensos y compuestos y de hogares de jefatura femenina (Chant 1997 y 1999, González de la Rocha 1993 y 1999b). Con esta afirmación no pretendo negar la permanencia de las relaciones desiguales entre los géneros, ni hablar, al estilo de Castells, de un nuevo campo histórico en el que las bases de la jerarquía doméstica, dominada por los varones adultos, han sido erosionadas irremediablemente. Sin embargo, sostengo que las mujeres juegan un papel cada vez más importante en las economías domésticas y que es posible detectar contradicciones inherentes a la familia tradicional en su confrontación con los cambios económicos y sociales del contexto en el que se inscriben. Se ha producido, también, un incipiente pero real cambio de valores respecto del trabajo femenino y del papel de las mujeres en ámbitos no domésticos, tanto en los discursos femeninos y masculinos, como en las prácticas cotidianas de relacionamiento social (González de la Rocha 1998). Es necesario enfatizar que el desempleo masculino, en aumento durante los años noventa, ha jugado un papel importante en esta redefinición de roles, valores y significados, y en los cambios que es posible detectar en las prácticas cotidianas de vivir en familia . Aunque existen aún mujeres que trabajan a escondidas de sus hombres, y que someten su trabajo a una auto-sub-valoración, al verlo como "ayuda", son cada vez más las mujeres que estiman su trabajo como un elemento crucial en la cotidiana lucha por la sobrevivencia. Son muchas, también, las que deciden separarse de hombres violentos, alcohólicos y 'desobligados' y emprender la aventura de criar solas a sus hijos. Aumentan las jóvenes que prefieren no casarse ante un mercado de matrimonio tan precarizado como el mercado laboral. La 'mujer dejada, abandonada', aunque sigue figurando, coexiste con la mujer que toma decisiones6. Sin plantear que la familia en México está en proceso de "caribización", sugiero que nuestros análisis sean sensibles a los efectos que estos fenómenos sociales (particularmente el desempleo masculino) tienen en la conformación y organización de grupos familiares.

En efecto, hay cada vez más indicios de lo que Giddens (1993) llama "la transformación de la intimidad". Por ello la importancia del análisis de las formas familiares que se apartan del modelo tradicional. Si bien es interesante saber si son unidades familiares viables, conocer sus recursos y las bases sociales de su sobrevivencia y reproducción, el análisis y la comprensión de este tipo de agrupaciones es pertinente en una discusión como ésta porque constituyen las unidades en donde alguno o varios de los elementos que conforman el patrón tradicional de familia han sido erosionados y transformados. Los hogares de jefatura femenina (en constante aumento tanto en México como en el resto de América Latina y, en verdad, del mundo entero), constituyen los escenarios sociales en donde o bien la mujer dijo NO a la autoridad masculina (Castells), o bien en donde el hombre abandonó a la mujer y a los hijos ante la imposibilidad de cumplir con el papel socialmente asignado (Kaztman), pero –en cualquier caso– en donde el hombre proveedor no existe (Safa) y las mujeres han asumido la carga y han conquistado un poco más de control. El hecho de que las mujeres sean cada vez más capaces de sobrevivir y de mantener a sus hijos a través de los ingresos obtenidos con su trabajo, y que incluso prescindan de los maridos para convertirse -de hecho y de derecho- en mujeres jefas de hogar, constituye una fuerte amenaza al modelo tradicional de familia. Los hogares familiares de jefatura femenina son escenarios sociales (seguramente no los únicos pero sí de los más importantes) en donde es posible encontrar algunas vertientes de la transformación que la familia ha sufrido en México (González de la Rocha 1999b).

Para cerrar este ensayo me parece pertinente referirme a la supuesta vulnerabilidad de los grupos familiares de jefatura femenina. Hay cada vez más evidencias que apoyan la viabilidad económica (y social) de las formas no tradicionales. Los estudios de caso realizados en distintas ciudades mexicanas nos hablan de los retos que la jefatura femenina (y otras formas familiares no tradicionales) impone a las mujeres. E n los discursos femeninos –y en las prácticas observadas en estos hogares– surgen elementos de lo que podríamos llamar su "situación contradictoria de vida". Sin negar las dificultades económicas que experimentan, estas mujeres hablan también de la tranquilidad que les da el haber abandonado (o haber sido abandonadas por) a un hombre violento, desobligado de sus responsabilidades y frecuentemente alcohólico. Los análisis realizados por Cortés y Rubalcava (1995), por otro lado, son contundentes: la jefatura del hogar, por sí misma, no explica la mayor o menor pobreza de un hogar. Los hogares de jefatura femenina no son, como muchos se empeñan en afirmar, los más pobres, y existe cada vez más información sobre la capacidad de las mujeres de subsanar la ausencia del hombre varón que se desempeña como jefe (supuestamente proveedor) a través de la corresidencia con otras mujeres adultas, del trabajo de los hijos o de la intensificación de su propio trabajo.

Hasta aquí he hablado de cambios que operan en la división del trabajo y del papel transformador que las mujeres han jugado en ese ámbito o dimensión de la vida familiar y doméstica. Este es un tema que se caracteriza por su visibilidad y que ha sido objeto de mis análisis. No es difícil reconocer que las mujeres en México –de los sectores populares, de los sectores medios y hasta aquellas que pertenecen a categorías sociales privilegiadas– participan activa y masivamente en los mercados laborales mexicanos (sean urbanos, rurales, trasnacionales, globales) y que ello ha implicado cambios y reajustes en la esfera doméstica. Existen otras dimensiones, mucho más ocultas pero no menos importantes, que debemos incluir en los estudios y reflexiones sobre las transformaciones que han ocurrido en las relaciones familiares y domésticas. Podemos seguir a Giddens (1993) y decir que la transformación de la intimidad que ha acompañado a los cambios macro sociales y económicos tiene una influencia subversiva sobre las instituciones sociales y que sus cambios son, en verdad, revolucionarios y muy profundos. Debemos, sin embargo, actuar con cautela y limitar nuestra reflexión por el momento a pensar en la intimidad como un espacio en donde se desenvuelven las vidas cotidianas de hombres y mujeres, en donde tienen lugar afectos y conflictos, de donde surgen separaciones y divorcios y donde existen vínculos que sobrepasan el ámbito doméstico. Espacio de violencia, en donde los intereses individuales se encuentran y se confrontan. Espacio de procreación y de socialización de nuevas generaciones. Espacio en el que se reproducen prácticas, valores y patrones, pero también espacio de lucha y resistencia, de permanencia y de cambio. Por supuesto, los cambios culturales, que se inscriben en los sistemas de valores y significados, no son evidentes pero urge conocerlos. Se trata de cambios silenciosos y, con frecuencia, dramáticos y perturbadores puesto que ocurren en oposición a valores tradicionales y conservadores que ejercen represión y oponen resistencia en aras del modelo familiar tradicional: opresor y represivo de los intereses de las mujeres y al mismo tiempo adulador de la solidaridad y la capacidad familiar de sobrellevar las crisis, del tamaño que éstas sean.


Citas

1 Sin decir, además, que otro acierto de la antropología fue el introducir el análisis procesual en el estudio de los contextos domésticos y familiares. Véase el trabajo clásico de Meyer Fortes sobre la reproducción social entendida como un ciclo y el papel activo de los grupos domésticos en el proceso de reproducción y los cambios a lo largo de los llamados ciclos domésticos o ciclos de desarrollo familiar. Dejar de concebir a la familia y a los grupos domésticos de manera estática fue un avance importante. La dinámica doméstica, los procesos de cambio y las transformaciones a lo largo de la vida social de las familias y los hogares empezaron a ser temas importantes de investigación.

2 "The escape to freedom in the open, informational society may lead to individual anxiety and social violence until new forms of control are found that bring together men, women and children in a reconstructed family structure better suited to reconcile liberated women and uncertain men" (Castells 1996: 25).

3 Me temo que el cambio de énfasis es más que un detalle de expresión: para Castells este fenómeno es uno que las mujeres han ganado. Para Kaztman es algo que los hombres han perdido.

4 Se requieren más estudios desde la perspectiva de los hombres, en el campo de la construcción de las masculinidades, para ahondar en este fenómeno. S i es cierto que, como lo plantea Kaztman, la autoridad familiar es una de las pocas fuentes de autoestima masculina se trata entonces de una autoestima gestada y construida sobre las bases de la desigualdad que permea las jerarquías domésticas.

5 Según Safa (1995), tres cuartas partes de las mujeres entrevistadas en Puerto Rico (trabajadoras de la industria del vestido) consideraban que sus familias no podrían sobrevivir s in sus salarios. Las contribuciones de las mujeres nunca representaban menos del 40% del ingreso total anual de los hogares, aún en los casos de mujeres solteras. Cifras semejantes nos hablan de la importancia del trabajo femenino en las economías de los hogares de Cuba y República Dominicana.

6 Los estudios realizados en Guadalajara me han llevado a plantear que las economías familiares llevan actualmente el sello del deterioro del papel masculino. Esto, sin duda, tiene implicaciones significativas en otros ámbitos de la vida familiar y social: el aumento de embarazos fuera de la unión, el aumento de mujeres separadas y divorciadas durante los últimos años, y el descenso proporcional de las viudas entre las mujeres que encabezan hogares monoparentales. Las mujeres, cada vez con más frecuencia, deciden separarse o divorciarse, lo que nos aleja de las ideas en torno a las mujeres pasivas y abandonadas.


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