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Trayectorias subjetivas laborales y economía comunitaria en la Escuela de Mujeres de Madrid (Colombia)*

Trajetórias subjetivas de trabalho e economia comunitária na Escola de Mulheres de Madrid (Colombia)

Subjective work trajectories and community economy in the Women’s School of Madrid (Colombia)

DOI: 10.30578/nomadas.n48a5

 

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Juliana Flórez Flórez** Mónica Ramón***y Angélica Gómez****

Resumen

Esta investigación estudia el reto de construir sujetos para la economía comunitaria. Con aportes de los estudios críticos del trabajo y las teorías feministas de la subjetividad, acude al método biográfico para analizar las trayectorias subjetivas laborales de activistas de la Escuela de Mujeres de Madrid, a partir de tres hitos: la ilusión, la sacudida y el despertar. En el arduo tránsito de trabajadoras asalariadas a cooperativas, la economía comunitaria surge para ellas como un escenario reflexivo para re-crearse y sostener colectivamente prácticas éticas prometedoras de una vida mejor.

Palabras clave: trayectorias laborales, movimientos sociales, subjetividad, economía comunitaria, feminismo, reflexividad.

Resumo

Esta pesquisa estuda o desafio de construir temas para a economia da comunidade. Com contribuições de estudos críticos do trabalho e teorias feministas de subjetividade, ela vai ao método biográfico para analisar as trajetórias subjetivas de trabalho dos ativistas da Escola de Mulheres de Madrid, com base em três marcos: ilusão, agitação e despertar. No árduo trânsito de trabalhadores assalariados para cooperativas, a economia da comunidade surge para eles como um cenário reflexivo para recriar e sustentar coletivamente práticas éticas promissoras de uma vida melhor.

Palavras-chave: trajetórias laborais, movimentos sociais, subjetividade, economia comunitária, feminismo, reflexividade.

Abstract

This research studies the existing challenge when constructing subjects for community economy. Through contributions from critical studies of work and feminist theories of subjectivity, the study turns to the biographical method to analyze the subjective work trajectories of activists of the Women’s School of Madrid, based on three milestones: illusion, shock and awakening. In the strenuous transit of salaried workers to cooperatives, the community economy emerges as a reflexive scenario to re-create and collectively sustain ethical practices that promise a better life.

Key words: work trajectories, social movements, subjectivity, community economy, feminism, and reflexivity.

* Este artículo resulta de la investigación culminada “Trayectorias subjetivas laborales: experiencias de la EMM” (2016-2017), financiada por el Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana y la Asociación Herrera. Su publicación cuenta con la aprobación en asamblea y socialización en foro. El texto clausura nueve años de investigación colaborativa, uno de cuyos capítulos fue publicado en la edición No. 43 de la revista Nómadas.
** Investigadora-Profesora Asociada del Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana (PUJ), Bogotá (Colombia). Doctora en Psicología social de la Universidad Autónoma de Barcelona. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
*** Asistente de investigación para este proyecto en el Instituto Pensar de la PUJ, Bogotá (Colombia). Psicóloga y estudiante de Sociología en la misma universidad. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
****Investigadora independiente (Pasto, Colombia). Doctora en Ciencias de la Sociedad de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París; Magíster en Estudios de Género, Psicóloga. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.

La Escuela de Mujeres de Madrid: cultivadora de economías comunitarias en la Sabana de Bogotá

La Asociación Herrera es una organización colectiva que durante una década ha buscado abrir en Madrid (Sabana de Bogotá) espacios laborales alternativos a los ofrecidos por el capitalismo. Una de sus estrategias fue fundar en el 2011 la Escuela de Mujeres de Madrid (EMM, en adelante) para formar a mujeres populares de la región (como se autodenominan), vinculadas al servicio doméstico, la economía informal y, sobre todo, al sector floricultor. Hasta el 2016 habían formado alrededor de 70 mujeres, de entre 15 y 60 años en cuatro ediciones de la escuela: feminismo (2012), TIC (2013), agroecología (2014) y economía comunitaria (2015). No en vano, casi todas sus fundadoras son pedagogas seguidoras de la obra de Paulo Freire. Incluso, dos de ellas –Patricia Veloza y Guisella Lara (2014)– plasmaron en una tesis su propia lectura de la escuela que crearon. Aquí ofrecemos una lectura más externa.

La EMM desarrolla sus formaciones con otras organizaciones, incluidas algunas universidades. En nuestro caso, además de participar en tres ediciones de la escuela, realizamos cursos en: biodanza (2014), brecha intergeneracional (2014), feminismo marxista (2016, basado en el hermoso libro Calibán y la Bruja de Federici (2010), y arte y postcapitalismo (2017, a partir de la obra de JK Gibson-Graham). En los últimos dos casos, compartimos con las autoras estudiadas y siempre alternamos las sesiones entre la asociación y la universidad. También entre el 2016 y el 2017 celebramos tres encuentros con organizaciones con las que desarrollamos procesos similares1.

Durante ese tiempo, EMM impulsó proyectos paralelos de economía comunitaria, asumidos como una experiencia laboral nueva. Inicialmente, fortalecieron proyectos productivos en los que algunas mujeres se habían embarcado, bien fuera como socias-trabajadoras o como trabajadoras independientes. Como socias-trabajadoras recibieron apoyo del gobierno local para instalar una planta de soya y producir envueltos y galletas, además de un terreno dado en comodato para cultivar. Como trabajadoras independientes han tenido huertas caseras. Los productos de ambos tipos de cultivos los venden en ferias locales o en sus barrios, mediante el sistema puerta a puerta.

Como el terreno dado en comodato les fue despojado, trasladaron su cultivo a la huerta colectiva de la asociación, ubicada en una vereda de Madrid. En este punto, las actividades de la EMM empezaron a solaparse con las de la asociación, al menos en tres niveles de participación. Uno, en el del núcleo de la asociación formado por cerca de diez mujeres que se reúnen casi a diario para avanzar en sus proyectos: una papelería, un vivero, un lombricario, cría de gallinas libres, una huerta orgánica y fabricación de lácteos; con las dos últimas actividades se autoabastecen y proveen un restaurante que abren los fines de semana. Dos, en el nivel de activistas de organizaciones regionales que semanalmente desarrollan mingas en la huerta colectiva2. Bajo el principio de reciprocidad, también se trabaja en sus organizaciones. Y tres, en el nivel de participación de quienes trabajan ocasionalmente en la huerta (guadañar, cosechar, reparar cercas, alimentar gallinas, etc.) por solidaridad y por el gusto de trabajar la tierra y llevar cosecha.

En nuestro intento por fortalecer estas dinámicas, conformamos un grupo de estudio sobre economía comunitaria con principios feministas y de educación popular. Allí convergieron intereses de activistas, investigadoras, traductores y estudiantes. Un principio que guió nuestro trabajo fue desprendernos de la expectativa simplista de que las activistas dieran un salto del capitalismo al comunitarismo; insistimos en que la apuesta por fortalecer iniciativas de economía comunitaria exigiría un cambio lento y profundo, no sólo de prácticas económicas sino de los deseos asociados al capitalismo y la manera de concebirse como sujetos trabajadores. El colectivo de autoras en el que nos inspiramos, J.K. Gibson-Graham, llaman a ese arduo proceso de transformación cultivo del sujeto de la economía comunitaria. A pesar del énfasis puesto en ese principio, muchas veces nos ofuscamos por la lentitud de los procesos productivos y titubeos de las activistas, en parte también por nuestra cautela para emprender proyectos productivos. Tras varias discusiones con ellas y al interior del grupo, a veces dolorosas, comprendimos que esa incomodidad era un llamado a tomar más en serio las dificultades de cultivar deseos alternativos a los capitalistas. No era suficiente con declarar que no esperábamos saltos fáciles, debíamos dar un paso más y acoger los intentos sin garantía que las activistas ensayaban a diario. Este texto es un alto en el camino para tomar en serio esa invitación y estudiar con más profundidad el complejo proceso de cultivar sujetos para la economía comunitaria.

El problema del sujeto: un asunto dado por sentado en la economía comunitaria

La literatura crítica del modelo civilizatorio capitalista ofrece abundantes y refinados análisis sobre los procesos de configuración del sujeto capitalista. Así lo muestra, por ejemplo, el proyecto de historia de gubernamentalidad de Michael Foucault (2008), donde analiza la forma en que el liberalismo se ha sostenido mediante técnicas de gobierno configuradoras de sujetos aptos para el capitalismo. En Colombia contamos con los trabajos de Castro-Gómez (2005, 2009) quien, trazando la historia cultural del capitalismo en el país, muestra los sofisticados dispositivos de subjetivación funcionales al capitalismo y explican mucho de lo que hoy experimentamos como colombianidad. También aportan los trabajos de García y Carvajal (2007) sobre las tecnologías que configuran al sujeto trabajador en el capitalismo inmaterial; los de Vargas (2013) sobre la gubernamentalidad de las trabajadoras en la industria floricultora; o en Chile, los de Ivera (2016), sobre la producción discursiva del joven trabajador.

A diferencia de los estudios críticos del capitalismo, los de las economías alternativas no alcanzan ese refinado nivel de análisis del sujeto. Las reducidas investigaciones al respecto, por lo general, remiten a sus impactos positivos o negativos. De los positivos destacan: la posibilidad de inclusión social y laboral que brindan; la oportunidad de desarrollar actividades económicas alternativas en las regiones; el impulso al desarrollo socio-económico comunitario; la promoción de liderazgos que favorecen la autonomía y la democratización; la mejor calidad de vida de sus trabajadores; la creación y el fortalecimiento de lazos solidarios que favorecen la cohesión; el reconocimiento del otro y la identidad colectiva. Como impactos negativos resaltan: la dificultad del sector, sobre todo en zonas rurales, para integrarse al capitalismo; la necesidad de una participación efectiva en las organizaciones; la dificultad para tecnificar el sector solidario en regiones rurales; los altos costos de producción por falta de tecnificación, la resistencia a integrarse a cooperativas, o la excesiva intervención estatal y las dificultades de formación.

Si bien estos diagnósticos son un avance, quedarse ahí dejaría el debate detenido en un esquema binario de éxito/fracaso que simplificaría la discusión sobre las estrategias político-organizativas de las alternativas al capitalismo. Surgen entonces algunas preguntas: ¿cómo evadir las escenas de un triunfo/fracaso absoluto?; ¿dónde encontrar los matices de la economía comunitaria?; ¿cómo sortear el efecto de un sujeto acabado? En últimas, ¿en qué consiste el proceso de cultivo del sujeto de la economía comunitaria?; o, en tono epistemológico: ¿cómo no truncar la disposición emocional a la apertura requerida en experimentos audaces de este tipo?

Con esta investigación buscamos darle más densidad teórica al sujeto de la economía comunitaria, especialmente en los momentos intermedios de las organizaciones colectivas que, como ya señalamos (Flórez, 2014), podríamos considerar con Michel de Certeau, no tanto estratégicos como tácticos; cuando emergen matices, vicisitudes, ambivalencias y opacidades que, siguiendo a nuestra maestra Flor Edilma Osorio, reconocemos como parte de la vida cotidiana de las organizaciones colectivas3.

Para avanzar en esta dirección, tomamos aportes de la economía comunitaria, los estudios críticos del trabajo y las teorías de la subjetividad feministas y acudimos al método biográfico con el objetivo de analizar las trayectorias subjetivas trazadas por las experiencias laborales de cuatro activistas de la EMM. Todas ellas se encuentran en edad de retiro (54-62 años), y comparten la experiencia de haber sido por más de veinte años trabajadoras en el sector floricultor de la Sabana de Bogotá y, durante los últimos diez, haber ensayado caminos para trasegar desde esa economía capitalista hacia una comunitaria. Finalizamos discutiendo el sentido específico de la economía comunitaria para la EMM.

La economía comunitaria como un campo de decisiones éticas

Las crisis económicas de las últimas décadas han sido interpretadas como una fase de reacomodo del capitalismo: la fase del capitalismo posindustrial (Touraine, 1969), la sociedad posfordista (Bauman, 2002), el capitalismo cognitivo (Lazzarato, 2007; Berardi, 2010;) o el capitalismo bajo la hegemonía del trabajo inmaterial (Hardt y Negri, 2005). Algunos diagnósticos más dramáticos, pero realistas de los movimientos sociales, advierten que no es sólo una mutación del capitalismo sino una ruptura de mayor alcance y profundo calado: una crisis civilizatoria; el colapso, no sólo de los modos de vida capitalistas, sino de la posibilidad de seguir manteniendo la vida en el planeta; un rotundo fracaso que arrastra tanto a humanos como a no humanos4.

Siguiendo esta última interpretación, la economía comunitaria es considerada un terreno fértil para rescatar e inventar prácticas económicas alternativas a las capitalistas y capaces de garantizar la vida de la gente y el planeta. En esa tónica recobraron especial vigencia los postulados del cooperativismo recogidos por el utopista Robert Owen a mediados del siglo XIX, en paralelo a la instauración del capitalismo industrial europeo. También han tenido eco las formas de cooperativismo promovidas por algunos estados latinoamericanos a mediados del siglo XX, así como los aprendizajes de organizaciones de izquierda de esa región durante los 70, o las más recientes relecturas de la economía de movimientos campesinos, indígenas y afrodescendientes que reivindican producir para vivir y no al revés (Owen, 1813-1814).

• Cinema ojo,  1924 | Alexander Rodchenko

Gracias a la existencia de todas las experiencias acumuladas alrededor del mundo, poder intercambiarlas virtualmente y dar un salto cualitativo en la consciencia de la fragilidad de la vida, se han suscitado líneas de investigación en economía comunitaria muy diversas y fructíferas: sectores productivos (Wolfgang, 1976), nexos con el desarrollo (Cáceres, Pardo y Torres, 2013; Limas e Higueras, 2012; Lopera y Posada, 2009; Pastore y Altschuler, 2015; Serna y Rodríguez, 2015), mujeres y feminismo (Díaz, 2007; Hoinle, Rothfuss y Gotto, 2013; Orquiza y García, 2009; Quiroga, 2008; Sletto y cols. 2015), modos de vida anclados en territorios (Abramovich y Vázquez, 2007, Bojórquez y cols., 2009; Fuente, 2009; García y Rofman, 2013; Torrente y Martínez, 2014; Torres, 2003) o el papel de la educación (Granada y Carmona, 2010; Luján y cols, 2015).

• Mano negra, Un yankee en Petrogrado Vol. 7 por Marietta Saginya,  1924 | Alexander Rodchenko

Hay varias maneras de referirse a este campo de estudio. El término economía popular, muy usado en Centroamérica, enfatiza en las actividades ancestrales o tradicionales de la economía; economía social, común en el Cono sur, resalta las transformaciones sociales que suscita este tipo de economía; economía propia es usado por pueblos indígenas para reivindicar actividades económicas que atan la vida a la sostenibilidad de los territorios5 ; y economía comunitaria resalta prácticas ancladas en territorios y relativas a la comunalidad y los comunes. Aunque las denominaciones tienen un referente geográfico y destacan un aspecto alternativo al capitalismo por encima de otros, todas consolidan formas de entender, hacer y vivir economías alternativas a la capitalista, sin ser equivalentes a la socialista. El término economía comunitaria abarca más en términos generales, por lo que será el utilizado aquí. Siguiendo el análisis marxista, destacamos que la emergencia y la consolidación del capitalismo se debió parcialmente al quiebre de lo común y la comunalidad; un complejo proceso que abarcó la pérdida de lazos de solidaridad (como subraya la economía solidaria), el detrimento de sectores populares (como advierte el adjetivo “popular”); el quiebre de prácticas locales atadas al territorio (como indica la economía propia); la estrechez de las posibilidades de transformación (como señala el término economía social); la noción de economía comunitaria abarca estos principios subrayados por los otros términos. También optamos por esta categoría porque, como explican Gibson-Graham (2010), nos ubica en el nivel de la cotidianidad que antes reclamábamos, allí donde la comunidad (en este caso, laboral), dada su forma asociativa, toma decisiones éticas sobre la producción y el destino de los excedentes obtenidos. Con el término comprendemos entonces el campo de las decisiones éticas exigidas en el diario vivir.

Siguiendo a estas autoras, señalamos los cinco rasgos de las prácticas de economía comunitaria: 1) tienen la comunalidad como base, es decir, un proceso colectivo que presupone conexiones pero no sujetos similares o idénticos; 2) abrigan la diversidad, 3) son intencionadas, es decir, producto de actos de decisión ética; 4) son construidas en un terreno incierto y no delineado que requiere conversaciones exploratorias; y 5) se construyen a través de la acción (no en términos de eficacia y consciencia o algo ajeno al pensamiento). Estos rasgos alejan de la pretensión de ver la economía comunitaria como una meta y a sus protagonistas como un sujeto acabado y triunfante (o derrotado). Al contrario, animan a ver los matices del complejo proceso que, en sus términos, involucra cultivar sujetos para la economía comunitaria. De las distintas prácticas de economía comunitaria, aquí nos centraremos en las laborales6.

Estudios del trabajo desde la diversidad económica

Comúnmente, los paradigmas dominantes de las ciencias económicas consideran tres definiciones de trabajo no excluyentes: a) cantidad de tiempo socialmente necesaria para realizar una actividad productiva; b) actividades productivas históricamente desarrollas por el ser humano para resolver sus necesidades e intereses y, finalmente, c) actividades físicas o intelectuales necesarias para llevar a cabo los procesos económicos de producción. Todas son válidas para pensar el trabajo capitalista, pero también el comunitario.

Ahora, ¿de qué tipo de trabajo estamos hablando? Tentativamente, del cooperativo. No obstante, con Gibson-Graham consideramos un espectro más amplio. En un exquisito ejercicio de deconstrucción en El fin del capitalismo (1996), muestran que el capitalismo opera colonizando el lenguaje económico, mediante lo que denominan el capitalocentrismo. Luego, en Una política postcapitalista (2010) avanzan en el ejercicio, esta vez de reconstrucción, de visibilizar lo que llaman la diversidad económica oculta por el capitalocentrismo; recopilan una variedad de prácticas económicas distintas a las capitalistas: de transacción (distintas a las mercantiles), empresariales (distintas a las basadas en la apropiación individual del excedente), y las que aquí interesan, laborales (distintas a las asalariadas).

En esa obra y una posterior, Retomemos la economía (con Cameron y Healy, 2017), rastrean la diversidad de prácticas laborales según el pago. Distinguen tres tipos: el trabajo capitalista basado en el pago salarial; el trabajo no capitalista, cuyo pago no está mediado por un salario y, finalmente, el trabajo que, desafortunadamente, denominan de capitalismo alternativo y que aquí preferimos llamar trabajo con pagos alternativos al capitalista, cuya remuneración, aún dentro del capitalismo, no se pliega totalmente a sus lógicas.

• Fuente Retomemos la economía.  J-K Gibson-Graham, Cameron y Healy (2017)

Esta clasificación torna más compleja la aproximación a la economía comunitaria, al demostrar que no se basa exclusivamente en el trabajo cooperativo y que su único opuesto no es el capitalista. Bajo este esquema, el trabajo cooperativo puede potenciarse con el recíproco (minga con organizaciones regionales) o el pagado en especies (intercambiar semillas limpias o vegetales orgánicos por aceites y animalitos). Ese trabajo cooperativo puede socavarse incluso con trabajos no capitalistas (como el esclavista). Otra ventaja de esta clasificación radica en que no da por sentado el aporte del trabajo doméstico; el que potencie o no al cooperativo dependerá de si las activistas logran redistribuir las tareas del hogar, y así disponer de tiempo y energía para su escuela. Así, esta diversidad de trabajos permite ampliar la comprensión de la economía comunitaria, al aterrizarla en el ámbito de las decisiones éticas.

Son muy pocas las investigaciones sobre el sujeto trabajador de la economía comunitaria7. En su mayoría, son marxistas y resaltan la importancia de ese tipo de economía para transformar la enajenación laboral, pues restauran la posibilidad de que el sujeto relacione íntimamente con el producto final de su trabajo. También rescatan las diferentes formas de trabajo encarnadas por la economía comunitaria y que trascienden al trabajo asalariado. De esas pocas investigaciones, la mayoría –incluida esta– toma como protagonistas a las mujeres, tendencia relacionada con el hecho de que las organizaciones dedicadas a la economía comunitaria generalmente se derivan de políticas públicas de inclusión laboral de las mujeres.

Otro rasgo común de esas investigaciones, es concebir al trabajador privilegiando la estructura sobre la agencia. Por ejemplo, subrayan la relevancia de estas formas de organización económica para la reestructuración económica. De ahí que un punto fundamental de este trabajo sea visibilizar tanto la estructura que condiciona al sujeto como la agencia que lo habilita.

Un tercer rasgo de las investigaciones es que anclan el análisis del sujeto trabajador en la noción de identidad. De hecho, un trabajo previo analiza el impacto del neoliberalismo en la identidad cooperativa (Quintero y Ramón, 2016). Aunque esta noción fue crucial en los 80 para desplazar el foco analítico de aspectos técnicos y materiales a otros más simbólicos, hoy continúa atada a una visión lineal y acabada del sujeto trabajador y deja en pie la idea binaria de las estrategias político-organizativas que queremos evadir. No desestimaremos la noción de identidad, pero la consideraremos desde una perspectiva más amplia, expuesta a continuación.

Estudios de la subjetividad: aperturas y sinuosidad del sujeto de la economía comunitaria

Los estudios de la subjetividad son un campo interdisciplinar consolidado en los 90 para resarcir el callejón sin salida al que llevó la crisis del sujeto moderno y buscaron reconocer el fracaso de la modernidad en sus múltiples dimensiones (económica, política, artística, etc.)8 . En el afán por avivar el debate, algunos postularon el aniquilamiento de su fundamento último: el sujeto. En un clima de radicalidad, llegó a desecharse cualquier alusión al sujeto y a las nociones afines (incluida la de identidad).

Este gesto aniquilador (y muy moderno), llevó, como bien advierte Margot Pujal (2000), a la parálisis política; planteó críticas sofisticadas a un sujeto sumido en múltiples crisis que políticamente estaba inhabilitado para afrontarlas. Precisamente, de la necesidad política de restituirle al sujeto la responsabilidad de hacerse cargo de sus propias crisis, explica Fina Birulés (1996), surgieron los estudios de la subjetividad.

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Entendida en términos generales como la configuración del sí mismo, la subjetividad apunta a esa inquietud de sí mismo que le permite al sujeto transformarse (Foucault, 1984); a ese extraño problema que nos constituye y que no puede seguir eludiendo la teoría crítica (Cruz, 1996). En ese sentido, los estudios de la subjetividad no dirigen la crítica al sujeto en general, sino al sujeto moderno (concebido como individuo, libre, transparente, universal, etc.). O, siguiendo a Mouffe (1993), no dirigen la crítica a la modernidad en general sino a su proyecto ilustrado en particular, al dejar en pie su proyecto emancipatorio (y, por ende, la idea de un sujeto responsable de transformarse). Touraine (2006) lleva la discusión más allá: sitúa el estudio de la subjetividad en el interés por la expresión de la intención del sujeto, no sólo de emanciparse sino de crearse a sí mismo y actuar.

Puntualizamos tres aportes de la noción de subjetividad a la crítica del sujeto-moderno. Primero, como explica Gloria Bonder (1998), desde una perspectiva antiesencialista recupera la pertinencia de nociones psicológicas modernas (identidad, yo, sí mismo, memoria, hilo narrativo, etc.) Segundo, continúa Bonder, el concepto de subjetividad incorpora al análisis del sujeto las relaciones de poder para darle un matiz más procesual. Tercero, siguiendo a Pujal (2007), Gil, (2004) y Flórez (2014), el concepto subjetividad tiene la ventaja de incorporar el deseo al análisis del sujeto. Este gesto permite explorar los aspectos inconscientes y conflictivos de las trayectorias laborales y exponer su impulso del cambio, además de las opacidades, más inconscientes, que suelen truncarlo (el deseo obstinado, diría Butler; neurosis, Freud). Esto es crucial por los cambios que desde la academia se esperan ver en los movimientos sociales.

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Frente al análisis lineal del sujeto de la economía comunitaria, los estudios de la subjetividad ofrecen dos ventajas: 1) un abordaje más procesual para captar los cambios que las prácticas de esa economía suscitan cotidianamente pese a las dinámicas macro del sistema; allí donde se experimenta el peso de las prácticas económicas capitalistas sedimentadas y la estabilidad de sus rutinas, pero donde también se experimenta la creatividad colectiva que las fisura y desestabiliza. Y 2) una mayor complejidad, al considerar las estructuras que condicionan al sujeto y la agencia que potencia su margen para transformar esas estructuras9. Desde este campo, el análisis del sujeto de la economía comunitaria se torna más amplio y complejo.

El abordaje biográfico de la subjetividad laboral

Para estudiar el arduo proceso del cultivo del sujeto de la economía comunitaria, analizamos las trayectorias subjetivas trazadas por las experiencias laborales de activistas de la EMM en su tránsito de una economía capitalista a una comunitaria. Con este objetivo, seguimos una metodología cualitativa para captar los sentidos y sentires de las protagonistas sobre sus trayectorias laborales con un alcance exploratorio (porque es una aproximación inicial al tema desde los estudios de la subjetividad) y transversal (pues recogimos las experiencias de las activistas en un único momento propiciado para su resignificación retrospectiva).

De las aproximaciones cualitativas, el enfoque biográfico resultó apropiado porque, como hemos argumentado (Gómez, 2015), examina las experiencias de sus protagonistas y las singularidades del proceso de subjetivación, además de la valoración de esas experiencias y sus inflexiones. Acudimos a la figura de relatos de vida, entendidos por Veith (2010) como construcciones producidas en una situación de interacción entre quien investiga y protagoniza la experiencia, que opera mediante su elección y reorganización retrospectivas y no lineales. La importancia de cada evento relatado, su orden de presentación y las figuras retóricas, dan cuenta de una estrategia discursiva consciente, cuyos efectos son claves para comprender los relatos en sí mismos y los procesos sociales involucrados (en este caso, asociados al trabajo capitalista). Los relatos de vida buscan la coherencia argumentativa sin descartar las ambivalencias. Así, con Veith asumimos que los silencios y las zonas blancas o inaccesibles del discurso también constituyen la narración y tanto los detalles como los microeventos simbólicos son índices valiosos de rupturas y tensiones.

La principal técnica para recogerlos fue la entrevista biográfica a profundidad, entendida como un diálogo abierto sobre experiencias vitales, sin guión preestablecido, potenciador de perspectivas que van desde rupturas hasta reconstrucciones (Gómez, 2015). Las entrevistas fluyeron porque fueron precedidas por encuentros sostenidos durante cinco años, en los cuales pusimos en práctica observaciones etnográficas de los contextos cotidianos de las activistas, mientras participábamos en tareas puntuales como cultivar, preparar conferencias, cocinar, visitar ferias, debatir, producir audiovisuales y, sobre todo, estudiar en la EMM. Compartir esas tareas favoreció un clima de confianza genuina, necesario para ahondar en detalles de los relatos, en sintonía con los sueños y preocupaciones vitales de sus protagonistas.

La elección de las cuatro activistas respondió a un muestreo intencional y no probabilístico, por ser buenas conversadoras y compartir dos experiencias claves para la investigación: haber sido trabajadoras en la flora (como ellas mismas dicen) por más de veinte años, y haber emprendido el difícil reto de transitar desde esa economía capitalista hacia una comunitaria. Dos de ellas se ubican en el primer nivel de participación de la EMM descrito, mientras que las otras se sitúan en el segundo y el tercero.

Hitos en las trayectorias subjetivas laborales de la Escuela de Mujeres de Madrid

A partir de los relatos de vida de estas cuatro activistas, identificamos de manera inductiva hitos comunes a sus historias, que trazan una trayectoria laboral compartida. Definimos las trayectorias como el entramado de experiencias (laborales en este caso), que son producto de relaciones sociales históricas, no lineales, con rupturas y continuidades. Como indica Francisca Gutiérrez (2010), la ventaja de centrarse en las trayectorias de vida de activistas de movimientos sociales es que se cuestiona una idea dada por sentado: el compromiso de las personas con una causa colectiva. La socióloga chilena insiste en que el compromiso no es algo dado ni responde a condiciones homogéneas, sino que atiende a complejos y diversos procesos de subjetivación que sustentan la acción colectiva con sus propias fisuras y contradicciones. Al seguir este planteamiento, imaginamos la alta exigencia de la EMM de mantener un compromiso con proyectos comunitarios inciertos sin entradas fijas y con remembranzas de relativa estabilidad laboral asociada a la flora. Ellas deben forjar a diario el compromiso de re-crear y sostener prácticas comprometidas de economía comunitaria.

Para efectos analíticos, los hitos se presentan en una temporalidad lineal propia del carácter retrospectivo de un ejercicio narrativo que busca darle sentido a la experiencia. No obstante, se refieren a experiencias diversas, ciclos de tensión más o menos intensos y procesos de reconstrucción bajo las contradicciones propias del proceso de subjetivación. Identificamos tres hitos comunes a sus historias: ilusión, sacudida y despertar.

Ilusión. La vida de las mujeres y sus familias fue invadida por la grata ilusión de haber obtenido un trabajo en la flora. Para algunas fue la primera vinculación al mundo laboral. Emocionadas todavía, entre sus primeras impresiones recuerdan su admiración por la belleza de las rosas, claveles, pompones… Algunas atribuyen la alta sensibilidad estética a su infancia campesina. Por la dureza asociada al campo, al inicio calibraron los movimientos repetitivos de la flora como algo sencillo; recuerdan haberse sentido fuertes para desenvolverse en un mundo laboral novedoso. También admiraban las instalaciones; entre risas, una de ellas cuenta que, el primer día de trabajo, le impactaron tanto los grandes espacios y el orden seriado, que se distrajo y se perdió mientras buscaba el baño. Ahí recibió su primer regaño.

Trabajar en la flora era tener en sus manos un trabajo estable, el bienestar monetario y la mejor calidad de vida prometida por el capitalismo. El primer salario representó ganar autonomía: comprarse sus propias cosas (ropa, zapatos, cosméticos, etc.) sin tener que depender de sus familiares. Para todas, significó retribuir bienestar material a sus familias, con el control sobre la riqueza que generaban. Una de ellas recuerda con satisfacción haber recibido directamente su pago sin mediación de su padre, como había sucedido hasta entonces en su trabajo previo como empleada doméstica. Años después, en las clases de EMM, esa autonomía sería valorada como un derecho ganado por luchas feministas (que no les importa ser catalogadas como liberales); también en la escuela, otro grupo feminista (a cuyas integrantes sí les interesaba reconocerse como marxistas), verían esa autonomía como una ilusión que las sostuvo a ellas, pero también al sistema capitalista de Madrid.

De esos primeros años, algunas recuerdan con orgullo el ascenso a supervisoras: un merecido aumento salarial pero también un reconocimiento simbólico a su esfuerzo y alta capacidad para organizar y dirigir. En sus ilusiones había mucho de esa idealización moderna del sujeto concebido como un individuo que libre y autónomamente elige un escenario laboral. En todo caso, su ilusión no era una sujeción ingenua al sistema capitalista. Con Butler (2001) diríamos que el sometimiento al mundo laboral capitalista, en un principio, les permitió tener un piso para constituirse como sujetos trabajadores. La clave, advierte la autora, es que el relato del sujeto no culmina ahí; en este caso, que la sujeción laboral a la industria floricultora condicionó la trayectoria laboral de estas activistas, pero no la condenó. El desafío es el posterior curso de acción frente al poder (siempre) fisurado.

Sacudida. El segundo hito común a sus historias lo marca un momento de ruptura, de quiebre con la ilusión que sostenía su cotidianidad laboral. El trabajo que se presentaba idealmente alegre y armónico, se experimentó como explotador y nocivo. Varias experiencias las sacudieron, como la pérdida de espacios personales y familiares por ausentarse de su hogar debido al aumento de horas extra en temporada (hasta 18 horas de trabajo continuo y mal pago). Una de ellas, afligida todavía, relata que, al llegar a su casa, un día encontró pegado en la cabecera de la cama de su hijo un dibujo de ella; cuando le preguntó por qué la había dibujado, él respondió que era para no olvidarla, pues nunca estaba en casa…

La sacudida también supuso un aumento de consciencia corporal tras constatar que las dinámicas laborales eran cada vez menos agradecidas con su cuerpo (por el aumento del número de camas de cultivo a cargo10) y muy peligrosas (por andar en zancos a contra reloj para arreglar las flores o entrar a los cultivos recién fumigados). Una de ellas cuenta que durante su último embarazo, tuvo que arrastrar mangueras pesadas y largas con el temor de que, por tanto esfuerzo, se le saliera el bebé. Pero quizás lo que más sacudió su consciencia corporal fue constatar que la toxicidad en sus cuerpos era irreversible11. En su actual rutina laboral, evocan con dolor a colegas muertos por enfermedades laborales no reconocidas, recuerdos seguidos de largos silencios. Indignadas, lamentan que la gente muera sin que las empresas se responsabilicen de sus familias que permanecen en situaciones precarias, con dolor y sin nada para sostenerse. Una de ellas llama la atención sobre ‘la traición de las directivas’: pese a su alto compromiso con la empresa, al cumplir diez años, fue sometida a acoso laboral (restricción de tareas, horarios extendidos y descensos de cargo). Finalmente, fue despedida sin justa causa. Así, explica, evadieron pagarle por su antigüedad.

El hito de la sacudida se inspira en la forma en que Gloria Anzaldúa (2002) caracteriza al primer estadio de la path ok knowledge: el arrebato, cuando el temblor se apodera de nuestros cuerpos tras constatar un hecho que resquebraja abruptamente la imagen previa de nuestro mundo y de nosotras mismas. En este caso, las experiencias de sacudida propiciaron un encuentro con las trabajadoras, que las interpeló y les abrió un escenario para reconstituir su subjetividad laboral. Se produjo entonces un distanciamiento repentino de las ilusiones que hasta ese momento habían sosteniendo sus rutinas laborales.

En el caso de la EMM, el desenlace no fue la ruptura súbita que describe Anzaldúa. No hubo un cambio irrevocable de la relación con el mundo, sino una tendencia a sobrellevar con resignación sacudidas menos intensas pero más frecuentes, asociadas a la flexibilización laboral que inició en Colombia con la aprobación de la Ley 50 de 1990 y fue consolidándose con otras medidas jurídicas durante la primera década del milenio, relacionadas con la instalación del neoliberalismo en el país y el aumento de la plusvalía absoluta (aumento del número de horas trabajadas sin aumento del pago) y relativa (reducción de pagos asociados a la reproducción de la fuerza de trabajo)12. Pasar de un contrato indefinido a uno fijo, obligó a las activistas a ser más conscientes de su vulnerabilidad; no podían conservar el entusiasmo y la disposición a cumplir con las horas extras, como hacían antes. Debieron convivir con la contradicción, y experimentar una mezcla entre la resignación de seguir con lo que consideraban la mejor opción laboral, y la sensación de estar pagando un alto precio por ello. En ese momento, afirman, las sostuvo la ilusión inicial de reconexión con el campo, la solidaridad de los sindicatos y sus colegas, y el hecho de haber ensayado tácticas de resistencias (como sembrar entre las flores y pese a la oposición del ingeniero de turno, papa criolla para autoabastecerse o ají y tabaco para controlar orgánicamente las plagas).

Despertar. Las rutinas laborales en las empresas capitalistas se vieron interrumpidas por el retiro de las actuales activistas del sector por distintas circunstancias. Tras doce años de trabajo una de ellas se sindicalizó, participó en huelgas y fue vetada. Así, mientras la flexibilización laboral facilitaba el rápido reemplazo de personal, para ella fue cada vez más difícil encontrar empleo. Sin embargo, como afirma aliviada, también era cada vez mayor su incomodidad por sentirse parte de un sector económico injusto. A otra, le diagnosticaron una enfermedad sanguínea y riesgo de gangrena en una pierna asociado, explica, al uso de botas de caucho y largas caminatas como supervisora. Las otras dos activistas evocan como causa de retiro fuertes dolores de cabeza o en los riñones que coincidieron con el apoyo de sus esposos y su demanda de prestarle más atención a la familia.

Estas situaciones las pusieron en un limbo laboral. En el aire enfrentaron el dilema de volver a la misma rutina o buscar opciones (como reclamaban las sacudidas previas), y la entrada al movimiento social condicionó la inclinación por la segunda opción. Para algunas era la primera experiencia organizativa; para otras, el refuerzo de lo aprendido en el sindicato. Ya dentro de las organizaciones, tuvieron la oportunidad de cuestionar colectivamente sus dinámicas laborales y personales. Una de ellas dice que, al principio, cuando escuchaba a las jóvenes de la asociación —entre ellas su hija—, no las tomaba en serio; hoy, en retrospectiva, ve lo lejos que han llegado y las posibilidades que se han abierto gracias a la escuela: viajar, dictar conferencias, tomar cursos en la universidad y culminar su bachillerato.

• Una historia común, película de Fyodor Otsep,  1927 | Hermanos Stenberg

En ese clima de cuestionamiento, todo lo que había molestado y dolido en la sacudida de sus ilusiones laborales fue un aliciente para mantenerse firmes en la decisión de no regresar a las empresas capitalistas y buscar pagos alternativos al salarial. Fue entonces cuando impulsaron colectivamente los proyectos productivos citados. Más allá de las innumerables dificultades, resaltamos el despertar en dos sentidos. Uno, parafraseando a Gibson-Graham (2010), despertar a la diversidad económica de la región, descubrir y crear prácticas económicas distintas a las capitalistas de la floricultura que también sostienen la economía de Madrid. Así, en su cotidianidad estas mujeres han combinado el trabajo cooperativo con trabajos alternativos a los capitalistas: pago por autoempleo para fabricar conservas o hermosos tapices campesinos; pago mediante trueque; pago recíproco en mingas; pago por contrato en un convento que incluía comida, alojamiento y un sueldo menor al básico. También combinaron su trabajo cooperativo con trabajos no capitalistas que fortalecen sus vínculos comunitarios: cuidado voluntario de familiares enfermos; rastrilleo de papa, ajo y maíz para autoabastecerse; y trabajo doméstico, que nunca abandonaron pero que ahora valoran y cuyas ganancias tienen disposición para redistribuir.

Despertar a la diversidad económica de la región, siendo protagonistas, así como la decisión de asumir una vida laboral alternativa, tiene el alto costo de poner en riesgo su bienestar material y el de sus familias. Una de ellas advierte con sorpresa que han logrado mantener una sede sin la mediación de dinero; a pesar de que es difícil manejar la incertidumbre, dice, sabe que siempre sucederá algo inesperado que las deja seguir adelante. Ella misma reconoce que con la incertidumbre vienen los reclamos (propios y de sus familiares) por no producir dinero, dedicar demasiado tiempo a lo comunitario, irse de viaje ‘solas’ (sin marido), no alcanzar a cubrir los gastos de sus casas y desatender el hogar. El silencio acompaña la idea del cuidado como una obligación obvia y, tanto en la escuela como en la asociación, por ahora parecen no tener cabida las reflexiones feministas marxistas —como las de la Federici, que compartieron— sobre el cuidado como un trabajo que recae casi exclusivamente en las mujeres y que es absolutamente funcional a la acumulación capitalista (Federici, 2010). Sería interesante debatir en la EMM la tesis de Amparo Hernández (2015) sobre la tendencia a seguir una lógica capitalista lucrativa y eficientista que desde los noventa tiene la política de salud colombiana. El gravísimo efecto, explica la médica, es trasladar el cuidado de la salud al hogar, convirtiéndolo en un trabajo feminizado e inequitativo y que, por tanto, aumenta la explotación, la exclusión y la desprotección de las mujeres. Sería una reflexión pertinente y pendiente en la EMM.

• Silla eléctrica,  1928 | Hermanos Stenberg

Por ahora, el despertar ha supuesto tejer nuevas reconexiones cuerpo-vida-trabajo. Por ejemplo, reconectar sus cuerpos a circuitos de deseo que no pasan por el movimiento preciso y eficaz de los cultivos capitalistas, que no desperdicien el tiempo de descanso y puedan eludir la tentación de volver a ocuparse en cualquier tarea. En esa reconexión ha sido clave el componente festivo de las mingas y la parte lúdica de los encuentros de mujeres celebrados por la Red Popular de Mujeres de la Sabana.

Trastocar los circuitos de deseo capitalista habituales es una tarea ardua en el cultivo del sujeto de la economía comunitaria. De ahí la pertinencia del llamado de Gibson-Graham a considerar lo que denominan el sujeto renuente; aquel que por inercia es reacio al cambio y tiende a reinscribir sus deseos y prácticas en el capitalismo y a valorarse como sujeto trabajador a partir de significantes capitalistas hegemónicos que no sólo están a su alcance, sino que lo siguen constituyendo (nivel salarial, eficiencia y eficacia, productividad sin descansos, etc.).

La renuencia al cambio ha hecho más intenso el despertar de las activistas de la EMM; cuando la situación económica aprieta muy seguido, ronda el deseo de volver a las empresas de flores (especialmente en temporada alta). Una de las mujeres se reincorporó, pero sólo “aguantó tres días”. Con hastío, relata que, por la prohibición de abandonar el puesto, sometió su cuerpo a aguantar las ganas de ir al baño; otra afirma que durante esos días ella también tuvo que aguantar sus reclamos y los de algunas compañeras por haber vuelto a la flora. “Es el colmo… que se someta a eso”, le decían. Aún con el impulso de regresar, no es fácil que las involucren por la edad. Entre un intento y otro, también retorna con fuerza la idea de ponerse en el centro de lo ganado. Entonces regresan… pero a la huerta.

Conclusión: de la economía comunitaria como escenario reflexivo

Destacar los procesos subjetivos involucrados en la economía comunitaria no ubica la crítica al capitalismo en el centro nostálgico de la revolución por venir, sino a medio camino entre el capitalismo y la economía comunitaria, en lo que Natalia Castillo (2017) llama el espacio intersticial entre las dos economías13. Instalar el análisis ahí exige un desplazamiento analítico que sigue siendo marxista, pero bajo una óptica heterodoxa capaz de captar el potencial de la economía comunitaria, no en un momento triunfal de superación del capitalismo, sino en los múltiples puntos donde lo trastoca, aun reconociendo su enorme fuerza.

Este gesto es relevante para insistir en que las alternativas al modelo civilizatorio capitalista no son abruptas ni puras. La economía comunitaria está parcialmente condicionada por el sistema capitalista y, por tanto, la transformación tiene que considerar los puntos de contacto con éste (Coraggio, 2011). También es relevante para llevar a cabo la tarea autocrítica de la economía comunitaria, pues, bajo ciertas circunstancias, sus prácticas son susceptibles de reproducir relaciones capitalistas. Por ejemplo, las activistas se autoimponen trabajos a destajo en su huerta, incluso con problemas musculares.

Los hitos analizados —ilusión, sacudida y despertar—, nos invitan a ampliar la mirada de la economía comunitaria. Si bien los proyectos cooperativos son su meta, ésta no se agota ahí, no culmina en la empresa cooperativa. En cambio, sí se presenta como un camino productivo que exige trasegares en los que el sujeto trabajador se transforma al enfrentar el dilema de retornar a la estabilidad conocida o ensayar nuevas promesas para mejorar su vida en sentidos que exceden al capitalismo.

La trayectoria laboral que trazan estos hitos nos aleja de la tentativa de limitar la estrategia político-organizativa a un salto lineal (exitoso o fracasado) del capitalismo a sus alternativas; muestra en cambio un trazo sinuoso, inacabado, marcado por prácticas laborales complejas, abiertas al debate ético, conscientes pero inconscientes, y ponen en juego, por tanto, la reflexividad para redireccionar los deseos capitalistas y las prácticas que lo encarnan. La trayectoria laboral de la EMM sugiere que la economía comunitaria está funcionando, no como una meta ni el paraíso prometido, sino como un escenario reflexivo sobre lo que ha pasado en sus vidas laborales y sus propios potenciales transformadores.

Habitualmente, la reflexividad es entendida como una característica del sujeto moderno, por la cual es capaz de asumir una perspectiva racional sobre su propia realidad, objetivarse y tomar decisiones o rutas de acción. Por eso el concepto se asocia al cambio. Para Archer (2010), en ese punto la reflexividad permite dilucidar si el sujeto reproduce la estructura conocida (hábito) o la transforma (agencia). Nosotras asumimos esa potencia transformadora, pero más allá de la dicotomía hábito/agencia. Para ello subrayamos tres rasgos de la reflexividad.

Primero, es capaz de abrigar las tensiones y ambivalencias que experimenta el sujeto en su cotidianidad, en este caso laboral. Aquí coincidimos con Archer cuando subraya que la reflexividad está permeada por la ambivalencia propia de la subjetividad. Los ejercicios de reafirmación de las activistas de la EMM en su nueva vida laboral se intercalan con titubeos de volver al trabajo capitalista, más infeliz pero más estable. Así, aunque han tenido la oportunidad de vivir desde otro lugar diferente al capitalista, aún encarnan la disciplina capitalista que durante más de veinte años las configuró y les impide, por ejemplo, descansar. Igualmente, mientras acuerdan y sostienen prácticas, relaciones y rutinas laborales que tratan de subvertir las normas capitalistas, son asaltadas por la incertidumbre y el miedo a la acción que ronda la idea del desempleo (capitalista). Se trata, por tanto, de un sujeto que experimenta la tensión entre la renuencia yla apertura.

Segundo, el ámbito emocional de las experiencias es tan importante como el racional. Es una idea cercana a la del sujeto multiestratificado de Rossi Braidotti (2009), un sujeto para el cual la razón no es el único principio organizador de la experiencia (en este caso, laboral). Por ejemplo, la novedosa práctica en los cultivos orgánicos de tomarse un descanso merecido entre una actividad y otra, exige un nivel de reflexividad sobre la corporalidad propia que involucra tanto la maestría racional en las técnicas de cultivo (agilidad y precisión de movimientos para que rinda el trabajo), como la posibilidad de conmoverse ante sus inflamaciones corporales (asociadas a los dolores producidos por esos rápidos y precisos movimientos).

Por último, la reflexividad es la capacidad para establecer un continuo temporal entre las experiencias laborales pasadas, presentes y futuras; tomar consciencia del pasado para actuar en el presente y trazar un futuro soñado. Por ejemplo, trabajar a partir de su experiencia pasada (recordar con orgullo su capacidad para aguantar jornadas laborales), proyectarse en el futuro (planear vacaciones como algo novedoso en su vida) y organizar de forma realista los tiempos en su cotidianidad laboral (dosificar los ritmos de trabajo según el cansancio corporal).

El intento de las activistas por sacar adelante proyectos productivos, exitosos o no, le brinda a la EMM un espacio de reflexividad común para sopesar sus logros y desafíos. Sin aspirar a definirse como sujetos laborales de cooperativas exitosas, reconocen que lograron trastocar su historia laboral luego de acercarla a la economía comunitaria, generar ingresos de diversos trabajos que no siguen lógicas capitalistas y mantener los demás desde allí (la sede, la huerta, etc.). También reconocen que, a diferencia de lo que aspiraban en su despertar, no han logrado reemplazar sus ingresos capitalistas por los cooperativos. A mediados del 2017, la escuela cesó sus actividades porque la asociación se dedicó al bachillerato popular. Pero la participación destacada de mujeres mayores en el proyecto, puso sobre la mesa la continuidad de la escuela. El modelo de la EMM fue asumido por la estrategia Enlazando territorios de la red de mujeres mencionada y fue ensayado en Facatativá y Zipaquirá, con elementos ancestrales. Hoy, en retrospectiva, la EMM podría afirmar que, a pesar de no contar con empresas cooperativas en pleno funcionamiento, sí logró abonar el camino para que las mujeres populares construyeran alternativas laborales distintas a las capitalistas que hasta ahora les ha ofrecido la región y brindar aperturas hacia una futura vida laboral más incierta pero también más alegre y bonita, tal como se lo habían propuesto hacía una década.

Notas

  1. Con Civipaz (Ariari) coordinado por Nicolás Espinel y Asodemuc (Sumapaz), por Daniel Navarro y Julieta Barbosa.

  2. Minga es el nombre indígena andino con el que se designa un trabajo colectivo seguido de una festividad.

  3. Comunicación personal, Colectivo Movimientos sociales, PUJ (marzo, 2015).

  4. El movimiento indígena U´wa de Colombia es contundente al advertir los altos riesgos de aniquilación a los que sometemos a la Tierra (incluyendo a humanos) con el modelo energético petrolero. Un sector académico apunta en esa línea (Escobar, Carvalho, J.K. Gibson-Grahan, De Sousa Santos, y Vega Cantor, entre otros).

  5. Como indica Quijano (2012), el debate en Colombia sobre economía propia lo abre el CRIC en el VI Congreso en Toribío de 1998 y deriva hoy en su programa económico-ambiental .

  6. Las autoras (2016) también refieren prácticas de intercambio, distribución del excedente, comunalización de la propiedad y finanzas alternativas.

  7. Además de las citadas, las de Gamba (2012), Presta (2007, 2014), Hopp (2015), García o Caracciolo y Foti (2010).

  8. Por ejemplo, en su dimensión económica se reconoció la crisis ambiental producida por la industrialización. En la política, una expresión de la crisis fue la que sufrió la democracia representativa. En la dimensión artística, la crisis de la autoría.

  9. Ambas ventajas se evidencian a partir de feministas postestructuralistas y marxistas. La primera con la propuesta de Gibson-Graham (2010) de no hablar de estructuras sino de prácticas sedimentadas y estabilizadas. La segunda, con el relato ambivalente del sujeto de Butler (2001).

  10. Las camas de cultivo miden 1mX30cm. Con la flexibilización laboral, pasaron de ser responsables de entre cinco y ocho camas para 60.

  11. Sobre sus adoloridos, envenenados y enfermos ver Nómadas, No. 43.

  12. Ley 789 de 2002 (extensión de jornada diurna hasta las 10:00p.m.; Ley 789 de 2002 (reducción del pago dominical y festivo); Ley 789 de 2002 (reducción del pago por indemnizatorios por despido sin justa causa); Decreto 1779 de 2009 (aumento de cuota de aprendices) y Pacto de Salario Integral (excluye cesantías, primas, horas extras, etc.).

  13. Comunicación personal, octubre de 2017.

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• El traidor, película de Abram Room,  1926 | Hermanos Stenberg


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