El giro neoconservador en la crítica literaria y cultural latinoamericana
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El giro neoconservador en la crítica literaria y cultural latinoamericana*
A revolução neoconservadora na crítica literária e cultural latino-americana
The neoconservative turn in Latin American literary and cultural criticism
John Beverly**
* Este artículo es el texto de una conferencia presentada en el Institute for Latin American and Caribbean Studies de la Universidad de Michigan en Estados Unidos. Agradezco la invitación al director del Instituto, Fernando Coronil, y a la profesora Kate Jenckes del Departamento de Español.
** Destacado crítico de problemáticas culturales en América Latina. Profesor de Literatura Latinoamericana y Estudios Culturales en el Departamento de Lenguas y Literaturas Hispánicas de la Universidad de Pittsburgh. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Resumen
El artículo señala un posible “giro” neoconservador en la crítica cultural y literaria latinoamericana actual, proveniente, de manera paradójica, de la “izquierda”. Se argumenta que el “giro” es un efecto superestructural de la globalización y los nuevos movimientos sociales sobre sectores de la intelectualidad literaria-cultural latinoamericana, en procura de reterritorializar una forma de autoridad cultural “criolla”, que piensan, ha sido erosionada, a expensas de hacer causa común con los sujetos políticos subalterno-populares emergentes y los movimientos sociales.
Palabras clave: intelectuales, giro neoconservador, crítica cultural, movimientos sociales, izquierda
Resumo
O artigo propõe que estamos presenciando um “giro” neoconservador na crítica cultural e literária latino-americana atual proveniente, de maneira paradóxica, da “esquerda”. Argüi-se que o “giro” é um efeito superestrutural da globalização e dos novos movimentos sociais sobre setores da intelectualidade literário-cultural latino-americana, em busca de reterritorializar uma forma de autoridade cultural “crioula”, que pensam que foi erosionada, a custas de fazer causa comum com os sujeitos políticos subalterno-populares emergentes e os movimentos sociais.
Palavras-chaves: intelectuais, giro neo-conservador, crítica cultural, movimentos sociais, esquerda
Abstract
This article points out a possible neo-conservative “turn” in cultural and literary critics in Latin America coming, paradoxically, from the “left”. It is argued that this “turn” is a super-structural effect of the globalization and the new social movements on Latin American literary-cultural intellectuality, in the search for re-territorializing a form of cultural “creole” authority that, some people believe, has been eroded, in expenses of making common cause with political subaltern-popular emergent subjects and social movements. Key words: intellec tuals, neoconservative turn, cultural critique, social movements, left politics.
Se habla mucho en estos días del retorno de lo político. Conjuntamente de un cambio de paradigma en la relación de la sociedad civil y los movimientos sociales con el Estado. Esto es en parte porque, para pedir prestada una frase de Ernesto Laclau, en algunos casos como en Bolivia, los movimientos sociales se han vuelto el Estado, o se están prestando para proyectos políticos con el fin de ganar el poder de Estado. Pero este retorno de lo político también trae en su secuela una serie de nuevas preguntas e incertidumbres. En particular, quiero sugerir aquí que en la actualidad se está produciendo un giro neoconservador en la crítica literaria y cultural latinoamericana, que busca intervenir en esta nueva coyuntura política. Este giro es doblemente paradójico: primero, porque ocurre en el contexto del re-surgimiento de la izquierda latinoamericana, o quizás mas correctamente, de las izquierdas; segundo, porque se manifiesta principalmente desde la izquierda.
La pregunta subyacente es sobre la naturaleza de lo que se ha entendido convencionalmente como “izquierda”. En otras palabras, la “izquierda” tradicional en América Latina, o una parte significativa de ella, ¿sigue siendo la izquierda? ¿O se ha vuelto una especie de nueva derecha?
Para comenzar, creo que sería útil hacer una distinción entre neoconservadurismo y neoliberalismo, una distinción banal pero quizá necesaria, ya que estas posiciones a menudo se desdibujan en formas concretas de hegemonía reaccionaria. Los neoliberales creen en la eficacia del libre mercado y en un modelo utilitario y racional de agencia humana, basado en la maximización de la ganancia y la minimización de la pérdida a través del mercado mismo. En principio, el neoliberalismo no propone otra jerarquía de valor a priori más que el principio del deseo del consumidor y la efectividad del libre mercado y la democracia formal como mecanismos para ejercitar la libertad de elección. Desde esta perspectiva, da lo mismo si uno prefiere la cultura popular a la alta cultura, la salsa a Schoenberg, para decirlo de cierta manera. Esta desjerarquización implícita en la teoría y la política neoliberal entraña un fuerte desafío a la autoridad de las elites intelectuales tradicionales para determinar los estándares de valor cultural, y permite cierta convergencia entre estudios culturales y neoliberalismo, sobre todo en relación con los temas del mercado y la sociedad civil. Creo que esto es más o menos lo que expresa la famosa consigna de Néstor García Canclini, “el consumo sirve para pensar”.
Por contraste, los neoconservadores sí creen que existe una jerarquía de valor epistemológico, estético y moral imbuida en la civilización occidental y en las disciplinas académicas –vinculada esencialmente al paradigma de la Ilustración– que es importante defender e imponer pedagógica y críticamente. Este papel requiere de la autoridad y el trabajo del intelectual tradicional, en el sentido que Gramsci le da al concepto –es decir, el intelectual que habla en nombre de lo universal y que opera a través de la religión, o en la Universidad y el debate de las ideas en la esfera pública–. Los neoconservadores favorecen las humanidades, especialmente la filosofía y la literatura, mientras que la economía es, por contraste, la disciplina modelo para los neoliberales.
En este sentido, el texto neoconservador paradigmático podría ser Las contradicciones culturales del capitalismo del sociólogo norteamericano Daniel Bell, publicado a principios de la década de los setenta. En este famoso libro, Bell identifica la creciente escisión entre el sujeto altamente edipizado y autodisciplinado necesario para la producción capitalista, y el sujeto narcisista y hedonista inducido por la cultura de consumo capitalista. Esta distinción, que para Bell fue también una distinción entre regímenes culturales “modernos” y “posmodernos”, le permitió decir que en política económica él era un liberal, pero que en materias culturales era conservador. Con afán ilustrativo podríamos decir que en un contexto latinoamericano, los Vargas Llosa (padre e hijo), o los así llamados escritores McOndo o Manifiesto Crack, o la tendencia en los estudios culturales que pone primordialmente el énfasis en los medios y el consumo cultural, constituyen una aceptación, implícita o explícita, de una posición neoliberal. Pero esas tendencias –y las que se relacionan con ellas– son algo diferente de lo que yo entiendo por el giro neoconservador. En cierto sentido, el giro neoconservador está dirigido contra estas tendencias de la teoría y la producción cultural, que tendían a dominar la escena en el periodo anterior. Usando la conocida distinción de Raymond Williams, podríamos decir que el neoliberalismo es la tendencia residual y que el neoconservadurismo es, o está tratando de ser, la tendencia emergente en los estudios culturales y literarios en Latinoamérica. Y surge precisamente en el momento en el que el neoliberalismo está perdiendo en alguna medida su hegemonía como ideología entre ciertos sectores de la burguesía local y global y de la clase profesional (volveré más tarde sobre este tema).
Quiero recordar brevemente en este contexto el vínculo paradójico entre la teoría estética modernista, concretamente aquella desarrollada por Adorno y la Escuela de Frankfurt, y el giro neoconservador en los Estados Unidos a partir de los años setenta. Si figuras como Herbert Marcase, Fredric Jameson o Susan Buck Morss representaron una articulación de la “crítica cultural” de la Escuela de Frankfurt consonante con el surgimiento de la llamada Nueva Izquierda en la década de los sesenta, también hubo una elaboración cultural y políticamente más conservadora que se produjo especialmente en el interior del grupo conocido como los New York Intellectuals, en general de orientación liberal o socialdemócrata, como el mismo Bell, quien se relacionó con algunos de los intelectuales de la Escuela de Frankfurt durante su exilio en los Estados Unidos. Algunas de las manifestaciones más tempranas del neoconservadurismo en los Estados Unidos aparecen a comienzos de los setenta en la obra de críticos de arte como Clement Greenburg o Hilton Kramer, como una reacción contra el radicalismo de la contra-cultura y el arte pop de los sesenta, y una defensa del modernismo. Sugiero que esta inesperada conexión entre la Escuela de Frankfurt, o más ampliamente la llamada crítica cultural, y el neoconservadurismo guarda también relación con el giro latinoamericano.
El nexo entre el neoconservadurismo, la defensa del vanguardismo estético y la crítica a la sociedad de consumo capitalista, permite que el giro neoconservador en Latinoamérica pueda presentarse a sí mismo no sólo como una posición que viene desde la izquierda y que está activa dentro de ella, sino también en cierto sentido como una defensa de la izquierda contra lo que se percibe como un relativismo posmodernista lite. Pero con consecuencias políticas, a mi modo de ver, posiblemente negativas. En los años setenta, el giro neoconservador en los Estados Unidos dividió tanto a la izquierda como al Partido Demócrata, muchas veces sobre líneas raciales, inhibiendo así la gran promesa de los sesenta: la formación de un nuevo bloque histórico popular-democrático pluri-racial en la cultura política norteamericana. En este sentido, allanó el camino para la restauración conservadora de los ochenta bajo la cual todavía padecemos en mi país. Si mi diagnóstico sobre un giro neoconservador en la crítica latinoamericana es correcto, y enfatizo su carácter tentativo, mi temor es que actúe también como inhibidor o límite de los objetivos y posibilidades de la izquierda y del pensamiento progresista latinoamericano en el periodo venidero.
No tengo tiempo para discutir casos particulares. Y por supuesto, existen variantes de lo que denomino aquí el giro neoconservador en cada país de América Latina, incluyendo Cuba. Pero para los propósitos de esta presentación, podría sugerir como indicativo el siguiente corpus:
- El ensayo de Mabel Moraña, “Borges y yo. Primera reflexion sobre “El etnografo’”, reunido en su libro Crítica impura (2004), una especie de ajuste de cuentas con la crítica poscolonial y el multiculturalismo;
- El libro del novelista y crítico guatemalteco Mario Roberto Morales sobre políticas culturales indígenas en Guatemala, La articulación de las diferencias (2002).
- El polémico libro de David Stoll, Rigoberta Menchú and the Story of All Poor Guatemalans, donde sugiere que Menchú falsificó algunos detalles de su famoso testimonio (Stoll 1999).
- Varias declaraciones recientes de la gestora del testimonio de Menchú, Elisabeth Burgos, particularmente en la revista cubana del exilio, Encuentro.
- Una colección editada por Emil Volek, Latin America Writes Back: Postmodernity in the Periphery (2002).
El texto más accesible y pertinente para el público lector latinoamericano actual, sin embargo, es quizás el libro relativamente reciente de Beatriz Sarlo sobre la cuestión de la autoridad del “testimonio” literario, Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo (2005).
Consciente del peligro de generalizar demasiado, porque es evidente que hay marcadas diferencias de situación y posición política entre estos autores, me atrevo a identificar cinco temas que atraviesan este corpus.
Primero, hay un rechazo generalizado del testimonio y la autoridad de la voz y la experiencia subalterna o “popular”. Relacionado con esto, hay un extremo escepticismo frente no sólo a las políticas identitarias multiculturales sino también a las nuevas formas de protagonismo popular informal o heterogéneo, como las turbas chavistas, o los cocaleros de Evo Morales, o los piqueteros. Para Sarlo, se trata de un “giro subjetivo” en la política. Una mala práctica cultural –el “giro subjetivo”, representado por el testimonio, las políticas de identidad, etc.– lleva a una mala práctica política: el neopopulismo. Es mejor dejar ambas en manos de “expertos”.
Por lo tanto, en segundo lugar, contra la idea de una autoridad propia subalterna-popular se elabora una defensa del escritor-crítico y de su función cívico-pedagógica. Involucrado en esta defensa existe el auto-reconocimiento de una generación de intelectuales de izquierda que asumieron riesgos considerables durante tiempos difíciles en sus respectivos países, pero que ahora están en proceso de ser desplazados por nuevas fuerzas políticas y actores más jóvenes. En lugar de identificarse con estos nuevos actores, que muchas veces no provienen de la clase intelectual, el giro neoconservador los ve con antipatía, como si les faltara legitimidad, o como si de algún modo fueran demasiado ingenuos.
Tercero, a pesar de un rechazo explícito o implícito de las políticas identitarias, basadas en un supuesto esencialismo binario, se reafirma paradójicamente una subjetividad “criolla” latinoamericana contrapuesta a lo que es percibido como el carácter anglo-americano de la teoría posmodernista o poscolonial. Este énfasis en “lo nuestro” hace del giro neoconservador una variante del neo-arielismo: el supuesto de que los valores y la identidad cultural de Latinoamérica están vinculados de una manera especialmente significativa con su expresión literaria.
En cuarto lugar, el rechazo del multiculturalismo y las nuevas modas teóricas como los estudios poscoloniales, ayuda a que, aunque se asume en principio lo que Aníbal Quijano ha llamado la colonialidad del poder en América Latina, en la práctica hay una resistencia notable a reconocer las demandas de autonomía y las nuevas formas de agencia desarrolladas por los movimientos identitarios indígenas o afro-latinos, o de las mujeres y las minorías sexuales. Se trata en cierto sentido de un enfrentamiento de intelectuales tradicionales, identificados sobre todo con la academia, las revistas y los centros de investigación, e intelectuales orgánicos de los movimientos sociales.
Quinto, hay un rechazo general, aunque no unánime, del proyecto de la lucha armada revolucionaria de los años sesenta y setenta, a favor de una posición política más cautelosa, con la advertencia de que una “equivocación” (la caracterización es de Sarlo) similar acecha en el corazón de las nuevas políticas identitarias y de empatía. Este rechazo conlleva una narrativa implícita, biográficamente específica, de desilusión personal similar al modelo autobiográfico de la picaresca barroca, en la que se asocia la juventud con las ilusiones del periodo revolucionario de los sesenta y setenta, y la madurez con una posición más desengañada y sensata (hasta cierto punto, se podría decir que el guerrillero arrepentido, como la figura del matón en la tercera parte de la película Amores perros, es el pícaro contemporáneo).
Sexto, en esta narrativa de desengaño está implícito el paso hacia la profesionalización e institucionalización de la generación de los sesenta en América Latina. Por lo tanto, en el giro neoconservador se produce, contra los disturbios de lo que García Canclini solía llamar “ciencias nómadas” y lo que David Stoll caracteriza despectivamente como “antropología posmoderna” provocados por esa misma generación, una reterritorialización y defensa de las disciplinas académicas. En el caso de la literatura y los estudios literarios en particular, esto involucra una afirmación del llamado “valor estético” y del canon de las literaturas nacionales, visto no tanto como depósito de un valor cultural a priori, sino como algo que tiene la profundidad y la consistencia para ser fructíferamente interrogado por las generaciones venideras.
¿De dónde surge el impulso del giro neoconservador? Me atrevo a sugerir que, en general, representa un efecto superestructural de dos fenómenos relacionados con la integración de Latinoamérica a los procesos actuales de globalización:
- La crisis de sectores de las clases media y alta afectadas de manera negativa por las políticas neoliberales de ajuste estructural, la reducción del apoyo estatal a la educación superior (y a la educación en general), y la proliferación de la cultura de masas comercializada.
- El debilitamiento de la hegemonía ideológica del neoliberalismo como tal.
Vuelvo aquí a la distinción entre neoliberalismo y neoconservadurismo en que insistía al principio. Hoy cada vez más la ideología neoliberal es percibida por todos lados como insuficiente para garantizar la gobernabilidad. Las consecuencias de las políticas económicas neoliberales producen una crisis de legitimación tanto del Estado como de los aparatos ideológicos, incluyendo la escuela, los museos, la familia, las instituciones religiosas y el sistema tradicional de partidos políticos. La tendencia libertaria implícita en el modelo de “elección racional” a través del libre mercado no puede servir como plataforma para la imposición de una estructura normativa de valores y expectativas sobre las poblaciones. Al mismo tiempo, la combinación de privatización y proliferación de cultura de masas global desestabiliza la autoridad cultural de un sistema previo de normas, valores y jerarquías, representado por los intelectuales tradicionales, y amenaza concretamente el bienestar económico de sectores de las clases alta y media profesional, de las que usualmente provienen y a las cuales representan los intelectuales.
Todos comprendemos –Saskia Sassen es quizás la pensadora más influyente sobre el tema– que de cierta forma el capitalismo global todavía requiere del Estadonación para asegurar la gobernabilidad, imponer el orden civil, proteger la inversión y la propiedad privada, e inculcar el tipo de personalidad autodisciplinada capaz de posponer la búsqueda de gratificación inmediata por la esperanza de una eventual recompensa. El giro neoconservador se ofrece en ese sentido como una ideología de profesionalismo y disciplinariedad centrada en la esfera de las humanidades, que fueron especialmente desprestigiadas y perjudicadas por las reformas neoliberales en la educación y el auge de los estudios culturales y de comunicación, una ideología implementada por y a través del Estado y los aparatos ideológicos para contrarrestar la crisis de legitimidad provocada por el neoliberalismo.
Si esta hipótesis es correcta, entonces el giro neoconservador en la crítica latinoamericana puede ser visto como un intento por parte de una intelectualidad criolla, esencialmente blanca o blanca-mestiza (“ladina”, como se dice en Guatemala, o “pituca”, como se dice en Perú) de clase media o clase media-alta, educada en la Universidad, profesionalizada; de capturar, o recapturar, el espacio de autoridad cultural y hermenéutica del mercado, por un lado, y por otro, de las nuevas formas heterogéneas de agencia popular. Despliega, para ese fin, una doble estrategia de interpelación:
- Hace un llamado a sectores de la burguesía nacional y de las clases profesionales para crear una nueva forma de hegemonía cultural, entendida en el sentido de lo que Gramsci llama “el liderazgo moral intelectual de la nación”, que incorpore sus propios criterios disciplinarios de autoridad, profesionalismo y especialización.
- Al mismo tiempo, hace un intento por redefinir (y confinar) los proyectos emergentes de la (o las) izquierda/s latinoamericana/s, dentro de lo que continúan siendo parámetros dominados por los intelectuales y las clases profesionales.
Al decir esto, de ningún modo intento cancelar el debate dentro de la izquierda, o sobre la izquierda. Acepto que hay mucho que criticar en el radicalismo de nuevo tipo de los movimientos sociales y en los nuevos gobiernos de centro-izquierda, como los llama Laclau. Sin embargo, tengo la impresión de que implícito en lo que estoy llamando el giro neoconservador hay una variante implícita o explícita de la distinción entre izquierda respetable y “la marea populista”, como suele decir José Aznar, el político español de derechas: es decir, Bachelet, Tabaré, y Lula (si continúa portándose bien) contra todos los demás, especialmente Chávez, pero también Kirchner, un blanco frecuente de la crítica de Betariz Sarlo, Morales, Correa, los sandinistas, los cubanos... En Chile o Brasil, la izquierda respetable está en el poder. Pero en Argentina, Bolivia, Venezuela, la izquierda “respetable” forma a veces parte de la oposición a los gobiernos de izquierda en el poder. (Dicho aparte, para el propio Aznar la tarea principal de la gente de bien en nuestro tiempo, es decir la derecha internacional, es detener esta marea populista).
Se podría argumentar que estoy exagerando, y que la operación crítica y política representada por figuras como Beatriz Sarlo en Argentina o Elisabeth Burgos en Venezuela es algo completamente distinto del tipo de neoconservadurismo propugnado por Leo Strauss, Samuel Huntington, Alan Bloom, Dinesh D’Souza, o los actuales asesores del presidente Bush en las “guerras culturales” en los Estados Unidos. Mas bien, se podría decir de esa operación, o dice de sí misma, que representa la reacción de una izquierda ilustrada, consecuente consigo misma, ante la proliferación de posiciones lites posmodernistas y el “neopopulismo de los medios” de los estudios culturales, como lo nombra Sarlo. De allí que sería interesante discutir su posible entronque o no con la crítica del relativismo y multiculturalismo hecha por Alain Badiou en Francia. Sin embargo, si bien mi propia posición no es completamente desinteresada (varios de los textos mencionados en mi corpus se refieren directa o indirectamente a mi propio trabajo), no creo estar exagerando el caso. Lo que estoy tratando de hacer es captar una tendencia emergente que todavía no ha tomado total conciencia de sí misma y que, como tal, podría desplazarse en distintas direcciones. Creo que lo que llamo el giro neoconservador continuará siendo una tendencia dentro de la izquierda y la intelectualidad progresista en América Latina. Pero también es posible que si la situación política se polariza más, esta tendencia se alinee políticamente con una posición más conservadora o de centro derecha, como sucedió en los casos de los New York Intellectuals en los Estados Unidos (muchos de los cuales terminaron en el Partido Republicano de Reagan) o los llamados Nuevos Filósofos o el historiador Francois Furet en Francia. Los ejemplos de Jorge Castañeda en México, o Elisabeth Burgos y Teodoro Petkoff en Venezuela, hacen alusión a esta posible consecuencia en un contexto contemporáneo latinoamericano, como la figura de Octavio Paz en una generación anterior. No he seguido de cerca su pensamiento más reciente, y me gustaría estar equivocado, porque admiro su persona y obra, pero creo que esta es la dirección general en la que está evolucionando Sarlo.
Quiero terminar con una reflexión sobre mi propio campo, el de la crítica literaria. Como hemos visto, una de las características del giro neoconservador, así como de lo que se llamó en Estados Unidos las “guerras culturales”, es hacer de la literatura y las reflexiones sobre el valor estético y literario un orden crucial del pensamiento, no algo que es suplementario o secundario. Su objetivo es vigilar las fronteras de lo que es y no es permisible dentro del ámbito de la crítica literaria y cultural latinoamericana, en un momento en el que muchos de sus supuestos fundamentales han sido puestos en duda interna y externamente, incluyendo la idea de Latinoamérica como tal.
El signo de esta intención suele ser una apelación tácita o explícita (en el ensayo de Moraña antes aludido, por ejemplo) a la figura de Borges. Borges, por supuesto, nunca desapareció completamente del horizonte de la crítica literaria latinoamericana, y las razones de este fenómeno no son difíciles de comprender: con su lucidez desilusionada y su capacidad de invención literaria, Borges sigue siendo uno de los intelectuales latinoamericanos más interesantes del siglo XX. Además, esa lucidez desilusionada parece encajar bien con el fin de una era de ilusiones utópicas. Hace de su propia escritura una especie de Aleph que nos permite leer en su interior los temas candentes del día: el Otro, la desconstrucción, la ética, el testimonio, lo subalterno, los estudios culturales y poscoloniales, la dialéctica de la modernidad periférica, la “iluminación” benjaminiana, las caras de la multitud –pero en una clave específicamente latinoamericana, “criolla” si se quiere–. No obstante, leer estos temas a través de, o en, o con Borges es también limitarlos en cierto sentido a Borges –es decir, al espacio de la literatura y la “critica”–.
Creo que lo que está funcionando aquí es una especie de neutralización teórica de la fuerza actual de las clases y los grupos populares en América Latina en favor de la reivindicación de una elite que “conoce mejor”. La amenaza de un “otro”, llámese subalterno, pueblo, multitud, masas –esa presencia potencialmente letal y usualmente racializada que está siempre en los márgenes de las historias de Borges, y que es, en última instancia, una amenaza de descentralizar la autoridad política y epistemológica del escritor, como en el caso de “El Sur”–, es cancelada o postergada. Volvemos al consuelo privado y desilusionado, pero finalmente adecuado de la literatura, la “crítica” institucional, y la biblioteca. De esta forma, el recurso a Borges corre el riesgo de convertirse en un dispositivo para el giro neoconservador en sí, tal como lo fuera en otra época T.S. Eliot en la crítica angloamericana.
No es que apelar a Borges sea en sí mismo reaccionario. Lo que resulta problemático más bien es la incapacidad de hacer que esta apelación registre adecuadamente la conexión entre el nominalismo radical de las estrategias epistemológicas y estéticas de Borges y sus posiciones políticas reaccionarias y a menudo racistas.
Concluyo con la pregunta de Borges porque pienso que es una pregunta particularmente difícil para los que permanecen, como yo, en el campo de la crítica literaria y cultural. En cierto sentido, Borges es la literatura, y la literatura y la crítica literaria son, en última instancia, lo que hacemos. ¿Entonces, hasta qué punto estamos también, individual y colectivamente, comprometidos con lo que he llamado aquí el giro neoconservador. Dada la particular dificultad de los tiempos en que vivimos y nuestra ubicación institucional, reconozco que es más fácil hacer esta pregunta que contestarla. Pero la respuesta no puede ser que una fidelidad a la literatura garantice en sí la entereza política y ética de nuestra posición.
Bibliografía
- BELL, Daniel, 1989, Las contradicciones culturales del capitalismo, Madrid, Alianza.
- MORALES, Mario Roberto, 2002, La articulación de las diferencias, o el síndrome de Maximon. Los discursos literarios y políticos del debate interétnico en Guatemala, Guatemala, Consucultura.
- MORAÑA, Mabel, 2004, “Borges y yo. Primera reflexión sobre ‘El etnógrafo’”, en: Critica impura, Madrid, Iberoamericana / Vervuert.
- REVISTA Encuentro de la Cultura Cubana, disponible en: <www.cubaencuentro.com>.
- SARLO, Beatriz, 2005, Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo, Buenos Aires, Siglo XXI.
- STOLL, David, 1999. Rigoberta Menchu and the Story of All Poor Guatemalans, Boulder, Westview.
- VOLEK, Emil (ed.), 2002, Latin America Writes Back: Postmodernity in the Periphery, Nueva York y Londres, Routledge.
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- Última actualización en 03 Enero 2017