El Atila del Ganges en la ganadería colombiana
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El Atila del Ganges en la ganadería colombiana*
O Atila do Ganges no gado colombiano
The Attila of the Ganges in Colombian livestock
Stefania Gallini**
* Este artículo es resultado preliminar de un proyecto más amplio coordinado por Alberto Flórez y financiado por Colciencias y la Vicerrectoría Académica de la Pontificia Universidad Javeriana, en Colombia. Una versión preliminar fue presentada en el II Simposio de Historia Ambiental Americana (La Habana, Cuba 25-27 de octubre de 2004).
* * Doctora en historia de América. Investigadora del Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos de la Universidad Central, IESCO-UC (antiguo DIUC). E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Resumen
El artículo explora las lógicas y discursos que fueron instrumento para el proceso que, en las primeras tres décadas del siglo XX, gestó el cambio genético de la ganadería colombiana, es decir, su “cebuización”. Se estudian en particular las ideas que los discursos expertos expresaron acerca de la relación entre razas vacunas y medio ambiente, y los debates acerca de las defensas de las razas criollas, europeas y cebuinas respectivamente.
Palabras clave: ganadería, cebú, historia ambiental, Colombia, razas criollas.
Resumo
O artigo explora as lógicas e os discursos que foram instrumento para o processo que nas primeiras três décadas do século XX, promoveram a mudança genética da pecuária colombiana, ou seja, a sua “cebuización”. São estudadas, em particular, as idéias que os discursos dos especialistas expressaram sobre a relação entre as raças de vacas e o meio ambiente e os debates sobre as defesas das raças crioulas, européias e zebuínas respectivamente.
Palavras-chave: pecuária, zebu, história ambiental, Colômbia, raças crioulas.
Abstract
This article explores the logic and discourses that were instrument for spinning up the genetic change of the Colombian cattle ranching throughout the first three decades of the Twentieth century, that is the “Zebuisation”. It focuses on ideas expressed by experts around the relationship between breeds and the environment, and the debate about the defence of American, European and Zebu breeds.
Key words: cattle ranching, Zebu, environmental history, Colombia, American breeds.
En 1976 la asociación de criadores de ganado cebú garantizaba con satisfacción que “sangre de este tipo hindú llega al 95% de la población bovina de la república” (El cebú, 1976: 5). La composición genética del hato ganadero colombiano a comienzo del siglo XX era otra: predominaban entonces (y hasta casi la mitad del siglo) las múltiples razas de los bovinos que se llamaron “criollos”, descendientes de los ejemplares ibéricos traídos a América a partir del segundo viaje de Colón en 1493. Se trata, pues, de una verdadera “revolución genética ganadera”, un cambio radical y repentino del hato colombiano1. El tema no es de mera curiosidad zootécnica, sino representa un capítulo poco explorado de la historia de la simplificación de los ecosistemas: la reducción radical de la diversidad del planeta en unos pocos paisajes, recursos y modos de usos de ellos, un proceso que en América Latina se aceleró sensiblemente en el siglo XIX y sobre todo en el XX2.
En el caso colombiano, que estudia la investigación de la cual este artículo es un resultado preliminar, este proceso despliega toda su complejidad biológica, socioeconómica y cultural, y por lo tanto su irreductibilidad a un análisis mono-disciplinar. La “cebuización” de Colombia implicó transformaciones ecosistémicas en cobertura vegetal y posiblemente composición de suelos, en primer lugar porque los bovinos de origen indio fueron exitosos incrementando las dimensiones del hato ganadero y colonizando nuevas regiones del país. Semejante resultado fue, sin embargo, producto también de mecánicas socioeconómicas que guardan relación, por ejemplo, con el desarrollo del mercado interno de carne, leche, cuero, pieles y demás productos derivados del ganado; las tentativas (fracasadas) de dirigir la ganadería colombiana hacia la exportación de carne; la urbanización y el crecimiento demográfico; el funcionamiento de las redes político-empresariales interesadas en el fomento de la ganadería de raza; las exigencias de control territorial a través de la ocupación ganadera3. Pero, finalmente, pesaron también una serie de variables culturales que se encadenaron con los anteriores (biológicos y económicos) para producir la homogeneización ganadera de la cual se quiere dar aquí cuenta histórica.
Este artículo quiere hacer énfasis en estos últimos elementos a menudo subestimados por la historiografía, mostrando cómo un proceso biológico (el cambio genético bovino), que tenía fundamentos en razones económicas (el mejoramiento productivo de la ganadería, en especial), pierde su inteligibilidad histórica si se renuncia a analizar las lógicas y los discursos de los cuales era también expresión.
En este sentido, el presente ensayo detiene su mirada en las posturas culturales y los discursos que acompañaron, justificaron y a veces contrastaron la colonización cebuina, interesándose en particular en las ideas que técnicos y “expertos” manifestaron acerca de la relación entre razas y medio ambiente. Para lograrlo, se prefirió situarse en los años que antecedieron la hegemonía del cebú en la ganadería colombiana, y fundamentalmente en las décadas entre 1900 y 1930, entendiendo que allí podrían resaltar con mejor claridad las diferencias de posiciones aún en el relativamente homogéneo mundo de la ganadería empresarial y extensiva4.
“El ganado es una máquina orgánica”
Elinor Melville ha destacado cómo las profundas transformaciones ambientales del Valle de Mezquital en el México de la mitad de siglo XVI fueron el resultado no sencillamente de un proceso biológico –la invasión de ungulados (las ovejas traídas por los españoles)– sino de la introducción de todo un sistema (cultural y material) de uso de la tierra: el pastoralismo. Es una perspectiva que conviene tener presente a la hora de estudiar el significado histórico del ganado en Colombia porque, en contra de la tendencia economicista de reducir los bovinos a productos zootécnicos, nos obliga a entender su complejidad cultural y simbólica, además de ecológica y productiva.
Esta polisemanticidad se pierde, desde luego, en los testimonios de la época, entre los cuales prevalece una idea positivista y mecanicista de los bovinos. Carlos Chardón, influyente jefe de la Misión Agrícola Puertorriqueña invitada a Colombia en 1924 para asesorar el desarrollo agropecuario en el país, lo expresaba de manera clara:
El ganado es una máquina orgánica cuya función es convertir los pastos y otros alimentos en unidades de nutrición tales como carbohidratos, proteínas, grasas, vitaminas, sales minerales, elementos indispensables para las funciones vitales y crecimiento de los individuos de la especie humana. Naturalmente, es necesario obtener la mayor eficiencia de esta máquina (Chardon, 1930: 4)5.
Los bovinos criollos eran, según sus detractores de comienzo del siglo, máquinas poco eficientes. Su talla era pequeña, el rendimiento lechero y en carne bajo, y su desarrollo físico lento (Ministerio de Agricultura y Comercio, 1937: 29; Bernal, 1931: 398). Las deficiencias encontraban un contexto explicativo en el medio tropical, que para algunos era “anormal”, en contraposición a una normalidad definida por las latitudes templadas (Echeverry Márquez, 1939: 236-237), en sintonía con una arraigada tradición en la cultura occidental que hacía del trópico el reino de la “antimodernidad” y un obstáculo para el avance de la “civilización”6. En 1908 la Revista Nacional de Agricultura escribía del territorio colombiano:
abunda de terrenos estériles, […] en los cuales el […] nuche no deja subsistir otra clase de ganado; y donde lo abrupto del terreno y lo malo de los caminos hacen tan penosos los viajes de los ganados […] Los pastos son raquíticos y desjugados (De Villa, 1908: 139) .
Esta era la opinión también de muchos ganaderos y técnicos del sector, que sentenciaban: “Nuestro medio tropical es muy impropio para la prosperidad de las razas finas” (Bernal, 1931: 398). Los problemas que se atribuían al medio tropical eran de distintos órdenes. En primer lugar, aunque el conocimiento de los suelos nacionales era incompleto, y si bien se reconocían diferencias notables entre tierras bajas y tierras altas, había consenso en señalar el pobre contenido en cal y minerales de los suelos colombianos en general, con implicaciones directas e indirectas para la nutrición del ganado. No solamente los pastos naturales que crecían en tales suelos eran nutritivamente pobres, sino que la deficiente composición química también afectaba la capacidad de difusión de los pastos artificiales –con más altos y variado contenido nutritivo– y de las leguminosas en particular. Además, los suelos de las tierras altas, que se reconocían como mejores, estaban sometidos al régimen de sequía durante los veranos, lo cual implicaba la necesidad de trasladar el ganado a las zonas bajas (Ministerio de Agricultura y Comercio, 1937: 206). Esto daba origen a la tradicional trashumancia, que a su vez se entendía como una práctica primitiva porque implicaba el nomadismo de los animales (Fedegan, 2003: 9). Un hato ganadero debía además enfrentar la invasión de maleza, que con rapidez y agresividad se apoderaba de los potreros, encareciendo el manejo de la hacienda. También era costosa la vulnerabilidad de los animales a varias enfermedades, y en particular al ataque del nuche y la garrapata. Finalmente, la literatura técnica señalaba el clima tórrido de las zonas ganaderas colombianas como un verdadero desafío para los animales, que debían sufrir los tormentos de los insectos y la falta de agua.
Sobre cómo superar los obstáculos del trópico las posiciones eran encontradas. Nuestra hipótesis es que, durante las décadas analizadas, el péndulo osciló alternativamente entre dos filosofías opuestas que partían de una base común. La convicción compartida era que “el genotipo es el factor preponderante en la determinación de la capacidad de producción de carne en un animal”. A partir de allí, el debate “experto” alternó épocas en las cuales, como afirmaba un joven veterinario en 1938, dominaba “un verdadero axioma […] que se debe ajustar el medio a las necesidades de la raza” (Rojas Maldonado, 1938: 15), y otros momentos en los cuales prevaleció la idea de apoyarse y fomentar la adaptación de los animales al medio. A la primera le correspondió la búsqueda de mejoramiento de la productividad del hato ganadero a través de la importación de razas europeas, determinando lo que algunos han tildado de “segunda revolución ganadera” en un continuum con la primera introducción –con la Conquista– de los bovinos ibéricos. La segunda, en cambio, significó la defensa de las razas que se vinieron a llamar “criollas” y la búsqueda de un mejoramiento de los contextos productivos, en particular de manejo sanitario y nutricional del ganado. El cebú desafiaba ambas posiciones y quizá por esta razón suscitó un debate en el cual translucían posturas culturales que escasa relación tenían con la idea de la “maquina orgánica”. Si bien su introducción masiva en los potreros colombianos obedeció finalmente a cálculos productivos (lo cual lo remitiría a la idea de la necesidad de un cambio genético en la ganadería colombiana), la razón de su defensa y fomento por parte de poderosos ganaderos y finalmente del gobierno nacional de finales de los años treinta no fue la exaltación de sus méritos genéticos (como sí ocurrió con las razas europeas), sino su extraordinaria adaptación a las condiciones tropicales húmedas. Si estas consideraciones son plausibles, se entiende la razón por la cual el debate alrededor de las razas bovinas y del cebú es un prisma útil para observar el papel que las actitudes culturales y los discursos jugaron en determinar el cambio material de la ganadería en Colombia.
Ajustar el medio a las necesidades de las razas
Desde finales del siglo XIX, en Colombia (igual que en otras regiones latinoamericanas) algunos empresarios empezaron a vislumbrar que la mejoría del ganado criollo llegaría por efecto del cruce con razas europeas. Sobre su introducción al país las fuentes construyen una especie de mitología del origen similar a la retórica de los mitos fundacionales en las sociedades coloniales, con su terca búsqueda de padres (nunca madres) fundadores, como si la introducción de bovinos a una región fuera un capítulo de la lucha de individuos para la civilización de las tierras americanas7, y no un conjunto de dinámicas complejas de interacción de múltiples actores (humanos y no humanos), en tiempos largos. Se exalta, pues, la acción de “hombres aislados que estaban empezando a luchar por una transformación tecnológica” a través de la importación de razas bovinas distintas a las ibéricas (Banco de la República, 1964). De estos héroes se buscó conocer la identidad y logro preciso, dando como resultado la invención de un panteón de “pioneros de la ganadería moderna” que las asociaciones de criadores acostumbran celebrar en ocasión de sus aniversarios8.
Las fuentes recuerdan que en 1887 el general Joaquín Reyes Camacho compró un ejemplar de la raza inglesa Devon en un concurso agrícola en Plymouth, Inglaterra, y lo importó por primera vez a Colombia (Peñuela, 1909: 248)9. El pionero de otra raza inglesa, la Durhman, sería en cambio José A. Benett, quien entre 1849 y 1950 introduciría el primer toro reproductor (Ortiz Williamson, 1914). A Don Enrique París se debería la llegada a Colombia de los primeros ejemplares de bovinos Hereford, la raza, también inglesa, que mucho éxito tuvo en los hatos norteamericanos y mexicanos, pero que en 1937 el Ministerio de Agricultura colombiano reportaba como casi desaparecida por su fracaso de adaptación, bien en las zonas tórridas de la región del Sinú, bien en las frías sabanas de Bogotá (Ministerio de Agricultura y Comercio, 1937: 212-214). Don Julio Barriga sería a su vez el padre de la raza Normanda en Colombia, habiendo importado desde Francia los primeros reproductores en 1877 (Angarita Quintana, 1997: 6). A doce años más tarde remontaría la primera introducción de ejemplares de la raza escocesa Aberdeen-Angus por parte del general Pedro Nel Ospina y de la sociedad Ospina hermanos de Medellín, que en 1910 importarían también los primeros bovinos de la raza Ayrshire (Gómez Picón, 1976; Fedegan, 2003: 18). La historia colombiana de la raza suiza Holstein-Fresian, de grata memoria para el sector de producción lechera, empezaría en cambio en 1883, con la introducción de dos vacas y un toro a Antioquia (Patiño, 1963). Con todas las probables lagunas del caso, el dato de la introducción de cerca de ochenta animales importados a Colombia entre 1853 y 1910 dice algo interesante acerca de la fe en el mejoramiento genético del hato ganadero10.
Las nuevas razas no eran solamente un injerto extraño a la matriz genética del hato colombiano, sino que con ellas llegaba una cultura agropecuaria que requería la adaptación físicoquímica de los potreros y del manejo del hato para responder a las necesidades de los bovinos extranjeros y el desarrollo de dinámicas sociopolíticas nuevas. Por ejemplo, la importación de razas seleccionadas europeas implicaba para la ganadería empresarial la clasificación e inscripción de los animales en registros de razas, compiladas y controladas por las asociaciones de criadores, que de esta forma entraban como actores nuevos en el escenario económico-político de Colombia, adquiriendo poder y prestigio posiblemente también a través del monopolio de los registros de las razas puras, y el control de las ferias ganaderas.
Adaptación del animal al medio
En contraste con los partidarios del cambio genético del hato colombiano, para los ojos darwinianos de algunos de los que escribían de ganadería en las primeras décadas del siglo, la estrategia ganadora en el medio desafiante del trópico era la adaptación, que a su vez había hecho posible la selección de los bovinos mejor capacitados para reproducirse y producir en los medios colombianos. Los animales más nobles eran evidentemente los bovinos que llevaban cuatro siglos de lucha contra el medio tropical, lo cual hacía de la ibérica la raza “que soporta mejor que ninguna otra las pesadas fatigas y la carencia de pastos durante las malas estaciones” (Terán, 1910: 149).
En una interesante operación de apropiación discursiva, los bovinos de origen ibérico fueron ‘criollizados’ por parte de la nación americana11. Aunque pertenecientes a la misma especie Bos taurus, la adaptación al medio americano, se sostenía, había terminado creando razas nuevas, que genéricamente se indicaron como ‘criollas’. Durante el siglo XX la categoría se fue diferenciando, llegando a distinguirse para Colombia seis grandes tipos, asociados a diferentes eco-regiones: Romosinuano y Costeño Con cuernos (CCC) en las zonas llanas de la Costa Atlántica; Hartón en el valle del río Cauca, Blanco Orejinegro (BON) y Chino Santandereano en zonas montañosas de clima medio (Antioquia y Santander, en particular), Sanmartinero y Casanareño en los Llanos Orientales12.
La literatura técnica contemporánea sostiene que la selección operó en el sentido de conservar a los animales “más parcos en comer, más resistentes a los embates de las enfermedades de los parásitos, a las condiciones climáticas y al trabajo duro” (FAO: 1979: 7). Estas características eran las que resaltaban también algunos expertos del sector en las primeras décadas del siglo XX, cuando las amenazas de absorción genética de las razas criollas empezaban a vislumbrarse como un posible escenario futuro. La defensa de la ganadería nativa se hacía pues atacando; como muestra una intervención de un veterinario en 1910:
Esta colección de enfermedades se debe a la importación al país de reproductores extranjeros de razas de fantasía, delicadas y exigentes, especialmente de Inglaterra. Se ha observado que en los rebaños donde hay más sangre importada son más desastrosas las epidemias de carbón sintomáticos y otras” […] Las razas importadas son solamente muy bellas […] sirven para lucir y recibir premios en una Exposición Nacional como la del Centenario” (Terán, 1910: 149).
Después de varias décadas de haber sido introducidas, en efecto las razas europeas ya mostraban todas sus limitaciones. Habían dado buenos resultados allá donde las condiciones climáticas, de pastos, de condiciones higiénicas y manejo se asemejaban más a las de sus orígenes templados. Pero donde el Trópico triunfaba las razas importadas fracasaron completamente. En 1937, un informe del Ministerio de Agricultura y Comercio expresaba con contundencia:
las razas de sangre puras, distinguidas con cualidades nobles, son obra realizada por el hombre exclusivamente, a base de la inteligencia y razonada intervención en la alimentación, en el cuido, en la rigurosa y estrecha selección y en la separación. Pero donde no se tiene ningún cuidado para con los ganados y no se cuenta con alimentación completa, racionada y estimulada al fin que se desea, mal puede pretenderse el mejoramiento de razas cimarronas por medio del semental únicamente (Ministerio de Agricultura y Comercio, 1937) .
El affaire cebú, el “Atila del Ganges”
La entrada en escena del cebú parece representar una especie de tercer polo en el movimiento pendular de la idea que técnicos, y en parte grandes ganaderos, tenían de la relación deseable entre razas bovinas y medio. A diferencia del caso de las razas europeas, inicialmente no se vio en el cebú un agente de mejoramiento genético. Siguiendo un patrón común a otras latitudes este bovino de piel pigmentada y suelta, de pelos unidos, cortos y finos, con una característica giba sobre la cruz, fue en cambio introducido como animal de carga y de trabajo. A Jamaica aterrizó hacia la mitad del siglo XIX, importado desde las colonias imperiales en la India por los plantadores británicos de caña para el trabajo en sus ingenios. A Estados Unidos llegaron hacia la mitad del siglo XIX varios tipos de cebú (Ongole, Kankrej, Gyr, Krisna Valley), bajo el término colectivo de Brahman13. En Colombia, según Pinzón, fue Carlos Eder quien inauguró en 1901 la era del cebú, importando desde Hamburgo un toro originario del Madagascar destinado al cruce con criollos con el fin de obtener fuertes animales de carga para la hacienda azucarera La Manuelita en el Valle del Cauca (Pinzón Martínez, 1984: 187). Otras fuentes refieren tempranas introducciones de ganado cebú por parte de la United Fruit Company para el trabajo de carga en sus plantaciones bananeras de Santa Marta.
No es clara la razón por la cual el cebú no se contemplara como un productor de carne y leche, pero la reacción a los primeros y exitosos intentos en tal sentido quizá sugieren que tuvieron un peso las resistencias culturales hacia un animal que provenía de un país colonial, como la India, y allí era criado de forma rústica y familiar. Según los anales, la nueva época del ganado cebú en sus atribuciones productivas y ya no de carga se abriría en 1914. Por conducto de los dueños del Jardín Zoológico de Hamburgo, que importaban animales desde el Lejano Oriente, Adolfo Held –empresario alemán exitosamente instalado en la Costa Atlántica– hizo llegar de la India, vía Alemania, un toro cebú con el mítico nombre de Palomo, “el Adán del cebuísmo colombiano” (Oeding Arroyo, 1989: 128), para su criadero Casa Helda en la isla de Mompox. Con ese reproductor, Held empezó a experimentar cruces con los ganados criollos y a difundir muy rápidamente la nueva raza entre ganaderos de Medellín, Barranquilla, Ocaña, Bucaramanga, Santa Marta (Oeding Arroyo, 1989; Meisel Roca y Viloria De La Hoz, 1999: 48- 54; El Cebú, 1952). Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, el comercio de importación de cebú se desvió a Texas y Brasil, y la cebuización pudo seguir su marcha (Posada Carbó, 1988: 147).
El éxito del Bos indicus despertó preocupaciones fundamentadas, decíamos, en argumentos culturales y que tempranamente tomaron la vía del obstruccionismo legal14. En 1917 la Revista Nacional de Agricultura, órgano de la SAC y voz influyente en el recién creado Ministerio de Agricultura y Comercio, retomaba los juicios severos de la importante revista brasileña ganadera A Estancia. El cebú –escribía– era “una forma primitiva de animal que […] nunca pasó por […] los racionales procesos de cultura usados por la zootecnia”. Y seguía el artículo:
[Es] muy rústico. Como rústico es todo individuo más o menos salvaje que no deriva provecho del medio a que se le somete, ni material, ni moral, por consiguiente, es muy inferior a los que disfrutan de buenas condiciones de vida y trato (De Lima Correa, 1917: 1196).
Se señalaban del cebú deficiencias genéticas y morfológicas, que llevarían a que los mercados “reconocerán la palpable inferioridad de la carne de zebú”. El Bos indicus era, pues, una plaga peligrosa y si no se ponía freno a su marcha, “a las generaciones venideras les serán legados rebaños (…) contaminados por la sangre del terrible Atila del Ganges”.
En 1931 la cruzada anticebú alcanzaba el objetivo mayor logrando, con el Decreto 1771 del 5 de octubre, la prohibición a la importación del bovino considerando que, con base en no especificados estudios zootécnico-bacteriológicos, el cruzamiento de ganados criollos con los de raza cebú desmejoraba notablemente la calidad de la carne de los primeros, y además era fuente de enfermedades parasitarias15. Desde su autoridad y prestigio, el ya recordado Carlos Chardón respaldaba el juicio:
La raza Cebú o Indio […] no es de gran utilidad en el mejoramiento de las razas criollas. […] Los mestizos tienen las extremidades demasiado largas, el esqueleto muy desarrollado y la carne, aunque de mejor calidad que la del Cebú puro, es sin embargo inferior a la del ganado criollo. Es innegable que el ganado Cebú es en extremo resistente a las enfermedades, condición que, por otra parte, es propia de los animales salvajes. Como bueyes de trabajo difícilmente se pueden reemplazar. El fin principal que se persigue con la mejora de la ganadería es producir un mayor volumen de carne fina y de leche de buena calidad, y el Cebú a pesar de sus condiciones de resistencia, no sirve para estos objetivos (Chardón, 1930: 56).
Comparadas con las razones que la moderna zootecnia menciona para explicar el dominio de las razas cebuinas en la ganadería tropical, las motivaciones de Chardón y sus contemporáneos no dejan de sorprender. La literatura técnica contemporánea destaca del cebú una serie de atributos que hacen de este animal el más adaptado al trópico gracias a sus particularidades anatómicas, fisiológicas y hematológicas: la capacidad para tolerar las temperaturas elevadas (por tener glándulas sudoríparas muy desarrolladas); la resistencia a enfermedades y picadura de insectos (en parte gracias a músculos cutáneos muy desarrollados que le dan mayor movilidad a la piel para defenderse de los parásitos externos); una mejor tolerancia a pastos de baja calidad nutritiva (en parte gracias a un sistema digestivo que aprovecha mejor las raciones bajas en proteínas), y más resistencia a las deficiencias de agua (Rubio, 1969: 146-147; Sosa et al., 1973; Bonilla Guzmán, 1952; Fedegán, 2003: 1).
En los años treinta ninguno de estos elementos salieron a flote y la posición del gobierno colombiano, a través de su Ministerio de Agricultura, fue de contundente defensa de las razas criollas, un ganado –sostenía en una de sus Memorias– “admirablemente rústico”, adaptado a las condiciones de clima y alimentación, aunque con problemas de escaso rendimiento en carne y leche, y poca precocidad. En los años 1936 y 1937, cuando también se exaltaban y defendían otros productos agrícolas nacionales16, el Ministerio de Agricultura justificó su política de apoyo al ganado criollo en la protección a un patrimonio genético, indispensable base para todo mejoramiento o injerto de razas vacunas. Para esto creó granjas experimentales para la selección de núcleos puros de las razas criollas: la del San José del Nus en Antioquia, dedicada a la raza BON, tres más en los Llanos Orientales, una en Casanare (1935), otra en Orocué y una en San Martín (Meta) (Bejarano, 1993: 437).
Aunque las fuentes consultadas hasta el momento no han sido elocuentes al respecto, detrás de la oposición a la expansión cebuina y la defensa criolla se ocultaba una pugna entre gremios de criadores, o por lo menos así sugieren las apreciaciones a posteriori de la Asociación de Ganaderos Cebú. Dando un giro político radical, cuyas razones la investigación no ha aclarado todavía, en 1939 el Decreto 1828 del 14 de septiembre eliminaba la barrera a la importación de este bovino, justificado en las observaciones del médico veterinario Manuel Gómez Rueda, Director nacional de Ganadería y gerente de la Asociación Colombiana de Ganaderos fundada en la Presidencia de Eduardo Santos (Gómez Picón, 1976). Reabierta la puerta a los bovinos tropicales, el mismo Ministerio de Agricultura se encargó de comprar en Texas varios toros para su venta a los ganaderos colombianos, ofreciéndoles un descuento del 25%. Cabalgando el triunfo, los ganaderos cebuistas fundaron en 1946 la Asociación Colombiana de Criadores de Ganado Cebú.
Gracias a la protección política y a la extraordinaria adaptabilidad a la mayor parte de las condiciones ecológicas de las áreas ganaderas, la cebuización del hato ganadero colombiano marchaba, pues, expedita, generando sin embargo dinámica de absorción de las razas criollas. Años más tarde, las recriminaciones por la pérdida sistemática de diversidad genética fueron la bandera de algunos veterinarios y zootecnistas, y en particular de Emigdio Pinzón Martínez. Según Pinzón, había operado una discriminación sistemática del ganado criollo en términos de tierras, pastos y manejo: “Desde cuando se resolvió abandonarlo y reemplazarlo por el cebú, [el bovino criollo] ha adquirido categoría de paria frente a las demás razas con el correspondiente desprecio y marginamiento” (Pinzón Martínez, 1979: 53). De tal marginalización derivaba que los ejemplares criollos sufrieran una retrogradación y fueran juzgados de inferiores calidades zootécnicas. Aún cuando la hibridación con cebú dio resultados exitosos, seguía Pinzón, “debido al snob reinante y a la presión de intereses comerciales, este éxito solo se atribuye al Cebú”. La hibridación aparecía pues, según el veterinario, como un “paso forzoso en el propósito de absorber las razas criollas, y no como un recurso genético […] Para muchos, la palabra criollo significa atraso, ignorancia, primitivismo”.
Conclusiones
La historia había dado, pues, un giro completo, pasándose de una concepción del cebú como Atila del Ganges, bárbaro y primitivo, a su utilización indiscriminada y discriminante con las razas criollas. El cambio correspondía a una situación económico-productiva y política modificada con respecto a la de comienzos del siglo. El artículo ha tratado de mostrar que en la transformación de las características genéticas del hato ganadero colombiano los factores culturales fueron importantes. La historia de la exitosa introducción del cebú, en particular, expresa el complejo entramado de razones productivas, oportunidades ecológicas, preferencias y discriminaciones culturales que los sistemas ganaderos representan y que lo hacen merecedores, por esta razón, de una investigación transdisciplinaria.
Citas
1 El fenómeno interesa en realidad a toda la ganadería tropical. Una fuente refiere que para 1973 un tercio de todo el ganado del mundo era cebuino (Guzmán, 1973: 63).
2 Para la Cuba azucarera véase Funes Monzote (2004), para la sabanización de la Pampa véase Zarrilli, para el caso del banano Soluri (2002).
3 De estos temas trata la historiografía económica y política colombiana, por ejemplo Posada Carbó (1998, 2003), Kalmanovitz (2003), Bejarano (1982, 1993).
4 Con toda probabilidad, a bien distintas conclusiones llevaría este estudio si considerara la ganadería familiar y campesina que, sin embargo, no ha sido hasta el momento objeto de esta investigación.
5 Sobre la Misión de Chardón en Puerto Rico y Colombia, véase Mccook (2002).
6 Lo recuerda Patiño (1965: 9). Sobre la idea de Trópico véase Arnold (2000: 130- 153), Coates (1998), Palacio (2002).
7 La conexión entre avance de la ganadería y progreso de la civilización era explícita, por ejemplo en Chardón: “El ganado ha seguido siempre los pasos de la gigantesca avalancha de la civilización. El acompañó a los primeros colonizadores a la América; les ayudó en sus más arduas campañas a través de las selvas vírgenes del continente” (Chardón, 1930: 41).
8 Para la raza Normando, véase la revista Normando colombiano 38 (2002, octubrediciembre). Para el cebú, véase el número inaugural de la revista El cebú (1952). De forma similar, en 2004 en Brasil se celebraron con una emisión filatélica los 70 años de la primera introducción a ese país de la raza ovina Ideal.
9 El artículo es la respuesta y corrección al publicado en la misma revista en número anterior por Terán (1908).
10 Revista Nacional de Agricultura, octubre 1914. Hacia los años veinte se sostiene haber ganaderías de razas puras Shorthorn, Holstein, Normando y Aberdeen Angus en la Sabana de Bogotá, Santa Marta y el Sinú. Los apellidos asociados a tales importaciones (Michelsen Uribe, Urdaneta, Umaña, Carrasquilla, Camacho, Beruguer, Restrepo), además, explicitan la existencia de una elite agropecuaria que en esos años consolidaba su cohesión formando la Sociedad Agrícola de Colombia. Sobre la historia de la SAC véase Bejarano (1985).
11 La misma operación ocurrió en América del Norte, donde los bovinos de ancestros norte europeos también se indicaron como “nativos americanos” (Rouse, 1977: 4).
12 En Colombia se conocen y celebran además las razas Lucerna y Velásquez, producto de cruces más recientes por parte de ganaderos-veterinarios colombianos (Durán Castro y Velásquez). Sobre la primera y su creador véase Mejía Prado (1996).
13 Como recuerda Mason, Brahman es un nombre “muy inapropiado, ya que se aplica en la India a los toros sagrados brahmini, que a su vez toman su nombre de la casta más alta de la India” (Mason, 1973).
14 En 1913 aparecía un proyecto de ley del representante de Pasto pidiendo la prohibición de la introducción a Colombia de ganados Cebú. Revista Nacional de Agricultura (1913: 779).
15 Decreto No. 1771 de 1931 (5 de octubre), en Diario Oficial No. 21812 de 1931. El decreto lo fiman el Presidente de la República Enrique Olaya Herrera y su Ministro de Industrias Francisco José Chaux.
16 En la Revista Nacional de Agricultura de esos años en la sección “Aprendamos a consumir productos colombianos”, aparecen, entre otros, el aguacate, la papaya. Igualmente se publican anuncios nacionalistas y proteccionistas, como “Sembremos algodón para usar telas nacionales a base de materias primas nacionales”.
Bibliografía
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- Última actualización en 11 Enero 2017