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Errancias: la perspectiva de los procesos subjetivos

Errancias: a perspectiva dos processos subjetivos

Errancias: the perspective of the subjective processes

David Maldavsky*


* Autor de varios libros, entre ellos Procesos y estructuras vinculares (Nueva Visión, 1991); Judeidad: modalidades subjetivas (Nueva Visión, 1993); Linajes abúlicos (Paidós, 1996) y Sobre las ciencias de la subjetividad (Nueva Visión, 1997). Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Hebrea Argentina Bar Ilán.


Resumen

Desde la perspectiva de los procesos subjetivos, el nomadismo (con o sin metas) conduce a prestar atención al nexo con lo diverso, a la apropiación identificatoria o el repudio de los orígenes somáticos, las cuestiones ligadas con el multilingüismo, con la transmisión intergeneracional de los traumas y de las migraciones simbólicas de elementos correspondientes a lenguajes del erotismo que arraigan en los receptores al evocar relaciones de similitud o de complementariedad.


Presentación

En este trabajo procuro encarar el nomadismo en el marco de los procesos subjetivos e intersubjetivos. Tras categorizar diferentes tipos de errancias (con o sin metas) destaco la importancia del nexo con lo diverso, la apropiación identificatoria de los orígenes somáticos así como los efectos del repudio de la propia estirpe. Luego me refiero al problema del multilingüismo desde la perspectiva de los estratos mnémico- cognitivos, y de las erogeneidades y los conflictos anímicos, y presto especial atención al lenguaje críptico (es decir, el que contiene una referencia a la muerte y un sentimiento de injusticia mudo). En un tercer apartado considero un modo particular de transmisión a través de las generaciones, la de las situaciones traumáticas. Me refiero entonces a las formas y los contenidos transmitidos y también al camino para consumar esta transmisión entre generaciones: una intrusión del erotismo hipertrófico seguido de un retiro del amor desde una generación a la siguiente. Por fin estudio las errancias simbólicas, cuando ciertos elementos anímicos circulan en los nexos intersubjetivos debido a que resultan evocados lenguajes del erotismo similares o complementarios.

Errancias

La errancia ha sido objeto últimamente de diferentes estudios en el marco de las ciencias de la subjetividad. Básicamente podemos distinguir entre dos alternativas: aquella que tiene una orientación, un sentido, y aquella que no la posee. En el grupo de las primeras figuras desde las migraciones territoriales de los grupos judíos en la Diáspora, hasta los desplazamientos de los pueblos pastores o guerreros triunfantes o derrotados (que procuran retornar a sus hogares). En el grupo de las segundas figuran sujetos o grupos caracterizados por la falta de objetivos, inclusive de líderes, y que vagan por espacios urbanos, suburbanos y rurales. Quizá un buen ejemplo de ello sea el personaje protagónico de La música del azar, de Auster.

En el primer grupo prevalece una tensión entre los nexos inmediatos, construidos en el territorio por el que circulan, y los proyectos, las aspiraciones y los ideales individuales y colectivos. Suelen presentarse conflictos entre la inserción en la trama societaria de los grupos circundantes (con las consiguientes identificaciones) y la fidelidad al origen y al destino propuesto para el propio grupo. A la vez, entre estos grupos en desplazamiento existen diferencias, ya que algunos tienen un territorio que aspiran a recuperar o poseen una fuerte tradición cultural a la cual remitirse como sostén identificatorio. Otros, en cambio, basan el desplazamiento permanente en una práctica que se traslada de una generación a la siguiente, y que suele estar enlazada a las modalidades de obtención del sustento, aunque también a un declarado amor a la libertad.

Antes de avanzar en la consideración de otras cuestiones, creo conveniente prestar atención al otro tipo de errancia, carente de metas y de nexos identificatorios. Advertimos de entrada que esta forma de categorizar tal tipo de errancia (por lo negativa, por aquello de lo que carece) es empobrecedora, ya que implica tomar a la otra modalidad del desplazamiento espacial como parámetro. En realidad, en el viajar sin rumbo ni ideales hallamos un rasgo en común, la producción de incitaciones rítmicas mecánicas, que suelen tener un efecto calmante sea al apaciguar una presión interna hipertráfica, sea a la inversa, al adicionar una estimulación ante el riesgo de una caída hemorrágica de la tensión vital. A ello se suele agregar el hecho de que ciertas vivencias catastróficas operaron como fundamento para que el sujeto se promueva a sí mismo permanentes estados de desarraigo. Suelen reiterarse procesos de autoexpulsión fuera de los grupos, complemento de una disposición al abandono de sí, a dejarse morir.

En otras oportunidades estudié (Maldavsky, 1993) respecto de la comunidad judía en la Diáspora, algunos de los rasgos recién descritos de la errancia en sus diferentes versiones. Consideré el valor del encuentro con lo diverso, la relación subjetiva con los ideales, las tradiciones y los poderes internos en la comunidad, la identificación o el repudio del propio origen, el nexo, con el mundo gentil, no judío, la pérdida del contexto derivada de los desplazamientos espaciales. En todos los casos es posible prestar atención a las modalidades singulares de resolución de los múltiples conflictos entre los fragmentos anímicos en pugna, modalidades que corresponden a las formas de expresión de la subjetividad, en la que tienen fuerte peso las erogeneidades entramadas en combinatorias diferenciales en cada quien. Al enfocar estas cuestiones en relación con la comunidad judía, destaqué que intentaba además realizar aportes al estudio de situaciones grupales e individuales que se le presentan también a los gallegos, gitanos, querandíes, metecos, magrebíes, fuera de sus territorios, o incluso en ocasiones en los espacios que habitan desde hace siglos; es decir procuré contribuir a investigar las cuestiones del origen y la diversidad, como es inherente al terreno de la etnicidad. Globalmente, puedo decir que, desde la perspectiva de las ciencias de la subjetividad, presté atención al modo de apropiación identificatoria del origen, más que a los mecanismos institucionales por los cuales alguien es reconocido como judío. Mientras que esta última cuestión ha sido encarada por numerosos autores, la primera fue desconsiderada por la literatura especializada. Por mi parte, sostuve que no existe una única forma de apropiación identificatoria del origen sino una variedad de ellas, derivada de la diversidad de las erogeneidades en juego. En cada ocasión cambia el nexo con el origen, se rescatan ciertos rasgos y se desconsideran otros, se construye una determinada concepción del ideal (en cuanto a forma y contenido) y consiguientemente una representacion-grupo propio y ajeno que permite dotar de significatividad a la inserción en las prácticas sociales de todo tipo.

También presté atención a las modalidades diferenciales de nexo con lo diverso, con lo otro. Para encarar este punto deseo recordar una propuesta de Freud (1920), según la cual lo vital individual y comunitario solo queda asegurado y potenciado en tanto haya un encuentro con lo diverso. En efecto, el encuentro con lo idéntico lleva a una progresiva degradación, a una desacomplejización anímica y comunitaria en que la agresividad recíproca abre camino hacia lo inerte. En cambio, el nexo con elementos no idénticos pero afines genera una tensión que es inherente a lo vital, y que se resuelve por complejización y diferenciación estructural. La unidad así creada debe disponer de una coraza con que se defiende de la intrusión de estímulos de una magnitud desmesurada, y además se hacen necesarios ciertos modos de reproducción de sí misma como para perpetuarse y aún multiplicarse con el tiempo. A partir de esta propuesta pueden pensarse al menos seis modos de encuentro con lo diverso, pero afines: (1) englobamiento reduccionista, (2) aislamiento , (3) coexistencia superficial, (4) afinidad parcial, (5) rescate de lo diferente, (6) complejización.

Las dos primeras formas tienden a hacer desaparecer lo diferente, y la tercera al menos permite una coexistencia pacífica en que se comparten algunos intereses esenciales. Solo la cuarta implica hallar recelosas coincidencias en ciertos puntos en que existen complementariedades provechosas, aunque lo diverso es soslayado. La quinta parte precisamente de la consideración del núcleo diferente ajeno como fuente del provecho vital propio, mientras que la sexta agrega a ello la creación de una estructura más sofisticada que hace lugar a la tensión interna y asegura su vitalidad intrínseca. Solo es posible pensar el encuentro con lo diverso sin apelar a esfuerzos reduccionistas (a menudo disfrazados con máscaras racionalizantes) si existe una lógica que permite sostener este tipo de proyecto, con el consiguiente carácter interrogativo suscitado por el discernimiento de lo diferencial, y que conduce a profundizar en los propios fundamentos.

Me referí además a la importancia de letras y números en la conexión subjetiva con la Escritura, la Torá, estudié el misticismo judío desarrollado por los cabalistas y analicé también diversos testimonios singulares de identificación con el origen, como expresión de una erogeneidad subjetivada. También sostuve que el pueblo judío, en sus traslados diaspóricos, tenía una tensión entre tres territorios: el originario, la Tierra Prometida, de la cual habían partido sus ancestros; el actual, perteneciente a grupos gentiles más o menos hostiles, y el territorio del Libro, de carácter espiritual, punto de cohesión grupal.

Con posterioridad estudié algunas manifestaciones culturales en lugares en que la comunidad judía había florecido, luego sufrió la persecución y finalmentefue desalojada y aniquilada. En dichas manifestaciones se pone en evidencia el retorno de una identificación judía repudiada, que dejó sus vestigios en múltiples rasgos. Otro aspecto que requiere atención es el referido al origen orgánico, que para el pueblo judío deviene de la madre. Este origen orgánico entra en una relación de tensión con la identificación anímica, con la apropiación simbólica de la marca corporal, para lo cual se requiere del nexo con la función paterna, con la cultura. Sin embargo, la cuestión del origen orgánico tiene su autonomía, como lo pusieron en evidencia las propuestas de Siliceo, en el marco de la Inquisición española, quien exigía que los miembros de las familias de judíos conversos a la fe católica hubieran pasado por varias generaciones como creyentes en la fe de Cristo y las prácticas religiosas correspondientes, antes de que se los admitiera en las filas eclesiásticas y en otras funciones ligadas al poder. En este marco, el acento se desplaza de las figuras masculinas a las femeninas. Las mujeres del grupo son tenidas por poseedoras de poderes maléficos y de una libertad erótica de la que carecían las de la propia grey. Así, el origen orgánico judío se desplaza desde la cuestión de la sangre al mito de los poderes voluptuosos.

También estudié los esfuerzos realizados por los líderes político-religiosos, en el momento de asentamiento del pueblo, por mantener la cohesión en torno del Libro y del Pacto con Dios. Las trasgresiones a dicho pacto eran concebidas a la manera de las infidelidades matrimoniales en las cuales una mujer veleidosa traicionaba al marido para finalmente retornar arrepentida al grupo. El argumento de la infidelidad debió de estar dirigido especialmente a los hijos varones de las mujeres del grupo. En estos hijos los propios celos podían quedar multiplicados por los maternos, ante los supuestos (o reales) encuentros sexuales extramatrimoniales (con concubinas o prostitutas) del marido, encuentros de los cuales la misma Biblia da cuenta. Este recurso al argumento de los celos debió de ser, en los hijos de las mujeres que sufrían la infidelidad matrimonial, especialmente contundente, en la medida en que ellos, como suele ocurrir, tendían a identificarse con la madre traicionada.

Mucho de lo expuesto respecto de la comunidad judía puede ser trasladado, con pocas rectificaciones, al estudio de otros grupos en desplazamiento, transitorio o permanente. No es posible, creo, trasponer tal cual la pugna entre las tres espacialidades antes descritas, pero sí; al menos, entre dos de ellas, una mítica, originaria, y otra actual, correspondiente al territorio por el cual los sujetos circulan. La espacialidad mítica tiene un carácter paradisíaco, como la que se describe en Urga, el hermoso filme de Mijailkov: los dones de la naturaleza están disponibles, los días se suceden los unos a los otros en el marco de una armonía serena. Este espacio paradisíaco, añorado con nostalgia, se ha perdido. Puede ocurrir que con él haya desaparecido otro mundo, caracterizado también por su equilibrio interno: el de quienes conviven en un clima de equidad y justicia, cuando los abusos de poder quedaban neutralizados gracias a la actividad de héroes míticos y un pueblo afín a ellos. También se suelen conservar en los pueblos trashumantes los recuerdos de gestas que llenan de orgullo a sus miembros y de humillaciones infamantes que alimentan el resentimiento, aspecto en el cual las diferentes comunidades coinciden con la judía.

También entre los judíos hay pequeños grupos o individuos solitarios cuya errancia carece de objetivos, ideales o sostenes identificatorios. Claro que en este punto es difícil encontrar algún rasgo que los diferencie del individuo o del grupo gentil en la misma situación. Quizás en estos grupos se advierta, más que en los restantes (sustentados por nexos identificatorios recíprocos con el origen y con la cultura), un problema: la pérdida del contexto. Se ha estudiado el valor que tienen en las migraciones las pérdidas del idioma, las personas y las posiciones pretéritas. Por mi parte, he sostenido que tales pérdidas, aunque importantes, no son las únicas. A menudo pesan inclusive más otras, como la de los ritmos originarios, el tenor de humedad atmosférica y elementos afines, que constituyen regularidades básicas que, entre otros valores, operan como requisito para poder conciliar el sueño y mantener un equilibrio somático. La pérdida de estas regularidades puede conducir al desarrollo de las afecciones psicosomáticas, y también al empleo de paliativos como el apego al alcohol o a las drogas, en una tentativa vana de recuperar el contexto de base.

Multilingüismo

Desde la perspectiva de las ciencias de la subjetividad, el multilingüismo posee diversos valores. Por un lado, es posible estudiar el estado que se le genera a un sujeto que se inserta en una comunidad cuyo idioma no comprende, sobre todo si se trata de un adulto, que tiene mayores dificultades para asimilar la novedad en cuanto a estructuras fonológico-sintácticas, semánticas, pragmáticas y lógicas. La lengua no comprendida no constituye sólo un enigma a descifrar, sino también un conjunto de sonidos que, con el transcurrir del tiempo, se convierte en agobiante, en un conjunto de golpes, a la manera de lo que ocurre en las situaciones traumáticas. La situación recién descripta deja al sujeto en estado de ajenidad, de exclusión, en que puede quedar asaltado por la desconfianza, la humillación y la vergüenza.

Sin embargo, esta situación no es la única. Más bien corresponde a estados de desvalimiento psicosocial en los cuales puede fallar la posibilidad de crear nexos identificatorios entre los sujetos y los representantes institucionales locales. Existen otras alternativas, sobre todo aquellas en las cuales un sujeto asimila varios lenguajes, en diferentes o el mismo momento de su desarrollo. Al respecto se han estudiado diversas formas de coexistencia entre varios idiomas en un mismo sujeto. Una lengua puede ser usada en el trabajo y otra en la familia, o en los grupos de pares (por ejemplo entre adolescentes), un idioma puede quedar sepultado como lengua de la infancia y otro ocupar un lugar relevante por su prestigio en el terreno académico-profesional o comercial.

Si bien este tipo de categorización puede rendir beneficios en las investigaciones, nuestra propuesta apunta en otra dirección. Desde hace años nos hemos interesado en una triple propuesta de estudio del lenguaje. Por un lado, nos interrogamos por el valor de las manifestaciones como expresión de determinada erogeneidad. Como el conjunto de las erogeneidades es acotado, también resulta restringido el agrupamiento de las manifestaciones. En un mismo grupo (el que expresa una erogeneidad fálico-uretral) ubicamos, por ejemplo a Bioy Casares, Scholem Aleijem, Hitchcock, Canetti, Chagall, el discurso de pacientes histéricos de angustia. Del mismo modo, en otro conjunto (que expresa la erogeneidad sádico-anal secundaria) reunimos a Vargas Llosa, el film El ángel azul, la obra plástica de Picasso, las novelas de Umberto Eco, los cuentos de Agnon y las manifestaciones de los pacientes neurótico-obsesivos. En un tercer grupo (que expresa la erogeneidad fálicogenital) reunimos a autores como Gerchunoff, García Márquez y pintores como Dalí, junto con las presentaciones verbales de pacientes histéricos de conversión. La lista podría extenderse, hasta abarcar todos los lenguajes del erotismo (siete en total) con sus correspondientes referencias a escritores, pintores, directores de filmes y estructuras clínicas, pero ello excedería el marco de esta presentación. Cabe agregar que en toda manifestación hallamos más bien una combinatoria entre varios lenguajes del erotismo. En el plano verbal, cada uno de ellos se expresa como redes de palabras específicas (sustantivos, adjetivos, verbos, adverbios) y de secuencias narrativas igualmente específicas. La conclusión que sacamos de ello es que es posible detectar familiaridades y parentescos (por ejemplo entre la narrativa de Borges, el discurso de un paciente esquizofrénico y la plástica de M. Duchamp), más allá de que los sujetos generadores del discurso no se hayan conocido. Igualmente, es posible comprender por este medio, algunas de las razones por las cuales un recurso expresivo, una temática o una argumentación de un autor poco consagrado por la élite intelectual cale tan hondo en otro, que a su vez resulta invulnerable frente a las influencias dominantes en su medio cultural. En relación con el multilingüismo puede ocurrir que un idioma exprese una de las erogeneidades, mientras que otro manifieste una segunda, y que entre ambos se dé una relación de conflicto o de complementariedad. Por ejemplo, un sujeto puede expresar una erogeneidad repudiada, pornográfica, en idisch, quechua o guaraní, y otra erogeneidad, dominante en su carácter, en el idioma oficial de su cultura.

En segundo lugar, resulta prácticamente un consenso en nuestros días considerar a los sistemas de memoria y pensamiento como estructuras complejas, en las que coexisten diferentes estratos, con contenidos y lógicas específicos. A menudo estos diferentes estratos no son compartimentos estancos, sino que se dan múltiples combinaciones que exigen que alguno de los contenidos de uno de ellos tenga cabida en otro, regido por una lógica diversa. En consecuencia, se hace necesaria una traducción intrapsíquica, de un estrato de memoria y pensamiento a otro. Puede ocurrir que el primero de estos estratos se exprese en la manifestación en un idioma, y el segundo lo haga en un idioma diferente. En tal caso la diferencia entre idiomas expresa más bien la complejidad de la estructura mnémicocognitiva propia de la subjetividad. A partir de esta realidad compleja podemos entender que las manifestaciones que expresan vivencias referidas a la intimidad de un nexo afectivo (como el de la familiaridad en la infancia) se expongan en un idioma, como podría ser el italiano (o mejor dicho, el piamontés o el genovés), mientras que otras manifestaciones, que expresan los nexos matrimoniales y amistosos del presente, se desarrollen, por ejemplo, en inglés. Puede ocurrir entonces que una palabra “migre. de un idioma a otro en el mismo sujeto. ¿Cómo verter “morriña. al francés, “spleen. al español, o “unheimlisch. al inglés? En la traducción puede no quedar expresado un resto que representa aquello que se pierde por la creciente sofisticación en el pasaje de un estrato psíquico más elemental a otro más sofisticado.

El tercer aspecto que merece ser considerado es el del conflicto que se da en el yo entre deseos, realidades y exigencias del ideal y de la moral. A menudo el yo puede realizar transacciones en las cuales los diferentes sectores en pugna (las aspiraciones eróticas, el reconocimiento de los hechos objetivos y el acatamiento de las normas consensuales) tienen su parte. Sin embargo, en ocasiones los conflictos no se resuelven de este modo, sino como sofocación de un deseo, como enceguecimiento ante una realidad dolorosa que se procura desconocer, o como ensordecimiento que narcotiza la voz de las instancias ético-morales. En esta dimensión de los conflictos anímicos, a veces un idioma puede ser representante de los deseos sofocados, otro de la voz tonante de la moral, y un tercero, de una realidad hiriente, que se pretende ignorar. En tales ocasiones el multilingüismo se inscribe en el marco de las pugnas entre diferentes sectores en lo anímico, y cada idioma va acompañado de la identificación con una posición. Tal identificación puede conducir a que un sujeto, al hablar inglés, por ejemplo, se ubique en la posición del sector anímico deseante que se halla sofocado (quizá, como ocurre en Latinoamérica, dicha identificación puede derivar de la influencia de filmes en que se muestra a un protagonista triunfante, con un happy end correspondiente a la realización de sus propios sueños). En cambio, al hablar en latín quizá ese mismo sujeto se coloque en la posición de representante de las exigencias del ideal y de los valores dominantes (como puede ocurrir entre quienes, al recibir la educación en algunos colegios católicos, entraron en contexto con la literatura eclesiástica medieval o con el código romano en su versión original). Igualmente, en este mismo sujeto el catalán puede poner en evidencia una identificación con una posición realista, de reconocimiento de los hechos objetivos, que deben ser comprendidos de un modo correcto para tomar decisiones con menor margen de error.

Así, pues, el multilingüismo puede expresarse en lo anímico en este triple marco: el de los lenguajes del erotismo, el de la coexistencia entre estratos mnémico-cognitivos con diferentes lógicas y contenidos y el de los conflictos que se dan entre los voceros del deseo, de la realidad y de las exigencias valorativas.

Nos queda aún por considerar otra cuestión, que corresponde a la primera situación que planteamos, propia de la intersubjetividad, es decir, esa situación en la cual un idioma originario entra en colisión en un individuo con el habla de la cultura a la que ha migrado. Puede ocurrir que finalmente aprenda la nueva lengua, pese a lo cual suele quedar un resto, que se presenta como lenguaje críptico. La palabra “cripta”, implicada en nuestra designación, sugiere al mismo tiempo la idea de tumba, de un muerto que debe ser velado y honrado duraderamente, y la idea de un mensaje hermético, en clave, sin la cual es imposible su descifre. Con este término aludimos en realidad a un discurso que encierra un duelo patológico, la nostalgia por un objeto o un territorio perdido, y también un sentimiento de injusticia que queda inexpresado, enmudecido por falta de interlocutor que pueda escucharlo, descifrarlo y obrar en consecuencia. Por lo tanto, en este lenguaje críptico (idisch, polaco, guaraní) quedan condensados el dolor, el sentimiento de humillación y el de vergüenza inherentes a la vivencia de haber soportado situaciones de injusticia que han quedado impunes.

Transmisión intergeneracional de los traumas

Otra cuestión en juego en el marco de la errancia está constituida por la transmisión. Esta cuestión conduce al menos a interrogarse por las formas y los contenidos que pasan a las generaciones más jóvenes, y por los métodos o vías para que ello ocurra. Sobre todo nos interesa estudiar la transmisión de las situaciones agobiantes, insoportables, traumáticas.

La cuestión se enmarca en el terreno más general de la teoría de la memoria. Es habitual en el presente considerar que las huellas mnémicas no sólo están estratificadas y poseen diferente lógica sino que además provienen de lugares diversos (Maldavsky, 1996). Algunos recuerdos son propios del acervo simbólico subjetivo, consecuencia de las relaciones con personajes significativos, sobre todo durante la infancia. Otros son huellas derivadas de los nexos con el propio cuerpo y no tanto con los demás. Un tercer grupo de representaciones (sobre todo palabras) constituyen parte del tesoro constituido por las formas y los contenidos consensuales en una cultura. Un cuarto grupo de recuerdos contiene el ropaje de las normas y los valores de la familia, el grupo y la sociedad, que condensa mitos, creencias colectivas, ideologías. Un quinto tipo posee un carácter innato, instintivo. Corresponde a un saber propio de la especie, que promueve un conjunto de desenlaces universales, más allá de las singularidades de cada vivenciar. Por ejemplo, ubicamos en este marco el saber filogenético que conduce a que todo ser humano quede fijado eróticamente al pecho materno, haya pasado o no por la vivencia del amamantamiento. Otro tipo de memoria, esta vez singular, está constituida por la vida afectiva. Esta memoria recuerda vivencias que en la vida psí- quica individual son anteriores a la aparición de las percepciones mundanas. Luego los afectos se entraman con dichas percepciones, las tiñen con sus peculiaridades y les dan también tonalidades propias, fijas o cambiantes, a los demás recuerdos. Otra manera totalmente diversa, es la de la memoria inmunitaria, o, en términos más amplios, la que subyace al empuje a restablecer un estado de salud orgánica perdida. Tal modo de memoria, como la instintiva, no presupone como requisito un momento previo en el cual haya existido una percepción y/o la conciencia. Otra forma está constituida por la transmisión de la prevalencia de determinada defensa; por ejemplo la sofocación de un deseo, propuesta por la cultura, o la oposición desafiante a la voz de la moral, promovida en el seno de un grupo familiar a través de las generaciones por sucesivas figuras femeninas poderosas, animadas por un afán de resarcimiento y justicia ante los abusos padecidos a lo largo del tiempo. Otro tipo de memoria está formada, precisamente, por las vivencias insoportables padecidas por generaciones precedentes, que a menudo resulta imposible trasponer en palabras, como si el lenguaje no pudiera darles cabida. Por lo tanto, se trata de recuerdos mudos, que la generación siguiente transmite también en silencio, y que en los hijos de los hijos se expresa como pesadillas cuyo contenido y cuya forma los soñantes no logran enlazar con el propio vivenciar, y que corresponden al mundo aní- mico de los abuelos. Esta forma de la memoria parte del supuesto de que existe a veces un tipo de intrusión en lo anímico ajeno, que es tomado en arriendo para dotar así de organizaci ón y un cierto grado de coherencia a un conjunto de recuerdos que de otro modo resultan insoportables. Otro tipo de recuerdo, por fin, está constituido por los rasgos de carácter que se transmiten de generación en generación. Entre ellos se hallan los rasgos apáticos. Tales estados abúlicos pueden tener inclusive el valor de un signo de distinción, a la manera de un sello de nobleza, o de excepcionalidad, propio de un linaje, de una estirpe. De hecho, los estados de astenia, sopor o apatía son representativos de situaciones vinculares y subjetivas caracterizadas por la imposibilidad de sentir los propios sentimientos. Los estados abúlicos corresponden pues a situaciones anímicas de desaparición (de modo transitorio o duradero) de la propia subjetividad. Los afectos no sentidos corresponden básicamente a la gama del dolor, el cual es arrasado a veces por intrusiones sensuales (digamos masturbación compulsiva), por estimulaciones mecánicas (golpes, por ejemplo) o por incitaciones químicas (como el alcohol).

Esta teoría de la memoria, caracterizada por su diversidad, nos permite dar cabida a la cuestión de la transmisión intergeneracional de los traumas. Podemos entender así que una generación incide sobre la siguiente al promover que desarrolle, por ejemplo, ciertas defensas que conducen a la sofocación de los afectos, sobre todo del dolor, que es posible que los padres tomen en arriendo la subjetividad de sus hijos para intentar tramitar, gracias a ellos, los traumas y la violencia padecidos, que se favorezca el desarrollo de los rasgos de carácter apático. Cabe preguntarse también por el modo en que los progenitores transmiten a sus hijos las formas y los contenidos de estos recuerdos insoportables. Las situaciones que hemos podido investigar nos llevan a afirmar que las vías para que ello ocurra corresponden sobre todo a las alteraciones en la erogeneidad de estos últimos, en especial durante la infancia, es decir en el período en que se da una fuerte dependencia de los adultos. La vía es, pues, básicamente, la erogeneidad, y el modo de inducir las vivencias padecidas en la progenie reside en una alternancia entre indiferencia hostil e intrusión sensual violenta, que deja indefenso a lo anímico de quienes dependen afectivamente de los adultos. Quienes ejercen esta actividad alternante (desinterés seguido por invasión voluptuosa, desmesurada del cuerpo infantil), suelen desplegar un discurso apto para ser escuchado solo en los vínculos intrafamiliares, a veces ni siquiera por todos los integrantes del grupo. Por ejemplo, algún hijo especialmente despierto y lúcido puede quedar brutalmente excluido del conjunto, y del mismo modo puede ocurrir con algún cuñado. La posición de quien despliega este discurso es la del poseedor del poder, pero solo en un ámbito privado. También en este ámbito dicho sujeto poderoso desarrolla una argumentación despótica, sostenida en certezas delirantes, que hacen de justificativo para la prácticas sensuales intrusivas y violentas. En cambio en público puede presentar una fachada de sumisión y eficiencia, sobre todo en el terreno laboral. Se trata, pues, de una locura privada, que el resto del grupo no cuestiona ni denuncia, sea por suponer que la lógica dominante en la familia es la natural, la única existente en el mundo, sea por el placer vengativo de inducir y contemplar una escena de violencia que recae sobre terceros. Tampoco resulta sencillo sustraerse de este ámbito, ya que ello requiere disponer de otros criterios para establecer los nexos intersubjetivos, así que suele ocurrir que o bien se mantenga la posición pasiva (en cuyo caso se pretende encontrar en el mundo otros individuos en los cuales provocar la violencia erótica activa) o bien se la reemplace por un pasaje a la actividad (en cuyo caso se procura generar vínculos en que otros pasen a padecer las vivencias antes soportadas). Así, pues, la transmisión intergeneracional de los traumas tiende a promover nexos intersubjetivos con una estructura prototípica, en los cuales uno aparece ubicado en la condición apática y otro en la de un sujeto despótico e impredecible con una convicción delirante. En las psicosis (en las que predominan los delirios) es habitual el odio hacia la realidad, y el individuo en quien se desarrolla el carácter apático (que hace desaparecer su propia subjetividad) se ubica como esa realidad que el líder loco pretende suprimir. Al sofocar su sentir consuma el designio atribuido al líder psicótico. Estamos ante una relación de acomodación recíproca, que se traslada de una generación a la siguiente con las variantes antedichas (conservaci ón de la pasividad, pasaje a la actividad). De todos modos es habitual que coexistan en un sujeto varios sectores anímicos, en el marco de una diversidad de corrientes, de lenguajes y de defensas. En tal caso puede ocurrir que un fragmento psíquico, opuesto a esta tendencia a la apatía, cobre significatividad y conduzca a desarrollar otras alternativas para encarar las mismas cuestiones.

Errancias simbólicas

Deseo estudiar ahora otro tipo de errancia, que no supone un desplazamiento espacial sino uno de otro tipo, que quizá permita entender con otros criterios la vida trashumante. Freud describe al pensamiento como un proceso de desplazamiento libidinal en el camino hacia la acción, hacia la descarga. Nos hallamos también aquí con un traslado, pero esta vez en el terreno de las representaciones, de las huellas mnémicas, como es inherente a los procesos psíquicos. En este ámbito los desplazamientos se atienen a ciertos criterios y además reúnen elementos anímicos: representaciones con rasgos diferenciales, específicos. Entre los aportes de las ciencias de la subjetividad se halla la hipótesis de que la especificidad, tanto de los criterios para el desplazamiento cuanto de los elementos combinados por aquel, depende de las características de cada erogeneidad.

Del conjunto de argumentos recién desarrollados podemos extraer algunas conclusiones. Una de ellas es que a menudo se da una espacialización de los procesos psíquicos, esencialmente temporales. En consecuencia, el desplazamiento entre representaciones psíquicas queda expresado como traslado territorial, la evocación se manifiesta como retorno a los lugares donde ocurrieron los hechos, y la planificación de proyectos se evidencia como avance hacia terrenos desconocidos. En este contexto podemos dotar de otras significatividades a los desplazamientos espaciales, es decir, considerarlos como expresión de las modalidades del pensar. También podemos establecer nexos entre la errancia sin propósito de algunos sujetos trashumantes y la navegación sin meta de quienes se ensimisman en Internet vía ordenador o realizan su equivalente con el zapping televisivo.

Entre los beneficios de este enfoque se halla la posibilidad de establecer familiaridades entre sujetos que jamás se conocieron y que poseen una misma ensambladura erógeno-cognitiva, como Roberto Arlt y Francis Bacon; una novela, como La invención de Morel, de Bioy Casares, y el filme The Truman show, de Weir; o como algunos desarrollos de la filosofía de la belleza en el Medioevo y la propuesta estética de M. Duchamp referida a un arte no retinesco. Igualmente, es posible por este camino comprender las razones por las cuales Borges alababa juguetonamente, en sus clases de literatura inglesa y norteamericana (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires), a Berkeley: la obra de uno y otro posee afinidades en cuanto a la lógica subyacente. Más que evidenciar la influencia del filósofo inglés sobre el escritor argentino, este hecho nos conduce a investigar otro tipo de relación, por afinidad o parentesco. Quizás el filósofo haya contribuido a despertar las disposiciones expresivas del escritor argentino, concordantes ambos en cuanto a la constelación erógena. Quizá ni siquiera las cosas ocurrieron de este modo, y más bien el autor argentino encontró en el filósofo inglés una modalidad del sentir y del pensar afín con la propia.

Hasta ahora presentamos la cuestión de manera simple, cuando en los hechos se trata de un proceso más complejo, porque en cada sujeto se da no un único conjunto erógeno-cognitivo sino una combinatoria entre dos o tres, entre los cuales uno hace de dominante y otros, de subordinados.

Por ejemplo, en Borges es dominante el lenguaje del erotismo oral primario y subordinado, el del erotismo fálico-uretral. A la inversa, en Bioy Casares, este último es dominante y el primero, subordinado. Entonces cabe preguntarse por otros tipos de nexos y afinidades, ya no de coincidencia sino de complementariedad, por ajuste recíproco. Podemos intentar analizar, por ejemplo, cuál es el destino de las escenas y los personajes propuestos por Bioy Casares en la obra de Borges, e, inversamente, qué lugar ocupó la lógica de este último en la producción literaria del primero. También podemos intentar averiguar por qué ambos forjaron un “matrimonio literario” que rindió narraciones como Seis problemas para don Isidoro Parodi, entre otras obras.

Esta argumentación nos permite pensar la cuestión de la migración de lógicas, afectos, palabras, frases, procesos retóricos, escenas, personajes e imágenes plásticas o melódicas en términos intersubjetivos, más allá de las limitaciones témporo-espaciales aparentes. Tales migraciones implican reacomodaciones al nuevo terreno (es decir a una subjetividad diversa de la originaria, propia del creador de aquello que pasa a quedar reubicado en otro), rectificaciones, recentramientos, en todo lo cual se advierte el trabajo subjetivo de quien ha tomado algo de otro y lo recupera como propio. En consecuencia, es posible seguir al destino que tiene en un sujeto lo recibido desde otro, qué lugar le asigna y cómo lo transforma (por ejemplo, cómo transformó Picasso la retórica de las imágenes africanas y el contenido del mundo del burdel) en su producción plástica a lo largo de su vida como pintor.

Este modo de entender las errancias nos previene de los riesgos del reduccionismo empobrecedor y nos abre la posibilidad de sofisticar nuestros instrumentos conceptuales para estudiar los procesos subjetivos y los nexos intersubjetivos en el terreno de la sociedad y la cultura.


Bibliografía

  1. FREUD, S., Más allá del principio del placer, Buenos Aires, Amorrortu, vol. 18, 1920.
  2. MALDAVSKY, D., Judeidad: modalidades subjetivas, Buenos Aires, Nueva Visión, 1993.
  3. ________, Linajes Abúlicos, Buenos Aires, Paidós, 1996.

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