Elementos de colonialidad y biopolítica en una historia caribeña (ficticia)
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Elementos de colonialidad y biopolítica en una historia caribeña (ficticia)*
Elementos de colonialidade e biopolítica numa história caribenha (fictícia)
Elements of coloniality and biopolitics in a Caribbean history (fictitious)
Marta Cabrera**
* Este artículo se origina en los resultados de la investigación desarrollada por la autora como tesis doctoral, titulada “Writing civilisation: the historical novel in the Colombian national project”.
** Doctora en Comunicación y Estudios Culturales. Profesora e investigadora de la Universidad Externado de Colombia y de la Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Resumen
La primera novela colombiana, Yngermina o la hija de Calamar (Juan José Nieto, 1844), re-escritura de la historia regional cartagenera como locus de civilización con elementos utópicos, delinea un cuerpo político ideal moldeado por dinámicas particulares de raza y género y es empleada en este artículo como espacio para observar las contradicciones del discurso liberal decimonónico desde la óptica de la biopolítica y la colonialidad del poder.
Palabras clave: novela histórica, Cartagena, Yngermina, Juan José Nieto, biopolítica, colonialidad del poder.
Resumo
A primeira novela colombiana, Yngermina o la hija de Calamar (Yngermina ou a filha de Calamar) (Juan José Nieto, 1844), re-escritura da história regional cartagenera como lócus de civilização com elementos utópicos, delínea um corpo político ideal moldado por dinâmicas particulares de raça e gênero e é empregada neste artigo como espaço para observar as contradições do discurso liberal do século XIX desde a óptica da biopolítica e a colonialidade do poder.
Palavras-chaves: novela histórica, Cartagena, Yngermina, Juan José Nieto, biopolítica, colonialidade do poder.
Abstract
The first Colombian novel, Yngermina or the daughter of Calamar (Juan José Nieto, 1844), rewriting of the regional Cartagenean history as the locus of civilization with utopic elements, draws an ideal political body shaped by particular dynamics of race and gender, and is used in this article as a space to browse the contradictions of the nineteenth liberal discourse from the optic of the biopolitics and the coloniality of the power.
Key words: historical novel, Cartagena, Yngermina, Juan José Nieto, biopolitics, coloniality of the power.
Existencias periféricas: Juan José Nieto e Yngermina
En fin, mi amigo, los diputados de esta Provincia que han ido al Congreso nos han acabado de desengañar. De la boca de ellos sabemos que en la legislatura donde hay una mayoría excesiva sobre la diputación de esta parte, es imposible poder conseguir nada en su favor, porque se encuentra un espíritu de oposición que degenera hasta el insulto y que allí encalla cuanto proyecto se proponga en utilidad de la Costa, con tal que se presuma siquiera que toque en algo los intereses del centro, aunque sea indirectamente, mientras para allá se consigue todo
Juan José Nieto
El epígrafe anterior dibuja la sombra del conflicto entre las elites letradas de la costa y las del interior bajo el cual vivió el militar y líder popular Juan José Nieto. Nacido en 1804 en el seno de una humilde familia triétnica, Nieto asciende socialmente gracias a sus dos matrimonios con mujeres de clase alta (Fals Borda, 2002: 37B) a pesar del rechazo inicial de la elite cartagenera (Lemaitre 1983: 14). El autodidacta Nieto es autor de la primera geografía regional Geografía histórica, estadística y local de la provincial de Cartagena (1839), de un Diccionario mercantil (1841), y de numerosos textos políticos, así como de tres novelas: Yngermina (1844), Los moriscos (1845) y Rosina o la prisión del Castillo de Chagres (1850). A lo largo de su exitosa carrera política, Nieto alcanzó numerosas posiciones, incluyendo la de Gobernador de la Provincia de Cartagena (1851- 1853) y Presidente de la Provincia de Bolívar (1859). En 1860 declara la secesión de esta última del territorio nacional, de forma que Nieto termina ocupando la Presidencia de la República de la Nueva Granada hasta 1862 (Fals Borda, 2002: 146B). Tras su paso por la presidencia, Nieto retorna a Cartagena pero una insurrección le saca del poder en 1864. Retirado ya de la vida pública, Nieto muere en 1866 en la región cuya historia intentó rescribir en Yngermina.
A pesar de ser la primera novela colombiana, Yngermina es una obra totalmente periférica dentro del canon literario debido básicamente a su imprecisión histórica y a su distancia de los parámetros estéticos vigentes en la historia literaria colombiana. Publicada en Jamaica y referida a un tema regional, la obra tuvo una pobre recepción crítica, siendo calificada sucesivamente como “poco atractiva” en un ensayo crítico de 1894 (Laverde: 79), como “embrión” de novela sin espíritu imaginativo en los años 50 (Curcio Altamar, 1957) o como una construcción simple y maniquea (McGrady, 1961). Para Curcio Altamar, la narrativa de Nieto es ingenua y sus recursos literarios, limitados. Su estilo es simple y monótono y la trama es inverosímil –atravesada además por digresiones históricas o moralizantes que acercan el texto al romance de caballería– (Ob. cit.: 72). Mc Grady, por su parte, afirma que Nieto no domina la técnica novelística, lo que termina en la construcción de personajes fácilmente encasillables como cobardes, valientes, ambiciosos, etc. De igual forma, critica la excesiva inclusión de personajes (1961, p. 74).
En consecuencia, Yngermina contó con una única edición por más de un siglo; sin embargo, el renovado interés académico que ha atraído en tiempos más recientes parece haberse visto reflejado en la reedición de su introducción en 1990 y 1993 y, finalmente, en la reedición de la obra completa en el 2001. A pesar del poco interés crítico que en general ha suscitado la obra de ficción de Juan José Nieto en su época y posteriormente, Yngermina resulta un texto fascinante cuando se le contempla en su calidad dual de documento histórico y literario, ambos creados por formaciones históricas particulares y maneras específicas de escritura –inmersos en el mismo mundo cultural–. En este sentido, la novela puede contemplarse de forma más amplia: como espacio en el cual la historia se revela y se produce, más que como un reflejo de las condiciones de una época dada (Fineman, 1994), como un sitio, en últimas, donde las condiciones culturales pueden ser reforzadas y contestadas de manera simultánea, dinamizando así la relación texto-contexto y evidenciando los signos ambivalentes, y con frecuencia contradictorios, de la formación nacional.
En el siglo XIX, la era del nacionalismo, de la emergencia de la disciplina histórica como campo de de estudio y como principio epistemológico capaz de hacer el mundo inteligible, emerge también la novela histórica como una forma literaria atractiva para las elites criollas al combinar un discurso que mantiene la ilusión de realidad y simultáneamente es susceptible de ser ordenado por ideas y valores criollos acerca del pasado (Gerassi- Navarro, 1999: 119). De manera similar, Doris Sommer afirma que el uso de este género está relacionado con las necesidades criollas de “llenar una historia que aumentaría la legitimidad de la nación emergente y [brindaría] una oportunidad de dirigir tal historia hacia un futuro ideal” (1990: p. 76). En este sentido, la novela histórica, situada entre la historia y la ficción, es un género que puede proporcionar una visión de las trayectorias de la modernidad en Colombia, en particular sobre la producción del cuerpo privado letrado y del cuerpo político así como documentar discursos hegemónicos sobre “gobierno”, cultura, cuerpo/espacio nacional y al mismo tiempo dar luces sobre la construcción de la colectividad social, la memoria y la tradición. En este caso particular, Yngermina describe la fundación pacífica y amigable de un orden moderno-colonial, articulado por la diferencia racial y cultural, aunque, sin embargo, es posible entrever una crítica al abuso de poder, a la esclavitud (indígena, en particular) y a la codicia presentes en la empresa colonial.
La oclusión de lo negro
La discusión de Yngermina no puede desligarse de las condiciones históricas, socioculturales y políticas del Caribe. Tan prístino es el cuerpo social que se produce en este texto, que los temas de conquista violenta o esclavitud aparecen sólo de manera fragmentaria para no alterar la imagen más general de nobleza y amabilidad española o el poder seductor de dicha cultura. Igualmente se evita la mención del tráfico de esclavos negros o incluso de su mera presencia, lo cual resulta sorprendente para una historia sobre el principal puerto colonial, por donde entraron unos 150,000 esclavos (Gutiérrez, 1986: 16). Yngermina, a pesar de su condición de texto histórico, y de su uso de fuentes coloniales para crear verosimilitud1 , ignora simplemente las fuentes relativas a la historia de los esclavos negros, silenciando hechos como que Heredia los trajo consigo para saquear las tumbas indígenas (Friede, 1982: 137); que algunos se fugaron en 1533 (Palacios, 1982: 337); que el Badillo histórico, personaje que se menciona en Yngermina, los introdujo en Antioquia y finalmente, Juan de Castellanos los menciona también en relación con el Heredia histórico en su bien conocida crónica:
A fin de ranchear alguna alhaja Un negro del Heredia muy ladino, Que con favor del amo se aventaja A visitar las casas del vecino, Una múcura vio como tinaja Cubierta con chaguala de oro fino, La cual a su señor puso en las manos Y pesó cuatrocientos castellanos (III: 60)
El silencio acerca del legado africano en Cartagena por parte de un escritor mestizo –en una ciudad letrada mayoritariamente negra y mulata desde principios del siglo XVII (Múnera, 1995: 96) y dotada de un complejo sistema de estratificación social basado en la raza y el linaje–, bien puede deberse a la producción discursiva sobre negros y mestizos. Muy tempranamente, un texto como De Instauranda Aethiopum Salute (1627), de Alonso de Sandoval, articula la inferioridad “innata” de los africanos, convirtiéndose en instrumental para la producción de la institución de la esclavitud al influir, por ejemplo, en la determinación de las políticas de la Corona sobre el tráfico de esclavos y las poblaciones negras (Franklin, 1973: 359). La sustancia discursiva de este texto habría además de persistir en el tiempo más allá de la Independencia (Maya, 2001: 184-188).
Cartagena fue en la época colonial un importante puerto con escaso control social, donde pululaban crímenes como el adulterio y la brujería, era: “la más viciosa y pecaminosa [ciudad] en los dominios españoles, [con] la fe al borde de la destrucción” (Lea citado por Taussig, 1980: 42, traducción mía), motivo por el cual se introduce la Inquisición en 1610. La imagen de la costa como lugar carente de civilización se transforma para dar cabida a una imagen de desorden y liminalidad a partir del cambio epistémico que introduce el discurso científico positivista del siglo XVIII, como lo muestran los escritos de prestigiosos científicos criollos de la talla de Francisco José de Caldas y Pedro Fermín de Vargas. Caldas, por ejemplo, escribió en Del influjo del clima en los seres organizados (1808) que el clima era una influencia fundamental en la determinación del grado de desarrollo de los seres humanos. El mejor adaptado era el habitante de las regiones templadas: “El hombre en sociedad, el pacífico cultivador de los Andes”. En contraste,
el africano de la vecindad del Ecuador, sano, bien proporcionado, vive desnudo bajo chozas miserables. Simple, sin talento, solo se ocupa con los objetos de la naturaleza conseguidos sin moderación y sin freno. Lascivo hasta la brutalidad, se entrega sin reserva al comercio de las mujeres. Estas, tal vez más licenciosas, hacen de rameras sin rubor y sin remordimientos. Ocioso, apenas conoce las comodidades de la vida, a pesar de poseer un país fértil […] Vengativo, cruel, celoso con sus compatriotas, permite al europeo el uso de su mujer y sus hijas (Caldas, 1966: 87).
La costa, con sus poblaciones salvajes e indisciplinadas, representaba así no sólo la ausencia de progreso, sino la imposibilidad de alcanzarlo, en contraste con el altiplano, sitio para la producción de un individuo moral e intelectualmente superior; discurso que según Alfonso Múnera (1998: 37), es una de las reflexiones inaugurales sobre la nación colombiana y marca la rivalidad entre las elites de la costa y del interior en la construcción de la nación.
Pero los negros no eran sólo incivilizados, sino también una amenaza política, un grupo capaz de disputarle el poder a la elite y penetrar así en la esfera pública. Como lo relata Alfonso Múnera, en 1811 en Cartagena un grupo de artesanos armados impone la independencia sobre una junta de gobierno criolla, acontecimiento descrito por el historiador Gabriel Jiménez Molinares como: “(…) coacción de la plebe armada sobre los organismos del gobierno [la cual] redujo la autoridad a una sombra” (1947: 287). El panorama de anarquía es reforzado en los escritos del historiador José Manuel Restrepo: “Como desde el principio fue llamada la plebe a tomar parte en los movimientos a fin de echar por tierra al partido real, ella se insolentó; y la gente de color, que era numerosa en la plaza, adquirió una preponderancia que con el tiempo vino a ser funesta a la tranquilidad pública” (1942-1950: 167). Tales eran las expresiones de los sentimientos de la clase dirigente en general, amenazada por el otro inferior que buscaba básicamente igualdad, como lo evidencia la Constitución de Cartagena de 1812 (Múnera, 1995: 239). Este primer laboratorio de vida republicana duró sólo hasta 1815, al ocupar los españoles Cartagena nuevamente y hasta 1821. El temor a una insurrección negra aumenta a partir de la década de los 20, por un número variado de razones. De una parte, la predicción bolivariana acerca de la inminencia de la “pardocracia”, resultado de las experiencias de Venezuela y Haití, aunada a movilizaciones negras en el Cauca (Safford, 1991: 30) y, de otra, el empleo del miedo y la amenaza de anarquía como argumentos en contra de la manumisión; argumentos en los cuales se subrayaba continuamente la “naturaleza criminal” del negro, reforzada mediante acusaciones de asesinato, infanticidio y aborto (Bierck, 1977).
Cartagena fue la última ciudad importante de la Nueva Granada en ser liberada, con sus líderes criollos, mulatos y negros muertos, presos o exiliados (Lemaitre, 1983: 192). Posteriormente entra en un periodo de decadencia que le deja en incapacidad para negociar activamente con Bogotá el proceso de creación de la nación (Múnera, 1998 y 1996; Helg, 2000), asunto que menciona el propio Nieto en una carta de 1835 dirigida al presidente Francisco de Paula Santander:
Ninguno podrá negar la oposición de intereses que hay entre las provincias de la Costa y el Centro […] Es voz general de todos nuestros patriarcas de la independencia, que cuando los españoles sitiaban esta plaza, que se pidieron auxilios a esta capital, se lo negaron al comisionado que los fue a solicitar […] diciendo que dejasen tomar a Cartagena para tener el gusto de venir de allá a recuperarla, prefiriendo la rivalidad al patriotismo, rivalidad que según el testimonio de los de aquella época, causó mil males a la república y espantosos desastres a nuestra tierra (1993: 21-22).
El silencio de Nieto con respecto a la herencia negra de la costa (posición típica en las elites de la costa y el interior, así como en algunos sectores populares de la misma costa) se podría explicar desde varios puntos de vista. De un lado, Yngermina puede verse como un esfuerzo por reivindicar la costa como locus de civilización y, de otro lado, como lo sugiere Álvaro Pineda, puede tratarse de una estrategia para hacer la novela más atractiva para un (reducidísimo) público criollo (1999: 105-106), opinión que comparte R. L. Williams al afirmar que Nieto aspiraba a ganar aceptación dentro de las clases altas mediante el uso de convenciones románticas y del lenguaje científico, que le identificarían con una cultura europea codificada positivamente (1991: 25). No resulta entonces exagerado afirmar que la suma de estos prejuicios puede haber influido en la estrategia de Nieto de reivindicar lo español como fuente de civilización en la re-escritura histórica de su región. Faltaría, desde luego, el marco más amplio del racismo propio de la colonialidad del poder, representado aquí en la meta-narrativa del liberalismo decimonónico, a consecuencia del cual, vastos sectores de la población quedarán excluidos de la construcción letrada de comunidad imaginada (Helg, 2000: 243, 245).
Raza, género, colonialidad
En contraste con el ocultamiento de lo negro, la subjetividad indígena aparece, como en gran parte del pensamiento criollo de mediados del siglo XIX, como aquel vínculo legitimador de la tierra que puede y debe ser civilizada en aras del progreso, visión muy extendida entre los escritores decimonónicos en la Nueva Granada (Safford, 1991; Rojas, 2001). Así, Yngermina, mediante la romantización del episodio fundacional de Cartagena, en el cual el conquistador Alonso de Heredia y una princesa nativa imaginaria, Yngermina, se enamoran y desafían un número de circunstancias adversas para hallar finalmente la felicidad en el matrimonio, re-crea la construcción del cuerpo político moderno, civilizado, en el cual los elementos culturales españoles se imponen sobre los nativos.
Raza y género se pliegan en la trama romántica y articulan lo que Peter Hulme llama en su texto sobre encuentros coloniales en el Caribe “el ideal de la armonía cultural a través del romance” (1986: 141, traducción mía) en su texto sobre encuentros coloniales en el Caribe. Tal ideal descansa, sin embargo, sobre un orden jerárquico racial/ cultural donde el otro indígena es discursivamente producido como inferior, meramente natural y dotado de una naturaleza “femenina” que requiere la cultura “masculina” europea. En Yngermina el proyecto de un Caribe blanco, civilizado, se funda simbólicamente en el triunfo de la relación entre el conquistador y la princesa nativa.
El orden jerárquico anteriormente mencionado –aparentemente natural– emerge tempranamente. Alonso, enamorado de Yngermina, descubre con alivio que “la joven Calamareña descendía de los soberanos de la tierra –Orgullo propio de casi todo Español que siempre quiere ser hijo de algo”– (Nieto: 21, mayúsculas en el original), salvándose así el primer obstáculo a su relación. Surgirán otros, aunque bastante menos amenazadores: el analfabetismo y el paganismo. El primero se superará gracias al empeño de Alonso por “educar” personalmente a Yngermina, y el segundo, mediante el bautismo. Sobra decir que Yngermina se somete diligentemente a ambos en su calidad de naturaleza “femenina”, bárbara, necesitada de una “cultura” (masculina). Yngermina representa aquí la otredad femenina que se pliega y se funde con la otredad de la cultura nativa; como afirma Helen Carr: “la incognoscible otredad de la mujer puede ser proyectada también sobre lo no europeo” (1985: 49, traducción mía). Es en este punto, en su tránsito hacia la civilización, cuando Yngermina termina por enamorarse de Heredia y olvida a su prometido nativo2 .
A pesar de la nobleza de Yngermina y su nueva educación, la pareja espera el rechazo por parte del gobernador y hermano mayor de Alonso, Pedro de Heredia. Aquel le confiesa a Pedro su amor, no obstante
la sospecha de que el orgullo Español pudiese obrar en su ánimo para persuadirlo a que desistiese de aspirar a una joven Indiana, que aunque descendiente de los soberanos de su país, por su condición de conquistada y colona, la tuviese como indigna de ser la esposa de un Castellano, y hermano del Gobernador (Nieto: 37).
Aunque noble, Yngermina es un sujeto colonial, “conquistado y colonizado”, que ocupa el extremo subordinado de las ecuaciones binarias articuladas por el discurso del orden moderno-colonial: masculino / femenino, cultura / naturaleza, conquistador / conquistado, europeo / nativo. Los sacerdotes de la colonia, por ejemplo, critican estas “íntimas relaciones con una mujer pagana” (26) y Pedro afirma que resultaría extraño
ver a un castellano unido a una Indiana con mengua de su dignidad: que los colonos con tales alianzas creyéndose iguales a sus señores, degenerarían del respeto a que debe tenérseles siempre acostumbrados: que estas naciones medio salvajes, destinadas por la naturaleza a la sumisión y la obediencia de sus conquistadores, irían poco a poco olvidándose de su humilde condición, si por medio de relaciones domésticas, adquiriesen confianza y amistad con sus señores (38).
Astutamente, Alonso dirige el argumento hacia el control de la población nativa, revelando dimensiones gubernamentales en la trama romántica:
esta alianza es de grande utilidad a nuestros mismos proyectos de conquista. Por ella, los indígenas se persuadirán de nuestras saludables intenciones, pues no reparamos en unirnos con sus hijas, como una prueba de que aun siendo colonos no tratamos de humillarlos y oprimirlos; y como mi escogida, es una princesa de su tribu, este motivo mas les hará respetar el dominio a que se les ha sometido […] [estos enlaces son] un medio muy eficaz e insensible, de atraer y conservar mas estos naturales en la obediencia (38).
Así, el matrimonio viene a sumarse a otros cambios impuestos por el nuevo orden colonial –la fundación de la ciudad (con su trazado espacial y arquitectónico característico), el aparato militar, la enseñanza religiosa y de la lengua española que los nativos reciben, según Nieto, con beneplácito–. Este tránsito a la ciudad letrada (Rama, 1984) se acerca a los lineamientos de la gubernamentalidad, que describiría Foucault más de un siglo después del texto de Nieto3 . La institución del matrimonio que liga raza y género (intersección fundamental en las organizaciones sociales basadas en el linaje y el parentesco), aparece como un medio que permite no sólo “atraer y conservar” la población, sino que emerge como un elemento legitimador del nuevo orden; como lo fuera en el de Francisco Pizarro con la viuda del inca Atahualpa “para quedar sin ninguna dificultad dueño absoluto de todo aquel imperio” (39) o en el de Pocahontas (39, pie de página).
De modo sugestivo, Pocahontas es también el caso analizado por Peter Hulme (1985) en su discusión sobre sexualidad y movilidad en el discurso colonial. Hulme introduce el término “hombre politrópico” (tomado de un epíteto aplicado a Ulises en la primera línea de La Odisea), y lo vincula con “por lo menos tres significados conexos: […] ‘muy viajado’, […] ‘astuto e inteligente’ e incluso ‘resbaladizo y tramposo’ […] y ‘muy dado al uso de tropos’” (Ibíd.: 20, traducción mía). En el caso de Yngermina, el personaje de Alonso parece cumplir la función de hombre politrópico, como lo hiciera John Smith en el de Pocahontas. Como conquistador y colono, Alonso es “muy viajado” y aunque no es engañoso, defiende su amor por una indígena mediante el uso de tropos, “lugares comunes” o “motivos recurrentes” donde aparece con claridad que Alonso, como Ulises y Smith, “codician la tierra cuyos habitantes confrontan” (Hulme, 1985: 22, traducción mía). En consecuencia, los “lugares comunes” o “motivos recurrentes” que aparecen como justificación del proyecto civilizatorio caribeño serían: 1) el matrimonio interracial como mecanismo de control de las poblaciones indígenas; 2) el providencialismo de España en el proceso de civilización; y 3) un rechazo humanista de la esclavitud, los cuales parecen resumirse en la cita siguiente:
¿Es culpa de los Indios, el que la providencia les haya hecho nacer en estas regiones? ¿Dejan por eso de ser hijos de Dios, y dignos como nosotros de todos sus beneficios? ¿Quién nos ha dado derecho, de reputar como esclavos nuestros a hombres que se nos asemejan, tan solo por la casualidad de haber descubierto sus países? La gloria que […] nos cabe como conquistadores, consiste en habernos tocado la dicha, de hacer un bien al género humano sacando a los conquistados de la ignorancia y la idolatría, para cultivar su entendimiento, y atraerlos al seno de la verdadera religión; y no, en clase de verdugos, sujetar enormes masas de hombres a la humillante condición de esclavos, contraviniendo a las leyes de la creación y la humanidad (Nieto: 39-40, énfasis mío).
El “hombre politrópico” personifica el individualismo y el humanismo y se emplea aquí como narrativa de éxito, y “las narrativas de éxito sólo pueden ser escritas a posteriori” (Hulme, 1985: 23). Por lo tanto, el empleo del “hombre politrópico” sirve a la función de articular una alegoría de sofisticación cultural y tecnológica masculina europea que se opone a la pasividad de la América femenina en una forma típica del discurso colonial. El ejemplo emblemático de esta situación lo constituye el grabado América (c. 1575-80) de Jan van der Straat (Stradanus), en el cual una mujer desnuda que representa al continente se expone a la mirada masculina, racional, del colonizador europeo (representada significativamente por el geógrafo Amerigo Vespucci), y cuyo eco parece resonar aún4. Espacio geográfico y género se superponen y la construcción es fijada en la trama del amor interracial armónico.
En efecto, Yngermina es construida en el texto como “respetuosa”, “modesta”, pero también “noble” y “elegante” (Nieto, 1844: 46-47), es decir, dignificada, pero no amenazante. Como afirma Ania Loomba: “La figura de la ‘otra mujer’ ronda la imaginación colonial en forma ambivalente y con frecuencia, contradictoria. Es un ejemplo de barbarie, que codifica también fantasías coloniales sobre el perfecto comportamiento femenino” (1998, traducción mía). En el pasaje donde ella y Pedro se conocen, Yngermina es consciente de su “natural” inferioridad como nativa y está temerosa de causar “alguna impresión desagradable […] pues aunque los hombres de este carácter, generalmente se extrañan de tratar con sus súbditos, esta cualidad era más inherente a los conquistadores, que reputaban a los Indios de condición inferior a la de los demás hombres” (Nieto: 47-48). Pedro encuentra a Yngermina “hermosa, respetuosa sin humillación, de noble y modesto aspecto, con los fundamentos de educación suficientes para sacar de ella la digna esposa de un jefe Castellano” (48). Junto a la opinión de Pedro, aparece un pie de página donde Nieto ofrece su apreciación personal sobre las características físicas de las nativas:
el autor ha conocido en la costa del Darién jóvenes Indianas de color muy claro y facciones bellas; y en los pueblos de sotavento de Cartagena, muchachas de la misma raza de figuras interesantes, que adornadas e introducidas en la sociedad de gran tono, harían muy bien el papel de una señorita. Sin hablar de los aborígenes de los lugares fríos, donde son tan comunes las bellas caras y hermosos colores, que se las puede disputar la bizarra Europa (49).
Indígenas con las características físicas adecuadas son admisibles en la sociedad tras ser disciplinadas y moldeadas como “señoritas” en un proyecto del que Yngermina será el prototipo. Ella, sin embargo, está destinada al conquistador al pertenecer a la nobleza, ser bella, educada, bautizada y, por lo tanto, distinguible: “Pedro notó la diferencia personal que había entre ella y sus compatriotas: que se aproximaba mas a la clase Europea que a la indígena; y que sus gracias y gentileza realzadas en gran manera, podían causar orgullo a la mas garbosa hija de la risueña Andalucía” (48-49, énfasis mío).
Yngermina es, en términos de Homi Bhabha, “sujeto de una diferencia que es casi igual, pero no del todo” (1984: 126, traducción mía). Encarna el sujeto de un proyecto disciplinario, regulatorio, al ser apropiada por la mirada masculina colonial de los conquistadores en un movimiento que implica tanto la representación de su diferencia como su desconocimiento (126). Es interesante resaltar la descripción de:
su tez casi blanca y sonrosada a que daban realce los rizos de su pelo color de azabache, su talle esbelto, sus maneras graciosas, sus facciones proporcionadas, y unos hermosos ojos negros intérpretes de la alegría y demás prendas de su alma; la hacían la reina de los amores, y el tormento de más de un joven Calamareño que suspiraba por ella sin esperanza (16, énfasis mío).
La proximidad de Yngermina a la blancura es una instancia de lo que Camilla Griggers (1997) ha llamado el “rostro despótico” de la feminidad blanca, definida como un significante redundante, “vacío de significado específico y por lo tanto, excesivo en su significación” (89, traducción mía) y cuya función es racionalizar distinciones de raza y clase y de niveles de modernización. Es así como la “tez casi blanca” de Yngermina la sitúa fuera del alcance de otros nativos (a excepción del príncipe) y la convierte en la contrapartida perfecta para el conquistador (el rostro despótico de la masculinidad blanca) –tras moldearla según los estándares modernos de belleza y decoro–. Más adelante se descubrirá el secreto de la blancura de Yngermina: su padre era un náufrago español. Gracias a la blancura original de Yngermina, ella y Alonso constituyen una pareja blanca; el orden social en el que la blancura y la europeidad son preponderantes no será transgredido sino reforzado y reproducido. Este proyecto biopolítico, colusión de conducta sexual individual y reproductiva y tema de política nacional y poder (Gordon, 1991: 5), queda asegurado: la población indígena está bajo control y el Caribe será poblado por una pareja arquetípica blanca, católica, civilizada, asegurando una fuente prístina para el cuerpo social.
Yngermina, en cuanto documento histórico-literario, aúna la revisión y empleo de fuentes históricas con la ficcionalización del episodio fundacional de Cartagena desde la perspectiva de las necesidades del contexto histórico a mediados del siglo XIX. En ese sentido, Yngermina puede ser vista como historia romantizada de la Costa que le responde a una historia “nacional” con epicentro en los Andes; así mismo, puede ser entendida como reflejo y defensa del ideario decimonónico sobre temas de raza y género –términos conexos y permeados por la colonialidad del poder– (Quijano, 2000: 375); o como defensa y celebración de la “civilización” europea, capitalista, frente al “atraso” representado en los grupos indígenas y negros; pero principalmente como sitio donde se revelan las contradicciones entre el discurso del liberalismo decimonónico y sus realidades. Yngermina, puesta en el tiempo presente, no significa sólo una maniobra de “rescate” de una obra poco conocida, sino un posicionamiento del pasado en el presente a través de una mirada a las rupturas y continuidades del orden moderno-colonial. En palabras de Beatriz Sarlo:
Lo que está en juego, me parece, no es la continuidad de una actividad especializada que opera con textos literarios, sino nuestros derechos, y los derechos de otros sectores de la sociedad donde figuran los sectores populares y las minorías de todo tipo, sobre el conjunto de la herencia cultural, que implica nuevas conexiones con los textos del pasado en un rico proceso de migración, en la medida en que los textos se mueven de sus épocas originales: viejos textos ocupan nuevos paisajes simbólicos (Sarlo, 1997: 37).
En términos generales, el llamado a revisar críticamente la persistencia de exclusiones reales y simbólicas posiblemente no implique alteraciones radicales en el contenido del discurso crítico o la lucha por ciertas reivindicaciones políticas, pero indudablemente sigue conservando mucho su urgencia.
Citas
1 La novela está precedida de un “Obsequio” (dedicatoria a la esposa del autor) seguido de una “Breve Noticia Histórica”, descripción detallada de la apariencia física y el vestido de los nativos, de sus jefes, formas de gobierno, ritos y hábitos. Se establece que el texto en cuestión proviene de fragmentos de la crónica inédita de Fray Alonso de la Cruz Paredes, fundador del Monasterio de la Popa (González, 1993: 211) aunque su destino final o la forma como se encontró no se mencionan. Esta estrategia del “texto hallado”, junto con el uso de pies de página con información adicional sobre eventos, fechas o personajes refuerzan el carácter “histórico” de la narración, y le brindan una voz autorial a Nieto, lo que convertiría a Yngermina en una novela-archivo en el sentido que le da González Echevarría (1990 y 1984). Según González, hay tres características básicas que definen una novela como archivo: el uso de documentos históricos en la narración; la existencia de un historiador interno, y la presencia de un manuscrito que el historiador intenta concluir. La calidad de archivo de Yngermina descansa sobre el uso de fuentes históricas, y de claves como el incluir el subtítulo “Novela histórica” y situar la trama en un periodo concreto (1533- 1537). El factor que hace falta es el historiador interno (lector, intérprete o reescritor del texto), función que es cumplida por el narrador (Williams, 1991: 95-99).
2 El personaje del prometido indígena de Yngermina, Catarpa, aunque secundario, emerge como una voz crítica frente a las ambivalencias de la “caridad cristiana”, que implica en el texto la pérdida de la libertad, la lengua y la religión y, en general, una completa reorganización de la vida indígena. Su comportamiento le separa de la comunidad, pero sus valores, la valentía y la lealtad, le permiten reintegrase a ésta hacia el final de la novela. Este personaje sirve entonces como articulador de una crítica al abuso del poder, en consonancia con la ideología liberal, romántica, de Nieto.
3 Este término alude al “conjunto formado por instituciones, procedimientos, análisis y reflexiones que permiten el ejercicio de esta muy específica, aunque compleja forma de poder cuyo objetivo es la población” (1979: 20, traducción mía).
4 Aparece, sin embargo, al fondo del grabado, en la esquina superior derecha, una escena de canibalismo que revela las codificaciones ambivalentes de esta imagen: de un lado, América es pasiva y accesible en su desnudez, pero de otro, es salvaje y caníbal, combinación que requiere una intervención civilizatoria, masculina, europea (McClintock, 1995: 27).
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- Última actualización en 03 Enero 2017