Viaje al Palenque Caribe de Ana M. Hoyos*
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Viaje al Palenque Caribe de Ana M. Hoyos
Travel to Palenque Caribe by Ana M. Hoyos
Viaje para Palenque Caribe por Ana M. Hoyos
Maria Cristina Laverde Toscano**
*Esta crónica se realiza a partir de largas horas de conversación con la Maestra y de la investigación de su obra.
**Socióloga, Directora del Departamento de Investigaciones de la Universidad Central.
Transitar por el camino de un artista consagrado despierta en el espectador diversos y entrañables sentimientos. Recorrer la obra de Ana Mercedes Hoyos nos enfrenta al proceso coherente y mesurado de una creadora que seapropió de la luz majestuosa para dar vida a objetos del entorno cotidiano.Objetos que danzan, dueños del movimiento y la sensualidad que los convierte en sagrados. El encuentro con un cuadro de esta artista se transforma así en un acto sublime de contemplación.
Esta Maestra vive hoy en función de su trabajo las veinticuatro horas de cada día: sus viajes continuos tienen que ver siempre con sus labores artísticas en Nueva York, con sus exposiciones en los más disímiles puntos del planeta, con su anhelo ferviente de conocer lo que grandes maestros de la plástica universal muestran en famosos museos y galerías del mundo. Así preserva la riqueza de esa relación constante en su obra entre temáticas locales y estilos y lenguajes contemporáneos e internacionales. En Bogotá, la vida de Ana Mercedes Hoyos transcurre alderredor de su taller donde infatigablemente lleva al lienzo sólo algunos de los múltiples proyectos que invaden su creativa imaginación. Los pocos compromisos que acepta giran también en torno al trabajo, al igual que sus amigos con quienes comparte actividades y labores de su quehacer artístico. Al final, como ella afirma «… todo se me vuelve el mismo cuento».
Su obra, sin sobresaltos, se ha desenvuelto entre lo abstracto y lo realista logrando convertir a la geometría en el eje de su creación. Basta una mirada a las distintas etapas de su desarrollo para corroborar esta aseveración: las figuras humanas de los primeros períodos que en el último tiempo reaparecen; los buses y vallas de su paso por el «Arte Pop»; las ventanas y las puertas de colores tenues y controlados que progresivamente se cierran hasta ocultar los objetos de los entornos internos y externos que antes, misteriosamente, dejaban entrever; en su clausura definitiva, logra Ana Mercedes desligarse de la referencia al objeto; el retorno a la «realidad» con la sacra Laguna de Guatavita; la etapa dedicada a la recreación de obras de quienes han sido sus maestros desde el Renacimiento hasta épocas recientes; esta fue la antesala del período fecundo de su propios bodegones de colores intensos: los Bodegones de Palenque que, transformándose progresivamente, perviven en manifestaciones diversas de esa cultura alucinante.
Es a partir de estos Bodegones cuando Ana Mercedes Hoyos adquiere su lenguaje particular, donde es dueña de su voz propia. Bodegones imponentes que la inducen, en arduo proceso de investigación, al mundo fantástico de la cultura Palenque. Penetró su alma hasta encontrarse con Domingo Bioho y comprender la grandeza de un pueblo que en defensa de la vida, de sus tradiciones y de su libertad, ha librado las más cruentas batallas. Un pueblo que ha preservado en mucho sus raíces africanas amalgamando en mágico sincretismo sus ritos, sus creencias, sus costumbres, su religión y su lengua con aquellas provenientes de las culturas indígena y española. Ello explica la infinita riqueza de Palenque como un pueblo pleno de posibilidades: las posibilidades inmensas del mestizaje americano.
La transformación de este período implica el retorno acompasado a la figura humana que, en principio, se insinúa a través de sombras; luego, los brazos o las piernas de ébano de las palenqueras; sus faldas en vuelo, el movimiento sensual de sus caderas. Hasta cuando un buen día irrumpe la figura solemne de «Lola», una palenquera que, adornada con los colores de nuestra bandera, orgullosa muestra la belleza de su raza. Desde hace algunos años, técnicamente apoya su trabajo en la fotografía, convertida en «memoria» de su proceso, parte de la travesía que le permite llevar al lienzo imágenes de profundo realismo pero despojadas de lo aledaño.
De esta manera llega al momento de hoy: por una parte, las «Sandías de la Cordialidad», pintadas en formatos pequeños o grandes, no importa, pero dotadas de maravillosa monumentalidad. «Se trata de rescatar el objeto otorgándole la dimensión que le infunda respeto». Paralelamente, las «Fiestas de San Basilio de Palenque» en donde, una vez más, se solaza inmersa en las ilimitadas expresiones de esta cultura. Llega a sus fiestas que son fiestas religiosas invadidas por dioses y santos afroamericanos; festejos a los que acuden sus héroes: Pambelé y el boxeo están presentes porque recogen, me atrevo a afirmar, la historia de un pueblo en el que la lucha, la guerra y la confrontación han sido la constante. Así incursiona Ana Mercedes en el tema de la religiosidad Palenque en el cual sus indagaciones socioantropológicas, sus destrezas técnicas y su inagotable imaginación creadora permitirán, sin lugar a dudas, nuevas obras de incalculable valor artístico y, a su vez, testimonios de un momento histórico que reclama hondas transformaciones al servicio de la igualdad en la diferencia.
La educación de las niñas
Ana Mercedes Hoyos creció con su única hermana en el seno de una familia convencional y burguesa. Su padre, Manuel José Hoyos, fue un famoso arquitecto bogotano; su madre, Ester Mejía, una ama de casa formada en las más rancias tradiciones. Los dos rodearon a sus hijas de inmenso amor, de cuidados sin límites y la preocupación fundamental radicaba en educarlas como se debía educar a las «niñas bien» de entonces: prepararlas para la meta única de la mujer, esto es, para el matrimonio. En consecuencia, cuantos conocimientos pudieran adquirir para «adornar» su condición de apetecidas esposas y madres, eran bienvenidos. «Le daban a una todas las alternativas para conseguir un buen marido», señala la pintora.
Quince años estudió en el Mary Mount, un colegio donde pudo vivir en plenitud esos años definitivos de la infancia y la adolescencia. Era un lugar, afirma, «… donde nos educaban para ser felices. Se estudiaba poco y se pasaba rico». Por esto y por su querida familia, recuerda con gran cariño ese período de su vida. Ciertamente la formación académica no era la mejor; ni siquiera recibían el título de bachiller, indispensable para acceder formalmente a la universidad. Además, se declara como «una pésima estudiante » que a duras penas logró sobresalir en dibujo.
Estas carencias, sin embargo, fueron colmadas por las apetencias artísticas de su padre y por el deseo de que sus hijas conocieran temprano otros mundos, «ilustrándose » con diversas manifestaciones del arte. Cuando Ana Mercedes tenía escasos nueve años, realizan el primero de muchos viajes a Europa. Asisten a los más selectos conciertos, recorren lugares históricos, visitan los mejores museos y galerías. Esta niña, desde entonces, empezó a asombrarse ante «Las Meninas» de Velásquez, «Los Girasoles » de Van Gogh o el «Jarrón azul» de Cézanne». Cada regreso a su país significaba la nostalgia por la distancia de tanta maravilla. Aquí empieza a sentir su vocación y a interesarse por cuanto libro de arte estuviera a su alcance.
Tenía catorce años cuando sus padres, reconociendo las habilidades pictóricas de Ana Mercedes y ante las súplicas de la jovencita, decidieron que, con un grupo de niñas, tomaran clases de pintura con Luciano Jaramillo, conocido de la familia por cuanto los padres del pintor eran amigos del matrimonio Hoyos. Acababa de llegar de París «… super bohemio y buen mozo como él sólo -enfatiza nuestra Maestra- entonces las niñas en lugar de atender a sus enseñanzas, terminamos enamoradísimas y nos quitaron a Luciano …». Hasta aquí llegaron las clases de pintura patrocinadas por sus progenitores.
De la Universidad de los Andes a la universidad de la vida
Una vez termina sus estudios secundarios decide irremediablemente entrar en el mundo del arte. Como no puede -y tampoco le interesa- matricularse en una carrera por carecer del título de Bachiller, opta por los cursos libres de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de los Andes. Lo mismo haría a los pocos meses, y simultáneamente, en la Universidad Nacional. ¡Y aquí fue troya con la familia! No podían aceptar que una niña «tan culta, tan bien educada y de tan buena procedencia» pudiera acercarse a semejante ambiente, antesala de la perdición. Peor aún cuando Ana Mercedes empezó a llegar a casa acompañada de tan deslucidos compañeros de mochila y cabellos largos: ¡el horror total!.
Tuvo diversos y notables profesores pero ninguno -a su juicio- marcó definitivamente su trabajo artístico. Quizás influyó el chileno Enrique Serda, en la perspectiva del arquitecto que da lecciones sobre composición, equilibrio, relación y fusión de los distintos elementos plásticos. «En técnicas -considera la artista- es muy difícil enseñar porque, en pintura sobre todo, son muy personales y cada quien debe buscar su propia expresión. Cada cuadro es una aventura que demanda soluciones diferentes. No existen fórmulas ».
Con los demás profesores de los Andes -señala- «… había un conflicto de intereses. Todos eran muy buenos artistas y un buen artista, con contadas excepciones, no es un buen maestro: termina compitiendo con el alumno». En la Universidad Nacional, la diferencia la marcaban los estudiantes: con humildad asistían a aprender, en contraste con la prepotencia del andino.
Su gran fortuna radicó en tener como profesora a Marta Traba en las dos universidades. Ana Mercedes, con la avidez de la discípula, la perseguía a donde aquella iba. En el primer semestre fue su peor alumna. En el segundo, cuando estaba a punto de sacarla del curso, le presentó el mejor trabajo y allí nació una gran amistad que se convirtió en motivo adicional de preocupación familiar: además de pertenecer al mundo del arte Marta era comunista y esto significaba una amenaza permanente.
Marta Traba no sólo influyó en su determinación de convertirse en artista sino también pesó en su concepción del arte ubicado siempre en contextos políticos, económicos, sociales y culturales. De otra parte, ella sabía diferenciar su condición de profesora, que ejercía con excelencia, de su calidad de crítica que impartía sin contemplaciones. Con Ana Mercedes, a pesar de profundas diferencias conceptuales cristalizadas más adelante y consignadas en cartas cruzadas que nuestra artista guarda y nunca mostrará, Traba fue por regla respetuosa. Elogiosa en algunos momentos y en abierto desacuerdo frente a sus etapas de Ventanas y Atmósferas.
En términos generales, la academia -como lo presentía y hoy lo corrobora- no fue lo más positivo para Ana Mercedes Hoyos. Por eso le interesó más la investigación, temática y técnica, que realiza por iniciativa personal. Como infatigable lectora se introdujo en la historia del arte. El estudio del Barroco desde Caravaggio hasta Zurbarán, Velásquez, Goya… ha sido una de sus grandes pasiones. «El arte -indica- es un proceso tan universal que empieza en sus orígenes y termina hoy. Así hay que estudiarlo, profundizando en aquellos períodos que por miles de razones le interesen a una en un momento determinado».
Pero no sólo estos temas ocupan su laboriosa indagación. Le interesa la historia, particularmente de las culturas prehispánicas y del famoso «encuentro» de América y Europa. Allí ha identificado símbolos sagrados americanos que han sido recreados en sus pinturas: las lagunas y los papagayos que, como mascotas de nuestros indígenas, tanta admiración despertaran en Colón, como lo señala en sus crónicas.
Por todo esto Hoyos considera que «me gradué en la universidad de la vida a la cual aún pertenezco». Piensa que la formación es un proceso permanente si se quiere ser un buen artista y estar en la vanguardia. De aquí que en los últimos quince años ha viajado a las mejores exposiciones de la plástica en el mundo y no hay libro que llegue a sus manos y no sea consumido con fervor.
En esta primera etapa de formación, por razones obvias, carecía de «una habitación propia». Vivía como estudiante hija de una familia que reñía con su opción. Debía entonces acudir al estudio de sus amigos para pintar sus figuras humanas, obras que hoy considera «son pésimos cuadros ». Uno de ellos, al óleo y con gran firma de la artista, se encuentra en la casa de unos primos a quienes les suplica el cambio por la obra que ellos consideren. Para frustración de la Maestra, no ha logrado convencerlos.
La liberación por el matrimonio
El mundo de Ana Mercedes era ya el mundo del arte. Sus labores cotidianas, sus aficiones, sus amigos y sus fiestas, pertenecen a él. En uno de estos jolgorios conoce a Jacques Mosseri, un brillante arquitecto, bohemio, colombiano-judío de ancestros griegos, franceses e italianos, con quien inicia un romance que a los dos meses los conduce a Nueva York para casarse por lo civil. Otro acontecimiento nefasto para tan golpeada familia la cual, no obstante, al comprender la afinidad de intereses de la pareja, cede en su oposición. Así pudieron contar con el apoyo irrestricto de los padres de la novia.
En Nueva York viven un tiempo y al regresar, por fin nuestra Maestra cuenta con un espacio propio y logra su pequeño taller en el cual empieza en forma su vida profesional y una relación de pareja que ha significado el enriquecimiento mutuo.
Pero no fueron el matrimonio en sí ni la influencia de su marido arquitecto los factores que dieron nuevo rumbo a la obra de esta artista, como lo señalan algunos de sus críticos. Fue el nacimiento de Ana: «A mí me criaron entre algodones y eso me impedía ver dificultad alguna. Cuando la niña nace me veo enfrentada a una serie de responsabilidades que, al asumirlas, vuelven mi vida organizada. Curiosamente, después de la muerte de mi papá llegan nuevas obligaciones, hasta económicas, y ahí sí me organicé del todo». Desde entonces ella maneja sus propias finanzas y aún las de Jacques, encontrándole gusto a esta nueva división del trabajo.
De cualquier manera, Ana cambió su vida: «lo mejor que me ha sucedido es mi hija y me arrepiento de no haber tenido más. La presión del trabajo y mi interés en él me lo impidieron». En verdad esta experiencia vital en Ana Mercedes, se hace presente en su obra ordenándola, dotándola de conceptos arquitectónicos en los que la geometría empieza a ocupar lugar fundamental.
Etapas de una travesía
De las figuras humanas al «Arte Pop»
Los primeros dibujos y pinturas de la artista giran en torno a la figura humana, especialmente niños; se sentía aquí algún ascendente del fenómeno Botero que por aquel entonces empezaba a imponer su lenguaje de figuras regordetas. Con túneles y laberintos de tintes surrealistas se aproxima al lugar de las ambientaciones y obtiene el Primer Puesto (1968) en la exposición «Espacios Ambientales», organizada por Marta Traba. Ya en ese momento la manifestación de lo local, lo nuestro, es palpable a través de los paisajes urbanos alusivos a las montañas y cielos bogotanos que se asoman y penetran sus laberintos y sus puertas.
En su estadía en Nueva York (1967) goza intensamente el auge del «Arte Pop» cuyas temáticas consumistas y sus técnicas, dentro de los márgenes de autonomía que han caracterizado a nuestra pintora, influyen en su proceso. A través de su entrañable amigo Luis Blanco, se le abre la oportunidad maravillosa y única de trabajar cerca a Andy Warhol, Papa del movimiento Pop y, a juicio de Ana Mercedes, uno de los más importantes artistas del siglo XX. «El no sólo pintaba; en su taller realizaba impresos que coloreaba: eran ideas impresas que después se volvían pura iconografía». Con el grupo de este famoso pintor y en sus talleres, realiza su primer gran trabajo gráfico en tanto fueron ellos quienes elevaron el «screen» al estatus del arte. Antes, ella utilizó la serigrafía en Colombia pero apelando a su manejo industrial.
De este modo sus vallas y buses emergen elaborados en grandes formatos, en policromías planas desde ya al servicio de la luz, cuya génesis indudable es el colorido de los decorados vivos en la imaginería popular y en los que la geometría camina con paso firme empezando a definir la obra. Aparecen «como un trabajo de reportería gráfica que permite una lectura inmediata, fácil, que llegue sin mediaciones al público como ha sido mi propósito» - afirma Ana Mercedes-.
Ventanas y puertas que se cierran
Sin quiebres ni rupturas, hacia fines de los sesenta Ana Mercedes Hoyos inicia la etapa de sus Ventanas y Puertas que desarrollará durante cerca de una década. Son estructuras geométricas y realistas cuyas dimensiones, creciendo progresivamente, se aproximan al tamaño concreto de estos artefactos; elaboradas en gamas de colores tenues, en los que el espacio se va convirtiendo en elemento fundamental. En sus inicios, enseñan las nubes y los cielos diurnos o nocturnos del entorno de nuestra Maestra, jugando los azules un lugar privilegiado. A través del vidrio de algunas de sus primeras puertas, se observan objetos de la cotidianidad doméstica.
Progresivamente, montañas y firmamentos van desapareciendo para anidar la luz que evoca los días o las noches a través de resquicios que irremediablemente van clausurando las Ventanas en el marco de un conjunto rigurosamente ordenado por los mandatos de la geometría. Todo envuelto en un halo de misterio y en la cadencia de la poesía. Llega el momento en que esa luz se reduce a una línea blanca sobre el lienzo y la Ventana se cierra. Se condena en definitiva cuando el cuadro es un negro o un blanco colmado, rompiendo con sobriedad la referencia al objeto y ubicándose en la más clara abstracción.
La crítica es implacable. Muchos, como Marta Traba, consideran a la artista en la antesala de la locura, confinando su obra a la que esta crítica denominara «la cultura gato».
De las Atmósferas a las Lagunas
Las Atmósferas aparecen como ventanas reducidas al marco de unos cuadros invadidos por cielos blancos o azules que los cubren desde cada amanecer hasta el crepúsculo: «Son -señala Ana Mercedes- los cielos de Bogotá ». Sin pretexto alguno busca encontrarse con la luz como una de sus más caras inquietudes. Esa la luz y los efectos que ella produce según el cielo al que se refiera. Por ello sus lienzos, una vez más, se ven ocupados por colores tersos en busca del infinito. En algunos cuadros se vislumbran tenues gamas que definen planos diferentes. Sus formatos crecen hasta alcanzar, algunos, los tres metros.
En contraste con la crítica internacional que acoge entusiasmada la obra de esta etapa, otorgándole incluso diversos premios, la nacional se ensaña nuevamente: «los cuadros de Ana Mercedes Hoyos -llegaron con sarcasmo a afirmar- son excelentes para pintar otro encima». Muchos no entendían su obra hasta el extremo de que el cuadro ganador del Primer Premio en el Salón Nacional de 1978, fuera colgado verticalmente en un Salón realizado en la ciudad de Tunja. Pocos percibieron, como lo señala Ana Mercedes, «… que el cielo entonces cambió de lugar, arrinconándosele a un lado del cuadro».
Hacia 1980, aún invadida por la luz, pinta su «Arco Iris» de colores luminosos, anunciando el descenso a la laguna. Paisajes y ríos con alusiones claras a lo local, hacen parte del primer período de esta etapa; elaborados en tonos de azul intenso y cielos blancos a manera de aureolas, premonitorios de nuevos manejos cromáticos. Así llega a la «Laguna de Guatavita», una «pintura abstracta pero realista ». La curva, que había quedado tímida en las nubes de sus ventanas, reaparece con ímpetu. «Toda mi vida - explica la maestra- me ha interesado el close up, entonces, en lugar de pintar el cielo visto a través de árboles y montañas, me voy directamente a él o le tomo un pedacito; o uno del río Magdalena. Así, los planos se vuelven uno liviano y otro pesado, que es lo más abstracto que te puedas imaginar. Allí empieza a obsesionarme el círculo y la geometría se enaltece». Círculos que van disminuyendo de tamaño a medida que se acercan al centro de la obra.
En este lenguaje arriban luego sus «Flores de Luto», homenaje a Marta Traba quien falleciera en 1983. Y de los Girasoles de intensos amarillos a naranja, pasa a sus Girasoles en concreto coloreado, esculturas con las cuales tiene el proyecto de sembrar un día un bello jardín.
El camino hacia su propio bodegón
Prosigue el camino de nuevas búsquedas y definiciones en la recreación de la obra de quienes considera sus grandes maestros. Investiga, estudia y recorre visualmente la historia del arte, penetrando aquellas obras que colman sus inquietudes; las convierte así en tema de sus propias creaciones.
«Me devuelvo a la historia del arte para indagar sobre él. Recorrí siglos reinterpretando la obra de importantes maestros hasta llegar a Caravaggio que para mí es el origen de grandes cambios en el arte. Con él empezó el modernismo y éste termina en el cubismo. Nunca me metí con Velásquez, por ejemplo, pero sí con Zurbarán; recreando sus bodegones y naranjas -que al final eran círculos concéntricos- encontré en él la parte de la geometría que me interesaba. Y Jawlensky que también con sus bodegones imponentes me incita al regreso de los fuertes contrastes. Gauguin y Van Gogh, los dos trabajando con el espacio desde concepciones del arte diametralmente opuestas, me conducen a Cézzane quien, como lo afirmó Picasso, es el padre de ese cubismo que, a la postre, es lo que persigo obstinadamente en la recreación de sus cuadros».
El círculo se torna inquietante para Ana Mercedes Hoyos. «Ese espacio del círculo le transforma a una la cabeza», señala. Y las respuestas están en el cubismo, en la geometría y, en consecuencia, en Cézzane. Por eso a partir de sus círculos de la obra anterior y en la misma gama de amarillos, elabora su «Florero de Girasoles» (1986) como un paso en el camino y como un homenaje a Van Gogh. Por los mismos años (1984 - 1986) concibe en grandes formatos, como casi todos los de este período, a partir de Caravaggio y en un reconocimiento a él, seguramente, diferentes versiones al óleo de «El Primer Bodegón en la Historia del Arte». Acudiendo al taller de Warhol en Nueva York, realiza una gran serigrafía con esta temática, reproducida a mamparo de sus propios criterios. Nuestra Maestra en este proceso se apropia con absoluta autonomía de muchos de los avances fundamentales en la historia del arte y demuestra, además, la total vigencia de las obras de los grandes Maestros. Recorre tantos bodegones -tema perenne de la pintura universal- que, cuando se encuentra las palanganas de Cartagena se dijo, «llegó el turno de pintar el Bodegón de Colombia. Llegó el momento de pintar mi propio Bodegón».
Los bodegones de Palenque
Un buen día contemplando el cielo transparente de Cartagena, los azules intensos de su mar y sintiendo la arena en su piel, redescubre de pronto a una de tantas vendedoras de frutas que rodean a los turistas: los colores de esas frutas y sus cortes, la manera como las organizan en las palanganas, el hecho de poderlas cargar sobre la cabeza en perfecto equilibrio. «Eso no lo hacen sino ellas. Y allí estaba todo. Encontré el cubismo en unas palanganas y me dediqué a investigar. Me metí en mi país y en una de sus más maravillosas culturas».
Ciertamente, Palenque es el primer pueblo libre de América. Era un fuerte y era un refugio de esos cimarrones amantes de la libertad. Por ello lograron preservar en mucho esa cultura, dueña de mágicas expresiones: sus ritos, en torno a la muerte y a la vida, sus prácticas de sanación, sus creencias, sus costumbres, sus estrategias de supervivencia, sus fiestas y sus danzas, su lengua y su religión, todos como actos de creación y recreación cultural con hondas raíces africanas que se encuentran y entrelazan con elementos de las culturas indígena y española, dando lugar a un rico mestizaje. La Maestra tenía la certeza de que a través de sus bodegones conocería su cultura … «Ellos son Africa y siguen siéndolo -afirma-. Y justo en Africa se inspiró Picasso para desarrollar su cubismo. Y el bodegón era la conclusión perfecta del cubismo; al mismo tiempo este bodegón estaba ubicado dentro de una luz, dentro de un espacio, dentro de un tiempo que eran míos. No de Zurbarán. Pero su geometría estaba en los bodegones de Palenque porque estos son más geometría que Zurbarán…». Las palanganas fueron el modelo de sus bodegones no sólo visualmente sino desde el punto de vista social. Es el mismo bodegón popular con el que se inició el Barroco «… que era lo que me interesaba; además poseía todas las connotaciones formales que necesitaba - enfatiza Ana Mercedes-. Fueron muchas coincidencias las que me llevaron a esta temática. La palabra bodegón viene precisamente de «pintura de bodeguilla», término peyorativo dado a las pinturas de Velásquez por pintar escenas de la vida cotidiana popular».
De otra parte, la escena de las palanganas visualmente le resultaba bella; envuelta en el ritual del pregón para incitar a la venta, era aún más seductora. Son pregones de viejos ancestros unos, y otros, creaciones recientes de la imaginería popular, a la manera de Bola de Nieve: «Cómprenme los merenguitos que son como bonitos, tan dulces como la miel …».
El bodegón en sí mismo no le interesaba, sino como elemento de una cultura universal que se encarnó en un sitio y adquirió todas las características de lo nuestro. Documentos que convocan a la reflexión, cuidando con rigurosidad el manejo plástico y estético de cada obra. La Maestra nos hizo dueños de esos bodegones al darles permanencia en un discurso novedoso apoyado en la fotografía; ésta utilizada como parte del proceso, como «memoria » que, al llevarla al lienzo, altera a su voluntad despojándola de lo superfluo. Por eso la luz se impone con fuerza y la referencia local involucra los colores de nuestra bandera. Además, cualquier accesorio que surja: vestidos, adornos, ademanes, pertenecen a esta cultura y sólo a ésta. Son obras de profundo realismo meduladas, en formas y composición, según los mandatos del constructivismo geométrico. Bodegones de frutas diversas en policromías que responden a sus colores de origen; elementos cotidianos y frutas individuales, jugosas y frescas, dotadas de la monumentalidad que Ana Mercedes Hoyos sabe asignar a los objetos que recrea en sus lienzos.
Los bodegones de palanganas la llevaron a los mercados de Bazurto y a las palenqueras donde reaparece pausadamente la figura humana hasta que irrumpe con decisión conduciéndola hoy a otras manifestaciones de la cultura Palenque; porque como ella lo afirma, «si tuviera cinco personas dentro, aún no alcanzaría a pintar cuanto bulle en mi imaginación».
«Lola», una Palenquera en Domingo
Decíamos antes que la fotografía, desde hace algunos años, se convierte en parte fundamental del proceso creador de Ana Mercedes Hoyos. Son, en el taller, el testimonio «vivo» de la realidad que quiere recrear en sus obras; en absoluta libertad se aleja de los detalles que atrapa la cámara y grandes espacios de sus lienzos se ven frecuentados por los colores intensos del Caribe colombiano, contrastando con los tenues de sus Ventanas y Atmósferas anteriores.
A los palenques les molesta la fotografía que los mira como «curiosos» elementos de nuestro folclor. Ellos, contrario a la apariencia, son reservados y hasta introvertidos. Es uno de los mecanismos, considero, en defensa de las raíces. Por ello Ana Mercedes tuvo que iniciar un proceso de acercamiento que en muchos casos la llevó al compadrazgo. Tomaba las fotografías que revelaba al momento, devolviéndolas a sus mujeres protagonistas quienes en corrillo reían en jocosos comentarios.
Con su cámara se desplazó de las playas de Cartagena al mercado de Bazurto para conocer y sentir el lugar donde adornaban las palanganas con sus cortes de jugosas frutas, rodeadas por el frasco para el aceite de coco, el cuchillo con cabos de colores diversos y el vaso para refrescarlas ante el sol ardiente. «El que hallo en Bazurto no es el bodegón que se mueve por las playas de Cartagena. Aquí permanece estático. El movimiento es el de las palenqueras en acción, cumpliendo diferentes funciones. Por ello el elemento humano empieza a cobrar notable importancia», enfatiza la pintora.
Estas escenas magníficas de Bazurto conducen a bodegones en los que comienzan las palenqueras a insinuarse en sombras, reapareciendo en su obra la figura humana. Sosegadamente, en la cadencia de un cuadro a otro, se inicia su aparición; con ésta el ritmo Caribe, el donaire de una raza y el lugar de sus mujeres, se convierten en testimonio histórico y estético de una parte de nuestra historia.
En este caminar recala a las «Palenqueras en Domingo ». Ellas, engalanadas con ropas y adornos multicolores, se encuentran y conversan en la cotidianidad de sus ventas. Y son atrapadas en las nuevas y luminosas policromías de la Maestra. Negros y descubiertos brazos que trabajan; faldas al viento de las que emergen piernas sentadas enmarcando palanganas; espaldas erguidas como aval del equilibrio a guardar con las frutas en la cabeza; pies descalzos o cubiertos con zapatos de texturas fucsias; vestidos llanos que dejan entrever las formas redondeadas y sensuales de sus cuerpos; delantales de rayas intensas rematando en manojos de flores rojas; uñas carmesí, collares, aretes; y hasta cajones de madera burda, soporte de las palanganas. Todos o algunos de estos elementos en juego hacen parte de las obras en las que advienen las palenqueras. Es la técnica que utilizaron impresionistas famosos como Manet, Degas o Monet, quienes insinuando la presencia de un individuo al mostrarnos sólo una parte del cuerpo, sugieren su dinamismo.
Apelando a sus close up, en unos momentos los materiales de los atuendos palenques se enaltecen; en otros, las figuras humanas comienzan a cobrar fuerza desplazando frutas y utensilios hasta cuando irrumpe el rostro de «Lola» (1989), ataviado con los colores de nuestra bandera y enmarcado en el azul Caribe. Con ella abre las puertas a escenas comunes en las que caben completas sus mujeres de palenque; la abre también al ascenso de «Zenaida» (1990). «`Lola’ y `Zenaida’» son dos cuadros identidad de una cultura -apunta Ana Mercedes-. Por eso son sólo dos. No me interesa el retrato por el retrato. Me importa lo que ellos simbolizan en términos culturales y por esto trascienden lo meramente estético».
Son pinturas de un hondo realismo, concebidas y guiadas desde la geometría porque, como reitera la pintora, «… el raciocinio geométrico orienta mis trabajos en todas sus etapas. No sé ni me interesa la anatomía y jamás, en consecuencia, pienso en términos del húmero o el omoplato». Igual durante este período, cada fruta monumental puede ser motivo de un cuadro en el que la dimensión del objeto lo aleja de la realidad concreta a la vez que lo «describe» inmerso en la riqueza conceptual de la artista, en su libertad creadora y en su preocupación por la esencia de lo recreado, «que implica la total abstracción de cuanto miro».
Son los factores que hacen posible la estancia de nuestras «raíces» en composiciones cromáticas prodigiosas que han recibido el aplauso unánime de la crítica internacional. Por ello sus «Bodegones de Palenque», sus «Palenqueras en Domingo», «Lola» y «Zenaida», han desfilado ya por importantes museos y galerías del planeta.
La Fiesta de San Basilio de Palenque
Recorriendo la Carretera de la Cordialidad, entre Barranquilla y Cartagena, nuestra artista da con los puestos de frutas en los que venden zumosas y rojas sandías que despiertan su curiosidad, de la misma manera que los platos esmaltados que las exhiben. Con el permiso de sus vendedores toma mil fotografías desde ángulos inimaginables, ante la mirada entre compasiva y burlona de sus dueños: pensaban que estaba definitivamente loca. Observando estas frutas comprende que su origen ya no es Palenque y avanza en el descubrimiento de nuevos elementos.
Aparece así la serie de las «Sandías de la Cordialidad » (1992); son sandías que gradualmente adquieren dimensión universal. Descubre que pueden proceder de Barranquilla o de alguna ciudad mexicana; igual el plato adornado en el que se les coloca puede ser español o alemán. Sin embargo, las sandías que pinta a partir de aquí están dotadas de la identidad que proviene de su calidad de artista colombiana. En adelante, «… cualquier sandía que yo lleve a un cuadro va a tener el sello mío». Son las sandías de Ana Mercedes Hoyos.
Una tajada de esta fruta fresca u otra cortada en dos partes, pintadas en grandes formatos -sólo unas pocas pequeñas- cobran la monumentalidad que ella sabe otorgarles. En gamas de rojos intensos salpicados por las semillas negras; rodeadas de superficies blancas o en policromías entre amarillos y verdes; enmarcadas por un halo ligero, evocador del plato en el que reposan. Son sandías poseedoras, sin lugar a dudas, de un lenguaje conceptual y estéticamente universal.
Al tiempo que desarrolla esta serie sale del mercado de Bazurto con la necesidad de llegar a Palenque. Le resulta imperativo conocer sus formas de vida en el seno de su propia cultura. Es el compromiso de una artista con un pueblo al que ama. Recorre sus calles y penetra sus costumbres en la vida de tantos amigos que la acogen con inmenso cariño: logró la amistad de familias completas y hoy es la madrina de parejas, de niñas y niños que la reconocen como a uno de los mejores voceros y defensores de su cultura. De esta manera toma puerto en las dos fiestas más populares del poblado: la de la Virgen y la Fiesta de San Basilio de Palenque para las cuales el pueblo, sus habitantes y allegados, se preparan durante todo el año.
«La Fiesta -indica Ana Mercedes- es un tema universal. Pero la de San Basilio es la de la celebración de su Santo y en ella aparecen manifestaciones diversas de su cultura: el vestido y el ritmo de su movimiento que es casi un baile; el tambor, los juegos, las procesiones…» En este último ámbito emerge el elemento religioso al cual apenas se aproxima. En la procesión, el protagonista es San Basilio y los «cuagros» de niños y niñas marchan ataviados con sus mejores galas, llevando las cintas del pabellón. El vestido de cada mujer debe costar el trabajo de muchos días y las que no lo logran asisten con el uniforme de colegialas.
Trajes festivos de los que nacen piernas y brazos de jóvenes palenqueras se trasladan, en imponentes formatos, a los óleos de nuestra Maestra: ciñendo sus talles alzan el vuelo desde las caderas en amplias faldas plisadas o recogidas en pliegues; colores, las más de las veces, en tonos pasteles y algunos, en azules, rojos o amarillos intensos, adornados con encajes y cintas que avivan el movimiento cadencioso de estos cuerpos sensuales y bellos. La expresión cultural de las mujeres palenques, a través de formas volumétricas de infinita plasticidad y riqueza cromática, es lo que Ana Mercedes Hoyos busca recrear en sus lienzos.
A la Fiesta de San Basilio de Palenque acude la banda de guerra del pueblo vecino y el tambor se convierte en nueva temática de la pintora infatigable. Envuelto en el tricolor de nuestra bandera, va adquiriendo -como Las Sandías- un lenguaje universal. Es el tambor de hondas raíces africanas, parte primordial de esta cultura y sus celebraciones porque -como lo señala Friedemann- hasta en la última noche del ritual del velorio de sus muertos «… el profundo tambor Pechiche anuncia, para tranquilidad del Cabildo, del cuadro y del pueblo, que el alma del muerto felizmente está abandonando este mundo». Así, como símbolo palenque, se signa con la impronta universal de la obra de Ana Mercedes Hoyos.
De esta manera, progresivamente se introduce al tema novedoso de la religiosidad popular del lugar. Además de San Basilio, la pintora encuentra en sus casas el culto al Sagrado Corazón, a la Vírgen de Chiquinquirá y a otras más; a José Gregorio Hernández y «… de unos años para acá, la imagen de Pambelé boxeador, que enmarcada con el mismo cuidado que el resto de los Santos, ha empezado a ocupar un lugar prominente en el firmamento Palenque »; a ellos acuden ante sus necesidades diversas a la vez que practican sus rituales y credos de origen africano.
Pambelé es el héroe del pueblo y el boxeo el deporte soñado; seguramente aquí, a más de otros factores, aflora la tradición de una cultura en esencia luchadora y guerrera como condición de supervivencia. En el poblado, una de las pocas y más grandes construcciones en cemento es justamente el gimnasio donde niños y jóvenes sueñan con las victorias de Pambelé. San Basilio como Pambelé son Palenques. Por ello también, como el boxeo, son tema de este período en el que interioriza la figura humana como símbolo cultural, como documento histórico y estético de un pueblo con el cual Ana Mercedes Hoyos guarda entrañables nexos. Con fundamento presumimos para los próximos años obras majestuosas que mostrarán al mundo tantos recodos desconocidos de esta mítica cultura.
Lenguajes de un proceso de creación
Ana Mercedes Hoyos ha sido estudiosa perenne de los temas y técnicas en los que se desenvuelve su trabajo. «Mi proceso de creación empezó -asevera- desde cuando opté por la pintura porque, desde entonces, nunca he dejado de pintar». Ante cualquier obstáculo investiga, busca la solución y los libros son sus mejores aliados. En sus viajes -con mayor razón en los períodos primeros de formación,- visita los mejores almacenes de materiales para el arte logrando aquellos que responden a sus inquietudes y demandas. La gama es tan amplia que cuando se conocen las posibilidades de cada uno se puede elegir el óptimo, según los requerimientos de las obras.
Nuestra pintora, con la ayuda de un asistente, elabora las telas para sus óleos: las importa en algodón o en lino, al igual que la base para prepararlas. De allí la textura que permite los acabados peculiares de sus cuadros. «Mi técnica -señala- en el proceso total es inventada por mí y no tengo dificultad en compartirla. Me inspira sí un profundo respetico».
El óleo como el dibujo, ocupan su mayor interés. El primero, a diferencia del acrílico que poco le atrae, es flexible y le proporciona diversas alternativas. La escultura en concreto también ha sido objeto de sus trabajos: lo tridimensional le conmueve y de hecho en sus pinturas existe un elemento escultórico «… todas se podrían volver escultura -indica- pero no me parece que se justifique. Lo hago cuando siento la necesidad, como en las Ventanas y en los Girasoles que eran más esculturas que pinturas; particularmente estas últimas me rondaban hasta cuando los convertí en volúmenes».
Elementos de su lenguaje
Tres elementos fundamentales hacen parte de su lenguaje: la luz, el espacio y el tiempo; este último aparece en etapas recientes. El color no es el color. Es luz. No lo piensa en términos de amarillo, rojo o azul sino en función de la luz. Además, «… no puedo hablar de uno de estos colores porque cada uno tiene diez ángulos. Mi problema radica en lograr que un color reaccione con otro y cree el espacio y la luz. Una `acostumbra la cabeza’ y entiende el momento en el que un cuadro reclama uno particular para alcanzar, por ejemplo, la luz del trópico».
Cuando realizaba los cuadros blancos lo hacía con libros de física a sus pies: leía, pensaba y pintaba al mismo tiempo. Era la contraposición de colores vueltos blancos: el blanco al final es la descomposición del color. Cogía uno y otro hasta que casi se confundían. Experimentaba una y otra vez y resolvía según los imperativos de sus ventanas clausuradas.
El uso reiterado del amarillo, del azul y del rojo obedece a su interés por mostrar lo colombiano. «El país -nos cuenta- pasaba por un momento difícil y yo no vivía en Colombia. Entonces la banderita se hacía presente ocupando grandes o pequeños espacios y así se quedó. Existe una intencionalidad pero manejada estéticamente».
La forma progresivamente determina el espacio y éste, a su vez, determina a la forma; es el positivo y el negativo en la pintura. Empieza a valorar el lleno y el vacío, el interior y el exterior. La línea se vuelve importante cuando logra encerrar la forma que a la vez delimita ese espacio del cual es imposible hablar sin pensar en el lleno. «Este complemento me resulta fascinante».
El elemento tiempo es preocupación reciente; a partir quizás del uso de la fotografía en su proceso. Considera que nuestros pueblos son dueños de un tiempo diferente al de los llamados países desarrollados. Puede volver a Palenque dentro de dos años y reanudar su trabajo sin dificultad; esto no lo logra una sociedad industrializada. «Es uno de los privilegios del subdesarrollo -apunta la Maestra-. Somos dueños de un tiempo diferente y mágico ». Son conceptos que aún no ha logrado aclararse del todo a pesar de percibirlos con fuerza: «Ojalá no me pase como a Marta Traba, quien murió sin entender muchos de sus planteamientos conceptuales».
La geometría para Ana Mercedes Hoyos es la construcción. Si una escultura o un cuadro no se construyen, sus elementos quedan flotando sin sentido o simplemente se caen. «No puedo pintar esa sandía -asevera- sin analizar qué está detrás y qué en el plato que la sostiene». Asi no lo pinte, ella lo imagina y a partir de esta construcción mental elabora sus cuadros.
Hasta las Ventanas y aún hasta las Atmósferas, la curva apenas se insinuaba en la pintura de nuestra artista. Trabajaba sólo con ángulos rectos y ello limitaba sus posibilidades creadoras. A partir de la «Laguna de Guatavita», un cuadro redondo, y de «Los Girasoles», la curva se introduce de lleno y se inauguran nuevos campos que incluyen el volumen en su obra. Una obra que se llena de sensualidad.
Y el humor también concurre porque como Ana Mercedes sostiene, «… los temas que elijo son inmensamente humanos. Provienen de escenas comunes y en ellos son muchos los casos divertidos. Los palenques tienen el humor a flor de piel y éste se hace presente hasta en sus movimientos». Lo mismo sucede con la sensualidad: los protagonistas de sus temas la poseen y, «… la necesito en mis cuadros hasta el nivel de lo tactil». De allí el terminado de sus obras que invita a palpar las superficies dotadas de volúmenes redondeados. Son elementos que, como los nombres de cada cuadro y etapa, provienen de la realidad que los gesta.
La pintora elabora sus obras en formatos por lo general grandes pero también pequeños; unos y otros poseen la monumentalidad que ensalza el objeto. Cuando grandes, el detalle se pierde y su pintura es abstracta y expresionista: termina viendo la abstracción de la forma. Pintar en grande le significa la necesidad de pintar en pequeño. No sólo para descansar sino para ver las cosas de manera diferente. «Es como un laboratorio -asegura-. Se cambia por la necesidad de experimentar». Generalmente una sandía de tres metros le resulta injustificada. Prefiere una pequeña que visualmente parezca de tres metros. En otras ocasiones el gran formato se impone en razón del tema complejo: reducido, se vuelve cositero y al ampliarlo se torna abstracto y lo insignificante desaparece en el imperio de la esencia.
Estos son los elementos cardinales de su lenguaje. Sin embargo, sabe que lo más importante en el arte es proveer de alma, de vida, a los objetos engendrados por el artista. La meta radica en la interioridad de la obra.
La fotografía, memoria de la realidad
Desde hace algunos años el proceso de creación de Ana Mercedes cuenta con técnicas complementarias. Primero, viene el acercamiento a la realidad elegida; el conocimiento del tema, la indagación. Luego, aparece la fotografía que ella misma toma a las escenas que le interesan: «… soy brutísima en esta técnica; uso una cámara elemental porque sólo sé mirar, enfocar y pulsar. Ni siquiera sé cambiar los rollos». Y las hace ella porque es quien sabe lo que quiere ver. De una misma escena toma mil fotografías que, reveladas, mira una y otra vez hasta seleccionar aquellas que respondan a sus inquietudes; las demás, pueden servir más adelante porque, asevera, «… una siempre vuelve y es también lo fascinante de este recurso».
De aquí pasa al dibujo donde empieza a despojar al objeto de lo suplerfluo. De una fotografía puede realizar muchos dibujos o puede unir varias fotografías para uno. Estos van al heliógrafo donde se amplían «… en formatos que me invaden. En ocasiones vienen en dos pliegos porque, como yo los quiero, no caben en uno». A partir de este momento la Maestra determina los fragmentos que le interesen y, de pronto, este fragmento, con elementos de otro dibujo o solo, vuelve al heliógrafo para someterse a nueva ampliación. Más adelante, estos fragmentos los monta en planos diferentes y «… se vuelven como en el cine, `irreales’».
En algunas oportunidades realiza con ellos collages y nuevamente estas partes ampliadas retornan al dibujo que, con protagonismo, concurre en todo el proceso de creación; a su juicio, es el alma de la pintura; además de que le apasiona, es una excelente pintora de trazo firme y definido, «… una línea me sale de una -sostiene-; no me gusta la línea despelucada». De este modo llega al pincel con el cual, al igual que en el dibujo, produce los trazos de una sola vez, «alla prima» porque sus pinturas no soportan varias capas sobre el lienzo.
En contadas ocasiones la foto proviene de un periódico o de una revista. Elige el tema con libertad universal: «La escogencia es mía y puede ser una niña de Palenque o de Nueva York. No importa».
Este proceso técnico le interesa hondamente y, por ahora, no piensa cambiarlo. La fotografía es memoria de la realidad que quiere recrear, y, además, tiene la intención social de reportería, de documento visual e histórico. Es una aproximación al arte ciertamente distinta y pertinente a América Latina porque «… es dueña de un tiempo diferente».
El paso mágico de lo inerme a la vida
Una vivencia continua de esta última etapa proviene del proceso mismo de elaboración de aquellas obras donde asiste la figura humana. «Por lo regular -dice la pintora- en un cuadro realizo primero los vestidos; cuando están listos me doy cuenta que son como muñecas inanimadas. Empiezo a pintar la «carne» y surgen los brazos y las piernas y las muñecas comienzan a cobrar vida. Adquieren movimiento. Entonces acuden a mi cabeza Pinocho y los cuentos de hadas de mi infancia. Algo parecido sucede con las caras. Primero pinto máscaras cubistas -que son máscaras africanas-. Sus ángulos me son desconocidos y los voy definiendo en la marcha. Cuando pinto los ojos y la boca sonríen y gesticulan. Descubrir este paso de lo inerme a la vida ha sido una experiencia maravillosa».
RUTINAS COTIDIANAS DE LA CREACIÓN
Por lo regular nuestra artista trabaja en las tardes hasta las horas de la noche que su cuadro reclame . Las mañanas, «como tengo que vivir en el mundo» -comenta- le implican diligencias y llamadas que distraerían la creación. La luz diurna o nocturna le es indiferente y sólo se detiene cuando los ojos se cansan. No le gusta dejar un cuadro a medio camino porque «… la cabeza se nos cambia». El medio ambiente, para bien o para mal, sí afecta la creación. La pintura que elabora en Colombia es diferente a la de Nueva York. Esta última resulta bella pero más concreta. En el invierno neoyorquino «… ese oscurecer a media tarde me aniquila» y prefiere pintar en Bogotá.
Ana Mercedes Hoyos sabe cuando un cuadro está terminado porque con frecuencia su imaginación, desde el primer momento, intuye cómo va a quedar o, cuando menos, cuáles son sus demandas. Ningún cuadro es fácil y no existen fórmulas para desarrollarlo. «Un día -nos cuenta- Jacques, mi marido, me observaba detenidamente mientras pintaba un cuadro durante muchas horas: si le daba la luz, si lograba la sombra, si el volumen respondía…. De pronto me dijo: `te veo sufriendo como si te enfrentaras a un monstruo’. Es la dificultad de la creación que, como paradoja, resulta inmensamente placentera». No obstante, sostiene que muchos artistas mienten sobre su proceso: para dificultar el arte volviéndolo tan complicado que resulte inalcanzable.
Para esta Maestra no cuenta la inspiración. Funciona, nos dice, en los artistas que trabajan poco. Aquellos disciplinados laboran todos los días y de una obra sale otra. «Si descansan un mes ciertamente tendrán que esperar a que les llegue la musa. «A mí me sucede como al Maestro Negret -anota-. Me voy de viaje por diez días y a los tres quiero regresar porque necesito pintar».
Los entornos internos y externos inciden positivamente en su trabajo: es una mujer por excelencia estable. La muerte de su gran amigo Luis Blanco (1993) le ocasionó profunda melancolía y se decía: «Si estoy triste voy a dedicar toda mi energía a pintar y, evidentemente, pintaba y pintaba con avidez total». Igual, cuando murió su madre enferma (1994). Se encontraba en Nueva York preparando una importante exposición para la semana siguiente. No debía venir a Colombia porque a pesar de la enfermedad, la situación no era alarmante. Pero una fuerza interior la trajo y a los tres días falleció doña Ester. El sábado fue el sepelio y el domingo regresó a aquella ciudad, acompañada de un hondo dolor y del luto de su alma. Realizó la exposición y con ahínco se refugió en el trabajo.
Su temperamento es en esencia alegre. Por lo regular trabaja con música; aún cuando le gusta y escucha a Mozart y la ópera en general, la popular tiene un lugar especial en su creación. «Buscando a América» de Rubén Blades, Bola de Nieve o algunas canciones de Celia Cruz que le resultan muy evocadoras. «Pongo la música, canto y bailo con la pintura: me bailo sola y pinto rico», apunta Ana Mercedes. Realizando sus Girasoles repetía una y otra vez «La Canción del Lamento» de Luis (?), quizás porque eran veintiún girasoles… En otros momentos, prefiere la compañía del silencio.
Así trabaja una gran artista dueña de un lenguaje propio desde sus «Bodegones de Palenque». Un lenguaje que se ha impuesto en Colombia y en el mundo donde se le conoce, se le respeta y se le identifica. Ha llegado ya a tener imitadores y seguidores. Diversos artistas han trabajado el tema de las culturas negras pero Ana Mercedes Hoyos realiza su propia aproximación. Parte de elementos de lo nuestro que universaliza en tanto pueden competir con la fuerza del arte francés, el alemán o el italiano. Llevó recientemente una exposición al Japón y su obra fue entendida y aplaudida con fervor. «El cuento que yo cuento -reitera- no lo puedo contar sino yo, pero es tan universal que el japonés lo comprende».
El problema del artista joven radica en que muy pronto cree encontrar un «lenguaje propio» y se acomoda en los márgenes del facilismo. Ella, por lo contrario, ha sido una eterna inconforme: habría podido quedarse en sus «Ventanas » o en sus «Atmósferas» pero ya no le colmaban. Debía proseguir la búsqueda. Se trazó un camino en el que faltan muchas millas por recorrer porque como asegura, «… mi cabeza está saturada de ideas y a punto de explotar. Con lo que llevo dentro de mí, podría pintar durante cien años» y miles de cuadros plenos de luz, de formas sensuales y bellas, de movimiento, recuperando el tiempo de nuestra América mestiza.
Un arte arriconado por críticos y galeristas
El mundo del artista y el mundo del crítico marchan en Colombia por senderos diametralmente opuestos. Una cosa es concebir y elaborar una obra y otra pretender analizarla o, como suele suceder, juzgarla. Aquí, según Ana Mercedes, el crítico ha terminado compitiendo con el artista. Los galeristas, desconociendo a los creadores, se convirtieron en protagonistas a quienes lo único que interesa es figurar en las páginas sociales de una prensa que para nada le interesa lo artístico. Sólo busca el espectáculo, la farándula y la noticia cruenta. Hoyos le asigna a los medios de comunicación una gran responsabilidad de cuanto le sucede a la cultura y al arte colombianos. En mayor medida a los medios de la capital.
«No hay derecho -enfatiza- a que un diario tan importante y de tanta tradición como «El Espectador» contrate a una señora para que ensalce al círculo reducido de sus amigos de siempre e insulte a los demás. Posando de crítica se enreda en la palabra vana, en circunloquios que ni ella misma comprende para arrasar a quienes no se le inclinan. Por algo a la señora Escallón le cerraron el paso en el cargo al que aspiraba en la OEA. Ese no puede ser, ni lo es en ningún país del mundo, el papel de la crítica». Los medios, es verdad, poseen una gran influencia en sus destinatarios y como voceros de una crítica rigurosa, severa y constructiva, podrían desempeñar una función determinante en la educación de nuestras gentes; inducir al amor por el arte en sus diversas manifestaciones. De esta manera, propiciarían alternativas de expresión y de comunicación distintas a la violencia.
Las facultades de periodismo del país, los directivos de los medios impresos y electrónicos tienen el deber histórico de evaluar la responsabilidad que les compete: en el tipo de profesionales que están formando, en la necesidad de prepararlos hacia el periodismo cultural de una parte; de otra, en las demandas profesionales que permitan ejercicios ética y socialmente comprometidos.
La crítica ha sido nefasta para el desarrollo del arte colombiano. «Personas tan importantes como Marta Traba -puntualiza la Maestra- a quien admiré y quise, demolieron inmisericordemente a importantes artistas. Con argumentos en absoluto subjetivos enterraron a creadores valiosos como Luciano Jaramillo, y Gonzalo Ariza -quien sólo hace pocos años revivió-, para no hablar del caso de Débora Arango que es aún más complejo. Hoy, con contadas excepciones, quienes gratuitamente asumen el lugar de Traba -y sin los aportes irrefutables de esta crítica- continúan la tónica arrasadora. ¿Qué papel positivo están jugando?, ¿cómo apoyan el avance del arte en Colombia?».
Aquí radica la causa del difícil ambiente artístico en nuestro medio: rencillas, competencias desleales, rivalidades absurdas. Ana Mercedes -nos señala- no tuvo generación a más de sus amigos entrañables, Manolo Vellojín y Hernando del Villar. Con Negret, Grau y Obregón, perteneciendo a generaciones anteriores, guarda y guardó amistad y una inmensa admiración como Maestros.
Son las razones para el llamado abierto de nuestra pintora hacia un camino donde se forme gente para la crítica profesional y responsable. Una crítica que eduque, oriente y propicie una visión del arte como solaz del espíritu y como espacio de fecunda recreación. Hoy, a más de truncar la creatividad de muchos, con sus discursos desmotiva y desorienta al espectador. Es una crítica facilista que lejos de promover y respaldar nuevas figuras, se conforma con la noticia conocida. Por eso sólo hablan de unos pocos. Es preciso construir un lugar digno para nuestros artistas; la cultura y el arte no pueden continuar como las cenicientas de nuestra historia.
Otro gran problema -planteado con énfasis por la pintora-, es la orientación de las galerías en el país. Manejadas con miopía ni siquiera han comprendido la dimensión de las posibilidades económicas del arte. Ninguna vende a los grandes artistas colombianos. Se rodean de los mediocres que puedan manipular a su antojo. Por eso nuestro arte, más allá de Botero -el mejor embajador del país- y de unos pocos, no existe en el panorama universal. La gran mayoría, y gente de calidad, se queda en el círculo de lo local.
En el Movimiento Arte Latinoamericano (?) concurren artistas venezolanos, mexicanos, brasileños, centroamericanos; colombianos, sólo Botero y Ana Mercedes Hoyos. En subastas tan importantes como las de Cristhie’s y Sotheby’s, que miden el termómetro de quién es quién, sólo venden la obra de los dos anteriores y no tienen representantes en Colombia, a diferencia de lo que sucede con la mayoría de países del continente. El motivo: absoluta falta de promoción de los nuestros, carencia de políticas, públicas y privadas, que orienten la presencia internacional de los artistas nacionales.
«Pero -sostiene la pintora- si no hay canales para que el arte llegue a amplios sectores de nuestra población, ¿cómo pedir que se nos de a conocer internacionalmente? Y no soy de los que respiran por la herida. Hablo con total autoridad. He sido afortunada y hasta privilegiada porque mi obra se ha podido comunicar con otras culturas: Norteamérica, Latinoamérica, Europa y hasta el Oriente y mi mayor preocupación continúa siendo Colombia y América Latina. Mi obra se conoce, se respeta y se vende en muchos países del mundo». Es la denuncia de una artista que quiere a su patria y a su gente; que reconoce la grandeza del arte, la función que debe desempeñar en una sociedad y, además, que tiene la certeza de que nuestro país puede ser cuna de muchos y destacados maestros de la plástica contemporánea. Es un llamado para que, en concierto, «apoyándonos mutuamente», enseñemos a nuestros niñas y niños a amar la creación y a amar lo nuestro.
Las exposiciones, espacios para confrontar su obra
La mayor parte de la obra de Ana Mercedes Hoyos se desarrolla en su estudio de Bogotá pero sus viajes a Nueva York, donde también cuenta con su taller, son constantes. A su juicio, es una ciudad maravillosa, llena de estímulos y donde, en las mejores exposiciones del planeta, encuentra aportes invaluables para su trabajo. Adicionalmente, el centro de difusión de su obra está allí: de manera regular se reune con galeristas y directores de importantes museos que quieren llevar su trabajo a las más diversas ciudades del mundo.
Las exposiciones se constituyen espacios sorprendentes donde puede confrontar su obra. Un cuadro en el estudio es diferente en las paredes de una galería; además, el público que lo observa le provoca la sensación de ser recreado en comunión. El lugar donde más las disfruta es Nueva York: es la meca del arte universal y por ello cuenta con la posibilidad de cotejar sus lenguajes con los de artistas de las más disímiles procedencias. El año anterior, entre otras, participó en París en una muestra a la que concurrieron pintores americanos y europeos, inaugurada por el Presidente de Francia. Esta exposición viajará por el planeta y hoy se encuentra en el Japón, país al que también fue invitada en 1994. Resultó una experiencia inusitada para Ana Mercedes: en esta cultura al artista se le valora en tal medida que los invitados extranjeros son recibidos con honores de jefes de Estado. «Yo pensaba que estaban equivocados de personaje e insistí en hacérselo saber. Ellos pensaban que mi humildad era excesiva».
Para este año prepara tres exposiciones trascendentales en su proceso: México -segunda patria por adopción-, Japón y Nueva York. Esta última, junto con la obra de Francisco Toledo, viajará a la Feria de Buenos Aires y será una oportunidad maravillosa para analizar su obra al lado de la de este gran exponente del arte latinoamericano. 1995 es un año crucial en su carrera. También prepara un libro con Luis Angel Parra sobre la historia de una princesa negra en el que, a ciencia cierta, el tema Palenque tendrá vida. La publicación se presentará en México, en Japón y en muchos otros rincones donde aman y creen en su obra. Sin embargo, no ha llegado aún la exposición de su vida. Los sueños la acarician recogiendo los últimos diez años de su obra.
Son muchos años de trabajo obstinado y fecundo donde, siguiendo el norte de sus Maestros tiene una obra consolidada, majestuosa y reconocida universalmente. Zurbarán, Caravaggio, Lichtenstein, Monet -con las catedrales en diez versiones como sus réplicas de un mismo cuadro-, Mondrian, Warhol, Cézanne -la conclusión- y algunos otros, han acompañado su proceso. De América Latina, Diego Rivera, Rufino Tamayo y, en el último período, Francisco Toledo, son para ella doctrina del continente. Hoy, más que artistas, le interesan los movimientos contemporáneos del arte italiano y alemán y con ellos busca comunicarse.
En este momento, a más de su querida familia, la acompañan sus cuadros consentidos, parte de su colección, que por nada del mundo saldrían de su lado: unas Atmósferas que habitan en su rincón de Nueva York y, por sobre todo, «Zenaida», la muñeca de todos en la casa de Bogotá, siempre estará cerca: en razón de cuanto simboliza, hace parte de sus más caros afectos. Las obras que permanentemente crea, se marchan a otros lugares y su partida ya no resulta dolorosa: Ana Mercedes sabe dónde y con quién vivirán.
Muchos premios y distinciones, nacionales, y con mayor razón internacionales, han retribuido su trabajo alborozando el espíritu. Quizás el que más fue la «Estampilla del Quinto Centenario» del encuentro de América y Europa: hizo posible el viaje de Palenque por el mundo en la comunicación de muchos. Es el homenaje a una raza en la que nuestra Maestra conquistó su lenguaje universal; el homenaje a una cultura de la que desentrañará nuevas y mágicas creaciones en la luz alucinante de nuestro amado Caribe colombiano. Un homenaje a esa América altiva en razón de su mestizaje…
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- Última actualización en 10 Enero 2018