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Ciudad y ciudadanía en Colombia a fines del siglo XX

Cidade e cidadania na Colômbia no final do século XX

City and citizenship in Colombia at the end of the 20th century

Juan Carlos Pérgolis *
Danilo Moreno H. * *


* Juan Carlos Pérgolis es arquitecto, investigador en semiótica urbana y profesor en el posgrado en Historia y Teoría de la Arquitectura y el Arte en la Universidad Nacional de Colombia.

** Danilo Moreno es magister en comunicación, investigador y profesor en el área de Teoría de la Comunicación en la Universidad Central.

Juntos escribieron el libro La ciudad de los milagros y las fiestas (con L.F.Orduz, Tercer Mundo Editores, 1998); los ensayos: No sólo los monumentos simbolizan (Magazín Dominical de El Espectador Nº 714), Barrio, el alma inquieta de la ciudad (Revista Barrio Taller, 1998) y el cuento Verano y después (1997).


Resumen

La ciudad colombiana actual, enorme territorio, fragmentado y disperso, contexto de ciudadanías diversas, nómadas y desarraigadas, de multiplicidad cultural y simultaneidad requiere programas de educación inéditos: la linealidad y la represión de los modelos conductistas hoy no son válidos; la educación, cada día más desligada de cualquier espacio formal, por la importancia de los medios, debe estar dirigida más al viaje que al arraigo, más al nómada que al sedentario.


1. Ciudad colombiana: educación y ciudad de fin de siglo

Cuando partas hacia Itaca
pide que tu camino sea largo
y rico en aventuras y conocimientos (…)
A Itaca debes el maravilloso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino
y ahora nada tiene para ofrecerte.
Si pobre la encuentras, Itaca no te engañó.
Hoy que eres sabio, y en experiencia, rico,
comprendes qué significan las Itacas.

Constantino Kavafis
Itaca, 1894

La dirección de la revista Nómadas nos pidió un artículo sobre el tema educación y ciudadanía. Esas tres palabras, que aparecen en la primera frase que escribimos, resumen la ciudad de este fin de siglo; una ciudad tan distinta, en sus espacios y en los comportamientos de sus habitantes, que para hablar de ciudadanía y educación, primero tenemos que hablar de esta ciudad. Entonces, nos preguntamos: ¿cómo es la ciudad colombiana hoy? aunque tal vez la pregunta correcta sería ¿qué significa ciudad hoy en Colombia? y por último, ¿cómo se articula la educación dentro de este nuevo contexto?

Incontables comederos, talleres, servicios y viviendas a la sombra de polvorientos plátanos, sin discontinuidad, a lo largo de la carretera que bordea el río Cauca; ¿estamos en el campo colombiano?, no, estamos en una estructura urbana, una parte o un rasgo (un fragmento) de ciudad, de la gran Colombia-ciudad que se desparrama por todo el territorio.

También es una estructura urbana la reunión de un puesto de comidas, un montallantas y una venta de frutas en algún perdido cruce de vías, el germen de una futura población. Son parte de la vida urbana los objetivos de la acción guerrillera en medio del monte y es urbano el asentamiento transitorio que conforma el grupo de desplazados, en un momento de su peregrinar, hacia algún indefinido destino con nombre de ciudad.

Son urbanos, obviamente, los espacios tradicionales en el interior de las ciudades y también las enormes periferias atomizadas en conjuntos cerrados de viviendas, esta nueva tipología que nació suburbana y se desparramó tanto hacia el medio rural como hacia el interior de la ciudad. En el primer caso permitió concretar la llamada “fantasía verde “: vivir en un medio aparentemente campestre, con el confort urbano y la seguridad del conjunto cerrado con porterías y vigilancia privada; en el segundo, los conjuntos van desde modestos grupos de pequeñas casas alrededor de un patio-parqueadero, hasta verdaderas ciudadelas encerradas, simulacros elitistas de la ciudad tradicional. Pero el modo de vida en estos lugares, aún en los que aparentan ser más “rurales”, es indiscutiblemente urbano y “sin duda. a la vuelta de unos pocos años, estos sectores serán partes de una nueva concepción de ciudad: la de los extensos territorios, ocupados con muy bajas densidades poblacionales, dependientes tanto de los medios de transporte como de los sistemas de comunicación y las redes de informática.

La vida urbana colombiana, a fines del siglo XX, está presente en todo el territorio nacional, mucho más allá de los grandes centros y a través de las más impensadas manifestaciones. Por ese motivo, para comprender la ciudad de hoy hay que mirar una red, o una superposición de redes y no sólo los centros; esto significa observar ese enorme espectro, esa multiplicidad de situaciones, acontecimientos, objetivos y estructuras formales que conforman la cultura y la vida colombiana, cada una con sus rasgos propios, cada una otra.

Esta afirmación no significa volver a los grandes horizontes culturales o a las intangibles referencias reduccionistas y excluyentes que propusieron el urbanismo moderno y en especial la planificación territorial; por el contrario, esto quiere decir entender la diversidad, la simultaneidad de situaciones y la inclusión: el otro es el coprotagonista, porque hoy nada (ni nadie) queda por fuera de la vida urbana aunque la comprensión de cada uno de sus hechos deba hacerse desde la mirada modesta a las redes locales y no a través de los pretenciosos e inalcanzables objetivos de los planes fuera de escala

La ciudad colombiana actual es corpus y contexto de ciudadanías diversas, multiplicidad cultural y simultaneidad, todo en constante movimiento. Allí, la represión y la tecnología como procedimientos ordenadores de la ciudad resultan dudosos y nunca como hoy la educación ciudadana tuvo un papel tan importante, porque esta ciudad nueva, inédita, exige soluciones también inéditas: educación urbana significa enseñar y aprender a convivir en las diferencias, en lo múltiple y en lo simultáneo.

Es curioso y significativo que todos los ejemplos anteriores con que se intentó mostrar aspectos de la ciudad colombiana actual, implican movilidad o desplazamientos, con una fuerte connotación de desarraigo. Curioso, porque siempre consideramos a la ciudad como el resultado del paso del nomadismo a la vida sedentaria, el producto de la técnica agraria del cultivo1; vista de esta manera, la ciudad como modo de vida, tuvo un origen rural en el arraigo a la tierra. Nomadismo y ciudad fueron, en la historia, términos antagónicos, hoy ya no lo son; por eso es significativo el carácter nómada del fenómeno urbano en este fin de siglo.

También en el interior de las grandes urbes la movilidad se constituye en el rasgo más relevante de la vida actual. Sin hacer referencia a los desplazamientos recurrentes como parte de las actividades urbanas (vivienda- trabajo, esparcimiento, etc.) que fueron el objetivo de estudio del urbanismo moderno, queremos hacer énfasis en los desplazamientos que implican desarraigo y que conforman los enormes grupos nómadas de la ciudad actual: las tribus urbanas, los otros, la temida contraparte de lo establecido, de lo arraigado.

Desde la visión del pensamiento moderno se intentó comprender a la ciudad a través de la dicotomía territorial ciudad-campo, que presentó como opuestos los medios urbano y rural: uno consumidor, el otro, productor; uno progresista, el otro tradicional. Ese modelo no resulta válido ante los acontecimientos señalados en los párrafos anteriores y que identifican a la actual conformación del territorio colombiano.

Consecuente con esa primera dicotomía apareció otra: centro-periferia, que trató de explicar la estructura interna de las ciudades y su crecimiento como el juego de dos sistemas de ondas expansivas, una centrífuga, que irradia las pautas urbanas hacia el medio rural y otra centrípeta que tensiona el entorno hacia la ciudad, específicamente hacia el centro, expresado por la imagen histórica de la Plaza Mayor, el ámbito de todos los poderes.

El deslinde entre lo urbano y lo rural fue la periferia, lugar donde los llegados del campo se arriman a la ciudad y los desplazados de la urbe se mantienen cercanos a ella pero no en ella: arrabal, deslinde, borde, periferia. Porque en el modelo dicotómico, la ciudad se entendió simplemente como su centro.

En la metrópoli actual, sin forma y extendida arbitrariamente, la noción de borde desaparece tanto como desaparece la de centro y la circulación de flujos, antes centrífuga-centrípeta ahora es homogénea y monótona en la extensión sin límites. Ya no hay dicotomías.

Inestable, móvil, ocasional, múltiple, efímera, fragmentada, monótona, simultánea, son todos adjetivos que califican a la ciudad actual y que hubieran sido impensados para ese mismo fin, hace apenas treinta o cuarenta años. En la idea de ciudad que responde a estos adjetivos ¿qué significa educación?

En principio, no creemos en la represión como único método: el panorama es más complejo y debemos situarlo en la confrontación entre quienes entienden el nuevo concepto o la nueva realidad urbana y asumen la educación como una invitación a la tolerancia y a la comprensión de las diferencias y quienes siguen amarrados a la ciudad tradicional y al pensamiento moderno en la creencia de que la técnica y el control permitirán el ordenamiento de una estructura territorial y social que hoy está más cercana a la arbitrariedad de las redes, a la geometría fractal y al orden del caos que a la geometría euclidiana y a la razón neoclásica.

2. Bogotá: investigación de mediaciones y ciudad de fin de siglo

La ciudad inédita requiere investigación. Suponemos conductas, comportamientos, uso de los espacios; intuimos la forma de esos espacios en el contexto de la fragmentación actual, pero no conocemos ni la forma significante de los mismos, ni la práctica que se desarrolla con esos significantes; Julia Kristeva2 propone que la práctica significante reúne el modo de producción de signos con el deseo. Esta articulación con el psicoanálisis exige una nueva visión de la ciudad y una nueva semiótica, ya no de la forma sino del deseo por la forma. Hoy estamos convencidos de que el sujeto es parte activa en cualquier proceso social.

Por debajo de todo este texto se desliza una pregunta: ¿las cosas son lo que significan o son lo que deseamos? La ciudad no puede seguir siendo estudiada ni desde la semiótica de las formas, ni desde la tradición conductista conformada por contenidos académicos y actitudinales analíticamente descompuestos en objetivos específicos establecidos por programas agrupados en asignaturas3. Hoy debemos mirar un corpus heterogéneo de objetos culturales, fragmentos arbitrarios que juegan sobre estructuras inestables: la ciudad del nómada, del pasajero, del acontecimiento efímero y de la extensión homogénea e indeterminada no puede ser investigada desde la rigidez conductista; mucho menos puede ser encasillada en normativas ajenas que intentan reprimir sin comprender.

La investigación muestra que la actitud pedante que confundía la educación con el dogma ya no es válida: la ciudad adquirió autonomía en el diálogo con el habitante: ambos enseñan y aprenden, se relacionan en el concepto de deseo. El sujeto está presente en los procesos sociales en una mutua producción e interpretación de signos. Esto evidencia que el modelo comunicacional bipolar que proponía una ciudad-emisora, para un habitante-receptor que interpretaba y significaba, ya no es válido: la ciudad y el ciudadano ahora se comunican emitiendo y recibiendo simultáneamente, conformando nodos, puntos de encuentro que no constituyen los significados sino el sentido de la vida urbana.

La ciudad enseña desde la actualidad y desde la historia, porque en cada uno de los momentos es presente y memoria de sus acontecimientos y de sus espacios, que son el marco, la escenografía para la vida; como define Norberg-Schulz, los espacios para la existencia4.

Dos puntos básicos orientan el análisis de los significados de uso que surgen de la relación espacioacontecimiento: primero, como ya se vió, que los ciudadanos interactúan con la ciudad; segundo, que esa interacción está sujeta a múltiples mediaciones.

Los medios

La ciudad aparece hoy como un simulacro al interior de los fragmentos: la calle tradicional en los centros comerciales; remedos de plazas “públicas. en los conjuntos de vivienda. El exterior urbano es solamente una red de flujos: ya no hay referencias entre los espacios que pasan de una virtualidad exterior a otra interior; en realidad, ambos espacios son simulaciones y el vacío interior de los fragmentos, al cual el simulacro no puede dar sentido, se tiene que llenar con la información de los medios5.

Allí mora el televidente, el interactuante en red, el habitante de los fragmentos, fascinado con la información, con la informática, con el drama ajeno de las telenovelas, con el sexo seguro y las audaces amistades de la red. Todo llega y todo se superpone en el fragmento- destino de los flujos, que es el fragmento-nodo de todas las redes.

El mundo verdadero, al final, se convierte en una fábula, fue la profecía de Nietzsche6, que parece concretarse en los comportamientos arbitrariamente fragmentarios de la sociedad de los media que habita la ciudad también fragmentada y que en plalabras de Vattimo se basa en la oscilación, en la pluralidad y en la erosión del propio “principio de realidad”7: la sociedad transparente, en la que la masa busca más la fascinación que la producción de sentido, porque ante el embrujo que ejercen los medios no hay significantes ni significados válidos y si los hubiera, no coincidirían en la conformación de signo alguno.

El acceso a los medios, que hoy tienen los sectores de opinión independientes, los grupos radicalizados, los grupos de poder económico, los sectores marginales, las élites culturales, las minorías y, en general, los otros, muestran que ya no podemos hablar de una realidad única, una historia oficial o una cultura oficial sino de múltiples imágenes propuestas desde diversos puntos de vista. Por ese motivo, los procesos educativos no pueden ser lineales ni excluyentes; esto implica una revisión del concepto de educación desde su propio significado, es decir, la enseñanza de reglas y códigos de comportamientos de un determinado grupo social en su interacción al interior del mismo o la adopción de esos comportamientos por parte de los externos al grupo, para ser aceptados en él. La multiplicidad de grupos incluyendo a todas las minorías y la simultaneidad de acontecimientos ofrecen un espectro de comportamientos tan amplio que atomizan la acción educativa en una infinidad de posibles escogencias de modelos que acentúan el individualismo como pauta “y respuesta. en la vida urbana actual. Esta es la gran diferencia con la idea de educación en la ciudad tradicional.

Pero antes de avanzar con esta mirada, vale la pena precisar dos adjetivos que modifican el término educación con relación a la vida en la ciudad: uno es educación urbana, que está referido a la enseñanza de esas reglas y códigos de comportamiento grupal que permiten la convivencia en el territorio urbano, de acuerdo a lo señalado en el párrafo anterior. El otro es educación ciudadana, que se refiere a la particularidad de la información y la transmisión del conocimiento para esa educación urbana, mediatizada en cada lugar. Esta acción es fundamental para la constitución de la identidad por dos razones: en primer lugar, porque uno de los aspectos que conforman la imagen significante urbana surge de la sumatoria de comportamientos y en segundo término, porque el sentido de la vida en la ciudad es consecuente en la práctica con ese significante8. Por ese motivo, de esta instancia de educación ciudadana resulta la cultura ciudadana.

De este modo, los medios de comunicación, que muchas veces pensamos que eran las herramientas apropiadas para el ejercicio del poder de algún régimen totalitario, como se los mostró en novelas y filmes (Metrópolis, 1984 y Brasil, entre otros), aparecen hoy, en el marco de la educación urbana, como los promotores de la emancipación, o por lo menos, como la evidencia de los múltiples pensamientos y puntos de vista que evidencian la alteridad o sentido del otro (que es el objetivo de la actual educación ciudadana) y el fin del metarrelato de la historia como relato único.

Esta nueva concepción de la historia parece concretarse en la coincidencia entre acontecimiento y noticia, en la que el sentido de la tecnología no apunta ya al dominio de la naturaleza sino al desarrollo de la información y de la comunicación, mediante las cuales la historia se reduce al plano de la simultaneidad como lo demuestran las crónicas de radio y televisión en directo.

Durante muchos años la educación se encerró en espacios formales (universidad, escuela, etc.), un rasgo heredado del Medioevo y articulado con los programas de estudio de la modernidad. Hoy los medios educan en el entretenimiento, a través de sus imágenes paradigmáticas y modelos de comportamiento fragmentarios y confusos; pero el mensaje no se localiza espacialmente: otra vez, la educación ciudadana aparece relacionada al concepto de red y localizada en un espacio sin forma, en la hiperrealidad de las pantallas.

Así, una ciudad nueva, más cercana a lo transitorio que a lo estable, a lo nómada que a lo arraigado debe fundamentar su educación en una nueva estructura, más próxima a la idea de red que a la de sistema. Aquí aparece el valor de la red como un tejido homogéneo, contrario al concepto de sistema, que es jerárquico, de estructura piramidal y concurrente al dominio a través de la diferencia, porque “repetimos. la educación urbana actual debe basarse en la comprensión y el respeto hacia el otro. Ello unifica la diversidad de ofertas en un común denominador de tolerancia. Esta nueva visión de la educación también está más cercana a la velocidad que a la masa, porque llega a través de los medios y no exige concurrir a un lugar a recibirla: irrumpe en el interior del hogar con su múltiple oferta. Es el resultado de la deconstrucción del todo-enseñanza, fragmentado en partes arbitrarias, contenedoras de sentido más que de significado. La educación ciudadana ya no es un rasgo de estatus social a partir de comportamientos de grupos sino un espectro de herramientas que posibilitan la convivencia en la ciudad.

La memoria

La representación habitual, señala Manuel Vázquez, hace de la memoria la facultad que permite conservar y actualizar lo pasado. El olvido, a su vez, designa la pérdida que se sustrae a la retención. Más adelante agrega que en la memoria, horadada por el olvido, sale todo lo que entra y nada se conserva9.

La memoria es una mediación que el ciudadano usa en su relación con la ciudad; a través de ella, el espacio se convierte en la huella de un acontecimiento, en un rastro que se actualiza continuamente a través del recorrido. La memoria del ciudadano le permite registrar los cambios de la ciudad para relacionar a ella los afectos y las transformaciones que generan la nostalgia. Añoramos la ciudad en la que nos forjamos, pero más allá de lo individual, hay una memoria de los pueblos, colectiva. En la ciudad hay una historia inscrita en la memoria, cuya confusión con la nostalgia impide ver los cambios, ver la realidad: “la ciudad que vemos ya no existe”, señaló Borges.

Porque la memoria guarda símbolos que “como todos los símbolos”, son faltantes y por ello, son deseos; almacena lo ausente. Pero el símbolo no es solamente una entidad que evoca a otra en el ámbito de los sentidos; es también una figura que refiere a una realidad, que más allá de los sentidos puede evocar una presencia. La ciudad actual, fragmentada y múltiple, homogénea y simultánea se conforma a través de instancias simbolizantes y no sólo de elementos formales de significación.

Este nuevo contexto urbano exige mantener viva la presencia de lo ausente, es decir, el deseo, insinuando su satisfacción a través de una enorme variedad de imágenes que nutren nuestros desplazamientos y nos exigen seleccionar y guardar solamente algunas de ellas en la memoria.

El resultado de los recorridos es, entonces, una ciudad imaginada que carga en la memoria la responsabilidad de la construcción, percatándose que toda memoria nace con una idea de olvido que es frágil y fragmentada, vulnerable. El Marco Polo de Italo Calvino, como muchos otros personajes literarios, es un nómada, un viajero, un mensajero en recorrido.

En la ciudad actual los conceptos de educación y movilidad se acercan notablemente, insinuando su coincidencia; esto permite ver la contraparte del observador pasivo, de aquel que llamamos “el interactuante en red.: nos referimos al nómada, al pasajero que desde la velocidad de los desplazamientos atesora imágenes de acontecimientos simbolizantes para conformar su cultura urbana, porque es el resultado de un proceso educativo originado en la práctica significante con la ciudad.

La importancia, como lo deja ver Kavafis en el poema sobre Itaca con que iniciamos este artículo, no está en la ciudad, ni en sus formas, que quizás pueden ser engañosas, lo importante está en el recorrido, en el camino con sus bifurcaciones, las otras ciudades, los mercados; ojalá que el camino sea largo, sugiere el poeta de Alejandría, no apresurarlo y llevar en el pensamiento la ciudad soñada porque a ella se debe el viaje. Por todo esto, la educación, que ya vimos desligada de cualquier espacio formal, debe estar dirigida más al viaje que al arraigo, más al nómada que al sedentario, porque más enseña el viaje que la estación.

Citemos, una vez más, la frase del arquitecto alemán Oswald Mathias Ungers, quien aproximándose a Borges, dice: “percibimos la ciudad a través de imágenes, de metáforas, de analogías, de modelos, de signos, de símbolos, de alegorías. La realidad corresponde a aquello que nuestra imaginación percibe como tal”10.

Las instituciones

La tercera mediación que señalamos, surge de la forma como las instituciones intervienen en el uso de la ciudad a través de su papel educador, ¿cómo interviene el Estado, la escuela, la familia, la iglesia, la empresa, en nuestra relación con la ciudad? “Un padre de familia recorre lugares de recreación un domingo en la tarde; la misma persona, sujeto de una empresa instituye un recorrido por la ciudad, un transitar para llegar a su lugar de trabajo; pero él también está inscrito dentro de un orden legal, hace un uso acorde a las reglas de convivencia, hay un respeto a las normas que favorece la idea de comunidad ciudadana; la religión lo relaciona ceremonialmente, algunos días con la ciudad; en fin, un mismo sujeto depende de sus inscripciones con diversos estamentos para socializar una relación con el espacio urbano”11. La fragmentación de la vida del ciudadano depende, por último, de las instituciones en las que está inscrito.

Regresemos un momento al concepto de práctica significante, es decir, a la constitución y a la travesía de un sistema de signos, algo que exige, para su conformación, la identidad de un sujeto hablante con una institución social que él reconoce como soporte de esa identidad. En este contexto, el YO como pronombre, adquiere una identidad lingüística, la travesía o transgresión, en palabras de Lyotard12, es una acción por medio de la cual el sujeto cuestiona las instituciones en las que antes se había reconocido pero ya no se reconoce, en un proceso que va a permitir la configuración de nuevas identidades. Esta travesía o transgresión “como mecanismo de relación con la ciudad actual, con lo institucional”, caracteriza y evidencia otra forma de nomadismo que se expresa en un constante deambular alrededor y más allá de las instituciones que fueron soporte de esa ciudad que la modernidad definió como “un agregado poblacional organizado y localizado territorialmente ”.

El Estado, la familia y la religión, en forma coincidente, se han señalado durante toda la investigación urbana tradicional como fuentes de control de las relaciones de producción, privilegiando la instancia unificante (aquella que lleva a la constitución del signo aceptado) contra la transgresión, la travesía, la transversalidad, lo patológico, todos rasgos propios de la actual ciudad fragmentada. La neurosis opera por desaprobación del deseo y/o del significante13. Como contraparte de lo institucional hay que señalar la función subversiva del arte, es decir, su capacidad motivante para embarcarnos en la travesía. Porque si el arte no induce a la travesía, se fetichiza a través de lo estético, se institucionaliza, muere en el significante. Por este motivo, las acciones educativas como Arte para Bogotá, la experiencia que realizó el Instituto Distrital de Cultura y Turismo en 1995 permitieron ver y entender la ciudad, sus enseñanzas y, recíprocamente, los alcances de la relación educación-cultura ciudadana.

Porque transgredir al significante, lanzarse a la travesía que nos lleva más allá de él, incorpora una nueva categoría: la transversalidad14, contraria a la verticalidad de lo jerárquico, de lo institucional, de los programas educativos enmarcados en el pensamiento conductista. Finalmente, hay que destacar que nos enseñaron a ver, en la ciudad, el resultado de los procesos pero no los procesos.


Citas

1 Darcy Ribeiro, El proceso civilizatorio (1968), México, Ed. Extemporáneos, 1976.

2 Julia Kristeva, “Práctica significante y modo de producción. (1975), en: Travesía de los signos, Madrid, Aurora, 1985.

3 Educación para el desarrollo, Misión de Ciencia, educación y desarrollo. Capítulo trabajado por Carlos Eduardo Vasco, Bogotá, 1992.

4 Christian Norberg-Schulz, Significato nell. Architettura Occidentale (1974), Milán, Electa, 1977.

5 Jean Baudrillard, “La precesión de los simulacros “ (1978), en: Cultura y simulacro. Kairós. Barcelona, 1981.

6 F. Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos (1988), Medellín, Bedout, 1972.

7 Gianni Vattimo, La sociedad transparente (1989), Barcelona, Paidós, 1994.

8 Julia Kristeva, Ibid.

9Manuel E. Vázquez, Ciudad de la memoria, infancia de Walter Benjamin, Valencia, Novatores, 1996.

10 Oswald Mathias Ungers, Morphology. City Methafors. Londres, Architectural Association, 1984.

11 J.C. Pérgolis, L.F. Orduz, H.D. Moreno, La ciudad de los milagros y las fiestas, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1998.

12 Jean Francoise Lyotard, Dérive á partir de Marx et Freud, París, Union Générale d.Editions, Collection, 1973.

13 Julia Kristeva, Lo Vreal, en Seminario “Verdad y verosimilitud del texto psicótico”, París, Hospital de la Ciudad Universitaria, 1976-77.

14 Michel Serres. Atlas (1994), Madrid, 1995.


Bibliografía

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  2. Educación para el desarrollo, Misión de Ciencia, educación y desarrollo. Capítulo trabajado por Carlos Eduardo Vasco, Bogotá, 1992.
  3. KRISTEVA Julia, “Práctica significante y modo de producción. (1975), en: Travesía de los signos, Madrid, Aurora, 1985.
  4. ________, Ibid
  5. ________, Lo Vreal, en Seminario “Verdad y verosimilitud del texto psicótico”, París, Hospital de la Ciudad Universitaria, 1976-77.
  6. LYOTARD Jean Francoise. Dérive á partir de Marx et Freud, París, Union Générale d.Editions, Collection, 1973.
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  8. NIETZSCHE F., El crepúsculo de los ídolos (1888), Medellín, Bedout, 1972.
  9. NORBERG-SCHULZ Christian, Significato nell’Architettura Occidentale (1974), Milán, Electa, 1977.
  10. PÉRGOLIS J.C., L. F. Orduz, H. D. Moreno La ciudad de los milagros y las fiestas. Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1998.
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