Spanish English Portuguese
  Versión PDF

 

Mitos fundacionales, reforma política y nación en Colombia

Mitos Fundacionais, Reforma Política e Nação na Colômbia

Foundational Myths, Political Reform and Nation in Colombia

Miguel Angel Urrego*


* Historiador. Estudios doctorales Universidad de Puerto Rico y El Colegio de México. Investigador DIUC. Profesor universitario.


En el presente artículo pretendemos analizar brevemente el proceso de constitución del Estado nacional en Colombia. En primer lugar, examinaremos la función de los mitos fundacionales en la constitución de la nación, específicamente el papel que tienen los mitos de origen, de combate y de finalidad. En segundo lugar, estudiaremos el impacto de los proyectos de reforma política, implementados desde el Estado por los partidos políticos, en la constitución de la nación.


El nacionalismo recientemente ha sido cuestionado desde diversas perspectivas. Unos ven en el auge de ciertos movimientos integristas la expresión de los efectos más dantescos de posturas radicales. Otros perciben que la actual etapa del desarrollo del capitalismo ha impuesto la eliminación de las identidades nacionales y la constitución de identidades multilingüísticas y pluriculturales1. Finalmente algunos señalan que nos encontramos en un período histórico en el cual el Estado, la nación y el nacionalismo estarían superados. No obstante creemos que la actual coyuntura política interna, debido al impacto del neoliberalismo y al conflicto armado, demandan la reformulación del problema desde nuevas perspectivas teó- ricas y políticas. El propósito del presente ensayo es reflexionar sobre algunos aspectos del concepto de nación y considerar el impacto de los grandes proyectos de reforma política en Colombia en la construcción de la nación.

Fuentes constitutivas del mito nacional

La reflexión sobre el concepto la hacemos retomando el trabajo de Claude-Gilbert Dubois Qu’est-ce qu’une nation?. Allí se dice sobre la nación:

Esta es una idea que supone un alto estado de elaboración conceptual: ella no es inmediatamente accesible, ella supone una larga preparación histórica, la adquisición de un patrimonio de recuerdos donde cada uno pueda hallar su parte, su organización en memoria colectiva, y la sumisión de esta memoria a un trabajo de simbolización que le da su sentido, alrededor de los “lugares de la memoria” (para retomar un término querido por Pierre Nora) y de figuras significativas llamadas símbolos2.

Además de emplear este concepto reflexionaremos sobre tres aspectos constitutivos de la mitología nacional: el mito fundador y de identificación, los mitos de combate, resistencia o conquista y los mitos de finalidad.

Colombia carece de un mito fundador fuerte, centralizado y unificador. A diferencia de países como México, Perú o los Estados Unidos, para sólo mencionar ejemplos del continente, no tenemos un mito de origen que permita a la población, a los ciudadanos, identificarse como herederos de una tradición ni como miembros de una utopía. En el caso mexicano el mito de origen se relaciona con la fundación de la ciudad de Tenochtitlán. Los pueblos que venían del norte identificaron rápidamente un suceso -el águila sobre el nopal devorando una serpiente como la señal de los dioses para establecerse en aquel lugar. Este relato se transformó en símbolo y hoy es el escudo nacional mexicano3.

El caso peruano es similar. Los incas surgen como voluntad de los dioses. La fundación de Qosco, la edificación de un imperio altamente organizado y centralizado con sistemas religiosos y políticos complejos dieron pie a diversas imágenes que hoy gobiernan con gran fuerza al Perú4.

Estados Unidos se encuentra definido por lo que se ha dado en llamar “El Destino Manifiesto”5. A diferencia de los casos anteriores el mito de origen estadounidense está vinculado al anglicanismo, que para la época concibió la colonización como la expresión de la voluntad divina y como una oportunidad para realizar una tierra de libertad, oportunidad y trabajo.

Colombia, al carecer de comunidades con un grado de desarrollo similar al de otros grupos indígenas prehispánicos, no poseer importantes riquezas minerales explotadas durante la colonia y ser el catolicismo una religión con una visión premoderna del progreso material, no tuvo un mito que pudiese ser institucionalizado a partir de la independencia. Por su parte los mitos indígenas de origen poseen un carácter regional y no han sido incorporados a la formación de la conciencia nacional, con la excepción de El Dorado. De otro lado, el mundo laico ha contribuido sólo parcialmente con algunos símbolos y mitos, quizás los más importantes Bolívar y Santander, pero sin la dimensión dada en países como Venezuela y con la particularidad de que, en lugar de unir, son base para el origen de dos versiones, polí- ticas e históricas, sobre la nación.

En cuanto a las imágenes religiosas, éstas tienen una limitada participación en las representaciones sobre la nación. La virgen de Chiquinquirá, la virgen de Las Lajas, el Señor de Monserrate, etc”, escasamente aparecen en la iconografía nacional. La excepción la constituía el Sagrado Corazón de Jesús, pues en torno a su culto se habían manifestado a favor los concejos municipales del país. No obstante la consagración del país al Sagrado Corazón fue abandonada por el Estado, en nombre de la Constitución de 1991, sin previamente ser sustituida por un símbolo laico. Hay que recordar que en otros países se han dado pasos similares -de eliminación de la injerencia de la Iglesia-. En México, por ejemplo, luego de la Constitución de 1917 se sustituyó la Iglesia por la Revolución como fundamento de la nación.

Un segundo elemento simbólico constitutivo de la nación es el mito del combate, la resistencia o la conquista. Este mito es importante pues tiene amplias posibilidades para generar héroes nacionales.

El carácter criollo de la independencia y el grado de desarrollo de las comunidades indígenas a la llegada de los españoles han institucionalizado la noción de conquista pacífica y de resistencia aislada, indígena y negra, contra el español. El resultado, una carencia de héroes.

Como es sabido existen varios ejemplos de heroica resistencia a los españoles; el problema es que tales acciones no hacen parte del martirologio nacional, es decir, no han sido institucionalizados. La ausencia de imagen del indio y del negro, sectores sobre los cuales recayó la resistencia a la dominación española, impide el reconocimiento de su papel en la formación de la nación.

El mito de finalidad requiere de una larga elaboración histórica y está vinculado a la constitución de una conciencia colectiva que se manifiesta con el reconocimiento de un destino nacional. Este mito supone una profunda interiorización de la historia nacional y de las elaboraciones simbólicas institucionalizadas6. El caso estadounidense, con el mito de la tierra de la libertad, y francés, con la Revolución Francesa, son los mejores ejemplos del proceso de constitución de la idea de nación.

En América Latina los ejemplos pueden ser, nuevamente, los de México y Perú. En México es evidente la interiorización de los héroes de la Revolución Mexicana y los símbolos emanados de este conflicto. Asimismo los indígenas han sido rescatados plenamente en la producción simbólica sobre la nación -aunque evidentemente no disfrutan de los beneficios sociales-7. En el Perú, la búsqueda del Inca y la noción de retorno al pasado glorioso alimentan la vigencia de la nación.

Reforma política y Estado nacional

La nación, como el Estado, es una construcción histórica. No existe una nación acabada ni un Estado acabado, aunque sí se puede constatar la existencia de sus fundamentos. Los distintos proyectos de reforma política en Colombia han permitido reelaborar la idea de nación, o aspectos parciales de ella, gracias a que han definido enemigos de la patria (España, la masonería, el liberalismo, el comunismo); implementado reformas para definir la ciudadanía; movilizado a la población en torno a la defensa de las reformas; creado símbolos del Estado; y constituido adscripciones que superan el localismo y se ligan a supuestos destinos nacionales (patria conservadora, república liberal). Examinemos brevemente cuál ha sido el impacto de las reformas políticas en la constitución de la nación.

La crisis que estalla en 1781, a raíz de las reformas borbónicas, evidencia que el problema fundamental para los criollos era político y constitucional, que si bien explotó por un motivo fiscal, en el fondo lo que expresaba era el malestar por la modificación de las normas jurídicas y las prácticas aceptadas para el funcionamiento de las relaciones entre la sociedad colonial y el Estado español.

Los conflictos surgidos con los cambios en las reglas del juego se convirtieron en elementos forjadores de los primeros sentimientos de pertenencia neogranadina. Los aires de la Ilustración que empezaron a llegar en la segunda mitad del siglo XVIII a la Nueva Granada, fueron los encargados de crear las primeras ideas que aparecen sobre la conciencia nacional. La élite criolla empleó la palabra “patria” en una contraposición entre América y España. Cabe precisar que los primeros usos de “patria” y “nación” no establecieron diferencias por lo cual se generó ambigüedad.

La coyuntura de la campaña militar española por reconquistar los territorios recién independizados, conocida como la pacificación, fue el factor detonante para el surgimiento de un discurso nacionalista en los criollos. A partir de este momento se dieron las condiciones políticas, espirituales e ideológicas para consolidar una tendencia que abogaba por la necesidad de romper definitivamente con España.

Los criollos independentistas recurren a la exaltación del pasado indígena para reclamar la defensa de una etnia; al establecimiento de la imagen del criollo explotado; y a la idea de existencia previa de una nación sometida por la dominación colonial. Por ello, en las primeras elaboraciones conceptuales sobre la nación se incluye a todos los sometidos por los españoles. De este proceso surgió una imagen fundamental del discurso criollo de todas las épocas: la existencia de una polarización entre europeos y americanos, los primeros ricos y poderosos y los segundos agraviados y despreciados8.

La independencia evidenció que la existencia de la nación no se reducía simplemente al empleo coyuntural del pasado y al rescate panfletario de las comunidades indígenas. En efecto, a partir de este acontecimiento surgieron problemas esenciales para la conformación del Estado nacional: la delimitación del territorio, la institucionalización de mitos fundacionales, el establecimiento de una educación progresista, la redefinición de las relaciones con la Iglesia, etc. De manera que las dos primeras décadas de vida republicana fueron de planteamiento de los puntos de vista sobre los cuales giraría la polémica decimonónica de organización de la nueva nación, tarea en la cual Santander jugó un papel central al dotarla de los elementos básicos: leyes, un proyecto educativo avanzado, formas de sociabilidad modernas, racionalización de la administración, etc. Estas medidas fueron de enorme importancia, pues permitieron integrar a los hombres, vía educación y leyes, en torno a un destino común.

No obstante, la élite liberal entendió que la formación de la nación era un proceso más lento de lo que ellos mismos deseaban. En efecto, tras las primeros intentos de modernizar, a partir de 1821, se produjeron intensas reacciones por lo cual se tuvo que esperar a que el partido liberal llegara al poder en 1849 para proponer nuevamente la implementación de las reformas.

Sin embargo un nuevo acontecimiento marcó el futuro de la nación: la ruptura de la Gran Colombia. La separación puso sobre el tapete problemas esenciales de su constitución. Por un lado, aparecieron como explicaciones de la ruptura los deseos personalistas de caudillos locales. Pero por otro, se habló de las idiosincrasias, es decir, de la existencia de diferencias culturales que justificaban la formación de naciones distintas.

La primera dificultad de la ruptura fue la determinación de las fronteras formales. Las líneas limítrofes establecidas evidenciaron que las fronteras eran más políticas que culturales, es decir, que obedecían a la imposición de un criterio administrativo pero no del reconocimiento de un pasado-destino común de sus habitantes.

En segundo lugar se generó un vacío en la producción simbólica de las naciones. El problema era sobre qué base histórica se justificaba el proyecto de varias naciones independientes. Asimismo, cuáles eran las diferencias simbólicas emanadas de ese pasado. No fue extraño entonces que las “historias nacionales” fuesen las encargadas de resolver tales dificultades. Sin embargo se partió de hechos comunes: Bolívar, la bandera, un mismo pasado.

Finalmente las acciones de los próceres de la independencia se encaminaron al reconocimiento, por parte de las naciones europeas, no de una sino de varias naciones, lo cual se produjo rápidamente. Inglaterra, Francia y los Estados Unidos, e incluso España, aceptaron la autonomía de las nuevas repúblicas. La nación adquiría, así, una identidad dentro de la comunidad internacional. No obstante, subsistía el problema de ser el cascarón de una casa sin habitantes y sin la existencia de una idea precisa por parte de sus dueños acerca de su condición. Los dirigentes conservadores y liberales deben entonces definir qué se entiende por nación. Esta aclaración, sin embargo, estuvo determinada por la evolución de la lucha política entre los dos proyectos y por ello las distintas elaboraciones conceptuales y simbólicas tienen este tinte de confrontación partidaria. De manera que, por ejemplo, el conjunto de reformas liberales de medio siglo y las llevadas a acabo durante el Olimpo Radical pueden ser tomadas no sólo como medidas contempladas en los programas sino como expresión de la idea de nación.

Para el liberalismo la existencia de la nación dependía en las primeras décadas de la ampliación de la ciudadanía, la inclusión del pueblo y la creación de un nuevo fundamento de la legitimidad política. El gobierno de José Hilario López se preocupó por mantener el ideario de modernización de la sociedad, de la economía y, en general, del país. Desde el Estado se incentivó la organización de diversos tipos de sociedades, de corte moderno, como fueron las sociedades democráticas, que sirvieron de espacio para la difusión de un discurso que propugnaba por la defensa del principio de la soberanía popular y la lucha por una democracia representativa basada en el modelo clásico del liberalismo.

El proyecto provocó una gigantesca movilización popular debido a que los diversos grupos artesanales respaldaron el llamado liberal y presionaron en las calles su implementación. No obstante esto produjo, al interior de la élite, un miedo al pueblo debido a la autonomía que éste demostró y a la dificultad para manejar los conflictos sociales que se desataron en las distintas regiones. Por ello se propugnó por el desmonte de ese discurso y por la limitación de las libertades dejando por fuera aquellos elementos que causaban disturbios y desorden social. El liberalismo abandona momentáneamente la vía radical de realización de la nación y desata una persecución contra las sociedades democráticas, la cual se acentúa tras el golpe de Melo en 1854.

A pesar de estas reacciones, el conjunto de discursos, movilizaciones y agitación sirvieron para difundir nuevos conceptos que se consolidaron rápidamente a través de las sociedades democráticas y que fueron la base para la formación de una nueva cultura política en amplios grupos de la población.

Asimismo la dinámica política de estas décadas creó fuertes sentimientos de pertenencia a los partidos políticos liberal y conservador, que se forma en los años cuarenta. El resultado fue que la idea de nación adquirió un sello partidista, los incluidos o excluidos en el proyecto de nación de cada colectividad eran en principio, opositores políticos.

Con el Olimpo Radical el liberalismo tuvo una segunda oportunidad para imponer su proyecto. No obstante, a pesar de contar con un marco jurídico adecuado a sus necesidades, la Constitución de 1863, e implementar reformas importantes, como la educativa, pronto el partido se fraccionó, perdió la guerra y una de sus fracciones, los independientes, abrió las puertas al ascenso conservador. Culminaba, así, la opción liberal radical de construcción de la nación.

Por su parte el conservatismo elaboró una noción de nación desde el terror. Terror a lo exterior (los inmigrantes, los masones, los comunistas) e interior (pecadores, inmorales) y terror como mecanismo de formación de la nación, es decir, establecimiento de la exclusión con la violencia9. La imagen de un pasado glorioso y pacífico puesto en duda por fuerzas anarquizantes ajenas a la nación se expresó durante la Regeneración y la hegemonía conservadora en un hispanismo sin contexto, un rígido proyecto de control y moralización de la población y la creación de una legislación represiva10.

Sin embargo, la Regeneración no sólo ha sido el más importante proyecto político de contramodernización en la historia en Colombia sino el principal proyecto de constitución de la nación. Su característica básica fue el retorno a las concepciones más conservadoras sobre el Estado y la sociedad. La Regeneración legitimó, desde la Constitución de 1886 y el concordato, una noción de nación según la cual la Iglesia era el factor fundamental de cohesión de la sociedad, y por tanto, la ley, la educación y la política debían definirse a partir de principios de moral católica; consideró las pasiones políticas fuente de la anarquía que vivía el país por lo cual intentó sustituir la política por prácticas morales. Para ello se instituyó al católico virtuoso como el paradigma del ciudadano; se afirmó que el liberalismo era sinónimo de pecado y escuela foránea de pensamiento. Además las nociones de soberanía popular y Estado laico se consideraron impías; por último se resaltaron los nexos culturales con España en ámbitos tales como la lengua, la religión, las costumbres, etc.

La Regeneración igualmente pudo crear unos mitos fundacionales muy coherentes con el proyecto político. Se dotó a la nación no sólo de un tinte conservador sino además de una reconstitución de su pasado (el hispanismo) unos símbolos patrios (himno nacional) una virtud del colombiano (la catolicidad), una institucionalidad fuerte (leyes contra los opositores, constitución, centralismo, y facultades omnímodas) y una redefinición de la fiestas nacionales (consagración al Sagrado Corazón de Jesús).

La concepción conservadora llevó no sólo a imponer una práctica política limitada y excluyente sino que desde ese principio restringió la nacionalidad, pues sólo los católicos virtuosos podían pertenecer a ella. Bajo estas condiciones el escenario político le fue cerrado al disidente y su única opción fue la violencia. Por ello, la formulación del proyecto de la Regeneración únicamente podía suponer la guerra de los mil días.

En el enfrentamiento, inconcluso, entre liberales y conservadores, algunos hechos fundamentales de la formación de la nación quedaron a medio camino. La elaboración de una política de fronteras poco preocupó a los estadistas decimonónicos. El saldo del siglo XIX es cerca de un millón de kilómetros cuadrados de territorios cedidos a los países vecinos. No es antinacionalismo de las élites decimonónicas. Se trata, por un lado, de la fragilidad de la noción de nación que tenían, pues sólo se concebía para el altiplano. Por otro, de no haberse presentado un triunfo político militar definitivo para uno de los partidos, circunstancia que hubiese permitido que se diseñara una política agresiva de fronteras y que se emplearan intelectuales del bando contrario, por ejemplo, en las negociaciones sobre convenios internacionales11. Finalmente, del abandono del proyecto radical por el liberalismo, el cual tenía una idea moderna sobre la nación, y que bien puede leerse como derrota histórica de la burguesía nacional.

El siglo XIX había vinculado definitivamente al partidismo con la nacionalidad. En las siguientes décadas el reclamar la pertenencia a la nación se hace desde proyectos excluyentes y con el empleo de la violencia.

La Revolución en Marcha fue el proyecto liberal de modernización del Estado y la sociedad, es decir, de la adecuación del Estado a las nuevas condiciones mundiales de acumulación de capital. El proyecto adelantado por López Pumarejo recogió el debate que desde décadas anteriores algunos dirigentes liberales habían adelantado con la pretensión de ampliar la base política, depurar el sistema electoral de toda clase de vicios, desarrollar un intervencionismo estatal para dinamizar la educación, el campo y la actividad industrial, y liberar al Estado y a las instituciones de la tutela de la Iglesia”.

Esta propuesta generó el fraccionamiento del partido liberal y una agudización de las confrontaciones entre los sectores modernizadores y retardatarios de la burguesía colombiana. Parte del rechazo de la clase dominante se originó en el fortalecimiento que, desde el Estado, se hacía del sindicalismo y del movimiento de masas e incluso de los comunistas, pues como se recordar á, el Partido Comunista Colombiano adelantó una alianza política con el sector lopista del liberalismo para consolidar la CTC y la obra de gobierno

Con la denominada “pausa”, durante la segunda administración López Pumarejo, las fracciones políticas radicalizaron los enfrentamientos, especialmente porque muchos sectores de la población habían sido movilizados pero ahora recibían la orden de evitar la confrontación con el Estado, eliminar la unidad con los comunistas e impedir la consolidación del partido conservador. Se abrían así las puertas a una nueva etapa de violencia en Colombia sin que el proyecto lopista hubiese modernizado la política, dotado a la nación de nuevos símbolos integradores, ni roto con la visión partidaria del orden.

La Violencia se constituye, paradójicamente, en uno de los elementos integradores, en sentido negativo, de la nación debido a su enorme capacidad para generar hechos, símbolos y representaciones ante los cuales los colombianos se reconocen. Este período de la historia reciente incorporó el terror en la imagen partidaria de la nación. La muerte se sufre desde rituales (rondas nocturnas, desapariciones y mutilaciones); se incluye en la contienda las familias liberales y conservadoras (mujeres, ancianos y niños); se rompe el vínculo con la identidad local (la tierra, la vereda, el pueblo); se heredan lo odios; se conforman nuevos excluidos (bandoleros) y se profundiza la separación entre el Estado y la sociedad civil, entre el país político y la nación. El resultado final no ha sido otro que el de la parálisis general de la sociedad civil ante los hechos de violencia.

Algunos de los métodos de terror son incorporados a la práctica política de décadas recientes y específicamente en el “tratamiento” de la oposición de izquierda y de los diversos sectores populares. La irrupción de los grupos paramilitares, la limpieza política de las veredas, los desplazados, el asesinato político, constituyen algunas de las nociones y prácticas de la cultura política postfrentenacional. Los sectores dominantes, locales (gamonales) y nacionales, sólo entienden al disidente político desde la noción rígida de enemigo y únicamente conciben una forma de enfrentarlo: la aniquilación física. Tal dinámica nos habla no sólo de la vitalidad de los métodos sino de la ausencia de juicios políticos a los responsables de La Violencia, entre otras razones porque el Frente Nacional decretó paz y olvido, lo cual, por supuesto, no pasó de ser un acuerdo entre élites.

La última gran reforma política, la Constitución de 1991, tiene consagradas dos visiones sobre la nación que resultan en principio contradictorias. Por un lado se establece el origen multiétnico y pluricultural de la sociedad, lo cual aparece, para los apologistas de esta visión, como uno de los grandes logros de la reforma de los noventa. Por otro lado, la Constitución consagra el neoliberalismo como el modelo económico de la nación, lo cual amenaza con diluir los frágiles hilos del tejido social y de la simbología nacional. No obstante hay que señalar que el reconocimiento de la diversidad y las minorías no es ajeno al neoliberalismo, de manera que las dos medidas pueden, en ciertos aspectos, resultar complementarias.

Comentario final

En resumen, ni los mitos de origen, ni los mitos de combate o resistencia aparecen incorporados como mitos fundacionales de la nación. Este proceso histórico ha sido sustituido por una lectura partidaria de la nación fundada en la violencia. Es decir, la constitución de la nación no se ha realizado desde una producción simbólica para dotar los habitantes del país de un destino común, sino en una práctica política excluyente. La definición partidaria de la nación no es un fenómeno exclusivo de Colombia, no obstante en otros países se ha dotado a la población de símbolos, prácticas, etc”, que les permite identificarse como parte de un destino global. La realización de la modernidad, del Estado nacional, se mantiene en Colombia como una necesidad histórica. Máxime cuando el proyecto neoliberal amenaza con romper el frágil tejido simbólico de la nación y porque la construcción de la nación constituye una alternativa para sustituir, simbólicamente, la violencia.


Citas

1 No utilizamos los términos globalización o internacionalización, aunque muy de moda, por considerar que los dos fenómenos se dieron entre los siglos XV y XVI. La utilización de tales términos hoy en día evidencia un desconocimiento del proceso histórico de constitución del capitalismo.

2 Claude-Gilbert Dubois, “Qu’est-ce qu’une nation?”, en: L.Imaginaire de la Nation (1792-1992). Actes du colloque europeén de Bordeaux (1989), Bordeaux, Presses Universitares de Bordeaux, 1991, p.20. La traducción es nuestra.

3 Sobre los mitos de origen en México y Perú véase Silvia Limón Olivera, Las Cuevas y el Mitos de Origen. Los incas y mexicas, México, Consejo Nacional para las Ciencias y las Artes, 1990.

4 Un análisis de la renovación constante del mito del inca en la política y la cultura peruana en Alberto Flores Galindo, Buscando un Inca. Identidad y utopía en los Andes, México, Consejo Nacional para las Ciencias y las Artes-Grijalbo, 1993.

5 Sobre el caso norteamericano véase Elise Marientras, Les Mythes Fundateurs de la Nation Americaine, París, edition complexe, 1992; Juan Antonio Ortega y Medina, Destino Manifiesto, México, Alianza Editorial, 1989; Jean Beranger, “Origen et developement de la symbologie national development Etats-Unis d.Amerique (1775-1815)”, en: Claude-Gilbert Dubois, Ob. cit.

6 Ibid., p.30.

7 Los ejemplos serían la apropiación estatal del indio, a través del bello Museo de Antropología, versus el indio de carne y hueso de Chiapas o Guerrero.

8 El origen de esta imagen es situado por Brian R. Hamnett durante y después de la Independencia. Véase “Absolutismo ilustrado y crisis multidimensional en el período colonial tardío, 1760-1808”, en: Josefina Zoraida Vázquez (coord.), Interpretaciones del siglo XVIII mexicano. El impacto de las reformas borbónicas, México, Nueva Imagen, 1992.

9 No pretendemos con esta idea considerar a los liberales como los buenos, los demócratas, etc”, pues pensamos que también utilizaron el terror -considérese la imagen sobre los jesuitas y el pueblo-. La diferencia está en que formalmente el liberalismo se alimentó del mito burgués.

10 Sin contexto en la medida en que la independencia había resuelto históricamente el tema del nexo con España. Aquellos países que aún seguían siendo colonia, Cuba y Puerto Rico, sí vivieron un período de hispanismo -en el contexto de la agresión norteamericana- el cual se prolongó hasta la década del treinta del presente siglo.

11 El sectarismo político del conservatismo impidió que Ignacio Borda, uno de los especialistas en tratados internacionales a finales del siglo pasado, participara en las comisiones colombianas de política exterior