Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co
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Eduard Ballesté Isern** y Carles Feixa Pàmpols***
Este trabajo indaga en las distintas formas de participación juvenil que emergieron a través de los movimientos del 2011, específicamente a través del caso del 15M español. Basa la investigación en un trabajo etnográfico local, y busca comprender el espacio que ocupan los jóvenes politizados en los movimientos sociales pos-15M, así como las reacciones que generan su participación en el campo político y en el espacio social. Presta especial atención a las dinámicas de normalización que se reproducen en el campo del activismo y a las formas de vigilancia y control que recaen sobre esos agentes que intentan romper esa “norma”.
Palabras clave: activismo, jóvenes politizados, normalización, interseccionalidad, pos-15M.
Este trabalho explora as diferentes formas de participação juvenil que emergiram através dos movimentos de 2011, especificamente através do caso espanhol 15M. Baseia a pesquisa em um trabalho etnográfico local e busca compreender o espaço ocupado por jovens politizados nos movimentos sociais pós-15M, bem como as reações geradas por sua participação no campo político e no espaço social. Presta especial atenção às dinâmicas de normalização que se reproduzem no campo do ativismo e às formas de vigilância e controle que recaem sobre os agentes que tentam quebrar essa "norma".
Palavras-chave: ativismo, jovens politizados, normalização, interseccionalidade, pós-15M.
This work explores the different forms of youth participation that emerged through the 2011 movements, specifically through the Spanish case of the 15M. The research is based on a local ethnographic work and aims at understanding the space occupied by politicized young people in the social movements coming after 15M, as well as the reactions generated by their participation in both the political field and the social spheres. It pays close attention to the dynamics of normalization that are reproduced in the field of activism and the forms of surveillance and control that affect the individuals who try to break that "norm."
Keywords: Activism, Politicized Young People, Normalization, Intersectionality, Post-15M.
* Este proyecto ha recibido financiación del European Research Council (ERC) en el marco del programa de Investigación e Innovación de la Unión Europea Horizon 2020 [grant agreement No. 742705], así como del VI Programa Nacional de Investigación Científica, Desarrollo e Innovación Tecnológica, Gobierno de España [CSO2012-34415 y CSO2017-90618-REDT]. De algún modo, este artículo dialoga teóricamente con el que Carles Feixa publicó en NÓMADAS hace casi veinte años, sobre la generación @ (Feixa, 2000) y con el publicado más recientemente en otra revista colombiana sobre la generación # (Feixa y otros, 2016).
** Investigador posdoctoral en la Universidad Pompeu Fabra, Barcelona (España). Doctor en Territorio, Patrimonio y Cultura por la Universidad de Lleida; Máster en Cooperación y Desarrollo Internacional; Graduado en Geografía y Ordenación del Territorio.
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*** Catedrático de la Universidad Pompeu Fabra, Barcelona (España). Doctor en Antropología Social de la Universidad de Barcelona y Honoris Causa de la Universidad de Manizales (Colombia). Exprofesor de la Universidad de Lleida (España). E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
El “nuevo” marco político institucional en el que se encuentra actualmente España está relacionado con el impacto y la apertura de debates democráticos y participativos que se generaron por el 15-M y a través de éste (Subirats, 2011, 2015; Iglesias, 2015). En ese sentido2, cuando se piensa en las consecuencias principales que generó dicho movimiento, la lupa normalmente se pone en una escala superior o más amplia –cambios generales en el país como la aparición de grandes movimientos sociales, por ejemplo– y, por otro lado, en un prisma normalmente relacionado con la política institucional y de partidos. A través de esta última aproximación, tanto la aparición de nuevos partidos políticos como el alto impacto electoral que éstos han tenido, han sido algunas de las principales fuentes de estudios académicos y de trabajos periodísticos recientes que, sin quitarle su valor pertinente, a veces han llegado a ocultar otras dinámicas de lo político (Rancière, 1995; Kriger, 2016; Landau, 2006) visibles sólo desde una observación más pausada y “microscópica” (Gledhill, 2000).
En el presente trabajo se busca indagar sobre el cambio de dinámicas participativas y “gramaticales” que se han generado a pequeña escala después del movimiento indignado, para comprender las formas de participación juvenil que se vienen dando en los movimientos sociales actuales. Para ello, el estudio se centra en una ciudad media española y analiza específicamente los cambios en las formas reivindicativas y en los perfiles participantes que se han venido generando en la Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH)3 desde su creación hasta finales del 20164. Dicha reducción de la escala analítica permite encontrar ciertas respuestas sobre nuevas formas de comprender tanto los tipos de reivindicación como la propia práctica política, al mismo tiempo que arroja luz sobre los microprocesos políticos actuales (Gledhill, 2000). En última instancia, el estudio de dichos procesos en escalas reducidas –un movimiento, una asamblea, una acción específica, entre otros– también permite comprender en qué se basan las distintas concepciones sobre el actuar político que se producen dentro de los propios movimientos y que, a su vez, generan ciertos momentos de tensión y de luchas de poder internas que buscan, finalmente, establecer como hegemónica una forma de entender la protesta política (Della Porta y Diani, 2011; Ballesté y Sánchez, 2017).
Dentro de las distintas concepciones sobre este actuar, el estudio se centra en la participación que ha tenido un grupo de jóvenes en dicho movimiento, intentando con ello comprender cómo influye el hecho de ser joven, hasta qué punto es una variable central para el análisis y qué impacto genera la participación de dichos jóvenes dentro de la evolución de la organización. Para ello, es necesario partir del análisis del propio movimiento, observar las dinámicas internas que han ido sucediendo para, finalmente, indagar de qué forma se ha visto afectado tanto éste como las formas en que se expresa a través de la participación de dichos jóvenes.
En esa línea, este trabajo también apuesta por las ventajas comparativas que puede mostrar un estudio basado en el método etnográfico y la propia antropología como herramientas válidas para la aproximación a distintas situaciones enredadas dentro de grupos aparentemente afines, permitiendo alumbrar procesos complejos que habitualmente caen en saco roto dentro de las grandes categorizaciones, dinámicas o corrientes que buscan explicar el “momento” político abarcando cuanto más mejor (Balandier, 1994; Gledhill, 2000)5. Por último, la finalidad del trabajo es intentar utilizar ciertas herramientas epistemológicas, para aplicarlas en contextos europeos, y con ello, explicar procesos de subalternidad y lucha que se vienen viviendo (Santos y Mendes, 2017). Para ello, a continuación, vamos a recorrer brevemente los marcos teóricos interseccionales y de la teoría de campos y capitales.
Primero, es necesario contextualizar qué es y cómo se entiende en este trabajo la juventud. Si comprendemos que la juventud es una construcción social (Bourdieu, 1990), que en su propia esencia significa la elaboración de una categoría que permite encuadrar a un grupo de sujetos que no encajan con los valores normativos adultos (Feixa, 1998) y que, como tal, tienen una función política y social de regulación hacia el paso normalizado a una vida adulta (Martín, 1998), debemos observar cuáles son las “opresiones estructurales” que se vierten sobre ese grupo social heterogéneo y cuáles son los principales agentes que en éstas actúan. Para ello, podemos partir de los trabajos de Duarte (2000, 2012) para observar cómo funcionan en nuestras sociedades las regulaciones y opresiones adultocéntricas que, en última instancia, reducen el grupo social (la juventud) a un conjunto de sujetos aparentemente iguales. Dicho reduccionismo, como estratégica política, disimula las diferencias internas por cuestiones variadas como la clase, el género o la etnia, lo que hace que sea más preciso, en nuestro trabajo, hablar de juventudes. Para analizar esas complejas formas de ser joven, y de ser joven politizado en nuestro caso, y comprender qué opresiones imperan en estos sujetos, es necesario acudir a las herramientas teórico-metodológicas que nos otorga la interseccionalidad.
Desde la teoría interseccional podemos ubicar una comprensión compleja de los procesos sociales que se interconectan en un marco específico de lo social. Es decir, las intersecciones, entendidas éstas como las “opresiones” cruzadas que actúan continuamente sobre la realidad de los grupos y los agentes, permiten encontrar marcos de explicación complejos que ubiquen la mirada más allá de una sola “razón” específica (por ejemplo, la juventud).
Aunque los inicios de la aparición de la idea interseccional se pueden remontar a las luchas de las mujeres negras en Estados Unidos en contra de la triple opresión que vivían desde una perspectiva de género, de clase y de raza, no es hasta finales del siglo XX cuando se “populariza” a través de la revisión teórica que se da en el propio feminismo radical con el trabajo de Crenshaw (1989). Lo que destaca dicha vertiente teórica es la necesidad de despojar la mirada sesgada que se venía utilizando para entender los marcos de dominación; es decir, el reduccionismo que ofrece el observar los marcos de exclusión de forma singular y no compleja. Crenshaw, a través del estudio de las condiciones jurídicas que tenían las mujeres negras trabajadoras de General Motors, destacó la “invisibilidad jurídica de las múltiples dimensiones de la opresión” que ellas vivían (Viveros, 2016; Crenshaw, 1989). En ese sentido, es necesario comprender cómo en todo problema complejo se ve implicada más de una categoría de diferencia (raza, etnia, género, edad, etcétera), que debe ser reconocida y analizada, tanto de forma conjunta como aislada –en el sentido de ver su diversidad propia–, para, finalmente, poder comprender las interactuaciones entre éstas y materializar, a nivel teórico y empírico, paradigmas explicativos y de análisis (Hancock, 2007). Así, esa coextensividad de las relaciones sociales significa una impregnación de cada categoría cruzada, lo que termina por construirlas de manera recíproca (Dorlin, 2009; Viveros, 2016).
De lo contrario, observar cada una de las divisiones sociales de forma específica provoca, como expone Yuval-Davis, un proceso de homogeneización en su interior por el cual si, por ejemplo, se están analizando las cuestiones relacionadas con el género, se pasarán por alto las diferencias que se producen en su propio interior. Es decir:
[…] any attempt to essentialize “Blackness” or “womanhood” or “working classness” as specific forms of concrete oppression in additive ways inevitably conflates narratives of identity politics with descriptions of positionality as well as constructing identities within the terms of specific political projects. (Yuval-Davis, 2006: 195)
Así, dicha homogeneización provoca una invisibilización de aquellos sectores más marginales que los integran. Esta cuestión fue la que determinó el nacimiento del análisis interseccional para buscar matizar y complejizar el estudio de los distintos procesos de construcción de identidades sociales solapadas y los sistemas de opresión que imperan en éstas.
En definitiva, siguiendo a McCall, la interseccionalidad viene a significar: “[…] the relationships among multiple dimensions and modalities of social relations and subject formations” (2005: 1771). Aunque en los estudios interseccionales, la categoría relacionada con la edad normalmente ha quedado escondida tras las de género, raza y clase social, se debe prestar atención a la afirmación que realiza Viveros para comprender la función que debería ocupar la edad en ese estudio cruzado de opresiones al mismo tiempo que, remarca, estas opresiones no deben ser entendidas como si de una escala gradual de mayor o menor dominación se tratase. Como expone:
[…] la posición más “desventajosa” en una sociedad clasista, racista y sexista no es necesariamente la de una mujer negra pobre, si se la compara con la situación de los hombres jóvenes de su mismo grupo social, más expuestos que ellas a ciertas formas de arbitrariedad, como las asociadas a los controles policiales. (Viveros, 2016: 10)
Profundizar en las variables clase social o raza, en la interconexión con el género y observar cómo impacta o viene impactando la precariedad o la dominación en cada individuo específico, puede permitir comprender qué tipo de agentes protagonizaron el 15M en general –jóvenes de clases medias con alto capital cultural (Ballesté y Sánchez, 2017)–. Aun así, una vez se pasan a analizar las diferenciaciones que se producen dentro de los movimientos post-15M –especialmente con los jóvenes o entre éstos–, es necesario construir un nuevo marco de entendimiento que permita seguir teniendo en cuenta las identidades cruzadas que se entremezclan, pero que también permita observar las diferencias que se construyen dentro de dichas identidades. En este nuevo marco, deben asumirse como centrales otras identidades impuestas que construyen marcos binarios de imaginación como, por ejemplo, radicales versus normales o rupturistas versus reformistas. Estas categorías, que a menudo también se construyen a través de agentes dominadores del campo y que son agenciadas de formas distintas por “los receptores”, producen espacios de normalización/exclusión social que aparecen constantemente en nuestro marco estudiado.
• Sin título, muro para el Festival Jidar Toiles de Rue, Rabat (Marruecos), 2017 | Gleo
Es importante relacionar a nivel teórico el marco de lo interseccional con la construcción y producción de “subalternidad” y de exclusión de la capacidad de hablar, ser oído y tener agencia propia de ciertos sujetos (Spivak, 1988; Grosfoguel, 2003; Adlbi-Sibai, 2016). Así, el marco global en el que se integran dichas subalternidades es el de “sistema/mundo moderno/colonial capitalista/patriarcal blanco/militar occidentalcéntrico y cristianocéntrico” (Adlbi-Sibai, 2016: 20). A ello se debe añadir, de forma conveniente, el término adultocéntrico (Duarte, 2012, 2015) para ampliar la visión de las opresiones imperantes y para adaptarlo a dicho trabajo, al mismo tiempo que ubicar el foco de atención en la construcción de esos otros invisibilizados en el propio Occidente. En ese sentido, los jóvenes politizados aquí protagonistas, constituyen un cuerpo específico que permite comprender, desde la teoría interseccional, las opresiones diferenciadas de las que son objeto tanto por motivos de edad, como de clase, de género y, también, de posición política.
Siguiendo las concepciones sobre la hegemonía cultural de Gramsci, este sistema de dominación global requiere de la construcción de discursos que le doten de sentido. En esa construcción de discursos existe de forma intrínseca una dominación y opresión que se constituye a través de la generación de marcos binarios que jerarquizan cuestiones “globales, lingüísticas, culturales, etno-raciales, económicas, epistémicas, sexuales, humanas, etc., que se entrelazan las unas con las otras y se articulan en torno al mercado capitalista global, a la idea de raza y al sistema de sexo-género” (Adlbi-Sibai, 2016: 21). Dichos marcos binarios, como estructuras de poder y dominación, se constituyen a través de los valores diferenciadores: modernidad/tradición, Occidente/otros, moderados/radicales, jóvenes/adultos, etcétera. Estos discursos binarios opresivos construyen una mirada sobre la realidad que determina qué es lo correcto y qué no (qué es lo bueno y qué no), que representan la capacidad de control de aquellos aspectos sociales no incluidos dentro de lo potencialmente deseable por los poderes hegemónicos. Estos marcos de comprensión limitan la capacidad de imaginar “mundos distintos” desde procesos heterogéneos y plurales, lo que indudablemente lo convierte en una “tecnología del poder” que proporciona las herramientas de control de las “subjetividades y las intersubjetividades a nivel global” y, con ello, realiza un ejercicio de exclusión de grupos sociales de la capacidad de “ser humanos” (Adlbi-Sibai, 2016: 21-22; Santos, 2017; Castro-Gómez y Grosfoguel, 2007).
Dicha comprensión de las opresiones sociales a través tanto de una mirada interseccional que pluralice y complejice los procesos de opresión-dominación con la construcción de identidades cruzadas, junto con la ubicación de los jóvenes como sujetos en distintos grados subalternizados, permite observar la forma en que se impone el poder sobre los otros y lleva a la necesidad de plantear una reflexión teórica para comprender cómo se mira el poder en este trabajo.
Es necesario remarcar cómo lo generacional debe ser visto como una concepción de dominación y exclusión de ciertos agentes, pero esta cuestión no puede ir desligada de la mirada interseccional, lo que permite no observar lo joven como una cuestión puramente marginada, sino complejizar las formas de exclusión de lo juvenil en función de otras variables cruzadas. Al mismo tiempo, se debe remarcar que, aunque lo generacional o lo juvenil pueda ser entendido como una opresión en el orden macrosocial, hay que poner el énfasis en cómo esta opresión no significa que todos los jóvenes vivan en un estado de dominación equivalente. Es decir, no todos los jóvenes están oprimidos de igual manera y, por lo tanto, no todos los jóvenes que participaron en el 15M lo estaban en un mismo grado. Es interesante, para comprender esta gradación o diversificación, observar la diferenciación de clase (como también las otras intersecciones) entre aquellos recién entrados en la precariedad (clases medias que pierden privilegios y derechos) y las clases trabajadoras y subalternas que hace tiempo los han perdido.
En ese sentido, también es necesario guiarnos a través de la teoría de campos y capitales de Bourdieu (Bourdieu, 1988, 1997; Martín, 2013), adaptándola al campo de los movimientos sociales a través del concepto de capital militante (Matonti y Poupeau, 2004; Poupeau, 2007), para lograr comprender las posiciones diferenciadas que cada agente ocupa en un espacio concreto de lo social o lo político. Es decir, por un lado, el lugar que cada movimiento social ocupa dentro del campo político –visibilizado a través de los posicionamientos reconocidos y ejercidos por los demás actores participantes (políticos institucionales, ciudadanía, medios de comunicación, etcétera), así como las posiciones que cada agente o grupo ocupa en cada movimiento (las relaciones de poder existentes y la posición jerárquica interna)–. Si comprendemos el campo político o el campo de los movimientos sociales como un espacio con relaciones de poder y con la delimitación de “normas” o leyes de actuación (Bourdieu, 1982, 1985), podemos observar la posición más o menos subalterna que ocupan ciertos grupos políticos, así como entender las relaciones de poder y dominación (profesionales y profanos) existentes (Bourdieu, 1985). Como veremos, la variable de la edad, explicada a través del marco de opresiones interseccionales, así como de los capitales acumulados por los distintos agentes en materia de movilización política (Ballesté, 2018), permite comprender y analizar las posiciones que ocupan los jóvenes en estos movimientos sociales pos-2011. Son lugares que, en función de la aceptación mayor o menor de las normas y leyes explícitas en el campo, permiten observar procesos de subalternidad, marginalización o censura de posiciones políticas y activistas no acordes con los valores centrales del campo –aquellos relacionados con la visión del buen ciudadano, de lo aceptado por los políticos institucionales o de lo no censurado o criminalizado tanto por los medios de comunicación como por los órganos del Estado (policía, aparato judicial, etcétera) (Ballesté, 2018)–. Es desde esta posición específica de cada agente en el campo de los movimientos sociales, y los efectos que la variable edad tiene en ese posicionamiento, desde donde podemos comprender la exclusión que reciben ciertas personas por sus formas de actuar políticamente, sus discursos o sus interrelaciones con otros agentes del campo.
Ello nos permite introducir el concepto de capacidad de aparición de ciertos agentes excluidos (Spivak, 1988). Según la pensadora poscolonial, los grupos oprimidos (subalternos) no tienen una capacidad de expresarse y ser escuchados por ellos mismos si no es a través de las visiones sobre sus intereses que generan otros actores sociales (Spivak, 1988). Esta dificultad por aparecer se debe, por un lado, a la falta de un espacio físico, político y social donde “poder hablar”, mostrar sus demandas o expresarse. Por otro lado, el propio discurso dominante hace imposible la autorrepresentación de los subalternos, ya que éstos siempre son representados por los poderes dominantes (Spivak, 1988). Así, en este contexto, dentro de la democracia liberal, sean cuales sean sus límites, siempre existirán agentes que no tendrán la capacidad de representarse en ese sistema sino es a través de otros que hablen por ellos.
En cierto sentido, se pueden considerar a algunos de los jóvenes activistas protagonistas de esta investigación como potencialmente subalternos, tanto por cuestiones etarias, por sus condiciones vitales de precariedad, por sus formas de expresarse políticamente, así como por la no aceptación de las leyes del campo activista. En definitiva, estaríamos observando que lo que buena parte de los jóvenes (y también los no tan jóvenes) del 15M y el pos-15M reclamaban era el derecho a la aparición. Un derecho que les es negado de formas muy diversas. Por un lado, por las fuerzas normalizadoras que recaen sobre ellos (ya desde su propia construcción como sujetos sociales) y que predispone unas formas de actuar que delimitan las posibilidades de expresión (Foucault, 1998). Por otro lado, la precariedad como “forma de vida” se expande a través de los recortes en las libertades de aparición, de acción y de discurso, lo cual restringe las posibilidades de agencia de estos jóvenes politizados y les sitúa en una condición de subalternidad dentro del campo político (sobre todo institucional). Por último, las violencias, las represiones y las criminalizaciones sobre las formas de expresarse que manifiestan dichos jóvenes alejados de los procesos normalizadores, imperan en el seno de nuestra sociedad y, como parte de ésta, también dentro de los propios movimientos en los que participan.
En el pos-2011, específicamente en el pos-15M, se ha visto cómo el poder hegemónico no se ha quedado de brazos cruzados mientras surgen dichas nuevas propuestas prácticas de cambio. Así, dentro de los propios movimientos que replantean una nueva noción de democracia asociada con “nuevas prácticas”, existen tensiones y crisis entre los distintos agentes y grupos que simbolizan la capacidad propia del poder hegemónico para construir normalidades de acción, actuación y discurso. Finalmente, en dicha conflictividad interna, lo que viene suponiendo una de las diferenciaciones principales es el camino político escogido por los propios agentes (e influenciado, cómo no, por su propio habitus acumulado en la práctica) entre reformistas o rupturistas.
• Sin título, 2015 | Gleo
La influencia que tuvo el movimiento 15M en otros movimientos posteriores, en los partidos y los sindicatos, en las formas de hacer política o de manifestarse, entre muchos otros factores, denotó una influencia constante y hegemónica de éste. Tanto su influencia en ese mayo del 2011 (ocupando portadas, debates televisivos, impregnando las calles, llenando estudios académicos, etcétera) como su posterior evolución hacia los barrios y los sectores socioeconómicos (Mansilla, 2015; Pastor, 2013) significó una impregnación de casi todos los espacios políticos existentes: movimientos, colectivos, partidos, plataformas, entre otros. Todos se fijaron, participaron o interactuaron con dicho movimiento (Pastor, 2013; Subirats, 2015). Ello provocó una cierta traslación de las prácticas, los discursos y “las formas de ser movimiento social” del 15M a los otros espacios y a los nuevos que se fueron creando. En la cosmovisión social general (y específicamente la activista), aunque hubiese ciertas reticencias con algunas cuestiones relacionadas con el movimiento (su falta de claridad política, cierta contundencia en las acciones o, simplemente, el “borrón” con todo lo anterior que produjo), éste fue visto o vivido como una victoria; como un “momento único” que había logrado atraer a la política activista a “nuevas personas”, mayoritariamente jóvenes, y que se había mantenido en la plaza, desafiando todos los vientos en contra, hasta que decidió irse por su propio pie (Domènech, 2014; Mora et al., 2011).
Como explica Rodríguez, el 15M tuvo una “pretensión casi obsesiva” por llegar a la mayoría social y mostrarse como el movimiento que representaba al 99% de la población (frente al 1% de los poderosos) (2016: 60). Esto significó la necesidad de construir un mensaje “simple, sin aristas, siempre inclusivo y con el acento puesto en las tonalidades emotivas positivas” que interpelara a muchos y fuese de fácil recepción (Rodríguez, 2016). Dicho mensaje, que se puede trasladar también a las formas de actuar, de comunicarse, de reunirse o de discutir, provocaba una cierta despreocupación por delimitar los espacios de lo representado o lo apoyado (los límites de lo defendido). Es decir, ese “mensaje simple” provocaba una aparición de espacios ideológicos y de actuación que quedaban sin llenar y que, a falta de un camino concreto, se solucionaban con la continua pretensión de llegar y agradar a cuantos más, mejor (Rodríguez, 2016).
• El coyote, mural para el Hangar de la Cépière para el Festival Latino Graff, Toulouse (Francia), 2016 | Guache
Este vacío temático generó una especie de confrontación en el seno mismo de las acampadas entre aquellos que, con una herencia política más marcada, observaban las peligrosidades de generar discursos y acciones que sólo buscasen aunar a muchos y los que, normalmente activados políticamente en esos mismos compases del 2011, apostaban por superar las cerrazones ideológicas o de acción que habían acotado los movimientos anteriores (Taibo, 2011). Es interesante remarcar ciertos choques o discordancias que se generaron entre agentes individuales o colectivos participantes de las mismas acampadas. Así, las “dos almas” (Taibo, 2012) no vivieron en una paz indisociable toda la acampada, pero la rapidez de los acontecimientos, junto con su masividad, provocó una cierta invisibilización u ocultación de dichas discrepancias (Ballesté y Sánchez, 2017).
No fue hasta el pos-15M6 cuando las discrepancias se volvieron visibles y marcaron el surgimiento de esos nuevos movimientos o colectivos herederos del 15M. Ese pos-15M, más allá de la evolución hacia espacios políticos institucionales (nuevos partidos o reconfiguración de los partidos tradicionales), avanzó hacía dos caminos distintos. Por un lado, las distintas plataformas o mareas que nacieron dando continuidad a las asambleas internas del propio 15M, y que se ocuparon de trasladar la lucha general hacia espacios más concretos y sectorializados: Marea Blanca (sanidad), Marea Amarilla (educación), Marea Granate (emigrados), Marea Naranja (servicios sociales), Plataforma de Afectados por las Hipotecas (desahucios) o, entre otros, los afectados por las preferentes bancarias, y que, como explica Pastor:
[…] si bien al principio se convirtieron en manifestación de la riqueza imaginativa y creativa de un nuevo “movimiento de movimientos” (el 15M), pronto mostrarían también sus dificultades para mantener un seguimiento significativo de activistas y simpatizantes a muchas de ellas y, sobre todo, para introducirse en la agenda política. (2013: 229)
Con ello se abrió un nuevo escenario de atomización de la protesta política hacia sectores concretos y de disolución de la fuerza humana ya que, como se comprobó en la etnografía, estos nuevos espacios acunaron normalmente personas interesadas o afectadas por las problemáticas que cada grupo trataba (Pastor, 2013; Subirats, 2015; Toret et al., 2013).
Por otro lado, el movimiento también evolucionó en forma de dispersión geográfica, hacia los barrios urbanos, para intentar hacerse más visible y atraer a aquellas personas que quizá no se habían sentido lo suficientemente cómodas para asistir a las plazas principales (Pastor, 2013; Castells, 2011). En ese transcurso de dispersión se vivieron procesos de imbricación entre movimientos sociales autónomos, ya existentes en los barrios, y la llegada del propio 15M descentralizado (Mansilla, 2015), que significaron también una conexión y recuperación de memorias de lucha locales, tanto históricas como recientes (Feixa, 2013). Con ello, se pudo observar cómo se interconectaban luchas “antiguas” con nuevos movimientos como el 15M, desmitificando la visión que muchos indignados tenían sobre la “novedad” de su lucha y su poco sentido histórico (Feixa et al., 2014).
En este contexto pos-15M se vivió una desaceleración de los ritmos, una atomización de la protesta (a veces, hasta niveles exagerados que suponían la creación y desaparición de movimientos y colectivos) y, sobre todo, una conjugación entre los espacios de protesta ya existentes, los nuevos espacios (o los nuevos militantes) que aparecían desde o por el 15M y las propuestas electorales surgidas. En definitiva, se vivió un cierto choque entre lo que se ha venido a llamar nueva política frente a la que ya existía y venía trabajando con anterioridad, donde la interrelación entre propuestas nuevas y ya existentes ha generado una ampliación de los espacios de debate y lucha por reapropiarse de los caminos futuros del activismo. Con eso, cada espacio político surgido del 15M, o reconceptualizado a través de éste, adquirió un camino específico de protesta (actuación, organización e interactuación) que vino marcado tanto por la herencia de las influencias gramaticales del 15M (asamblearismo, reformismo, acciones simbólicas pacíficas, etcétera) como por la puja de “nuevos actores” participantes interesados en modificar esas herencias (introducción de posiciones políticas firmes, acciones más contundentes o argumentos más encarados hacia la superación del sistema actual, rupturismo).
La PAH, desde su creación a través de las propias plazas indignadas, ha tenido un recorrido diferenciado en cuanto a formas de actuar hacia afuera y también en lo relativo a gestionar los procesos internos de funcionamiento. En la ciudad estudiada, desde el 2011 hasta la actualidad, dicho movimiento ha sufrido distintos procesos de cambio tales como las variaciones de los perfiles de participantes, las formas de actuar políticamente y el cambio en los formatos organizacionales internos, que permiten observar cambios en el camino reivindicativo del movimiento (Ballesté y Sánchez, 2017). Estos cambios permiten comprender ciertas formas diferenciadas de entender la protesta política que, finalmente, también entran en conflicto dentro de dicho microespacio (el del movimiento, el del activismo) y generan ciertas luchas específicas.
En sus inicios, al poco tiempo de arrancar la acampada del 15M, el movimiento se articuló a través de la figura de un portavoz que centralizaba buena parte del funcionamiento interno y externo del movimiento. Los tres primeros años dicho puesto lo ocupó Edgar7, quien, a través de una elevada participación en el propio 15M y una posterior implicación mayor en la creación de la PAH en su formato local, fue elegido por el resto de la asamblea como portavoz y representante. Desde este modelo organizativo, el movimiento adquirió ciertas dinámicas políticas que se relacionaban directamente con la estructura que impulsaba el propio portavoz y su grupo de afines. Como él mismo nos cuenta, dicho proceso de “creación de organización” se realizó de forma distinta en las diferentes expresiones locales del movimiento alrededor del territorio catalán y español. Así, a través de dicha constitución específica en cada espacio concreto, se generaron tipos de asambleas8 diferenciadas en función, según explica él, de su apertura o cerrazón:
• Heart of gold, Lisboa (Portugal), 2017 | Gleo
[…] en esa época hubo mucho conflicto. Por ejemplo, una forma… una de dichas ramas… Quien más representaba la rama cerrada era Sabadell, la PAH de Sabadell, que era una de las PAH más grandes. La otra forma de comprender, la más abierta, era Barcelona, Lleida… Girona iban mucho a su rollo y de hecho terminaron como el rosario de la Aurora9. Pero Lleida y Barcelona eran muy abiertas en dicho aspecto10.
La diferencia principal entre abiertas y cerradas la explica a través de la tolerancia o prohibición hacia distintas situaciones que se iban generando en esos tiempos iniciales. Por ejemplo, la PAH donde participaba, para él era una asamblea abierta porque aceptó, entre otras cosas (y tomándolo como ejemplo), ayudar a dos policías antidisturbios con problemas hipotecarios, recibir la ayuda logística e informacional de dos banqueros que se acercaron a aportar sus conocimientos a la asamblea o relacionarse con el obispado buscando cierta ayuda (finalmente ofreció el local donde se encuentra la PAH en la actualidad). Estos temas, que mostraban cierta transversalidad política y el afán por llegar a cuanta más gente mejor, él mismo reconoce que generaron ciertas controversias –debate y discusión– dentro de la propia asamblea local. Estas acciones implicaron marcar un camino político que, a la vez que generaba una apertura de las relaciones del movimiento con otros agentes externos, también intensificaba las distintas posturas entre partidarios y contrarios de esta corriente internamente. Es a través de dichos ejemplos, y del camino que tomó el movimiento a partir de la figura de dicho portavoz, desde donde podemos comprender una relación desigual entre jóvenes politizados y la propia PAH.
Estos jóvenes, terminado el 15M, se acercaron a la plataforma ya que ésta era vista como un buen espacio para trabajar políticamente y desde el cual luchar por los derechos de los más afectados por la crisis. Aun con ello, Pedro, un joven vinculado a grupos comunistas, participante del 15M, nos explica que
[…] entré en la PAH, no sé cuánto haría, quizá 4 años y lo dejé porque estaba el [Edgar] de [portavoz]… y lo que veía era… era superior a lo que podía aguantar y no lo sé… proponía cosas y siempre… no lo sé, ellos controlaban el cotarro11.
En ese sentido, aunque en un primer momento el movimiento le atrajo por su lucha política, rápidamente se fue alejando de éste por las visiones chocantes que tenía tanto con los portavoces como con la dinámica que había tomado la propuesta a través de su presencia.
Dando un pequeño salto temporal, hacia mediados del 2014 y después del paso por el cargo de dos portavoces más (siempre designados entre el grupo de afines y con el beneplácito del primer portavoz), la propia asamblea decidió poner fin a dicho modelo organizativo y propulsar un modelo de igual representación entre todos los asistentes, donde nadie estaba por encima ni era el representante de toda la asamblea. Este nuevo modelo organizacional propugnaba una igual responsabilidad frente a las negociaciones con los bancos –todo el mundo se ocupaba de sus casos buscando la ayuda de otros miembros cuando fuera necesario– y una representación plural del movimiento hacia la sociedad (hacia afuera) –no había una única figura (el portavoz) que hablara en nombre de todos–. Entre los motivos de este cambio interno, Norma, una participante que estuvo presente en todo el proceso, nos explica que los propios miembros de la PAH vieron cómo el movimiento era captado en cierta forma por los intereses de algunos partidos políticos a través de dichos portavoces:
Entonces la PAH apoyaba un poco demasiado a uno de estos partidos. Claro, esto alejaba a todo el mundo que era un poco crítico con esa forma de actuar […]. Una vez han pasado las (elecciones) municipales. Han pasado las elecciones, entonces esta gente sí que se ha retirado un poco y entonces la PAH vuelve a aceptar un poco… Bueno aceptar, se acepta siempre gente de todas partes, pero bueno… a que otras voces puedan hablar perfectamente y no pase nada12.
Con aquello de “otras voces” hace referencia explícita a esos grupos de jóvenes que en un primer momento se habían acercado y alejado una vez visto el funcionamiento interno, como también a la cierta marginalización que sufrían sus posicionamientos o sus aportaciones políticas y estratégicas. Ella habla específicamente de la falta de contactos de la PAH con “movimientos asamblearios […] movimientos de jóvenes y muy poco con okupas” propiciada tanto por el funcionamiento de la propia PAH como por la visión que muchos miembros del movimiento tenían de ellos –como radicales, violentos o antisistema–. En ese sentido, podemos comprender cómo desde dentro del mismo movimiento se construye esa posición de subalternidad y opresión hacia un grupo específico, los jóvenes, que proponen nuevas dinámicas políticas internas y que, como tal, generan espacios de cambio que producen inestabilidad en las bases estables adultas del grupo.
Siguiendo, una vez cambiado el formato organizacional y con un nuevo modelo aparentemente más horizontal, muchos de estos jóvenes se acercaron otra vez al movimiento. Pedro nos dice:
[…] la verdad es que ahora al menos se puede… se puede hablar porque antes había un momento que las asambleas no eran asambleas, que era… Sólo hablaban los 3 de siempre y si intentabas hablar te cortaban, etcétera, etcétera. Esta gente también es responsable de haber convertido la PAH en una gestoría o en una… en una ONG y no en un lugar para luchar. Entonces eso termina pareciendo más a Cáritas que no… que no un movimiento social de lucha.
A través del ejemplo, podemos observar cómo los motivos que alejaban a dichos jóvenes –y que también eran vistos como negativos por distintos miembros del movimiento– eran tanto el protagonismo y el formato del movimiento a través de los portavoces como la función política que éste tenía a través de su influencia –según ellos, muy moderada y caritativa–. Dicho momento de transición del modelo interno hacia un nuevo formato “en construcción” fue visto como una oportunidad para cambiar todas esas concepciones discursivas, de actuación y de organización que venían del modelo anterior. Con ello, la participación de estos actores jóvenes fue incrementando al mismo tiempo que entre distintos colectivos de la ciudad se avisaban de que “la nueva PAH era un buen espacio donde participar” (Pedro). Entre los colectivos encontramos comunistas, anarquistas, libertarios y también grupos pertenecientes a lo que “popularmente” se ha llamado de la izquierda independentista13.
Este aumento de participación generó un cambio de roles internos que se visibilizaba dentro de la propia asamblea semanal. Estos jóvenes politizados, con un peso cada vez mayor en el movimiento, acumulaban un elevado capital militante (Ballesté, 2018) a través de su participación en espacios políticos propios y en campañas y movimientos políticos anteriores, hecho que les situaba en una posición diferenciada en cuanto a las relaciones internas (Matonti y Poupeau, 2004; Poupeau, 2007). Así, si entendemos los capitales a través de una visión bourdiana (Bourdieu, 1999, 2000), comprendemos las posiciones diferenciadas que ocupan los agentes en un espacio social específico en función de la mayor o menor acumulación del capital específico del espacio (en nuestro caso, capital político o militante). Con ello, su alta participación e implicación, sumada a las experiencias previas que venían teniendo en materia de asamblearismo y activismo, los llevó a generar alianzas con los miembros más críticos del movimiento –aquéllos que también veían que la función de éste se había transformado en puramente caritativa– y a, poco a poco, ir asumiendo un papel más protagonista y numeroso en el movimiento.
• Wisdom (detalle), mural en honor a Francisco José de Caldas, Caldas de Reyes (España), 2017 | Gleo
Esta formación de grupos internos lleva a que en los años recientes se hayan generado ciertas luchas internas por establecer como hegemónica cada una de las visiones diferenciadas de protesta –las nuevas visiones aportadas por dichos jóvenes en alianza con otros miembros críticos, y la de los que seguían apostando por el modelo y las dinámicas anteriores–. Pedro especifica cómo algunas de dichas visiones acordes con el modelo anterior aún están presentes: “[…] aún se arrastra… Claro, estos años de dichas dinámicas no… En dos días no se pueden… no se pueden cambiar, ¿no? Y si, aún hay mucha gente que lo ve así [acorde con el primer modelo]”. Al mismo tiempo, con dicha intervención pone en valor que una de las funciones de él y del resto de participantes con visiones similares de la lucha era (y es) intentar cambiar esas dinámicas, y llevar a la PAH a un nuevo espacio reivindicativo.
Finalmente, la concepción que tenían estos jóvenes en alianza con otros actores sobre cómo debía funcionar y actuar la PAH se hizo en cierto sentido hegemónica. Con ello, cambiaron las dinámicas de actuación, reivindicación y los propios discursos de la PAH. Se trataba, como exponen, de llevar al movimiento un “punto más allá” y buscar un aumento de las acciones y de la contundencia de éstas para abandonar el modelo asistencialista.
• Juno, detalle del mural La Vía Láctea, Pujilí (Ecuador), 2018 | Guache
Este proceso ha llevado a distintas situaciones recientes que nos parecen remarcables para comprender en qué momento se encuentra éste en la actualidad. A finales del 2015 el movimiento en Lleida llevó a cabo la ocupación más larga de una sede bancaria (en Catalunya Caixa). Esta acción, que duró más de dos días y terminó con el desalojo por parte de los cuerpos de seguridad de los ocupantes, llevó a distintos miembros del movimiento a juicio, en éste finalmente fueron condenados algunos de ellos a pagar distintas multas. Un mes más tarde, e inmersos en esa dinámica de incremento de acciones y de la fuerza-contundencia de éstas, volvieron a ocupar una sede del BBVA y mantuvieron un pulso bastante duro tanto con los cuerpos de seguridad como con los agentes privados de seguridad del banco14. Finalmente, también abandonaron la ocupación en el segundo día custodiados por la policía.
La tercera acción que nos gustaría traer a colación es la ocupación que se realizó de una sucursal del Banco Santander en marzo del 2016. Dicha ocupación, que se planeó en cierto sentido de forma similar a las anteriores, mostró el aumento de simpatías entre la PAH y otros movimientos anticapitalistas y juveniles de la ciudad. Más allá de mostrar dichas alianzas dentro del espacio activista, también permitió ver un cambio significativo en las dinámicas internas de la plataforma. A través de un momento específico (la salida custodiada del banco por parte de los manifestantes) podemos resumir esta serie de cambios que se produjeron. Normalmente, cuando la PAH estaba ocupando una sucursal bancaria y era expulsada de ésta por parte de la policía, los miembros salían voluntariamente, por su propio pie, y eran identificados por los agentes (como había ocurrido en las dos anteriores). En este último caso, algunos de estos jóvenes decidieron romper estas dinámicas existentes y ejercieron una resistencia pacífica al no querer salir por ellos mismos. Finalmente, dos de los jóvenes encerrados permanecieron sentados mientras el resto iban saliendo, y finalmente éstos fueron sacados a rastras por la policía (imagen que luego corrió por las redes sociales y por los medios de comunicación).
Esta acción simbólica llevó a una rotura específica con ciertas formas de reivindicación que se venían dando en la PAH desde sus inicios. A su vez, esta pequeña acción (como ejemplo de un proceso más profundo) mostró también un cambio en las reacciones hacia el movimiento por parte de distintos agentes sociales y políticos, visibilizándose después cierto discurso de censura frente a la plataforma y las formas de actuar que ésta venía teniendo en los últimos tiempos (tanto por parte de los medios de comunicación como de algunos discursos políticos institucionales).
Otra cuestión significativa, que se desprende tanto de dicha acción específica como de otras actividades y acciones llevadas a cabo por el movimiento, es el incremento de cuerpos de seguridad que venían custodiando las distintas actuaciones de la PAH desde la primera ocupación citada. El aumento de presencia policial coincidía tanto con el cambio de perfiles internos del movimiento como con el cambio de las acciones que llevaban a cabo.
En resumen, hemos visto como primero la PAH vivió un proceso interno de diferenciación entre modelos y formas distintas de comprender la función del movimiento. En esas luchas, los jóvenes politizados jugaron un papel clave en la fase de cambios anteriormente relatada. Una vez establecida como hegemónica la visión de lucha que ellos representaban, junto con otros actores, todo ello se evidenció en el cambio de las acciones y en la contundencia de éstas. Finalmente, esta situación llevó a un incremento de la presencia de cuerpos de seguridad en sus acciones, cierto proceso de estigmatización del movimiento (a través principalmente de los medios de comunicación y de los discursos de algunos representantes políticos) y, finalmente, un incremento de la tensión interna como consecuencia de todas estas cuestiones. Una tensión que se visibilizaba entre aquéllos que creían que debía reducirse el nivel y el volumen de las acciones (y que se relacionaban a veces con aquellos miembros más acordes con el modelo anterior de portavoces) y los que apostaban por dicho camino de escalada de acción. En definitiva, vemos cómo los discursos emanados tanto por los políticos como por la prensa, atraviesan al propio movimiento y afectan las relaciones internas en el activismo.
Los cambios producidos en la PAH no se pueden entender desde un prisma exclusivamente juvenil. Es decir, sin observar la situación desde una posición más macroscópica y tener en cuenta cambios generales (por ejemplo, en la relación bancos-afectados) o cambios internos (por ejemplo, pérdida de movilización y crecimiento del asistencialismo), no se puede comprender el motivo del abandono del modelo de portavoces ni el rumbo que toma el movimiento a posteriori. Aun así, se ha observado cómo la creciente participación juvenil puede ser considerada como una variable importante dentro de todo el proceso.
Primero, se pueden visibilizar las dos posturas observadas a través del 15M –aquellas dos almas que explicaba Taibo– y analizar cómo estas se materializan a través de los dos grupos enfrentados en la PAH (siempre teniendo en cuenta que no son grupos totales y herméticos y que existe un buen número de agentes que se encuentran en medio de los dos). Al mismo tiempo, se puede detectar cómo aquellos jóvenes politizados que entran a participar en la PAH –a través de la brecha de oportunidad que se abre en el cambio de organización– apuestan por una actuación política que redefina los términos de consenso (hegemónicos) establecidos a través del 15M. Es decir, coincide la redefinición de las relaciones de poder internas con la posibilidad de poner en duda el statu quo activista presente desde sus inicios y establecer un nuevo marco de acción de forma interna y externa.
En definitiva, el principal eje que permite este cambio es la inestabilidad que se produce en el modelo organizacional y que significa una redistribución de poder nueva después de un proceso de cambios. Al mismo tiempo, la modificación en la acumulación de poder (la entrada de los jóvenes) representa una alteración en las formas, en los discursos y en las relaciones dentro del campo activista. Esto lleva a una posibilidad de replanteamiento de la concepción hegemónica de la forma de articular la participación-protesta política del 15M y, consecuentemente, a la búsqueda por modificarla bajo nuevos supuestos que permitan superar el modelo que impregnó la mayoría de espacios políticos pos-15M. Al mismo tiempo, para comprender esta nueva distribución de poder interna es necesario recalcar la función que ejerce la acumulación de capital militante de los agentes. Así, mientras en el primer modelo de portavoces estos disponían de experiencia de participación, de buenas dotes para hablar en público y de legitimidad por haber participado, por ejemplo, en el 15M, los jóvenes que entran más tarde también disponen de un alto capital militante pero que se desarrolla a través de otras variables como la altísima implicación, la asunción de mayores riesgos, también el hablar bien en público y, sobre todo, disponer de amplios conocimientos sobre el modelo asambleario y sobre la realización de acciones y el “hacer frente” a las consecuencias que éstas puedan tener.
Sin duda, dicho cambio tiene consecuencias en todo el subcampo activista (Ballesté, 2018) y también influye en el campo político local. A través del cambio de las formas de la PAH junto con la variación de las relaciones que tiene el grupo con otros, se modifican los vínculos de la plataforma con otros cuerpos del campo.
Recuperando a Bourdieu (2000) en la distinción que establece entre profanos y profesionales para el campo político, de alguna forma se puede considerar que los jóvenes aquí estudiados pueden ser característicos de aquello que llama profanos de la política. Así, frente a ellos, en el campo activista existen grupos de personas especialistas en acumular poder y que vienen estableciendo cuáles son las reglas y las normas que se aceptan para “jugar” en dicho espacio (Bourdieu, 1982, 2000). En ese sentido, sin desligarlos de la función que cumplen distintos agentes influyentes del campo político y del espacio social, “externos”, se puede ver que los propios movimientos actúan de una forma un tanto autónoma. Dicha autonomía, que debe entenderse de forma relacional con los agentes nombrados anteriormente, permite distinguir a los poseedores del poder dentro del campo y radiografiar el funcionamiento y las relaciones en su interior. La apropiación de espacios de poder del campo en un orden jerárquico permite establecer una distinción clara entre jóvenes y adultos como categorías binarias construidas en tanto espacios de dominación.
En esa línea, se ha observado que muchas veces las movilizaciones propiamente juveniles, por su carácter rupturista o por los planteamientos de llegar más lejos de lo que se espera o está permitido, reciben cierta censura en sus formas por parte de los adultos. La distinción se muestra clara a lo largo de buena parte del trabajo etnográfico entre los conflictos que plantean los jóvenes politizados y la oposición que en momentos dados encuentran por parte de algunos adultos. Es decir, no se trata simplemente de una cuestión etaria que manifieste la diferenciación entre jóvenes y adultos como dos grupos homogéneos, sino de una relación desigual entre jóvenes politizados y adultos, normalmente de clases medias, participantes de ciertos espacios políticos comunes. Por ello, la mirada interseccional planteada en el apartado teórico permite comprender cómo actúan esas formas de construcción de sujetos subalternizados que no tienen la capacidad de hablar, de ser o de estar (Spivak, 1988) y que, aun con ello, cuando aparecen en la escena pública o política, sobre ellos recaen procesos criminalizadores, marginalizadores o represores que buscan mantener el orden normalizado de las cosas.
A nivel general, las formas de marginación que viven en distintos momentos estos jóvenes en movimientos como la PAH permiten comprender la existencia de un orden establecido entre algunos de los agentes del campo activista que determinan qué es correcto y qué no. Este orden establecido estaría determinado por los portavoces y el grupo afín en el primer modelo de la PAH –siempre influenciados por el campo político y el espacio social–. El establecimiento de qué es lo correcto funciona a través de un dispositivo que impera en el campo y que es determinado, construido y movilizado por parte de distintos agentes como los medios de comunicación, los políticos institucionales, la policía, etcétera (Ballesté, 2018). Aun así, algunos de los agentes de los movimientos sociales cumplen, o pueden cumplir, la función de “correa de transmisión” –a veces involuntaria– de esos valores normalizadores. Cuando reproducen o apuestan por un tipo específico de lucha, sin dejar espacio a otras formas de protesta, determinan la solidificación de una visión normalizadora de la movilización política que implica un traslado hacia un espacio periférico de aquellos grupos que no lo asumen o que no se mueven bajo los mismos parámetros, mostrando un cierto control biopolítico del campo (Foucault, 1988).
• Angela (detalle), mural hecho para el Killart Festival, Barranquilla (Colombia), 2018 | Gleo
Con ello, podemos comprender la función que tiene lo juvenil dentro del subcampo activista. Ver cómo, de alguna forma, la tutorización o aceptación del adulto es necesaria para, como ellos dicen, legitimar ciertas prácticas políticas. Al mismo tiempo, cuando dicha legitimación (en forma de solidaridad, apoyo o asistencia) está ausente, normalmente el movimiento queda de alguna forma relegado a un espacio periférico o, si no, a una creciente marginalización dentro del espacio político o la estructura social.
A nivel general, se trata pues de observar cómo dentro del propio “Norte global”, también se producen procesos de exclusión y subalternización que hacen cada vez más necesaria una mirada complejizadora que manifieste esos caminos de construcción de contrahegemonías producidas y reproducidas en las periferias tanto del espacio público, como, sobre todo, del espacio social o político (Aguiló, 2017).
A través de este estudio etnográfico, pero comparándolo con experiencias en el propio campo o con otras entrevistas a agentes, se puede concretar que de alguna forma, los jóvenes (no de forma exclusiva ni igualitaria) ocupan la posición de profanos dentro del subcampo activista. Se trata de profanos que enfrente tienen a los profesionales del mismo subcampo (algunos de los adultos) y, por encima, a los profesionales del campo político en general (políticos institucionales), que determinan qué está bien y cuáles son las normas por seguir. Todo ello produce una cierta normalización del campo activista que divide a los agentes entre “buenos y malos”, haciendo patente un proceso de exclusión que se visibiliza tanto desde dentro de los movimientos (a través de los propios agentes del mismo movimiento no acordes con la postura de los jóvenes), y desde fuera, a través de la interrelación del movimiento (o del grupo de jóvenes) con el Estado, los medios de comunicación o con otros agentes presentes en el campo político (Bourdieu, 1999).
En definitiva, y recuperando lo expuesto en el marco teórico, es necesario comprender el espacio que ocupan estos jóvenes politizados dentro de los movimientos sociales pos-2011, como un espacio en disputa. Una disputa que no sólo se centra en la superación de formas adultocéntricas de control participativo, sino que va más allá, mostrando la aparición de un dispositivo punitivo o represor (Foucault, 2009 [1979]) cuando estos jóvenes adquieren la capacidad de tener voz dentro del campo de los movimientos sociales y plantean nuevas formas de actuación, discurso y relación política. Se trata de formas que se alejan de las hegemónicas y las consideradas como correctas y que, en definitiva, deben ser controladas y marginalizadas tanto en el campo activista, como en el campo político y el espacio social más amplio. Al mismo tiempo, en esa idea de la comprensión interseccional de las categorías de opresión, en la PAH podemos ver que los jóvenes politizados, con posturas políticas anticapitalistas, crean alianzas con aquellos miembros antiguos de la PAH que tienen casos hipotecarios más difíciles o que se encuentran en una situación más precaria (aquéllos que necesitan ir más allá del asistencialismo). Estaríamos, en este sentido, en presencia de una especie de comprensión conjunta de la ampliación de los límites de lo posible en el activismo entre agentes precarizados; una ampliación que, para poder comprenderla desde ámbitos académicos occidentales, debemos adquirir ciertas herramientas del Sur para adaptarlas y otorgar miradas “descolonizadoras” pertinentes. Para comprender qué posición ocupan los jóvenes aquí estudiados en los movimientos pos-15M es necesario, primero, entenderlos como un grupo heterogéneo, marcado por opresiones cruzadas interseccionales y por valores normalizadores que buscan encauzar sus comportamientos dentro de “lo esperado” por la ciudadanía adulta. Por otro lado, debemos mirar sus prácticas, formas de actuar y las reacciones que éstas producen, tanto en el mismo campo político como en el espacio social, como luchas emancipadoras que, en primera instancia, buscan superar los límites de lo posible activistamente hablando, pero que, en profundidad, plantean concepciones de mundos posibles distintos marcados por nuevas dinámicas en las formas de actuar, de relacionarse, de producir discursos y de “vivir el día a día” (Santos, 2017).
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