Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
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Martín Kaluambi Pongo *
Traducción de Pilar Lozano Ortíz de Zárate **.
* Profesor asociado, Departamcnro de Historia, Universidad Nacional de Colombia.
** Antropóloga, candidata a Doctorado en Antropología Ehesse. Coordinadora de la línea de Oénero y Cultura del DIUC.
Los conflictos armados de ciertos países africanos en la última década son analizados como el signo de una dificultad de sus regímenes para construir la nación que dicen defender. Esta tesis se apoya sobre la crisis del Estado- Nación y la difícil gestión de la diversidad. Dos paradigmas que resultan reveladores de un divorcio entre la aspiración a h democracia y la nación. La conflictividad en estos países modifica las relaciones y creencias de los actores en la capacidad del Estado para detentar el monopolio de la violencia legítima a la vez que invierte los parámetros de una economía de paz.
Palabras clave: Guerras africanas, mercados de la violencia, diversidad, democracia, política, Estado-Nación.
Armed amflict in some African countries in the last decade are analyzed as a sign of their regimes difficulty to build the nation they are defending. This statement is supported on the Nation-State crisis, and the difficult management of diversity. These are two paradigms that revea! a divorce between the will of a "democracy", and the "nation". Conflicts in these countries modify the actors' relations and believes in the State's capacity to stop the monopoly of a legitímate violence, as vuell as flip the parameters of an economy of peace.
Las turbulencias bélicas que sacudieron al África en las últimas tres décadas atrajeron la atención de numerosos analistas dando lugar a una literatura polémica, con tesis a veces complementarias, a veces opuestas. Los reportajes audiovisuales, europeos y norteamericanos, que hacían vivir estas guerras en directo, reproducían tesis a veces superficiales, o como mínimo caricaturales, antes de retomar, tras algunos días u horas, su lugar en el borroso recuerdo de eterno recomenzar. La complejidad de estas guerras, sus motivos confesados o latentes, las configuraciones que desarrollaron, etc., son tan diversas que resulta ilusorio pretender realizar un examen detallado. No siendo posible, dentro de los límites de este artículo, proceder a un análisis de todas las guerras africanas, de alta o baja intensidad, limitaré mi reflexión a algunos casos, cercanos entre sí según cierto número de características. Mi propuesta intentará responder a esta cuestión central: ¿podrían los conflictos armados que fragmentan ciertos países africanos ser (leerse como) señal de una dificultad de los regímenes africanos existentes para construir la nación que dicen defender? Para responderla cruzaré en la discusión factores locales de diferentes niveles, de lo comunitario a lo estatal, y factores internacionales a diferentes escalas, regional y mundial.
El continente africano cuenta en su historia con algunas de las más largas guerras: las luchas de liberación en Angola (1961-1975) y Mozambique (1964-1975), Eritrea (1961 1993), rápidamente transformadas en guerras civiles después de la independencia. Detrás de los actores locales, se desplegaban abiertamente los Antonov soviéticos, los contingentes de soldados cubanos, la distribución de armas o subsidios chinos, los asaltos de unidades de mercenarios promovidos por los servicios secretos de Estados Unidos y Europa Occidental. La caída del muro de Berlín y el resquebrajamiento de la Unión Soviética dieron repentinamente paso a otra época, la de un "nuevo orden mundial", de cambio de la política internacional. Frente a estas viejas guerras de desgaste, la ONU entablaba, tanto en Luanda como en Maputo, negociaciones para la resolución de los conflictos "posguerra fría" Al mismo tiempo, la administración estadounidense, buscando cuidadosamente poner en el olvido los compromisos pasados1, ubicaba el conjunto de su política exterior bajo el signo de la promoción del respeto de los derechos humanos, la democracia y la gobernabilidad. La Francia socialista de Francois Mitterand intensificaba las exigencias en la cumbre franco-africana de La Baule (1991) condicionando la ayuda al desarrollo a los esfuerzos que desplegaran los países africanos francófonos para el establecimiento de sistemas democráticos.
Estas claras señales parecían abrir una era de renacimiento por "otra África", con el sentimiento de tener, al fin, saldadas la mayoría de cuentas de la colonización y de los regímenes dictatoriales que la sucedieron. Desorientados por los cambios en la política internacional y por estas señales provenientes de Occidente, los regímenes africanos de la época se veían como los "huérfanos" del antiguo orden internacional al que habían llegado a instrumentalizar a la perfección. Tenían que hacer frente no sólo a su población que, largo tiempo atrás, reivindicaba la democracia y el Estado de Derecho, sino a sus disidentes quienes rivalizaban de manera cada vez más agresiva, por la adquisición de recursos culturales, políticos y económicos en un entorno de creciente penuria. Tal es el contexto en el cual es necesario ubicar las guerras civiles que, tras el fin de la bipolaridad, continuaron en Angola, Mozambique y Sudán, las que estallaron en Liberia, Sierra Leona, Somalia, Ruanda, Burundi, ambos Congos, y más recientemente en Costa de Marfil.
El discurso de crear un orden democrático mundial ha tenido, por una curiosa inversión, un contra eco en el continente africano; algunos piensan que ha contribuido a la continuación e incluso al desencadenamiento de ciertas guerras. Angola y Mozambique constituyen casos ejemplares de persisrencia de conflictos armados después de la Guerra Fría. La Unión Nacional por la independencia total de Angola (UNITA) y la Resistencia Nacional de Mozambique (RENAMO) -movimientos armados que impugnaban "las democracias populares" instauradas por los movimientos de liberación de tendencia marxista, con el apoyo de la URSS y el conjunto de la esfera de influencia tercer-mundista o no alineada-, eran para 1991 y 1992 partidos legalmente reconocidos, una vez suscribieron acuerdos de paz que preveían elecciones pluripartidistas bajo la égida de la ONU. En Angola, la guerra se reanudó cuando Joñas Savimbi, jefe de guerra de UNITA, rehusa admitir su fracaso en las elecciones presidenciales de 1992. Bajo presión internacional se ve obligado a suscribir en 1994 los "acuerdos de Lusaka", que postulaban la instalación de un gobierno de unión nacional, pretensión que no tuvo éxito. A partir de 1998 el movimiento rebelde reactiva la guerra, hasta el 22 de febrero de 2002, día en que Savimbi, a quien la prensa internacional llamara el "Gallo Negro", el "Pol Pot africano", el "Eterno rebelde", perseguido y acorralado, es abatido por el ejército angoleño en Luvuei2 Tras el deceso del cabecilla rebelde se redoblan los esfuerzos diplomáticos que pretendían poner fin a varias décadas de guerra civil. Gobierno y rebeldes de la UNITA firman un alto al fuego en abril, convienen en retomar las negociaciones relativas a la puesta en marcha del "protocolo de Lusaka", plan de paz ya mencionado3 A semejanza de la UNITA, la guerrilla de la RENAMO continuó combatiendo al régimen del FRELIMO (Frente de liberación de Mozambique) el cual, a pesar de las fuertes presiones ejercidas por países occidentales, notablemente Estados Unidos y Sur África, se resistía a un pacto pre-electoral de unidad nacional y de repartición del poder calcado sobre el modelo sudafricano. Siendo una organización puramente rural, débil y mal equipada, la RENAMO sin embargo se infló, jugó el juego de la pacificación, se hizo "reconocer como interlocutor, y posteriormente como parte de los acuerdos al mismo título que el gobierno"4. Los resultados electorales de las presidenciales y legislativas de 1994 dan testimonio del éxito de este movimiento que antiguamente fuera considerado como una organización de asesinos y bandidos sin fe ni ley.
En la región de los Grandes L a gos, Burundi y Ruanda ofrecieron el espectáculo de conflictos que funcionan según una mecánica cíclica. Los sangrientos resquebrajamientos de Burundi, en los noventa, sobrevienen con el asesinato, por militares Tutsi, del presidente Melchior Ndadaye, elegido democráticamente en 1993. La secuela es de todos conocida, masacres sistemáticas de Tutsi y Hutu del UPRONA (Partido de l a Unidad para el Progreso Nacional); represión salvaje por parte del ejército, compuesto esencialmente de Tutsis que pretendían vengar a miembros de sus familias; exilio de millares de Hutu en los países vecinos (Tanzania, Congo Kinshasa) e incluso distantes, caída del régimen de FRODEBU (Frente por la democracia en Burundi) debido a un golpe de Estado conducido por el expresidente, Mayor Pierre Buyoya5 Excluidos, los Hutu radicales y aquellos de los campos de refugiados instalados en Tanzania y Congo Kinshasa, no tardan en constituir movimientos rebeldes6, manteniendo así una situación de guerra permanente. Las negociaciones, establecidas desde 1998 bajo los auspicios del difunto presidente Julio Nyerere de Tanzania, proseguidas después por el expresidente surafricano Nelson Mándela, iban a desembocar en la firma en Arusha, en julio de 2001, de un Acuerdo para la paz y la reconciliación nacional, este se combinaba con un período de transición de tres años y la obligación de alternancia en el poder entre Pierre Buyoya (Tutsi) y Domitien Ndayezeye (Hutu). Este acuerdo complementa el de alto al fuego de 2002 realizado entre el gobierno de la transición y el CNDD-FDD.
En la vecina Ruanda era de esperarse que los acuerdos de paz, firmados en 1993, en Arusha (Tanzania) –que habían puesto fin a tres años de guerra entre las fuerzas gubernamentales y exiliados Tutsis que, deseosos de volver al país, habían formado el Frente Patriótico Ruandés (FPR)– desembocasen en una repartición pacífica del poder y una democratización del país. Nada de esto tuvo lugar: las cimas del horror se alcanzaron en 1994; tres meses de masacres consagrados al genocidio de los Tutsi y de buena parte de los Hutu moderados7 Vencidos, los supervivientes del régimen Habyarimana (militares, milicias, hombres políticos) y más de un millón de Hutus huyeron hacia el vecino Zaire, dejando a las tropas del FPR, conducidas por su hombre fuerte, Paul Kagame, apoderarse del poder en Kigali en julio de 1994. El nuevo régimen se benefició de la compasión de la comunidad internacional que creó el Tribunal Internacional para Ruanda (TPIR) para los crímenes del genocidio. Sin embargo, no se le ocurrió nada distinto que camuflarse detrás de las rebeliones congolesas para exportar, a partir de 1996, la guerra en el Congo Kinshasa (véase infra), pretextando la búsqueda de probables "genocidas" No obstante su paz precaria Ruanda franquea en el 2003 una etapa, con la organización de elecciones presidenciales –ganadas por Paul Kagame8– y legislativas. Tales consultas se muestran como un signo de normalización de la vida política. Sin embargo, la amplitud que adquiere el actual debate sobre la cuestión tabú de los crímenes cometidos por miembros del FPR, particularmente en el año posterior al genocidio, y sobre la eventual creación de una "Comisión de verdad y reconciliación", permiten augurar nuevas sorpresas.
En el Congo Kinshasa el régimen del presidente Mobutu se hallaba empantanado en una transición política caótica y una gestión difícil por la presencia de refugiados Hutu sobre el territorio nacional, cuando surge –en octubre de 1996– la "insurrección de los Banyamulenge" de Zaire. Preparada y fomentada por las autoridades de Kigaliy Kampala, ésta se transforma en rebelión contra el régimen de Kinshasa, con la súbita aparición de la Alianza de fuerzas democráticas para la liberación del Congo (AFDL): una estructura políticomilitar que aquellas contribuyeron a crear aprovechando la confusión de la insurrección, a la cabeza de la cual se entroniza un antiguo rebelde de los años 60 Laurent Désiré Kabila. Sobredimensionados por el apoyo de tropas ugandesas, ruandesas, burundesas y angolesas, las fuerzas de la AFDL libran una guerra singular. En primer lugar, la exterminación sin distinción de más de 200,000 Hutu extraviados en las selvas del Este del Congo, de quienes las autoridades de Kigali afirmaban que se trataba de grupos rebeldes que soñaban con volver a Ruanda, con armas en la mano, para reemprender el genocidio. A continuación, una guerra de siete meses (octubre de 1996 mayo de 1997) en el curso de la cual las tropas de la AFDL derrotan a las fuerzas armadas de Zaire y permiten a Kabila apoderarse del poder en Kinshasa9 Autoproclamado jefe de Estado, Kabila tendrá sólo algunos meses de sosiego antes de verse enfrentado a sus antiguos aliados que, para corresponderle, invaden el Congo Kinshasa en agosto de 1998 mediante rebeliones con terceros interpuestos10.
Esta guerra, que dura cuarto años (1998-2002), se transforma en guerra continental, la coalición Este-africana (Uganda, Ruanda, Burundi), desequilibrada y minada por resentimientos y celos internos, que apoyaba las rebeliones congolesas, se declara en oposición a la coalición, igualmente frágil, que asociaba Estados del África Austral (Angola, Mozambique, Namibia) y África francófona (el Chad), comprometidos del lado del dictador congolés. Ni vencedores ni vencidos, el régimen de Kinshasa bajo Kabila, las disidencias armadas, al igual que sus respectivos aliados, suscribían en 1999 los "Acuerdos de Lusaka", para torpedearlos a continuación y proseguir la guerra, hasta el asesinato del Presidente congolés en enero de 2001 Como cabeza del Estado, Joseph Kabila (hijo del Presidente asesinado) juega las cartas de la guerra y también las de la negociación tanto con los movimientos rebeldes como con sus aliados. A falta de una victoria militar, el régimen de Kinshasa y las disidencias armadas no tienen otra opción que la de recurrir a una solución política, con la organización del "Diálogo intercongolés" (2002) sancionado por un Acuerdo Global inclusivo. Este proceso político consiste en la repartición del poder entre las diferentes partes, para adelantar una transición de dos años hasta las elecciones generales previstas para el 2005.
En 1997 el Congo Brazzaville entra en una guerra civil en todo comparable a aquella que tres años antes había generado 2.000 víctimas en la capital. Combatían en ella, con artillería pesada, sobre un trasfondo de etnias y petróleo, las milicias de los tres candidatos a la elección presidencial: Pascal Lissouba, Jefe de Estado saliente (1992-1997), el general Denis Sassou Nguesso, ex-jefe del Estado (1979 2002) y Bernard Kolelas, alcalde de Brazzaville y posteriormente Primer Ministro de Lissouba. Esta guerra constituía la ilustración de los antagonismos de la clase política, alterada por la desregulación de los mecanismos políticos que favorecían su reproducción y supervivencia y atrapada en una percepción neopatrimonial del poder y los ingresos petrolíferos. A la cabeza de milicianos Cobras, apoyados por tropas angoleñas enviadas p por el régimen de Luanda que quería cobrarle al Presidente Lissouba su amistad con los movimientos rebeldes –la UNITA y el Frente de liberación de Cabinda (FLC)11– el general Sassou-Nguesso expulsa a éste del poder tras cuatro meses de guerra. A pesar de la victoria de Sassou-Nguesso y su reelección como Presidente en 2002, la violencia armada prosigue hoy día en las localidades de la región de Pool donde el ejército gubernamental y sus grupos suplementarios habrían decidido, según parece, apartarse definitivamente del muy enigmático Pasteur Ntumi, jefe de los rebeldes Nsiloulou.
En África Occidental, el conflicto de Liberia y el de Sierra Leona retienen la atención, a ellos se suma el más reciente de Costa de Marfil. La Liberia de Samuel Doe (1980-1990) era un país en ruinas cuando Charles Ghankay Taylor, jefe de la facción rebelde National Patnotic Front of Liberia (NPFL), emprendió una guerra que habría de durar siete años (1989-1996) antes de tomar el poder en Monrovia12 Taylor se encontró a su vez enfrentando otra guerra de siete años contra las disidencias armadas entre las que se destacan los grupos: Liberianos Unidos por la Reconstrucción y la Democracia (LURD) y el Movimiento Democrático Liberiano (MODEL) Esta sangrienta y caótica página de la historia de Liberia se voltea en 2003 con la partida de Taylor hacia el exilio en Nigeria. Asediado a las puertas de la capital Monrovia, espoleado por la presión internacional, cede la Presidencia a Moses Blah, su Vicepresidente, permitiendo una solución pacífica de la guerra civil así como el despliegue de una fuerza africana para el mantenimiento de la paz. El Gobierno liberiano y los movimientos rebeldes firman en agosto el acuerdo global de paz en Accra (Ghana). A éste le siguió la instauración de un poder interino cuyos miembros procedían de las filas de partidarios de Charles Taylor, de movimientos rebeldes, partidos políticos y sociedad civil. Según el Acuerdo, el presidente, vicepresidentes y principales Ministros del nuevo Gabinete no tendrán derecho a presentarse a las elecciones a celebrarse en octubre de 200513.
En Sierra Leona, Foday Saybana Sankoh, antiguo cabo del ejército regular, aparece en 1991, en el este, encabezando un puñado de hombres armados, hundiendo al país en una guerra civil de diez años. Motivo declarado del conflicto, según él y sus rebeldes del Frente Revolucionario Unido (RUF) "salvar a Sierra Leona del régimen corrompido, arcaico y opresivo" del All Peoples Congress del Presidente Joseph Momoh14 La conflagración se prolongó, sin salida; caracterizada por el intenso alistamiento de jóvenes en los grupos armados15, dos golpes de Estado sucesivos y la vuelta al poder de Ahmed Tejan Kabbah16 Tras varias rondas de mediaciones internacionales, africanas, europeas, entre otras, que se estrellan contra el muro de intransigencia de los beligerantes, se hallará una puerta de salida a la guerra con los acuerdos de Lomé (1999), firmados por el Presidente Kabbah, los rebeldes del RUF y oficiales desertores miembros de la junta militar que lo había mantenido alejado del poder por unos meses (1997 98) A raíz de la afrenta que inflingen sus tropas a las fuerzas de Naciones Unidas (2000) Sankoh será capturado y encarcelado en Freetown donde, mientras espera su proceso por crímenes de guerra, muere en julio de 2003.
Puerto de estabilidad desde su independencia en 1960, Costa de Marfil se sumerge en la guerra en 2002, con la toma de los cuarteles por "amotinados" en Abidján. Esta crisis, presentada en un comienzo como un amotinamiento, luego como una tentativa de golpe rápidamente controlada, se transformó en una guerra civil accionada por los movimientos rebeldes que aparecen de inmediato en escena17 Las lecturas posibles de esta guerra convocan a la vez el remible debate sobre la "ivoirité"18, atizado en 1995 bajo la Presidencia de Henri Konan Bédié; la sumamente azarosa gestión económica; los deterioros causados por el golpe de Estado del general Robert Gueï (1999); las sangrientas confrontaciones que acompañaron la elección del actual Presidente, Laurent Gbagbo (2000), el dominio de élites políticas provenientes del sur del país, entre otros19 Los acuerdos firmados en 2002 por los beligerantes desembocaron en la designación de un Primer Ministro "de Reconciliación", pero sobre todo en un principio de repartición del poder con la formación de un gobierno de unión nacional.
En el Cuerno de África, Somalia conoció, a partir de la caída del dictador Siyad Barre en 1991, una guerra entre las distintas facciones rebeldes que habían enmarcado la insurrección de Mogadiscio. La competición política se desarrollaba esencialmente entre los Hawire, entre Ali Mahdi Mohamed, declarado presidente interino por su facción, el United Somalí Congress (USC), bajo circunstancias precipitadas, por decir lo menos, y el general Mohamed Farah Hassan Aydiid, quien había dirigido desde Etiopía la fracción más importante, llamada USC Mustahil, en relación con otros frentes como el Somalí National Movement. Esta lucha por el poder toma una forma más radical y destructiva a finales de 1991, comienzos de 1992. Se apoyaba en alianzas ciánicas que, en su expresión política, condujeron a la fragmentación del país con la independencia de Somaliland al norte, del Estado de Puntland en el centro y noreste. Todo ello, a pesar de las tentativas de reconciliación nacional, las reuniones y acuerdos firmados, las intervenciones exteriores de otros Estados, así como de la ONU20 La Etiopía vecina enfrentaba desde casi veinte años atrás, la ofensiva conjunta de los frentes de liberación del Tigre y Eritrea. Exprovincia del Estado etíope, Eritrea obtuvo su independencia en 1993. Una independencia reclamada por la vía de las armas por varias facciones en concurrencia, entre ellas el Frente Popular de liberación de Eritrea (FPLE) rebautizado en 1994 como Frente Popular para la democracia y la justicia (FPDJ)21.
¿Deben leerse estos conflictos como el resurgimiento de una "anarquía" a la africana, próxima de la descrita por Robert Kaplan22, como explosiones incontroladas de "barbarie" o incluso de "atavismos étnicos" como lo sugieren ciertos análisis? No es posible encontrar una respuesta que de cuenta de todas estas tendencias guerreras, por similares que parezcan en su manifestación. En un texto sobre los mecanismos disciplinarios y desgarramientos asociados a la violencia en las sociedades africanas, Bogumil Jewsiewcki invita a mantenerse alerta sobre "nuestros propios prejucios" y hace igualmente un llamado a interrogarse sobre la confiscación y monopolio de la violencia por parte del Estado colonial y postcolonial23. Las crisis que confrontan los países africanos no son excepcionales; en todo el mundo, incluso en los Estados más democráticos, las fuerzas centrífugas y movimientos populistas tienen el viento a su favor, particularmente en un contexto de desinterés ciudadano. Lejos de ser signo de no se sabe qué arcaísmo, del cual el continente africano tendría el triste privilegio, estas crisis ilustran, a su manera, una crisis universal de lo político. Desde este punto de vista, es razonable evaluar si no existe un vínculo entre estos dramas y la dinámica que la transición política ha provocado en el Estado-nación en tanto construcción política. Esta línea de reflexión es útil en la medida en que la democratización (de Africa) es percibida como el mecanismo que debe regular la crisis del Estado postcolonial, ampliando las bases del poder a todas las facciones políticas excluidas, modernizando a la vez su gestión.
Pensar las guerras africanas única y exclusivamente mediante conceptos como "barbarie" - exhumados por ciertos analistasy "etnicidad", tal como ésta es retomada como línea de investigación en las temáticas propuestas para este número especial de Nómadas24, parece una explicación bastante reductora y un acercamiento en muchos aspectos insuficiente. Por una parte, estas tesis se apoyan en los conceptos de barbarie, etnia o etnicidad25 que sirven hoy en día para todo, y por tanto para nada, y que se utilizan errónea y trasversalmente. Si de barbarie se trata, un análisis comparativo de las situaciones africanas con los conflictos de Europa del Este y latinoamericanos sería especialmente iluminante. Por otra parte, estas aproximaciones no reconocen la dinámica contemporánea de búsqueda, por parte de los actores sociales y políticos africanos, de un modelo de gestión político cercano al Estado de derecho y de la democracia.
Las causas de estas guerras son múltiples; combinan dos, tres, cuatro, o incluso múltiples categorías tales como: excesiva centralización del poder político y económico, generando corrupción y nepotismo (Angola, Liberia, Sierra Leona, Congo Kinshasa); negativa de algunos dirigentes a rendir cuentas y a aceptar la alternancia política (Ruanda, Burundi, el Congo Kinshasa), menosprecio de las minorías y monopolización del poder por grupos étnicos particulares (Ruanda, Burundi, Somalia), regionales (Costa de Marfil) o religiosos (Sudán); insuficiente cooperación en áreas de frontera (Etiopía-Eritrea, Uganda, Ruanda, Burundi y Congo Kinshasa), ausencia de sistemas de representación eficaces y legados de los antiguos regímenes dictatoriales que alimentan afirmaciones identitarias o nacionalistas. En todos los casos, entran en juego igualmente las ambiciones de los movimientos rebeldes y disidencias armadas, las rivalidades entre las burguesías nacionales; las disputas territoriales por acceso al mar, petróleo o yacimientos de materias primas; las organizaciones de traficantes de armas alimentadas por los distintos tráficos (droga, diamantes, petróleo…) que benefician a los mismos intermediarios. Ciertamente las razones de estas guerras no siempre coinciden con los argumentos que los beligerantes aducen públicamente para justificar su violencia; bien miradas tales razones se enraizan en una especie de "mercados de violencia"26.
Más allá de esta lectura, las guerras africanas de hoy en día pueden considerarse como la manifestación de la crisis del Estado-nación en tanto que formación social y política. Mejor dicho, como la manifestación de un divorcio entre la aspiración a la democracia (entendida como espacio institucional de reconocimiento mutuo de ideas e intereses) y la nación (espacio democrático y constitutivo de las relaciones entre los sujetos) Este divorcio, revelador de la difícil gestión de la diversidad así como de las pretensiones políticas, invirtió los parámetros clásicos de las guerras a tal punto que ya no se trata de Estados que se enfrentan para defender sus respectivas naciones, sino de naciones virtuales que enfrentan el poder para reivindicar un Estado. Por nación virtual entiendo grupos, sociales o políticos, que tienen conciencia de pertenecer a una comunidad lingüística, cultural y política heredera de un pasado común, que comparten valores identitarios y tienen la voluntad de realizarlos. Es aquí, y solamente aquí, donde se articula la crisis de lo político, donde se cuestionan tanto la representación política de los ciudadanos (crisis de la democracia representativa) como las representaciones que estos se hacen de la política (crisis del modelo del Estado-nación).
Estos dos fenómenos se despliegan en competencia con otros referentes identitarios, ya sean étnicos (Ruanda, Burundi), religiosos (Sudán), regionales (Costa de Marfil) o de otro tipo. Los casos paradigmáticos de Ruanda y Burundi permiten parcialmente mesurar la explosión de afirmaciones identitarias en el campo político En elfos se pone de manifiesto que la represión de referentes étnicos sólo tuvo efectos contraproducentes, contribuyendo a destruir el vínculo nacional tanto como evenrualmente lo creaba. En la medida en que los recursos de la ciudadanía democrática se liberaban a cuentagotas, los referentes étnicos pasaron a ser, en su enunciación violenta, una manera de expresarse para quienes no se reconocían en el discurso oficial. En ambos casos, la subrepresentación política generó una sobrerrepresentación identitaria en la que la etnicidad se concibe como un recurso esencial para las batallas políticas. Si bien establecer una comparación es atrevido, es posible, bajo mucha reserva, adelantar que la confrontación somalí tomó prestada esta misma lógica, tanto más cuanto no se condujo "a nombre del nacionalismo pansomalí"27. Al contemplar estas situaciones surge la tentación de plantear que estas configuraciones en juego comprometen una triple dinámica: en primer lugar la decadencia del valor político de la nación (espacio democrático y constitutivo de las relaciones entre los sujetos), seguida del desplazamiento del énfasis desde una historia nacional sesgada por el poder colonial o postcolonial hacia historias regionales o locales vehiculadas como batallas políticas; por último, el antagonismo con el Otro, aquel con quien existe una relación cercana desde hace décadas, habla la misma lengua y es heredero de la misma cultura28.
Ciertamente, la politización de identidades étnicas es consubstancial a los regímenes del África subsahariano pero, bien mirado, no es el hecho étnico en sí el que plantea problemas sino su instrumentalización por parte de las élites que lo utilizan para conquistar y conservar el poder, se trate o no de un sistema político competitivo. La explicación etnicista de los conflictos africanos no lleva muy lejos si nos detenemos sobre casos como los de Liberia, Eritrea, Congo Kinshasa o Congo Brazzaville. Permite más bien eludir las principales configuraciones en crisis, en particular, la confiscación del poder, y en consecuencia del monopolio de la violencia. Aplicada al caso de Congo Brazzaville impidió ver claramente "la lucha específica de las distintas facciones políticas por el control de los ingresos petrolíferos"29. Ocultó en la sombra los éxitos obtenidos en el sur del país por el Partido Congolés del Trabajo (PCT) de Denis Sassou Nguesso, o al contrario, la implantación política y electoral de Pascal Lissouba y su partido, la Unión Panafricana para la Democracia Social (UPADS); en el norte del país. Si bien la movilización de identidades comunitarias puede revelarse como un recurso en tiempos de guerra, no asfixia otras organizaciones como los partidos políticos, sindicatos, sociedad civil, entre otros, que nadaron contra corriente al rumiar el discurso nacionalista. El caso de Eritrea es ejemplar a este respecto porque se inscribe en otra lógica y en línea directa con una experiencia nacionalista para la construcción de la nación. Se diría, parafraseando a Anthony D. Smith, que el nacionalismo en sí no es el responsable de la quiebra de los Estados; éste tiende a surgir de Estados en ruina que dejan de ser viables por razones que no tienen nada que ver con las cuestiones étnicas30. El Congo Kinshasa y Liberia, que estuvieron sujetos a desbordamientos de una naturaleza muy distinta, esgrimieron el nacionalismo, permitiendo que el discurso sobre las cuestiones regionales o étnicas se limitara a una retórica abstracta.
El Estado-nación, en tanto que construcción política, nunca ha sido estable, viéndose permanentemente minado por contradicciones internas y externas. El f in de la bipolaridad no atenuó estas contradicciones, por el contrario, la mayoría de tales conflictos tienen una causa económica común, arraigada tanto en la crisis del modelo capitalista liberal, incapaz de ofrecer bienestar a todos, como en la del modelo comunista. Como lo mostró el informe de la CNUCD, tías varias décadas de políticas neoliberales y socialistas, los países africanos (en conflicto), que habían adherido a una u otra, se encuentran en situación de pobreza estructural31 Atrapados en la maquinaria de la deuda y de las medidas impuestas por el FMI los regímenes africanos difícilmente garantizan la atención a las necesidades y servicios que sus poblaciones reclaman. Han sido incapaces de proreger a los más débiles, redistribuir las riquezas, preservar las solidaridades esenciales, asumir los servicios públicos. En este contexto "la guerra constituye una alternativa a una economía de paz que no alimenta ya: el kalachnikov es el mejor medio de producción"32, para quienes son abandonados a su suerte en los medios rurales y urbanos. Estos últimos encuentran allí los ingredientes de su propia rebelión, la injusticia inicua teledirigida desde las altas cumbres del Estado, la incapacidad de los dirigentes de proporcionar un proyecto de solución, entre otros.
Así aparecen, en las zonas de conflicto, nuevos actores: grupos de autodefensa, milicias privadas, paramilitares o étnicas, entre otros33, que se convierten también en detentores de la violencia al mismo título que el Estado. Los ejemplos son abundantes: milicias privadas como los Ninjas, Cobras, Zulus (Congo Brazzaville), milicias paramilitares como las unidades constituidas en Uganda o Kamajors (Sierra Leona), milicias étnicas como el Interhamwe e Impuzamugambi (Ruanda), el Karimojong (Uganda); milicias populares constituidas por mujeres al igual que hombres (Eritrea) Pero igualmente, millares de niños-soldado, reclutados a la fuerza o por voluntad propia, iniciados tempranamente en el horror, como revelaron los casos del Ejército de resistencia del Señor (ARS) al norte de Uganda, del Frente Revolucionario Unido (RUF) en Sierra Leona, de la Alianza de las Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo (AFDL), para no citar más que algunos. Para numerosos jóvenes la guerra es un salvavidas y un "laboratorio de nuevas formas de lucha donde política y economía se confunden"34 Constituye una oportunidad para renegociar su estatus y su acceso a los recursos; reposicionarse en el espacio público o escapar de su condición, apoyar su propia protección y ganar prestigio en sus comunidades. Víctimas de la exclusión producida por la violencia, de la cual el Estado ejercía el monopolio, estos nuevos actores de los conflictos armados se comprometen en una competencia para obtener un acceso al ejercicio de la violencia. En los diferentes países, la conflictividad modificó su relación con la guerra, así como sus creencias sobre la capacidad del Estado para detentar el monopolio de la violencia legítima en un territorio dado.
Estas guerras, por otra parte, parecen ser también expresión de un legado que podría llamarse la subordinación de la política a lo económico, que consagró la decadencia del Estado-nación en un mundo globalizante donde las fronteras no constituyen ya límites de soberanía. Siguiendo esta pista, la nación como territorio ve afectado su equilibrio por el informal internacionalizado que se instaura en las zonas, sean o no de conflicto; por las actividades mercantiles y de mercenariato; por los movimientos de hombres y de armas. Allí, con destreza y total impunidad, evolucionan redes de contrabandistas de materias primas cuya aparente fluidez no impide una notable eficacia productiva y capitalista. Desde Monrovia a Kigali pasando por Abidjan, Kinshasa, Luanda, Mogadiscio, entre otras, la informalidad se complejiza dada la diversidad de manifestaciones del fenómeno y la multiplicidad de actores. Esto condujo a una reducción de las apelaciones mediante términos no necesariamente sinónimos, pero tampoco ajenos entre sí, usando calificativos como "clandestino", "paralelo", "ilegal", "secreto", "espontáneo", o incluso "segunda economía", "economía a la sombra", entre otros, sin mencionar los más especializados producto de lenguas codificadas propias de los expertos sobre un modo de informalidad o una zona geográfica, como el magendo este-africano.
La retirada de las grandes potencias, combinada con la relativa incapacidad de la ONU para movilizar fuerzas, facilitó la reanudación de las actividades de mercenariato y neomercenariato en los conflictos africanos. A solicitud de los gobiernos, las empresas de mercenarios extranjeras como la sudafricana Executive Outcomes, la israelí Levdan, la británica SandLine International o la americana MPRI, intervinieron en crisis que tenían un fuerte componente económico35. Vinculadas estrechamente a multinacionales mineras estas compañías de "soldados de la muerte" colaboraban con los jefes de guerra, las empresas legales o ilegales de talla mundial con intereses en las zonas de conflicto: De Beers para los diamantes; Elf, Agip, Viga, Texaco, para el petróleo. Para remitirse a algunos ejemplos, los hombres de Executive Outcomes estaban al lado de las fuerzas armadas angoleñas en 1993 en tanto se incrementaba la presión de la UNITA. Intervinieron en Sierra Leona en 1995-1997, a petición del Gobierno Strasser, que pretendía tanto "asegurarse el control y la protección de las principales minas de diamantes y titanio del país"36 como hacer frente a las incursiones del RUF sobre la capital y buena parte del territorio. Por su parte, en 1998, la SandLine International suministraba material a los milicianos Kamajors del Presidente Ahmed Tejan Kabbah, y desde 1997 protegía las minas de diamantes explotadas por la sociedad canadiense Stock Exchange. En ambos casos la prima de guerra se pagó, en derechos de explotación, confiada a sus sociedades especializadas como la Mineral Fields, Branch Energy, Branch Mining o Heritage Oil37. Estos grupos, si bien no sustituyeron a los Estados habían creado, sin embargo, sobre sus escombros, sus feudos, de común acuerdo con sociedades mineras que actuaban como brazos armados de las multinacionales.
La vitalidad del mercenariato, de la que dan testimonio los ejemplos citados, se acompañó de un injerto local que podría llamarse neomercenariato. E n efecto, supervivientes de los putschs o de antiguas guerras civiles, antiguos militantes de las fuerzas armadas menoscabadas y marginales urbanos proponían a su vez sus servicios por distintos motivos. ¿Será necesario dar ejemplos?.
El fin del orden impuesto por la Guerra Fría levantó las restricciones que obstaculizaban la circulación visible de grandes cantidades de armas de guerra. En su activismo por la guerra, los protagonistas (regímenes existentes así como movimientos rebeldes), no tuvieron dificultades para abastecerse en los antiguos países socialistas y en el mercado libre americano. La extensión de los flujos económicos y el movimiento de armas limitan la posibilidad de pensar el territorio como una barrera física controlable por el poder40 En realidad el carácter transnacional de estas actividades pone en tela de juicio el concepto mismo de fronteras terrestres de tal modo que la adecuación territorio, ciudadanía, seguridad no es ya creíble, ni siquiera mínimamente. Si bien no tiene sentido volver aquí sobre el papel de los negociantes de armas o de los intereses extranjeros, el cual analicé en una reciente contribución41, me parece importante destacar el de algunos Gobiernos africanos que juegan a apoyar, o incluso fomentar conflictos donde sus vecinos.
Armas y combatientes circularon sin obstáculos tanto en la región de los Grandes Lagos, el Cuerno de África como en África central. En el conflicto mandes, las armas y las municiones para las fuerzas gubernamentales transitaron mucho tiempo por Goma, la capital de la provincia del Kivu, en el ex-Zaire (Congo Kinshasa), donde el difunto mariscal Mobutu no ocultaba su apoyo al régimen del Presidente Juvenal Habyarimana, asesinado en 1994 Otras se compraban en Sudáfrica, como lo indica un informe de la organización americana Human Rights Watch42. Por otra parte, numerosos equipos del Frente Patriótico Ruandés (FPR), le fueron legados por el National Resistance Army (NRA) que condujera en los años ochenta Yoweri Museveni, actual Presidente ugandés. Anglófono y bien visto en Washington, éste abastecía también de armas americanas a los rebeldes cristianos y animistas del Sudanese People Liberation (SPLA) de John Garang, al sur de Sudán, en lucha contra el poder islámico de Jartum. El mercado regional del África central, bien abastecido en Congo Brazzaville y Congo Kinshasa con las tomas sobre e enemigo, fue alimentado también por países vecinos como A n gola. E n el conflicto de Liberia, el suministro de armas de Charles Taylor, vía Burkina Faso y Costa de Marfil , condicionaba las alianzas del momento43, a su vez, el de los rebeldes del RUF transitaba por Liberia la cual jugó un poco el papel de retaguardia de la rebelión sierra-leonesa y de su tráfico de diamantes.
Dentro de la perspectiva de la desestabilización de los vecinos, no puede ignorarse el contexto político y militar de los distintos Estados, y la crisis del Congo sirve como elemento revelador. La creciente delicuescencia del poder de Kinshasa sobre sus provincias periféricas contrastaba con la retoma y eficaz encuadramiento de los regímenes ruandés, burundés y sobre todo ugandés44 La implicación de estos últimos en Zaire en 1996 tuvo, al menos inicialmente, una lógica de seguridad totalmente legítima, se trataba de limpiar el este del país de bandas de merodeadores de todo pelaje, pero con mayor frecuencia de Interhamwe, bien armados, que sembraban allí el terror, con acciones que se desbordaban sobre las fronteras de estos tres países Kinshasa, por incapacidad tanto como por táctica de deterioro, les permitía moverse libremente. A esta lógica de seguridad, que justificó la trasgresión, es necesario superponer otra, la de deshacerse del dictador Mobutu. Durante la segunda guerra del Congo (1998- 2002), esta lógica de responsabilidad nacional sirvió sin duda alguna de maquillaje a los apetitos conquistadores de quienes buscaban plantearse como protagonistas ineludibles en la geopolítica regional y a la codicia sobre los recursos del Congo.
Con todo lo precedente cabe hacer tres observaciones: a) La multiplicidad de actores y su relativa invisibilidad, la transformación de las relaciones de "vecindad" y el juego de redes modifican las configuraciones del conflicto donde la lucha por la democracia y el reconocimiento en el campo político se articulan de manera diferente con las relaciones al territorio. Los negociantes de la muerte, cuyas filiales cabalgan alegremente las fronteras, ejercieron no poca presión sobre la intensificación de los conflictos. Las fronteras, entendidas como cierre del espacio estatal, están en crisis con la mundialización que es en buena medida una mercantilización y un signo de un nuevo desorden internacional, b) La idea según la cual la geopolítica africana está dominada por los conflictos internos resulta obsoleta. El análisis de la dimensión internacional, fundamental, es portador, por la complejidad y fluidez de las construcciones y estrategias aplicadas, de enseñanzas y de fértiles cuestionamientos conceptuales, c) Existen desfases entre los actores locales y los occidentales, retrasos de percepción (creencias en la primacía del Estado), o anticipaciones que crean por sus nuevas categorías, nuevas visiones sobre el orden internacional.
A lo largo de esta reflexión intenté mostrar, a partir de algunos casos de conflictos africanos, la dificultad de construir un Estado de Derecho y soberano sobre el conjunto de su territorio. La crisis del modelo de Estado-nación, crisis impuesta por la pobreza de la política y la política de la pobreza de ciertos Estados africanos es reveladora de la dificultad de estos Estados para construir la democracia, es decir, un espacio institucional de reconocimiento mutuo de ideas e intereses. La imagen que se retiene es la de un África a la deriva, desangrada por guerras civiles abiertas o larvadas, que ha funcionado en un marco de no derecho y un clima de lucha por la vida, donde abundan las milicias o las sociedades privadas de seguridad y mercenariato, donde triunfan el contrabando y lo informal. Los recursos mineros –sobre todo el diamante– fueron el nervio de los conflictos en Angola, Congo Kinshasa, Liberia y Sierra Leona. Más allá tenemos el petróleo en Congo Brazzaville y Angola, la droga en Ruanda y Somalia, entre otros. La resorción de los conflictos en un buen número de países y las diversificadas iniciativas de normalización en que éstos se comprometieron parecen conducir a esta otra África, estable, buena discípula de los organismos internacionales, en particular los financieros: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Esta otra África intenta combinar estabilidad política, Estado de Derecho, marco macroeconómico viable, apoyo al sector privado, reformas económicas y sociales, entre otras Es cortejada por inversionistas que la consideran engalanada con los atavíos de la "buena gobernabilidad", la cual administra a la manera razonada de las bajas crisis, y se compromete –de la mejor manera posible– en la batalla de la democracia (Senegal, Malí, Benín, Botswana, Sudáfrica, entre otros) .
1 A modo de ejemplo, podemos evocar el soporte que dieron los Estados Unidos al régimen del apartheid sudafricano, al movimiento rebelde angoleño - UNITA; al régimen de Hailé Selassié, emperador de Etiopía, así como a muchos otros regímenes dictatoriales que pulularon en el continente.
2 Sobre las razones y etapas del descontrol bélico, leer A. Rozès, "Un pays en déshérence et au bord de la guerre totale", en: CEAN, L'Afrique politique, 1999. Entre transitions et conflits, Paris, Karthala, 1999, pp.179-199; C . Messiant, "Angola: entre guerre et paix", R. Marchal et C . Messiant, Les chemins de la guerre et de la paix. Fins de conflit en Afrique oriéntale et australe, Paris, Karthala, 1997, pp.157-208. Sobre la muerte de Savimbi, referirse al archivo exclusivo: "les dernières heures de Savimbi", in Jeune Afrique l'Intelligent, No. 2147, 4-10 mars 2002, pp.24-30.
3 Leer los detalles en Afrique relance, Vol. 16, No 1, Avril 2002.
4 C. Messiant, "La paix au Mozambique: un succés de l'ONU, R.", en: Marchal et C. Messiant, Op. cit., p.59.
5 C. Braeckman, Terreur africaine Burundi, Rwanda, Zaire: les rocines de la violence, Paris, Fayard, 1996.
6 De los cuales los más conocidos son el Frente para la defensa de la democracia (FDD), brazo armado de la Coalición para la defensa de la democracia (CDD); el Frente para la liberación nacional (FROLINA); el Comité nacional para la defensa de la democracia (CNDD).
7 Para una visión amplia del genocidio, ver D. Franche, Rwanda: généalogie d'un génocide, Paris, Mille et Une Nuits, 1997; E. Nkunzumwami, La tragédie rwandaise: historique et perspectives, Paris, L'Harmattan, 1996; M. Buhrer, Rwanda: mérnoire d'ungénocide, Paris, Le Cherche Midi, 1996; R. Brauman, Devant le mal. Rwanda: un génocide en direct, Paris, Arléa, 1994; C. Braeckman, Rwanda : Histoire d'un génocide, Paris, Fayard, 1994.
8 A la cabeza del Estado en 1994 como Vicepresidente y Ministro de Defensa, el general Paul Kagame compartió el poder con el Presidente Pasteur Bizimungu, un Hutu moderado, hasta abril de 2000. Las disputas entre los dos hombres condujeron al segundo a dimitir (véase la entrevista a este último en Jeune Afrique l'lntelligent, No 2112 du 5 au 9 juillet 2001, p.26-28), mientras que el primero, Paul Kagame, viene de organizar las elecciones presidenciales que ganó con ventaja notable, para un mandato de siete años.
9 Sobre las peripecias de esta guerra refererirse, entre otros, a M. Muhindo, Le Congo-Zaire: d'une guerre a l'autre. De libération en occupation, Paris, L'Harmattan, 2003, (leer especialmente los capítulos 1 y 2); M. Kalulambi Pongo, Transition et conflits politiques au Congo Kinshasa, Paris, Karthala, 2001, p. 176 et sv ; C . Braeckman, "La campagne vicrorieuse de l'AFDL", in C. Braeckman, M-F. Cross et al., Kabila prend le pouvoir Bruxelles, Grip-Éditions Complexe, 1998, p. 65-87 ; C. Bakatuseka, L'AFDL et la libération du Congo. Récits, témoignages, analyses, Lubumbashi, Editions de l'Humanité, 1997.
10 Los principales movimientos rebeldes son la Reunión congolesa para la democracia (RCD) y el Movimiento para la liberación del Congo (MLC) , a los cuales es necesario añadir dos otros grupos armados disidentes del RCD .
11 Leer el análisis pertinente de J-Sr. Mabeko Tali, "Quelques dessous diplomatiques de l'interyention angolaise dans le conflit congolais de 1997 ", Rupture-Solidarité, Les Congos dans la tourmente, Paris, Karthala, 2000, pp.53-104; O. Vallée, "Congo Brazzaville, Angola: camarades et amigos", Rupture- Solidarité, Op. cit., pp.165-181.
12 El NPFL no era el único grupo insurgente en Liberia; había al menos ocho grandes facciones rebeldes y por supuesto otras de menor importancia. Para una información detallada, leer C. Tuck, "Every Car on Moving Object Gone. The Ecomic Intervention in Liberia", African Studies Quaterly, Vol. 4-1, 2000; A. Clayton, Factions, Foreigners and Fantasies: The Civil War in Liberia, Conflict Studies Center, 1995.
13 S. Smith, "Le pouvoir de Monrovia et les factions rebelles s'engagent pour la paix et la démocratie au Liberia", Le Monde, 19 aoút 2003.
14 Ver A . Ayissi et R-E. Poulton, Bound to Cooperate: Conflict, Peace and Peopíe in Sierra Leone, New York/Genève, Nations Unies, 2000, p.3.
15 El alistamiento de niños-soldado es uno de los principales problemas que se mencionan en el libro de P. Richards, Fighting for the Rainforest : War, Youth and Resources in Sierra Leone, Oxford, James Currey, 1996. Se aborda también en K. Peters and P. Richards, "Jeunes combattants parlant de la guerre et de la paix en Sierra Leone", Cahiers d'études africaines, 150-152, XXXVIII, 2-4, 1998, pp.581-617.
16 Ver M. Juldeh Jalloh, "The May 25,1997 Coup and the Burden of Democratic Survival in Sierra Leone", CEAN L'Afrique politique 1999. Entre transitions et conflits, Paris, Karthala, 1999, pp.161- 178.
17 Además del movimiento rebelde que había surgido al norte del país cuya rama política, el Movimiento Patriótico de Costa de Marfil (MPCI), no aparece sino hasta octubre de 2002, surgen en el Oeste otros dos grupos armados que se reconocían como adeptos del antiguo Presidente Robert Gue'i (asesinado durante las primeras horas del amotinamiento): el MPIGO (Movimiento patriótico de Costa de Marfil del Gran-Occidente) y el MJP (Movimiento para la justicia y la paz).
18 La polémica sobre la "ivoirité" (marfilidad) -principio que impone a los candidatos probar sus orígenes y ciudadanía marfileños como condición para participar en la competencia electoralse focalizó particularmente sobre Alassane Ouattarra (líder del partido Reunión de los republicanos-RDR), exprimer Ministro de Houphouët-Boigny y ex-director agregado del FMI. Con el fin de cerrarle la vía a las elecciones presidenciales se le repudia y se le considera sospechoso en tanto que se le ve como burkinabé (de Burkina-Fasso).
19 Sobre estos aspectos, leer B. Doza, "Naissance d'un nationalisme ivoirien", Le Monde diplomatique, Avril 2003; A-A. Coulibaly, Le Système politique ivoirien, Paris, L'Harmattan, 2002; G . Photios Tapinos, P. Hugon et P. Vimard, La Cote d'lvoire á l'aube du XXIe siécle. Défis démographiques et développement durable, Paris, Karthala, 2002.
20 Leer entre otros J. Cot, (Dir.), Opérations des Nations Unies: legons de terrain. Cambodge, Rwanda, Ex-Yougoslavie, Paris, Fondations pour les Etudes de Défense, 1995 (consultar el capítulo II sobre Somalia, pp.l21-171); R. Marchal, " La Corne de 1'Afrique", Politique africaine, no 50, 1993, pp.2-87 ; J-M. Sorel, "La Somalie et les Nations Unies", Annuaire Francais de Droit International, XXXIX, Paris, Editions du CNRS, 1992, pp.61-88.
21 Ver R. Goy, "L'indépendance de l'Erythrée", Annuaire Francais de Droit International XXXIX, Paris, Editions du CNRS, 1993, pp.337-356.
22 La tesis de la barbarie, desarrollada por Robert Kaplan en su obra The Ends of the Earth. A Journey at the Dawn of the 21th Century, New York, Random House, 1996, con respecto a las sociedades de los Balcanes, retomaba las ideas expresadas en su artículo publicado en 1994 en The Atlantic Monthly, "The Corning of Anarchy".
23 B. Jewsiewicki, "Pathologie de la violence et discipline de l'ordre politique", Cahiers d'études africaines, 150-152, XXXVIII, 2-4, 1998, p.220.
24 Ver el texto de la argumentación de M. Zuleta y M.A. Urrego, "La guerra contemporánea vista en la relación nacional- global", Temática 11: "Las güeñas de extermino étnico, los casos de Australia, Balcanes y Angola. Cómo se juega en la contemporaneidad el problema de la raza", 2003, p.3.
25 Para una idea sobre el itinerario y variaciones que este concepto sufre a través del tiempo, ver C . Coquery-Vidrovitch, "Du bon usage de l'ethnicité…", Le Monde diplomatique, julio 1994, p.4.
26 Sobre la teoría de "mercados de violencia", ver el conjunto de textos en M. Kalulambi Pongo, (ed.), Perspectivas comparadas de mercados de violencia, Bogotá, AlfaOmega Grupo Editor, 2003. La aplicación de este concepto a las guerras africanas se hace en el capítulo 3.
27 R. Marchal, "Somalie: la normalisation malgré tout", R. Marchal et C . Messiant, Op. cit., p.218.
28 Estas intuiciones retoman ciertas ideas que desarrollé en mi libro Etre luba au XXe siécle. Identité chrétienne et ethnicité au Congo Kinshasa, Paris, Karthala, 1997.
29 Para una explicación detallada, leer P. Yengo, "Chacun aura sa part": les fondements historiques de la (re)production de la guerre á Brazzaville", Cahiers d'études africaines, 150-152, XXXVIII, 2-4, 1998, pp.471-503.
30 Smith D. Anthony, Nations and Nationalism in Global Era, Londres, Polity Press, 1995.
31 The Least Developed Countries Repon, Genève, 1995.
32 Stephen Smith, "L'Afrique aux Africains… en armes", Libération, 29 novembre 1998.
33 R. Jackson diferencia los actores internos (milicias étnicas, servicios especializados de seguridad, unidades semimercenarias, cultos religiosos armados, guerreros, bandas criminales) de los actores externos (agencias humanitarias, guardianes de paz, mercenarios extranjeros, compañías militares privadas, empresarios y capitalistas internacionales). Ver R. Jackson, "Violent Internal Conflict and the African State: Toward a Framework of Analysis", Journal of Contemporary African Studies, no 20-1, 2002, pp.33-34.
34 R. Banégas y B. Jewsiewicki, "Vivre dans la guerre. Imaginaires et pratiques populaires de la violence en RDC", Politique africaine, no 84, décembre 2001, p.13.
35 F-X. Sidos, Les soldats libres: la grande aventure des mercenaires, Paris, Aencre, 2002 ; P Chapleau et F. Missier, Multinationales de mercenaires ou Mercenaires SA, Paris, Desclée de Brouwer, Paris, 1998.
36 Reportarse, para una información detallada, a N . Tabiou, "L'intervention de l'Ecomog au Liberia et en Sierra Leone", M. Benchikh, Les organisations intemationales et les conflits armés, Paris, L'Harmattan, 2001, p.271; W. Reno, Corruption and State Politics in Sierra Leone, Cambridge, Cambridge University Press, 1995.
37 Para una visión de las actividades del mercenariato, leer P. Conesa, "Les ravages d'une guene arbitraire: Modernes mercenaires de la sécurité", Le Monde diplomatique, Avril 2003, pp.22-23; J. Geslin, "Kalachnikov business", Jeune Afrique l'Intelligent, no 2128-2129, 23 octobre-5 novembre 2001, p.57 ; F. Misser et O. Vallée, "Les nouveaux acteurs du secteur minier", Manière de voir 51 – Le Monde diplomatique, maijuin 2000, p.30.
38 M. Galy, "Liberia: machine perverse. Anthropologie politique du conflit libérien", Cahiers d'études africaines, 150- 152, XXXVIII, 2-4, 1998, pp.547-548.
39 P. Yengo, art. citado, p.484; J. Kagabo, "Afrique céntrale: des conflits et des recompositions politiques qui font peur" Rechierches internationales, No. 49, 1997, pp.35-42.
40 J-G. Ruggie, "Territoriality and beyond: problematizing modernity in international relations", International Organization, 47, 1, Hiver 1993.
41 Ver M. Kalulambi Pongo, "Guerras africanas, lógicas depredadoras y el negocio del kalashnikov" in M. Kalulambi Pongo, (ed.), Perspectivas comparadas… Op. cit, p.89 y siguientes.
42 Human Rights Watch, Arms Project, January 1994.
43 Leer a este respecto el artículo de C . Wauthier, ‘Appétits américains et compromissions francaises’, Le Monde diplomatique, octobre 1994.
44 C. Braeckman L'enjeu congolais L Afrique céntrale après Mobutu, Paris, Fayard, 1999.
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