Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co
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César Humberto Arias Pabón*
* Licenciado en Ciencias Físicas e Ingeniero Geógrafo. Postgrados en Hidrología, Física Nuclear, Investigación y Docencia, Politología y Dirección Universitaria. Decano de la Facultad de Ingeniería en Recursos Hídricos de la Universidad Central y Presidente Fundador y Honorario de la Asociación Colombiana de Ciencias Hídricas.
El propósito de este opúsculo es plantear algunas reflexiones acerca dela encrucijada en que se encuentra la universidad. Encrucijada que va másallá de la simple polaridad universidad investigativa - universidadprofesionalizante. El autor tiene la intención de llamar la atención sobre alternativasdiferentes para abordar el problema, que permitan que la razón de serde la universidad se dignifique y fortalezca.
A partir de la expedición de la Ley 30 de 1992, es recurrente la referencia al Sistema Nacional de Acreditación en todos los estamentos de una u otra forma vinculados con la educación superior colombiana. En la mayoría de los casos se intuye en él un novedoso mecanismo que contribuirá a lograr altos índices de calidad en las facultades o universidades que ingresen al sistema; al mismo tiempo se renueva la controversia no finiquitada entre las que han dado en llamarse Universidad Investigativa frente a Universidad Profesionalizante.
Este debate tiende a plantearse de forma maniquea, como ocurre con algunos otros temas de interés nacional, alrededor de los cuales se conforman grupos irreconciliables, catalogados apresuradamente de “malos” los unos y “buenos” sus contradictores. En ese ambiente enrarecido que no admite posiciones intermedias se estigmatiza a la universidad profesionalizante, se idealiza a la universidad investigativa y se formula la acreditación como la pócima milagrosa que habrá de solucionar toda la problemática implícita en la educación superior. Yo creo que la Universidad se encuentra en un punto crítico, el más difícil y complejo, que incluso amenaza su viabilidad como institución de importancia en la civilización contemporánea.
Aunque con códigos, normas y reglamentaciones que sobre el papel regulan el comportamiento de los colombianos en todo sentido, la realidad del país marcha por caminos que poco o nada tienen que ver con la legislación, convertida así en letra muerta. Bien lo anota el escritor García Márquez:
«…somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o violarlas sin castigo…».
En un país con una marcada crisis de institucionalidad, las entidades que representan el establecimiento en los diversos aspectos propios de la vida nacional, están sometidas al desmedro de su imagen y a la descalificación pública de su actividad. Dicho fenómeno, claro está, incluye a la educación superior colombiana.
El prestigio antiguamente implícito en las actividades académicas, la posibilidad de reconocimiento social, de ubicación laboral adecuada, -con los consecuentes ingresos económicos propicios para una existencia digna-, e incluso el liderazgo comunitario que representaba la titulación superior, son eventos poco comunes en la organización social de la actualidad, signada por una total confusión entre medios y fines.
Los paradigmas y las posibilidades de realización humana ayer centrados en la terminación de una carrera profesional, han derivado hacia otro tipo de intereses, aún aquellos propios de la ilegalidad y el crimen. Algunas de sus manifestaciones han minimizado la validez de la academia, la ciencia y la investigación como opción de vida y mantienen acorralada y contra la pared a la Universidad en particular y a la sociedad de bien en general, por su posibilidad de obtener sin esfuerzo ingentes sumas de dinero.
Si a ello agregamos la terrible dialéctica de la “ viveza “ como forma de eludir responsabilidades, que constituye uno de los rasgos más marcados de nuestra idiosincrasia, junto con la inusitada competencia comercial que mantienen los principales grupos económicos en el intento de dividirse el país a su acomodo, amén de la insania de los grupos guerrilleros que con sus secuestros, boleteos, agresiones a la población civil y continuos atentados contra los oleoductos complementan el perfil desgarrador de nuestra realidad, vamos entreviendo las raíces de la intolerancia que campea en todos los rincones de la Patria. Este panorama, en donde se persigue, se acalla, se estropea o se ridiculiza al opositor cuando no se le asesina, resulta ajeno al clima de respeto, dignidad y racionalidad que por antonomasia rige las relaciones en la Universidad.
En semejante escenario surge el cuestionamiento a la educación superior como cuestionadas han sido todas las fuerzas vivas de la nación, situación que se extiende de manera obvia a las instituciones encargadas de impartirla.
Se señala entonces que los sistemas educativos vigentes insisten en ampliar la cobertura en términos cuantitativos, pero no la calidad; en la instrucción pero no en la construcción del conocimiento; que los valores y principios permanecen al margen; se olvidan las organizaciones y no existe participación de las comunidades en el diseño, la crítica y menos en los beneficios de la educación y, que no se reconoce ni patrocina la “biodiversidad intelectual”, entre otras muchas manifestaciones de sus falencias.
La respuesta del Estado en ejercicio de sus facultades supremas de inspección, vigilancia y orientación de la educación como servicio público, fue la creación del Sistema Nacional de Acreditación como elemento fundamental de la Ley 30 del 29 de diciembre de 1992, cuyo objetivo primordial es garantizar a la sociedad que las entidades que hacen parte del sistema cumplan los más altos requisitos de calidad y que realicen sus objetivos. Aunque se acota que es voluntario de las instituciones de educación superior acogerse al sistema de acreditación , a futuro se espera que la opinión pública y los interesados en ingresar a la universidad no tomen en consideración aquellas no acreditadas.
Las inquietudes generadas a partir de la expedición de la norma son muchas; en aras de ganar en concreción y claridad mencionaré algunas:
Se antoja evidente, de acuerdo con lo expuesto, que la Universidad ve erosionada su imagen a la vez que pierde legitimidad y relevancia social, mientras en el interior nos desgastamos en controversias bizantinas lejanas de una realidad que nos afecta a todos, e insistimos como única alternativa en el enfoque investigativo sin caer en la cuenta que la cultura universitaria de investigación requiere tiempos y espacios pertinentes que son el resultado de un proceso y no de la imposición arbitraria de una norma.
Sugiero entonces que en el contexto del Sistema Nacional de Acreditación y de los nuevos condicionamientos que se están dando en la educación superior, la Universidad Colombiana recupere el liderazgo perdido, retome su protagonismo y beligerancia en el análisis de los grandes problemas de la vida nacional, redefina su ser y quehacer pero inmersa en nuestra realidad, mientras fortalece sus funciones vitales de creación, juego y arte para que el Alma Mater vuelva a iluminar la ruta del país, para que vuelva a significar una oportunidad decorosa de realización.
En este orden de ideas y como conceptos de referencia para avanzar hacia los propositos descritos, señalo:
En las instituciones de educación superior deben considerarse conceptos empresariales de gestión y organización que han demostrado su bondad en entidades de otra naturaleza como eficiencia, eficacia, pertinencia y relevancia, los cuales las han colocado en una situación acorde con las exigencias del cambiante y dinámico mundo moderno. La universidad está llamada a romper su hermetismo, a abrir sus puertas a la realidad por agobiante que sea y a dinamizar y liderar la evolución del pensamiento, de la inteligencia y del conocimiento humanos.
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