Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co
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Desde hace tiempos la humanidad supone que lo que parece inevitable es particularmente trágico, mientras que lo previsible no lo es. De hecho, nadie negaría como una gran catástrofe “natural” el Tsunami del océano Índico ocurrida el pasado 26 de diciembre. Lo mismo puede decirse de la serie de desastres “naturales” de los últimos tiempos, sucedida en los países más pobres del planeta, localizados en el sur de la tierra. Recordemos, por ejemplo, las catástrofes americanas más cercanas, tales como la avalancha del 13 noviembre de 1985 que borró del mapa a la ciudad colombiana de Armero; los terremotos que devastaron las ciudades de México y Popayán en los ochenta; los huracanes George y Mitch en el Caribe y Centroamérica de finales de los noventa; las inundaciones en la Región Andina del último año; en fin, la lista es grande.
En la terminología dramática griega, la katastrofé es la conclusión de la tragedia, el final casi siempre luctuoso que invierte la realidad en su opuesto. A partir del siglo XVII, en la cultura occidental este significado ha lentamente desvanecido bajo el peso de otro, que ha prevalecido cristalizando la definición de catástrofe como un evento trágico, repentino y masivamente funesto, imprevisto y de origen natural, casi un Apocalipsis, pero sin la esperanza del rescate final que el término bíblico mantiene.
Catástrofe fue la palabra que prevaleció en los medios de comunicación del mundo para definir la acción del Tsunami –una serie de olas gigantes– que, originado por un masivo terremoto con epicentro en el Océano Índico al frente de las costas de Indonesia, el 26 de diciembre pasado, en cuestión de 7 horas golpeó islas y regiones costeras en un radio de 4,500 km. La isla indonesia de Sumatra, Sri Lanka, la costa occidental de Tailandia, las islas Maldivas, Malasia, Burma, la costa de Somalia, la costa suroriental de India y sus islas Andamanes y Nicobar, sumaron un total de más de 150,000 víctimas, una cifra que siempre será aproximada porque el número de desaparecidos, a más de dos meses del evento, sigue siendo grande y desconocido.
La prensa del mundo de las vacaciones –es decir de esa reducida porción del planeta que, por temporadas, pasa de ejercer su función de recurso laboral para transformarse en generadora de trabajo para otras lejanas partes del mundo– se concentró por esos días en contabilizar, televisar e investigar a los muchos turistas, sobre todo europeos, que periódicamente migraban a las tierras cálidas y paradisíacas del Sureste asiáticos, huyendo a los rigores del invierno y de la rutina, encontrando esta vez su último viaje. Por un momento, la catástrofe pareció recuperar su antiguo significado de inversión completa y trágica de la realidad: las playas paradisíacas de Phuket y demás resorts se volvían tumbas mortíferas. La disparidad de atención que algunos medios de comunicación reservaron a los centenares de turistas, en comparación con los miles de indonesios, indianos, somalíes, tailandeses que sufrieron en la tragedia, despertó en algunos protestas sentidas y en otros, motivó para reflexionar acerca de esta tragedia globalizada, cuya cuota de pérdidas entre “migrantes de pasaporte A” tuvo por lo menos el efecto de obligar al mundo a enterarse de los estragos sufridos por las poblaciones locales y a movilizarse para colaborar con la ayuda humanitaria y la reconstrucción.
Existe, en otras palabras, una “diplomacia del desastre” y una dimensión profundamente política de los eventos catastróficos, como bien lo ilustra el proyecto RADIX –Radical Interpretations of Disaster–. Utilizando el sentido etimológico de la palabra latina raíz el proyecto RADIX quiere subrayar la preocupación de un conjunto de científicos, activistas de los derechos humanos, funcionarios estatales y de agencias internacionales, ambientalistas, periodistas, personas del mundo de las ONGs, políticos, etc., por entender e intervenir en las causas profundas –radicales– de los desastres en el mundo. Detrás de cada uno de tales desastres, incluido el Tsunami de 2004, está un evento natural potencialmente devastador pero, sobre todo, sociedades vulnerables a causa de políticas equivocadas, planes de desarrollo mal dirigidos, situaciones de conflicto, prácticas de construcción abusivas con los ecosistemas y las legislaciones que no son respetadas, corrupción que neutraliza políticas de sostenibilidad, carencia de sistemas de alerta, pobreza que obliga a muchos pobladores a asentar sus vidas y ocupaciones en ecosistemas frágiles, inequidad de género que excluye a las mujeres de aprender prácticas que les salvarían la vida (por ejemplo, nadar) en tanto las destina a otras ocupaciones...
Por su clara doble agencia –la naturaleza y la sociedad– las catástrofes son, pues, una clave de lectura explícita e iluminante de la ficticia separación entre medio ambiente y sociedad, sobre la cual nuestra cultura occidental ha construido sus prácticas sociales y sus seguridades intelectuales, inmovilizándolas en jaulas disciplinares (ciencias naturales versus ciencias sociales). Como recuerda el historiador ambiental italiano Piero Bevilacqua, los desastres sirven a los hombres olvidadizos como la advertencia dramática de que la naturaleza también tiene su propia historia.
En este número de NÓMADAS queremos hablar de medio ambiente en su sentido integral, esto es, entendido como un ámbito que pertenece a la naturaleza, pero también a la historia humana. El tema del medio ambiente ha sido tradicionalmente un campo colonizado por las ciencias naturales, lo que ha moldeado el lenguaje, la agenda investigativa y el marco interpretativo de los fenómenos ambientales. Uno de los impactos de la crisis ecológica contemporánea, de la crítica ambientalista surgida a partir de su reconocimiento, y de la “crisis de las disciplinas” que ha investido la cultura occidental en las últimas dos décadas, ha sido la “invasión” de este territorio por parte de las ciencias sociales y humanas.
Efectivamente, desde la década de 1970, pero más claramente en los últimos 10 años, el medio ambiente ha entrado en el listado oficial de las variables ineludibles de la investigación social, imponiéndose como un importante objeto de estudio. Es el reflejo del lugar que el ambiente ocupa en la sensibilidad social colectiva, pero también el resultado de la gravedad de los problemas que se originan en transformaciones del ecosistema, y se vuelven tensiones sociales, económicas, o políticas, asunto que ha obligado a los investigadores sociales y a las agencias de financiación de las ciencias sociales a interesarse por una problemática que de otra forma les resultaría lejana.
Esta “intromisión” de las ciencias sociales en el campo ambiental ha obligado a la invención de nombres nuevos para representar el híbrido conceptual y metodológico con el cual se observan el medio ambiente y las sociedades humanas como partes de un mismo ecosistema. Geografía humana, ecología política, historia ambiental, son algunos de ellos y representan comunidades científicas aún institucionalmente frágiles, pero cuya mera existencia demuestra la urgencia de repensar la manera segmentada con la que las distintas disciplinas han mirado lo que ahora reconocen como un solo objeto.
Este número de NÓMADAS quiere constituirse en un espacio que busca darle cabida a un enfoque complejo de la historia ambiental y resaltar las dimensiones históricas y políticas de la interacción entre medio ambiente y las sociedades humanas. Privilegia la importancia de asumir una perspectiva histórica a la hora de estudiar los cambios ambientales (McNeill; Martínez), y de incorporar una mirada crítica al interpretar la forma y los métodos que se han utilizado para estudiar los fenómenos ambientales y la naturaleza (Ungar y Strand). Defiende, además, la idea de los desastres como eventos socio-naturales, inserta en la historia cultural que reclama repensar éticamente el papel de nuestra sociedad en el planeta (Wilches; Gascón). Igualmente, esta edición explicita las ideas y representaciones de la naturaleza que distintos actores expresaron, en la medida en que supone que ellas influyeron en la “naturaleza” de los cambios sufridos por los ecosistemas (Jaramillo; Horta); también analiza algunos de los imaginarios geográficos y de la Geografía en tanto que prácticas políticas (Bengoa; Nieto). Por eso mismo, no abandona la visión histórica y política del medio ambiente cuando se ocupa de los ecosistemas que, desde ciertas perspectivas de la economía, se leen como “recursos”. Defiende así, una visión conflictiva del agua y de su explotación, acceso, y protección, a sabiendas de que allí se (des)encuentran intereses poderosos y contrastantes, visión en la que los movimientos y las redes sociales juegan un papel importante para la definición de su control (Palacio y Hurtado; Mairal). La misma perspectiva política y arraigada en la historia es propuesta para analizar un tema ya clásico de la historia ambiental y de la ecología política, como es la destrucción de los bosques (Padua; Mosovich), y otro, quizá menos frecuentado: la “cebuización” del hato ganadero colombiano y el consumo de carne de res, entendidos nuevamente, como prácticas de poder y de diferenciación regional pero, de la misma manera, como discursos hegemónicos (Flórez y Bolívar; Gallini).
Nuestra apuesta consiste, finalmente, en encontrar formas transdisciplinarias, no unilineales, de investigar y comprender al medio ambiente en su relación con la sociedad.
INSTITUTO DE ESTUDIOS SOCIALES CONTEMPORÁNEOS
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John R. McNeill**
Traducción del inglés: Ana Rita Romero V.***
* Versión sintetizada y traducida del original en inglés “Observations on the Nature and Culture of Environmental History”, en: History and Theory, Theme Issue 42, December 2003, pp. 5-43. Republicado con permiso de Wesleyan University (Copyright 2003) y con autorización del autor.
** Ph. D., Duke University 1981. Director Estudios de Posgrados, School of Foreing Service and History Departament, George town University. Desde 2003 ocupa la Cinco Hermanos Chair of Environment and International Affaire en la School of Foreign Service de la misma Universidad. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
*** Licenciada en idiomas de la Universidad Nacional de Colombia.
Este artículo considera el vigoroso campo de la historia ambiental como un todo, como se ha desarrollado durante los pasados 25 años. Necesariamente adopta un enfoque selectivo, pero presenta más amplitud que profundidad. Considera el surgimiento de la historia ambiental desde la década de 1970, sus condiciones en varios escenarios e historiografías. Concluye que, aunque hay todavía mucho trabajo por hacer, la historia ambiental se ha establecido exitosamente como un campo legítimo dentro de la profesión de la historia, con un futuro brillante, si bien tal vez por razones desalentadoras.
Palabras clave: historia ambiental, naturaleza, ambientalismo, transformaciones ecológicas, historia global.
Este artigo considera o vigoroso campo da história ambiental como um todo, como se desenvolveu durante os últimos 25 anos. Necessariamente adota um enfoque seletivo, mas apresenta mais amplitude do que profundidade. Considera o seu surgimento desde a década de 1970, as suas condições em vários cenários e historiografias. Conclui que ainda que tenha muito trabalho por fazer, a história ambiental se estabeleceu com sucesso como um campo legítimo dentro da profissão da história, com um futuro brilhante, mesmo que talvez tenha sido por razões desalentadoras.
Palavras-chave: história ambiental, natureza, ambientalismo, transformações ecológicas, história global.
This article aims to consider the robust field of environmental history as a whole, as it has developed over the past twenty-five years. It necessarily adopts a selective approach but still offers more breadth than depth. It considers the emergence of environment history since the 1970s, its condition in several settings and historiographies. It concludes that while there remains plenty of work yet to do,environmental history has successfully established itself as a legitimate field within the historical profession,and has a bright future, if perhaps for discouraging reasons.
Key words: environmental history, nature, environmentalism, ecological changes, global history.
Cuando Richard White escribió su estudio sobre el nuevo campo de la historia ambiental, en 1985, le tomó todo un verano leer la literatura al respecto (según reveló hace poco) (White, 2001: 103; White, 1985). Prudentemente se limitó a la historia ambiental norteamericana. Aquí, en cambio, examinaré globalmente el campo. Esto representa, creo, cien veces el trabajo que representaba en 1985, lo que significa que he tenido que escoger entre: a) gastar cien veranos leyendo atentamente la literatura (asumiendo generosamente que mi eficiencia es similar a la de White) o b) escribir tomando como base una muestra pequeña de la literatura. Seguí este último camino. White confiesa no haber hecho caso al trabajo de Joel Tarr para su ensayo. Confieso que he debido examinar por fuerza el trabajo de la mayoría de los historiadores ambientales, pero no el de Tarr. Este ensayo es más una serie de sondeos de variada profundidad que un estudio propiamente dicho. Muestra una visión del todo, siendo en consecuencia idiosincrático; sin duda les parecerá a algunos lectores definitivamente caprichoso, puesto que, hasta donde sé, no se ha intentado hasta ahora nada por el estilo, espero que sirva como guía para los transeúntes y para los recién llegados al campo de la historia ambiental.
La historia ambiental significa muchas cosas para muchas personas. Mi definición preferida es: la historia de las relaciones mutuas entre el género humano y el resto de la naturaleza. El género humano ha sido durante mucho tiempo parte de la naturaleza, pero una parte diferente, especialmente en los últimos milenios cuando adquirió el poder y el número suficiente para convertirse en un género de mamífero vagabundo que ejerce una influencia cada vez mayor sobre los ecosistemas de la Tierra. La historia humana se ha desarrollado, y se desarrollará, dentro de un contexto biológico y físico cada vez más grande, y ese contexto evoluciona por derecho propio. Especialmente en los últimos siglos ha evolucionado junto con la humanidad1 .
Bajo esa enorme carpa2 se aglutinan amigablemente varias clases de historia ambiental, compitiendo por la atención del público, como los actos en un circo de tres pistas. Hablando ampliamente, hay tres variedades principales: una de enfoque material, otra de enfoque cultural-intelectual y otra política. La historia ambiental material tiene que ver con los cambios en los ambientes físicos y biológicos y la forma como esos cambios afectan las sociedades humanas, acentuando los aspectos económicos y tecnológicos de sus actividades. En contraste, el enfoque cultural-intelectual hace énfasis sobre las representaciones e imágenes de la naturaleza en las artes y las letras, cómo han evolucionado y lo que revelan acerca de la gente y de las sociedades que las han producido. La historia ambiental política considera la forma como la ley y las políticas de estado se relacionan con el mundo natural. Los historiadores ambientales tienden a encontrarse más a gusto en una u otra de estas pistas, aunque algunos querrían y podrían saltar entre ellas, incluso al interior de un mismo libro3.
La historia ambiental material (con la que me siento más a gusto) tiene sus propias grietas. Probablemente la más sobresaliente está entre los temas urbano y rural. Los temas rurales incluyen los ecosistemas agrícolas, la ecología de las praderas y los rebaños, las selvas y el peculiar énfasis de los norteamericanos sobre las “reservas naturales”. La historia del ambiente urbano se enfocó originalmente en la polución y el saneamiento, pero se diversificó hasta llegar a comprender en forma general el desarrollo de los sistemas técnicos, el aprovisionamiento y el metabolismo de las ciudades (Tarr y Dupuy, 1988; Bernhart, 2000; Massard- Guilbaud y Bernhart, 2002). Es posible, algunos dirán que necesario, considerar juntos los ambientes rural y urbano, pero los historiadores han tenido el hábito contrario4. Una de las formas más interesantes de saltar la brecha rural-urbana es usando el concepto de metabolismo urbano, en el cual la ciudad se asimila a un organismo y se considera en términos de sus entradas y sus salidas. Un estudio reciente hecho en Manchester, Inglaterra, la “ciudad de choque” de la revolución industrial, emplea este concepto para causar buena impresión (Douglas, Hodgson y Lawson, 2002).
La variedad cultural-intelectual de la historia ambiental tiene un largo pedigrí y ha atraído a algunos historiadores distinguidos, como Sir Keith Thomas y Simon Schama (Thomas, [1983] 1996; Schama, 1995)5. Para la tradición intelectual occidental, hasta el siglo XVIII, el texto más claro y perspicaz sigue siendo Traces on the Rhodian Shore de Clarence Glacken (Glacken, 1967; Worster, [1977] 1985; Pepper, 1996 y Coates, 1998). El debate a mayor escala dentro de esta ala de la historia ambiental ha tenido que ver con el relativo impacto ambiental y quizá por eso con la relativa maldad de las diferentes tradiciones religioso-culturales. El punto de partida es la pretensión de que el Occidente judeocristiano desarrolló una cultura ambientalmente ávida que contrasta pobremente con otras. Es por lo general comparada individualmente con las tradiciones del oriente de Asia, formadas por el budismo y el taoísmo, pero también con la cultura de los pueblos indígenas en América, Oceanía y Africa. El argumento se basa normalmente en anotaciones provenientes del texto ur, generalmente bíblico, más que en una comparación cuidadosa del registro de la ruina ambiental alrededor del mundo. Una variante norteamericana de este tema sostiene que la “cultura capitalista norteamericana”6 es particularmente funesta.
En mi concepto ninguna de estas afirmaciones es totalmente convincente puesto que el cambio y la ruina ambiental es y ha sido, por largo tiempo, ampliamente diseminada alrededor del mundo. Los budistas, los comunistas chinos, los norteamericanos, los polinesios, todos con ideas contrastantes en sus cabezas, respondieron flexiblemente a los riesgos y oportunidades usando la naturaleza a medida que lo permitían las circunstancias, para lograr tanto confort y seguridad como podían y justificaron fácilmente sus acciones en términos de sus creencias y preceptos. Qué tan destructivo haya sido su comportamiento ha dependido más de sus tecnologías, su número o su poder para dirigir el trabajo de otros y de sus animales, que de su propia cultura. Más aún, la inestabilidad y elasticidad de sus ecosistemas ha tenido que ver más con el impacto y la duración que han tenido sus acciones. Esta posición, me apresuro a admitirlo, no es compartida por muchos historiadores ambientales, quienes prefieren una posición más hegeliana: el comportamiento es condicionado fundamentalmente por las ideas y la cultura7.
Considero que donde la historia ambiental intelectual-cultural hace su más fuerte contribución es en las generalizaciones de nivel medio que conciernen al impacto de una idea específica o un conjunto de ideas. Por ejemplo, el evangelio de la conservación del suelo desarrollado en los Estados Unidos en la década de 1930 fue exportado fervientemente a África, China, y por doquier8. ¿Cómo se ajustan estas ideas a los nuevos contextos, social, económica y políticamente? ¿Cómo las ideas holandesas sobre el manejo del agua, formadas en un ambiente muy característico, se tradujeron al archipiélago indonesio?
La historia ambiental política es casi toda la historia moderna. El Egipto de los faraones o la China Song tuvieron innegablemente políticas hacia el mundo natural y discusiones sobre el uso de los recursos. Pero el estudio sistemático de cómo los estados se han aproximado a la naturaleza, cómo los grupos de interés luchan por ella y cómo las organizaciones explícitamente ambientalistas se unieron a la lucha, se confinaron esencialmente a la época posterior a 1880. Entre los pioneros estadounidenses en este campo estaba Samuel Hays, quien escribió acerca de las políticas de conservación en Estados Unidos ya en la década de 1950 (Hays, 1959, 1987, 2000). En Europa los partidos verdes y la política han atraido a los historiadores y a los científicos políticos interesados en los movimientos sociales. Las historias ambientales políticas o las historias de los movimientos ambientales existen en al menos una docena de países9.
Las historias ambientales políticas son las únicas que encajan claramente con la preferencia de vieja data que se da entre los historiadores de usar el Estado-nación como su unidad de análisis. Ellos colocan las luchas políticas en el centro de sus historias. A este respecto son, entre las diferentes variantes de la historia ambiental, las más fácilmente integradas a las corrientes de la historia y las que menos riñen con las tradiciones de la profesión. La historia ambiental cultural-intelectual puede integrarse cómodamente con las tradiciones de los historiadores. Sus fuentes, métodos y temas son todos familiares a la historia intelectual. La historia ambiental material se ajusta más difícilmente. Ofrece el inamistoso mensaje de que los historiadores necesitan poner atención no sólo a más cosas sino a muy diferentes clases de cosas, como la química atmosférica o la dinámica de la población de los peces. A este respecto se parece a la historia econométrica, que también obligó a los historiadores a desarrollar nuevas y raras habilidades. La historia econométrica tuvo su apogeo en la década de 1970 y mucho después siguió siendo terreno de especialistas cuyas contribuciones aún son desconocidas para la mayor parte de la comunidad de historiadores, poco dispuestos o incapaces de aprender el vocabulario y las matemáticas involucradas en ella. La historia ambiental, creo, ha encontrado una amplia y fácil aceptación. Pero para continuar en esa buena fortuna los historiadores ambientales deben escribir libros que sean atrayentes a los lectores y puedan entenderse fácilmente. Esto significa no sólo desarrollar la habilidad de hacer comprensibles e interesantes los asuntos técnicos, sino construir verdaderos puentes intelectuales hacia los territorios de otros especialistas.
Aunque las influencias intelectuales de Turner y Febvre sobre Malin y Le Roy Ladurie inspiraron y contribuyeron a dar forma a la historia ambiental, su estímulo más fuerte vino del exterior de la academia. El movimiento ecológico popular de finales de las décadas de 1960 y 1970 fue decisivo en la aparición de la historia ambiental como un campo autoconsciente en Europa y Norteamérica, y las luchas ambientales en India, China y Latinoamérica condujeron a algunos académicos de esos países y de otras partes a incluir las perspectivas ambientales en su trabajo. Junto con casi todos, los historiadores llegaron a ver una nueva serie de problemas. Muchos sintieron deseos de ayudar a buscar soluciones y vieron una oportunidad para el compromiso moral, una oportunidad de servir a la humanidad suministrando un pasado aprovechable10. Los historiadores podrían ayudar descubriendo los orígenes de un problema determinado, por ejemplo, o podrían señalar el camino hacia un mejor futuro revelando la existencia de sociedades que en el pasado hayan manejado sus relaciones con el medio ambiente más exitosamente, incluso de una forma más sostenible11.
La última búsqueda normalmente condujo a los historiadores hacia los pueblos indígenas, como por ejemplo los nativos norteamericanos, o hacia pasados distantes no perturbados por el patriarcado, o al menos hacia sociedades no afectadas por la rapacidad del capitalismo. Mientras animaban, quizá, a quienes en el movimiento ambientalista estaban impacientes por presentar alternativas a la sociedad tal como la conocían, los estudios iniciales en este filón no resultaron tan bien, vistos bajo un análisis severo. Con el tiempo, los resultados de la investigación en historia ambiental mostraron que las sociedades preindustriales tuvieron a menudo amplias consecuencias ambientales. Los nativos norteamericanos, a pesar de la limitación de sus tecnologías y de su número, se comprometieron en una manipulación ambiental en gran escala, principalmente mediante el fuego. También lo hicieron los aborígenes australianos. Los polinesios condujeron casi a la extinción a los animales de las islas donde se establecieron. Las sociedades no capitalistas, al menos las comunistas, pueden aventajar a las capitalistas en lo que se refiere a daño ambiental12. Los ángeles ecologistas, el equivalente ambiental del Buen Salvaje, se esforzaron por averiguar si es atractivo imaginar. Fueron resultados descorazonadores para los intentos de encontrar en el pasado el antídoto para el presente.
La historia ambiental en América Latina está menos desarrollada (que en otras latitudes, N. d. E.) pero parece preparada para despegar. Las tradiciones académicas son, con frecuencia allí, por lo menos tan intelectualmente conservadoras como en cualquier otro lugar y desmotivan la evolución de nuevos campos. Como resultado, los extranjeros, especialmente norteamericanos, han jugado un papel evidente en el desarrollo de la literatura. Pero, a pesar de los obstáculos institucionales, los historiadores latinoamericanos están incorporando cada vez más perspectivas ecológicas en sus trabajos.
En la historia precolombina el problema fundamental –familiar en muchos otros contextos– ha sido la magnitud del cambio ambiental producido por los Amerindios. ¿Vivieron ellos armoniosamente sobre la tierra, posiblemente como modelos de sostenibilidad? O a pesar de no ser capitalistas, sin sofisticación tecnológica o similar, ¿alteraron y degradaron los paisajes? La investigación en esta área, que es principalmente arqueológica, admite una amplia variedad de interpretaciones13. La dirección general, sin embargo, va hacia la conclusión de que en muchas regiones de América Latina, especialmente Mesoamérica, las sociedades precolombinas alteraron radicalmente su medio ambiente. Algunos estudiosos concluyen que, en lo que toca por lo menos a la erosión del suelo, las sociedades precolombinas excedieron a sus sucesores (Endfield, O’Hara y Metclafe, 2000; Endfield y O’Hara, 1999). Los pueblos amazónicos, aparentemente, con sumo cuidado crearon sus propios retazos de suelo fértil, las llamadas “tierras oscuras” que componen por lo menos el diez por ciento de la región de bosque húmedo14.
El impacto ambiental de la conquista de América y los siguientes siglos de gobierno colonial comprobaron que son un tema fértil. Alfred Crosby presentó una de las primeras evaluaciones en The Columbian Exchange, en 1972, uno de los más importantes trabajos en historia ambiental. En él se hace un mapa de los intercambios biológicos de plantas, animales y enfermedades entre América y el resto del mundo, principalmente Europa, y atrajo gran cantidad de lectores (Crosby, [1972] 2003). Elinor Melville continuó parte del trabajo de Crosby, estudiando en detalle el impacto ambiental de las ovejas en un valle mexicano, y concluyó que la ganadería euroasiática fue en verdad una adición altamente destructiva en los ecosistemas latinoamericanos (Melville, 1994).
Los latinoamericanos comenzaron sus correría en historia ambiental trabajando dentro de las tradiciones izquierdistas de la crítica social, y adoptaron normalmente el marco general de la raubwirtschaft15, en el que, en este contexto, el colonialismo y el capitalismo habían organizado (o de hecho se requería para su supervivencia) el pillaje de América Latina. En las décadas de 1970 y 1980 esta interpretación engranaba bien con el análisis de “dependencia” que se había originado en Argentina y Chile y que después fue exportado16. Luis Vitale publicó el primer estudio general en 1983, escaso en investigación pero amplio en alegatos y acusaciones (Vitale, 1983). Un trabajo más detallado y enfocado emergió lentamente, primero en México y Brasil y también en Argentina. El trabajo mexicano, en particular, con frecuencia tomó los problemas del uso del agua y el riego (Musset, 1991; Lipsett-Rivera, 1999; Endfield y O’Hara, 1997; Ortiz Monasterio y Fernández Tijero, 1987; Tortolero Villaseñor, 1996), mientras que en Argentina, como en las grandes planicies de América del Norte, atrajeron especial atención los aspectos que rodean a la colonización agrícola de las pampas (Zarrilli, 2001)17. En Brasil probablemente los bosques son los que han levantado mayor atención y sirven de centro al trabajo de Warren Dean. Latinoamericanista pero no latinoamericano, Dean fue seguramente el historiador ambiental más completo de la región. Su obra magna cae justamente dentro de la tradición raubwirtschaft (Dean, 1995; Dean, 1987; Miller, 2000). Los historiadores ambientales de América Latina también produjeron un puñado de trabajos desde el sector cultural-intelectual, que incluyen algunos mezclados con los estudios de la política del ambientalismo moderno18.
Relacionado con las ideas de explotación colonial y raubwirtschaft capitalista, se encuentra la noción de “ecología de la pobreza”, promovida por el investigador catalán Joan Martínez-Alier. Basado en una investigación, centrada particularmente en Perú, afirma que los campesinos empobrecidos, por necesidad más que por compromiso ideológico, llevan formas de vida ecológicamente prudentes. Su trabajo armoniza con estudios simultáneos de India que llegaron prácticamente a la misma conclusión. Esta imagen de agricultura campesina de bajo impacto ambiental contrasta fuertemente con la visión generalizada de destrucción ambiental que se practica en las fronteras agrícolas del mundo, sea en América Latina, América del Norte o Australia. Esto también hace parte de una crítica política de la práctica capitalista, aunque menos romántica que algunas basadas en la interpretación ecológica angelical de los pueblos indígenas19.
En todo caso, la existencia de muchas y amplias lagunas en la historia ambiental de Latinoamérica sigue invitando a los investigadores a enfrentarlas con las habilidades y la fuerza necesarias. Las dimensiones ecológicas de la economía de minería, por ejemplo, o de las plantaciones de azúcar, tabaco y café, han atraído hasta ahora solamente a algunos pioneros (Folchi Donoso, 2001; Dore, 2000)20. La información básica reunida por el imperio colonial español ofrece una buena materia prima para la historia ambiental de los siglos XVI a XVIII. Los registros similares de Lisboa son mucho más débiles (para el Brasil). Los registros holandeses, que arrojan luz sobre la historia ambiental de Surinam y las Antillas holandesas, también prometen (Boomgaard, 1992). La escala y el drama del cambio ambiental y su importancia en la lucha social sugiere un futuro fuerte para los historiadores ambientales en América Latina.
Como con algunos otros géneros históricos, la historia ambiental derivó mucho de su primer ímpetu de las orientaciones y compromisos políticos. Muchos historiadores querían un tipo de compromiso moral, la impresión de que estaban contribuyendo al mejoramiento de la sociedad. Gran parte del trabajo temprano buscó enfatizar el hecho de que el mundo que tenemos no es el único que deberíamos tener, que deberían tomarse otros rumbos y obviamente deberían haberse tomado ya. En el pasado, algunas veces caprichosamente, se han establecido diversas sociedades ecológicamente más benignas que la nuestra. Este compromiso político parece haber declinado severamente en Estados Unidos y Europa, mientras que sobrevive en India y América Latina. No estoy seguro de la razón. Quizás, en parte, tiene que ver con el surgimiento de una generación más joven en Estados Unidos y Europa, menos animada por el entusiasmo inicial de los movimientos ambientalistas de las décadas de 1960 y 1970, o posiblemente porque, al madurar una mayor sofisticación científica, la historia ambiental ha adquirido un tono más neutral. Posiblemente algo de esto, por lo menos en Estados Unidos, tiene que ver con la tormenta que siguió cuando en 1995 William Cronon explicó que en verdad no había vida salvaje en Estados Unidos, que todos los ecosistemas revelaban signos de mayor o menor impacto humano, que el culto de los estadounidenses por lo salvaje se basa en una equivocación (Cronon, 1995). Esto tuvo el impacto de una traición a la causa ambiental, porque podría ser fácilmente utilizado por quienes apoyan la tala, la minería, el crecimiento urbano, y por lo tanto, como legitimación de posteriores modificaciones humanas del medio ambiente21. Pero mi impresión es que la historia laboral, social y la historia en general en los Estados Unidos y Europa hoy están menos animadas por el compromiso político que hace 25 años. Si esto es verdad, la historia ambiental puede ser simplemente arrastrada por la corriente.
Un tema que los historiadores ambientales no han confrontado sistemáticamente es el de la escala. Los historiadores han tenido durante más de cien años una fuerte tendencia a usar el concepto Estado-nación como su unidad de análisis preferida. Los estados burocráticos fueron buenos almacenadores y conservadores de archivos, pero para muchos tipos de historia, incluyendo la mayoría de la historia ambiental, el concepto Estado-nación es una escala de operación equivocada. Los procesos ecológicos desplegan sin tener en cuenta las fronteras, y las tendencias culturales e intelectuales lo hacen casi con el mismo descuido. La única variedad de historia ambiental para la que tiene sentido el formato Estado-nación es la historia política y de costumbres. Puede hacerse una excepción para los países insulares, donde las conexiones ecológicas con el mundo más amplio es menos prominente, especialmente si la uniformidad ecológica del territorio nacional es alta. Una historia ambiental de Islandia y Nueva Zelanda22 sería mucho más lógica que una de Alemania o Bolivia. Pero aun Islandia y Nueva Zelanda tuvieron y han tenido sus vínculos ambientales (y sociales, económicos y políticos) con otros territorios. La elección de una escala apropiada al tema requiere siempre consideraciones cuidadosas. Los historiadores ambientales, en virtud de sus roces ocasionales con los geógrafos, quienes son muy conscientes de los problemas de escala, están entre los mejor preparados para quitar a la profesión de historiadores su confianza en el formato Estado-nación. La historia puede escribirse a cualquier escala, desde la más pequeña hasta la global (e incluso más allá!) (Christian, 2004 y Spier, 1996). Una crítica que algunas veces se hace a la historia ambiental es que sus narrativas son, inexorablemente, cuentas depresivas sobre la destrucción ecológica, una catástrofe tras otra. Dentro de la comunidad de la historia ambiental esto algunas veces se conoce como la tendencia “decadencista” y ocasionalmente es tema de autoacusaciones. Considero equivocadas esas críticas. De un lado, la historia militar, que incluye enumeración amplia de bombardeos y masacres, a menudo se hace interesante y motivante. Incluso las historias de matanzas y genocidios atraen montones de lectores. Aún un tema tan deprimente puede ser presentado como una historia atractiva. De otro lado, la historia ambiental, especialmente del mundo industrial, contiene algunos desarrollos muy divertidos. La provisión de agua potable y saneamiento para millones de personas desde 1880 es una historia de éxito ambiental que revolucionó la condición humana, especialmente la vida en las ciudades. La calidad del aire urbano (en el mundo industrial) se mejoró también notablemente en las seis décadas posteriores a 194023. Puede ser que la historia ambiental urbana, con el tiempo, pierda esta tendencia decadente. La historia ambiental más animada, de la que tengo noticia, es: The Greening of Georgia, por R. Harold Brown, que descansa sólo parcialmente en las tendencias urbanas (Brown, 2002)24. Brown encuentra mucho de que estar agradecido en la historia reciente de los suelos y la vida salvaje de Georgia (no puedo decir si esta en lo correcto). También, como se anotó antes, los historiadores han ofrecido últimamente una interpretación de los paisajes africanos que enfatiza el éxito del manejo humano y propone un reto a las anteriores visiones de decadencia.
La historia ambiental frecuentemente provoca la indignación de los lectores, quienes piensan que excluye a la gente o la reduce a abstracciones. La actuación humana desaparece en las sombras, en tanto que el clima, los virus o la tecnología atraen la atención. Esto es cierto para una parte de la historia ambiental, incluyendo la mía, aunque muchos otros historiadores ambientales escriben con individuos de carne y hueso que dominan el escenario25. Desde luego, no solamente la historia ambiental se puede escribir así. Cualquier cosa concebida en la vena de las “fuerzas sociales anónimas” tiene el mismo sabor. Algunos de los historiadores de Annaliste lo consideraron una virtud y aspiraban a escribir historie sans noms. Este aspecto está conectado al de la escala. La historia ambiental a pequeña escala, como la historia social, se puede escribir desde abajo, con personas reales en primer plano. Pero la historia ambiental a gran escala tiende inevitablemente a enfatizar los procesos y las fuerzas, culturales o naturales, más que las acciones y los destinos de los individuos. En cualquier caso, la historia ambiental debería darnos una dosis de humildad: deberíamos aceptar que somos solo una especie entre muchas y compartir graciosamente el lugar en la cima junto con los bisontes, las moscas tse-tsé y El Niño.
Podría ser, como he manifestado, que la historia ambiental ha comenzado a rendir algunos de los beneficios de la madurez, pero aún tiene un número de fronteras inexploradas, islas oscuras, si no continentes oscuros. Una es la historia de los suelos. Parece curioso que la tierra misma no tenga mucha atención de los historiadores ambientales, quienes se han enfocado algunas veces en la erosión, pero la historia de los suelos requiere mucho más que eso. La química y biología de la fertilidad del suelo están cambiando permanentemente, en parte debido a la actividad del hombre, y esto siempre afecta sus proyectos, donde quiera que se dedique a la agricultura26. La historia ambiental de la minería también parece haber tenido menos atención de la debida; su importancia ecológica para México, los Andes, Europa Central o Suráfrica, donde las minas de oro alcanzan ocho kilómetros de profundidad, parecen garantizar el tipo de atención prodigada a la historia laboral en este campo27. Los historiadores sociales, durante una generación, han requerido y suministrado lo que ellos llaman “Historia de abajo hacia arriba”, o sea comenzando con la experiencia de la gente corriente en la base de la pirámide social. Para los historiadores ambientales, la historia desde abajo hacia arriba podría comenzar con el suelo y su historia, pues este ha sido el sustrato real de los asuntos humanos durante unos cuantos miles de años.
Los efectos ambientales de las migraciones humanas merecen también más análisis. Me parece que uno de los aspectos de las ideas y la cultura que más importa está en moldear el comportamiento de los migrantes que viajan de un ecosistema a otro llevando en sus cabezas creencias y conocimiento, por ejemplo, sobre la agricultura, que se formaron en un contexto pero luego se trasplantaron a otro. Crosby, a pesar de la atención que presta a la migración intercontinental, no tiene mucho que decir sobre el trasplante de prácticas agrícolas. ¿Cuáles fueron los efectos de las prácticas agrícolas chinas que fueron llevadas por los migrantes a la estepa mongolesa, o por los esclavos angoleses al Brasil, o por los campesinos japoneses a California?
Finalmente, el campo de la historia ambiental mantiene un sesgo terrenal. Los ecosistemas acuáticos han recibido muy poca atención. Se entiende que con frecuencia es más difícil recolectar información histórica sobre los peces o los arrecifes de coral que sobre los árboles y los pastos. Y los pensadores y escritores ambientales, para no mencionar la ley y la política, siempre han tenido más que decir sobre la tierra que sobre el mar. Pero es posible, especialmente para el último siglo, armar un cuadro de biosistemas acuáticos y los regímenes de contaminación en algunos cuerpos de agua. Hasta ahora los historiadores han dado mayor atención a los ríos que a los lagos y océanos (Cioc, 2002; Luckin, 1986; Fradkin, 1996; White, 1996; Steinberg, 1991; Afinson, 2003; Evenden, 2004), pero esto puede cambiar. Un proyecto de investigación a gran escala, anclado en Dinamarca, está tratando de reconstruir la historia de la población de diferentes especies marinas, trabajando desde los registros de pesca, los vestigios arqueológicos y cualquier cosa que pueda ser útil28.
No hay duda que hay otros cientos o miles de temas en busca de autor en la historia ambiental. La anterior no es más que una lista de los libros que me gustaría que alguien escribiera.
La secta herética de los economistas que trabajan en economía ecológica solicitan algunas veces una economía “como si la naturaleza existiera”. La historia ambiental ruega porque se reconozca que la naturaleza no solo existe sino que cambia. Más aún, cambia por sí misma y por las acciones humanas, y haciéndolo provoca cambios en el contexto en que se despliega la historia humana. La historiografía de la historia ambiental, aunque desde luego desigual en el mundo y con respecto a diferentes temas, ha crecido como la maleza en los últimos 25 años, hasta el punto de que ninguna persona puede seguirle el paso. Se puede afirmar con justicia que se ha convertido en uno de lo más vitales subcampos dentro de la disciplina histórica, por lo menos en un puñado de países. A pesar de los retos que propone para la corriente dominante de la historia (hasta donde sea posible tal cosa), ha tenido en la mayoría de las ocasiones una recepción benigna y ha comenzado a influir sobre la disciplina más amplia. Esto es evidente, entre otros lugares, en los textos universitarios preparados para los Estados Unidos, que incluyen cada vez más retazos de historia ambiental. El futuro de la historia ambiental parece sólido, a juzgar por la edad de los participantes en las conferencias29. Todo esto es causa de celebración, porque es en general un indicativo de la vitalidad continua de la historia profesional y, específicamente, porque los historiadores ambientales, en razón de su trabajo, han logrado algún reconocimiento dentro de su profesión (y también del público más amplio). La historia ambiental está aquí para quedarse.
Sin embargo, la razón fundamental de que esto sea así no es motivo de celebración. El interés en la historia ambiental depende en gran medida de la preocupación sobre los problemas sociales contemporáneos. De la misma manera que la historia laboral y de la mujer adquirieron un nuevo impulso cuando los levantamientos sociales de la generación anterior enfatizaron los temas de clase y género, la historia ambiental adquirió su impulso inicial de las preocupaciones ecológicas difundidas en la sociedad. Ahora es menos política y partidista, en todo aspecto, de lo que fue en su infancia. Pero su habilidad para continuar atrayendo a los jóvenes historiadores y para dirigir la atención de los historiadores en general, descansará siempre en la importancia que tienen los temas ambientales para toda la sociedad.
La literatura en la historia ambiental puede ser abordada más convenientemente a través de una pequeña cantidad de sitios web que consiste principalmente en bibliografías, algunas de las cuales se pueden encontrar fácilmente. Recomiendo los siguientes:
http://www.lib.duke.edu/forest/ biblio.html
http://www.stanford.edu/group/laenvironmentalhistory/
http://www.h-net.org/~environ/historiography/ausbib.htm (registrados todos en septiembre 16 de 2003)
1 Ecológicamente hablando, desde luego, es arrogante pensar en el realismo biofísico como el contexto de los asuntos humanos. Pero para los historiadores, cuyo tema principal, aunque no exclusivo, es la carrera humana, resulta apropiado verlo así.
2 La carpa es mayor que lo que sugiere la descripción. Para muchos científicos paleontólogos, la “historia ambiental” se refiere a la evolución de los ecosistemas y no requiere que existan en ellos seres humanos.
3 Para dar un ejemplo, Worster (1978) trata con los suelos de las praderas, el clima y los ecosistemas agrícolas, así como con las ideas prevalentes sobre la tierra y el clima y con la política norteamericana de recursos.
4 Entre los trabajos que llenan esta brecha están los de Cronon (1992) y Brosnan (2002).
5 Thomas y Schama son pasajeros en la historia ambiental; el grueso de su trabajo reside en otros campos.
6 Esta frase y concepto son usados repetidamente en varios de los libros de Worster, especialmente en Dust Bowl (1978) y Rivers of Empire (1985).
7 Las declaraciones más directas en esta discusión son las de: White (1967), a mi juicio refutadas por Yi-fu Tuan (1968). Otras variantes sostienen que la cultura occidental desde la revolución científica europea mostró una actitud instrumentalista hacia la naturaleza, en la cual los hombres vieron la naturaleza como femenina y la explotaron consecuentemente. (Véase Merchant, 1983). Creo que mi posición es débil con respecto a los bosques sagrados. Véase por ejemplo Byers, Cunliffe y Hudak (2001).
8 Showers (1989) ha comenzado a explorar este tema para Lesotho.
9 Una muestra: Delwit y De Waele (1999), Bess (2003), Burchell (2002), Prem-Er Lam (1999) y Cinman Simsek, (1993).
10 Roderick Nash, quien dictó en 1970 uno de los primeros cursos de historia ambiental, escribió: “Estaba respondiendo a las voces que pedían responsabilidad con el medio ambiente y que alcanzaron un crescendo en los primeros meses [de 1970]” (Nash, 1974).
11 Encontramos una interrogación explícita de la historia en busca de ejemplos de sostenibilidad en van Zon (2002).
12 Véase por ejemplo: Shapiro (2001), Díaz- Briquets y Pérez-López (2000), que no son trabajos de historiadores, pero consideran las dimensiones históricas de algunos temas. Por lo que sé, no hay un trabajo general comparable sobre la Unión Soviética o alguno de sus satélites. El de Feshbach y Friendly (1992) está limitado principalmente a la situación que se vivía hacia la década de 1980. Cuadros parciales muy útiles de la historia ambiental soviética se encuentran en Weiner (1988), Weiner (1999), Josephson (2002), Stevens (1998) y Turnock (2001).
13 Un ejemplo de esta literatura es el de Grualich (1983) y Annals of the American Association of Geographer, 82, No. 3, 1992. Un breve resumen es el de Dore (1997). Obviamente este debate riñe con los indígenas contemporáneos en la Amazonia y otros lugares, a quienes algunas veces se les muestra como ejemplos de rectitud ecológica.
14 Woods y McCann (1999). Los antiguos habitantes de la Amazonia deben haber transportado las tierras negras biológicamente ricas a nuevos lugares y permitido que los microorganismos hicieran su trabajo por meses o años, creando nuevamente espacios cultivables.
15 En términos gruesos, economía de pillaje, un término y concepto desarrollado en la geografía académica de Alemania y Francia hacia 1870-1920.
16 Trabajos de gran influencia como el de Galeano (1972).
17 El trabajo de mayor influencia sobre Argentina, producido por un biólogo y una economista, es el de Brailovsky y Foguelman (1991).
18 Por ejemplo Pádua (2002) y Simonian (1995).
19 Véase Martínez-Alier (2002) para una colección de ensayos sobresalientes.
20 Dean y otros han estudiado el impacto ecológico del azúcar en Brasil. En el Caribe está casi intacto, pero recomiendo ver a Funes Monzote (2001).
21 Véanse las críticas en Environmental History, No. 1, 1996, pp. 29-47. Un corta revisión del aspecto aparece en Miller (2001).
22 Existe una colección útil para Nueva Zelanda: Pawson y Brooking (2002).
23 De la historia del saneamiento urbano y la calidad del aire en el mundo industrial, pueden hallarse ejemplos en: Bernhardt (2000), Hamlin (1998), Luckin (1986), Melosi (1980), Melosi (2000), Porter (1998), von Simson (1983), Tarr (1996), Stradling (1999), Mosely (2001) y Brimblecombe (1987).
24 Los libros que usan la información histórica para discutir sobre el mejoramiento ambiental general en las últimas décadas, por lo menos en el mundo industrial, incluyen el de Easterbrook (1995), Lomborg (2001) y Hollander (2003). Ninguno de estos tres es una historia satisfactoria del mejoramiento ambiental, y el libro de Lomborg ha atraído críticas agudas y, a mi juicio, justificadas.
25 Un ejemplo es el Dust Bowl de Worster.
26 En los Estados Unidos está Stoll (2003), que es una revisión basada en unos pocos casos locales. Un trabajo general que todavía vale la pena consultar, es el de Hyams (1975). Hyams fue un erudito que escribió acerca del terrorismo, Proudhon, los Incas y otros temas diversos.
27 Véase sin embargo a Smith (1987).
28 Véanse Holm, Smith y Starkey (2001) y Andersen (2002).
29 Confieso que la evidencia para esta afirmación es completamente anecdótica. En las reuniones de la American History Association la proporción de cabezas grises parece cinco veces mayor que en las de la American Society for Environmental History (ASEH) o la European Society for Environmental History (ESEH).
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Paulo Henrique Martinez*
* Doctor en Historia Social. Profesor Departamento de Historia, Facultad de Ciencias y Letras, Universidade Estadual Paulista (Unesp), Assis, São Paulo, Brasil. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Este artículo busca identificar sentidos para el estudio del medio ambiente en una perspectiva temporal por parte de los historiadores; de qué manera los cambios sociales en el pasaje del siglo XX hacia el XXI tocaran a los objetos, métodos de investigación y a la enseñanza de Historia en distintas partes de mundo y en Brasil; los retos teóricos, las necesidades y las posibilidades de diálogo intelectual abiertos en las últimas décadas.
Palabras clave: Brasil, educación, historia, historia ambiental, medio ambiente, teoría.
Neste artigo busca identificar sentidos para o estudo do meio ambiente em perspectiva temporal pelos historiadores; como as mudanças sociais na passagem do século XX para o XXI tocaram os objetos e métodos da investigação e do ensino de História em diversas partes do mundo e no Brasil; os desafios teóricos, as necessidades e possibilidades de diálogo intelectual abertos nas últimas décadas.
Palavras-chave: Brasil, educação, história, história ambiental, meio ambiente, teoria.
This article aims to identify meanings related to the study of the environment under the time perspective by History researchers; as an illustration, since the social changes have happened through the passage of the XX to the XXI century, there were changed the objects and the methods of investigation, as well as the teaching of History in different parts of the world and areas in Brazil; in short, the article shows the theoretical challenges, the necessity and possibility of an scholar dialogue which was opened in the last decades.
Key words: Brazil, education, history, environmental history, environment, theory.
A questão ambiental, em escala mundial, é historicamente nova. Entendida, aqui, como uma série de obstáculos culturais e materiais e de riscos concretos que se erguem diante da qualidade da vida humana e como um processo de extinção de espécies da fauna e da flora que contém inúmeras implicações de ordem sócio-econômica, a questão ambiental adquiriu uma grande importância nas últimas décadas. Os últimos cinqüenta anos foram marcados por profundas alterações nas relações sociais e, logo, nas relações da sociedade humana com o mundo natural. Fenômenos como a contaminação do ar, das águas e dos solos, catástrofes naturais, doenças desconhecidas até pouco tempo, alterações no clima e nas paisagens, ameaças à biodiversidade, tornaram-se crescentes e desencadearam efeitos sobre a vida humana, para os quais são buscadas alternativas nos dias que correm. As preocupações para com o meio ambiente têm despertado atenções em diferentes partes do planeta e grupos sociais, configurando o que um geógrafo denominou como uma “ordem ambiental internacional” (Ribeiro, 2001).
A acumulação de capital tomou um forte impulso em escala mundial com o desenvolvimento técnico, científico, dos meios de comunicação e de transporte observado a partir da década de 1970. Na avaliação do geógrafo Milton Santos, nessa busca da mais-valia global, os processos produtivos adquiriram um cunho extraterritorial que os autonomiza em relação aos controles locais e os faz indiferentes, não apenas às realidades locais, mas, também, às realidades ambientais (Santos, 2002: 253).
No Brasil, em decorrência desse cenário mais amplo, na segunda metade da década de 1990 as questões ambientais também ganharam maior visibilidade e materialidade. É o que podemos observar no caso do ensino, fundamental e médio, com a elaboração dos Parâmetros Curriculares Nacionais, desencadeando a necessidade de preparação profissional dos professores para a abordagem das problemáticas ambientais já nos cursos de graduação e licenciatura de disciplinas escolares, entre elas a História (Brasil, 2000). Outra manifestação, nesse sentido, foi a valorização da Educação Ambiental pela Política Nacional de Educação Ambiental (Lei 9.795, de 27 de abril de 1999) no ensino formal, em uma perspectiva transversal, e não como disciplina específica, gerando também novas necessidades no campo do ensino e da aprendizagem. O meio ambiente ingressou nas agendas econômica, política, educacional e, agora mais intensamente, universitária. Estas mudanças sociais e as medidas governamentais lançaram os historiadores frente a um problema epistemológico que, se não lhes é totalmente novo, requer novo empenho analítico: a história do meio ambiente ou, em expressão mais sintética, a História Ambiental. Este é um desafio que os estudiosos do passado terão que enfrentar daqui para frente. Contudo, não é o primeiro, e também não é o maior, como espero deixar claro aqui.
Esta legitimação externa, que brota de demandas sociais concretas, embora necessária e bem vinda, não é suficiente para conferir sentido e validade ao trabalho do historiador. Esta deve nascer da dinâmica interna à própria disciplina História, do instrumental teórico e metodológico que esta dispõe ou tem que forjar para empreender análises rigorosas e interpretações consistentes. A busca desse sentido e de sua validade constitui o objeto da reflexão que se desdobra nos itens seguintes, onde são abordadas as relações entre passado e presente e sociedade e natureza, os historiadores e o meio ambiente e algumas perspectivas da história ambiental no Brasil, bem como sua pertinência na atualidade.
Neste início de século, observase uma grande demanda social pelo conhecimento histórico e, dentro deste, pela História Ambiental. As fontes desse interesse crescente pelo passado brotam, por um lado, de uma intensa e acelerada mudança social, que emana sobretudo de países industrializados do hemisfério norte, com os Estados Unidos à frente, nos quais a tecnologia ocupa novos espaços na esfera produtiva e nas relações sociais (Santos, 2000; Ianni, 1996; 1998). As comunicações em tempo real impactam diretamente sobre a relação entre passado e presente, produzindo a “história” ao vivo pela televisão e redes virtuais proporcionadas pela informatização do cotidiano. A separação e a distância do passado são cada vez menores. O passado parece-nos cada vez mais distante, ainda quando está muito próximo, em termos de tempo decorrido. Por outro lado, o gigantesco valor econômico que a biodiversidade foi adquirindo nos últimos anos, ampliado pelas ameaças reais de extinção de muitas formas de vida, inúmeras delas ainda desconhecidas e pouco estudadas, desperta atenções para o meio ambiente e para o relacionamento dos seres humanos com a natureza em diferentes épocas e sociedades.
As alterações na relação passado e presente, contraindo a distância temporal que os separa, e a progressiva destruição dos ecossistemas e das formas de organização social originárias de outros processos históricos, alheios ao capitalismo, respondem em larga medida pelo aumento do interesse pelo conhecimento histórico observado nas duas últimas décadas, dentro e fora do Brasil (Hobsbawm, 2000; 2002).
Esta nova dinâmica da relação passado e presente, na qual os meios de comunicação eletrônica têm um importante papel, provoca uma sensação, bastante generalizada, de que estamos imersos e imobilizados no tempo presente. O que Remo Bodei denominou como um “esmagamento sob o presente” (Bodei: 77). Aqueles que militam em movimentos sociais, como os ambientalistas, por exemplo, freqüentemente se deparam com dificuldades de mobilização decorrentes desta sensação de impotência e desestímulo que impera na sociedade. Surgem, então, inquietações sobre o que e como fazer para a população perceber a gravidade das questões sociais em geral, e das ambientais em particular. Como envolver a sociedade para a resolução de seus próprios problemas?
Acredito que inibições como a indiferença, desorganização e, até mesmo, hostilidade pela participação social, sobretudo no Brasil, sempre foram, e persistem, muito amplas, enormes. As dificuldades que indivíduos, grupos sociais e sociedades inteiras enfrentam na compreensão do mundo atual contribuem imensamente para esse quadro predominante de imobilismo e apatia. Também reforçam a impressão de um mundo caótico e desordenado, extremamente fragmentado, no qual ações individuais e coletivas têm poucas chances de alcançar os efeitos esperados e desejados. Existe uma demanda na sociedade, e não apenas no Brasil, pela compreensão e esclarecimento do tempo presente. E os historiadores têm demonstrado vitalidade para esta labuta (Chaveau & Tétart, 1999). Na militância dos ambientalistas, assim como na daqueles que trabalham com a preservação e recuperação do patrimônio histórico, por exemplo, essa sensação de que o tempo presente aprisiona a tudo e a todos é muito forte e recorrente. Tanto quanto a perseverança admirável de muitos que não se deixam abater por esses obstáculos. O desprezo pelo passado e a indiferença quanto ao futuro, que a sociedade brasileira, em particular, parece nutrir secularmente, aproxima o conhecimento histórico e o debate de questões ambientais neste início de século. Como entender essa situação que, para muitos de nós, desponta constantemente e de maneira angustiante?
Um dos desafios para ultrapassar essa situação, sem dúvida alguma, está na superação dessa incômoda sensação, a de que estamos inertes no tempo, na atualidade, compreendendo melhor o tempo em que vivemos. Em essência, essa sensação de aprisionamento e paralisia no tempo presente é produto de um intenso ritmo de recriação, fragmentada e descontínua, da memória coletiva. Os processos produtivos que emergiram com a revolução técnica e informacional, no fim do século XX, induzem a um desabamento sistemáticos dos referenciais do passado, um dos elementos mais densos e poderosos na atribuição de sentido à vida social e de identidade aos indivíduos, e que altera igualmente as paisagens e a organização do espaço. Esta deformação da memória coletiva suscita a indagação quanto à própria natureza dessa memória e dos artífices da sua elaboração, destruição e recriação sistemática. Esta é uma reflexão na qual os historiadores têm algo a contribuir, pois a história é uma das principais formas de construção e reprodução da memória coletiva.
A história ambiental pode desempenhar um importante papel nesse esforço de decifração do mundo, ao mesmo tempo em que abre aos historiadores mais uma oportunidade de explorar um campo de trabalho em expansão. Daí a importância de sensibilizar pesquisadores, professores e estudantes para esse tema tão presente no cotidiano das pessoas e dos profissionais de História.
A elaboração de um programa de trabalho de História Ambiental requer a definição de alguns eixos da abordagem dos historiadores. Devem ser levadas em conta as necessidades intelectuais e materiais no estudo da história, como a delimitação de seu objeto teórico, as problemáticas a serem pesquisadas, as questões interpretativas que se abrem, as fontes e a documentação, a historiografia existente sobre as temáticas ambientais. Segundo Peter Burke, em momentos assim, as dificuldades afloram em decorrência de os historiadores estarem “avançando em território não familiar” (Burke, 1992: 21).
Deste conjunto de instrumentos de trabalho, dois eixos de questões são ordenadores da prática historiográfica, o da fundamentação teórica e o das problemáticas na pesquisa. Estes dois eixos foram articulados aqui, largamente, sob o estímulo das idéias contidas no “Epílogo à edição brasileira”, do livro História: análise do passado e projeto social, do historiador catalão Josep Fontana. Desta forma, buscou-se identificar uma fundamentação teórica para a História Ambiental no Brasil, em consonância com aquele autor, para quem a teoria da história constitui o “pensamento de que se serve efetivamente o historiador para orientar o seu trabalho” (Fontana, 1998: 9). Em seguida, destacaram-se algumas das potencialidades que a história ambiental no Brasil comporta para a realização de pesquisas. Por fim, um breve comentário procurou conferir validade a essa abordagem do passado nos dias atuais, sobretudo no caso brasileiro.
A História Ambiental no Brasil encerra grandes possibilidades que, desde logo, afugentam os riscos de uma “historiografia de imitação” ou de mimetismo acadêmico das modas intelectuais européias e norte-americanas, pois contém inúmeras perspectivas de trabalho que desafiam a imaginação inventiva e a criatividade dos historiadores.
Dada a sua formação social e econômica e as características físicas de seu território, no Brasil, a natureza foi objeto e presença incontornável na historiografia. Uma peculiar visão social da natureza, inerente aos espaços e tempos que marcaram a história do país, ainda que a referência européia tenha perdurado como contraponto principal, foi elaborada e sedimentada ao longo desses quinhentos e tantos anos de registros da terra e da gente dessa porção do globo (Belluzzo e Moraes, 2000). Logo, a abordagem das questões ambientais pela historiografia pode partir destas características culturais, em busca daquilo que singulariza a sociedade brasileira e as relações que estabeleceu e estabelece com o mundo natural.
Na historiografia remota e recente encontramos autores que atentaram para essas especificidades. Sérgio Buarque de Holanda, por exemplo, observou que as relações com a natureza no Brasil estiveram marcadas por uma conduta de geração de “riqueza que custa ousadia, não riqueza que custa trabalho”, caracterizada pela ausência de “vontade criadora” do colonizador. Caio Prado Júnior foi enfático em sublinhar como traço permanente nas atividades econômicas, da colonização ao século XX, o caráter predatório e perdulário do aproveitamento das riquezas da terra, o desbaratamento de um capital. O historiador norte-americano Warren Dean, por sua vez, notou que as queimadas e o nomadismo da agricultura praticada por proprietários de terras, grandes e pequenos, no Brasil do século XIX, responderam por uma concepção dos produtos naturais como “recursos transitórios”, sem se preocuparem com a preservação ou a reposição das condições de disponibilidade desses recursos. Incluía-se neste elenco não apenas os produtos extraídos das matas, como a madeira, a lenha, os cipós e o carvão, mas indistintamente a cal, o ferro, a água, a fauna e a flora (Holanda, 1981; Prado jr, 1971; Dean, 1996).
Na trilha desses autores, a História Ambiental pode passar em revista a própria história do capitalismo no Brasil, atentando para as formas de uso e exploração da natureza ao longo do tempo e no espaço. Nesta perspectiva, a exploração da natureza foi realizada pari passu com a exploração do trabalho de indígenas, africanos, libertos e mestiços, brancos pobres livres. José Augusto Drummond, já havia proposto uma revisão dos “ciclos econômicos da história colonial e independente do Brasil, em clave ambiental” para identificar os tipos de sociedade que se formaram com a exploração de diferentes produtos naturais e suas conseqüências (Drummond, 1991: 195). A violência contra a natureza esteve acompanhada, e de perto, pela violência contra os seres humanos. No caso brasileiro, as fontes e documentação para uma História Ambiental podem ser, inicialmente, aquelas já utilizadas e conhecidas pela historiografia, examinadas, agora, sob novas lentes do historiador. Este pode ser um caminho seguro para identificar os problemas fundamentais e rejeitar as facilidades de um discurso vulgarizador, este longínquo apelo do historiador francês Emmanuel Le Roy Ladurie, já em 1974.
Um exemplo da idéia de que a violência contra a natureza é precedida pela violência social, pode ser encontrado no estudo do geógrafo José Ferrari Leite, sobre o Pontal do Paranapanema, no extremo oeste do estado de São Paulo. O livro destacou um episódio de devastação em escala industrial. Em agosto de 1973, herbicidas contendo “agente laranja” foram utilizados para extirpar as matas remanescentes na margem direita daquele rio. O efeito resultou no desfolhamento das árvores em questão de horas, e provocou o morticínio de animais domésticos e silvestres, além da destruição de plantações no entorno da área. A força dos ventos multiplicou os estragos afetando plantações até no Mato Grosso (Leite, 1998: 174-175).
Um grande potencial de pesquisa também pode ser encontrado na reflexão a partir da memória coletiva, sobretudo rural e ambiental, bastante forte no Brasil, ainda hoje, e profundamente enraizada no tempo e na vida social. Refiro-me a uma certa idealização da natureza. A que apresentou a natureza no Brasil como portadora de riquezas infinitas e inesgotáveis, dada a exuberância da vegetação, abundância da água, diversidade da fauna e da flora, fertilidade dos solos, entre outros aspectos. Em larga medida, esta impressão deriva de um acúmulo de esforços empreendidos pelas ciências naturais, e que remontam aos tempos de colônia e do Império, fortemente marcados seja pelo fantasioso ou pelo utilitarismo econômico (Holanda, 1977; Prestes, 2000; Munteal, 2000). Nesta perspectiva, ao longo do século XIX, ainda que difusas e esparsas, não faltaram manifestações de assombro e de alertas para a mudança de comportamentos no aproveitamento dos recursos naturais no Brasil (Pádua, 2002; Marquese, 1999).
Esta memória alimenta uma indagação recorrente, sobre como um país que dispõe de produtos naturais abundantes possui e reproduz incessantemente um quadro social historicamente maculado pela desigualdade social e a espoliação econômica, entre outras manifestações aparentemente contraditórias.
Neste ponto, a História Ambiental no Brasil pode lançar luz sobre a racionalização das desigualdades sociais e dos interesses econômicos, contida na mistificação do “progresso”, dos benefícios ou malefícios do emprego da ciência e da tecnologia na “conquista” da terra e da natureza e outros mitos criados, cotidianamente, pela mídia, governos, empresas, movimentos ambientalistas, cientistas e acadêmicos em geral. Em suma, todas as racionalizações produzidas como fonte de legitimação, aceitação e rejeição do tempo presente. Não caberia, por exemplo, empreender aquilo que Milton Santos apontou como o desmonte da ideologia da globalização? Desse conjunto de idéias que sustenta o sistema social que rege o mundo contemporâneo, na conceituação e na política? Enfim, das idéias e valores da competitividade, do autoritarismo, do raciocínio fundado na economia e não na sociedade, da normatização da vida pela técnica, do abafamento do debate intelectual e da análise crítica (Santos, 2000b: 18-35).
O livro de Victor Leonardi, Os historiadores e os rios, é bastante estimulante e ilustrativo das potencialidades que a História Ambiental encontra no Brasil. Ao realizar e propor como estratégia de análise uma história das áreas ecológico-econômicas da Amazônia, atentando para as respostas humanas às limitações e potencialidades dos vários ecossistemas, fez emergir uma visão do passado que apreende as especificidades locais e regionais. Esta pode constituir- se em uma contribuição específica da historiografia brasileira ao trabalho do historiador, em particular, e ao conhecimento histórico em geral.
Estudando o vale do rio Jaú, afluente do rio Negro, o autor valoriza um enfoque na descontinuidade, na interrupção e no refluxo a um quadro social anterior, caracterizado por seguidas construções e desconstruções no tempo e no espaço. Não se trata apenas das sobrevivências, mas da recriação, desaparição e reaparição do povoado do velho Airão, até seu despovoamento e desaparecimento completo, tragado pela mata. Transcende, assim, simultaneamente, o binômio das mudanças e permanências, a continuidade nas dimensões temporais da longa duração, da conjuntura e do acontecimento, o fluir linear do tempo, em seus diferentes ritmos. Ressaltam as possibilidades do descontínuo, do retorno, da transferência e da imersão em um tempo não ocidental e quase analógico. Enfim, de outras dimensões da temporalidade, esta que é uma das questões mais caras ao trabalho dos historiadores (Bloch, 2001).
Na perspectiva de análise aberta por Victor Leonardi, não há explanação de regras ou modelos gerais, absolutos, mas minuciosa e arguta percepção no questionamento dos acontecimentos e dados obtidos em uma diversificada pesquisa empírica. A História Ambiental seria expressão de singularidades sociais derivadas das particularidades regionais amazônicas. Esta diversidade ecológica seria inseparável das diversidades cultural e social. Por esta razão, o autor propõe a História Regional como ponto de partida para a História Ambiental. Uma história de seus rios e vales, pois se trata de um espaço no qual as comunicações sempre foram, e ainda são, preponderantemente fluviais.
A questão é saber se podemos nos valer desses procedimentos metodológicos para outras localidades do Brasil. Outras regiões do país, não aquáticas e florestais, estariam proscritas dessa possibilidade analítica? E aquelas com diversidade ecológica menos expressiva? Deveria variar, assim, o comparecimento dos componentes naturais no estudo das regiões? Convém lembrar que a História Ambiental é, antes de tudo, História. E o risco de “naturalização” dos processos sociais deve ser afastado, requerendo cuidado e atenção por parte dos historiadores. O desafio é, também, continuar a ser historiador, sem descaracterizar o trabalho empreendido por esta disciplina.
O problema teórico aqui não é menor, pois conduz a uma encruzilhada que não pode ser aceita como limite ou como opção forçada, sob qualquer impulso, de um dos caminhos. Soluções demasiadamente simples para um mundo tão complexo como o atual. Por um lado, as vias abertas pela interpretação de Victor Leonardi sobre a ação humana no ambiente amazônico, ao longo de séculos, perseguem o tempo fragmentado, descontínuo, e ganham realce frente a práticas historiográficas contemporâneas que tenham, em alguma medida, o relativismo cultural como fundamento da escrita e dos objetos de estudo dos historiadores. Por outro, atomizam as análises, tornando a interpretação do passado restrita ao universo das localidades e atada às suas próprias peculiaridades. Estariam, então, inviabilizadas visões mais abrangentes e de conjunto, as sínteses interpretativas e, logo, reduzidas as possibilidades comparativas.
Esta é uma falsa dicotomia e não deve servir para alimentar antagonismos de qualquer tipo. Na avaliação de Peter Burke, “fatores materiais, do ambiente físico e de seus recursos, de longo prazo” guardam importância para os historiadores, uma vez que são a esses mesmos fatores que indivíduos, grupos e as construções culturais procuram adaptar-se ou responder (Burke, 1992: 35). A História Ambiental pode, então, ser desenvolvida a partir do estudo de diferentes concepções de natureza, o que significa refletir na chave do relativismo cultural e do multiculturalismo. Esta abordagem está, por exemplo, contemplada em programas educacionais estabelecidos, no Brasil, pelo Ministério da Educação (Brasil, 2001).
Compor um mosaico de investigações empíricas de âmbito local e regional é, sem dúvida, instigante, mas acredito, seria também insuficiente. Estas ganham novos significados quando colaboraram tanto para a dilatação dos estudos históricos, com o aporte de novos conhecimentos, quanto para o desenvolvimento da própria historiografia, com novos questionamentos e indagações. Estas contribuições são também formas de assegurar e promover o padrão de trabalho intelectual dos historiadores, uma vez que permitem vincular a prática da pesquisa com a reflexão, o “pensar historicamente”, diria Pierre Vilar. Ainda que aceitemos a avaliação de que os historiadores pouco se ocupam da reflexão, no amplo espectro das Humanidades, estes não podem deixar de estabelecer uma conexão lógica dos acontecimentos reconstituídos e explicados em uma narrativa. Em maior ou menor grau, mais ou menos consciente e voluntária, há sempre uma dimensão filosófica nos estudos de História. A articulação entre as histórias locais, regionais, nacional e mundial, dos “tecidos conectivos” existentes, ergue- se, aqui, como parte das atividades, a da crítica e a totalizadora, do ofício do historiador (Bodei, 2001: 69). Abre-se, então, um espaço de intersecção de métodos e técnicas de pesquisa, teorias e conceitualizações provenientes de distintos cantos da História e das demais ciências sociais, contribuindo para uma elucidação recíproca das instâncias da vida e da investigação social. O exercício de explicitação de marcos e questões teóricas, hipóteses, fontes, pode estimular a cooperação profissional nas práticas de pesquisa, a promoção do fecundo diálogo intelectual e os debates entre historiadores e seus interlocutores nas demais áreas do conhecimento (Skinner, 1992: 187-188; Novais, 2002: 122-123).
Caberia indagar, então, movido por uma recomendação de Remo Bodei, o que podemos solicitar à História Ambiental (Bodei, 2001: 80)? O que esta abordagem pode oferecer para a compreensão da sociedade brasileira? E ao trabalho dos historiadores brasileiros no esforço de reconstituição e interpretação do percurso dessa sociedade no tempo? O que a História Ambiental, no Brasil, pode fazer para impulsionar o estudo da história entre nós? Para inspirar novas pesquisas? O estudo da apropriação e dos usos dos produtos naturais, dos segmentos sociais que foram beneficiados e prejudicados, no Brasil, pode contribuir para o esclarecimento das relações entre o desenvolvimento econômico e as injustiças sociais no país. No estado do Acre, por exemplo, foram precursores os debates sobre justiça social e meio ambiente (Silva, 1999: 189-205; D´incao & Silveira, 1994). A História Ambiental no Brasil pode auxiliar na compreensão de “algumas das inumeráveis facetas da história de todos” (Bodei, 2001: 81).
O estudo do meio ambiente e de sociedades denominadas “tradicionais” tem sido valorizado nos últimos tempos (Cunha & Almeida, 2002; Begossi, 2004). A crescente perda do contato e do relacionamento mais próximo e direto com os produtos naturais, na vida cotidiana, estimula o interesse e a curiosidade pela natureza, os grupos e as comunidades que mantêm outras formas de interação com o mundo natural. O artesanato da palha, da madeira, da cerâmica, a culinária, a medicina natural de ervas e chás, o convívio doméstico com plantas e animais, são alguns traços de vida social, juntamente com o universo de valores e crenças que a sustenta, que perecem, sistematicamente, sob o impacto das sociedades industriais e de alta tecnologia, marcadas pela acumulação de capital. As formas de organização econômica e social, ditas “tradicionais”, não podem ser pensadas sem o contraste com o capitalismo neste início de século, pois é este quem lhes confere diferentes graus de “tradicionalismo”. É nesse momento que o historiador, então, pode perceber o mosaico de incontáveis especificidades locais, regionais, nacionais e mundiais Valeria reler, aqui, as críticas de Caio Prado Júnior à compreensão de W. W. Rostow sobre as sociedades tradicionais na década de 1960 (Prado jr, 1989).
Tal como a história rural francesa descortinou o mundo do camponês, os estudos da História Ambiental, no Brasil, podem proporcionar maior e melhor conhecimento de um passado tecnológico, desenvolvido secularmente pelas sociedades não-capitalistas, e adequado, por exemplo, à agricultura nos trópicos, das indústrias domésticas e do artesanato familiar. Fazer emergir universos culturais de caboclos, ribeirinhos, quilombolas, pescadores e indígenas, entre outros. As mudanças e permanências impulsionadas pelos contatos e intercâmbios derivados de cinco séculos de sociabilidades crescentemente marcadas pela mercantilização das relações sociais, a industrialização e as incessantes inovações tecnológicas. Pode-se, assim, perceber as relações entre o centro e as periferias do capitalismo a partir de novas indagações, abrindo espaço para novas formulações interpretativas.
Estes são temas, o meio ambiente e as populações tradicionais, estabelecidos pelos Parâmetros Curriculares Nacionais, e que, entre outros, o governo federal escolheu para compor a formação do cidadão brasileiro no século XXI. Se o conhecimento de culturas que pouco contato tiveram com o cientificismo moderno contribui para uma história menos linear, evolutiva e européia, gera, por outro lado, novos desafios para a compreensão do mundo atual pelos historiadores. A historiografia brasileira sempre foi pródiga em acolher e assimilar distintas contribuições, de várias correntes historiográficas internacionais, e poderia, no âmbito da História Ambiental, oferecer mais do que receber. Seja pela dimensão que as questões ambientais tem adquirido na sociedade neste novo século, seja pelo lugar que o mundo natural ocupou, e ainda ocupa, na sociedade brasileira. Sobretudo, dado o vigor e as potencialidades de trabalho investigativo e analítico que a comunidade de historiadores brasileiros revelou nos últimas décadas (Cardoso & Vainfas, 1997; Freitas, 1998). A pesquisa e a reflexão sobre o passado ambiental, no Brasil, podem converte- lo em um ativo e fecundo laboratório do ofício de historiador.
A validade teórica dessa prática historiográfica, a História Ambiental, reside, fundamentalmente, na constituição de um terreno para a reflexão crítica sobre o trabalho do historiador e, claro, sobre a paralisia enganadora dos tempos atuais. Enfim, um esforço de compreensão deste início de século, a partir das experiências sociais do passado brasileiro. Os historiadores podem, a partir daí, retomar os grandes problemas intrínsecos à formação da sociedade e do Estado no Brasil. O uso e ocupação da terra, as práticas agrícolas, os grandes projetos energéticos e de infraestrutura, políticas públicas para o meio ambiente, movimentos sociais em defesa da natureza, premissas e possibilidades para o desenvolvimento sustentável, os efeitos da industrialização e da urbanização nas bacias hidrográficas, programas de desenvolvimento local e regional, eliminação das desigualdades sociais são alguns deles. Há uma sólida tradição intelectual no país que pode ser mobilizada para novas interrogações sobre o passado e o presente. Em recente “ensaio temático”, José Augusto Drummond oferece inúmeros pontos de partida para o estudo da História Ambiental no Brasil (Drummond, 2002).
Por fim, acredito que as dificuldades e as potencialidades, apontadas anteriormente, sejam partilhadas por um número maior de profissionais, e não só os das ciências sociais, dentro e fora da universidade. Provavelmente também não estão confinadas à História Ambiental, espraiando-se em outros domínios do conhecimento histórico.
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Paula Ungar*
Roger Strand**
* Bióloga, candidata a doctorado en Ciencias Ambientales, Universitat Autònoma de Barcelona. Fundación Tropenbos Colombia. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
** Doctor en Ciencias, Universidad de Bergen. Centro para el Estudio de las Ciencias y las Humanidades (SVT, Senter for Vitenskapsteori), Universidad de Bergen, Noruega. Email: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
La ecología enfrenta nuevos desafíos en el contexto de la toma de decisiones ambientales. En las ciencias naturales, la “ciencia de la complejidad” abre nuevas perspectivas epistemológicas frente a los sistemas sociales-naturales; reflexionamos sobre diferentes formas de entender la complejidad. Algunos ejemplos ilustran la siguiente idea: si la complejidad se entiende como una consecuencia de la relación intrínseca entre ciencia y valores, es posible buscar un territorio común entre alguna forma de “ciencia reflexiva” y problemas locales.
Palabras clave: sistemas complejos adaptativos, ecología, biodiversidad, valores, reflexividad, ciencia post-normal.
A ecologia se enfrenta a novos desafios no contexto da tomada de decisões ambientais. No interior das ciências naturais, a “ciência da complexidade” abre novas perspectivas epistemológicas diante dos sistemas sócio-naturais; aqui reflexionamos sobre diferentes formas de entender a complexidade. Alguns exemplos tomados da quantificação da biodiversidade ilustram a seguinte idéia: se a complexidade é entendida como uma conseqüência da relação intrínseca entre ciência e valores é possível buscar território comum entre alguna forma de “ciência reflexiva” e problemas locais.
Palavras-chave: sistemas adaptativos complexos, ecologia, biodiversidade, valores, reflexividade, ciência pós-normal.
Ecology faces novel challenges in the environmental decision-making context. From inside the natural sciences themselves, the “science of complexity” opens new epistemological perspectives towards social-natural systems; in this paper we reflect upon different ways of understanding complexity. Some examples illustrate the following idea: if complexity is understood as a consequence of the intrinsic relationship between science and values, it might be possible to look for common ground between some form of “reflexive science” and local problems.
Key words: adaptative complex systems, ecology, biodiversity, values, reflexivity.
¿Es la “crisis de la biodiversidad” una construcción proveniente de una poderosa red global del conocimiento, que no tiene nada que aportar a las búsquedas de las comunidades que habitan regiones con altos niveles de biodiversidad? O, por el contrario, ¿el problema de la pérdida de biodiversidad es real y prioritario, y por lo tanto necesitamos más y mejor ciencia en los países megadiversos (entre ellos Colombia) y un papel más activo para la ciencia en la política?
El espacio que explora este artículo se encuentra en un terreno imaginado en medio de estas dos posiciones; terreno compartido por los pobladores locales y los científicos –naturales y sociales–, en el que es posible pensar en un proceso de producción de conocimiento localizado sobre el territorio para la toma de decisiones; terreno fértil para el cultivo de híbridos, en el sentido de Latour: cuasi objetos cargados de aspectos naturales y culturales (Latour, 1998).
Desde hace algunas décadas, la ciencia ha tenido que empezar a hablar frente a un nuevo auditorio, diferente al académico, conformado por grandes grupos de población, con frecuencia en disputa, en el que se esperan decisiones urgentes, y en el que lo que se diga puede afectar significativamente la vida y los valores de la gente. En la toma de decisiones ambientales, las necesidades de “los otros” han venido a reemplazar a la curiosidad como motor de la investigación científica1. Desde esta perspectiva, el objeto de estudio, la naturaleza, ya no parece ser el mismo espacio amable en el que era posible elegir la escala correcta de análisis, las causas estaban tras los efectos, la sociedad era el objeto de estudio de las ciencias sociales, y la naturaleza, en un compartimiento separado, era exclusividad de los científicos naturales. Los hechos científicos y los valores, por supuesto, tampoco se mezclaban.
En el caso de la pérdida de la biodiversidad, los retos de la ciencia como consejera para la toma de decisiones se refleja en varios niveles. El conflicto entre sistemas de valores se evidencia en la comparación entre los ideales de conservación de una naturaleza prístina, ajena, por parte de la “comunidad internacional”, armada de datos alarmantes sobre deforestación y pérdida de diversidad; y la naturaleza cultivada, humanizada, de muchas comunidades locales. La cuantificación de la biodiversidad, por su parte, está cargada de incertidumbre, y los datos dependen en gran medida de cómo se enmarque y se defina el objeto de estudio, tal como se pretende ilustrar más adelante2.
En contextos como el europeo, en los que los científicos existen de manera efectiva en el mundo de la política y las instituciones existen en el manejo del territorio3, esta crisis se ha reflejado con frecuencia en los efectos catastróficos que ha tenido la aplicación de las respuestas de la ciencia normal en la resolución de problemas ambientales. Reflexiones sobre nuevas formas de conocimiento científico, que garanticen su calidad, se han venido produciendo entonces como reacción al excesivo poder de la ciencia (Gallopin et al., 2001).
En otros espacios como el latinoamericano, se podría afirmar que la ciencia normal ha carecido de sentido, de legitimidad y de poder en la toma de decisiones públicas. El ejercicio que aquí se presenta inicia una exploración que apunta a pensar en la utilidad de esas reflexiones surgidas en el Norte para las reacciones del Sur frente a la globalización. En ese sentido, esbozamos un argumento en contra de la definición de la ciencia exclusivamente como un instrumento de la globalización (véase por ejemplo Escobar, 2001).
La actitud más común por parte de los científicos naturales frente a los nuevos retos consiste en confiar en la herencia científica de la modernidad (con sus principios de objetividad, reduccionismo y causalidad) y buscar refuerzos por fuera del “laboratorio”, por fuera del pensamiento científico mismo. Cuestiones como la capacidad de comunicación y de convicción de los científicos, su influencia en las instituciones y las herramientas políticas y económicas, el poder de éstas para implementar el conocimiento que proviene del “laboratorio”, se consideran estratégicas para enfrentar los nuevos desafíos. Habría, además, que aumentar su capacidad de acumular más y “mejor” información; unificar los criterios; en últimas, extender el laboratorio. Esta tendencia se manifiesta en el continuismo de la academia (en la enseñanza de la biología, la ecología y la conservación, en las publicaciones académicas con mayor influencia) y en el discurso dominante de la conservación (instituciones y políticas internacionales y nacionales), en general lo que Escobar (1998) llama la perspectiva globalocéntrica. Las categorías en las que se clasifica esta información, los presupuestos en los que se basa, no se cuestionan, y la tarea de cómo utilizarla se deja en manos de “otros”, de los que implementan, de los científicos sociales y los políticos5 . Se trabaja con las reglas de juego seguras y apasionantes que existen mientras no se transgredan los límites heredados entre el conocimiento y la acción, entre la ciencia y los valores, entre la naturaleza y la sociedad6.
Otra reacción que se da desde el interior de las ciencias naturales frente a la crisis de la ciencia como fuente de información para la gobernabilidad es la noción de sistemas complejos adaptativos. Según esta forma de entender los sistemas naturales y sociales, propuesto y liderado dentro de la ecología por C. S. Holling, la comprensión del mundo, y por lo tanto la acción sobre él por parte de la ciencia, se ha visto limitada porque la naturaleza está compuesta en su mayor parte por sistemas complejos, que son impredecibles, dinámicos, inciertos, permanentemente susceptibles a las sorpresas, al cambio estructural (Holling, 2001). Las relaciones entre fenómenos no se pueden explicar simplemente con el esquema lineal causa-efecto que se manejaba desde la modernidad, pues se dan a través de procesos de autoorganización, sujetos a retroalimentaciones negativas y positivas (Kay et al., 1999). En contraste con la “visión simple”, las limitaciones del pensamiento científico en el contexto de la toma de decisiones no se deben simplemente a que todavía no tengamos suficiente información, sino a características inherentes al sistema sobre el cual se va a decidir. La predicción cuantitativa es imposible en la mayoría de los casos: la ciencia de la complejidad describe escenarios posibles a través de narrativas.
A pesar de la riqueza creciente de literatura sobre las diferentes dimensiones de los sistemas adaptativos complejos7, enfocaremos aquí brevemente nuestra percepción de su(s) visión(es) de la frontera entre lo social y lo natural, y las implicaciones de esta visión, en aras de ilustrar el argumento. Leyendo a Holling, el mundo se percibe como un objeto en el que el científico observa a los seres humanos y los no-humanos dentro de un sistema al cual él es ajeno y en donde las relaciones entre los primeros y los segundos pueden ser clasificadas de acuerdo con su interacción real (Holling, 2001). La relación entre diferentes disciplinas para el estudio de esos sistemas consiste en estudiar “la interconexión jerárquica [… ] de sistemas de la naturaleza (por ejemplo, bosques, praderas, lagos...), sistemas humanos (por ejemplo estructuras de gobierno, asentamientos y culturas), sistemas combinados (por ejemplo, agencias que controlan el uso de recursos) y sistemas socio-ecológicos (por ejemplo, sistemas coevolucionados de manejo)” (Holling, 2001: 392).
Un procedimiento de manejo de recursos naturales estrechamente relacionado con la historia de los sistemas complejos es el manejo adaptativo. Debido a la naturaleza dinámica e impredecible de los sistemas, las políticas son tratadas como hipótesis y evaluadas regularmente de acuerdo con su desempeño. Se trabaja en la retroalimentación entre el sistema cambiante y las directivas diseñadas, a través de la experimentación, el aprendizaje y la adaptación. Aunque existen muchas formas de interpretar el manejo adaptativo, la más participativa de ellas consiste en involucrar explícitamente la intencionalidad y los valores de los actores locales en el proceso de generación de escenarios futuros deseados y alternativas de manejo. En este contexto, el papel de los científicos consiste en describir posibles futuros para los sistemas seleccionados e informar al público acerca de estos escenarios y la incertidumbre asociada a ellos (Ludwig, 2001; Waltner- Toews et al., 2003).
Desde nuestra perspectiva, existe una visión de complejidad con matices diferentes e implicaciones importantes (Funtowicz y Ravetz, 1994; Stacey, 2000). Los sistemas complejos emergentes están basados en el reconocimiento de la influencia de la intencionalidad y los valores en toda la investigación (incluso en ámbitos tan “objetivos” como la estadística). En este marco, el objeto de estudio no puede ser descrito sin reflexividad por parte de los científicos, pues la incertidumbre es una consecuencia de la actividad científica misma. La presencia de otros expertos, de los pobladores locales por ejemplo, en el proceso de construcción de conocimiento, no es en esencia una herramienta útil para aproximarse a la realidad, un complemento para la actividad científica (como se podría afirmar en algunos casos sobre los principios que subyacen a la etnoecología, por ejemplo), sino una forma de garantizar la calidad de este proceso. Aquí, “calidad” se define como la transparencia de un proceso orientado a manejar la incertidumbre para el bien común, no como la veracidad de unos resultados que eliminen la incertidumbre. La gente supervisa, cuestiona, reformula si es necesario, el quehacer de los científicos.
En otras palabras, es cierto que la gente, “los actores”, tiene un sistema de valores que condiciona su relación con el mundo, y esto hay que tenerlo en cuenta al describir y formular alternativas de manejo de los sistemas sociales-ecológicos, pero esto no es suficiente. Es indispensable contar con que los científicos también son “actores” y sus herramientas fueron construidas y son utilizadas desde un mundo cultural y social. Los científicos también son gente8.
A continuación, emprendemos el ejercicio de “abrir la caja negra” de la ciencia de la conservación, exponiendo algunas de las incertidumbres e inconmensurabilidades irreducibles que hay que enfrentar cuando se describe y cuantifica la biodiversidad. Consideramos que este ejercicio reflexivo puede llegar a ser un camino hacia la construcción de enriquecedores y efectivos lenguajes localizados. Si el lenguaje científico está construido por una serie de convenciones, informadas por valores, entonces es posible pensar en construir nuevas convenciones, más inclusivas y posiblemente más legítimas. A continuación se expondrán algunos ejemplos para ilustrar el origen de esta convicción, para el caso particular de la cuantificación de la biodiversidad.
Estamos de acuerdo con la mayoría de los ecólogos, biólogos y conservacionistas, en que “biodiversidad” no es una categoría con una definición única y que cualquier cuantificación implica elegir perspectivas y escalas (Gaston, 1996). Tal como se pretende ilustrar en esta sección, las prioridades que se establezcan para el diseño de áreas protegidas pueden cambiar si se cambian los anteojos que se utilicen para la priorización (Perlman y Adelson, 1997). En palabras de Sarkar (2002: 142) “la biodiversidad se define (implícitamente) como aquello que está siendo conservado por la práctica de la biología de la conservación”.
La biología de la conservación enfoca los ecosistemas naturales, en oposición a los sistemas elaborados por el hombre o artificiales. Sin embargo, identificar la frontera entre lo natural y lo artificial es difícil desde la perspectiva y con las herramientas de las ciencias naturales10. Uno de los criterios para separar estos dos ámbitos es la irreplicabilidad de los sistemas naturales, frente a la posibilidad de replicar los artificiales. Debemos proteger “lo natural” pues su extinción es irreversible. No obstante, al abordar rigurosamente esta cuestión, surge una serie de preguntas. ¿Son replicables sistemas construidos por el hombre como las chagras amazónicas con su enorme variedad de especies cultivadas, cada una con una historia de origen y un sofisticado sistema de manejo, sometidas a un ritmo acelerado de desaparición, directamente relacionado con la erosión cultural en la región? (Van der Hammen, 1992). ¿O más bien las disciplinas biológicas estudian el bosque porque le dan un mayor valor y lo ven como algo esencialmente diferente al campo cultivado (en contraposición a la visión local, que considera que hay continuidad, que el bosque también es cultivado, que la chagra también se cultiva para los dueños del bosque)? ¿La frontera está allá afuera o la vemos a través de nuestra formación en una serie de valores? ¿Existe una sola frontera posible? ¿Quién decide por dónde trazarla? Por otra parte, esa frontera puede ser conflictiva desde el punto de vista tecnológico. Si los genes son la información fundamental para reconstruir la naturaleza ¿una vez tengamos el mapa genético de un ecosistema podremos deshacernos del “original”? ¿Estamos conservando los ecosistemas naturales “mientras tanto”, o porque tienen un valor intrínseco? ¿Para quién? ¿Quién decide qué es “lo natural”?
Otro de los argumentos científicos para mantener la conservación dentro de los límites de “lo natural” tiene que ver con la evolución; las especies que albergan los ecosistemas no humanos son el resultado de un proceso lentísimo de respuesta genética a cambios ambientales. Las grandes extinciones, la “crisis de la biodiversidad”, se debe a que los sistemas naturales no pueden ir al ritmo con el que el ambiente es alterado por los humanos modernos. Desde los orígenes del discurso conservacionista, “el fin de la evolución” ha sido una de las amenazas latentes (Janzen, 1986; Soulé, 1985).
Sin embargo, los límites entre la evolución y la “no evolución” son conflictivos. Factores que han sido caracterizados como las principales causas de extinción, son agentes de selección en procesos de evolución contemporánea (Stockwell, Hendry y Kinnison, 2003). Sobreexplotación, fragmentación de hábitats, degradación e introducción de especies exóticas dirigen la evolución a lo largo de caminos particulares; los peces sometidos a pesca a partir de cierto tamaño maduran a una edad más temprana; las especies resistentes a condiciones extremas o con capacidad de adaptación a competencia son seleccionadas en lugar de las más frágiles… y en los espacios naturales protegidos, los vectores de selección también son afectados por el hombre. La evolución, por supuesto, sigue funcionando. ¿Quiere esto decir que “defender la evolución” no es un argumento “objetivo”? Al emprender acciones de conservación: ¿estamos defendiendo “la evolución”, o una forma particular de evolución, aquella que valoramos?, ¿quiénes? Y si para proteger la evolución “natural” se deben crear condiciones extraordinarias, que actúan como vectores de evolución ellas mismas, ¿cuáles condiciones son las que se van a decidir crear?, ¿es posible prever sus efectos evolutivos?, ¿quién decide cuáles son los deseables?
Una de las cuestiones más urgentes relacionada con el límite entre lo natural y lo no natural es el problema de las especies introducidas. Definirlas, identificar sus características genéticas, ecológicas y fisiológicas, sus efectos y su manejo, son cuestiones cargadas de incertidumbre (Lodge y Shrader-Frechette, 2003; Shrader- Frechette, 2001). Con frecuencia, la urgencia obliga a los científicos a tomar decisiones inciertas sobre cuáles especies exóticas son deseables o no para la biodiversidad. Sin embargo, la biología no está en capacidad de prever los efectos de una especie exótica, y, ante todo, no es una fuente de definiciones de lo deseable. Cualquier elección metodológica es en este sentido una convención arbitraria. Un ejemplo contundente del carácter convencional de las definiciones en conservación tiene que ver con ecosistemas que en la actualidad valoramos como ejemplos por excelencia de “lo nativo”, “lo prístino”, “lo natural”. Información arqueológica y paleobotánica indica que el Amazonas estuvo habitado en mayores densidades y manejado de manera más intensiva antes de 1500 que en cualquier momento posterior. La selva actual es probablemente el producto de enfermedades introducidas durante el siglo dieciséis que afectaron a las poblaciones nativas; aquello que ahora sentimos que tenemos que proteger puede ser en gran parte el resultado de la introducción de especies exóticas (Denevan, 1992). ¿Cambia esta conciencia histórica el deseo de proteger la Amazonia? Probablemente no. Es decir, se está tomando una decisión valorativa: decidimos conservar aquello que hemos definido como natural.
Otras decisiones difíciles en la cuantificación de la biodiversidad tienen que ver con cuestiones metodológicas11. La forma en que se diseñe un muestreo de especies y el procesamiento estadístico de sus resultados determinan en gran parte nuestro conocimiento de la biodiversidad de un área y las decisiones de manejo del territorio que se tomen sobre ésta. Las herramientas con las que se cuenta para tomar decisiones sobre escala temporal y espacial de los conteos de especies son, por ejemplo, en algunos casos, criterios científicos, pero éstos están generalmente condicionados por cuestiones económicas o políticas (tiempo y recursos disponibles para realizar el estudio, metas de la institución que lo apoya). Y sin embargo, lo que se produce al final de un estudio se maneja como verdades sobre el territorio; sólo los expertos que se tomen el trabajo de leer las especificaciones del proyecto entenderán que los datos corresponden a una de las posibles imágenes del área estudiada; que si se hubiera tenido en cuenta el criterio de “otros”, por ejemplo los habitantes de la zona, sin ir tan lejos, expertos de otras especialidades dentro de la biología, tal vez el diseño muestral habría sido diferente y el mapa resultante también.
Estas afirmaciones cuentan para el caso en el que se decida elegir número de especies (riqueza) como indicador de la biodiversidad. Sin embargo, existe un debate importante sobre si la riqueza de especies debe priorizarse sobre otros indicadores, por ejemplo la diversidad (que indica la distribución del número de individuos por cada taxon) ¿Y a qué nivel taxonómico se debe describir un sistema: al de especies, o mejor al de géneros, o incluso al de familias? ¿O se debería evaluar un área según su integridad (su parecido con el estado no intervenido)? ¿O debería ser más importante la rareza o el peligro de extinción de las especies encontradas? ¿Y a qué escala se define la rareza o el peligro de extinción? ¿Global, regional, de paisaje? ¿Y qué hacer con los sistemas en donde no existe un alto número de especies, ni una diversidad importante, pero que albergan especies que se han identificado como importantes para que el ecosistema cumpla funciones ambientales, o especies con un elevado potencial económico? ¿Quién decide qué priorizar para la conservación? ¿Cuáles son los criterios? ¿Quiénes son los expertos? ¿Se entera “la gente” de que existían opciones, de que “biodiversidad” o “prioridad de conservación” es una convención establecida por otra “gente”?
Tal como se mencionó más arriba, una de las características generales (mas no exclusivas) del pensamiento sobre sistemas complejos consiste en reconocer que no es posible entender la naturaleza sin tener en cuenta la participación humana. Sin embargo, a la luz de las preguntas formuladas en la sección anterior, es posible afirmar que existen diferentes formas de concebir esta “participación humana”. Si el cuestionamiento de los límites naturaleza-sociedad es sólo el producto de reconocer el papel de las comunidades locales en el funcionamiento del ecosistema, si la incertidumbre resulta sencillamente de incluir el componente humano en un sistema complejo bien definido, no vemos una diferencia radical con la aproximación moderna al estudio de los problemas ambientales. Simplemente se estaría reubicando la frontera naturalezasociedad, una vez más según el criterio de observadores externos al sistema. En cambio, sugerimos que si esta frontera se desdibuja como resultado de la conciencia de lo humano desde el momento mismo en que se describe y se intenta comprender un sistema, cualquiera que éste sea, es posible una aproximación novedosa. Si se reflexiona sobre el hecho de que tanto los conceptos que se manejan, como las decisiones metodológicas que se toman en la construcción de conocimiento, son convenciones útiles para la comunicación al interior de la comunidad de pares, es posible pensar en nuevas convenciones más significativas. Dado que no se trataría entonces de convenciones generalizables, el gran reto consistiría en buscar acuerdos colectivos sobre nuevas simplificaciones (de la barrera naturaleza-sociedad para fines de conservación, por ejemplo), específicas para un lugar y un momento histórico determinado.
Desde este punto de vista, la participación no se concibe exclusivamente en las etapas de manejo de los problemas ambientales y puede pensarse al menos en dos niveles de la generación de conocimiento. En los dos casos se estaría buscando garantizar la calidad del proceso de toma de decisiones, más que el resultado final (Funtowicz y Ravetz, 1994: 200) estaríamos pasando de una racionalidad orientada al resultado final o sustantiva a otra racionalidad procedimental, en la que el hecho relevante sea la calidad del proceso de generación de conocimiento en lugar del resultado final de la decisión.
Por una parte, es posible imaginar, y de hecho se practica cada vez con más frecuencia y con resultados cada vez más reveladores, la participación local sobre cuestiones metodológicas12; diseño de muestreos, toma de datos, decisiones sobre preguntas particulares, se pueden trabajar de manera concertada para generar construcciones colectivas de conocimiento.
Sin embargo, consideramos que mientras las discusiones se lleven a cabo en el nivel técnico, juicios de valor implícitos condicionarán los resultados. Es difícil ver cómo otras visiones de mundo, otros sistemas de valores, pueden encontrar un lugar en debates sobre dónde ubicar un cuadrante para un muestreo o cómo definir una especie invasiva; o incluso, si el sistema se entiende como uno complejo, sobre holones, atractores y retroalimentación, o escenarios deseados. Pensamos que un posible paso en ese sentido, en el que la ciencia puede servir como catalizador de búsquedas locales, consistiría en poner sobre la mesa el sistema de valores que está en juego; reconocer que las herramientas científicas resultan de un sistema de valores y a su vez dan origen a valores sociales. En este nivel, el de los problemas prácticos (según Ravetz, 1971), sería posible buscar territorio común con otras visiones de la naturaleza, con otros problemas prácticos. Sería posible pensar en nuevos híbridos consensuados, de los cuales la biodiversidad, definida localmente por los científicos, representaría una entre muchas otras dimensiones. La presencia de valores en la investigación científica pasaría de ser una característica indeseada, que debería ser evitada, a convertirse en la característica que le permitiría establecer un diálogo significativo con otras visiones.
Las nuevas convenciones, surgidas de esta búsqueda, se convertirían en la materia prima para la formulación de políticas y la toma de decisiones. La participación, desde esta perspectiva, no significaría tener en cuenta las intenciones de la gente para implementarlas a través del uso de la tecnología, sino descubrir maneras de estar en el mundo, comunicarlas y traducirlas a la acción. Se trataría, en este sentido, de una búsqueda fenomenológica (Howarth, 1995), una búsqueda que podría llegar a enriquecer el camino hacia lenguajes localizados, con el quehacer científico como aliado y no como rival.
1 Las características aquí mencionadas son las que Funtowicz y Ravetz (1994) identifican como diferenciadoras de la Ciencia Postnormal, en contraste con la ciencia normal, motivada por la curiosidad y cuyos resultados no afectan al público directamente.
2 Otra ilustración de la incertidumbre inherente a la producción de conocimiento ambiental es el debate provocado por la reciente publicación del libro The Skeptical Environmentalist (Lomborg, 2001), con “demostraciones científicas” de que la situación ambiental global no está empeorando, sino mejorando. Véase el número especial de Environmental Science and Policy, 2004, dedicado a este debate.
3 Para una discusión rigurosa sobre la influencia mutua entre ciencia y políticas ambientales, véase Jasanoff (1990).
4 Esta sección esta basada en las ideas expuestas en Strand (2002).
5 En realidad, como se verá más adelante, sí se da por parte de los científicos naturales un cuestionamiento sistemático de la mayoría de las convenciones científicas, especialmente las relacionadas con el estudio de la biodiversidad. Sin embargo, estas discusiones no salen del recinto científico –de las publicaciones y seminarios especializados–. En la mayoría de los casos no se consideran relevantes para la toma de decisiones ambientales.
6 Un ejemplo de esta “visión simple” del papel de la ciencia frente al problema de la biodiversidad se encuentra en la revista Nature 430 (385), de julio de 2004, en el artículo “Ignorance is not bliss”. Allí se aboga por “mejores predicciones”, basadas en “mejor información taxonómica y ecológica” y una mayor influencia en la política internacional, “siguiendo el ejemplo de los colegas de la genética [...] que inspiran y alarman a los políticos”.
7 El auge reciente de la investigación sobre los sistemas complejos ha generado una variedad de marcos teóricos y nociones relacionadas, incluyendo los sistemas complejos adaptativos y la práctica de modelación respectiva, basada en los agentes (Casti, 1997); el concepto de “sistemas complejos emergentes” (Funtowicz y Ravetz, 1994); los sistemas abiertos auto-organizados holárquicos (SOHO, por sus siglas en inglés); los autómatas celulares, etc.
8 La historia y la sociología de la ciencia han venido estudiando, desde hace más de cinco décadas, el carácter valorativo del quehacer científico. Desde este punto de vista, esta afirmación es ingenua y poco novedosa. Sin embargo, lo que aquí se pretende es ilustrar las alternativas a la “visión simple” que han surgido desde el interior de las ciencias naturales y que pretenden ofrecer alternativas para el ejercicio científico, más que visiones externas del mismo.
9 Esta sección está basada en la tesis de maestría de Ungar (2002).
10 La concepción de la naturaleza como una construcción social es permanentemente explorada desde la antropología, los estudios sociales de la ciencia, la historia de la ciencia, entre otras disciplinas. Por ejemplo, para casos colombianos de construcción de la imagen de fauna, véase Ulloa (2002). Sin embargo, en la ecología se sigue trabajando dentro de un laboratorio con muros sólidos, dentro de lo que nos entregaron en la academia con el nombre de “Naturaleza”.
11 Se presenta a continuación un resumen crítico de los debates expuestos en Gaston (1996) y en Perlman y Adelson (1996), a menos que se indique otra cosa.
12 Ver por ejemplo el número especial en Conservation Ecology, vol. 9 http://www.ecologyandsociety.org/vol9/iss3/index.html y Rodríguez, C. 1992. Bagres, malleros y cuerderos en el bajo río Caquetá, Tropenbos Colombia.
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