Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
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Adrián de Garay*
* Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, México.
El autor analiza la relación entre el rock y las identidades juveniles, a partir del abordaje de cinco “estilos” que se pueden identificar como constitutivos de éstas identidades. Ellos son: la jerga, la estética, las producciones culturales, los no-lugares y el territorio. Finaliza el artículo señalando algunos hitos importantes de la cultura rockera en la ciudad de México.
El rock es uno de los fenómenos culturales de masas más importantes de la segunda mitad del siglo. Creado por y para jóvenes, su historia está estrechamente vinculada a la formación de un nuevo sujeto social. De hecho, el rock marcó el inicio de la cultura musical de la juventud, al inaugurar parámetros de diferenciación drásticos con la cultura y la moralidad adulta imperante después de la Segunda Guerra Mundial.
El rock ha sido analizado desde muchas perspectivas y los intentos han sido muy variados. Para los propósitos del presente ensayo sólo lo consideraremos en su carácter de ser un universo cultural-simbólico juvenil, donde su consumo como mercancía provoca su socialización/circulación con y entre sujetos juveniles: Un disco/Un cassette/ Una rola/Una tocada/Un concierto/Un grupo/Un solista/ Una revista/Un “look”/Un estilo/Un lugar. En suma, una gran diversidad de objetos mediadores que fungen como vitales en la socialidad rockera al conformar identidades juveniles específicas.
Las colectividades juveniles que se aglutinan alrededor del gusto, disfrute y consumo por algún estilo musical rockero particular, intentan vivenciar y compartir una amplia gama de prácticas sociales frente a otras identidades urbanas. A su interior existen diferencias e identidades subjuveniles conforme al gusto o apropiación de distintos tipos de rock: rupestres, metaleros, punks, jipitecas, bluseros, tecnos, industriales, etc. Cada una de las identidades juveniles rockeras delimitan sus propios espacios en los que consumen y se apropian de su cultura, por lo que es posible afirmar que existen culturas juveniles diversas y heterogéneas que expresan formas de vida particulares/ distintivas, con valores y significados manifiestos en sus sistemas de creencias, usos y costumbres.
La juventud como sujeto social no es un cuerpo uniforme, es preciso reconocer que se trata de una población suficientemente compuesta, tanto en el plano social como en el generacional, lo que sin duda produce la existencia de universos culturales diversos y diferenciados. No obstante, es posible afirmar que el rock, en sus diversas modalidades, se ha convertido en un vehículo de expresión de las vivencias y problemáticas que experimentan los jóvenes urbanos en muchos países del orbe.
Lo más importante de todas las significaciones es que orientan a los individuos en sus vidas cotidianas y les permiten mantener sus propios niveles de autoafirmación. De esta forma, las culturas juveniles se objetivan en modelos de relaciones y de organización social y en formas de estructuración del espacio y del tiempo. Las culturas juveniles se traducen en estilos más o menos visibles e integran elementos heterogéneos provenientes de la moda, el lenguaje, el comportamiento no verbal, el graffiti, los medios de comunicación y el espacio.
En los estilos pueden distinguirse varios elementos constitutivos de las identidades juveniles, algunos de los cuales pueden ser:
Cada grupo tiene su propia jerga, un vocabulario especial que es comprensible para cada uno de sus miembros. A través de la jerga los jóvenes pueden ahorrarse explicaciones, sirve para precisar experiencias juveniles que en el vocabulario adulto no existen, pero sobre todo sirve para reforzar y mantener la identidad del grupo respecto a otros. (En el caso del rock mexicano, a principios de los sesenta se gestó el lenguaje de La Onda, mismo que posteriormente fue reelaborado por las llamadas bandas).
No es posible pertenecer al grupo si no se posee determinado lenguaje, muchas veces asociado al vocabulario que producen los mismos grupos de rock nativos, surgidos entre los mismos jóvenes creadores. En todos los casos se trata de un proceso de aprendizaje forzoso si se desea pertenecer al grupo. Códigos, señas, gesticulaciones y formas de saludo, entre otras expresiones, conforman un vagaje propio del ser joven rockero.
Moda, “look”, “facha” son palabras que parecen significar lo mismo: remiten al vestido (mezclilla/pantalón negro, Chamarra de piel negra/saco largo), al corte de cabello (coleta/ pelo largo, corte militar/ engomado), la cantidad y tipo de collares, aretes, tatuajes y accesorios diversos que se usan entre los jóvenes.
La estética forma parte de la conformación de las identidades juveniles, es uno de los elementos más importantes mediante el cual los jóvenes descubren y expresan su propia identidad. Pone de manifiesto su independencia respecto a los padres y a la sociedad adulta inmediata. A través de la “facha” los jóvenes se reapropian de sus propios cuerpos y manifiestan un control sobre sí mismos, informa sobre la identidad de los jóvenes que componen el grupo. A su vez, marca divisiones internas, de manera que el vestido permite no sólo identificación de lo que une, sino también de lo que separa.
Generalmente la estética está asociada a la forma de vestirse de los grupos de rock favoritos de la comunidad juvenil de pertenencia. El punto de referencia puede ser una agrupación nacional o extranjera, pero no permite la discrepancia a su interior, ya que de aceptarse significaría la indistinción, cuestión inadmisible en el grupo.
La mayor parte de los estilos juveniles, particularmente aquellos que se generan al interior de la cultura rockera, se expresan públicamente a través de espacios comunicativos como los facsímiles, las pintas en las paredes en las calles, la radio, los periódicos, los grabados, etc. Todos estos espacios son una prueba de la capacidad de creación e inventiva de los jóvenes. A través de ellos se comunican entre los miembros del mismo grupo y contra otros grupos. Para ello, utilizan canales convencionales de la cultura de masas,o bien lo que es más común, crean por sí mismos canales subterráneos y/o marginales.
Aunque las producciones culturales juveniles son muy diversas, sin duda alguna ha sido el rock una de las manifestaciones de nuestro tiempo que más ha provocado la generación de formas de expresión que rebasan propiamente el formato musical. La historia de las colectividades rockeras está plaga de experiencias comunicativas, muchas de las cuales han influido enormemente a los medios de comunicación masiva que se reapropian de los productos generados por los jóvenes. Buena parte de la llamada posmodernidad en las producciones culturales han emergido, de una u otra forma, de la cultura juvenil asociada al rock.
El desarrollo de la tecnología comunicativa ha permitido también que la cultura rocanrolera se consuma en formas no conocidas a mediados de los cincuenta a través de la introducción masiva de los autoestereos y sobre todo del walkman. Estos dos productos de la modernidad son utilizados por los jóvenes y les permite apropiarse y recrearse de sus grupos favoritos sin necesidad de mantener un espacio físico determinado.
El walkman se ha convertido en la máxima expresión de la “privatización pública” de la escucha, misma que no está sujeta ni a represiones, ni limitaciones espaciales. De esta forma la cultura juvenil del rock puede circular y consumirse en muchos espacios sociales, sin pedir permiso y aislado del mundo circundante.
La juventud asociada al rock es uno de los actores sociales que establece una relación muy intensa con el espacio. Los jóvenes seguidores del rock, desde sus orígenes, se han apropiado de los espacios públicos de las ciudades para construir su precaria identidad social. Para ello, la juventud transforma, a su mod, los espacios “públicos” en espacios “privados”.
La ciudad como punto de referencia simbólica se ve transformada de espacio anónimo en territorio. A través de complicadas operaciones de nominación y bautizo que los sujetos juveniles realizan se construyen lazos que sirven para fijar y recordar quienes son y distinguirse de los otros. La inscripción espacial conlleva a servir de memoria colectiva del grupo que la elabora. Los jóvenes rockeros delimitan su espacio para reforzarse afectivamente.
Los territorios son vividos como lugares de interacción social y su función es garantizar la continuidad y reproducción del mismo grupo. La territorialidad, real o simbólica, es el proceso a través del cual las limitaciones ambientales son usadas para significar fronteras de grupo a las que se les envíste de un valor cultural específico y forman parte constitutiva de la identidad rockera.
Dentro de las culturas juveniles rockeras conviven grupos que demarcan sus territorios frente a otros en términos reales: el barrio, la colonia. Esto responde a la manera tradicional como se han agregado las pandillas/ palomillas/bandas de jóvenes en cada ciudad. Sin embargo, existen también grupos que demarcan su territorio frente a los otros en términos más simbólicos y perecederos; ellos hacen suyo algún lugar por algunos meses o a veces años, al cual invisten de una connotación particular (una vieja casa reacondicionada, una discotecque, una explanada de un parque, una esquina).
De esta forma, al interior de las culturas rocanroleras, existe un mapa propio de la ciudad, mismo que se construye al margen de las delimitaciones espaciales construidas por las autoridades administrativas y políticas de la ciudad. Una vez que el espacio es “invadido” por “gente extraña”, el grupo de jóvenes se desplaza en busca de otro lugar en el que puedan restituir las condiciones para la creación de “su espacio”.
En ese movimiento, los grupos de jóvenes rockeros, cual tribu, van delimitando un mapa de la ciudad elaborado en base a los lugares de ocio públicos que hacen “privados”. De hecho, gran parte de la vida de un joven rockero se articula alrededor de los espacios y tiempos de ocio, en las rutas por hoyos, discotecas, casas culturales, parques públicos.
Todos ellos espacios lúdicos, con todo y sus diferencias, que no tienen otra finalidad que estar juntos sin ocupación. En ellos se van configurando universos distintivos que se concretan en amistades, amoríos, bebidas, drogas, peleas. Pese a tratarse de una historia repleta de estigmatización social, prohibición, censura y represión contra el rock y los jóvenes, la conquista de territorios por parte de las tribus rocanroleras es una constante desde hace cuarenta años.
En la historia del rock de cada ciudad existe una gran variedad de mapas territoriales que la cultura juvenil se ha apropiado y ha abandonado por voluntad o por la fuerza. Es una historia que algún día debería reconstruirse en cada país, ya que la atención de los estudiosos no ha estado puesta en la importancia que significa la cuestión espacial en la conformación de las identidades juveniles rockeras.
A manera de un rápido recuento en el caso de la ciudad de México, pero que puede ser interesante para que se contraste con otras experiencias latinoamericanas, permítanme apuntar algunos hitos en nuestra historia territorial en la cultura rockera.
El papel de las escuelas privadas, muchas de ellas comandadas por una nueva generación de sacerdotes de diversas procedencias cristianas influidas por la recien teología de la liberación, fue clave para generar espacios que en las tardes o en las noches se convertían en territorio más o menos libre de los rocanroleros.
La ciudad de México, en sus escuelas, universidades, delegaciones, barrios, bares, viejos teatros y cines remodelados y centros de espectáculo masivos ha construido mayores territorios para la cultura juvenil rocanrolera. El mapa de la ciudad para los jóvenes que se identifican con el rock sigue haciendo historia y encuentra diversas formas de reacomodo internas y externas.
En conclusión, consideramos relevante señalar que para conocer las identidades juveniles rocaroleras es preciso abordar cada una de las formas en que se manifiestan los diversos estilos en cada uno de nuestros países, entendiendo que su abordaje no es patrimonio exclusivo de ninguna disciplina particular dentro de las ciencias sociales. Conocer la jerga, la estética, las producciones culturales, los territorios u otros estilos juveniles debe ser tarea de comunicólogos, sociólogos, economistas, antropólogos y otras ramas del saber. Sólo así estaremos en condiciones de ofrecer a la sociedad un conocimiento objetivo del acontecer de nuestros días.
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