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• Marcha de estudiantes universitarias chilenas por una educación no sexista, Santiago, 2018 | Foto: Cristóbal Escobar. Tomada de: Mor.Bo

Estudiantes universitarias chilenas: discursos y prácticas contra la violencia sexista*

Estudantes universitárias chilenas: discursos e práticas contra a violência sexista

Chilean Female University Students: Discourses and Practices against Sexist Violence

DOI: 10.30578/nomadas.n51a2

 

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Jessica Alfaro Álvarez** y Tania de Armas Pedraza***

Resumen

El trabajo da cuenta del itinerario que siguen las estudiantes universitarias, para visibilizar y contrarrestar el acoso sexual dentro de la institución educativa, durante las movilizaciones por una educación no sexista en Chile en el 2018. El análisis es realizado desde el corpus teórico del feminismo y la acción colectiva, enfatizando la mirada situada desde la etnografía dialógica y el análisis de documentos y prensa. Evidencia desplazamientos en las relaciones de poder desde prácticas y discursos que cuestionan el dispositivo de género y las formas tradicionales de participación democrática representativa.

Palabras clave: feminismo, poder, sexo-género, movimiento estudiantil universitario, violencia sexista, acoso sexual.

Resumo

O trabalho descreve o itinerário que os estudantes universitários seguem, para tornar visível e neutralizar o assédio sexual dentro da instituição educacional, durante as mobilizações para uma educação não sexista no Chile em 2018. A análise é realizada a partir do corpus teórico do feminismo e ação coletiva, enfatizando a perspectiva da etnografia dialógica e a análise de documentos e imprensa. Evidências de deslocamentos nas relações de poder com base em práticas e discursos que questionam o dispositivo de gênero e as formas tradicionais de participação democrática representativa.

Palavras-chave: feminismo, poder, sexo-gênero, movimento estudantil universitário, violência sexista, assédio sexual.

Abstract

The work gives an account of the itinerary that female university students followed during the mobilizations for a non-sexist education in Chile in 2018. They were aiming at raising awareness and counteracting sexual harassment within the educational institution. Feminism and collective action make up the theoretical corpus for the analysis, giving emphasis to the situated perspective of dialogic ethnography and the analysis of records and press. It shows displacements in power relations within practices and discourses that question the gender device and the traditional forms of representative democratic participation.

Keywords: Feminism, Power, Sex-Gender, University Student Movement, Sexist Violence, Sexual Harassment.

*Este artículo emerge de la investigación finalizada “Mayo feminista: estudio etnográfico del movimiento estudiantil feminista en Valparaíso”, ejecutada de manera independiente por académicas de la Universidad de Playa Ancha, Valparaíso (Chile).
**Académica del Departamento de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Playa Ancha, Valparaíso (Chile). Doctora en Psicología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
***Directora del Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Playa Ancha, Valparaíso (Chile). Doctora en Procesos Sociopolíticos de América Latina (Prospal) de la Universidad ARCIS. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.

Introducción

Escribimos desde las epistemologías críticas feministas, situadas y socialmente comprometidas, estableciendo conexiones y vínculos con las/os protagonistas del movimiento chileno por una educación no sexista, en especial con el movimiento feminista de la Universidad de Playa Ancha. Es desde esta intersubjetividad y sus conexiones parciales (Haraway, 1995) que podemos comprender y develar los fundamentos de la dominación, que resultan inexplicables desde una perspectiva aséptica de la cultura (Castañeda, 2012). Este enfoque nos permite adentrarnos en una subjetividad sexuada, imbricada en relaciones de género que “reproducen la lógica binaria y jerárquica entre naturaleza y cultura; concreto y abstracto; emocional y racional; mujer y hombre, donde la característica de una de las columnas es inferior a la otra, ya sea desde la falta o el complemento” (Amigot y Pujal, 2009: 115-152).

La metodología se basa en la investigación acción-participativa, desarrollada en las asambleas triestamentales, implementadas durante todo el periodo de toma de una universidad pública de Valparaíso, en el contexto del movimiento estudiantil del 2018 por una educación no sexista en Chile. El registro se realizó mediante la etnografía y notas de campo, ampliándose este corpus mediante el seguimiento del movimiento estudiantil feminista a lo largo del país, a través de artículos y notas de prensa.

Desde la etnografía dialógica revisamos cómo la enunciación feminista logra reconocimiento y se convierte en motor de la acción colectiva estudiantil, construyendo un tipo de participación portadora de una discursividad crítica, que si bien se conecta con la herencia y olas feministas de otros tiempos, reemerge para sacudir el dispositivo de género en múltiples de sus dimensiones estructurantes (Castro, 2008), tensionando la institucionalidad y sus juegos de verdad, de poder y saber. Se analiza cuáles fueron los desafíos planteados a la institucionalidad universitaria respecto a la violencia sexual contenida en el dispositivo binario y jerárquico de género y las formas tradicionales de participación democrática representativa. Desde las interpretaciones que realizan las actorías, visibilizamos las contradicciones de la institucionalidad educativa al ser interpelada en su inercia reproductora de una configuración patriarcal, expresada en el acoso sexual y la educación sexista.

El texto se organiza desde aspectos teóricos conceptuales que nos permiten caracterizar la acción colectiva y los movimientos de mujeres en Chile, revisando algunos de sus hitos para lograr un análisis contextualizado del actual movimiento de universitarias contra la violencia sexista. Posteriormente se revisa el corpus de datos, donde se describen e interpretan elementos organizativos y discursivos del accionar del movimiento universitario estudiado, para finalizar con un apartado de conclusiones vinculadas al propósito de la investigación.

En su conjunto, el texto pretende contribuir a la genealogía de la acción colectiva de las mujeres (Ciriza, 2015) y del feminismo en el contexto latinoamericano y chileno específicamente, pues entendemos como imprescindible escribir nuestra historia yendo contramarea de la opresión semiótica-material que vivimos. No es casual que no se escriba sobre los mundos que quieren las mujeres; el lenguaje, las pautas que regulan la lucha de enunciados entre quienes detentan o resisten el poder no lo facilita. Menos aún cuando esas mujeres quieren lo imposible, quieren el fin del patriarcado y su sistema socioeconómico, y lo quieren fuera de la institución con mayor valoración en la reproducción simbólica del sistema: la Universidad.

• Marchas feministas en Chile por la igualdad y seguridad de las mujeres, diciembre del 2018 | Tomada de: 24 horas

Cartografía teórico-conceptual: el accionar colectivo de las mujeres en Chile

El enfoque de los nuevos movimientos sociales destaca la necesaria comprensión de la significación, la diversidad y las diferentes orientaciones de la acción colectiva y la estructura social (Melucci, 1999). No obstante, consideramos que este enfoque tiene limitantes para comprender los movimientos y la acción colectiva de las mujeres, por un lado, y la articulación entre feminismo y movimientos de mujeres, por otro. Un ejemplo es el dado por Zibechi (2017), quien señala como una desatención de su propio análisis el haber subestimado el papel de los movimientos de mujeres y los feminismos en la organización y las dinámicas de los movimientos sociales latinoamericanos.

Principalmente son los estudios feministas los que han permitido revisar la historia desde nuevas categorías y metodologías de análisis, para encontrar los silencios, los olvidos del subalterno, y como es el caso de esta investigación, para celebrar la irrupción de su voz y hacernos parte del tejido de la memoria histórica de las mujeres que la protagonizan. Los feminismos se constituyen, como afirma Monzón (2016), en el sustrato teórico-epistémico de los movimientos sociales de mujeres que expresan demandas, relaciones, articulaciones y desencuentros.

La teoría feminista destaca la necesidad de comprender la articulación entre los ámbitos privado y público, en correlato con la división sexual del trabajo (Pateman, 1995), para la configuración de la acción colectiva de las mujeres. Por lo general, es desde los roles enmarcados en el ámbito doméstico y las identidades de género desde donde las mujeres ingresan al mundo de la acción colectiva. En ésta incorporan en múltiples ocasiones las vindicaciones feministas, de modo que lo personal se vuelve político (Millett, 1995).

En el contexto de la nueva división sexual del trabajo a escala global, Federici (2018) sostiene que el capitalismo se ha afianzado sobre el trabajo no remunerado de las mujeres. Significativamente afectadas por estos procesos de profundización capitalista a nivel global, las mujeres encabezan a nivel mundial acciones colectivas vinculadas a la sostenibilidad de la vida, el territorio y los recursos (Alfaro, 2015). En Chile estos movimientos describen trayectorias heterogéneas (Follegati, 2018) y visibles en torno a los espacios de la educación, la cultura, la beneficencia, los movimientos sufragistas, el feminismo, el mutualismo y el sindicalismo (Valdés, 2000).

En el siglo XIX, las mujeres de clase alta despliegan su acción desde la beneficencia, cuyo discurso “funciona extendiendo la dominación ideológica sobre las clases populares, desde la impronta del universalismo cristiano” (Montecino, 1996: 50). Son las primeras en denominarse feministas (laicas y cristianas), sin embargo, son las mujeres trabajadoras, específicamente las costureras, quienes en 1887 iniciarán la articulación colectiva conformando la primera sociedad mutual femenina en Chile. Destaca en este período La Alborada (Illanes, 2012), prensa feminista que tensiona la representación de las mujeres obreras y su praxis política en el movimiento obrero chileno, señalando que la transformación política implica cuestionar la posición subordinada de género.

La primera parte del siglo XX estará cruzada globalmente por las luchas feministas sufragistas y la demanda de derechos civiles, en el contexto de una modernización capitalista. Se refieren como organizaciones de la época: la Unión Femenina de Chile (1928), el Movimiento Pro Emancipación de las Mujeres de Chile (MEMCH) (1935), la Federación Chilena de Instituciones Femeninas (FECHIF) (1944) y el Partido Femenino Chileno (PFCH) (1946) (De Armas, 2018a). Luego de la obtención del sufragio, el movimiento de mujeres chilenas entra en fase de declinación o silencio (Gaviola et al., 1994). No olvidemos que para esa fecha el gran movimiento mutualista popular –y el movimiento de mujeres trabajadoras– ha sido perseguido, entrampado y, finalmente, sus estrategias definidas dentro del aparato del Estado.

• Marcha de redes de apoyo, grupos y proyectos para combatir el acoso sexual universitario, luego de vivirlo en carne propia, Colombia, noviembre del 2018 | Tomada por: Colectiva Blanca Villamil

Desde 1973 el movimiento de mujeres y feministas se articulará en torno a la lucha contra la dictadura y la restauración democrática, desplegándose –en general– la agencia de las mujeres desde la tensión que las sitúa en los roles tradicionales y entre los ámbitos domésticos y públicos (Valdés, 2000). Las mujeres en el contexto latinoamericano reaparecen desplegando una potente acción colectiva frente a la represión de las dictaduras (De Barbieri, 1986).

En el contexto dictatorial chileno las academias son intervenidas y el feminismo encuentra un espacio en las organizaciones sociales de mujeres, muchas de éstas ONG que cuentan con apoyo internacional. Con el retorno de la democracia en los años noventa, de manera periférica se instalan los primeros espacios académicos dedicados a la investigación sobre las mujeres y el género (Montecino, 1999). Se inicia también la institucionalización progresiva de las demandas del movimiento de mujeres y feministas en Chile, en un contexto socioeconómico de progresivo neoliberalismo que coopta la fuerza crítica del feminismo de los años ochenta y su cuestionamiento radical a la democracia. Las políticas públicas, focalizadas y centradas en revertir la situación desfavorable de las mujeres, son orientadas y definidas bordeando los roles femeninos tradicionales centrados en el maternaje. Se produce la llamada “fragmentación del movimiento feminista” (Richard, 2001), a la vez que surgen nuevas figuras desde el Estado como el Servicio Nacional de la Mujer (Sernam).

A inicios del 2000, la acción colectiva feminista se despliega en Chile de manera fragmentaria, con articulaciones fluctuantes en torno a los derechos sexuales de las mujeres y las disidencias en clave identitaria. Creemos que es desde esa dispersión, leída de forma negativa por muchos análisis de la época, desde donde se fraguará la reemergencia que impulsará la ola del mayo feminista chileno. El fenómeno sintoniza con el acontecer en el centro global, donde a poco andar de la instalación de la perspectiva de género en la academia anglosajona, comienza el movimiento crítico que implosiona su esencialismo y su mirada heterocentrada de la diferencia sexual. Se cuestiona el estatuto de representación que ha asumido el feminismo liberal respecto de las mujeres y se deconstruye su principal herramienta: el género (Butler, 2006).

En el 2008 el Gobierno chileno prohíbe la píldora del día después, iniciándose una serie de manifestaciones públicas que ponen de manifiesto la importancia de la sexualidad y los derechos reproductivos en los movimientos de mujeres, evidenciándose además la distancia con el feminismo institucional. Se hacen visibles “las colectivas”, una nueva forma de articulación feminista desplegada en torno a pequeños grupos de mujeres que se definen desde la asamblea y la horizontalidad, que tienen diferentes objetivos o demandas y cuya vinculación es escasa.

En Valparaíso existen en este período al menos diez colectivas funcionando, la mayoría integrada por mujeres jóvenes, universitarias y profesionales principalmente. Si bien coexisten con organizaciones más tradicionales como el MEMCH y la Asociación Belén de Sárraga, se diferencian de éstas por el componente generacional, por la no militancia político-partidista y por la aceptación de las disidencias sexuales dentro de estos grupos de jóvenes, lo que las distancia de las organizaciones tradicionales.

Entre el 2001 y el 2015 cobra realce el movimiento estudiantil por una educación sin lucro, y aparecen en pantalla muchas mujeres en los puestos de vocería y dirigencia. Se forman en este período las vocalías de género y comienzan a elaborarse los primeros protocolos contra el acoso en algunas universidades. Será precisamente en este ámbito donde germinará un conjunto de “colectivas” que desde perspectivas diversas se apropiarán de la discursividad crítica feminista. De este semillero emergen las miradas críticas a los procesos de movilización estudiantil que interpelan la educación de mercado entre el 2011 y el 2015. Hitos diversos como la conformación de las vocalías o secretarías de género como parte de las federaciones estudiantiles y la realización de los congresos nacionales por una educación no sexista van delineando los difusos bordes de la futura ola del 2018, que performativamente se constituye en revolución.

Es precisamente el contexto educativo, que comienza a ser develado en su estructura androcéntrica y permeada de brechas de género (De Armas, 2018b), el escenario propicio desde donde el feminismo reinstala una de sus tribunas críticas, mostrando como punta del iceberg una de las problemáticas que ha resonado en la palestra pública latinoamericana y chilena de la última década: el incremento de la violencia estructural contra las mujeres y las disidencias (Santana y Astudillo, 2014). Como parte de una misma trama, el acoso y la violencia sexista son públicamente denunciados y visibilizados en los entornos universitarios. El estallido colectivo se produce cuando la promesa de integración y mayores derechos para las mujeres desde el acceso a la educación se hace trizas y desde las voces de miles de jóvenes se denuncia que allí, en la Universidad, también hay violencia, precarización del trabajo, abuso y acoso sobre los cuerpos femeninos y feminizados. Desde la heterogeneidad propia del discurso y la praxis feminista, el movimiento de mujeres universitarias se encuentra enraizado en otras redes: redes de académicas, científicas, artistas, colectivas y redes feministas contra la violencia, feminismos ecológicos, feminismos trans, etcétera.

Prácticas y discursos contra el acoso sexual en las universidades

El 17 de abril del 2018, la Universidad Austral de Chile inicia una toma feminista que durará 67 días, 10 días después es tomada la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, en rechazo al resultado del sumario contra el profesor y expresidente del tribunal constitucional Carlos Carmona. El 17 de mayo hay más de 30 facultades y 15 universidades en toma, sumándose algunos liceos como el icónico Carmela Carvajal. El 16 de junio se produce la mayor marcha feminista ocurrida en Chile, convocada por sectores estudiantiles y organizaciones sociales feministas bajo el lema “por una educación no sexista y la no violencia hacia las mujeres”. La masividad del movimiento sorprende a los medios nacionales e internacionales, la imagen que recorre las redes es la de unas jóvenes con el torso desnudo sobre la estatua de Juan Pablo II en las afueras de la Universidad Católica, una de las entidades más conservadoras del establishment ligada a la Iglesia católica, entidad que define a las mujeres desde el cuidado del otro, y al feminismo como una ideología que genera divisiones contraproducentes (Alfaro, 2005).

La lucha por el reconocimiento

En mayo del 2018, por primera vez en su historia, el movimiento estudiantil chileno se denominará feminista. La primera de las grandes marchas que remueven al país y articulan al estudiantado con numerosas organizaciones sociales, es convocada desde la Coordinadora Feminista Universitaria (Cofeu), y no por la Confederación de Federaciones de Estudiantes de Chile (Confech)1, aún cuando es esta última el órgano que representa a las/os estudiantes de todas las universidades del Estado –y que se ha convertido en uno de los principales actores políticos del país–.

La Cofeu emerge de la Comisión de Género de la Confederación de Estudiantes de Chile, e integra a las distintas vocalías y secretarías de género de las diferentes universidades del país. Sus demandas son contra la violencia de género, la lucha por una educación feminista, la visibilización de la disidencia sexual, la exigencia por derechos sexuales y reproductivos, el mejoramiento de condiciones de trabajo entre los estamentos y la despatriarcalización de los/as compañeros/as.

El 7 de mayo del 2018, la Cofeu realiza una convocatoria abierta a las diferentes vocalías y espacios antipatriarcales para avanzar en la organización de la acción colectiva estudiantil, aunque el llamado se realiza con un objetivo específico de develar y sancionar la violencia sexual en los espacios universitarios; la consigna de la convocatoria anticipa el despliegue y el transitar difícil del movimiento en los espacios académicos. La movilización parte y la consigna es: “La revolución será feminista, o no será”.

El discurso que van desplegando las voceras de la Cofeu, desde los primeros eventos que organizan la acción colectiva feminista universitaria a nivel nacional, deja en evidencia los marcos ideológicos desde los que se irá desplegando su narrativa y orientando su praxis. Éstos apuntan hacia una concepción antipatriarcal, anticapitalista, con un enfoque autónomo, asambleario y no jerarquizado. Se declaran independientes de otras representaciones políticas tradicionales, incluyendo las organizaciones tradicionales estudiantiles y los partidos políticos. Y declaran la autonomía de todos los nodos que componen la red.

Surgen asambleas de mujeres en cada carrera y en cada facultad. Junto a éstas se despliegan los círculos, tanto de mujeres como de hombres. En las primeras se trabaja sobre el tema de la movilización y los protocolos contra el acoso, en tanto en los círculos ellas abordan desde la intimidad de los afectos las situaciones de acoso que han experimentado, relacionándolas con la estructura social y los mitos sobre el amor romántico. Ellos trabajan en deconstruir privilegios, o al menos inicialmente, en hacerse conscientes de éstos. Surge el concepto de aliado feminista.

Ser feminista hoy es también luchar contra el modelo capitalista que oprime. El patriarcado se sostiene en este modelo. Ser universitarias es un privilegio y lo sabemos. Es otra forma de hacer política, están surgiendo nuevas formas y espacios nuevos como las asambleas de mujeres que no pertenecen a la Cofeu. Queremos dejar de hacer política como hombres y no necesitamos estar todas en un mismo espacio, pero sí tenemos que remar hacia el mismo lado. Por eso somos muchas las voceras y muchas las que estamos hablando del mismo tema. En las movilizaciones del 2011 todos hablaban de Camila Vallejos o Giorgio Jackson, hoy nos interesa mostrar que somos muchas, diversas y con objetivos comunes. (Romero, 2018: s/p)

La lucha por el reconocimiento es la mayor de las batallas, y ésta es desplegada capilarmente en todas o la gran mayoría de las universidades donde se constata la resistencia y la dificultad de las instituciones para reconocer la actoría femenina, autoproclamada feminista:

Luego de la primera asamblea de mujeres y tras la dura represión de carabineros, se declara la toma feminista de la UPLA2, llamándose de inmediato a Asamblea Triestamental. Dos días después la Federación de Estudiantes, órgano tradicional de representación estudiantil –perteneciente al Confech– anuncia que el Consejo de Presidentes ha resuelto que la toma debe bajarse y que seguirán en paro. Se produce el desconcierto y aparecen los primeros conflictos dentro del movimiento, pocos días después se produce una nueva toma que emite un comunicado identificándose como “Las bases de casa central”, quienes declaran su apoyo independiente a la Asamblea de Mujeres, criticando el partidismo político de la Federación que antepone intereses creados por sobre la movilización feminista estudiantil3.

• Segunda Toma Cultural contra el acoso en las aulas, realizada por organizaciones feministas de distintas universidades de Bogotá,  Universidad Nacional de Colombia, mayo del 2018 | Foto: Colectiva No Me Calle

El movimiento es criticado dentro de las mismas universidades por considerarlo separatista, sin embargo, en el transcurso de los días se hace explícito que la dinámica de participación tradicional está sesgada y favorece a los varones; hay más hombres presidentes de centros de alumnos y, por lo tanto, el Consejo Universitario Estudiantil es un órgano eminentemente masculinizado. Se apunta la necesidad de tener igualdad en estas entidades y se exige que las asambleas de mujeres elijan a sus propias representantes o voceras para el Consejo.

Cuando surgen las primeras movilizaciones por una educación no sexista, la actoría que reconoce la institucionalidad universitaria es el movimiento estudiantil (ME) a secas, sin embargo, son las asambleas de mujeres las que detonan la energía en un punto de fuga que no sabemos hasta dónde o cómo puede agenciarse y cuáles serán las respuestas del poder patriarcal como articulador de la dominación. La incógnita tiene que ver con el desborde que afecta al sistema sexo-género y, por tanto, a la “matriz de inteligibilidad heterosexual” que define lo más y lo menos humano (Butler, 2002). Este desbordar se produce cuando el movimiento de mujeres integra a las disidencias sexuales dentro de las asambleas y, por otro lado, cuando se yergue como protagonista abandonando el discurso de la ayuda al Otro como significante de acceso al poder (Alfaro, 2005). En un gesto impensable, el significante femenino, tachado o subordinado, aparece como motor principal del movimiento, promoviendo espacios donde la reflexividad en torno a prácticas y discursos (los propios, los de las/os compañeras/os, los de las autoridades, etcétera) que naturalizan a la mujer como jerárquicamente inferior y esencialmente ligada al trabajo de cuidado, sean desnaturalizados –deconstruidos–. El significante obtiene un nombre colectivo reconocido: asambleas de mujeres y disidencias sexuales.

Buscamos validar estos espacios con nuevas formas de hacer política, en donde si queremos llorar o marchar mostrando las pechugas, lo hagamos. Pero nuestro mayor desafío es ser estratégicas, los movimientos estudiantiles no han sido estratégicos.
Estamos apuntando a destruir algo estructural y sistémico. Quiero una revolución, tenemos que exigirlo todo. “No queremos hacer lo que nuestras ancestras, no queremos elitizar el feminismo”. Mucha gente de izquierda habla mucho de violaciones de los derechos humanos, sobre todo por el miedo de lo que pasó en la dictadura, pero muy pocos hablan de violencias de género. (Romero, 2018: s/p)

Durante el primer mes del movimiento, las diferentes actorías feministas se irán articulando y tomando protagonismo para liderar, convocar y orientar las estrategias más transversales del accionar colectivo. Este proceso no estará exento de tensiones que se manifestarán con diferentes matices en los espacios movilizados. No obstante, el movimiento estudiantil desde el 2011 había iniciado un proceso cuestionador del liderazgo masculinizado y del sesgo sexista de la construcción de las demandas, lo que contribuyó a la emergencia de liderazgos femeninos. En este sentido, cuando la Confech en el mayo feminista reconoce el protagonismo de la Cofeu, en la mayor marcha nunca antes vista, más que una fractura del movimiento estudiantil lo que se produce es un primer gesto de reconocimiento hacia el movimiento de mujeres. En el caso que seguimos más sistemáticamente, dada nuestra participación como académicas, el proceso se desplegó así:

La Asamblea de Mujeres pide que la Federación deje el gobierno estudiantil y se cree una mesa interina donde la participación se amplíe con representantes de cada facultad. La mesa interina mantiene el Consejo de Presidentes de Carreras y reconoce la actoría feminista de la movilización. La Federación depone su cargo, pero antes de hacerlo reconoce a las asambleas de mujeres retirándose de la Comisión de Negociación formada por la autoridad, alegando que de no estar las nuevas actorías presentes en las negociaciones con rectoría, tampoco ellos estarían. El conflicto clase/género alcanzó aquí un hito importante. Se analiza en una asamblea cuántos presidentes del Consejo son hombres y cuántas mujeres. La proporción es muy desigual. Se discute sobre la necesidad de tener voz dentro de las instancias de gobierno estudiantil como mujeres directamente4.

Dice Butler (2002) que es mejor tener un nombre subordinado que ningún nombre. Esto alude al mecanismo de exclusión que sirve de base para establecer la operatoria de ideales regulatorios, entre éstos y central, el género y su ideología heterosexual, que expresado en anteriores movimientos universitarios o estudiantiles se traducía en una actoría femenina minorizada y sin voz propia. Una actoría que se plegaba a las demandas del conjunto del ME apoyando de esta manera al sujeto des-sujetado de la dominación de género. Sin embargo, en este caso, es la demanda feminista la que está en el centro y el feminismo y las mujeres acceden al reconocimiento de un nuevo nombre por lo que se desplazan las posiciones de género dentro de las relaciones de poder.

Triestamentalidad: la disputa de un significante vacío

Desde el mayo francés y la reforma universitaria en Chile en 1968, la triestamentalidad ha señalado un camino hacia una forma democrática de contextualizar el conocimiento y su producción, de allí que no sea extraño que el movimiento feminista estudiantil busque la coordinación con los estamentos académicos y de funcionarias/os. Tanto en el orden nacional como local las declaraciones de académicas/os reconociendo el papel de las nuevas actorías del movimiento estudiantil dan un impulso a la visibilidad de una nueva manera de participación. En muchas universidades se crean las primeras redes de académicas, que vienen a aumentar las voces dentro de un concierto de columnas de opinión en los medios de comunicación de difusión masiva y una editorial abierta al movimiento social. Las estudiantes actúan en forma coordinada con un enorme tejido de redes feministas, incluidas las académicas, lo que facilita que desde las asambleas de mujeres, además de organizar las marchas y estudiar los protocolos se inicie un sistema de educación popular informal dentro de los espacios universitarios, lo que genera la mayor oferta nunca antes vista sobre temas de feminismo, género, disidencias, pedagogías no sexistas, talleres de autodefensa, talleres literarios de rescate de obras de mujeres desconocidas por la institución, etcétera.

Aquello que parecía segmentado, disperso por la implosión de colectivas feministas a partir de los años noventa, se trenza en una densa narratividad crítica con diferentes adherentes que a la vez que apoyan las demandas por la educación no sexista, despliegan analíticas dialogantes e interpretativas del movimiento y su devenir. Estas narrativas interpelan y disputan el campo semántico e ideológico que a ratos expropia la concepción feminista de su fuerza crítica y transformadora en el sentido de la justicia social. Política y epistemología feminista avanzan de la mano.

El feminismo pone en cuestión las jerarquías, los privilegios y las desigualdades, pues precisamente las asimetrías de poder y el carácter estamental en los espacios sociales generan condiciones propicias para el abuso y para su naturalización. En ese sentido, la democratización de las instituciones educativas y el trabajo triestamental son condiciones de posibilidad para llevar adelante la transformación de nuestras universidades desde una perspectiva feminista. (Red de Académicas Feministas, 2018)

Las/os estudiantes ensayan nuevas formas de articulación política, mostrando que es posible la sororidad y que la ética y la política han de situarse, encarnarse en cada espacio de lo micropolítico, pues es en la cotidianeidad donde las relaciones de poder pueden infringir dominación y violencia. Y es en la abstracta idea de ciudadanía donde se esconden cientos de abusos.

Cuando llego veo un círculo de profesoras y profesores sentadas y rodeadas de muchas estudiantes en el suelo o paradas. Hay expectación en todos los asistentes que escuchan atentas a las estudiantes que presentan el petitorio de género que viene elaborándose desde 2016. Ellas enfatizan la importancia de la triestamentalidad y piden la participación docente en la comisión de emergencia (hasta que se apruebe el protocolo contra el acoso) y en la futura mesa de negociación con la autoridad. De pronto una profesora pide la palabra y comparte sus vivencias de acoso dentro de la Universidad. Con voz entrecortada por la emoción nos dice que este movimiento es necesario y urgente, pues así como ella son muchas las funcionarias y académicas que sufren la violencia sexista en silencio. Me emociona su valentía5.

En este sentido, la triestamentalidad como forma de articulación interna en los espacios académicos, donde el movimiento va gestando sus estrategias de elaboración de petitorios y de negociación con las autoridades institucionales, constituirá un desafío permanente que intentará impulsarse de modo transversal en diversas universidades. El sentido de esta propuesta de participación se vincula al cuestionamiento feminista a las formas de gobierno y de participación que han silenciado a las comunidades académicas en las universidades chilenas. El cuestionamiento de la democracia representativa estará en la génesis del feminismo como movimiento político moderno, en tanto los avances en los procesos de construcción de ciudadanía excluyen significativamente a las mujeres. No es casual que en las 56 universidades chilenas sólo 3 mujeres sean rectoras. No es banal que siendo las mujeres mayoría en la docencia sean minoría absoluta en los puestos de poder y decisión. El debate respecto a la democracia emerge como campo de disputa tensado por importantes enclaves autoritarios en los contextos universitarios y en el orden nacional. Para el movimiento, la profundización democrática será la condición de posibilidad para la visibilización del sustrato sexista de la educación y la generación de acciones de transformación. El significante de la triestamentalidad se instala con fuerza en el discurso de las/os movilizadas/os y de adherentes al movimiento, a la vez que es disputado desde la lógica de la representatividad por el discurso gremialista de las autoridades universitarias.

El cuestionamiento acerca del carácter triestamental de la Asamblea es un tema recurrente. Aunque éste sea el principal espacio de articulación y participación, es constantemente descalificado por la autoridad universitaria, la que encuentra en la participación de las y los académicas/os el talón de Aquiles, alegando que no han sido elegidos como representantes del estamento. De esta manera se hace patente la contradicción entre una idea de democracia representativa que delega en individuos una voz que es colectiva, apoyándose para ello en la figura de los gremios y sus tradicionales prácticas cupulares heredadas de la dictadura pinochetista6.

Desde el discurso institucional el modo de operación discursiva es la legitimación a través de la operación simbólica de la universalización, orientada a presentar las demandas feministas por la educación no sexista como intereses de las comunidades universitarias y, por tanto, un terreno donde la voz legítima la tienen los tradicionales órganos de representación democrática. Este discurso invisibiliza la particularidad en pro de una abstracta idea de democracia donde no es significativo que estos espacios académicos estén atravesados por desigualdades y enclaves autoritarios que han reducido la participación al voto.

La narrativización operará, de modo frecuente, como otro recurso simbólico en el discurso de la autoridad universitaria que intenta insertar estas demandas dentro de una trayectoria histórica de avances en el ámbito académico en temas de género (creación de comisiones, diagnósticos, actividades académicas diversas que abordan la temática, etcétera). Así se construye una significación que aparece como abstracta, amplia y general, que se resignifica a partir de denominaciones como la dignidad humana o los derechos humanos, sin necesidad de acudir al imaginario y terminología específica del feminismo que protagoniza la acción.

• Performance contra el acoso sexual, Coloquio Nacional de Estudios de Género, Universidad del Valle, Cali (Colombia),  noviembre del 2019 | Foto: Mauricio Villegas

Dice el rector: “Lo más importante para dar legitimidad a estos cambios culturales necesarios, es que haya participación. Y ojalá una participación muy representativa de nuestra comunidad, de las voluntades y de las vocaciones que actúan con verdadera convicción” (UPLA, 2018). La declaración del rector es realizada en paralelo a la descalificación de la única asamblea triestamental reconocida por el movimiento estudiantil feminista de la UPLA.

La amplia adhesión de las comunidades a estas demandas hace innecesaria las medidas de presión como tomas y paros que se han llevado a cabo en diferentes planteles. Más aún, habiendo un apoyo prácticamente unánime a las demandas, la gran tarea que nos debe convocar ahora es la elaboración constructiva, democrática y triestamental de acuerdos concretos que nos permitan erradicar la violencia y desigualdades de género al interior de nuestras universidades, impactando al mismo tiempo en la sociedad en su conjunto. (Rector UTEM, citado en UTEM, 2018)

El discurso de las actorías feministas recurre también a la estrategia simbólica que universaliza el sentido de las demandas en juego y apela para ello a la idea de la triestamentalidad, pero demandando la profundización de la democracia como proceso social y situado en las academias, lo que implica interpelar y transformar los enclaves autoritarios.

Apuntamos por medio de la organización de mujeres, feministas, en conjunto con los tres estamentos de la Universidad, a abrir un cuestionamiento profundo a una sociedad conservadora, machista y patriarcal. Éste es el carácter de esta movilización y entendemos la emergencia de este movimiento y fuerza crítica que hoy día se expresa a nivel internacional y nacional como un cuestionamiento profundo al actual modelo social en el que vivimos. (Asamblea Triestamental, UPLA)
Invitamos a la comunidad de Chillán a apoyar el proceso de movilización de las estudiantes; que hoy no sólo denuncian lo que ocurre en las universidades, sino que también, lo que las mujeres vivimos en las calles, en los barrios, en nuestras casas y espacios laborales. ¡Fuera acosadores de las casas de estudio! ¡Triestamentalidad ahora! ¡Trabajadoras unidas contra la violencia machista! (Exestudiantes de la Universidad del Bío-Bío)

No existe sujeto sin género, y si el sujeto femenino está siendo abiertamente acosado, vulnerado en la institución universitaria, y los privilegios masculinos se constituyen en redes de protección y silencio, entonces sólo desde la comunidad conjunta se puede transformar semejante aberración, que lo es por naturalizada y violenta. Todos/as somos reclamados/as para responder al grito salvaje y desgarrador: “Y cómo, y cómo y cómo es la ‘wea’, nos matan y nos violan y nadie hace na’”.

Cuerpo y lenguaje

Una de las consecuencias del paradigma de la representación es la dicotomía jerarquizada establecida entre la superioridad del lenguaje, asociado a la inteligibilidad, la abstracción y la cultura, por sobre el cuerpo, vinculado a las emociones y a la naturaleza que ha de ser dominada. Este planteamiento es un nodo central en la ideología del género y en las nociones discursivas de una comunicación transparente a las relaciones de poder, tal como plantea Habermas en su ideario de sociedad liberal basada en los consensos (Rorty, 2000). El tutelaje sobre las mujeres puede ser leído desde las declaraciones del mismo presidente Piñera, quien al presentar la agenda de género que desplegará el gobierno, se refiere en gran parte del discurso a “nuestras mujeres”. “Hoy ha llegado el tiempo de asumir nuestra historia y nuestra realidad, con sus luces y sus sombras, para poder marcar un antes y un después en la forma en que tratamos a nuestras mujeres” (Piñera citado en Gobierno de Chile, 2018: s/p).

Estas frases dentro del contexto de efervescencia feminista dejan en evidencia la ideología sexual del ideario liberal. En una época posfordista donde se relanza la fase de acumulación capitalista sobre los recursos naturales, sobre los servicios y sobre la subjetividad, el grito de las estudiantes es fuerte y claro: “¡Mujeres contra la violencia/mujeres contra el capital/mujeres contra el machismo/contra el terrorismo neoliberal!”.

El cuerpo –y la psique, como el aspecto simbólico que integra emoción y normatividad social– conforma la materialidad de los discursos, de allí que sea una de las herramientas de mayor protagonismo del movimiento feminista, que en la fuerza del colectivo encuentra la posibilidad de desafiar lo más soterrado de la dominación, sus mecanismos psíquicos (Butler, 2001).

El cuerpo puesto a límite y reconocido discursivamente como tal:

Para ser escuchadas/os, siete compañeras tuvieron que usar sus cuerpas como instrumento de presión para agilizar los procesos y visibilizar a los medios, que a través del morbo que significa observar la condición humana al límite y tomando parte de las situaciones sólo cuando son extremas, nuestra crítica condición por culpa de la intransigencia ya bastante conocida de las autoridades que componen la Universidad. (Asamblea de Mujeres, Facultad de Artes, UPLA)

Uno de los comentarios más difundidos respecto de las estudiantes que suben a torso desnudo sobre la estatua del fallecido papa Juan Pablo II es el del abogado demócrata cristiano y excandidato a la presidencia del país Tomás Jocelyn-Holt.

Las francesas tenían, para la Revolución Francesa, pechugas más protuberantes, o al menos así lo pensó Delacroix. La calidad de la revolución se mide por el tamaño de los senos de sus musas. Si son turgentes, tanto mejor. Me temo que Chile deberá esperar. (Ahora Noticias, 2018: s/p)

Además de mostrar lo burdo que puede ser el análisis y las respuestas frente al movimiento feminista, el texto nos da la oportunidad de atisbar sobre el imaginario machista chileno, en particular sobre la forma en que se ha subjetivado y sujetado el género femenino a patrones asociados con el cuerpo. El abogado apela a la vergüenza, la culpa y el miedo que sabe pueden causar los comentarios de esta índole sobre la psique femenina. Pero el abogado finalmente debe pedir disculpas luego de la masiva crítica que recibe por sus disparatados dichos (coherentes y efectivos en la tradicional expropiación del cuerpo femenino).

Estas declaraciones no son las únicas que apuntan a la sumisión de los cuerpos femeninos, las estudiantes denuncian las frases que escuchan de sus profesores en las aulas universitarias y que entre otros actos de violencia sexual hacen urgente los protocolos contra el acoso:

“Señorita qué hace con ese escote, ¿usted vino a dar una prueba oral o a que la ordeñen?”; “hay que exigirles más a las mujeres feas porque las lindas, aunque tontas, igual encuentran marido, pero fea y tonta no hay quién la aguante”; “señorita, hágame un favor y mejor agarre los cuatro palos de la carrera y váyase al mall”; “cuando el hombre ve a una mujer y siente ganas de violarla, no es más que un desorden de sus inclinaciones naturales”. (Denuncias en Escuela de Derecho, Universidad de Chile)

Las articulaciones arborescentes del movimiento superan la paralización del miedo y dan paso a otro mecanismo psíquico, la rabia, y la rabia conduce a la agencia. Se despliegan las tomas fantasmas, se convoca a la prensa, se denuncia públicamente que no existe voluntad de negociar, se pide apoyo a las redes de académicas.

De múltiples maneras y despliegues surge la agencia sobre la sujeción en tanto padecimiento de los mandatos de género. Estos mandatos han construido lo que es deseable –desde el vínculo establecido entre subjetividad como experiencia de interioridad y el poder macrosocial–. Los torsos desnudos en las marchas multitudinarias, los pezones tachados señalando la no disponibilidad a la lactancia, las colas de caballo con brillantina que simulan yeguas en actitud festiva y a la vez parodian las marchas militares, las caminatas descalzas, entre muchas otras acciones7, generan en el decir de Butler (2002), las condiciones de posibilidad para performar el deseo desde donde se ha estructurado una específica forma de gobierno del ser, uno que tutela y se apropia de las mujeres. Los cuerpos sin cuerpo citan la ofensa y la relanzan, la hacen performance, la actúan y la apropian. El cuarto propio, el cuerpo, es apropiado y se convierte en terreno de luchas.

La performatividad del género apunta a la iterabilidad y a la repetición (Butler, 2006), que autoriza ciertos actos de habla mientras niega otros. De esta manera algunas autoridades intentan estigmatizar las denuncias de acoso sexual como “cacería de brujas”. El lenguaje construye realidad, autoriza o inhibe la voz, y frente al movimiento que demanda sanciones a los acosadores se articula un discurso que busca homologar demandas legítimas con el mayor sexocidio de la historia de Occidente. Quienes han padecido la subordinación, la dominación patriarcal, inventan un nuevo lenguaje, pues en el de los dominadores sus demandas son descalificadas e incluso usadas en contra de ellos (Rorty, 2000). En esta misma línea es impactante que frente a un escenario donde se visibiliza el acoso sexual, las autoridades y las instituciones pidan respeto, no para las víctimas, sino para los acusados y los potenciales acusados.

El movimiento feminista impulsa nuevos nombres, otras formas de interpelar los géneros. Desde la performatividad que cita la ofensa reactuándola en escenarios diferentes y de modos diversos se apuesta a las dos posibilidades que tiene este mecanismo: posibilitar y potenciar lo identitario, destacando la diferencia sexual, y, por otro lado, desestructurar las categorías binarias de género dando reconocimiento a los cuerpos abyectos, a los que han quedado fuera del sistema heteronormativo y que desde la exclusión dan apoyo al dispositivo, conformando los límites a los que deben ajustarse aquéllos reconocidos por la norma, so pena de ser parte de los excluidos de tener un nombre. Comienza a usarse el les como artículo que desborda la categoría binaria de género. Se incorpora a los petitorios la aprobación del decreto Mara Rita, para que se respete el nombre social de quienes son disidentes sexuales; se solicitan baños sin identificación de género; los círculos de hombres dialogan sobre sus privilegios de género; la sororidad, todo un conjunto de prácticas nuevas y antiguas puestas en juego para producir los deslizamientos del sistema de género y el patriarcado.

La llamada ola feminista finaliza con el término de la toma de la UPLA en Valparaíso, la última en sumarse al movimiento, que se mantiene por mayor tiempo en movilización y la primera en llegar a la huelga de hambre –de siete jóvenes– como medida extrema de presión ante la cerrada negativa de sus autoridades frente al movimiento.

• Marcha de estudiantes universitarias chilenas por una educación no sexista, Santiago, 2018 | Foto: Cristóbal Escobar. Tomada de: T13

Consideraciones finales

La genealogía la entendemos como esa delicada operación que articula las memorias locales, la acción colectiva de los movimientos sociales de resistencia y aquellos saberes que no están integrados en teorías (e instituciones) totalizantes, sino que, al contrario, desde la periferia se convierten en crítica para éstas. La pretensión de esta particular forma de entender las relaciones entre poder-saber y verdad es contribuir con elementos que sirvan a las luchas venideras.

La investigación nos muestra las dificultades que debe sortear el movimiento de mujeres para ser reconocido como actoría protagónica del movimiento estudiantil contra la violencia sexista. La resistencia viene de las estructuras tradicionales de participación estudiantil, desde la institucionalidad universitaria –su economía de poder es evidenciada como burocrática y sexista– y, finalmente, la resistencia viene desde las mismas autoridades universitarias, casi todos hombres. El análisis da cuenta de cómo la violencia denunciada es utilizada en contra de las jóvenes, las que pese a todo logran una articulación a modo de redes, círculos y asambleas que se transversalizan dando oportunidad al reconocimiento público de un nuevo nombre en las posiciones de poder dentro del movimiento estudiantil: las asambleas de mujeres. Desde este espacio, definido a veces como “sororo”, las jóvenes se empoderan y modelan una agencia corporeizada, fluida y por momentos indefinida, que con fuerza interpeladora cuestiona y denuncia la globalidad del sistema patriarcal capitalista, en la base de la violencia sexista en la Universidad y a la sociedad en su conjunto.

La enunciación feminista, a través de las asambleas de mujeres, logra reconocimiento y se convierte en motor de la acción colectiva estudiantil. Esta fue la primera fisura de la estructura de poder universitaria, donde sólo se reconocía como actor válido a las federaciones de estudiantes y consejos de presidentes, ambas entidades mayoritariamente masculinas y ligadas a la política partidista del país. Los desafíos planteados a la institucionalidad universitaria para que tome medidas contra la violencia sexual dentro de sus espacios repone en el debate de género la problematización acerca de la diferencia sexual y su relevancia política, tensionando la tradicional división entre espacio público y privado propio de la sociedad liberal y sus derivas. A la vez, se cuestiona la categoría de género en tanto dispositivo binario y jerárquico que sirve al patriarcado, pues esencializa a las mujeres como responsables del inmenso ámbito del trabajo de cuidados a la vez que sindica a éste como un no-trabajo, sin valoración salarial y adjudicado al género subordinado. Es aquí precisamente donde situamos una de las fisuras más importantes propiciada por esta movilización estudiantil: el desborde de la categoría descriptiva de género que en tanto jerárquica posibilita la violencia hacia las mujeres.

El decursar del movimiento feminista en Chile posdictadura y en contextos de democracia neoliberal, ha señalado como rasgos negativos del movimiento la fragmentación asociada con la centralidad de la política identitaria en la acción colectiva feminista. La reflexión que sostenemos nos lleva a plantear algo diferente. Esta lógica identitaria, expresada en una forma de accionar a través de las colectivas feministas, muchas de éstas en el contexto universitario, posibilitaron un trabajo de concientización feminista. Sostenemos que funciona aquí lo señalado por Spivak (1987) acerca de la identidad como error necesario, pues estos espacios de feminismo posibilitan el cuestionamiento del código ético de “ser de otro” asignado al binario femenino, desbordando, por lo tanto, sus consecuencias de dominación y posibilitando el ejercicio de otro código desde “el cuidado de sí”. Un código que permite a las mujeres universitarias ser y expresarse como feministas, para tomar la academia por asalto e implosionar el dispositivo de género, a decir de Olga Grau: “[…] con gestos nuevos donde los cuerpos son un sustento político de rebeldía turbadora, despojándolos al mismo tiempo de su inscripción materna” (Grau, 2018: 91).

La grieta en el imaginario instituido de género sufre una segunda estocada cuando el movimiento de mujeres explicita que las asambleas son de mujeres y de disidencias sexuales, posicionándose de cierta forma dentro-fuera de la categoría generizada. Las/os estudiantes que adscriben a la disidencia sexual se suman al movimiento y en ese mismo paso cuestionan la ideología del género, es decir, la heterosexualidad obligatoria sustentada desde una heteronormatividad apoyada en la exclusión de los cuerpos abyectos, los cuerpos sin nombre, la disidencia sexual. El dispositivo de control y regulación requiere de un límite amenazante para disuadir a quienes no obedecen sus mandatos. Este papel ha descansado en parte sobre los cuerpos que buscan el placer y la identidad fuera del binarismo de género. Desde las cuerpas disidentes y el trato peyorativo que reciben nos llega el mensaje de acatar so pena de ser excluido, convertirse en otro ser abyecto fuera de la inteligibilidad de la matriz de género.

Ciñéndonos a nuestra investigación, desbordar el género supone un rebalse y saturación de los sentidos producidos y contenidos por la categoría y, finalmente, desbordar implica una confrontación con los límites materiales y discursivos sobre los que se sustenta el dispositivo. Esta confrontación encuentra condiciones de posibilidad cuando la violencia sexual hacia las mujeres se hace visible, intolerable por la cantidad, gravedad, impunidad y extensión a todas las instituciones de la sociedad, en particular cuando es denunciada dentro del sistema educacional, dentro de las universidades. Cuando se articula la acción colectiva de las mujeres y se imbrica con la enunciación feminista. Y cuando la heteronormatividad deja de contar con una frontera construida sobre la exclusión de ciertos cuerpos.

La investigación muestra que la instalación de nuevas prácticas que redefinen la relación entre los géneros requiere de un contexto de comunidad, donde las fricciones que produce desbordar el género binario para dar cabida a otras identidades sean contenidas. Ello es fundamental también para que la violencia y la subordinación hacia los cuerpos femeninos y feminizados sea denunciada, prevenida y en algún momento eliminada. Este sentido de comunidad es lo que encontramos en el movimiento de universitarias cuando buscan instalar la triestamentalidad como plataforma de trabajo. De fondo se juega el cuestionamiento a la verticalidad de la Universidad, una crítica profunda al sistema de la democracia representativa incapaz de responder a las demandas femeninas en contra del abuso y la educación sexista, dado que en esta democracia las que menos participan son justamente las mujeres. Si no existe sujeto sin género, ¿cómo pueden ser sólo hombres quienes gobiernen los diferentes estamentos de la Universidad?

La ola feminista en las universidades chilenas no se queda atrapada en la institución, se desliza en los comentarios de la familia, en el transporte, en los medios. La relación entre los géneros cambia, muta, explora, juega. Lo que estaba naturalizado y quedaba en nuestro punto ciego ha sido develado: “[…] ¡es el patriarcado que va a caer que a caer, es el feminismo que va [a] vencer que va [a] vencer!”.

El género como categoría descriptiva alejada de la materialidad de la diferencia sexual se tornó instrumental a la lógica neoliberal y su ideario de derechos. Uno de los desafíos para el feminismo será recuperar esta importante herramienta conceptual para usarla como categoría analítica, capaz de interconectar la sujeción femenina con otras subordinaciones de raza y clase para construir comunidades inclusivas y dialogantes. Reinstalando la diferencia sexual, la categoría analítica de género puede ser nuevamente una poderosa herramienta política y epistemológica para el feminismo.

• Segunda Toma Cultural contra el acoso en las aulas, realizada por organizaciones feministas de distintas universidades de Bogotá,  Universidad Nacional de Colombia, mayo del 2018 | Foto: Colectiva No Me Calle

Notas

  1. Pertenecientes al Consejo de Rectores de Universidades Chilenas (Cruch).

  2. Universidad de Playa Ancha, Valparaíso (Chile).

  3. Notas etnográficas en bitácoras sistematizadas por las autoras. Asamblea Triestamental UPLA, Valparaíso 2018.

  4. Notas etnográficas en bitácoras sistematizadas por las autoras. Asamblea Triestamental UPLA, Valparaíso 2018.

  5. Notas etnográficas en bitácoras sistematizadas por las autoras. Asamblea Triestamental UPLA, Valparaíso 2018.

  6. Notas etnográficas en bitácoras sistematizadas por las autoras. Asamblea Triestamental UPLA, Valparaíso 2018.

  7. Información tomada de: https://www.eldesconcierto.cl/2018/05/16/fotos-tsunami-feminista-las-mejores-postales-que-dejo-la-marcha-por-una-educacion-no-sexista/.

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