Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co
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Tania Pérez-Bustos**
Este artículo se detiene en tres movimientos que habilitaron la indagación en torno a piezas textiles inacabadas que fueron centrales a la pesquisa “Cosas sin terminar”. Estos fueron: pensar la investigación de forma colectiva y plural, poner el cuidado y la hospitalidad en el centro de la práctica investigativa y posibilitar el encuentro con lo efímero. Esta reflexión se nutre de las propuestas de Vinciane Despret en torno a la fabulación, de Isabelle Stengers sobre el prestar atención, y de Mafe Moscoso acerca de los gestos hospedantes. La autora concluye que indagar cuidadosamente y desde la hospitalidad por las piezas textiles sin terminar, nos invita a sabernos parte de una gran tribu más que humana.
Palabras clave: prestar atención, hospitalidad cuidadosa, fabulación, textiles inacabados, más que humano, cosas sin terminar.
Este artigo se detém em três movimentos que habilitaram a indignação ao redor de peças têxteis inacabadas que foram centrais à pesquisa “Unfinished Things”. Eles foram: pensar a investigação de forma coletiva e plural, colocar o cuidado e a hospitalidade no centro da prática investigativa e permitir o encontro com o efémero. Esta reflexão se suporta nas propostas de Vinciane Despret sobre a fabulação, de Isabelle Stengers sobre o dar atenção, e de Mafe Moscoso sobre os gestos de acolhimento. A autora conclui que investigar com cuidado e desde a hospitalidade pelas peças têxteis inacabadas, convida-nos a nos reconhecer parte de uma grande tribo que é mais do que humana.
Palavras-chave: prestar atenção, hospitalidade cuidadosa, fabulação, têxteis inacabados, mais do que humano, coisas inacabadas.
This article focuses on three movements that enabled the inquiry into unfinished textile pieces, central to the research “Unfinished Things.” These movements were: thinking research in a collective and plural manner, placing care and hospitality at the core of the research practice, and facilitating encounters with the ephemeral. This reflection draws on Vinciane Despret’s proposals on fabulation, Isabelle Stengers’ insights on paying attention, and Mafe Moscoso’s ideas about hosting gestures. The author concludes that carefully and hospitably inquiring into unfinished textile pieces invites us to recognize ourselves as part of a larger more-than-human tribe.
Keywords: paying attention, careful hospitality, fabulation, unfinished textiles, more-than-human, unfinished things.
*Este artículo es parte de la investigación “Cosas sin terminar”, realizada durante el año sabático 2023-2024, como parte de mi vinculación laboral con la Universidad Nacional de Colombia.
**Profesora titular, Escuela de Estudios de Género, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Antropóloga y doctora en Educación. Correo: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Hace unos años durante una clase electiva, invité a mis estudiantes a llevar a uno de nuestros encuentros algún objeto personal que necesitara remendarse. Una de las participantes trajo una blusa transparente negra a la que se le habían caído los botones, unas delicadas piezas redondas color dorado. Luego del ejercicio que propuse en torno al remiendo, que incluía explorar y reconocer la materialidad, como una forma de prestar atención a los rastros del paso del tiempo y a las posibilidades de intervención a las que cada objeto nos invitaba, abrimos en el grupo un espacio de conversación para compartir reflexiones. Jom1 contó que su blusa había estado guardada por años en su clóset, esperando que ella encontrara el tiempo para arreglarla. Ese día, en la clase, sólo había necesitado de ocho minutos para terminar de coser los botones nuevamente. La imposibilidad de abrirle un pequeño lapso a lo largo del tiempo a esa tarea nos hizo gracia a quienes estábamos allí, pero sobre todo nos vinculó con la latencia de esa blusa negra antes de ser remendada.
Esa fue la primera vez que pensé seriamente en las cosas textiles sin terminar. Al escuchar a Jom recordé que a inicios de año yo misma había decidido hacer un forro para mi máquina de coser usando algunos retazos de sábanas en desuso que tenía guardados. Busqué un tutorial, corté la tela siguiendo las instrucciones y dejé todo prendido con alfileres sobre la máquina. Quise ubicar ese trabajo pendiente a la vista, para con ello recordarme que sólo precisaba sacar tiempo para su costura. Pasaron las semanas y los meses y esas telas fueron acomodándose a la forma de su propio peso suspendido, pero yo no logré sentarme a coserlas. Hacia abril de ese año, en una semana de receso laboral, busqué nuevamente el tutorial y en un par de horas terminé de armar el forro.
Un par de horas en cuatro meses, ocho minutos en varios años. Hasta ese momento, la falta de tiempo parecía ser la principal incógnita que las cosas textiles sin terminar me hacían, pero ¿qué otras preguntas revelaban esas materialidades latentes? ¿Me hablaban ellas solo de la escasez del tiempo? Prestar atención a la presencia de esos objetos inacabados en mi entorno cotidiano y en el de otras, era una forma de detenerme sobre la pausa que en ellos estaba inscrita. Una manera también de yo misma ponerme en pausa. Siguiendo a Isabelle Stengers (Dubow y Belloli, s.f.), la atención es una forma de honrar y de celebrar la continuidad de la vida, un gesto que tiene la fuerza de cambiar nuestra percepción y que por tanto nos permite interrumpir la deriva de los tiempos ajenos, esos que se sienten escasos y que parecen inevitables (Stengers y Pignarre, 2017). Atender a lo que ocurre, es para esta autora feminista el principio especulativo básico con el cual es posible transgredir los relatos dominantes que demarcan la catástrofe contemporánea emergida del extractivismo capitalista. Prestar atención es una forma de reclamar la existencia de otros mundos por fuera de ese relato.
Investigar con ese horizonte, en el caso de las cosas sin terminar, significa poner en el centro de la indagación no la pregunta que estas materialidades latentes parecen dejar abierta, aquella que pone el énfasis en la falta de tiempo, por ejemplo, sino la materialidad misma en emergencia y pausa. Prestar atención a los guiños que esos estados de la materia hacen, seguirlos, explorarlos, habitarlos, ir descubriendo con esos objetos inacabados las historias que ellos enredan, y con ello despertar el apetito por el mundo, más allá de su catástrofe (Despret, 2021). Indagar con atención por las cosas a medias, permite fabular sobre las invitaciones que emergen de esa condición interrupta, pero sobre todo hacerlo desde las cosas mismas. Esto es, en palabras de Vincianne Despret (2022a, p. 172), comprometerse “a seguir las cosas tal y como se presentan, esperando, bajo el modo de una experimentación, aprender de sus connivencias y sus fricciones”. Fabular e instaurar relaciones, es entonces el principio indagatorio de una pesquisa que transforma la presencia en el mundo de quien investiga y de aquellas personas ‒no sólo humanas‒, con las que se cruza en el camino2.
Unos meses después de conocer los botones desprendidos de la camisa de Jom, murió mi madre y al desocupar su casa me encontré con varios proyectos textiles a medio hacer. Unos chalecos en dos agujas estaban inacabados hacía ya varios meses. Recuerdo que los mantenía dentro de una bolsa, ocupando un lugar visible para ella, como recordatorio ‒como con las telas de mi máquina‒ de que los tenía pendientes. A otros de esos objetos nunca los había visto antes. De ellos guardé, en uno de mis canastos de costura y sin un propósito distinto a atesorarlo, un bordado rojo en punto de cruz sobre tela color crudo que tenía unas figuras navideñas nórdicas. Las historias de la blusa de Jom y el forro de mi máquina me llevaron a pensar inicialmente que el tejido de punto y ese trozo de tela bordado estaban inacabados por falta de tiempo. Que como en esos casos, la lentitud del hacer textil artesanal no había tenido cabida en la velocidad de los tiempos capitalistas que mi madre también había habitado. Sin embargo, las cosas textiles sin terminar que siguieron apareciendo ante mí, incluso antes de que yo decidiera investigarlas, vinieron con otras conjeturas, ampliando el horizonte de mis preguntas, poniendo en pausa mis hipótesis e invitándome, siempre, a experimentar con ellas.
Cuando fui notando que esos objetos que habitaban el territorio de “lo real cotidiano” (Despret, 2022a, p. 171) tenían diferentes razones para permanecer en el limbo de la acción, y que ellas excedían las hipótesis que iban configurando mis primeras indagaciones, me decidí a explorar esas materialidades inacabadas más decididamente3. Esto, como una forma de presenciar la capacidad que tenía ese gesto textil de interpelar mi sentido del tiempo, de reunir historias y personas distantes, y de convocar lo incierto y lo desconocido.
Ahora bien, en este artículo no me interesa presentar el detalle de lo que supuso ese ejercicio investigativo con las cosas textiles sin terminar, sino atender a lo que posibilitó el encuentro con ellas. Esto es una invitación a poner en pausa el relato metodológico como proceso explicativo, para observar aquello que le antecede. Con esto busco intensificar la percepción de lo que sostuvo la práctica investigativa como un trabajo colectivo y de juntanza, poniendo énfasis en aquellos gestos de cuidado y hospitalidad, que dieron paso al encuentro efímero con lo diferente. Para ello, organizo este artículo de la siguiente forma: la sección principal del texto retoma algunos de los planteamientos hechos en esta introducción sobre lo especulativo, como gesto de pesquisa que nos permite prestar atención y fabular. Esta antesala me permite detenerme en tres movimientos que sostuvieron la investigación en torno a lo inacabado. Convocar y juntarse da cuenta de cómo la propuesta investigativa hizo un llamado a lo colectivo para así pluralizar la pregunta por lo inacabado. Recibir y acoger se centra en el gesto hospedante que puede emerger de la investigación, al ubicar el cuidado como práctica transversal a ella. Disponerse a lo efímero, revisa la forma en que los espacios de experimentación, plurales y cuidadosos, posibilitan el encuentro con la materialidad como principal forma de fabular con ella. El texto cierra con una coda, antes que con una conclusión, como una forma de honrar la latencia de las cosas a medias que han inspirado estas letras.
La pregunta por las cosas sin terminar no nace buscando respuestas sobre realidades problemáticas, ella emerge creando formas de relacionarnos con esas realidades, habilitando la imaginación de tiempos posibles y propios por fuera de la exigencia capitalista de la productividad, por ejemplo. Pensando con Mafe Moscoso (2023), la aparición recurrente en mi contexto cercano de objetos textiles con una manufactura a medias, habla de un modo de hacer que no me es ajeno, pero que tampoco me pertenece del todo. Cada nueva historia que me encuentro va expandiendo ese hacer. Esa práctica de dejar la hechura de las cosas en pausa va interpelando mis propias prácticas, al tiempo que las entrelaza con las de otras. Ese modo de hacer descoloca la idea de la investigación como un esfuerzo empírico cerrado por recoger información concreta y me invita a entregarme y a vincularme a lo que ocurre con la condición inconclusa de esas cosas y sus historias. Se trata de una indagación sobre el presente continuo de esos objetos textiles inacabados, una indagación que me hace detenerme (Despret, 2021, 2022a).
Investigar con pausa para prestar atención a la pausa contenida en esas materialidades, no para entender por qué ellas están pendientes, sino para devenir con ese ritmo pendular, entrando en conexión con él y contemplando su presencia, prestando atención a ella (Savransky y Stengers, 2018). Ahora bien, en medio de la aceleración en la que vivimos y que atraviesa cualquier práctica indagatoria, detenerse es un esfuerzo colectivo en el que las cosas sin terminar y sus historias son protagonistas. Esto es, que como materialidades inacabadas participan orientando la forma en que las conocemos. Las piezas textiles sin terminar no fueron pretextos accesorios para fabular sobre lo inacabado, fueron el territorio mismo del encuentro donde las historias sobre este movimiento interrumpido, en pausa, se fueron entretejiendo (Despret, 2021).
En lo que sigue quiero presentar el dispositivo indagatorio y contemplativo que esas materialidades inacabadas demandaron. Con ello, antes que dar cuenta de la forma en que estos objetos a medias fueron estudiados, quiero observar lo que hizo posible el encuentro con estas materialidades en un primer momento. Como veremos a continuación, este dispositivo, que podríamos decir es anterior a la propuesta metodológica, en el sentido de que la hace posible, pone en el centro de la pesquisa la pausa que caracteriza la condición material de estas piezas textiles a medio hacer, así como las incertidumbres que en ella se encierran.
Esta investigación inicia con una convocatoria pública a participar de unos laboratorios de curaduría efímera colaborativa que tuvieron lugar en diferentes ciudades de América Latina entre octubre de 2023 y marzo de 2024. La puesta en escena de este llamado y de los espacios de exploración que le sucedieron, fue posibilitada por el cuidado, y ello permitió un ejercicio de fabulación colectiva en torno a la materialidad textil y su condición inacabada. Entiendo aquí el cuidado, o de forma más precisa, lo cuidadoso, como una práctica que se realiza con la intención de sostener la vida y como un gesto capaz de propiciar los vínculos (Olarte-Sierra y Pérez-Bustos, 2020). En este sentido, la investigación va gestándose, no como una iniciativa para explicar un fenómeno, sino como una forma de indagar que es ante todo vinculante: de haceres, de cosas, de historias, de exploraciones, de personas, de búsquedas. La hospitalidad y el agradecimiento fueron centrales en el despliegue de los espacios de exploración, y estos gestos, por su parte, dispusieron las condiciones para el encuentro cuidadoso con la materialidad, con la latencia de su pausa y con las historias de quienes atesoraban cada pieza. A continuación, doy cuenta de esos tres movimientos que fueron antesala de la propuesta metodológica de la investigación, y de cómo ellos fueron condición de posibilidad para prestar atención a las cosas inacabadas.
Pensar con otras era la premisa: otras cosas sin terminar, otras historias de esas cosas, otras personas cuya experiencia se desplegaba en esas historias y en ese gesto de atesorar lo inacabado. Partir de lo colectivo supone, en este caso, reconocer que las preguntas de investigación no son exclusivamente de quien investiga, sino que pueden amplificarse y complejizarse en la conversación con otras personas que también tienen esas preguntas, pero incluso cuestionar la excepcionalidad de lo humano en la formulación misma de la pesquisa (Despret, 2021); esto es, reconocer que la condición inacabada de una manufactura no es sólo una decisión de quien le está haciendo, sino también una interpelación de las cosas mismas a esas manos que las están configurando (Pérez-Bustos, 2021; Woodward, 2016).
Para convocar esta multitud más que humana y pensar con ella, abrí llamados públicos en cinco ciudades latinoamericanas, tres de ellas en el Cono Sur: Montevideo, Tandil y Santiago, y dos en Colombia: Bogotá y Medellín. La escogencia de estos escenarios estuvo mediada por varias razones. Por una parte, ambas esquinas del continente hablaban de mi historia como migrante de segunda generación, con una madre que dejó su ciudad natal, Tandil, en Argentina, en el preámbulo de las dictaduras de los años setenta, y migró a Colombia para hacer su vida, previamente a la escalada de la violencia política de los años ochenta en este país.
Cuando inició esta investigación, mi madre había dejado con su muerte trabajos textiles sin terminar en Bogotá que me invitaban a volver a Tandil, y ese retorno ocurría cincuenta años después de su partida, una fecha que también conmemoraba la violencia desencadenada por los golpes de Estado en esa región. Todo esto iba entrelazando mi historia con la historia política no sólo de Argentina, sino de Uruguay y de Chile. Pensar en las cosas sin terminar desde este registro, era una posibilidad de situar las prácticas textiles personales etretejidas con esos relatos más amplios, entendiendo que el devenir de la vida cotidiana sostiene los acontecimientos que ocurren a otras escalas, que la intimidad de lo textil inacabado resuena en las dimensiones públicas y políticas del contexto en el que ese gesto se despliega.
Así, entre Bogotá y Tandil fueron apareciendo otros escenarios posibles para ampliar la búsqueda de mis preguntas. Allí, mi encuentro con artistas, textileras, colegas, amigas que como yo atesoraban objetos textiles medio hechos, propios o heredados, fue fundamental. Las preguntas que estas materialidades y yo les devolvíamos sobre sus procesos creativos, fue gestando un vínculo y un hacer conjunto. Y así, la colaboración con Virginia Sosa Santos en Montevideo, Marina Cerruti Miguel en Tandil, Paulina Olguín Espinosa en Santiago, Ana Gómez García en Bogotá e Isabel González Arango en Medellín, orientó la circulación y la forma que fue tomando cada llamado en cada ciudad4. Las personas que se postularon y sus objetos sin terminar se conectaron y ganaron resonancia, de una u otra forma, con las propuestas textiles, pedagógicas y estéticas que estas mujeres venían desplegando en sus territorios5.
Estas convocatorias buscaron piezas textiles sin terminar que estuvieran atesorados a escala doméstica, para indagar en su compañía y en la de sus guardianas y guardianes por lo que tenían para decirnos sobre la historia personal de cada postulante (imagen 1). En cada ciudad se postularon entre veinte y cincuenta objetos textiles, de los cuales seleccionamos, en cada caso, entre ocho y diez6.
Fuente: Nicole Chavarro Molina.
Las personas escogidas fueron invitadas a explorar sus piezas textiles inacabadas desde el encuentro con otras materialidades y personas que también se sentían interpeladas por la condición en pausa de esos objetos. Buscamos que estos encuentros fueran estimulantes y acogedores y que ello nos permitiera pensar juntas, imaginando desde diferentes formas de hacer textil las relaciones posibles entre los diferentes objetos inacabados que habían sido reunidos. Con esta primera exploración, buscábamos posibilitar la construcción colectiva de una instalación efímera que diera cuenta, especulativamente, de esos vínculos. El horizonte de pesquisa era creativo, cada uno de estos laboratorios permitió desplegar las búsquedas plásticas de mis compañeras de camino, como pauta de exploración material en torno a lo inacabado. Invitamos a honrar este gesto en Montevideo, a explorarlo como archivo en Tandil y como huella en Santiago, a dar cuenta de sus ausencias en Bogotá y de sus movimientos en Medellín.
Se trataba de una invitación a transformar nuestra percepción (Despret, 2021) sobre lo inacabado como gesto textil, una manera de revincularnos colectivamente con ese hacer en pausa, prestando atención a sus formas y tiempos. Lo que se traducía en una oportunidad de encuentro contemplativo, lento, que tenía lugar en medio de tiempos capitalistas de aceleración y agotamiento (Moscoso, 2023).
Las piezas textiles sin terminar que fueron seleccionadas para estas exploraciones se presentaron a la convocatoria con una fotografía y una pequeña historia. Ambos recursos fueron ventanas entreabiertas a la incertidumbre que estaba contenida en la materialidad inacabada. En un lapso de seis meses, tiempo que tomó realizar los laboratorios en las cinco ciudades, las 45 piezas escogidas fueron entrelazando reflexiones sobre la muerte y sus invitaciones, sobre la posibilidad de detener el tiempo capitalista, sobre las genealogías femeninas que nos definen y sobre las búsquedas personales que enfrentamos para hacernos a un lugar propio.
Aunque no es objeto de este texto adentrarse en las historias que la latencia material de lo inacabado fue desplegando (Pérez-Bustos, 2024), referir de forma preliminar a cómo ellas emergieron desde el proceso mismo de postulación a los laboratorios, me permite dar cuenta de cómo estos espacios posibilitaron que las preguntas de pesquisa se fueran construyendo de manera colectiva y que estuvieran abiertas a la incertidumbre del encuentro con lo diferente. En esta evocación viene a mi mente el chaleco de paño parcialmente descosido de Ju, una participante de Montevideo (imagen 2). En su postulación enviaba la fotografía de esta prenda, que pertenecía a su abuela cuando joven y que ella había decidido conservar para adaptarla a su propio cuerpo y así poder usarla. Mientras lograba hacer esa tarea, guardaba la prenda en un baúl debajo de su cama. En la presentación a la convocatoria de este objeto medio descosido, decía
es parte del proceso de poder vestirme con la ropa de mi abuela, ponerme su piel. Su ropa representa su cara social […] esa es una de las herencias que más le agradezco: la valentía de mostrarse al mundo desde la transgresión y defendiendo los lugares propios, pasando de ser la mujer más linda del pueblo a ser una divorciada, comunista, que vivía con una “amiga” en los 60 [...] Cuando me llega esta convocatoria, mi abuela está con un cuadro más agudo de algunas de sus enfermedades crónicas y todas nos preparamos para que muera en breve [...] Volver a pensar en esta prenda tiene un sentido especial en este momento. (Ju, 36 años, Montevideo)
Fuente: fotografía de la autora.
En ese primer relato, volvía a aparecer ese juego entre lo personal y lo político con el que la investigación había iniciado. Se entreveía el dolor del duelo por venir de Ju y ese saberse parte de un linaje transgresor de ciertos mandatos de la felicidad (Ahmed, 2019). En ese primer encuentro con la historia del chaleco, este me devolvía preguntas sobre las piezas textiles que había dejado mi madre y que yo había conservado para usar, sin adaptarlas, y por las transgresiones que ella había navegado como mujer migrante y que yo comenzaba a redescubrir en ese viaje al sur. Ese relato y esa prenda, entre muchas otras que se sintieron convocadas, iban configurando una imaginación compartida de preguntas improbables sobre las cosas a medio hacer y los lugares que habitaban. Y ese era un trabajo que se urdía por ese llamado a lo colectivo, a la juntanza de objetos, historias y personas con las que pensar lo desconocido y lo inexplorado (Moscoso, 2023).
Iniciar la pesquisa convocando a otras, desplegaba una simbiosis entre materialidad y relato, que otorgaba presencia a las participantes ‒humanas y más que humanas‒ con las que trabajaríamos (Despret, 2022a). Una presencia que mis compañeras de camino y yo compartíamos, porque las preguntas en torno a lo inacabado, en su diversidad y matices, eran comunes, eran de todas; nunca solo mías. Convocar fue entonces un acto poético, que orientó la investigación de forma no jerárquica. Un ejercicio que puso en un mismo nivel de valor e importancia mi incertidumbre sobre lo inacabado como gesto textil y la incertidumbre de todas las otras con las que me iba reuniendo en torno a las piezas textiles sin terminar que cada una atesoraba. Convocar dio forma a un deseo común por explorar, desde la presencia y la contemplación, la potencia creativa de ese gesto.
Ahora bien, honrar ese deseo conjunto de explorar la presencia de personas, historias y cosas, que atraviesan y dan forma a lo inacabado pasó por hacer del cuidado una atmósfera de trabajo y encuentro. Me detengo sobre esto a continuación.
Qué lindo ambiente que crearon y que se generó. Gracias, gracias, gracias.
Ol, 80 años, Jumper a media costura, Tandil
Gracias por el espacio y por el cuidado puesto en todo.
Va, 39 años, bordado a medias, Santiago
Tania, sinceramente, esto me ha movilizado mucho… lo recibo agradecida.
Ca, 32 años, inicio de bordado en la infancia, Medellín
Imaginar que el trabajo de investigar puede generar agradecimiento, nos invita a repensar nuestras prácticas de pesquisa, en particular cuando las preguntas que nos convocan lo hacen también desde una confrontación a escala íntima. Buscar cosas textiles sin terminar atesoradas, era adentrarse en tribulaciones personales que parecían insondables. Algunas de las personas que se postularon a estas exploraciones no siempre sabían por qué ese objeto estaba en pausa, y eso les generaba curiosidad, pero también les producía frustración y desasosiego. En otros casos, las postulantes iban descubriendo en los laboratorios que la claridad que tenían de por qué sus objetos estaban como estaban, era un espejismo en el que ellas mismas se iban descubriendo de forma borrosa y no siempre grata. Todas se preguntaban si terminar o no lo ya iniciado, así como por la forma de encontrar el curso de esa acción, en medio de ese laberinto de incertidumbres a las que sus objetos a medio hacer las enfrentaban.
Investigar las cosas sin terminar se revela como un espacio testigo de las propias dificultades ‒las de quien investiga y las de quien participa y se deja acompañar por la investigación‒. Esto hace emerger la responsabilidad de construir ese espacio de forma amable y cuidadosa, de modo que ese atreverse a escudriñar en las propias incógnitas se sienta cómodo, acompañado, posible. Este llamado a poner el cuidado como gesto y como trabajo en el centro de la pesquisa no es una demanda moral, sino una invitación política y práctica (Olarte-Sierra y Pérez-Bustos, 2020). Una invitación a construir un espacio para prestar atención colectivamente a eso que pasa cuando las cosas, materialmente hablando, comienzan a existir de forma distinta cuando se interrumpe su hechura. Una invitación a detenerse con otras para entender conjuntamente las preguntas que nos estamos haciendo y explorar formas de estar en presencia (Moscoso, 2023). Para el caso de esta pesquisa, esta demanda fue resolviéndose en la forma como se diseñó cada laboratorio y sus exploraciones plásticas, pero también por un conjunto de gestos materiales menores que implicaron tiempo y trabajo y enmarcaron los espacios de exploración como acogedores y cuidadosos. Es sobre ellos que me detengo ahora.
Previamente a cada laboratorio envié a las participantes un mensaje de bienvenida. Me tomé el tiempo de escribirlo de forma detallada para lograr manifestarles la alegría que sentía por el encuentro que íbamos a tener. Se trataba de un sentir genuino y quería lograr expresarlo así. Veía como un regalo el tiempo que nos estábamos dando todas para compartir, explorar y acompañarnos durante tres horas de dos sábados. Quería honrar esa disposición que ellas tenían para que el encuentro fuese posible, honrar las historias que ya me habían compartido sobre sus objetos a medio hacer y lo conmovedor que me había resultado leerlas. Por eso mismo, me esforcé porque ese mensaje tuviera continuidad en la correspondencia que sostuvimos antes del primer encuentro y a todo lo largo de cada laboratorio.
Me preocupé por indicarles la ubicación de la actividad, por estar atenta a sus preguntas sobre cómo llegar, qué íbamos hacer y qué debían llevar. Todas las veces las saludé con cariño, buscando las palabras justas. Quería que me sintieran cerca. Junto con esto, unos días antes de las exploraciones y con la ayuda de mis colegas, visité el lugar de cada encuentro e imaginé con ellas cómo acondicionarlo para que nuestras invitadas se sintieran acogidas. Tendí redes en cada ciudad para que otras personas amigas, familiares o conocidas me prestaran manteles y jarrones, fui al mercado y compré flores para embellecer el espacio, así como frutas y amasijos locales para compartir. Antes de que las participantes llegaran, vestimos el lugar, las mesas con las sillas alrededor estaban adornadas y dispuestas para el encuentro, trayendo al espacio la memoria de casas concretas. Quería recibir a las personas participantes y que se sintieran cómodas, este trabajo era mi forma de agradecer por su tiempo y por la generosidad que implicaba para mí que compartieran en ese espacio sus objetos a medio hacer y lo que estos encarnaban para cada una (imagen 3).
Arriba a la izquierda, las flores
son el centro de reunión del
grupo en Montevideo. A la
derecha (arriba), los manteles
sostienen la exploración de
bordado sobre fotografía de Si
(39 años) en Tandil y permiten la
contemplación (abajo) del torso
de chaleco tejido por Jo (21 años)
y el bordado en proceso de Es
(45 años) en Bogotá. Abajo a
la izquierda, una mesa con un
mantel y varios alimentos que
se compartieron en Santiago.
Tanto el mantel como los platos
y canastos vienen de casas de
personas cercanas a mí y a mis
colegas, quienes prestaron estos
objetos para que participaran del
encuentro.
Fuente: fotografías de
Magdi Molar, Juliana de Pian
Dalera, Isabel Aguilera Vera
y Nicole Chavarro Molina.
Quiero resaltar aquí, pensando con Tim Ingold (2016), ese conjunto de prácticas y de correspondencias materiales que configuraron la investigación como cuidadosa, posibilitando la generación de escenarios acogedores proclives a la proximidad y la intimidad. Esta hospitalidad que se fue configurando tuvo una tonalidad radical (Mbembe, 2023), en el sentido de que contravino prácticas de acogida que suelen estar atravesadas por privilegios de género, clase y raza. El gesto hospedante en este caso sostenía el encuentro y estaba sostenido por el trabajo de cuidado de quienes convocábamos, éramos nosotras mismas, nuestros cuerpos y nuestras geografías domésticas ‒una espacialidad extendida y emparentada con las de las personas cercanas que nos habían prestado sus objetos de compañía‒ las que estaban dispuestas allí, en esa correspondencia previa cuidadosamente escrita y en ese gesto de vestir el espacio para acoger a otras. Esa hospitalidad, orientada materialmente (Ahmed, 2010), esto es, producida por los vínculos cercanos y domésticos que eran convocados por esos manteles y jarrones con flores, por los alimentos dispuestos en platos provenientes de casas concretas, por los cuerpos de quienes habíamos dispuesto cada una de esas cosas allí con nuestras propias manos y palabras, fue capaz, por su parte, de convocar una cierta disposición al hacer, a la escucha y a la exploración por parte de quienes participaron de los laboratorios. Esos gestos cuidadosos que trajeron mensajes amables, textiles de compañía y geografías domésticas al espacio del laboratorio fueron los que luego hicieron posible el encuentro con las propias cosas sin terminar y con las de otras.
Entender la hospitalidad como práctica de cuidado que sostiene la pesquisa ‒como trabajo de indagación, pero también como disposición política al encuentro y al reconocimiento y la transformación del mundo‒ es una premisa que contribuye a la renuncia de un yo que investiga una realidad que se dispone, sin objeciones, a ser explorada. A contrapelo de esto, recibir con cuidado a quienes participamos de los laboratorios, fue una forma de reclamar la vulnerabilidad que nos constituye, esa que pudo desplegarse en cada encuentro al sentirse acogida de forma no instrumental por la atmósfera y las prácticas de investigación que se propiciaron. Una vulnerabilidad material que llena de incertidumbre nuestras preguntas, que nos interpela llegando incluso a objetar las razones de nuestras prácticas.
Investigar generando vínculos de cuidado y abrigo, es hacernos responsables de la vida que está en el centro de nuestras preguntas. Y ello, es también una forma de reconocer el trabajo que hay detrás de tal responsabilidad y el cuerpo que lo encarna. En palabras de Mafe Moscoso, vincularnos investigativamente desde la hospitalidad, es posible “al menos gracias a dos condiciones: cuando la separación entre quien investiga y quien es investigado se diluye ‒aunque no desaparece‒ en la práctica (y no solo en el discurso) y, en conexión con lo anterior, al traer el cuerpo a la investigación” (2023, p. 56).
Ahora bien, aprender a recibir y a acoger desde el cuidado, como trabajo y como práctica de detalle y atención, es un gesto constitutivo de los espacios colectivos de hacer textil. La hospitalidad de la que he hablado aquí, la aprendí mientras aprendía a investigar, bordando con artesanas del calado en Cartago, Colombia (Pérez-Bustos, 2019b, 2023; Pérez-Bustos y Márquez-Gutiérrez, 2015). Fueron ellas quienes me mostraron que su oficio se realizaba en los intersticios de otros trabajos de cuidado, al tiempo que era acompañado por la pausa que traía un café con leche y unas galletas. Ambas prácticas nos reunían: la mesa vestida por un mantel hecho por sus manos, sobre ella su labor de bordado a medias, esperando a que compartiéramos el alimento antes de retomar las puntadas. Entre una cosa y otra, atravesadas y entretejidas, iban emergiendo las reflexiones hechas palabras y silencios (Pérez-Bustos, 2023).
Buscar investigar cuidadosamente, permitiendo la pausa necesaria para habitar la atención, es un tributo a esas mujeres en Cartago, su labor a medias sobre la mesa vestida está emparentada con todas las cosas textiles inacabadas que esta investigación reunió, también sobre muchas mesas vestidas. El agradecimiento a mi labor que emergió de los laboratorios textiles es un agradecimiento extendido a esas manos en Cartago que una vez me invitaron a investigar bordando. Ese dispositivo investigativo ‒investigar bordando‒ que es también un gesto hospedante y cuidadoso, es el preámbulo del encuentro efímero con aquello que nos es extraño y nos interpela. Sobre este último movimiento versa la siguiente sección.
La premisa transversal de los laboratorios textiles era la exploración de las cosas sin terminar, generando espacios de curaduría efímera en los que dichas exploraciones pudieran disponerse para la propia mirada y la de otres. Este ejercicio implicó la contemplación activa de los objetos inacabados para redescubrirlos a través de sus vacíos, sus huellas, sus movimientos o sus memorias. Buscábamos posibilitar un trabajo especulativo de difracción (Haraway, 1992, 1996), esto es, que el acercamiento a cada objeto desviara la forma en que nos estábamos aproximando a su condición inacabada, permitiéndonos prestar atención a detalles que antes no éramos capaces de percibir. Detenerse sobre esos pequeños sucesos contenidos en los objetos, era una manera de despertar de otras formas nuestro interés por esa materialidad y sus posibilidades (Despret, 2021). Descolocar nuestro relato, permitirnos por un instante imaginar que ese objeto guardado y a la espera, era ahora un umbral en el que podíamos escucharnos. Una escucha que tiene como caja de resonancia la presencia y la compañía de otras personas ‒humanas y más que humanas‒. Por un momento, prestar atención a lo propio puesto en relación con lo ajeno y desde ese extrañamiento nuevamente permitir, de forma fugaz, que lo desconocido o lo no reconocido emerja (Barad, 2012; de Rijke, 2023).
Cada invitación a explorar el objeto a medio hacer y a disponerlo en relación con otros en estado similar trajo consigo una breve pausa. Las personas que fueron convocadas se abrieron un espacio en sus agendas para el encuentro, en medio de un contexto capitalista que privilegia al individuo, a la dispersión y a la velocidad (Patzdorf, 2022). Por un pequeño lapso nos reunimos con gente extraña, nos disponemos a relacionarnos desde ese extrañamiento, incluso con nosotras mismas, y luego de escucharnos, sentirnos y ponernos en relación, el espacio va llegando a su fin, recogemos nuestras piezas y materiales y nos despedimos. Un paréntesis se abre y luego se cierra. Entre medio, la posibilidad de descolocar el ritmo establecido desde afuera parece sembrarse en el encuentro con esa extrañeza que nos habita y que es convocada por unas otras que por un momento nos acompañaron.
Reconocer lo efímero de estas invitaciones, llama al cuidado como gesto, además de como trabajo (Olarte-Sierra y Pérez-Bustos, 2020); esto es, a la posibilidad de prestar atención a nuestros movimientos para con ello honrar el encuentro breve y fortuito entre cosas y personas. El cuidado es aquí, además del esfuerzo y la energía puestos en disponer el espacio cuerpo a cuerpo que presenté en la sección anterior, una invitación a disfrutar lo que pasa en ese encuentro, cuando pasa, para apreciarlo, distinguirlo y así dejar que nos devuelva preguntas sobre nosotras mismas. Todo ello como parte de ese ritmo lento en el que nos adentramos y que es propio del hacer textil artesanal en general (Pérez-Bustos, 2019a, 2021). Veamos un ejemplo.
Pa es diseñadora de ropa y docente universitaria de patronaje. Al laboratorio llega con una bolsa transparente con cremallera que contiene retazos de distintas telas y colores cortados por ella ortogonalmente. Hacen parte de un encargo que una antigua jefe le hizo para elaborar una colcha. La tarea que le han encargado es sencilla: cortar retazos provenientes de ropa (poco) usada por la hija de su exjefe para generar una composición con los colores que ella pueda luego colocar sobre su cama. El ejercicio de costura consiste en hacer líneas con varios cuadrados, cosiéndoles por un lateral y luego coser las líneas entre sí. A veces, Pa hace esa tarea a mano, a veces a máquina, dependiendo de si la tela es elástica o no. A pesar de la sencillez del trabajo, lleva seis meses sin lograr avanzar en él.
El problema al que se enfrenta Pa no es de costura, sino de destrucción y desperdicio. El detalle de cortar ropa bien elaborada y en buen estado, para sacar de cada prenda un retazo cuadrado homogéneo que luego hará parte de una colcha, supone un desprecio del ejercicio mismo del patronaje. En esa tarea que se le ha encomendado, la ropa deja de ser ropa, de tener volumen, de vestir un cuerpo, para convertirse en deshecho (imagen 4).
El trabajo de Pa (34 años) como patronista y costurera, es el mismo que está detrás de esas prendas ahora destruidas por sus propias manos. Observar su cuerpo como parte de la destrucción y al mismo tiempo incapaz de darle curso a esa destrucción, es un detalle sobre el que Pa logra detenerse durante el laboratorio, no antes. La especulación material a la que la invitamos le permite dimensionar, en el encuentro con otras, el desprecio que tiene por la tarea que le han asignado; una difracción del desprecio que tiene por su propio oficio la persona que le ha encomendado hacer esa tarea.
Fuente: fotografía de la autora.
En el laboratorio en el que Pa participa invitamos a explorar los objetos, identificando los vacíos que estos tienen y usando para ello diferentes materiales. El ejercicio se realiza en mesas de trabajo en las que hay tres participantes. Esta pauta de exploración puede posibilitar que cada persona observe por un momento su objeto de otras formas, pero que lo haga siempre en relación con quienes acompañan esa tarea. Nos imaginamos que la búsqueda de vacíos puede derivar en encontrar huecos que constituyen la superficie del objeto a medias, que también puede posibilitar identificar ausencias más ontológicas de la propia materialidad o que puede permitir una especulación con los objetos y los materiales que da forma a vacíos y ausencias que aún no existen o que no son perceptibles en ese momento.
Pa se enfrenta tímidamente a este ejercicio con su bolsa de cremallera, de a pocos va sacando de ella las tiras de tela que ya tiene cosidas, y en un principio no puede mirar la colcha en proceso sino como un conjunto de tiras de tela planas. Esa primera aproximación a su objeto no llega a cuestionarla, por el contrario, reafirma la parálisis que tiene frente a la tarea de costura. En su mesa de trabajo está Jo, que ha comenzado a evidenciar los vacíos de su tejido de punto en lana virgen atravesándolos con agujas enhebradas con hilos de colores de otro material, para luego hacer con ellos bucles que tejen esa línea haciéndola sobresalir sutilmente de la superficie del torso de su chaleco. El hacer de Jo le propone a Pa una conversación material que es sostenida y posible por la mesa vestida que les reúne a ambos.
En un movimiento especular al tejido de Jo, Pa comienza a elevar las telas, imaginando que, como el hilo enhebrado y tejido de su compañero, ellas también pueden tener volumen, o pueden recuperar uno como el que tenían antes de ser cuadrados planos. Semejando el movimiento de Jo ‒no sabemos si de forma consciente‒, a una mayor escala Pa construye con hilos también de colores bucles cerrados para sostener las tiras de tela ahora dobladas por la mitad. Uno a uno de esos ensambles, los va enhebrando en sus brazos y luego los amarra a su propia cintura. En ese ejercicio, la colcha en proceso se ha suspendido al propio cuerpo de Pa, llevando incluso a que este se torne para ella en una superficie que extiende su exploración, como lo es el chaleco para el diminuto tejido de colores de Jo. El encuentro entre estas prácticas materiales va luego a expandirse en una nueva instalación conjunta y efímera en la que Pa y Jo participan: el tejido de Jo suspendido sobre su chaleco, que suspendido en el aire sostiene los bucles de hilo que sostienen las tiras de tela de Pa (imagen 5).
Esta serie de instalaciones efímeras que Pa realiza, primero sobre su propio cuerpo y luego volviéndose cuerpo en conversación con el hacer textil de Jo, le permiten a Pa apreciar en los retazos de tela, la ausencia del volumen que está en las prendas que ella ha tenido que destruir para hacer la colcha. Estos ejercicios curatoriales parecen rendirle tributo a ese volumen, al llamar la atención en ambos casos sobre el cuerpo que les sostiene y del que hacen parte. El cuerpo de Pa en movimiento, enhebrando y sosteniendo las tiras de tela, luego, esas telas hechas cuerpo y composición. Ambas instalaciones efímeras, parecen expandir el movimiento que está contenido en el oficio de hacer bucles.
Fuente: fotografías de Nicole Chavarro Molina.
Arriba a la izquierda, Jo enhebrando hilos de colores sobre el torso de su chaleco. A la derecha está Pa enhebrando en sus manos
las tiras de retazos cosidos. Abajo a la izquierda, los hilos enhebrados en el tejido de Jo se hacen volumen tejiéndose a partir de la
superficie de su chaleco. A la derecha las tiras de Pa hechas volumen y desprendiéndose de su cuerpo como superficie. La imagen de
abajo a la derecha es la instalación efímera que cierra la exploración, en la que se juntan las dos exploraciones materiales de Jo y Pa.
Como formando un cuerpo, las tiras de retazos cosidos se desprenden del torso del chaleco expandiendo su superficie en el espacio.
Para Pa esta exploración se torna posibilidad de especular sobre aquello que está ausente en la colcha por coser: su propio cuerpo en movimiento en el oficio de patronaje de tela para crear ropa con volumen. En su agencia material y más que humana, estas instalaciones indican una resistencia a que la colcha sea colcha. Ellas son también un pedido que Pa se hace a sí misma para reconocerse en lo que esa tarea de costura le demanda, un llamado a que reclame el valor de su oficio, un gesto que se despliega en la manufactura inacabada de la colcha.
Unos días después de los laboratorios me encuentro con Jo en un taller de tejido de punto, me da un abrazo y me agradece por el espacio, enfatizando que se sintió muy acogido. Pa me manda un mensaje unas semanas después en el que dice: “De nuevo muchas gracias, fui muy feliz en este encuentro, hace mucho no tenía experiencias tan trascendentales”, para pasar luego a extender su agradecimiento a quienes la acompañaron en la exploración de la colcha sin terminar. Sus palabras se entrelazan con los agradecimientos de otras participantes. Esos agradecimientos dan cuenta de la forma en que la pesquisa sobre las cosas textiles sin terminar permitió prestar atención a las pausas que estas materialidades contienen y detenerse sobre lo que ellas nos señalan. Los laboratorios posibilitaron que estos textiles inacabados fueran territorio para el encuentro con lo extraño que nos habita, aquello que a veces se percibe como falta de tiempo, pero que, al poner el cuidado como trabajo y gesto en la antesala y en el centro de la exploración, puede revelarse también como dolor, como frustración, como búsqueda o como memoria. Ese ejercicio al que la manufactura de las cosas en pausa nos invita, es posible cuando la pesquisa se reconoce plural y abierta a la incertidumbre, cuando es capaz de honrar el tiempo y su deriva y las dificultades de las preguntas a las que las materialidades nos enfrentan.
Una pesquisa que honra el agradecimiento a través de gestos hospedantes (Moscoso, 2023) y con ello va urdiendo una juntanza más amplia de personas y cosas y espacios y tiempos, nunca podrá ser sólo mía. Los preámbulos de esta investigación buscaron sintonizarse con las temporalidades de las cosas sin terminar, llamando a la contemplación y prestando atención a las pausas. Desde esa premisa, han puesto el cuidado y la hospitalidad en el centro de la indagación. Estos movimientos corporales pequeños, generosos y efímeros, han escuchado la vulnerabilidad de aquellas personas y cosas sin terminar que se sintieron convocadas por un llamado que buscaba hacer florecer y pluralizar las preguntas por la materialidad inacabada.
Indagar cuidadamente y desde la hospitalidad por las piezas textiles sin terminar nos invita a sabernos parte de una gran tribu más que humana: de botones descosidos, herencias bordadas inconclusas, remiendos interrumpidos, costuras incompletas, tejidos casi listos. Todo ello va a posibilitar luego que se enreden rincones distintos de ciudades distintas, enredando historias de vida de personas y de cosas que quedaron en pausa hace poco o hace mucho y que se entretejen con mandatos políticos y relacionales en escalas tan globales como íntimas.
En ese preámbulo de investigar lo inacabado, estoy yo con otras, como una trama más, a medio atravesar la urdimbre. Recogida en las historias y las exploraciones y recogiendo historias y exploraciones. Prestando atención a los detalles sobre los que la gente se detiene a escudriñar su propia vida. Conmovida con esa contemplación. Recordando que esos gestos de pausa que me movilizan y me detienen hacen parte de una danza colectiva que trasciende a las 45 personas y sus objetos que esta pesquisa reunió. Se trata de una danza sutil, que realza el movimiento lento en el que la manufactura de las cosas se toma un descanso. La lentitud, la pausa, el descanso como gesto textil reúne oficios y haceres artesanales, y con ello ‒aquí‒ se torna pauta e invitación metodológica, donde lo efímero, lo acogedor y lo colectivo, pueden ser resistencia al mandato de la productividad y el consumo veloz.
A la Universidad Nacional de Colombia por el tiempo sabático otorgado dentro de mi vinculación laboral y que dio las condiciones básicas para realizar esta pesquisa. A Daniela Manica y su invitación a acompañarla como investigadora visitante en el Labjor de la Unicamp, mi estancia en Campinas contribuyó a la escritura de este texto. A mi madre, Indiana Bustos, quien luego de su muerte dejó algunos recursos financieros que permitieron reconocer económicamente el acompañamiento de las artistas y fotógrafas que participaron de esta investigación. A mis compañeras de viaje, artistas y participantes, así como a cada una de sus piezas textiles inacabadas. A Santiago Martínez Medina por su lectura preliminar de este manuscrito, y a las personas que oficiaron como pares en su evaluación, su lectura fue central para mejorar este artículo.
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