Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co
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Gerardo Remolina, S.J. *
* Vicerrectoría Académica Universidad Central.
Por ser un bien social, la Universidad ha de constituirse en factor de desarrollo, orientación crítica y transformación de la sociedad. Esta función implica comprometerse, desde la academia, con un nuevo proyecto de nación, de cultura y de comunicación social, a través de una investigación pertinente.
Palabras clave: Academia, política, transformación, cultura, saber-hacer, pertinente
As an institution of social service, the University must set itself up as a development factor, provide critical guidance and enhance social transformation. This implies the University’s academic commitment with a new national, cultural an social communication project, through its carrying out relevant research.
Resulta cada vez más aceptado en el mundo académico que la responsabilidad social de la Universidad es algo que pertenece a la naturaleza misma de la Universidad. Así lo ha subrayado, por ejemplo, la Conferencia Mundial de la UNESCO (5 al 9 de octubre de 1998) en su “Declaración sobre la Educación Superior en el Siglo XXI: Visión y Acción”.
La Universidad, en efecto, ha de tener como uno de sus objetivos primordiales el ser factor de desarrollo, orientación, crítica y transformación de la sociedad en que vive. Debe, por consiguiente, insertarse en la realidad nacional, estudiando, de manera interdisciplinaria, los grandes problemas que vive el país, produciendo conocimientos relevantes sobre estos problemas y presentando estrategias y alternativas de solución que, de una manera seria y responsable, permitan la transformación de la sociedad. Las presentes reflexiones pretenden desentrañar esta verdad e indicar algunos caminos para hacerla realidad.
Tres son quizás los principales presupuestos que se hallan en la base de las anteriores afirmaciones.
En primer lugar, la Universidad es un bien social. Es decir, ella ha surgido y se explica en función de la sociedad. La Universidad es para ella y, en ese sentido, le pertenece: no es un bien privado sino social. En consecuencia, la Universidad no sólo debe actuar teniendo como meta el bien de la sociedad, sino que debe darle cuenta a ella de su gestión. La clasificación de las Universidades en públicas (o estatales) y privadas no se refiere a la naturaleza de su acción, sino a la forma de su gestión.
En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, la Universidad tiene una función política, entendida esta en el sentido más auténtico de la palabra, es decir, como el arte de ordenar los poderes sociales para la obtención del bien común. El conocimiento que se engendra en la Universidad debe conducir a la búsqueda de las mejores concepciones y medios para la realización de dicho bien.
En tercer lugar, la Universidad debe ejercer esta función desde lo que constituye la naturaleza misma de su identidad, es decir desde la academia. La Universidad no puede convertirse en una corriente partidista, ni en una ONG o en una obra de beneficencia. Su labor específica es el saber y es desde él desde donde ha de prestar una contribución eficaz en el ordenamiento de la sociedad.
Toda labor académica de la Universidad y de sus unidades tiene un contenido altamente social. Ella busca, en efecto, formar hombres y mujeres integrales que presten un servicio profesional altamente cualificado a la sociedad. Se trata de formar “Hombres y mujeres para los demás”, con sólidos criterios éticos y humanísticos de solidaridad y excelencia en el servicio. La investigación en la Universidad pretende desarrollar un conocimiento, tanto científico como técnico, que permita una mejor y mayor calidad de vida. Y ello es altamente social.
Pero más allá de esa contribución genérica, debe haber una contribución específica y particular que permita responder a la situación concreta de la sociedad en que vive. La Universidad y sus unidades no pueden ser ajenas a su contorno; deben no sólo situarse, sino orientarse hacia él y de alguna manera dejarse conformar por sus necesidades y urgencias.
Como consecuencia de lo anterior, la Universidad debe extremarse en la búsqueda y constitución de ciencias y técnicas pertinentes, es decir, de ciencias que toquen la realidad del país para ayudar a transformarla de manera inteligente y eficaz.
Como afirmábamos arriba, la Universidad se ubica en la academia; ésta constituye su naturaleza. Por consiguiente, lo típicamente universitario es el saber (la ciencia) y el saber hacer (metodologías y técnicas). El poder que la Universidad debe ejercer en la sociedad es el poder del saber, del conocimiento. Ésta es su contribución en el juego de poderes de la sociedad.
La acción política de la Universidad ha de consistir en proyectar su saber sobre la sociedad para transformarla. Esta proyección ha de realizarla de diversas maneras. En primer lugar, conociendo la realidad en que vive y generando nuevos diagnósticos. Este conocimiento no puede ser un saber abstracto, sino concreto. De allí han de brotar nuevos modelos de interpretación social (labor hermenéutica) que permitan comprender inteligentemente el juego de las circunstancias y poderes que determinan la situación. Como consecuencia de lo anterior, la Universidad ha de generar nuevos saberes científicos metodológicos y técnicos en el campo de las ciencias positivas y especialmente en el campo de las ciencias sociales. Estas han de encontrar el saber hacer (los métodos) dentro de la sociedad, en el juego de los poderes políticos.
A la labor política de la Universidad corresponde el generar una nueva Ética y unos nuevos valores. El bien común no podrá realizarse si no es sobre la base de principios que garanticen la humanidad del hombre y de sus relaciones (ética) así como la dinámica afectiva y emocional (valores) que mueva a la prosecución del bien de todos, por encima del egoísmo y de los intereses particulares de individuos o grupos.
Pero no es función de la Universidad (esencialmente académica) involucrarse en el juego partidista de los diversos movimientos, o en el de los poderes que buscan apoderarse del gobierno, ni tampoco el asumir papeles no académicos. Pero la Universidad sí debe utilizar todo su potencial académico para la conformación de una nueva política o arte de gobernar a los pueblos.
La función política de la Universidad exige que ésta defina su modelo de intervención en la sociedad de manera que pueda actuar en forma coherente, sistemática y ordenada.
Desde esta perspectiva la Universidad ha de empeñarse en repensar o fundamentar un proyecto de nación que le sirva como horizonte de su actuar político. Nuestro país, particularmente después del largo período de conflicto armado que estamos viviendo, no puede realizarse sin un nuevo proyecto de nación. La labor de la Universidad es aquí de primera importancia; ella debe presentar propuestas (saber) y explorar la manera de realizarlas (saber hacer) para hallar la solución de los problemas implicados en la construcción del país.
Y no se crea que pensar un nuevo proyecto de nación es una labor inútil. El hombre, en cuanto ser responsable y libre, debe forjar con clarividencia planes y empeñarse seriamente en realizarlos. La Universidad, como centro del saber y productora de conocimiento, ha de desarrollar su capacidad de inventiva no sólo en el campo de la naturaleza, sino sobre todo en el campo de la sociedad. Y no obstante las tendencias postmodernas, no debe tener miedo a las “utopías”; si bien ellas no existen en este momento en ningún lugar (ou-topos) no significa que no puedan existir en algún momento de la historia. Hay utopías realizables, con tal de que exista la voluntad política de darles existencia. Pero que la Universidad presente nuevas formas de sociedad no llevará a ninguna parte si ella no explora su viabilidad y la manera concreta de realizarlas.
Este nuevo proyecto de nación puede involucrar asuntos como la forma concreta de fundamentar, fortalecer y apoyar el surgimiento de una Sociedad Civil, de la que lastimosamente hemos carecido hasta el momento. Ha de contemplar temas como la Paz y las consecuentes Reformas políticas (descentralización, regionalización, nuevo ordenamiento territorial), la Justicia y la Impunidad, la Reforma de los partidos políticos y su fortalecimiento para un auténtico y libre juego democrático; la Integración de la fuerza pública en la construcción del nuevo país; el análisis crítico de nuestro Modelo de desarrollo y sus alternativas; el Análisis de la situación rural (producción y comercialización de productos, reforma agraria, movimientos rurales, cultivos ilícitos y modelos de desarrollo alternativo); los Recursos naturales y el medio ambiente, el Desarrollo sostenible, la Política urbana, el flagelo del Desempleo, los Procesos de socialización y tantos otros.
La labor académica y política de la Universidad debe conducir no sólo a diagnósticos, análisis y proyectos, sino a formular cómo realizar dichos proyectos. Esto constituye un paso de carácter verdaderamente cualitativo: es el paso de la representación y el pensamiento al estadio de la acción; es el paso del “saber” al “saber hacer”, de la teoría a la praxis; por ello esta labor resulta absolutamente imprescindible.
Dentro de este nuevo proyecto de nación ocupa un lugar de primordial importancia el tema de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario. Supuestos los principios y valores que se hallan a su base, es preciso ir más allá de la denuncia para proponer caminos nuevos y prácticos de realización; es necesario insistir en el “cómo” humanizar realmente el conflicto, en “cómo” encontrar salida a las violaciones de los derechos humanos, civiles y políticos; en “cómo” articular los derechos sociales y culturales.
La realización de los anteriores proyectos se refiere fundamentalmente a los bienes materiales y a las necesidades básicas de la vida y de la convivencia humana. Estos bienes son portadores de auténticos valores: los valores vitales, que son básicos para la existencia del ser humano, pero que no son los únicos ni necesariamente los más elevados. Existen otros bienes y valores por encima de ellos que son más elevados, al menos en cuanto posibilitan los anteriores. Los filósofos dirían, en términos kantianos, que son valores superiores en cuanto constituyen las “condiciones de posibilidad” de los valores básicos fundamentales. Así, por ejemplo, es imposible buscar el bien común sin valores sociales como la colaboración y la solidaridad, o sin valores espirituales como el pensamiento crítico y la sabiduría, o sin valores personales como la libertad y la responsabilidad, o sin valores religiosos como el sentido último y trascendente de la existencia humana. Todos estos tipos de valores constituyen una jerarquía en la que los superiores son condición de posibilidad de los inferiores.
La cultura consiste en el cultivo real, activo, racional y científico de la realidad social a través de valores, sentidos y símbolos. Este cultivo apunta a la consolidación y fortalecimiento de las identidades personales y sociales. La meta del proyecto de una nueva cultura es la de construir las condiciones de posibilidad de un país plural y abierto al mundo, a la diversidad en la globalización, al desarrollo sostenible y a la convivencia humana libre y pacífica, manteniendo firme la propia identidad.
El proyecto de una nueva cultura ha de tener como primer objetivo a la Universidad misma (ad intra) en la que el clima o cultura institucional corresponda a los valores que explícitamente quiere cultivar: el respeto por el otro, la aceptación de su dignidad y diversidad, la exclusión de cualquier tipo de violencia, aún sutil (como, por ejemplo, la que se da en el aula de clase o en la oficina), la solución pacífica de los conflictos, el acceso a una justicia real, etc. De esta cultura institucional deberán ser portadoras todas las personas de la Universidad, no importa su oficio o su jerarquía. Quien accede a la Universidad ha de percibir esta cultura desde el momento en que ingresa al campus universitario y es recibido por una conserje o una recepcionista, hasta en el trato que se le dé en una Decanatura o en la Rectoría.
Finalmente, la nueva cultura ha de ofrecer salidas auténticas a las profundas inquietudes espirituales del ser humano, la principal de las cuales se refiere al sentido último de su existencia: ¿Quiénes somos realmente, de dónde venimos y para dónde vamos? Por ello es absolutamente imprescindible el plantear la cuestión religiosa en la Universidad y en la sociedad. La sed inagotable del ser humano por conocer encuentra su mejor campo de realización en la Universidad como “universo del saber”. Sería un contrasentido que la Universidad cerrara sus puertas a las cuestiones últimas del ser humano y clausurara la búsqueda del conocimiento sin que se le abra de manera positiva la posibilidad de desarrollar toda su potencialidad. Las Religiones, vistas desde un punto de vista meramente cultural, consisten en sistemas de valores y símbolos que pretenden dar respuesta a las preguntas sobre el sentido último de la existencia humana.
Pero este nuevo proyecto de cultura, ha de tener como objetivo, más allá de la Universidad, la sociedad misma (ad extra); debe esforzarse por colaborar en conformar la nueva sociedad. Así, por ejemplo, los valores que en ella se inculquen desde la academia no pueden tolerar la exclusión de ningún tipo de personas (desplazados, marginados, indigentes, etc.). Por ello, se ha de trabajar en difundir la pedagogía de la aceptación y el respeto, de la resolución pacífica de los conflictos, del acceso real a la justicia, del ejercicio responsable y solidario de la libertad.
Aquí, una vez más, es necesario poner el énfasis en el cómo de la realización; y aunque corresponde a todos buscarlo, quizás las disciplinas humanísticas y pedagógicas son las llamadas más directamente a buscar la manera de implementar este nuevo proyecto de cultura.
Todo lo anterior –no sólo lo referente a la cultura, sino también el propósito de influir en los centros de decisión–, pone en evidencia la necesidad de un nuevo proyecto de comunicación social. De ordinario, cuando pensamos en las instituciones educativas nos concentramos en la Escuela, el Colegio y la Universidad; pero olvidamos que hay muchos otros factores educativos como es la vida misma, la familia, etc.; y olvidamos sobre todo que el poder educativo más formidable y masivo lo constituyen los medios de comunicación social. Ellos son los que conforman la mentalidad de los pueblos, los que preparan las decisiones y crean los nuevos valores. Por ello, la Universidad debe tener como uno de sus objetivos propios el de colaborar en la creación de un nuevo proyecto de comunicación social.
La Universidad debe, en primer lugar, esforzarse por conocer científicamente la manera como se construye la opinión pública, sus formas de actuación, movilización y manipulación, con miras a colaborar en la construcción de una opinión pública bien informada y orientada eficazmente a la búsqueda del auténtico bien social.
Para ello sería importante buscar la manera de establecer una Agenda sistemática de temas sociales que haga que los “Medios” afronten los verdaderos problemas del país y las propuestas constructivas para encontrarles solución. O, si se prefiere, colaborar con los medios en la conformación de una especie de Portafolio de inversiones sociales, al cual le apuesten los medios de comunicación social.
Sería importante buscar la manera de que la comunicación social señalara y pusiera de relieve lo valioso cotidiano de la gente común y corriente, sus ideales y realizaciones positivas. Que procurara narrar la violencia y la paz de manera constructiva y no truculento y sensacionalista. Pero sobre todo, que como fuerza educadora del país, los medios tomaran conciencia de su papel definitivo en la construcción de una nueva Colombia y se convirtieran en creadores y promotores de los más auténticos valores humanos.
La Universidad debe insistir en la necesidad de estimular y realizar la función de investigación propia de la academia universitaria. ¡Pero la investigación que realicemos ha de ser responsable! La ética de la investigación no se refiere exclusivamente a la manera de hacerla y a sus implicaciones, sino también al objetivo que persigue. La relación entre conocimiento e interés es admitida hoy universalmente, así como el hecho de que el interés sea uno de los factores determinantes del carácter ético del conocimiento. Es aquí donde entra la “pertinencia” de la investigación. No se trata de investigar simplemente por el deseo de producir conocimiento, no importa cuál sea. En un país como el nuestro no podemos darnos el lujo de investigar asuntos que nos interesan mucho como académicos, pero que no tienen incidencia alguna en las urgencias del país. Hacer esto sería irresponsable. Desde esta perspectiva será necesario hacer el sacrificio de renunciar a temas que son de mucho interés personal pero que no le sirven a la sociedad. Es preciso superar la mera erudición científica.
Con lo anterior no pretendo afirmar, de ninguna manera, que la investigación básica o teórica sea por sí misma im-pertinente y que sólo sea responsable, por pertinente, la investigación aplicada. La distinción no ha de plantearse entre investigación “básica” y “aplicada”. Puede haber investigación aplicada totalmente inútil en determinadas situaciones o circunstancias, e investigación teórica o básica absolutamente pertinente para la solución de problemas concretos de una determinada sociedad.
La Universidad, en todos sus estamentos académicos y administrativos, ha de hacer un esfuerzo consciente por dar prioridad a las investigaciones que sean realmente pertinentes a la situación histórica que vivimos. Esto ha de aplicarse en la aprobación y aval de proyectos que se presenten para ser financiados por la Universidad o por ésta y otras entidades como, por ejemplo, Colciencias.
Igualmente, es preciso enfocar, ayudar y exigir a nuestros profesores y estudiantes que se empeñen en orientar las tesis de grado, monografías y demás actividades investigativas, a los problemas más urgentes del país. Las tesis de nuestros estudiantes no pueden seguir sobrecargando los anaqueles de nuestras bibliotecas o los archivos de nuestros computadores; han de hacerse reales y encontrar el mejor lugar de conservación en las estructuras mismas de nuestra sociedad.
Para concluir, quiero hacer propia la afirmación del CVII Consejo Nacional de Rectores de Universidades de ASCUN, del 23 y 24 de abril de 2002, en su documento “Agenda de Políticas y Estrategias para la Educación Superior de Colombia 2002-2006 – de la Exclusión y la Equidad”:
“El futuro de la Universidad Colombiana está ligado a su capacidad de contribuir a la solución de los problemas que enfrenta el país. Los temas relacionados con la calidad de la educación, su pertinencia y relevancia, tocan de lleno con la necesidad de realizar cambios significativos en las diferentes dimensiones que constituyen la Educación Superior, y adecuar sus estructuras para el cumplimiento de las funciones que le son propias, en un momento de hondas crisis sociales” (p.21).
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Gloria Rincón Cubides *
* Vicerrectora Académica Universidad Central. Licenciada en Filología e Idiomas. Especialista en Literatura Hispanoamericana; Doctora en Filología Románica. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla. .
En este ensayo se recuperan miradas acerca de la relación entre universidad y sociedad desde la óptica de varios autores como ejercicio de pensamiento más que como discurso acabado, se insinúan perspectivas que aportarán a la discusión sobre este tema en la Universidad Central..
Palabras clave Universidad, sociedad, responsabilidad social, ética, conocimiento.
This essay comprises several insights different authors point out about the relationship between university and society It is an exercise of thought rather than an already finished discourse, where some perspectives, that will contribute to this specific discussion here at Universidad Central, are outlined.
De la quinta conferencia pronunciada por Friedrich Nietzsche Sobre el porvenir de nuestras instituciones educativas1 se puede inferir la relación que el filósofo alemán establecía entre la academia y la sociedad: una tarea de fondo consistente en que la universidad procure los recursos intelectuales necesarios para transformar estructuras e influir en la construcción de una nación y, más allá de ella, en la creación de un mundo. Esta labor comprometería al pensamiento y no ya solamente al conocimiento.
¿Qué puede significar este compromiso de la universidad con el pensamiento? En el marco de la tradición racionalista, bien puede significar reflexionar, representarse el mundo y reconocerlo, en un ejercicio que persigue la certeza; un ejercicio en el cual un pensador se aproxima al mundo constituido para explicarlo, gracias al rigor que le permite el método. Evidentemente, esta versión moderna enraizada en la tradición cartesiana, requiere de un mundo fragmentado en compartimentos, un mundo que se deje someter al método analítico: el "mundo de la vida"2 por una parte y el "mundo del saber" por otra; la universidad compuesta por disciplinas, especializaciones y subespecializaciones con la teoría en un segmento y la práctica en otro; la naturaleza concebida como una composición de reinos, órdenes y especies y la sociedad humana como una composición de clases. La especificidad de la universidad participa también en la segmentación del juego, el estudio y el trabajo, los cuales se oponen uno a uno al otro en una dicotomía constante.
En este marco moderno, la autonomía del individuo, entendida como la emancipación de una conciencia moral que al producirse es capaz de orientar de manera certera al sujeto y de permitirle prescindir de la guía y gobierno de otros, es constitutiva de la misión de la universidad.
Uno de los aportes más significativos del psicoanálisis en el siglo XX, es el cuestionamiento de la conciencia como causal de la acción, y la ubicación, en su lugar, del deseo como principal determinante. Bajo esta luz, el concepto de autonomía pierde su sentido moderno. ¿Cómo pensar entonces el problema de la mayoría de edad?3. El concepto de sujeto, en cuya construcción el psicoanálisis converge con la lingüística y el materialismo histórico, sirve a ese fin. Lejos de una emancipación, la mayoría de edad no representa sino la sujeción del hombre al orden de la historia y del discurso, de manera que allí donde se pretende ver una conciencia autónoma enunciando la verdad del mundo, lo que realmente se encuentra es un mundo que habla y que, al hacerlo, determina el lugar y las posibilidades del sujeto en él. Para un punto de vista humanista, la irrupción de la teoría del sujeto representa el momento de un desencantamiento y una ruptura dolorosa con la ilusión de un mundo constituido por fuera del lenguaje y de un hombre situado en una relación de conocimiento que vincula la interioridad de su conciencia con la exterioridad de lo existente, como una relación de los conceptos con las imágenes. Sin embargo, las consecuencias de la objetivación del lenguaje como instancia mediadora de todo lo que es posible saber acerca del mundo, sólo estaban esbozadas. El pensamiento contemporáneo se ha encargado de desarrollarlas, enunciando lo que se ha denominado, un "pensamiento del afuera"4, el cual es mucho más que el conocimiento. El pensamiento es hoy una potencia
capaz de construir un nuevo mundo, una materialenguaje (…) ya no se trata de establecer la verdad eterna sino más bien de colocarse en un borde para pensar lo impensable. Y, ciertamente, esa novedad de pensamiento ya no tiene pretensión ni de universalidad ni de eternidad. Quizá por esto se ha puesto de presente en la actualidad la pregunta ‘qué significa pensar’ Pensar ya no es hoy la domesticidad de la reflexión que convencía a Descartes. Pensar hoy es provocar una violencia al pensamiento y a sus modelos. Pensar es volver al pensamiento extraño a sí mismo y enemistarlo con su imagen y con sus modelos. No se trata pues del problema cartesiano de la certeza y de la duda. Certeza y duda eran interioridad del pensamiento que presuponía la bondad del pensador para buscar la certeza. Hoy se trata de la voluntad de poder del pensamiento capaz de crear una construcción significativa a la que se da el nombre de realidad… El ‘pienso luego existo’ cartesiano ha sido sustituido por Foucault por el ‘hablo luego digo que hablo’. Ahí irrumpe el afuera del mundo que es inmediatamente lenguaje y del lenguaje que es el mundo. Entre ‘hablo’ y ‘digo que hablo’ no hay ningún compromiso entre lenguaje y existencia, en el afuera nada limita el lenguaje: ni un sujeto que habla, ni un objeto del que se habla, ni una verdad en lo que se dice, ni la comunicación, ni el discurso, ni el modo de ser del pensamiento. El sujeto no es responsable ni busca la certeza. El sujeto es más bien inexistente. ‘Hablo’ no remite a un sujeto sino al ser del lenguaje en su pura exterioridad, o afuera5.
No es entonces el problema de la supuesta autonomía del sujeto el que ha de plantearse la educación en el mundo contemporáneo; en su lugar, cobra vigencia la preocupación por la posibilidad de creación de nuevas realidades y por las condiciones necesarias para que el pensamiento sea esa potencia creadora que caracteriza a la materialidad del lenguaje.
Tampoco podría asumirse hoy como válida la idea moderna de una universidad separada de la sociedad. La universidad no es un segmento de la sociedad, sino más bien un tiempo y un ritmo de vida de ella, un punto en el cual el pensamiento es sometido a la violencia simbólica capaz de volverlo extraño a sí mismo, de enemistarlo con su imagen y sus modelos. Esta condición del espacio-tiempo universitario no hace de la universidad algo separado de la sociedad.
En este contexto, la responsabilidad social de la universidad debe ser reconsiderada, pues tiene que ser consistente con esta nueva manera de ser y este nuevo lugar del pensamiento que no es una virtualidad sino una realización. La institución universitaria no es ya esa especie de no tiempo y no lugar que prepara intelectuales para un tiempo futuro, o para un lugar y un tipo de labor que le es ajena. Es preciso repetirlo: la universidad es una aceleración de cierta forma de trabajo, un cierto ritmo del discurso que se refiere permanentemente al acontecimiento, a lo fenoménico, a la vida.
La relación de la universidad con la sociedad, que durante las tres últimas décadas del siglo XX parecía satisfacerse con el ejercicio de la crítica social y la formación de cuadros para ciertos puestos de trabajo, ha sido excedida al volver a situar a la universidad en medio de la sociedad, como parte de ella, en continuidad, o mejor, en medio del mundo de la vida. Puesto que afirmamos la ruptura con la idea de dos segmentos: sociedad y universidad, es preciso volver sobre los conceptos que la tradición ha acuñado para referirse a las posibles relaciones entre ellos.
El concepto de extensión como una especie de volcamiento que prolonga fuera del recinto universitario el saber legitimado por la institución, supone el interés de ampliai el espacio de la universidad para superar su aislamiento. Esta idea de la "extensión" ha sido puesta en cuestión por los hechos que caracterizan la relación de la universidad con el saber pues, en primer lugar, la producción de ciencia y tecnología desplazó a esta institución como sede de la producción del saber legítimo, en muchos casos colocando en su lugar a laboratorios y centros sin vínculo con ella; en segundo lugar, la descentración del pensamiento ha provocado una revalorización de formas de saber que, siendo altamente eficaces para la vida, no necesariamente transitan por los espacios de la ciencia y de la universidad y obligan a reconocer y validar la existencia de diferentes formas de saber con diversos alcances en cuanto a la conservación, reproducción y ampliación de los horizontes de la vida. Así, el mundo contemporáneo abre paso a la idea de un "diálogo de saberes" en el cual la universidad sería solamente uno de los interlocutores convocados.
En medio de las tensiones y rupturas que hacen coexistir distintos ordenamientos del pensamiento, la idea original de la función de extensión universitaria como un "poner el saber legítimo de la universidad fuera de su órbita original", cuyas dos expresiones más frecuentes son la capacitación y la divulgación, ha cedido el espacio a los conceptos de "proyección social", "integración social" e "interacción social". Cada uno de ellos pone su acento en la relación universidad- mundo, según la universidad se vea a sí misma actuando para él, con él o en él.
Evidentemente el concepto de "proyección social " es muy cercano de la idea original de extensión, en cuanto supone un exterior sobre el cual se "proyecta" lo que de alguna manera se produce "adentro" El avance que, este concepto representa frente al de "extensión" se deriva de la connotación ética provocada por la enunciación de "lo social" Al pretender proyectarse sobre esta instancia, la universidad no se limita a realizar un ejercicio más o menos neutro con su sabet, ni se muestra indiferente frente al hecho de que el mismo sea captado por cualquier interés distinto del interés común, sino que asume lo colectivo (lo social) como la instancia con la cual compromete su conocimiento.
Una segunda connotación se refiere a la posibilidad de que la relación con el mundo de la vida no se realice sobre la base de un saber preformado que "se extiende" a los legos sino que formaliza una apertura en la cual está implícita toda la dinámica que la universidad entabla en su relación con el conocimiento. Podría decirse que lo que se proyecta son todas las posibilidades de acción que la universidad tiene. No en vano, bajo la expresión "proyección social", florecieron las figuras de la consultoría y la asesoría, con las cuales la función de investigación resulta ser parte esencial de lo proyectado.
A través del concepto "integración social", la universidad se sitúa en relación con el mundo de la vida en una posición de débil diferenciación. Figuras como la de los "médicos descalzos" ilustran este tipo de situación. Desde luego, este tipo de postura sólo cabe en condiciones históricas extremas, con capacidad para diluir por completo las fronteras que delimitan el alcance de las distintas formas de saber, a la par que diluyen las fronteras que le dan forma a la clasificación social.
Concebir la extensión como "interacción social" es una propuesta que intenta abrirse paso para vincular de manera orgánica el tipo de trabajo universitario –trabajo con el pensamiento–, y el mundo de la vida, de tal manera que de esa relación salgan enriquecidas las dos órbitas de acción. Se trata de una relación en la cual la universidad no se limita a extender un saber legitimado, ni a proyectar su capacidad de investiga!, sino más bien, del quiebte de una diferenciación artificiosa, a través del cual se le devuelva a la universidad la posibilidad de considerar los acontecimientos que se registran en el mundo de la vida y de asumir la tarea de convertirlos en objetos válidos de trabajo académico, con dos propósitos: construir un saber que contribuya a la transformación efectiva de las condiciones del mundo de la vida y generar una experiencia formativa que facilite la problematización6.
Esta intervención sobre el mundo de la vida no es nada distinto del ejercicio político que debe tealizar la universidad, ejercicio en cuyo marco se produce la formación ciudadana de los estudiantes, el cual puede vetse ilustrado en el discurso que Martin Heidegget pronunció el 27 de mayo de 1933 durante su posesión como lector de la Universidad de Friburgo:
Para los griegos la ciencia no es un ‹bien cultural›, sino el centro que determina desde lo más profundo toda su existencia como pueblo y como Estado. La ciencia tampoco es para ellos un puro medio para hacer consciente lo inconsciente, sino el poder que abarca y da rigor a toda la existencia… apunta a que el político y el profesor, el médico y el juez, el cura y el arquitecto dirijan la existencia del pueblo y del Estado y la protejan y mantengan unas tensas relaciones esenciales con los poderes que configuran el mundo; por eso, estas profesiones –y la educación para ella– están sometidas al servicio del saber… Mas por otro lado, los griegos luchaban justamente por comprender y por ejercer esa cuestión contemplativa como una, incluso como la suprema, forma de la energeia, del ‹estar a la obra› del hombre. Su sentido no estaba, pues, en asimilar la praxis a la teoría, sino al revés, en entender la teoría misma como la suprema realización de una praxis"7.
El interés mayor que estas palabras de Heidegger tienen para nosotros, está relacionado con la necesidad de hacer que la reincorporación de la universidad al mundo de la vida se realice superando, al mismo tiempo, la dicotomía teoría-práctica que ha asumido la vida activa como laboriosa, en tanto que ha visto la vida contemplativa como pura quietud, haciendo perder de vista que el pensamiento es acción y no mera contemplación. Esa acción, si bien puede realizarse en la individualidad, para el caso de la universidad transita sobre un espacio público.
Buscamos ser consecuentes con el reconocimiento de que para la sociedad, el problema central de transitar hacia la modernidad no se reduce a la modernización y sus desarrollos tecnológicos, pues el "desarrollo unilateral de la productividad, no raras veces se ha producido a expensas del mundo de la vida"8; en este contexto, intentamos abtir el espacio para instalar el pensamiento y la creación, en medio del conocimiento y su pteocupación pot la ciencia, la técnica y la tecnología. Esta perspectiva permite dar cuenta de los motivos que subyacen a la reestructuración curricular y en ella, especialmente, a la prioridad ototgada a la secuencia de trabajos de campo y proyectos de intervención, cuya opetación está destinada a garantizar una praxis teórica referida a problemas significativos del mundo de la vida.
Por otra parte, el ejercicio político que realiza nuestro proyecto educativo atticula el estudiante al trabajo, de manera que su paso por la universidad no signifique un enclaustramiento, sino, por el contrario, un volcamiento sobre los problemas de la ciudad, la región y el país, un compromiso con una acción que afecta la vida en un sentido o en otro y que por lo tanto, sólo puede ser decidida en el marco de una opción ética.
La organización universitaria es el principal medio para la realización del proyecto de universidad. En este sentido, la propuesta crea una disposición que permite la circulación, la pluralidad y la diferencia, la producción discursiva y material y redefine los términos de una gestión académica que conecte múltiples puntos creando velocidades afines con un tiempo y un ritmo singulares de trabajo: el tiempo y el ritmo que creemos, es la universidad en la sociedad.
1 Über die Zukunft unserer Bildungstalten. Sechs öffentliche Vorträge.
2 Este concepto es tomado de la Fenomenología de Husserl.
3 Se hace referencia aquí a la preocupación expresada por Kant en: "Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?", en: Defensa de la ilustración, Barcelona, Alba Editorial, 1999.
4 Heidegger y Foucault pueden ser considerados dos de los más importantes responsables de este desarrollo.
5 Edgar Garavito, Escritos escogidos, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Medellín, 1999, pp.205-206.
6 Ver: Universidad Central, Vicerrectoría Académica, "La función de Extensión" documento interno, Bogotá, 2003.
7 Die Selbstbehauptung der deutschen Universität: La autoafirmación de la Universidad alemana, Martín Heidegger, Traducción y notas de Ramón Rodríguez, Madrid, Tecnos, 1996, publicado en 1933 como Cuaderno 11 de los discursos de la Universidad de Friburgo y también por la editorial Wilh. Gottl. Korn de Breslau.
8 Guillermo Hoyos, "Modernidad y postmodernidad: hacia la autenticidad", en: Revista Estudios Sociales, Volumen 1, No. 7 Medellín, junio, 1994.
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