Microjardines y huertos en balcones: reconfiguraciones de la experiencia de habitar*
Microjardins e hortas em varandas: reconfigurações da experiência de habitar
Microgardens and Balcony Gardens: Reconfigurations of the Experience of Dwelling
DOI: 10.30578/nomadas.n58a4
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Ana Marta Salcedo** y Edilberto Hernández ***
Resumen
El artículo analiza las prácticas de cultivar microjardines y huertos en balcones en términos de corporalidades que permiten construir otros modos de comunicación con el hábitat. Con este fin, se realizaron una serie de residencias artísticas, en el marco de la investigación-creación, centradas en prácticas ancestrales de sembrar, podar, abonar y apocar que hibridan con el uso de dispositivos y de plataformas web. Las reflexiones parciales se orientan a entender acciones formativas en las cuales, las materialidades digitales incorporan ritmos, tiempos y formas de hacer que reconfiguran el espacio y la formación de los cuerpos. Este asunto amplía las preguntas por la educación y aporta a los estudios de las prácticas de habitar en conexión con el pensamiento vegetal, potenciador de la perspectiva ecocrítica.
Palabras Clave: habitar, corporalidades, materialidades digitales, educación, ecocrítica, microjardines.
Resumo
O artigo analisa as práticas de cultivar microjardins e hortas em varandas, em termos de corporalidades que permitem construir outros jeitos de comunicação com o habitat. Com este fim, foram realizadas uma série de residências artísticas, no marco da investigação-criação, centradas em práticas ancestrais de semear, podar, adubar e amontoar a terra híbridas com o uso de dispositivos e plataformas web. As reflexões parciais são orientadas a entender ações formativas nas quais, as materialidades digitais incorporam ritmos, tempos e formas de fazer que reconfiguram o espaço e a formação dos corpos. Este assunto amplia as perguntas pela educação e contribui para os estudos das práticas de habitar em conexão com o pensamento vegetal, potenciador da perspectiva ecocrítica.
Palavras-chave: dwelling, corporalities, digital materialities, education, ecocriticism, microgardens.
Abstract
This article examines the practices of cultivating microgardens and balcony gardens in terms of corporalities that enable the construction of alternative forms of communication with the habitat. To this end, a series of artistic residencies was carried out within the framework of research-creation, focusing on ancestral practices of planting, pruning, fertilizing, and earthing up, which hybridize with the use of digital devices and web platforms. The partial reflections aim to understand formative actions in which digital materialities incorporate rhythms, temporalities, and ways of doing that reconfigure space and the formation of bodies. This line of inquiry expands the questions surrounding education and contributes to the study of dwelling practices in connection with plant thinking, thus enhancing an ecocritical perspective.
Keywords: dwelling, corporalities, digital materialities, education, ecocriticism, microgardens.
*Este artículo desarrolla uno de los tópicos que atraviesan las experiencias de campo de la tesis doctoral en proceso de publicación, titulada: Espacios verticales: formatividades en la experiencia de habitar, Grupo de investigación de Estudios Interdisciplinarios sobre Educación (Esined), Doctorado en Ciencias de la Educación, Universidad de San Buenaventura, Medellín (Colombia).
**Docente titular de la Secretaría de Educación de Medellín (Colombia). Doctora en Ciencias de la Educación, Universidad de San Buenaventura; magíster en Hermenéutica Literaria, Universidad Eafit; maestra en Artes Plásticas, Universidad de Antioquia. Correo: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
***Profesor del Doctorado en Ciencias de la Educación, Universidad de San Buenaventura, Medellín (Colombia). Doctor en Educación, Universidad de La Salle (Costa Rica); postdoctor en Ciencias Humanas y Sociales, Universidad de Buenos Aires (Argentina). Correo: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
El gesto es el efecto, en la carne o el cuerpo,
de un acontecimiento exterior, la inscripción
de una fuerza que, en el gesto, deviene sentida.
El gesto expresa, pues, el acontecimiento.
(José Luis Pardo, 1992, p. 263)
Este estudio se deriva del interés por indagar acerca de los modos de habitar que se imponen y se crean en la morfología urbanística de Medellín, marcada por espacios de vivienda en altura, específicamente en el sector de Robledo, comuna 7. El Plan de Desarrollo Local Comuna 7-Robledo (2007-2019) describe una trama urbana discontinua, cuya área residencial se extiende en desarrollos habitacionales conformados por torres con más de diez pisos que convergen con unidades residenciales antiguas de cuatro y cinco pisos. Los procesos de suburbanización han dado lugar, además, a diferentes tipos de hábitat que trazan nuevos itinerarios cotidianos.
Uno de los hallazgos de la investigación y sobre el que se centra este artículo, es el cultivo de microjardines y huertos, actividad que desde la más remota antigüedad ha estado presente en la vida cotidiana de las comunidades (Clément y Zelich, 2019), y ahora de quienes habitan viviendas en altura. Esto resulta interesante, pese a que diversos estudios vienen mostrando que la agricultura ha perdido la centralidad económica y social, debido al deterioro gradual causado por la expansión acelerada del espacio urbano (Ávila, 2004); sin embargo, la práctica ancestral del sembrado continúa estando presente en la vida urbana.
De acuerdo con este planteamiento, la realización de una serie de residencias artísticas, inscritas en el proceder metódico de la investigación-creación, particulariza la observación en las acciones de siembra, poda, abono y apocado, asociadas con el uso de materialidades digitales, la gestación de ritmos, tiempos y corporalidades heterogéneas que crean formas otras de interacción con el hábitat.
Específicamente, balcones de apartamentos ubicados en diversos pisos de edificaciones del sector de Robledo disponen un espacio para estas labores; el balcón se ha convertido en una suerte de reservorio de plantas ornamentales, medicinales y productivas. No obstante, aunque cultivar microjardines y huertos es una práctica que puede desarrollarse en espacios reducidos como casas y edificios, está contenida en formas y métodos distintos de sembrar que contemplan aspectos como los objetivos de cultivo y el tipo de vegetación; cada práctica observada fija esperas y desplazamientos que marcan el espacio con diferentes fuerzas de intensidad que se convierten en acontecimientos educativos.
Ahora bien, frente al hecho de que diversos planes de urbanización y diseño arquitectónico, a nivel mundial, recurren a la geometría euclidiana y a la geografía para comprender el espacio, la experiencia espacial supera el aspecto material y deriva de la necesidad que tenemos de establecer relaciones vitales con nuestro entorno. Desde una perspectiva interdisciplinaria, el giro espacial (Soja, 1998) pone el énfasis en la conversión de la espacialidad urbana, donde la intimidad del hogar, el cuarto y el cuerpo amplía la construcción sociosimbólica del concepto, en cuanto que lugar en el cual el cuerpo desarrolla hábitos, traza trayectorias y establece relaciones.
En las prácticas contemporáneas de habitar, el avance alcanzado por las tecnologías de la información y la comunicación en las últimas dos décadas y la producción de contenidos que digitalizan la vida cotidiana, han contribuido a un borramiento de los límites entre lo privado y lo público que transforma el concepto de espacio. Esto ha implicado, a su vez, nuevas formas de hacer, de crear y de interactuar con el hábitat, influidas por plataformas web y dispositivos con pantallas que, conectados a internet, determinan en buena medida la experiencia de habitar en la actualidad.
En función de analizar estas cuestiones, el texto se organiza en cuatro apartados: la sección inicial, que desarrolla un abordaje a partir de la experiencia espacial, con la intención de mostrar algunas conexiones entre diferentes campos del conocimiento que revisan la función activa del espacio en la experiencia de habitar. Posteriormente, la ruta metódica se sitúa en el análisis del cultivo de microjardines y huertos en balcones, prestando atención a los procesos formativos producidos en estas prácticas espaciales.
Los resultados reflexionan sobre las maneras en que las personas entienden y construyen su existencia, en la medida en que moran y transitan el apartamento. Para ello, proponemos la creación de un herbario de ficciones, a modo de ambientes de vida que, empleando el método fotográfico, despliega corporalidades que expresan otras formas de comunicación con el hábitat imbricadas con la experiencia del sembrado. Por último, las conclusiones se orientan a los aportes que las relaciones ecológicas germinadas en estas prácticas espaciales, hacen a la educación para potenciar la experiencia sensorial que construye la vida cotidiana, en sincronía con las materialidades digitales y las temporalidades vegetales.
Espacio habitado: corporalidades en movimiento
El espacio ha sido un tema de gran importancia en las ciencias sociales, las humanidades y las artes en las últimas décadas. Particularmente, las investigaciones de autores como Lefebvre (1991), Bachelard (1975) y Bollnow (1969) nos han ayudado a comprender que la existencia humana necesariamente es espacial. En correspondencia con estos estudios, los campos de la antropología, la sociología, la psicología ambiental, la arquitectura y los estudios culturales, se han interesado en el reconocimiento de las relaciones de los cuerpos con el espacio, determinadas por la experiencia y las afecciones.
Las múltiples maneras de abordar el espacio habitado se visualizan en marcos metodológicos que tienen en común la mirada a los lugares en los cuales los cuerpos se desplazan y establecen rutinas. Replantear, por tanto, este concepto a través de las significaciones otorgadas por diversas voces, que dialogan con los procesos denominados giro espacial (Soja, 1998) y giro corporal (Merleau-Ponty, 1997), es central para comprender cómo operan las nociones de cuerpo habitante y cuerpo habitado, imbricadas en una sucesión de hábitos y ritos particulares de la cotidianidad.
Merleau-Ponty explica que la corporalidad es potencia que materializa la experiencia, provocando subjetividades que, desde un “esquema corpóreo” (1997, p. 115), sirven de escenario para la convergencia de tránsitos táctiles, visuales y simbólicos, expresados en un conjunto de gestos en los cuales el cuerpo, en cada movimiento, comunica una experiencia perceptiva de su paso por el espacio.
La significación del espacio tiene que ver entonces con “el reconocimiento de que los lugares no solo tienen una realidad material, sino que son construidos socioculturalmente a través de procesos que los cargan con sentidos, significados y memoria, en la vida práctica” (Lindón, 2006, p. 376). El espacio habitado es, por tanto, un lugar experienciado desde dimensiones derivadas de los afectos, las vivencias y la memoria.
Pensar la trazas urbanísticas de nuestras ciudades, caracterizadas por la expansión de espacios de vivienda en altura,advierte la emergencia de otros modos de hacer y percibir el espacio habitado, en los que permanecer en unidades para la intimidad, apiladas en contenedores que multiplican el espacio urbano en su axialidad vertical, sugieren otros modos de acción y de expresión que han reinventado las prácticas cotidianas, tanto en el orden de rutinas y tradiciones como desde contenidos digitales que se han unido a esta reconfiguración del hábitat.
Reflexionar sobre las maneras en que incorporamos lo digital en la producción de conocimiento, implica detenernos en el lugar que tiene el uso de materialidades digitales, entendidas en este estudio como dispositivos de pantalla y plataformas web, para poner el acento en marcos más flexibles de comunicación que, desde relacionamientos intersubjetivos, dialogan con el concepto de inteligencia colectiva analizado por Lévy (2007).
Así, el uso de materialidades digitales en las prácticas cotidianas ha requerido extender el espacio habitado hacia un lugar virtual, construido como “reflejo del espacio y las interacciones no virtuales, en la medida en que se reproducen escenarios de interacción que dan cuenta de los diferentes tipos de socialización y procesos comunicativos entre sujetos” (Aguilar Rodríguez y Said, 2010, p. 200). Esto ha dado lugar, entre otras cosas, a la creación de comunidades virtuales y prácticas pedagógicas que, en el contexto particular de este estudio, se relacionan con modos de habitar sostenible.
El acercamiento a las prácticas de cultivo en los balcones de los apartamentos, nos lleva a detenernos en las maneras en que los cuerpos se relacionan, no solo con los espacios materiales, sino con espacios virtuales en los cuales intercambian saberes. Ante el avance de las tecnologías informáticas, internet es un campo de acción flexible que, en el ámbito de quienes emprenden la práctica del sembrado en espacios intradomésticos, constituye un vehículo de acceso a recursos formativos, relacionados con la comprensión de las plantas como seres sensibles, materias primas para el desarrollo científico y tecnológico (Mancuso, 2020).
Este cruce y amplitud de relaciones, mediadas por el uso de plataformas web como Facebook, Instagram, WhatsApp y Youtube, produce redes de comunicación que llevan a reflexionar sobre la capacidad adaptativa de las plantas, vinculada a las formas de apropiación del espacio, empleando métodos conducentes a generar condiciones favorables para su crecimiento. Así, la experiencia de habitar desborda las acciones individuales; asunto que ya se ha vendido trabajando en el campo de la ecocrítica (Bula, 2009), especialmente en lo referente con el pensamiento vegetal y la reintegración del medio ambiente en la conciencia antroposocial, como eje central de la existencia humana.
Las preocupaciones en torno a los efectos del cambio climático han producido un giro hacia la vegetalidad que insta a aprehender formas de vida no humanas, las cuales, como en el caso específico de las plantas, nos invitan a crear nuevos modos de existencia en momentos de crisis ambiental. Con este propósito, los estudios de Coccia e Ires, (2021), Marder (2016), Maeterlinck (2015) y Hall (2011) problematizan el agrupamiento de las plantas en el concepto de formas de vida menores, mediante el estudio consciente y estético del universo vegetal, con miras a potenciar la transformación de un pensamiento vegetal en el reconocimiento de las plantas como sujetos de derecho.
En este sentido, la ecocrítica (Love, 2003) es un campo que dialoga con estos intereses y defiende una búsqueda de reflejar, por medio de la literatura, encuentros entre los cuerpos y las vegetalidades, para superar el antropocentrismo que caracteriza nuestro momento histórico. Por ello, las prácticas ecológicas nos acercan a una relación dialéctica entre nuestras construcciones conceptuales acerca de la naturaleza y la naturaleza misma.
Materialidades digitales para investigar-crear en la vida cotidiana
Para el análisis de las prácticas de cultivo de microjardines y huertos en balcones, recurrimos al horizonte epistemológico de la investigación-creación, orientado a la articulación permanente de las posibilidades creativas y estéticas en cada etapa de la experiencia investigativa, sin descuidar el rigor académico propio de la producción de conocimiento. Las acciones metódicas buscaron ahondar en prácticas socioespaciales específicas establecidas en las unidades residenciales visitadas. Se partió, inicialmente, de acompañar los recorridos cotidianos de los cuerpos y, a partir de esta inmersión, definir espacios en los cuales detenerse, percibir y registrar algunos trazos de la experiencia de habitar estos espacios.
Las deambulaciones dieron paso a conversaciones que se afincaron en estancias en el interior de los apartamentos, acción metódica fundamentada en la noción de residencia artística, por su carácter abierto y experiencial. Cobo (2016) refiere este concepto como “espacio de convivencia temporal entre personas de cualquier ámbito artístico, consistente en la inserción eventual de uno o varios artistas ante un contexto nuevo, y el ofrecimiento de una serie de recursos que facilitan la investigación y la producción de proyectos creativos” (p. 31).
La práctica de residencia artística es una forma de creación multicultural que hace parte del quehacer de las artes contemporáneas, cuyos referentes se sitúan hacia comienzos del siglo XX en las academias de Roma, Francia y España, pero se empieza a extender entre los años sesenta y noventa, inicialmente con modelos basados en la utopía del artista aislado, una suerte de autoexilio en un espacio-tiempo paralelo a los espacios cotidianos.
En la actualidad, existen mayores posibilidades a nivel interdisciplinar para intercambiar ideas, proyectos y experiencias enmarcados en la investigación-creación, especialmente en los campos del arte, la arquitectura y el diseño. Estas prácticas creativas, instauradas en la residencia artística, permiten estancias que varían en periodos de seis a doce meses, estancias que se han empezado a reducir entre uno y tres meses; “existen casos mucho más reducidos, de un mes, de una semana o incluso de un día” (López y Morgado, 2017, p. 523).
Otra variable que ha surgido en el contexto actual, es la residencia virtual, propuesta para habitar en periodos acotados, entornos virtuales –blogs, redes sociales y portales de realidad virtual–, para suscitar reflexiones, investigaciones y espacios de experimentación compartidos, cuyos productos son obras artísticas, experiencias intangibles y contenidos digitales. Aquí, las materialidades digitales constituyen soportes tecnológicos de comunicación, cuyo uso deviene en procesos cognitivos, procedimentales y actitudinales desarrollados en virtud de comunidades virtuales que, a diferencia de las redes sociales, se van solidificando mediante la interacción cotidiana y la producción de contenidos en tiempos específicos, de personas que comparten un mismo objetivo.
En esta investigación, hicimos residencias artísticas de un día en apartamentos definidos, con base en las experiencias de los recorridos realizados y teniendo presentes los parámetros éticos de la investigación en lo referente al cuidado de sus habitantes y el respeto a la intimidad (Minciencias, Resolución 0314 de 2018). Se llevaron a cabo catorce residencias, distribuidas en un periodo de tres meses, condicionadas por los itinerarios de los participantes.
Estos espacios de inmersión en la vida cotidiana de quienes habitan viviendas en altura confluyeron en un compartir de vivencias cotidianas expresadas en microgestos, desplazamientos y posturas, pero también acciones educativas en las cuales la experiencia de ajardinamiento de los participantes y las atmósferas creadas por las vegetalidades, pusieron sobre la mesa saberes relacionados con la nutrición vegetal, el suministro de oxígeno, el drenaje y los sustratos orgánicos específicos para cada tipo de cultivo.
También nos apoyamos en algunos encuentros virtuales, mediados por la plataforma Google Meet, que funcionaron a modo de residencia virtual,en cuanto los habitantes cumplieron un rol de “anfitrión” (López-Martín y Morgado, p. 528) para que el dispositivo móvil y el computador prefiguraran un espacio-tiempo en el que las imágenes fotográficas y el paneo de la cámara desplegaron, en atmósferas domésticas, las voces de los residentes y las vegetalidades y sus relaciones sensoriales con las prácticas de cultivo.
Para ordenar metódicamente los registros fotográficos, acudimos a la investigación basada en imágenes, propuesta por Marín y Roldán (2019), y sus posibilidades “como sistema de recogida de datos, de análisis de situaciones, de descubrimiento de nuevos temas y enfoques, y de representación de ideas y conclusiones” (p. 234). Este enfoque ofrece otras posibilidades para la comprensión de los materiales recopilados, sin desligarlos de las experiencias corporales. Así, la producción de conocimiento refiguró también una experiencia espacial que creó sus propios bordes y trayectorias.
En este orden de ideas, el recorrido fotográfico constituyó un acercamiento visual en la búsqueda de explorar, de manera reflexiva, el espacio del balcón en cuanto entorno educativo íntimo, gestando transformaciones en la experiencia de habitar, derivadas de la interrelación perceptiva del cuerpo con el espacio habitado. En este proceso, la práctica de la fotografía digital, como una nueva geografía epistemológica (Gómez, 2012), conformó un proceder metódico en el cual el celular potenció procesos de visualidad, movilidad, espacialidad y conectividad para construir un nuevo conocimiento.
La discusión de los hallazgos se realizó por medio de la integración de materialidades registradas, junto con experiencias corpoespaciales procedentes de itinerarios cotidianos y de las conversaciones con las personas que cultivan jardines y pequeños huertos en los balcones de sus apartamentos, teniendo en cuenta que la investigación-creación involucra múltiples posibilidades de desplazamiento y constituye “un proceso capaz de generar innovación y nuevo conocimiento a través de su práctica constante y estructurada, con sus propios escenarios de validación y visibilización” (Delgado et al., 2015, p. 22).
Estas acciones espontáneas, sin ninguna direccionalidad o control, superaron los caminos prefijados, lo que llevó a reconocer que las prácticas de sembrado cooperan en la construcción de conocimiento alrededor de la experiencia de habitar, lo que supone un conjunto de prácticas cotidianas vinculadas a un lugar, extendidas a múltiples espacios que, en el caso particular del presente estudio, potencian el pensamiento vegetal.
Los acercamientos al cultivo de plantas en balcones, mediante las residencias artísticas, mostraron un interés de los cuerpos por establecer relaciones vitales con el universo vegetal, construyendo así nuevas significaciones expresadas en el desarrollo de hábitos y ritos que organizan su cotidianidad. Estos modos de hacer son trazados en gran medida por estrategias pedagógicas construidas en el contexto virtual, las cuales promovieron otras formas de comunicación con las personas y las plantas.
En este sentido, Lindón reitera que “las prácticas espaciales, los significados, las emociones y la afectividad integran una trama compleja que se extiende experiencialmente, y dentro de la cual se desarrolla la biografía del sujeto” (2009, p. 13). Beatriz Lopera, quien cultiva huertos en el balcón (véase figura 1) de su apartamento desde hace quince años, expresa:
La motivación de tener mi propia huerta, aunque sea pequeña, ya que mi apartamento solo tiene sesenta y siete metros cuadrados, se debe a que quiero conservar algo de la huerta de mi infancia, algo de ese paraíso que ha ido desapareciendo. En la red social de Instagram he aprendido muchas cosas que, hoy por hoy, me han servido para tener mi cultivo de aromáticas: revisarlas todos los días a las 8 pm, ya que ellas solo crecen de noche, hacer yo misma los insecticidas, sacar semillas, sembrarlas y hacer compostaje [véase figura 1], en este último, me ha sorprendido observar un proceso de metamorfosis, en el que una cosa se convierte en otra. (B. Lopera, comunicación personal, 24 de abril del 2023)Figura 1. Compostaje. Ciudadela Territorio Robledo
Fuente: fotografías tomadas por Ana Marta Salcedo, Medellín, 2023.
El compostaje, experiencia formativa desarrollada para el cultivo del huerto, nos ubica en un horizonte destacado por Benner (1990), en relación con la incidencia recíproca entre las personas y el mundo; es decir, la formación es una acción en la cual cooperan tanto la receptividad como la autonomía humana. Se alude aquí a una maleabilidad no predeterminada hacia la experiencia y la transformación permanente, ya que la sensibilidad de las personas entra en comunión con la naturaleza.
Cultivar en los balcones de los apartamentos activa rutinas específicas, entre ellas, podar, regar, abonar, mezclar e investigar la vida vegetal; estas rutinas cotidianas prefiguran, a su vez, acciones educativas que reiteran la premisa de que “en el hacer se inventan otros modos de hacer” (Pareyson, 2014, p. 23). La figura 2 alude a una experiencia corpoespacial en la que, procesos comprendidos en espacios pedagógicos virtuales que nutren la inteligencia colectiva, propiciaron inquietudes individuales vitalizadas, en este caso, con el cultivo de hortalizas y aromáticas.
Figura 2. De la serie Siembra (2023)
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Fuente: fotografía tomada por Ana Marta Salcedo, Medellín, 2023.
En esta correspondencia entre vegetalidades, prácticas espaciales y materialidades digitales, se establece un diálogo con la idea de reconsiderar el balcón desde el aspecto de lugar exterior o anexo que ha tenido, hacia un lugar íntimo. Así pues, el muro, el pasillo, el cerramiento y el tipo de macetas elegidas para cultivar, producen una morfología espacial que hace del balcón del apartamento“un lugar al que se entra” (Monteys, 2021, p. 13).
La concepción de los espacios intradomésticos como escenarios de comportamiento, permite avanzar en reflexiones acerca de las maneras en que los cuerpos se desplazan en los espacios, cómo habitan y cuáles son esos gestos particulares que estos cuerpos producen, lo que ofrece pistas interesantes para comprender procesos de formación y autoformación de los cuerpos. De igual manera, reconocer otros modos en los cuales, específicamente el balcón, es revestido de historias personales que favorecen encuentros sensoriales, materializados en rutinas y movimientos pendulares. Esta relación cuerpo-espacio está travesada por una red de relaciones que remiten a espacialidades precedidas por trayectorias biográficas, planteadas por Yi Fu Tuan (2007) como experiencias vividas que se van hilando a lo largo de la existencia de las personas, alimentadas con vivencias expresadas en su corporalidad.
La práctica del cultivo en los balcones de apartamentos, supone una recomposición del espacio, no solo en términos arquitectónicos, sino desde una memoria agrícola que reitera la noción de espacio habitado, derivado de las trayectorias biográficas. Por su parte, las relaciones que establecen quienes habitan un apartamento con balcón, asociadas con el cuidado de las plantas, crean una experiencia ecoespacial, en cuanto se trata de la configuración sociosimbólica de este espacio. Las diferentes expresiones del jardín, así como el ritmo de las prácticas de cultivo, constituyen el resultado de la sedimentación de normas culturales y principios éticos que desvelan de qué manera las personas se forman en la interacción con la tierra, las plantas y la luz.
Resultados. Tentativas de un herbario de ficciones
Entre las primeras referencias que aluden a un herbario, se encuentra la colección de Emiliy Dickinson (1845-1886), quien clasificó aproximadamente cuatrocientas especies de flores, que le sirvieron además para establecer una comunicación íntima con amigos y familiares, mediada por un juego epistolar que vincula las letras de Herbario y antología botánica (2020). Al igual que el ecosistema vegetal de Karl Blossfeldt (1985), los poemas de Dickinson tienen un efecto escultórico de las plantas que exterioriza su capacidad de servicio.
En este sentido, los dieciséis fotogramas que componen el libro Chernóbil herbarium(2021), producidos por la artista Anaïs Tondeur a partir de especies cultivadas en el suelo de Chernóbil, constituye una muestra fehaciente de que las plantas se erigen como un palimpsesto que ilumina el vestigio. El arte, entonces, “se levanta a través de los trazos de luz o si se quiere, explosiones de luz contenidas en las plantas, para dar una esperanza” (Salcedo, 2025, p. 143).
Las singularidades de los lugares se van fijando a través de prácticas que dan sentido y organizan la vida cotidiana de las personas que los habitan, reconfigurando los usos definidos socialmente. Por esto, durante las residencias artísticas, fuimos coleccionando imágenes ambientes de vida que conformaron un herbario de ficciones trazado por atmósferas sensoriales derevidas de la relación cuerpo-espacio.
En esta exploración de transversalidades y puntos de encuentro teórico, que genera la investigación-creación, los relatos escuchados y observados durante las residencias artísticas tendieron un puente para observar en los cuerpos correspondencias sensitivas, en las cuales las personas hacen construcciones sociosimbólicas del espacio habitado. Es el caso de la figura 3, en la que los objetos y su disposición transforman el paisaje.
Las corporalidades del cultivar están vinculadas a un conocimiento sensible y experiencial del espacio, con respecto al cual Pardo (1992) manifiesta: “nuestras acciones y pensamientos moldean los espacios que nos rodean, pero al mismo tiempo los espacios y lugares producidos socialmente modelan nuestras acciones y pensamientos” (p. 53). Así, la vida cotidiana en el apartamento, en cuanto que experiencia de habitar, muestra un doble plano de referencia: por un lado, las configuraciones espaciales del apartamento crean sus propias trayectorias, pero se recomponen a partir de microtrayectorias biográficas que crean modos de habitar. En sintonía con ello, Lina Muñoz relata:
De cumpleaños, mi sobrino me regaló un pequeño jardín y este se ha convertido en uno de mis lugares favoritos; lo observo como un minibosque. Los primeros días estaba muy preocupada porque no sabía cómo cuidarlo, así que empecé a ver videos en la plataforma YouTube. El encuentro con este espacio significó prácticamente, tener un profesor en casa, me enseñaron cómo quitar la maleza, procesos de fertilización, abono y de qué manera revisarlo constantemente. Este espacio [véase figura 4] me parece muy representativo por la cantidad de cactus que tiene, es muy mágico ver sus casitas, habitar su terrario con mi mirada y observar las plantas que van creciendo y renovándose en esos caminos (L. Muñoz, comunicación personal, 23 de julio de 2023)Figura 3. Torre y Hada (2024)
Fuente: fotografía tomada por Ana Marta Salcedo, Medellín, 2024.
La experiencia sensorial descrita, evoca la imagen de hortus conclusus1donde las acciones formativas de los cuerpos se desplazan y se reproducen en un entramado de formas sensibles que devienen en el espacio de balcón cuando este es intervenido y habitado, a partir, quizá, de una memoria agrícola aún presente en las trayectorias biográficas de las personas que habitan ahora la vivienda en altura.
De este modo, la significación del espacio tiene que ver con “el reconocimiento de que los lugares no solo tienen una realidad material, sino que son construidos socioculturalmente a través de procesos que los cargan con sentidos, significados y memoria, en la vida práctica” (Lindón, 2006, p. 376). Las formas en que se habita el balcón, vinculadas al cultivo, nos llevan a tensionar las nociones de cuerpo habitante y cuerpo habitado, puesto que allí se enlazan de manera circular, una suerte de cadenas espaciotemporales, en las cuales el cuerpo habita, pero también es un cuerpo habitado –vivido, en palabras de Merleau-Ponty (1997)– y, por su parte, el espacio cumple una acción activa de cuerpo que forma, mientras es habitado.
Figura 4. Mini bosque (2023)
Fuente: fotografía tomada por Ana Marta Salcedo, Medellín, 2023.
Las diversas corporeidades coexistentes en las prácticas descritas remiten a pensar también en que las geografías de la vida cotidiana están insertas, articuladas y configuradas tanto por los procesos prefijados como por aquellos que acontecen en las prácticas espaciales. El tiempo es entonces un componente vital de lo cotidiano. A este respecto, Lindón señala que “la afectividad contribuye a la construcción socioespacial del lugar porque las corporeidades hacen puestas en escena, que le dan un tono particular al lugar en cierto momento” (2017, p. 11). Estos objetos-cuerpos emplazados en las plantas contribuyen a que, en sintonía con los ritmos cambiantes de la luz natural, se creen atmósferas sensoriales que modifican la experiencia de habitar.
Lefebvre (1991) ilustra esta idea al afirmar que el tiempo social es la constante intersección de tiempos lineales, provenientes del conocimiento racional, y cíclicos, derivados de la naturaleza, imbricación que genera discontinuidades y continuidades. Así, los hábitos coexistentes en las prácticas del cultivo de microjardines y huertos señalan, si se quiere, cuestiones que merecen un análisis sociogeográfico profundo, que nos ofrezca nuevas pistas con respecto a la experiencia de habitar en esas conglomeraciones de edificios que pueblan ciertos sectores de nuestras ciudades, como también de las relaciones ecológicas que allí se construyen, vinculadas a un interés por las plantas, la luz, el clima y la vida saludable.
A lo anterior se suma el hecho de que el cultivo de plantas ornamentales se incorpora a la trama de la vida sociourbana, posibilitando microgestualidades del cultivar. Desde esta mirada, las investigaciones inscritas en las geografías de la vida cotidiana destacan que esta se construye de acuerdo con el lugar en el que se desarrolla, y al mismo tiempo, conforma al espacio.
A propósito de esta cuestión, Pardo (1991) pone de relieve el carácter de hábito para acercarse al espacio habitado, desde una visión de la experiencia como un modo individual de percepción. Así, señala que “solo se percibe algo cuando se ha aprendido a percibirlo, esto es, cuando se ha contraído un determinado hábito” (p. 22), lo que genera apropiaciones del apartamento, del edificio y de su entorno (véase figura 5).
Las prácticas de cultivo en los balcones de apartamentos ponen en relación el carácter extensivo y retráctil de estos espacios, al generar, a gran escala, una suerte de invención de la huerta, la cual aparece partida, troceada, interrumpida a través del flujo creciente de la vida cotidiana en la contigüidad y superposición de patios diminutos, parches de tierra configurados por pequeños huertos y plantas distribuidas en macetas que exponen a su vez umbrales de corporeidades e intersubjetividades.
Figura 5. Geometría vegetal (2023)
Fuente: fotografía tomada por Ana Marta Salcedo, Medellín, 2023.
De acuerdo con Coccia e Ire, “As plantas coincidem com as formas que inventam: toda as formas são para elas declinações do ser e não apenas do fazer e do agir” (2021, p. 18); la complejidad que subyace tras la materialidad del espacio del balcón, en relación con el cultivo de plantas ornamentales, aromáticas y hortalizas, abre innumerables horizontes para la comprensión de este espacio como cenáculo de geografías sensibles y formación de corporalidades.
Las lógicas desde las cuales las prácticas cotidianas mediadas por el uso de materialidades digitales comprenden el espacio, nos insta a pensar los espacios de vivienda en altura como forma abierta, que se transforma constantemente. Las relaciones ecológicas con el espacio del balcón sugieren, desde esta visión, un espacio sociosimbólico, en el cual “el jardín no es un objeto, sino un proceso” (Monteys, 2021, p.11).
Por tanto, revisar la práctica socioespacial del cultivo en apartamentos, en términos educativos y ecológicos, implica situar dos movimientos coexistentes y complementarios: habitar, y en la medida en que se habita se activan relaciones ambientales, es decir, un constante movimiento en el hacer que se forma y se transforma, como lo sugieren Clément y Zelich: “el jardín convoca aquello que no es inmutable, que no es sólido, que no es exacto” (2019, p. 4). De tal modo, la experiencia espacial se ve afectada constantemente, por medio de una red de interacciones entre potencias humanas y no humanas que coexisten en un mismo entorno y llevan a buscar formas menos jerárquicas de entender nuestro acontecer en el espacio.
Los ambientes de vida que cohabitan la figura 6, reiteran que la la estructura topológica de las plantas devela un organismo vivo que no deja de crecer y construir nuevos órganos y nuevas partes de su propio cuerpo, sin un fin predeterminado, lo que implica, en correspondencia con los planteamientos de Coccia e Ires (2021), considerar aspectos como su capacidad de formar, el crecimiento indefinido y su plasticidad morfológica para solucionar problemas y adaptarse a las condiciones de los lugares, lo que abre un umbral para otear un pensamiento vegetal, que supera los antropomorfismos, aún presentes en las sociedades occidentales.
Aunado a lo anterior, Mancuso y López (2015) proponen el concepto de neurobiología vegetal, y resaltan que “todo un reino, el vegetal, se ve subestimado aún a pesar de que de él dependen nuestra supervivencia en el planeta y nuestro futuro” (p. 22). Por consiguiente, estas prácticas del cultivo parecieran prefigurar, de alguna manera, un despertar de las personas a la comprensión de la existencia humana como parte de la naturaleza, y no su centro.
La comprensión de la vida vegetal, en virtud de sus alteraciones y su crecimiento permanente, sugiere que las plantas son formas de vida cuyos ciclos responden a la comunión sensible con el medio en el que se encuentran. Con relación a esta idea, una de las mujeres que cultivan en su balcón comenta:
Mi experiencia de sembrar comenzó en el 2007, luego de un episodio de depresión. Me fui animando a tener mi propia huerta y empecé a meterme a sembrar sin saber mucho y con poca suerte porque el trabajo de la tierra requiere cuidado y estudio. La huerta me permitió ver su crecimiento desde la semilla y aprender a tomar de su medicina. En los talleres hechos por internet y consejos de algunas amigas por medio de los chats de WhatsApp, he aprendido métodos de cultivo más ajustados con necesidades específicas de diferentes plantas nutritivas y ornamentales. También me reconcilié con las flores, conocí su función en la naturaleza. (T., Echeverri, comunicación personal, 30 de julio de 2023)Figura 6. Herbario íntimo (2023)
Fuente: fotografía tomada por Ana Marta Salcedo, Medellín, 2023.
Esta forma de experimentar los lugares a partir de la acción de sembrar, permite, además de una construcción sociosimbólica de la siembra en sí misma, el establecimiento de relaciones recíprocas, en las cuales las plantas y las personas creamos y transformamos el espacio en unidades espaciotemporales que forman una trama subjetiva, entretejida por la imaginación y los afectos.
Revisar la práctica socioespacial del cultivo en apartamentos en términos educativos y ecológicos, implica situar dos movimientos coexistentes y complementarios: habitar, y en la medida en que se habita se activan relaciones ambientales, es decir, un constante movimiento en el hacer que se forma y se transforma, tal como lo sugieren Clément y Zelich: “el jardín convoca aquello que no es inmutable, que no es sólido, que no es exacto” (2019, p. 4). De tal modo, la experiencia espacial se recompone constantemente, mediante una red de interacciones entre potencias humanas y no humanas que coexisten en un mismo entorno y llevan a buscar formas menos jerárquicas de entender nuestro acontecer en el espacio.
La correspondencia entre la visión que tienen las personas que cultivan huertos y jardines en los balcones, con la revitalización de la dimensión vegetal y sensitiva del pensamiento, pareciera prefigurar en estas prácticas un despertar de las personas a la comprensión de la existencia humana como parte de la naturaleza, y no su centro. El reconocimiento de la vida vegetal, en virtud de sus alteraciones y crecimiento permanente, sugiere que las plantas son formas de vida cuyos ciclos responden a la comunión sensible con el medio en el que se encuentran.
Como se ha mostrado a lo largo del texto, el espacio de vida es indisociable del espacio de las prácticas. Las personas construyen día a día una estructura socioespacial que articula territorios compactos y difusos, resultantes de la relación cuerpo-espacio. Los diversos modos de habitar van produciendo a su vez una trama de trayectorias biográficas relacionadas entre sí; pensar en cómo los desplazamientos cotidianos y las maneras en que las circulaciones definidas, reconfiguran la formación de los cuerpos y la apropiación del espacio, involucra, además, otras aproximaciones teóricas que, en el marco de las geografías de la vida cotidiana, aportan nuevas perspectivas a la educación mediante el análisis de corporalidades, a partir de las regulaciones sociosimbólicas en el interior de la vivienda actual.
Conclusiones
Problematizar las maneras en que la formación opera en las relaciones de los cuerpos con el habitar espacios de vivienda en altura, a partir de microprácticas como el cultivo de jardines y huertos, abre perspectivas transdisciplinares para la comprensión del mundo y hallar explicaciones a situaciones o comportamientos que desde ópticas convencionales tienen limitaciones, lo que encarna una actitud propositiva y esperanzadora frente a la caótica y adversa realidad de la vivienda contemporánea, con la posibilidad de hacer emerger facetas escondidas del mundo para intentar reconducir el futuro con más posibilidades de éxito. De ahí que el interés por transitar en el horizonte de la investigación-creación, a través del proceder metódico de residencia artística, busque contribuir a ampliar las formas convencionales de producción del conocimiento.
Lo anterior asume una postura expandida de la educación, recurriendo a la observación detallada de microprácticas que hibridan con el uso de materialidades digitales llamadas a permanecer; en tal orden de ideas, se enuncia la relación biunívoca entre los cuerpos humanos, los cuerpos vegetales y los cuerpos espaciales inertes, para entender la experiencia de sembrar en el balcón como un universo de sensibilidades geográficas y paisajísticas de corte estético, en el que la interdependencia que opera determina un amplio abanico de procesos formativos de enseñanza y aprendizaje.
La potencia de las artes visuales en la construcción y las circulaciones de los conocimientos desarrollados en este artículo, busca aportar a las ciencias de la educación y a los estudios culturales un acercamiento a la formación de los cuerpos en función de imágenes formativas, lo que, precisamente, anula la condición de objeto que se les ha dado. Existe también una exhortación para los artistas, en el sentido del papel que puede desempeñar el arte en la actualidad, articulando intereses por el respeto por la naturaleza, la recuperación de la armonía, el equilibrio y la sostenibilidad.
Asimismo, las lógicas sensibles de copresencia gestadas por el uso de las materialidades digitales, operan conjuntamente un pensamiento ético, estético y político que ayuda a comprender la experiencia de habitar desde una visión de la existencia conectada a la formación. En este sentido, centrar la atención en las corporalidades generadas por las prácticas de cultivo y microjardines en balcones, contribuye a la búsqueda de modos de vida más sostenibles y la construcción de hábitats centrados en generar relaciones sensibles con el espacio.
Notas
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- Última actualización en 08 Junio 2025