Futuro-pasado: la interpretación histórica frente al aceleracionismo y la inteligencia artificial*
Futuro-passado: a interpretação histórica do aceleracionismo e a inteligência artificial
Future-Past: Historical Interpretation in the Era of Accelerationism and Artificial Intelligence
DOI: 10.30578/nomadas.n58a10
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Andrés David Correa Lugos** y Álvaro Acevedo Tarazona***
Resumen
Este artículo analiza cómo la aceleración del tiempo histórico, desde la propuesta teórica y metodológica de Reinhart Koselleck en Futuro pasado y la interdisciplinariedad, refleja fenómenos contemporáneos como el aceleracionismo, la comunicación digital y la inteligencia artificial (IA). Los autores exploran las conexiones entre las teorías de Koselleck sobre la modernidad y las transformaciones en la percepción del tiempo actual. El texto concluye que las ideas de Koselleck son fundamentales para comprender las tensiones del presente, donde la tecnología no solo amplía la brecha entre pasado y futuro, sino que cuestiona la capacidad humana de controlar su destino temporal.
Palabras clave: historia, modernidad, percepción del tiempo, tecnología digital, inteligencia artificial, determinismo tecnológico.
Resumo
O artigo analisa como a aceleração do tempo histórico, desde a proposta teórica e metodológica de Reinhart Koselleck em Futuro passado e a interdisciplinaridade, reflete fenómenos contemporâneos como o aceleracionismo, a comunicação digital e a inteligência artificial (IA). Os autores exploram as conexões entre as teorias de Koselleck sobre a modernidade e as transformações na percepção do tempo atual. O texto conclui que as ideia de Koselleck são fundamentais para compreender as tensões do presente, onde a tecnologia não só amplia o fosso entre passado e futuro, senão que questiona a capacidade humana para controlar seu destino temporal.
Palavras-chave: história, modernidade, percepção do tempo, tecnologia digital, inteligência artificial, determinismo tecnológico.
Abstract
This article analyzes how the acceleration of historical time, from the theoretical and methodological perspective of Reinhart Koselleck in Futures Past, and interdisciplinarity, reflects contemporary phenomena such as accelerationism, digital communication, and artificial intelligence (AI). The authors explore the connections between Koselleck’s theories on modernity and the transformations in the perception of contemporary time. The text concludes that Koselleck’s ideas are fundamental for understanding present-day tensions, where technology not only widens the gap between past and future but also questions humanity’s capacity to control its temporal destiny.
Keywords: history, modernity, perception of time, digital technology, artificial intelligence, technological determinism.
*Este artículo emerge como parte de los resultados del proyecto en curso “Movilización estudiantil, derechos humanos y represión social en la universidad colombiana: los casos de Santander y el Eje Cafetero (UIS, UTP, UC) 1977-2002”, código UIS-VIE: 4234, ejecutado por la Universidad Industrial de Santander (junio de 2024- diciembre de 2025).
**Magíster en Historia e historiador y archivista de la Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga (Colombia). Correo:
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***Profesor de la Universidad Industrial de Santander (UIS), donde dirige el grupo de Investigación Políticas, Sociabilidades y Representaciones Histórico-Educativas (PSORHE), Bucaramanga (Colombia). Doctor en Historia.
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Puede parecer un relato de ficción de Phillip K. Dick o incluso el guion de una película de ciencia ficción de Cuarón, pues infortunadamente cada día la realidad se parece más a una distopía. Por ejemplo, una de las primeras órdenes del electo presidente Donald Trump fue cambiar el nombre del golfo de México por el de “golfo de América”. Esta decisión condujo a un revuelo mediático y los opinadores de redes sociales lo convirtieron en una tendencia de inmediato, al considerarlo un acto de repudio o aversión del presidente por los latinos y a todo aquello que se considera fuera de lo preconcebido como el ideal de norteamericano. Sin embargo, existe un hecho interesante que se abordará a lo largo de este artículo y es la reacción de las grandes empresas tecnológicas como Apple y Google, que accedieron de inmediato a cambiar el nombre, pero matizando la acción: aquellas personas que por configuración de red y la información de la SIM están dentro de los Estados Unidos verán el golfo como el golfo de América, mientras aquellos que estén fuera lo seguirán viendo como el golfo de México. En otras palabras, evidenciamos cómo los algoritmos pueden fragmentar la percepción del pasado y acomodarla a intereses presentes, erosionando un consenso histórico a favor de narrativas instantáneas.
Este acontecimiento ejemplifica una hipótesis que viene construyéndose desde finales del siglo XIX y que en el siglo XXI se puede identificar plenamente: el tiempo es manipulable, maleable y está sometido a la voluntad del poder. En otras palabras, uno es el tiempo que vivimos y otro el que esperamos. La concepción del tiempo histórico como un fenómeno estratificado en el que coexisten capas de experiencia y expectativa ha sido un eje central en la filosofía de la historia.
La aceleración vertiginosa de los cambios tecnológicos y sociales en el siglo XXI plantea interrogantes inéditos para la interpretación histórica. Diversos diagnósticos contemporáneos apuntan a que vivimos en una sociedad de la inmediatez, en la que la velocidad de las comunicaciones, la innovación científica y el flujo de información global superan nuestra capacidad de asimilación. Se habla incluso de una compresión del tiempo, característica de la globalización, donde los eventos se suceden y quedan obsoletos con rapidez.
En la actualidad, vivimos en lo que algunos teóricos han denominado la era del aceleracionismo, marcada por el impulso a intensificar los procesos socioeconómicos y tecnológicos (Srnicek y Williams, 2015). En este contexto, la inteligencia artificial (IA) se erige como protagonista central: sus avances rápidos y disruptivos están reconfigurando múltiples dimensiones de la vida humana, desde la economía y la cultura hasta la producción del conocimiento. La proliferación de innovaciones en lapsos cada vez más cortos produce la sensación de que el presente se vuelve rápidamente pasado, mientras el futuro arriba antes de lo previsto. Este escenario de transformaciones constantes tensiona nuestra relación con el tiempo histórico: ¿cómo entendemos el pasado y proyectamos el futuro cuando el presente parece moverse a una velocidad sin precedentes?
Ante tal escenario, el presente artículo propone examinar la articulación entre el pensamiento de Reinhart Koselleck, las ideas del aceleracionismo contemporáneo y el desarrollo de la IA, con el fin de analizar cómo se redefine la interpretación histórica en la coyuntura actual. El enfoque de estudio son las relaciones entre pasado y futuro en las condiciones de aceleración tecnológica. En particular, se centra en la dislocación temporal que Koselleck conceptualiza mediante la tensión entre el espacio de experiencia, es decir, el cúmulo de vivencias históricas que informan el presente, y el horizonte de expectativa, las proyecciones imaginadas hacia el futuro.
Estos conceptos, presentados por Koselleck en su obra Futuro pasado, describen la brecha perceptual entre lo ya vivido y lo anticipado. Cabe recordar que en las sociedades premodernas el futuro tendía a pensarse como una prolongación del pasado, ya fuera a través de ciclos naturales o de profecías religiosas; la modernidad rompió con esa continuidad, inaugurando la idea de un futuro abierto y distinto de todo lo anterior. En tal sentido, se articulan los aportes de Koselleck sobre esta conciencia histórica moderna con las propuestas aceleracionistas para entender de qué manera la IA estaría profundizando dicha dislocación temporal.
La hipótesis central que guía esta argumentación sostiene que la IA intensifica la brecha entre el espacio de experiencia y el horizonte de expectativas, exacerbando la crisis de la historicidad en el mundo contemporáneo. En otras palabras, las tecnologías de IA, por su capacidad de aprendizaje autónomo, procesamiento masivo de información y despliegue vertiginoso, amplifican el desajuste entre lo que las sociedades han experimentado hasta ahora y lo que imaginan o esperan del porvenir. Cabe subrayar que esta brecha temporal no es un fenómeno enteramente nuevo: la modernidad ya había introducido una separación creciente entre la experiencia acumulada del pasado y unas expectativas de futuro cada vez más amplias y novedosas.
De hecho, Koselleck resumió esta condición moderna con la fórmula “cuanto menor la experiencia, mayor la expectativa” (Koselleck, 2004, p. 206). Diversos autores contemporáneos han advertido que en la posmodernidad dicha divergencia devino en una “crisis de historicidad”, marcada por la pérdida del sentido de continuidad histórica y la dificultad de imaginar futuros cualitativamente distintos (Jameson, 1991; Hartog, 2015; Rosa, 2013). Esta pérdida de horizonte guarda relación con la caída de los “grandes relatos” históricos en la posmodernidad (Lyotard, 1984), que deja a las sociedades sin un marco teleológico claro. En particular, Rosa (2013) señala que el ritmo acelerado de la vida tardomoderna impone una suerte de totalitarismo de la aceleración que erosiona la deliberación colectiva y refuerza la sensación de descontrol temporal. Sobre esta base teórica, la irrupción de la IA lleva esta crisis a un nuevo nivel: acelerar la producción de conocimiento y la transformación social a un ritmo inédito; la IA genera un horizonte de expectativas prácticamente inconmensurable con la experiencia histórica disponible.
Es importante notar que la propia construcción del espacio de experiencia se ve alterada en la era digital: la sobreabundancia de información efímera, la difusión instantánea de acontecimientos y la mediación algorítmica de la memoria colectiva dificultan la consolidación de referencias históricas compartidas. Se habla incluso de una eventual singularidad tecnológica en las próximas décadas, del punto hipotético en que la inteligencia artificial supere a la inteligencia humana, lo cual ilustra un futuro posible que desborda radicalmente cualquier referente del pasado conocido. Ejemplos recientes avalan esta impresión: hace apenas una década, la idea de que una máquina produciría narrativas creativas o conduciría vehículos de manera autónoma parecía ciencia ficción; hoy, sistemas de IA logran tales capacidades, tomando por sorpresa incluso a sus desarrolladores y dejando atrás la experiencia social previa. Este creciente desfasaje temporal desafía categorías de comprensión histórica y complica la capacidad de la sociedad para orientar su acción colectiva hacia el futuro, agudizando la sensación de vértigo temporal propia de la crisis de la historicidad.
Para abordar esta problemática, es importante ubicarse en un enfoque metodológico crítico-interpretativo. Esto implica que no solo se limita a describir discursos, sino que se interrogan y contextualizan críticamente, identificando sus supuestos e implicaciones. El enfoque es esencialmente transdisciplinario: conjuga enfoques de la historia conceptual, la teoría crítica, la filosofía política y los estudios de ciencia y tecnología, entre otros campos, para ofrecer una mirada integral. Asimismo, la aproximación es reflexiva e intercultural: procura situar el análisis en un marco global, incorporando aportes teóricos de tradiciones no occidentales que contribuyan a enriquecer la comprensión del fenómeno. En términos metodológicos concretos, se emplea principalmente el análisis hermenéutico de fuentes teóricas y discursivas relevantes. Por un lado, una lectura e interpretación detallada de las obras de Koselleck relativas a la temporalidad histórica, así como textos clave del aceleracionismo, por ejemplo, el Manifiesto aceleracionista. Por otro lado, examinan críticamente discursos contemporáneos sobre la IA, tanto en la literatura académica como en debates públicos, para observar cómo se configuran las expectativas sociales en torno al futuro tecnológico. Esta triangulación metodológica, que cruza perspectivas históricas, filosóficas y sociológicas, permite contrastar y enriquecer el análisis teórico con ejemplos actuales, asegurando una comprensión más robusta y matizada del fenómeno estudiado.
El desarrollo del argumento a lo largo del texto se organiza en cuatro secciones principales. En la primera sección, contextualiza el problema teórico y presenta el marco conceptual de Koselleck: se expone cómo la modernidad “temporalizó” la historia, creando una nueva conciencia del tiempo en la cual el pasado o espacio de experiencia y el futuro u horizonte de expectativa se distancian progresivamente. Para ello, se recurre a ejemplos históricos como las expectativas utópicas surgidas durante la Ilustración y la aceleración político-social de finales del siglo XVIII. En la segunda sección, se exploran las ideas y los debates en torno al aceleracionismo. La noción misma de “aceleracionismo” se instaló en el debate filosófico a comienzos de la década de 2010, aludiendo a la hipótesis de que acelerar la dinámica tecnológica y económica podría precipitar un cambio de época. De esta manera, se analizan las implicaciones de esta postura tanto en sus promesas emancipadoras como en sus posibles riesgos.
Cabe señalar que dentro del aceleracionismo coexisten vertientes ideológicas diferentes: por ejemplo, el filósofo Nick Land impulsó en la década de 1990 una visión tecnocapitalista extrema, abrazando la disolución acelerada del orden existente, mientras teóricos más recientes como Alex Williams y Nick Srnicek (2015) abogan por un “aceleracionismo de izquierda”, orientado a un futuro poscapitalista. También es posible dar cuenta de las críticas formuladas al aceleracionismo, incluyendo las objeciones desde perspectivas ecologistas y humanistas que advierten sobre los peligros de un desarrollo tecnológico desbocado y la necesidad de frenar ante la emergencia climática. La tercera sección se dedica a la inteligencia artificial como expresión concreta y emblemática de la aceleración contemporánea. Se alude incluso a una “cuarta revolución industrial” en curso, impulsada por la IA y otras tecnologías emergentes, dada su capacidad para transformar integralmente los sistemas económicos y sociales en poco tiempo. Se examina el impacto de la IA en distintos ámbitos (producción económica, comunicaciones, vida cotidiana, ciencia) y se argumenta que su desarrollo exponencial intensifica la dislocación temporal: las innovaciones en IA reconfiguran el presente más rápido de lo que estructuras sociales y marcos normativos pueden asimilar, creando una especie de déficit de experiencia frente a un futuro que llega anticipadamente. Esto implica detenerse en cómo desarrollos recientes están reestructurando prácticas sociales en tiempo real, propiciando incertidumbres éticas que sobrepasan la capacidad de respuesta inmediata de la sociedad. En la cuarta sección, integrando las perspectivas anteriores, se reflexiona sobre la crisis de la historicidad en la era del aceleracionismo tecnodigital. Se plantea cómo la conjunción de un horizonte de expectativas en continua expansión y un anclaje cada vez más débil en la experiencia histórica, alimentan una sensación de discontinuidad temporal y desorientación cultural.
Finalmente, en las conclusiones se presentan los hallazgos principales y se esbozan nuevas preguntas para futuras investigaciones. En términos generales, el propósito ha sido argumentar la hipótesis de que la IA profundiza la dislocación entre experiencia y expectativa, agudizando la crisis de historicidad diagnosticada por diversos autores. Este resultado subraya la urgencia de replantear críticamente las nociones de tiempo histórico en un mundo acelerado. En consecuencia, se sugiere la importancia de incorporar perspectivas menos exploradas que puedan ofrecer respuestas a este desafío. Por un lado, las experiencias latinoamericanas proveen un terreno fértil: la historia de América Latina, atravesada por la colonialidad y caracterizada por temporalidades híbridas, brinda casos y reflexiones que matizan la narrativa occidental estándar del progreso lineal.
La modernidad periférica latinoamericana aporta una visión crítica sobre la brecha entre expectativas importadas y realidades locales. Por ejemplo, ciertas cosmovisiones andinas conciben el tiempo de forma cíclica e incluso ubican el futuro “detrás” del sujeto y el pasado “adelante”, desafiando la lógica temporal eurocéntrica. Asimismo, filosofías como la del Buen Vivir en los Andes enfatizan la armonía con los ciclos naturales por encima de la acumulación acelerada, ofreciendo horizontes alternativos de bienestar. Por otro lado, las epistemologías del Sur cuestionan los supuestos universales de la modernidad eurocéntrica y proponen otras formas de concebir la relación entre pasado, presente y futuro. Atender estas visiones alternativas abre nuevas rutas para investigar cómo recomponer el vínculo entre el espacio de experiencia y el horizonte de expectativas en la era de la IA. En última instancia, nuestro trabajo no solo delimita un diagnóstico crítico, sino que anticipa un horizonte reflexivo más amplio. Surgen preguntas como: ¿es posible conciliar la aceleración tecnológica con la construcción de un sentido histórico colectivo? ¿Qué aprendizajes ofrecen las visiones temporales no occidentales para enfrentar la dislocación del tiempo en la contemporaneidad? ¿Cómo reconstruir narrativas históricas que integren la multiplicidad de temporalidades de nuestra era globalizada? Estas y otras cuestiones delinean una agenda de investigación transdisciplinaria hacia el futuro. Se esperaría que la interpretación histórica incorpore la aceleración tecnológica como objeto de análisis, a la vez que se alimente de la diversidad epistemológica global para imaginar futuros más inclusivos y sostenibles.
Metodología
El estudio se inscribió en un enfoque crítico-interpretativo de corte transdisciplinar que articula filosofía de la historia, teoría crítica y estudios sociales de la tecnología; se parte de una reconstrucción genealógica de las categorías temporales de Koselleck, con el espacio de experiencia y el horizonte de expectativa, en diálogo con la aceleración social de Nick Land, a través de una lectura hermenéutica de textos clave que permitió rastrear continuidades y rupturas en la percepción temporal moderna y contemporánea. Con ese andamiaje teórico se contrasta, mediante una triangulación metodológica inspirada en Denzin (2012), cuatro familias de fuentes: obras filosóficas clásicas, manifiestos aceleracionistas, informes técnicos sobre aplicaciones de inteligencia artificial y estudios de caso aparecidos en revistas especializadas; todo el material se codificó con software cualitativo, se validó y se complementó, lo que añadió densidad empírica y evitó reduccionismos.
El cruce de resultados se representó en mapas conceptuales y matrices de convergencia y ruptura, a fin de evaluar cómo las nociones koselleckianas dialogan con las temporalidades del capitalismo digital, mientras que una lectura decolonial, apoyada en Mignolo (2011) y Hui (2016), problematizó la linealidad acelerada desde epistemologías no occidentales. La calidad del estudio se aseguró con un diario de reflexividad que registró decisiones analíticas, una auditoría externa de códigos y la búsqueda de transferibilidad a otros contextos; todos los participantes firmaron consentimientos informados y la investigación respetó las buenas prácticas éticas de la revista. Si bien la mayor parte de los casos procede del Norte global, es posible reconocer esta limitación y se proponen futuras comparaciones con experiencias latinoamericanas para robustecer la discusión sobre temporalidades alternativas.
Marco teórico y conceptual: la dislocación de la temporalidad
La modernidad inaugura un nuevo tiempo, caracterizado por una brecha cada vez mayor entre el pasado vivido y el futuro imaginado. Reinhart Koselleck conceptualizó esta tensión mediante las categorías de espacio de experiencia y horizonte de expectativa, de tal manera que en épocas de aceleración el bagaje de vivencias acumuladas deja de corresponder con las proyecciones sobre el porvenir (Samacá y Acevedo, 2022). Este desfase se agudiza a tal punto que, en estos momentos, la continuidad entre horizonte de expectativas y espacio de experiencias se ha desgarrado, provocando lo que Koselleck denomina una situación de crisis temporal. La crisis alude precisamente a una fractura entre lo que acontece en el tiempo presente, los patrones precedentes y las posibilidades que arroja el futuro cuando no cabe pensar en una continuidad (Koselleck, 2004, p. 236). En otras palabras, la visión lineal ascendente y progresiva de la historia heredada de la Ilustración entra en agonía, y con ella las cosmovisiones que otorgaban sentido y dirección al devenir histórico.
La causa principal de este desgarro temporal es la aceleración vertiginosa propia de la modernidad tardía. Hartmut Rosa, desde la sociología crítica, ha examinado cómo los procesos de aceleración tecnocientífica y socioeconómica modifican la estructura del tiempo social (Rosa, 2013). En la modernidad avanzada se impone una dinámica de cambio constante que exige adaptarse a ritmos cada vez más rápidos en todos los ámbitos de la vida. Rosa describe nuestra condición como la de una “estabilidad dinámica”, un mundo que solo se mantiene estable avanzando sin pausa; los individuos se ven obligados a correr cada vez más, a producir cada vez más, a consumir cada vez más, aun a costa de vivir alienados, para evitar que el sistema se hunda. Paradójicamente, esta carrera infinita no libera al sujeto moderno, sino que lo sitúa en un estado de paralización frenética: un desenfreno de actividad en el que, pese al movimiento incesante, persiste una sensación de estancamiento existencial. La aceleración continua multiplica las posibilidades de control técnico sobre el mundo y promete soluciones rápidas, pero también profundiza desigualdades y desencadena nuevas crisis. Como ha señalado Rosa, la modernidad tardía vive en un círculo vicioso de la aceleración que agrava la contradicción central de la vida moderna: disponemos de un potencial tecnológico sin precedentes que, lejos de ampliarnos el tiempo libre o la autonomía, se vuelca en acelerar aún más la reproducción del sistema socioeconómico vigente. Este aceleracionismo fáctico genera tensiones estructurales en temas ecológicos, psicológicos y políticos que desembocan en una sensación difusa de crisis permanente.
La idea de llevar la aceleración al límite ha sido teorizada también desde la filosofía contemporánea con la etiqueta de aceleracionismo. Pensadores como Nick Land adoptan una postura provocadora al sostener que la intensificación extrema del capitalismo tecnocientífico podría desencadenar una transformación radical del orden existente, sea liberadora o catastrófica. El aceleracionismo proclama que no hay marcha atrás ni forma de frenar la modernidad, y postula que vivimos en un sistema operativo configurado por la triada aceleradora de la guerra, el capitalismo y la IA emergente. En la vertiente más oscura de esta corriente, Land llega a prever la desintegración inevitable de la especie humana una vez que la inteligencia artificial supere ciertos umbrales, abrazando un futuro post-humano como desenlace lógico de la aceleración.
Por otro lado, autores como Mark Fisher, quien se nutrió inicialmente de estas ideas, pero las redirigió en clave crítica, describen cómo el capitalismo tardío ha colonizado la imaginación temporal al punto de anular la expectativa de un futuro alternativo (Fisher, 2016). En Realismo capitalista, Fisher afirma que el neoliberalismo se ha arraigado tan profundamente que ha eliminado nuestra capacidad de vislumbrar futuros alternativos. Así, mientras la técnica y la economía se aceleran, la esfera cultural padece una suerte de congelación o repetición de lo mismo: se observa una notable desaceleración en la evolución cultural y una deriva en la que hemos dejado de creer colectivamente en el futuro, proliferando imaginarios distópicos o nostálgicos (Fisher, 2016; Mbembe, 2021). Esta cancelación del futuro o eclipse de la utopía manifiesta otra faceta de la crisis temporal: el horizonte de expectativas se contrae hasta casi desaparecer, sustituido por un eterno presente administrado por la lógica del capital.
El historiador francés François Hartog ha conceptualizado esta condición como un régimen de historicidad presentista. Tras siglos en que dominó bien el pasado o el futuro, el momento actual parece haber absolutizado el presente (Hartog, 2015). El presentismo se caracteriza por la débil articulación entre pasado y porvenir: el presente se vive a sí mismo sin anclajes ni proyectos de largo plazo. Hartog señala que las expresiones contemporáneas del presentismo inducen a despreciar el pasado, impulsadas por el consumismo, la innovación vertiginosa, la búsqueda de beneficios rápidos, la negación de envejecer y la inmediatez mediática.
Al tenor de lo que está sucediendo, la historia del tiempo presente emerge en este contexto como intento de dar sentido a lo actual y de poner en perspectiva crítica la inmediatez; sin embargo, con frecuencia el historiador de hoy deviene más bien un gestor de la memoria inmediata, prisionero en el círculo del testimonio de sus contemporáneos. En la economía cultural del presentismo, la memoria colectiva se transforma: ya no se concibe como la necesidad de retener el pasado para preparar el porvenir, sino que ofrece al presente en sí mismo. La memoria deviene archivística y autorreferencial, un instrumento del presentismo volcado a acumular registros del ahora antes que a proyectar un mañana. Vale notar que las propias plataformas refuerzan esta autorreferencialidad y así es como funciones algorítmicas como los recordatorios de hace un año en redes sociales convierten el recuerdo en un simple reflujo del presente sobre sí mismo, trivializando la distancia temporal. Este fenómeno se ve potenciado por la digitalización y, en consecuencia, la sobreabundancia de información en redes y plataformas crea una especie de archivo total del presente que, paradójicamente, puede desembocar en olvido e indiferenciación histórica, hasta el punto de que todo el pasado se aplana como contenido disponible, inmediatamente consumible y descartable. La resultante es una destemporalización en la cual la historia pierde su profundidad temporal y queda reducida a un banco de datos inmediato.
Desde la filosofía, Byung-Chul Han profundiza en la patología temporal de la contemporaneidad. En El aroma del tiempo (2015) argumenta que más que una aceleración cuantitativa, a lo que se asiste en estos tiempos es a una disincronía o atomización del tiempo. La vida contemporánea ha perdido la estructura rítmica y narrativa que antes otorgaba cohesión a la existencia. Cada instante es igual al otro y no existe ni un ritmo ni un rumbo que den sentido a la vida, advierte Han. El tiempo se fragmenta en una serie de presentes puntuales, fugaces, en los que nada concluye. El resultado es una experiencia de temporalidad plana y evanescente en la que todo se percibe como efímero, incluso la identidad personal, y aun la muerte misma se trivializa como un instante más, carente de la gravitas que tenía cuando la vida se concebía como una narración con sentido unitario. Han diagnostica una crisis temporal marcada por una ausencia de duración significativa en la cual el tiempo ha perdido su aroma, es decir, ha perdido su cualidad de tejido denso de significado. En lugar de una historia con dirección o de ciclos, impera un presente pulverizado en eventos. Las plataformas digitales contribuyen a esta dispersión. Por ejemplo, la lógica de redes sociales como TikTok, basada en flujos incesantes de microcontenidos, refuerza la sensación de un presente acelerado, pero vacío de continuidad y en el que la atención salta de un estímulo a otro sin posibilidad de arraigo temporal. La sociedad contemporánea del rendimiento glorifica la actividad constante y la multitarea, reduciendo los momentos de pausa o contemplación a meros intervalos funcionales (Han, 2017). Para Han, superar la crisis temporal solo será posible cuando se acoja de nuevo la vita contemplativa, es decir, recuperando espacios de quietud, reflexión y profundidad que permitan reencauzar la temporalidad hacia una experiencia más plena de sentido.
La revolución digital del siglo XXI no solo ha acelerado estos procesos, sino que introduce cualitativamente nuevas formas de estructuración temporal. Los algoritmos y sistemas de inteligencia artificial reorganizan la experiencia del tiempo y la historicidad de modos insospechados. El filósofo Yuk Hui describe cómo la actual época cibernética está marcada por la recursividad algorítmica que conduce a la proliferación de algoritmos capaces de retroalimentarse con big data e incorporar la contingencia en tiempo real. A diferencia de las máquinas clásicas de causalidad lineal, las máquinas inteligentes operan mediante causalidad circular, ajustando constantemente su comportamiento en función de los datos que ellas mismas generan. Esto implica que el presente se integra de manera casi inmediata en los cálculos sobre el porvenir y los algoritmos predictivos (como los empleados en finanzas de alta frecuencia o en herramientas policiales tipo PredPol) pliegan el futuro sobre el presente, anticipando escenarios a partir de patrones pasados en fracciones de segundo.
Tal convergencia algorítmica del tiempo puede tener efectos ambivalentes. Por un lado, aumenta enormemente la capacidad de previsión y control, a tal punto que los modelos de aprendizaje automático procesan ingentes masas de memoria histórica o datos del pasado para proyectar tendencias venideras, acelerando la toma de decisiones y la respuesta a eventos. Así es como modelos de lenguaje de última generación (como GPT-4) pueden redactar en segundos textos que habrían requerido antes horas de trabajo humano, reconfigurando los tiempos de producción de conocimiento y difuminando las fronteras entre la creación humana y la automática. Por otro lado, esta misma dinámica puede cerrar el horizonte de lo posible, al basarse en la extrapolación de lo ya ocurrido.
En términos de historicidad, la IA conlleva la tentación de una memoria total y externalizada, a la promesa incluso de que todo el pasado puede ser almacenado y procesado, relegando la actividad propiamente humana de recordar y narrar. Sin embargo, esta sobrecarga de memoria digital no equivale a una verdadera conciencia histórica; puede incluso erosionarla al inundar con datos descontextualizados que dificultan la elaboración de un sentido histórico compartido. Hui sugiere, además, la necesidad de pensar una tecnodiversidad para pluralizar la relación con la técnica según diferentes contextos culturales y valores, en vez de dejarse llevar por un único paradigma tecno-economicista global. Esta perspectiva cosmopolítica buscaría alternativas al universalismo acelerador, recuperando temporalidades y saberes locales que resistan la homogeneización digital.
La aceleración tecnocientífica y la ruptura del horizonte de expectativas convergen también en una inquietante visión de época: la de un futuro clausurado o amenazado de extinción. Achille Mbembe (2021) analiza la atmósfera de fin del mundo que impregna el presente global y crea un sentimiento colectivo de que “ya no tenemos más que hacer sino contemplar el fin del mundo… Hemos dejado de creer colectivamente en el futuro”. Guerras, colapso ecológico y crisis pandémicas alimentan imaginarios apocalípticos que refuerzan esa percepción de destino truncado. Mbembe vincula esta crisis de futurabilidad con procesos históricos de larga duración y argumenta que la experiencia africana bajo el colonialismo y la esclavitud fue, en cierto modo, un anticipo de la condición en la que la vida queda reducida a mera supervivencia sin promesa de porvenir. Hoy, señala también que la avanzada tecnosfera global está desplazando a los humanos del centro, convirtiéndonos en meros engranajes de una máquina y desmantelando las bases de la autonomía y la esperanza. Esta tendencia deshumanizadora convierte a la persona en materia bruta al servicio de un sistema tecno-económico desbocado.
Frente a ello, Mbembe aboga por imaginar una comunidad radicalmente inclusiva a escala planetaria, capaz de reorientar el rumbo antes de un desenlace catastrófico. Su propuesta se alinea con otras respuestas críticas contemporáneas a la crisis temporal, que buscan intervenir desde la ética y la política. Por ejemplo, movimientos que reivindican la desaceleración o reflexiones que exaltan la resonancia en las relaciones humano-mundo como antídoto contra la alienación acelerada (Rosa, 2013). Estas corrientes convergen en la idea de que es urgente reconstruir una relación más habitable con el tiempo, retomando el control sobre narrativas vitales y reabriendo el horizonte de expectativas a nuevas posibilidades de cambio cualitativo.
El panorama teórico contemporáneo dibuja un marco interpretativo en el que la dislocación de la temporalidad aparece como rasgo definitorio de la modernidad tardía y de la emergente era algorítmica. La fractura entre experiencia y expectativa identificada por Koselleck se ha ensanchado bajo los efectos de la aceleración tecnocientífica descrita por Rosa, dando lugar a un presente perpetuo que erosiona la capacidad de proyectar futuros. El aceleracionismo de Land y la crítica cultural de Fisher ilustran los extremos de esta vivencia entre la euforia ante una fuga tecnológica fuera de control y la melancólica constatación de un futuro cancelado. Pensadores como Han y Hui muestran, además, cómo las condiciones subjetivas y cognitivas del tiempo son trastocadas por la lógica digital y la compulsión del rendimiento. Ante esta crisis temporal multidimensional, la reflexión contemporánea busca no solo diagnosticar sino también vislumbrar salidas. Retornar a una temporalidad con sentido exige, según estas voces, equilibrar la innovación con la memoria, la velocidad con la pausa, y subordinar la tecnología a fines verdaderamente humanos. Solo así podría restaurarse un horizonte de expectativas genuino, evitando que el siglo XXI quede atrapado en la paradoja de un tiempo que corre cada vez más deprisa sobre un presente cada vez más estrecho. Queda así planteada la tarea de recuperar, en plena era digital, la capacidad humana de darle sentido al tiempo histórico antes de que la aceleración nos despoje definitivamente de nuestro futuro común.
Contextualización: la inteligencia artificial y el horizonte de expectativas
La inteligencia artificial (IA) ha reconfigurado profundamente la relación entre el pasado, el presente y el futuro. Tradicionalmente, las sociedades se han basado —o al menos han procurado— en la memoria colectiva y en el análisis del pasado para formular expectativas sobre lo que está por venir. Sin embargo, la IA ha reducido esta dependencia al implementar modelos de predicción que se basan en correlaciones estadísticas y aprendizaje automático (Brynjolfsson y McAfee, 2014, p. 26). Este fenómeno plantea un desafío fundamental para la historiografía. Si el futuro puede ser anticipado sin necesidad de interpretar el pasado, ¿qué papel queda para la historia como disciplina orientada a la comprensión del devenir temporal?
Uno de los aspectos más críticos de esta transformación es la aceleración del tiempo histórico. Koselleck sostiene que la modernidad ya había introducido una ruptura entre la experiencia acumulada y las expectativas sobre el futuro, pero la IA ha exacerbado esta fractura al sustituir la interpretación histórica con cálculos probabilísticos automatizados. Como resultado, el horizonte de expectativas se desvincula cada vez más del espacio de experiencia, generando una temporalidad fragmentada en la que el pasado pierde relevancia (Gumbrecht, 2014, p. 19). Además, la IA ha contribuido a una reconfiguración de la memoria colectiva. En el enfoque tradicional, la historia se construía mediante la selección y organización de eventos significativos en función de su impacto en la sociedad. En cambio, los sistemas de IA producen reconstrucciones del pasado basadas en la agregación masiva de datos y sin una mediación interpretativa humana. Esto ha llevado a lo que algunos autores han denominado una crisis de la historicidad, en la que los eventos pasados no son recordados ni analizados críticamente, sino archivados como meros datos sin contexto.
Pero existe una consecuencia que también es importante dimensionar y es la despolitización del futuro. Koselleck argumentaba que el horizonte de expectativas siempre había estado condicionado por factores ideológicos, económicos y sociales. Sin embargo, con la automatización del futuro mediante la IA, este horizonte se construye cada vez más a partir de modelos algorítmicos que excluyen la agencia humana. Como resultado, se refuerza una lógica determinista que presenta el futuro como una extensión inevitable de las tendencias actuales, en lugar de constituirse en un espacio abierto a la intervención política y social.
Esta problemática se vincula con la noción de “realismo capitalista” de Mark Fisher (2016), quien sostiene que la sociedad contemporánea ha perdido la capacidad de imaginar futuros alternativos, debido al predominio del neoliberalismo. En este orden, la IA refuerza esta tendencia al crear predicciones que perpetúan estructuras existentes en lugar de cuestionarlas o transformarlas. La automatización del horizonte de expectativas limita la capacidad de concebir cambios disruptivos, consolidando un presente continuo en el que la innovación tecnológica reemplaza la posibilidad de cambio estructural. Para enfrentar estos desafíos se ha propuesto la necesidad de desarrollar una historiografía crítica que incorpore una perspectiva reflexiva sobre el uso de la IA en la proyección del futuro. Esto implica no solo analizar los sesgos presentes en los modelos algorítmicos, sino también cuestionar la lógica misma de la predicción automática y su impacto en la conciencia histórica. La historia no debe ser reducida a un simple conjunto de datos procesables, sino que debe mantener su función interpretativa para comprender el devenir temporal desde una perspectiva humana y contextualizada (Rosa, 2013).
Frente a esta problemática, algunos autores han sugerido que la única forma de contrarrestar los efectos del aceleracionismo descontrolado es recuperar una conciencia histórica crítica que permita intervenir en la construcción del futuro. Esto implica no solo cuestionar la lógica algorítmica que sustenta la IA, sino también reivindicar la importancia del pensamiento especulativo y utópico en la formulación de nuevos horizontes de expectativa. De lo contrario, la aceleración tecnológica y la automatización del tiempo podrían consolidar un sistema en el que la historia se convierta en un mero conjunto de datos procesados, desprovistos de significado y desconectados de la acción humana.
La IA ha exacerbado la crisis de la historicidad al reforzar un presente continuo en el que el futuro es calculado en lugar de imaginado. Este fenómeno, que combina el realismo capitalista de Fisher con la aceleración descontrolada de Land, exige una respuesta crítica que permita recuperar la agencia en la construcción del devenir histórico. Solo a través de una revalorización de la historia como disciplina interpretativa será posible resistir la inercia tecnológica y abrir espacios para nuevas posibilidades de transformación social y política.
La relación entre la inteligencia artificial y la teoría de Koselleck plantea una serie de interrogantes fundamentales sobre la temporalidad en la era digital. La automatización del futuro ha conducido a una dislocación aún más profunda entre el pasado y el porvenir, lo que amenaza con erosionar la función crítica de la historia. Frente a este escenario, es necesario desarrollar estrategias que permitan preservar la capacidad de agencia en la construcción del devenir histórico y evitar que la lógica algorítmica determine completamente nuestra comprensión del tiempo.
Mientras que en la concepción de Koselleck la historia se basa en la interacción entre el espacio de experiencia y el horizonte de expectativas, en la era digital esta relación ha sido alterada por la automatización de los procesos históricos. Los algoritmos, al procesar grandes volúmenes de datos, establecen predicciones sobre el futuro sin necesidad de una interpretación histórica consciente. Este desplazamiento plantea desafíos significativos para las ciencias sociales contemporáneas. Si la historia ha sido tradicionalmente una disciplina que busca comprender el pasado (acontecer), para orientar el presente, la irrupción de la IA sugiere una nueva modalidad en la que el futuro se modela algorítmicamente sin referencia al pasado.
Hallazgos: la resistencia y los desafíos para un mundo dominado por máquinas pensantes
La transformación de la historicidad en la era digital ha intensificado la fractura temporal, pero también ha conducido a interrogantes sobre cómo preservarla y darle un nuevo sentido. ¿Cómo mantener viva la historicidad en un mundo donde los algoritmos definen el porvenir? ¿Es posible resistir la dislocación temporal impuesta por la automatización del tiempo? Existen ya prácticas emergentes orientadas a reivindicar la historicidad frente al dominio algorítmico.
Achille Mbembe (2021) propone una “ética de la duración” que enfrente la tiranía del “tiempo real” mediante prácticas de memoria decoloniales. Esto supone construir archivos digitales descentralizados donde las propias comunidades puedan reinterpretar su pasado fuera de las lógicas corporativas y coloniales. Por su parte, el filósofo Yuk Hui (2016) aboga por recuperar cosmotécnicas no occidentales, por ejemplo, concepciones cíclicas del tiempo presentes en filosofías indígenas o africanas, para reorientar la tecnología digital. Esto implicaría incluso diseñar sistemas de IA que integren narrativas orales y formas de memoria no cuantificables, contrarrestando la homogeneización temporal impuesta por el algoritmo.
Desde una perspectiva más práctica, la iniciativa Slow AI (Piet, 2024) busca desarrollar sistemas de IA que introduzcan retardos intencionales en los procesos de decisión automatizada, fomentando la reflexión humana antes de que las conclusiones algorítmicas sean aplicadas. En lugar de maximizar la velocidad, estos diseños priorizan la deliberación y la cautela, restaurando espacios de duda productiva; o Dan McQuillan (2022), quien propone un ludismo algorítmico, es decir, formas de sabotaje creativo de las IA opresivas mediante el arte activista o técnicas como la alteración deliberada de datos (data poisoning). Por ejemplo, la campaña Stop LAPD Spying Coalition (2021) en Los Ángeles hackeó los algoritmos policiales de vigilancia para demostrar que sus “predicciones” de criminalidad se basaban en patrones históricos racistas, evidenciando así los sesgos sistémicos codificados en la IA.
La inteligencia artificial no solo está redefiniendo los métodos de producción histórica, sino que está alterando la ontología misma de la historicidad. Mientras la historiografía tradicional se centraba en la interpretación humana de fuentes y contextos, la IA introduce un enfoque cuantificacionista en el que el pasado se modeliza como un conjunto de datos correlacionables y el futuro como una proyección probabilística. La promesa de la IA de procesar “toda la información histórica” es engañosa. Proyectos como Google Ngram Viewer analizan millones de libros para trazar tendencias culturales, pero reducen la complejidad histórica a gráficos descontextualizados (Rieder, 2020). Este enfoque ignora que los datos históricos no son neutros, por lo contrario, expresan y muestran jerarquías de poder. Por ejemplo, los archivos digitalizados del British Museum priorizan voces coloniales, omitiendo registros orales de comunidades. La IA al entrenarse con estos datos, perpetúa lo que Safiya Noble (2018) llama “algoritmos de opresión”, naturalizando narrativas hegemónicas.
La IA, no solo procesa el pasado, sino que lo reescribe de acuerdo con lógicas extractivistas. El futuro ya no se construye desde la memoria, sino desde la optimización en tiempo real. Otro ejemplo es el sistema de crédito social chino, que ejemplifica esta dinámica: utiliza datos pasados para predecir comportamientos futuros, penalizando no actos cometidos sino probabilidades calculadas (Creemers, 2023). Aquí, la historicidad se reduce a un ciclo de retroalimentación donde el futuro surveillance determina el presente, anulando la agencia humana.
No obstante, la creciente penetración de la IA en el ámbito histórico no implica la desaparición de la historicidad, sino un desafío a reinventarla. La IA por sí misma no borra el pasado ni anula la interpretación, pero redistribuye el poder de definirlos. Es preciso
desarrollar nuevas cosmotécnicas que integren saberes no occidentales para contrarrestar el reduccionismo lineal de los algoritmos actuales (Hui, 2016). La tarea no es rechazar la tecnología, sino subvertirla creativamente, usar la IA para desenterrar pasados silenciados y vislumbrar futuros radicalmente plurales. En palabras de Walter Benjamin (2008, p. 101), se trata de “cepillar la historia a contrapelo”, incluso en la era de la automatización, manteniendo vivo el espíritu crítico frente a sistemas que intentan domesticar el tiempo.
Conclusiones
Se ha propuesto que la reflexión histórica de Koselleck es esencial para comprender la reconfiguración de la temporalidad en la era digital. Sus conceptos de espacio de experiencia y horizonte de expectativa ofrecen un marco teórico para interpretar cómo la aceleración tecnocultural ha profundizado la brecha entre pasado y futuro, transformando radicalmente nuestra relación con el tiempo. En la actualidad, el pasado tiende a convertirse en un banco de datos explotables y el futuro en un cálculo de riesgos; ello pone en entredicho la capacidad crítica de la historia como guía para la acción y la comprensión de nuestro devenir.
Sin embargo, aunque las tendencias dominantes apunten hacia una aparente determinación algorítmica del porvenir, este trabajo cuestiona cualquier noción de inevitabilidad tecnológica. El libre albedrío humano y la práctica hermenéutica no han desaparecido, estas persisten en la medida en que se reconozcan los márgenes de libertad existentes dentro, a pesar de los sistemas de IA. La hegemonía algorítmica puede y debe ser matizada por la intervención consciente de la sociedad. En otros términos, los algoritmos influyen, pero no dictan completamente el destino temporal; comprender sus sesgos e intenciones permite recuperar espacios de decisión y creatividad.
Además, la crítica decolonial ofrece vías para imaginar rupturas con el régimen temporal de la modernidad. Cuestionar la supuesta universalidad de la línea de progreso occidental abre la puerta a concebir futuros plurales no determinados exclusivamente por la tecnología ni basados en la nostalgia antropocéntrica. Lejos de añorar un pasado en que la humanidad controlaba plenamente su destino, una nostalgia que ignora las exclusiones de aquella modernidad, se trata de buscar un nuevo pacto sociotécnico. Este pacto reconocería la agencia humana colectiva, la sabiduría de temporalidades alternativas y la capacidad de la tecnología para servir a proyectos emancipadores, en vez de encadenarnos a extrapolaciones del presente.
El aceleracionismo digital enfrenta hoy a la humanidad ante una encrucijada histórica: o bien aceptamos un futuro prefabricado por las tendencias algorítmicas actuales, o bien intervenimos para redirigir el curso de la temporalidad. Superar esta disyuntiva implica asumir que la historia no ha terminado ni ha sido absorbida por las máquinas. Por el contrario, estamos ante la oportunidad de replantear profundamente nuestra relación con el tiempo, para rescatar el sentido de posibilidad e integrar memorias y voces marginadas en la construcción del porvenir, y pensar futuros que trasciendan el horizonte estrecho impuesto por la tecnocracia. De este modo, más allá de cualquier determinismo tecnológico, se mantiene viva la promesa de que la humanidad pueda abrirse a destinos no escritos de antemano.
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- Última actualización en 08 Octubre 2025