Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
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Humberto J. Cubides
Uriel Espitia**
* Guillermo Páramo Rocha ejerce como Rector de la Universidad Central. Es Miembro de Número de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Ha sido Rector de la Universidad Nacional de Colombia y Profesor Emérito de su Departamento de Antropología. También, Presidente de la Asociación Colombiana de Universidades y Miembro del Consejo Nacional de Acreditación de Colombia.
** Humberto Cubides y Uriel Espitia son, respectivamente, Subdirector y Coordinador Académico del Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos Universidad Central, IESCO-UC (antiguo DIUC). E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla. , Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla. .
Frecuentemente se ha afirmado que sin investigación no hay universidad, y que por tanto la actividad académica no puede limitarse a la transmisión de conocimientos ni a la expedición de títulos. No obstante, la investigación universitaria en nuestro tiempo está expuesta a una serie de contingencias que la tornan problemática: entre otras, una tendencia instrumentalista que busca conectarla a procesos de eficiencia profesional, independientemente de reconocer las finalidades a las que ella sirve; difíciles condiciones para su financiación que la exponen a intereses que desbordan los propiamente académicos; su encasillamiento en temas, asuntos disciplinares y discursos de verdad, que hacen abstracción de los contextos y problemas de los cuales debe dar cuenta. A estos y otros aspectos alude en sus respuestas el profesor Páramo, quien llama la atención sobre la necesidad de que la universidad no pierda el control sobre la generación de conocimientos y la formación de investigadores, y recobre su sentido histórico y cultural desde una reflexión que se atenga al presente, es decir, a las circunstancias actuales de la producción científica y tecnológica así como de la generación de nuevos profesionales.
Palabras clave: investigación, universidad, cultura, identidad, neoliberalismo, calidad, tecnología.
It is frequently stated that there is no university without investigation and, therefore, the academic activity should not be restricted to knowledge transmission nor to the issue of academic titles. However, investigation at the university is nowadays exposed to a set of contingencies that make it problematic. Among these, the instrumentalist tendency that seeks to connect investigation to professional efficiency processes; the hard financing conditions that expose research to interests other than the purely academic ones; the boxing in subjects, rules, methods, and thruth discourses which leave aside the contexts and problems that investigation have to state. In his answers, Professor Páramo refers to the above and other aspects, calling the attention on the need for the university to keep the control on the production of knowledge, the education of researchers and the recovering of its historical and cultural sense from a reflection based on the present, that is, on the current circumstances for the scientific and technological production and the generation of new professionals.
Key words: investigation, university, culture, identity, neoliberalism, quality, technology.
Humberto Cubides: Quisiéramos iniciar con algunos aspectos generales relacionados con los retos que enfrenta la universidad contemporánea en materia de investigación y algunas contingencias que surgen de allí. Usted ha reflexionado sobre ciertas constancias y propósitos generales de la universidad que históricamente se mantienen. ¿Cómo define entonces las tareas contemporáneas de la universidad latinoamericana especialmente en cuanto a su función investigativa?
Guillermo Páramo: Me parece indispensable que cualquier reflexión sobre la universidad parta de la conciencia de su sentido cultural. Y este sentido trasciende la época e, inclusive, la nacionalidad. Siempre he pensado que es necesario que la universidad se dé cuenta de que cumple la misión que en otras culturas se reclama de los sabios o de las personas que tienen saber, el cual, por supuesto, no es algo igualmente repartido. En todas las sociedades se necesitan personas o grupos que puedan trascender la experiencia de lo inmediato, de lo puramente local; trascender las experiencias sencillas de la existencia y se ocupen de lo que está más allá. La idea de un arcano o de un secreto por revelarse a la comunidad está en todas las sociedades y culturas, no importa si se trata del centro del África, del Amazonas, de la Grecia Antigua o de la Nueva York de hoy.
Para resolver esa necesidad existen las universidades, herederas de la tradición de las escuelas catedralicias y de las academias. La universidad ha mantenido en su estructura jurídica, y por supuesto en su universo ritual y mítico, el carácter de ser un camino hacia el arcano y ofrecer una iniciación; una iniciación a un saber que de alguna manera es siempre esotérico, porque no se puede administrar sino desde una profesión, arte o ciencia que se recibe con una investidura. Es en ese sentido que yo insisto en la necesidad de ver a la universidad en un contexto universal, para tomar conciencia de que lo que hacemos en las universidades es fundamental para la soberanía de cada cultura, pues se vincula a la tradición que establece para nuestra época los protocolos del saber.
Eso no quiere decir, de ninguna manera, que la universidad no sea, simultáneamente, una institución histórica que ha sufrido muchas transformaciones a lo largo del tiempo, ni que no vivamos en una etapa histórica con sus propios dictados, con sus propias angustias y posibilidades. Tampoco nos obliga a negar que tengamos unas condiciones específicas en lo espacial, nacional, continental. Al contrario, por ser la universidad una institución del saber, es de esa especificidad de las condiciones de lo que debe ocuparse más plenamente. La universidad debe ser la antena que le permita a la sociedad que la produce, y que depende de ella, entender su momento, sus posibilidades, lo que se vislumbra como futuro y lo que se sabe como pasado. Ahora bien, la investigación ha sido un impulso permanente de la universidad desde que nace, pues ésta surge como producto de la investigación. Claro; hoy a la universidad ya no le preocupa principalmente resolver el tipo de problemas de la universidad medieval; ese ya no es su objetivo. Tampoco tiene como propósito simplemente disponer de unos doctores capaces de enseñar. En estos días la universidad está mucho más fundida con la vida práctica. Además la ciencia se modifica con la velocidad del vértigo y eso obliga a la universidad a cambiarse ella misma permanentemente para no perder el control. Sin embargo, como en sus primeros años, la sociedad exige de la universidad capacidad reflexiva, sabiduría para descubrir la propia provisionalidad de lo que se cree que es el saber. Porque una ciencia que cambia todos los días quizá deba verse con algo de duda. Una tecnología que ocupa todos los espacios suscita grandes paradojas, pues termina esclavizando a los hombres que la producen; incluso martirizando a sus creadores como el monstruo de Franskestein, como un Golem. La universidad debe estar atenta a la producción de la ciencia, a la investigación, a la creación de la tecnología, debe contar con la tecnología, pero no para quedar bajo los cascos de ese caballo desbocado, sino para poder cabalgarlo y para pensar con claridad hacia dónde se dirige.
En países como los nuestros, en donde no somos dueños de esa máquina, es absolutamente clave que tengamos conciencia de nuestra propia historia, de nuestra cultura, de nuestro mundo natural, y no seamos sólo el producto. Que no nos enajenemos doblemente al pertenecer a una sociedad universalmente enajenada y ser también enajenados por los enajenados. Eso es fundamental para Latinoamérica. Vivimos en un mundo de computadores, de cosas que son maravillosas pero igualmente terribles. Yo no creo que la tecnología sea realmente la promesa como siempre se señala; sí, posee un lado promisorio, importantísimo, pero ese lado es inevitablemente la contraparte de otro terrible. No hay una tecnología que sea únicamente positiva, pues el hombre no solo disfruta la tecnología, sino que la sufre con horrores. Entonces, siempre deben tenerse presente los dos lados de la historia, para no guiarse ingenuamente por el mito del progreso, que si se mira con cuidado es un mito terrible. Por supuesto, Latinoamérica tiene que conquistar la tecnología y la ciencia como condición de su existencia, pero también debe tener cuidado de no enajenarse, estar alerta a la tentación de la locura. Hacer posible esa toma de conciencia le compete a la universidad, de lo contrario la universidad fracasa como institución de sabiduría así triunfe como productora de saber. Esa es también una condición de la investigación en la universidad latinoamericana.
Uriel Espitia: Muchas veces la posibilidad de hacer investigación en la universidad latinoamericana está determinada por circunstancias externas en términos, por ejemplo, de intereses investigativos de las agencias financiadoras internacionales, de las líneas o programas de investigación que se proponen desde el Estado, etc. ¿Cómo mediar en ese conflicto, entre aquello que se demanda desde ciertas instituciones e instancias financiadoras y aquello que puede ser considerado útil socialmente por la propia universidad?
GP: Ese es un problema no solamente para la universidad de Latinoamérica sino para la universidad en general; también las universidades que producen tecnología tienen presiones, y presiones precisamente porque tienen la capacidad de producir tecnología. Y también ellas deben disputarse los recursos. En cuanto a Latinoamérica, diría que no se trata de que no busquemos una tecnología de punta o una ciencia de punta, sino de que, como me parece que los recursos serán siempre limitados, debamos aquí apoyarnos en las fortalezas de nuestro continente y reconocer que contamos con recursos importantes. Primero, América Latina, y Colombia en particular, asombran por que pudieran ser un gigantesco laboratorio. Con mucha frecuencia recordaba a mis estudiantes que Darwin estudió en Cambridge sin enseñanza, tuvo la British Library y a profesores como Lyell que le ayudaron a descubrir el mundo; pero muy joven se embarcó en el Beagle y la teoría que nos legó no fue aprendida en la biblioteca ni con Lyell, sino descubierta leyendo el libro de la naturaleza. Ese libro prodigioso que leyó Darwin es el que tenemos abierto ante nosotros, porque fue observando la naturaleza de nuestros territorios como él encontró las claves que le condujeron a proponer la tesis de la selección natural que revolucionó nuestra concepción del universo.
Es cierto que en Colombia tenemos grandes dificultades para investigar, no obstante este país debiera ser mucho más consciente de sus verdaderas riquezas y no verse a sí mismo desde la ciencia de afuera. Somos un país con la segunda más grande megadiversidad de vida del mundo1. Un país con centenares de ríos y con dos océanos. Si nos diéramos cuenta de que somos un país amazónico, un país andino, un país caribe, un país del Pacífico, un país de la Orinoquía; de que tenemos una órbita geoestacionaria, creo que pensaríamos en una ciencia que no sólo sirviera a esos recursos y los interpretara y conociera, sino que se apoyara en ellos. En Colombia no vamos a tener aceleradores de partículas, pero ya tenemos arrecifes de coral. Sin embargo nuestras políticas de desarrollo científico, aún en las universidades, son hechas como si quisiéramos ser europeos o estadounidenses, y tuviéramos que ocuparnos principalmente de sus problemas y así seguimos a sus modelos de ciencia, modelos que fueron exitosos precisamente porque no siguieron otro modelo o porque lo apropiaron y transformaron de acuerdo con sus necesidades.
No podemos seguir trayendo modelos y modelos. Hay que pensar en lo nuestro. A mí me parece que uno de los problemas graves que tenemos en materia de investigación y de docencia en las universidades es el de los “cerebros fugados”; de la gente que se forma en el extranjero y se queda allá. Pero más grave aún es el caso de los cerebros fugados de los que regresan, de los que como pago de su formación dejan de ser colombianos, no entienden el país, y todo les parece malo, feo, desagradable, pobre, miserable, desorganizado a su regreso, de los que no son capaces de entender la lógica de su propio pueblo ni de reconocer su belleza. Desafortunadamente estamos mal en materia de comprensión de nuestro país, un país que se distingue, además, como una encrucijada de la geopolítica, muy importante por su posición estratégica en el mundo. Aquí tenemos una cantidad de personajes manejando el Estado y las empresas que no saben en qué país están ni a qué continente llegaron, que son náufragos en su propio país; cerebros fugados que quizás se han formado en universidades muy prestigiosas, a lo mejor hasta exigentes, pero que no pueden poner en contexto aquello que les serviría para revelar el ámbito en donde el dato fue encontrado. A este país, con una diversidad natural y cultural gigantesca, desconocida en el doble sentido de que no se le conoce y tampoco se le reconoce, a veces se le señala como promesa de futuro la de convertirlo en una ensambladora de computadores; como si Colombia fuera Singapur, que es una isla, una ciudad-estado diminuta, colonia hasta hace poco tiempo; resultado de la inmigración de muchos países y con muy poca identidad nacional. ¡Singapur como modelo de desarrollo para un país así!
Entonces es fundamental el papel de la universidad en el campo de la investigación. Debemos estudiar bajas temperaturas, películas delgadas, nuevos materiales, podemos estudiar lo que estudian los físicos alemanes o norteamericanos o ingleses, pero hay algunas cosas que nosotros podemos investigar mejor que ellos porque tenemos los laboratorios, y laboratorios costosísimos, irremplazables: nuestros laboratorios naturales que no usamos. Hay razones para presionar por el aumento del presupuesto para investigación, y cuanto más lo hagamos mejor. Pero no puede ser que digamos “si no nos dan recursos no podemos”. Nos falta voluntad, claridad, temperamento y no solamente ciencia. Si se trata de buscar modelos, que sea el de que tenemos que encontrar lo que los antiguos llamaban el logos. El logos, que como dice un clásico, “era la palabra silenciosa en los labios de la naturaleza”2. Repito, Darwin supo leer el libro de la naturaleza que está abierto ante nosotros, pero que nosotros raramente leemos por estar ocupados leyendo a los discípulos de Darwin. Y el sueño del logos para los antiguos griegos es igual para los antiguos mejicas o para los chamanes amazónicos: la clave de la sabiduría.
La ciencia es saber leer, es saber pensar, hacerse preguntas que otra gente no se hace. Y eso es lo más difícil de lograr, no solamente con las ciencias naturales, sino también en la ciencia social donde tenemos una gran cantidad de estereotipos. Palabras que terminan convirtiéndose en entidades reales, como en el caso de “modernidad”, “postmodernidad”, “globalización”, “progreso”, “desarrollo”. Todas esas palabras van y vienen como moneda dura, pero no son más que formas de ver. De lo que, en general, otros han visto según su manera de ver. No valoramos tampoco lo que hemos hecho ni lo que tenemos, y pensando en un futuro, nos olvidamos completamente del pasado. En las ciencias sociales vivimos en la moda permanente. No afirmo que no se deba conocer lo contemporáneo, sino que es necesario tener la capacidad y además la osadía de discutir lo presente, no importa en qué tribunas se esté diciendo. Hay que pensar con la propia cabeza, no ser embajadores de los otros.
En el mundo de las ciencias sociales se pierden las escuelas, la tradición. Lo que en otros países puede tener sentido porque forma parte de un orden –llamémoslo así– “procesual de las ideas”, a nosotros nos llega de manera fragmentaria como palabras sueltas y conceptos sin origen. Nos llegan los conceptos pero raramente las teorías y casi nunca las discusiones que condujeron a las teorías; no conocemos los contextos ni los problemas que las suscitaron. Nos convertimos en sabios usando unos cuantos conceptos que son fragmentos inconexos de tradiciones extrañas, que no recibimos como tradiciones sino como ideas, teniendo la posibilidad nosotros mismos de descubrir nuestro pensar acumulado. Si se trata del pensamiento teórico, no nos reconocemos, no nos valoramos. Así no hay posibilidad de formar escuelas, de crear tradiciones ni de darle sentido a la innovación. Insisto, es indispensable estar atento a las escuelas que están en boga; tener la posibilidad de salir de la propia cultura para valorar lo que hacemos. Pero no es lo mismo estar al tanto de lo que pasa desde un edificio ya creado que se enriquece con ello, que recibirlo todo como si nunca se tuviera nada. En la antropología y la economía se percibe claramente este problema, que es gravísimo porque tiene un efecto directo sobre la vida, sobre el destino del país, sobre la valoración de lo que ha existido.
HC: Sus reflexiones muestran la importancia de la universidad para mantener tradiciones tales como la transmisión de cultura, detentar el saber y formar científicos. Sin embargo, también la universidad preserva unas rutinas educativas y formativas que de alguna manera están produciendo su distanciamiento con problemas centrales de la sociedad. ¿Cómo mediar entre unas y otras, cómo conservar y fortalecer unos rituales, pero también, cómo enfrentar esas rutinas que hacen que justamente muchos investigadores sean ‘extraterrestres’?
GP: El asunto consiste, sobre todo, en que la universidad asuma con profundidad su papel. Cuáles sean los procedimientos, las técnicas, los recursos que busque para lograr eso es una materia de investigación, pero hay que plantearse el problema pedagógico. Si lo que estamos haciendo con los estudiantes conviene para lograr que ellos sean mejores, más productivos y creativos. O saber si lo que estamos produciendo son sujetos o piezas de una maquinaria gigantesca que nadie maneja. Yo tengo por supuesto muchas dudas con respecto de los métodos pedagógicos que siguen las universidades y las escuelas y sé que transformarlos es muy difícil, pero mencionaría algunos puntos que ojalá alguna vez la universidad tenga el valor o la creatividad para encarar. Por ejemplo, el problema de la división de disciplinas. Tenemos disciplinas que son compartimentos estancos, con una forma de desarrollo institucional y ritual que es enajenante. Si bien el mundo de la creación intelectual no puede escapar al ritual, ni nada puede escapar a él, ni al mito tampoco, se supone que la Universidad tiene capacidades de interpretar el mito y el ritual. Y cuando uno tiene al frente un economista que no puede hablar sino de lo suyo, allí puede adivinarse un problema mayor. Lo absurdo del asunto no está en que si usted es físico deba procurar saber todo lo más de física; lo absurdo es que por ser físico tenga prohibido tratar de saber algo que no sea física, y pedir perdón, hacer un ritual de expiación, cada vez que hable de algo que no sea física. ¡Como si la física y los físicos fueran autosuficientes! Pero la institución académica hace tiempo ha sido así y nosotros buscamos la manera de que los compartimentos estancos sean cada vez más estancos. Lo cierto es que sólo cuando se tienden puentes entre áreas aparentemente separadas se produce una posibilidad de crear, de innovar.
Creo que tenemos unos planes educativos demasiado sobrecargados de materias y muy poco libres para el ejercicio de la búsqueda del saber. En el proceso pedagógico no se trata tanto de ofrecer un universo de materias al estudiante, sino más bien de reconocer y estimular su sentido de libertad intelectual: que se sienta con el derecho de entrar en otros campos, de traerlos al suyo propio. La libertad es absolutamente indispensable para pensar. Ese también fue el caso de Darwin, y de Lyell, y el de naturalistas como Henri Fabre, maestro de Provenza, al sur de Francia, que se dedicó a estudiar a los insectos3. Ahora es el de Gould, para hablar solo de naturalistas, pero nosotros nos movemos exactamente en la dirección opuesta: hay que prohibir, el estudiante debe sentirse impedido de entrar en un tema que parece especulativo a la hora de tener un título. Ese estilo de pedagogía es un grave limitante para la investigación y para la formación. Ni siquiera somos consecuentes con el ideal positivista de las ciencias; no somos Sherlock Holmes, pues el detective llegaba a sus conclusiones aprovechando los datos más diversos.
Algo que me parece también muy delicado en la educación universitaria colombiana es que, creo, no imagina las carreras universitarias como procesos de formación para la vida, ni siquiera de iniciación en un campo, sino más bien como una actividad de preparación hacia una actividad exclusivamente laboral, pensando en términos de cómo va a ser el empleo de esa persona. Lo cual debe de tenerse en cuenta, claro, pues hay que adecuar la universidad a las fuentes de empleo y de mercado, pero también debiéramos pensar en la universidad como en un escenario en donde la gente hace el mundo y se hace ella misma de manera integral, donde aprende a sentir, a pensar, a crear, y no solo para subsistir o para producir mercancías. A veces creo que producimos robots y que nos sentimos satisfechos si creemos que están bien programados y aceitados. Pero la universidad puede cambiar las condiciones de existencia, crear nuevas situaciones, incluso modificar la economía. Nos acomodamos a un status quo cuando lo podemos cambiar.
En Colombia, casi todo es desproporcionado por pequeño. No se trata de anhelar el gigantismo, sino de ser proporcionados con el país que tenemos, porque este es un país grande y complejo. Todo es diminuto en un país grande, los planes son diminutos, los programas de gobierno son diminutos. Aquí no aceptamos la escala humana, pero lo terrible y doblemente trágico es que nos duele no ser como los otros. Los otros quieren ser dioses, nosotros nos sentimos inferiores, porque no reivindicamos nuestra estatura humana. Ese es un problema que tiene también la universidad; que la gente no se siente con confianza. ¿Por qué no decir que cualquier colombiano puede ser Einstein? Pero todo nos parece lejano y distante. Existe un problema de recursos económicos, indispensables quizás en lo inmediato y en lo mediato, pero lo más importante es tener la voluntad y la claridad para conseguirlos sin sentirse inferior.
HC: Se refirió usted a algunos aspectos de la organización de la universidad, de sus disciplinas y programas, pero hay algo particular que planteaba respecto del investigador, de esas competencias que se supone él posee, y que podrían ser distantes a la generalidad de los estudiantes y de los profesores que quisieran llevarla a cabo. Parece paradójico decir que para hacer investigación se requieren ciertas cualidades específicas, y afirmar también que todos somos capaces de plantearnos problemas de crear cosas, de tender puentes, etc.
GP: Lo que simplemente puede decirse es que en nuestra cultura, como en las demás, no todo mundo puede ocuparse de los problemas y de las preguntas que se hacen ordinariamente los investigadores. Sería terrible para la sociedad que todo el mundo estuviera demostrando teoremas o se dedicara a escribir poesía, como en la historia de Gulliver. Pero sí es muy importante que en cualquier país haya geómetras y músicos, y a algunos les correspondió eso. Tal vez no sea completamente justa la selección, pero hay unos seleccionados. Bien visto eso no tiene por qué considerarse como un privilegio, aun cuando da un poder especial, no es un privilegio en el sentido de que sea un ser superior a los demás. Y ese papel en nuestro país lo cumple muy poca gente que tiene la capacidad de dedicar un tiempo a leer, en una sociedad que no ha descubierto el legado cultural de todas las sociedades y generaciones que le han precedido. Sí hay unas diferencias gigantescas, que son las diferencias de justicia, de equidad; hay quien acumula el legado cultural y gente que se margina o se les niega prácticamente la posibilidad de acceso a su propio legado cultural, lo que debiera haber recibido espontáneamente solo por haber nacido donde nació, en la familia en que nació o por el nombre que recibió.
Pero hay otros que están en las universidades. Son gentes más dispuestas a resolver las cosas, especular, vencer obstáculos. Lo importante es que en la universidad haya conciencia de que un estudiante universitario tiene un gran potencial. Independientemente de cualquier consideración, debe ser presupuesto como alguien capaz de crear, igual que cualquier otro. Es parte del deber de la universidad, pero también de su manera de ser, y actuar sobre la base de esa suposición, no importa de dónde provenga ese estudiante. La universidad debe estar orientada para convertir ese potencial en una realidad. En universidades como ésta, eso tiene que ser especialmente claro. Es lo que le da valor a su ser, lo que la puede hacer distinta, lo que la justifica.
UE: ¿Qué nos puede decir con respecto al asunto de la interacción, de la conexión o la extensión social de la universidad, que siempre se sitúa para después?
GP: La universidad tiene un producto fundamental que es su egresado. A veces no es con el egresado, sino con lo que el egresado hizo, que la universidad propiamente consigue su objetivo. El ejercicio de la vida universitaria también se da en un tiempo mediato, esa es una acción de la universidad en la sociedad que generalmente se le niega. Eso es muy extraño y contradictorio; por un lado, se difiere la acción de la universidad negándole ese papel, el papel de la gente universitaria que no puede ser igual a la gente de afuera. Pero por el otro lado, se considera que la Universidad no es suficientemente productiva. Sin embargo la Universidad es para pensar las cosas con mucho cuidado, al contrario de la empresa. ¿Y si la universidad no existiera? Pues no habría en la sociedad quien pensara las cosas con cuidado, que meditara si conviene o no una hidroeléctrica, no para dentro de cinco años, sino para dentro de veinticinco o cincuenta. Si el veneno que se aplica a esta mata nos está matando a nosotros mismos. Esa no es la lógica de la empresa, la empresa fue fundada con un carácter completamente distinto. Ahora, claro que se puede decir que las universidades son empresas porque hay una dimensión de toda actividad humana que puede ser considerada como empresarial, pero no creo que la universidad deba concebirse como una empresa; eso es simplificarla. Esta es una sociedad que super simplifica; ve a un hospital como una empresa, lo mismo a una universidad y al Estado mismo. Los Estados con una visión “tecnocrática” creen que la competencia es la que regula las sociedades, como dice Adam Smith en La teoría de los sentimientos morales; una sociedad fundada por esta idea pone a competir a los hospitales con las clínicas privadas, sin darse cuenta de la falacia teórica. Cuando el propio Adam Smith y los fisiócratas decían que eso funciona siempre y cuando haya un Estado que garantice que la sociedad funcione así, y para eso se necesita que alguien invierta en lo que nadie puede invertir porque no le interesa, porque no da dinero. Para eso esta el Estado. Pero ahora tenemos un Estado que se reclama Estado para ser no-Estado. La educación, la salud, la seguridad, es decir, aquellas cosas que ni los más radicales fisiócratas hubieran reclamado para el interés privado, quieren dejárselo a la libre competencia. A eso se le llama neoliberalismo.
GP: La universidad tiene un producto fundamental que es su egresado. A veces no es con el egresado, sino con lo que el egresado hizo, que la universidad propiamente consigue su objetivo. El ejercicio de la vida universitaria también se da en un tiempo mediato, esa es una acción de la universidad en la sociedad que generalmente se le niega. Eso es muy extraño y contradictorio; por un lado, se difiere la acción de la universidad negándole ese papel, el papel de la gente universitaria que no puede ser igual a la gente de afuera. Pero por el otro lado, se considera que la Universidad no es suficientemente productiva. Sin embargo la Universidad es para pensar las cosas con mucho cuidado, al contrario de la empresa. ¿Y si la universidad no existiera? Pues no habría en la sociedad quien pensara las cosas con cuidado, que meditara si conviene o no una hidroeléctrica, no para dentro de cinco años, sino para dentro de veinticinco o cincuenta. Si el veneno que se aplica a esta mata nos está matando a nosotros mismos. Esa no es la lógica de la empresa, la empresa fue fundada con un carácter completamente distinto. Ahora, claro que se puede decir que las universidades son empresas porque hay una dimensión de toda actividad humana que puede ser considerada como empresarial, pero no creo que la universidad deba concebirse como una empresa; eso es simplificarla. Esta es una sociedad que super simplifica; ve a un hospital como una empresa, lo mismo a una universidad y al Estado mismo. Los Estados con una visión “tecnocrática” creen que la competencia es la que regula las sociedades, como dice Adam Smith en La teoría de los sentimientos morales; una sociedad fundada por esta idea pone a competir a los hospitales con las clínicas privadas, sin darse cuenta de la falacia teórica. Cuando el propio Adam Smith y los fisiócratas decían que eso funciona siempre y cuando haya un Estado que garantice que la sociedad funcione así, y para eso se necesita que alguien invierta en lo que nadie puede invertir porque no le interesa, porque no da dinero. Para eso esta el Estado. Pero ahora tenemos un Estado que se reclama Estado para ser no-Estado. La educación, la salud, la seguridad, es decir, aquellas cosas que ni los más radicales fisiócratas hubieran reclamado para el interés privado, quieren dejárselo a la libre competencia. A eso se le llama neoliberalismo.
HC: Pero en este punto es evidente que por esos problemas de mercado y porque no está generando suficientes utilidades, nuestra universidad es pobre. Pobre en términos de recursos bibliográficos, de docentes de planta, en materia de su formación académica, etc. ¿Cómo enfrentar esas condiciones indispensables para hacer investigación, cómo investigar desde esa situación de pobreza?
GP: Buscar recursos es difícil, pero depende de la “longitud de onda” con que se lo mire. Uno debe buscar recursos y garantizar la existencia de la universidad, pero hay unas dinámicas que ella tiene que manejar. Para una universidad es mucho más importante el prestigio que cualquier otro tipo de haber. La academia es así; lo han entendido los sociólogos desde hace tiempo. Para poder conseguir recursos es muy importante tener prestigio. Pensando en el mediano y largo plazos, se me ocurre necesario invertir los recursos con sentido de prestigio. Sacrificar el prestigio para obtener unos recursos me parece de lo más equivocado en política universitaria.
Lo que para mí es prioritario en una universidad, es lo que está haciendo bien. Si una institución investigativa está haciendo bien algo, eso debe ser prioritario. Por muchas razones, entre otras, porque ninguna institución universitaria o laboratorio puede ser especializado en todo. Tal vez eso que está haciendo bien en su campo de acción, no es la única prioridad. Pero ya es su fuerza. Si existe algo prestigioso en una institución eso debe ser prioritario. Y prioritario para conseguir recursos, que permitan alimentar, mantener y desarrollar ese prestigio. Hay muchas necesidades urgentes, y algunas son apremiantes, más algunas otras son necesidades estratégicas, necesidades para resolver otras. El caso de Patarroyo es un excelente ejemplo de nuestra situación. ¿Qué tiene Patarroyo? Un laboratorio de investigación en Colombia. Ese laboratorio se propone conseguir una vacuna sintética pero con resultados que algunos descalifican4.
Pero el valor del laboratorio de Patarroyo no está solamente en su vacuna, porque cuando se persigue una vacuna se conforma un equipo de gente que trabaja en inmunología, pero también en estadística, en bioquímica y en una cantidad de cosas más; es un grupo que puede estar trabajando en la vacuna contra la malaria pero también en más cosas. Más sin embargo a Patarroyo se le descalifica e incluso se le embarga su laboratorio. Supongamos que la vacuna nunca se produjera porque la investigación es así; la investigación es entrar en lo desconocido, en lo que no se puede asegurar, bueno: lo que queda es la infraestructura para otra vacuna, el laboratorio, la gente que forma todo eso. La gente de nuestro país está dispersando recursos, botándolos, pagando consultores expertos para que hagan cosas que aquí se hacen mucho mejor, y se le niega lo que necesita Patarroyo.
Este no es sólo un problema de la sociedad colombiana. Cuando Pasteur, en el mismo campo de Patarroyo, estaba trabajando en su vacuna contra el ántrax tenía detrás a toda Francia, así como detrás de Koch estaba toda Prusia. Se trataba de una competencia internacional. Y de ello resultó la vacuna sin rival contra el ántrax, pero igualmente, la pasteurización, la ruptura de la teoría de la generación espontánea y tantas cosas que vinieron con ese laboratorio.
Aquí sucede lo contrario; si al Pasteur nuestro se le mueren todas las ovejas, el resto de colombianos sale a echar voladores de la felicidad, pues se le prohíbe a un colombiano tener éxito. Hay que demostrar que él estaba equivocado, aún negándole logros que evidentemente tiene. No sé si la vacuna contra la malaria tenga éxito o no, pero es una investigación de punta en lo que no conocen muchos de los médicos, que festejan los fracasos de Patarroyo. Que él sólo esté constantemente haciéndose propaganda, ¿qué importa? Lo importante no es Patarroyo, es lo que queda. Si uno se pone a mirar qué científico es petulante o qué científico no lo es, pues tiene que tirar tres cuartas partes de la historia de la ciencia. La historia de la ciencia es una historia de gente a veces muy desagradable. Somos un pueblo que piensa que los sabios son otros, y no se da cuenta de que tiene que descubrir sabiduría y belleza en su propio rostro.
GP: Un mecanismo muy complejo es el que conduce a la calidad. La calidad es lo que se reconoce como tal por las personas que investigan lo que es la calidad. Esa es una tautología inevitable de la academia y del saber: ¿cómo reconocer que alguien sabe lo que yo no sé? Es un acto de fe en la investidura. Se supone que los médicos sí saben medicina, pero si uno no es médico, ¿cómo decir con sabiduría si un médico sabe o no sabe? La calidad no es lo mismo que la coincidencia teórica, porque uno puede reconocer calidad incluso en el rival. La academia es el lugar para el ejercicio de confrontar, de reconocer calidad aún en gente a la que uno no ve como un rival intelectual. Es algo básico para el proceso de la calidad, estar en capacidad de discutir y evaluar, así como en disposición de ser evaluado por aquel que uno reconoce como par. Y ambas cosas son esquivas en las instituciones académicas colombianas. Su reto es saber confiar, tener una mayor aceptación de que es indispensable que exista una comunidad académica de pares que juzga a los unos y a los otros.
La calidad es además dominio y seguridad. Una universidad insegura no encuentra sitio para sus investigadores, desconfía de sí misma, no tiene modelo propio de existencia. Una universidad que no se juzga sino por patrones ajenos, que no encuentra en su propio seno modelos ni paradigmas, que procura no ser ella misma, que se olvida de su historia y desconoce la gente que tiene, que le niega la posibilidad de éxito y
UE: Después de estas consideraciones ¿cómo pensar aquello que a usted le ha preocupado tanto: la calidad de la universidad? descalifica a la gente que produce, todo eso no puede ser una universidad de calidad. No solamente porque está confesando que no es dueña de sí misma y que no tiene confianza en sus fundamentos, sino porque tampoco así puede ser modelo de imitación, ser paradigma ella misma.
Creo que tenemos un problema de enajenación colectiva en Colombia. En Colombia y en América Latina somos enajenados en el sentido de que tendemos a no saber quiénes somos y a no ser ni dueños de nosotros mismos. Andamos detrás de las fórmulas del momento, que cada vez son más efímeras. La ciencia y la tecnología cambian todos los días, todos los días hay una revolución y nosotros corremos detrás de esas revoluciones como el caballo por la zanahoria. A veces somos el caballo entre la zanahoria y el látigo… Un caballo que corre detrás de una zanahoria, acosado por un palo no se detiene en su propia carrera. Todos los días nos ponen una zanahoria, nos dan un palazo y nosotros aceptamos el puesto del caballo.
HC: Pero hay teóricos de la educación, como Juan Carlos Tedesco, que destacan la importancia del acceso a niveles superiores de análisis de realidades y fenómenos complejos, de aproximarse a un nivel de conocimientos de punta; se resalta, por tanto, la posibilidad de acceder y manejar las nuevas tecnologías…
GP: Por supuesto, que aquí hay cuellos de botella, pero tienen que mirarse con una cierta distancia. A mí no me entusiasman esas ideas según las cuales conseguir los medios es igual a conseguir el objeto. Y estos son medios; ojalá podamos conseguirlos, pero no nos sirven de nada si no sabemos para dónde vamos con ellos. Somos una sociedad tecno-dependiente. Necesitamos cada vez más a la tecnología para sobrevivir, como quien necesita cada vez más, en mayores dosis, opio o heroína. Y se nos presenta todo eso como una maravilla, ¡estamos progresando! Pero también acabando con el mundo y con nosotros mismos. En nuestro tiempo, nos volvimos esclavos de aparatos como los teléfonos celulares. ¿Ha disminuido el tiempo de trabajo por el hecho de que se dispone ahora de un computador? ¡No! Aunque Santo Tomás tuvo que escribir con vela y una pluma de ganso ¡veamos lo que escribió!
No creo que realmente esa clave del progreso tecnológico tenga un sentido distinto del mismo que conduce del avión de los Wright hasta los aviones que se estrellaron contra las Torres Gemelas. Aparatos que se vuelven cada vez más y más complejos. Cada invento tecnológico es una nueva carga de trabajo. Me he reconciliado con Marx en este punto, él veía la enajenación y el fetichismo de la mercancía en una sociedad explotada, controlada por las máquinas. Pensamiento romántico, pero quizás acertado, en el cual Marx era simplemente el intérprete de un antiquísimo mito judío: el Golem. Marx colocó en el escenario de la sociedad de su época, con sus propias complicaciones, el sentido común que se había vuelto mito en el judaísmo antiguo, en la Cábala. El título de la obra Todo lo sólido se desvanece en el aire, se volvió real. No hay nada sólido. Mañana se pueden acabar los Estados Unidos, como se acabó la Unión Soviética.
1 En términos biológicos, Colombia está considerada como uno de los países más ricos del planeta. Su alto endemismo y concentración de especies son inigualados en el mundo entero y su riqueza biológica es sobrepasada únicamente por Brasil, un país que posee siete veces su tamaño. La variedad de ecosistemas en el territorio colombiano comprende hábitat desde páramos y laderas andinas hasta selvas tropicales, humedales, llanuras y desiertos. Esta variedad de ecosistemas intensifica la riqueza biológica colombiana, la cual se calcula en diez por ciento del total de especies del planeta. A nivel mundial, Colombia ocupa el primer lugar en especies de aves y el segundo en plantas y anfibios. Entre los países tropicales, ocupa el primero en aves con 1.721 especies; el segundo en plantas con 45 mil especies, anfibios con 407 especies y primates con 27 especies; el tercero en reptiles y mariposas con 383 y 59 especies respectivamente, y el cuarto en mamíferos con 359 especies.
2 “(…) la palabra silenciosa pero eterna en los labios de la Naturaleza, el habla con la cual expresa el cosmos sus insitas razones”. (Murray, Gilbert. The rise of Greek epic. New York: Oxford University Press, 1934: 94) Cfr. Páramo Rocha, Guillermo. “Sentido cultural de la autonomía universitaria y de la vigilancia de su calidad”. Disponible en: Comisión Nacional de Acreditación www.cna.gov.co/cont/doc_aca/index.htm
3 Henri Fabre (1823-1915). Por sus poéticas descripciones del mundo entomológico fue llamado el “Virgilio de los insectos”. Comenzó a especializarse en entomología hacia 1854. Fue el primero en dedicarse a estudiar la vida, costumbres e instintos de los insectos vivientes. Al retirarse de la enseñanza en 1870, se dedicó a la preparación de una serie de libros científicos elementales que durante mucho tiempo se utilizó en las escuelas francesas. Entre 1879-1907 escribió los diez volúmenes de Souvenirs entomologiques, en los que describe literariamente la vida de pequeños animales como la araña, la mosca, la abeja, la avispa, la oruga, el saltamontes, la luciérnaga, el escorpión. En su mayor parte, estos relatos se basaban en observaciones realizadas por el autor en el jardín de su casa de Sérignan (Vaucluse), que después de su muerte fue declarada monumento nacional. Cfr. “La bruche des haricots” de Jean-Henri Fabre. Disponible en: http://www.e-fabre.com/e-texts/souvenirs_entomologiques/bruche_haricot.htm
4 Desde que el científico colombiano presentó su trabajo por primera vez en 1987, la eficacia de la vacuna sintética contra la malaria SPf66 ha sido sistemáticamente descalificada por esa revista científica británica. La vacuna colombiana ha sido polémica desde el principio, no sólo porque se fabrica sintéticamente a partir de tres péptidos del parásito de la malaria combinados por prueba-y-error, sino porque su diseño es totalmente innovador, pues no bloquea las primeras fases del parásito sino que ataca etapas avanzadas del parásito en la sangre, deteniendo así la enfermedad mas no la infección.
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