Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
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Rafael Sandoval Álvarez*
* Maestro en Antropología Social. Profesor Investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Centro INAH Jalisco. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
En el contexto de la Cuarta Guerra Mundial contra la humanidad y la extraordinaria articulación de la resistencia y la rebeldía que se teje contra la globalización neoliberal, resulta relevante reconocer las nuevas formas de hacer política que en los últimos diez años han desplegado sujetos tan diversos en todo el planeta y que se identifican como parte del esfuerzo por crear un mundo donde quepan muchos mundos. La resistencia como forma de hacer política tiene en el Zapatismo un referente que desde 1994 ha generado iniciativas políticas y organizativas que hoy trasciende tanto en lo local como en el ámbito internacional. El objetivo de este ensayo es realizar un acercamiento que da cuenta de cómo el Zapatismo ha pensado y construido una forma de hacer política que tiene en la resistencia, la dignidad y la autonomía, la base de lo que ellos llaman el Método Zapatista de hacer política: el caminar preguntando, el mandar obedeciendo, el autogobierno, etc.
Palabras clave: Resistencia y rebeldía, formas de hacer política, guerra total contra la humanidad, el mandar obedeciendo y la autonomía, Sociedad del poder.
No contexto da Quarta Guerra Mundial contra a Humanidade e da extraordinária articulação da Resistência e da Rebelião, que, ao ser levado contra a globalização neoliberal, é bastante relevante reconhecer as ‘Novas Formas ou Fazer a Política’ que, nos últimos dez anos, tem Foi desenvolvido por indivíduos amplamente diversificados (subjetibilidade) ao redor do planeta. Esses indivíduos (subjetibilidade) se identificam como parte do esforço que busca criar “Um mundo era um ajuste de muitos mundos”. Como uma forma de ‘fazer política’, a Resistência tem seu referente no zapatismo, que, desde 1994, gerou iniciativas políticas e organizacionais que hoje transcende tanto no âmbito local como no âmbito internacional. O objetivo deste ensaio de idéias é abordar e mostrar a maneira como o zapatismo tem pensado e construído uma maneira ou fazendo política, o que eles chamam de “Método Zapatista de Fazer Política”, por meio da resistência, dignidade e autonomia que a Práticas que “Caminar Preguntando”, “Mandar Obedeciendo”, “Autogobierno”, etc. implicam.
Palavras-chave: Resistência e rebelião, formas de fazer política, guerra total contra a humanidade, comando de obediência e autonomia, Sociedade de poder.
In the context of the Fourth World War against Humanity and the extraordinary articulation of the Resistance and Rebelión that in being weaven against neoliberal globalization, it is quite relevant to recognize the ‘New Forms or Doing Politics’ that, in the last ten years, have been unfolded by widely diverse individuals (subjectibity) around the planet. These individuals (subjectibity) identify themselves as part of the effort that seeks to create “A World were many worlds fit”. As a way of ‘doing politics’, the Resistance has its referent in the Zapatismo, that, since 1994, has generated political and organizational initiatives that today transcends both within the local scope and within the international sphere. The objective of this essay of ideas is to approach and show the way in which the Zapatismo has thought and built a manner or doing politics, what they call the “Zapatista Method of Doing Politics”, by means of resistance, dignity and autonomy that the practices that “Caminar Preguntando”, “Mandar Obedeciendo”, “Autogobierno”, etc. imply.
Key words: Resistance and rebellion, ways of doing politics, total war against humanity, command obedience and autonomy, Society of power.
El primero de enero de 1994, con la entrada oficial del Tratado de Libre Comercio para Norteamérica, la naciente “Sociedad del poder”1 pensó que con la nueva era del capitalismo iniciaba un proceso mundial de dominación donde el imperio de las leyes del mercado sería total. Se modernizaba el modelo neoliberal a costa de imponer una estrategia geopolítica de alcance planetario donde no se veía ninguna oposición seria, después de la derrota del Socialismo de Estado que tuvo en 1989 un momento definitivo.
Hacía un siglo, fines del XIX, la naciente burguesía mexicana se aprestaba a configurar su proyecto de Estado- nación en el territorio al que quedaría reducida la geografía del México del siglo XX, después de que la clase dominante permitiera que más de la mitad del espacio donde habitaban los mexicanos se “anexara” a los Estados Unidos de América. Pasarían dos largos períodos históricos, entre 1917 y 1968, en los que se consolidaría el régimen político resultado de la revolución y el establecimiento del sistema de Partido de Estado, hasta que tanto la resistencia de los de abajo se convirtió en un movimiento social con capacidad de cuestionar las políticas económicas del régimen y quebrar su sistema corporativista de control social, como la imposición de los intereses de los de arriba, la “Sociedad del poder” y del dinero obligó a cambiar a la clase política dominante en la perspectiva de la modernización neoliberal global.
Tendrían que pasar veinticinco largos años más (1968-1994) de una cruenta lucha de clases en la que tuvo lugar prácticamente una guerra civil, no reconocida suficientemente aun, si la valoramos por los saldos en muertes, represión y exclusión de miles de mexicanos (una muestra contundente siguen siendo los cuatro mil desaparecidos que por razones políticas se siguen reivindicando), para que surgiera una sublevación indígena que dijera ¡ya basta!, con suficiente fuerza como para obligar a replantearse el proyecto de nación que ha dominado hasta ahora. Los diferentes sujetos que se oponían al modelo neoliberal tenían claro desde 1982, año en que se dio el viraje en la clase política mexicana y asumió la dirección la fracción tecnócrata de los capitalistas, que la plataforma en la que se daría la confrontación se redimensionaba, para convertirse en mundial, donde lo global y lo local, el centro y la periferia, el adentro y el afuera, ya no serían lo mismo, ni con respecto al poder ni con respecto a la rebeldía. Así, el poder ya no estaría fijado a un solo centro, ni el Estado sería el único lugar desde donde se orquestara la disciplina y el control social, y en el mismo sentido no existirían espacios geográficos exclusivos para ninguna clase social, sino que la totalidad del planeta sería objeto de control y ocupación, los otros estarían en todos lados, además nadie quedaría neutral, pues se es aliado o enemigo.
Con todo, la coyuntura que definiría el final del último período del siglo XX y el principio del tercer milenio en la civilización occidental y cristiana, estaría caracterizada no sólo por la guerra total contra la humanidad de la “Sociedad del poder”, sino por la iniciativa de un Sujeto que, sin desconocer a otros, marcaría una nueva forma de entender la política, en donde ya no dominaría más la idea hegemónica de Estado y Poder en las formas de hacer política entre los sujetos de la resistencia y la rebeldía; con esto lo que quiero decir es que ya no sería la única idea que dominaría el por-venir. A partir de aquí, el paradigma de la Realpolitik2 estará cuestionado por uno nuevo donde “el que manda, manda obedeciendo” y en donde la idea del mundo es que sea “un mundo donde quepan muchos mundos”.
El sujeto zapatista viene de lejos; su propuesta de una forma de hacer política desinvestida de la idea de Poder y Estado estaba “enterrada” en las culturas indígenas que como la Tojolabal sólo reconoce la subjetividad como Intersubjetividad3; es decir, no hay objetos al margen del sujeto y por lo tanto no hay lo otro separado del nosotros. El Zapatismo, como movimiento de resistencia, también viene de las entrañas de la revolución, donde los campesinos e indígenas se reconocieron en las ideas autogestivas y libertarias del Magonismo y, por supuesto, recreando las autonomistas y comunitarias milenarias. El Zapatismo tiene muchos momentos históricos en sus despliegues emergentes, ya sea como sublevaciones locales, como formas políticas y culturales de su subjetividad.
La necesidad de reconocer al Zapatismo también es dar cuenta de su pensamiento político, que no pocos estudiosos han considerado como una aportación al pensamiento teórico en las ciencias sociales4, con la cualidad de que es desde el movimiento y por los sujetos que lo conforman desde donde se desarrolla la práctica política y su reflexión teórica correspondiente. En esta perspectiva, presento a continuación una síntesis de la concepción que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional [EZLN] tiene sobre la “Guerra Total” contra la humanidad, que han implementado los diferentes sujetos que constituyen la “Sociedad del poder” como forma de hacer política en el contexto actual.
La guerra es el escenario que impone a la humanidad entera el capitalismo que por ese medio pretende renovarse. La crisis de la globalización neoliberal tiene en la estrategia de guerra preventiva, con sus modalidades de contrainsurgencia que aplica que según la localidad, su apuesta para revertir la resistencia que cientos de miles de organizaciones, comunidades, pueblos y movimientos sociales realizan por todo el planeta, desde sus localidades y regiones.
La idea de la “Cuarta Guerra Mundial” la planteó el SubComandante Insurgente Marcos [SCI Marcos] del EZLN a propósito de una visita que la Comisión Civil Internacional de Observación de los Derechos Humanos realizó a La Realidad, Chiapas, en noviembre 20 de 1999. En esa ocasión definió toda una concepción sobre la Guerra Total que se comprobaría, en todas sus modalidades de operación durante los años que siguieron. Entonces advertía:
Hay varias constantes en las llamadas guerras mundiales, sea la Primera Guerra Mundial, la Segunda o las que nosotros llamamos la Tercera y Cuarta… Una de estas constantes es la conquista de territorios y su reorganización. Después de la Primera Guerra Mundial hay un nuevo mapamundi, después de la Segunda Guerra Mundial hay otro mapamundi.
Al término de lo que nosotros nos atrevemos a llamar Tercera Guerra Mundial y que otros llaman Guerra Fría, hubo una conquista de territorios y una reorganización. A grandes rasgos, se puede ubicar a finales de los años ochenta, con el derrumbe del campo socialista de la Unión Soviética y al principio de los años noventa al vislumbrarse lo que llamamos la Cuarta Guerra Mundial. [SCI Marcos, 1999].
El SCI Marcos señala que hay dos constantes más en las guerras mundiales: la destrucción del enemigo y la administración de la conquista. De la Tercera Guerra Mundial que se extiende desde 1946 y hasta 1985-1990, dice que es una gran guerra mundial compuesta de muchas guerras locales y tenía a dos actores principales: Estados Unidos y la Unión Soviética, y la mayoría de los países europeos, América Latina, África y partes de Asia y Oceanía, en las que intervenían las dos superpotencias. Después, con la victoria de EE UU sobre la URSS, se inicia la Cuarta Guerra Mundial, donde el territorio por conquistar y reorganizar es ya todo el planeta y el enemigo por destruir son dos terceras partes de la humanidad que sobran, según la lógica del mercado, pues ni son productores ni son consumidores adecuados a la acumulación de capital. En este sentido el SCI Marcos puntualiza “no quiere decir acabar con la gente, sino con las formas de ser de la gente” y que “después de destruir hay que reconstruir. Reconstruir los territorios y darles otro lugar. El lugar que determinen las leyes del mercado” [SCI Marcos, 1999].
En este contexto, sostiene el SCI Marcos, la estrategia de guerra tiene varias dimensiones y formas de operación que han evolucionado durante el transcurso de la Tercera y Cuarta Guerra Mundiales, a saber: donde haya que colonizar con la intervención de ejércitos completos se hará así, y donde sea suficiente con la intervención de los ejércitos propios de cada país, pues así será. Lo mismo que si se requiere de fuerzas de ocupación militar combinadas con paramilitares y policías (como en el caso de Chiapas), de tal manera que el control de las sociedades civiles y pueblos completos se garantice. Así, las guerras ya no se rigen por las convenciones establecidas sino que ahora “se desarrolla el concepto de Guerra Total: en la doctrina militar entran elementos que ya no son militares… los medios de comunicación… medidas económicas, con medidas políticas y con diplomacia… la ideología… no es sólo una guerra en todos los frentes, es una guerra que puede estar en cualquier lado, una guerra totalizadora en donde el mundo entero está en juego. Guerra Total quiere decir: en cualquier momento, en cualquier lugar, bajo cualquier circunstancia… el mundo ya no es el mundo, es una aldea y todo está cerquita” [SCI Marcos, 1999].
En la Guerra Total, de acuerdo con el SCI Marcos, la doctrina militar considera la totalidad del mundo como traspatio porque el mundo globalizado produce simultaneidad y un esquema ya no es suficiente para construir todas las respuestas militares que se requieren en todas las partes del mundo. En esta doctrina se agrega otro elemento: el paso de la “estrategia de contención” a la de “alargamiento” o de “extensión”, en la que además de conquistar un territorio y contener al enemigo, se trata de prolongar el conflicto a “actos de no-guerra”, configurando así una nueva concepción militar de “intensificación de la ocupación del territorio”, ocupando a todo y todos cuanto lo habitan, de tal manera que “ya no hay civiles y neutrales. Todo el mundo es parte del conflicto… eres aliado o enemigo” [Cf. SCI Marcos, 1999]
Las condiciones de vida y socialidad que trajo consigo el sistema capitalista y que exacerba su modelo neoliberal desde la década de los ochenta en que se globalizó, están colapsadas de tal manera que la mayoría de la población tiene serios problemas para sobrevivir y sus redes de solidaridad social son objeto de ataque por las políticas tanto de asistencia social como de seguridad policíaca por parte de la clase política dominante.
Desde esta situación de precariedad económica y social es que se puede entender la necesidad de creación de formas de resistencia que den sentido a la existencia y que, desde la recuperación de la dignidad, se construyan alternativas de vida donde la esperanza en un mundo diferente se convierte en la construcción del presente a partir de conectarse las diferentes acciones e iniciativas, que por más sencillas y elementales, representa un golpe mortal al sistema de reproducción capitalista que tiene en la separación-fragmentación entre los seres humanos, su fundamento. Se trata, pues, de la reconstitución del flujo social del hacer [Cf. Holloway, 2002].
El EZLN advierte esta situación especialmente desde su gran recorrido por toda la geografía de México, en 1999 cuando destinó a cinco mil zapatistas5 –dos por cada uno de los más de dos mil cuatrocientos municipios que conforman los 32 estados de la federación– para que dialogaran con toda la población; ahí observaron que existía una gran insubordinación (incluyendo la no subordinación) que no se expresaba en discursos públicos o manifiestos, y que en muchos casos se expresaba de manera ambigua y contradictoria en las acciones de lucha y resistencia, pero siempre, en todos los casos, haciendo evidente el dolor y el coraje ante las condiciones indignas y de miseria a que estaban sometidos.
El EZLN ponía en juego el despliegue del diálogo que inauguraría, como forma de hacer política, en 1995 con la iniciativa de convocar e incidir en los llamados Diálogos de San Andrés que sostuvo con el gobierno en San Andrés Sakamchen de los Pobres, Chiapas, para acordar la paz con base en la inclusión de los derechos y el reconocimiento de las culturas indígenas en la ley constitucional, a todas las organizaciones de la sociedad civil y los más de cincuenta pueblos indios que habitan la república mexicana. Posteriormente, con la marcha-caravana de los comandantes del EZLN, en los primeros meses del 2001, donde recorrieron desde la Selva Lacandona hasta la ciudad de México, la mitad del territorio nacional, volverían a promover el diálogo, en el que los zapatistas experimentarían su método para hacer política, uno de cuyos desafíos es pensar, en lugar de teorizar, en función de lo que hacen y dicen los no subordinados y los que ya se insubordinan. Ellos sostienen que para pensar como zapatistas hay que escuchar, preguntar, observar-mirar, para dar cuenta de los sujetos concretos desde su práctica; es decir, caminar, preguntándose a propósito de la acción experimentada por los sujetos.
Uno de los resultados de ese reconocimiento de la resistencia que fueron encontrando por todos los lugares, lo presentaron en un amplio documento conocido como México 2003 Otro Calendario. El de la Resistencia, dado a conocer en febrero de 2003 y que posteriormente se completó con el documento denominado Chiapas, la treceava estela: Un Caracol; en él dan cuenta de la propia rebeldía que como pueblos indígenas zapatistas estaban llevando a cabo. El EZLN abre una coyuntura el 1° de enero del 20036 orientada a construir un escenario donde se articulen todo tipo de resistencias y rebeldías, no para disputar políticamente los espacios en el tablero de la guerra total contra la humanidad. La apuesta está por la acción que tomen los millones de seres humanos que en y desde sus regiones y localidades resisten y optan por la rebeldía. No se trata de un optimismo ingenuo sino del reconocimiento del quehacer de los sujetos en resistencia desde su vida cotidiana entendida como un “dado dándose” que no tiene por qué confundirse con la idea de la Revolución en tanto momento espectacular dentro del curso de la historia.
La organización y la lucha que se experimenta con el desarrollo de la autonomía, la dignidad y la resistencia entre los pueblos y comunidades zapatistas es una forma de hacer política, y en ese sentido, habrá que entender también el silencio que ha marcado siempre la práctica zapatista en situaciones previas al lanzamiento de iniciativas político-organizativas, silencio que solo es la forma en que construyen la plataforma para lanzar sus proyectos; es el tiempo de escuchar y preparar el siguiente paso.
El zapatismo, más allá de las evidencias, da cuenta de que no sólo es un movimiento de resistencia, también es una rebelión ética, un movimiento por nuevas relaciones sociales: que no lucha por el poder, ni por ser un partido político, ni por tomar el control de las instituciones del Estado. El EZLN planteó la resistencia como forma de defensa de la soberanía popular en el contexto en que se produce la crisis de las soberanías nacionales. Es decir, una política donde el tiempo y la forma los determina el método de consultar, escuchar y mandar obedeciendo a los integrantes de todo el movimiento. Así, ya no sólo se trata de construir un nuevo sistema político, sino el de lograrlo a través de una nueva forma de hacer política donde el reconocer la diferencia de los otros se traduce en un mundo donde quepan todos; no por otra cosa se puede observar que el EZLN siempre se refiere a los diferentes: hombres, mujeres, niños, ancianos, lesbianas, homosexuales, bisexuales, trabajadores y trabajadoras sexuales, jóvenes, estudiantes, etcétera.
En la perspectiva zapatista de la rebeldía, además, existe un deslinde de lo que ha sido la forma política de entender la revolución, tanto como forma de hacer política y objetivo de los revolucionarios. La crítica a la idea de la revolución por lo que de ella se ha realizado: un proceso para reproducir las relaciones sociales de dominación, luego del asalto al poder por aquéllos que se convierten en los nuevos gobernantes que de ella emanan. La revolución entendida como hacer política para tomar el poder y controlar el Estado. El EZLN, a través de su vocero el SCI Marcos, introdujo a la discusión y al debate nuevos elementos sobre el método zapatista de hacer política, durante la “caravana de la dignidad” que realizaron los comandantes en marzo del 2001. A continuación algunos extractos del discurso zapatista:
Consideramos que no es ético que todo se valga por el objetivo del triunfo de la revolución… No es ético que la toma del poder cubra de bondad las acciones de cualquier organización de revolucionarios. No creemos eso de que el fin justifica los medios. Finalmente, nosotros pensamos que el medio es el fin. Construimos nuestro objetivo a la hora en que vamos construyendo los medios por los que vamos luchando. En ese sentido, el valor que le damos a la palabra, a la honestidad y a la sinceridad es grande, aunque a veces pequemos de ingenuos [SCI Marcos, 2001].
Nosotros nos ubicamos más como un rebelde que quiere cambios sociales. Es decir, la definición como el revolucionario clásico no nos queda. En el contexto donde surgimos, en las comunidades indígenas, no existía esa expectativa, porque el sujeto colectivo lo es también en el proceso revolucionario, y es el que marca las pautas… El revolucionario tiende a convertirse en un político y el rebelde social no deja de ser un rebelde social… Porque un revolucionario se plantea fundamentalmente transformar las cosas desde arriba, no desde abajo, al revés del rebelde social. El revolucionario se plantea: vamos a hacer un movimiento, tomo el poder y desde arriba transformo las cosas, y el rebelde social, no [SCI Marcos, 2001].
Con la idea de rebeldía, los zapatistas ratifican su renuncia a ser vanguardia, cuestión que va contra la teoría y la práctica tradicional de la izquierda. En este sentido, la idea no es quién tiene la verdad o el programa más revolucionario, sino cómo se integra a todos con sus diferencias, de tal manera que el calendariotiempo y la agenda de los pueblos y movimientos sociales no son los de los partidos políticos y los gobiernos. Y en esto habrá que destacar la forma en que actualmente, con la modernización neoautoritaria del régimen, la elite del poder ha resuelto salir de la crisis política en que se encuentra: a través de un proceso de distribución selectiva del poder político entre la clase dominante, entre la burocracia de los partidos y la burguesía, que no significa siquiera la democratización del poder y menos un cambio en la relación entre gobernantes y gobernados. Se trata también, de parte del imperio del capital, de tener el control sobre los “nativos” del poder y el dinero local, en la perspectiva de la globalización neoliberal de romper con las fronteras de la soberanía de las naciones para dejar paso libre al mercado dominado por las transnacionales.
Con todo, la misma condición de la acumulación del poder y el dinero, no logra una fórmula hegemónica que se traduzca en disciplina y control mundial del mercado y conformación de un sistema político internacional. El uso de la guerra como extensión de la política en la concepción de la Sociedad del Poder y el Dinero tiene en las guerras locales y en los conflictos nacionales, además de un sistema de control de las luchas de liberación nacional, un gran negocio de armas, drogas y saqueo de recursos naturales.
Así, en la lógica de la rebeldía, estamos frente al desafío que representa superar el trauma de la conquista de que hemos sido objeto durante más de quinientos años y de una cultura paternalista, y corporativista [Cf. Páramo, 1992]. La estrategia de la Resistencia y la Dignidad, el modelo y método zapatista de hacer política, donde los medios son el fin y los seres humanos no son vistos como medios, nos convierte en Sujetos de la acción y por tanto en los condicionantes para el tipo de futuro que hoy ya existe con sólo nombrarlo.
1 Sociedad del Poder es un concepto que utiliza el SCI Marcos para referirse al “colectivo de dirección que ha desplazado a la clase política de la toma de decisiones fundamentales. Se trata de un grupo que no sólo detenta el poder económico y no sólo en una nación. Más que aglutinada orgánicamente se conforma por compartir objetivos y métodos comunes. Aún en proceso de formación y consolidación, la Sociedad del Poder trata de llenar el vacío dejado por los estados nacionales y sus clases políticas. La Sociedad del Poder controla organismos financieros (y, por ende, países enteros), medios de comunicación, corporaciones industriales y comerciales, centros educativos, ejércitos y policías públicos y privados. La Sociedad del Poder desea un Estado mundial con un gobierno supranacional, pero no trabaja en su construcción” [SCI Marcos, 2003].
2 Denominaré “paradigma de la realpolitik” al modelo teórico que tiene la idea de que el fin justifica los medios como la base fundamental para justificar el pragmatismo y el realismo en las formas de entender y hacer política.
3 El concepto de Intersubjetividad en los Tojolabales, nos lo muestra Carlos Lenkersdorf: advierte que a diferencia de la cultura occidental, carece de objetos subordinados a los sujetos. En la estructura Tojolabal en la ausencia del objeto aparece otro objeto. “En la cosmovisión intersubjetiva, desde la palabra clave del nosotros, todos somos sujetos que nos necesitamos los unos a los otros y nos complementamos entre nosotros” [Lenkersdorf, 2002].
4 Pablo González Casanova ha escrito algunos ensayos al respecto, destacando su ensayo “La teoría de la selva Lacandona” y John Holloway en su libro Cambiar el mundo sin tomar el poder y su ensayo “El zapatismo y las ciencias sociales”.
5 Habrá que recordar que antes ya habían hecho recorridos, como cuando salieron 1.111 representantes de las 1.111 comunidades base de apoyo zapatistas como delegados a la fundación del Frente Zapatista de Liberación Nacional en 1997.
6 Ver los discursos de los diferentes comandantes dando por terminada la coyuntura del silencio que guardaron desde mediados de 2001 en que los tres poderes del Estado incumplieron con los Acuerdos de San Andrés. En esos discursos dejaron claro, entre otras cosas que dejaban de ser interlocutores todos los miembros de la clase política mexicana.
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Pablo Emilio Angarita Cañas**
* Este artículo hace parte de un avance de la investigación en curso titulada “Libertad y Orden. Seguridad, orden público y libertades democráticas en una sociedad en conflicto: Medellín, 1993-2003”, aprobada por el CODI (Comité de investigaciones) de la Universidad de Antioquia, cuyo director es el mismo autor de este escrito.
** Magíster en Ciencias Políticas. Especialista en Derechos Humanos y D.I.H. Docente e investigador en la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia. Coordinador del Grupo interdisciplinario de investigación sobre Conflictos y Violencias, del INER - Universidad de Antioquia, reconocido por Colciencias 2003. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Ubicado el contexto histórico-social en que se inscriben los conflictos en la ciudad de Medellín, se muestra cómo en los últimos años se ha intensificado la violencia, con rasgos típicos de guerra, calificada por algunos como “urbanización del conflicto armado”. Esta perspectiva es analizada aquí críticamente, al igual que el tratamiento dado por el gobierno nacional a la misma. La violencia urbana ha motivado estudios académicos y sus lecturas han servido de base a las políticas oficiales y programas de acción con la pretensión –hasta ahora fallida– de solucionar el problema. Las múltiples interpretaciones las hemos agrupado en cuatro grandes enfoques sobre la violencia urbana, que evaluamos en este artículo. En el cuarto enfoque, exponemos una síntesis de nuestra propuesta de acercamiento a la comprensión de los conflictos violentos de Medellín.
Palabras clave: Conflictos urbanos, violencia urbana, violencia, urbanización del conflicto, violencias en Medellín.
Localizado dentro do contexto histórico-social em que os conflitos da cidade de Medellín estão registrados, a intensificação da violência nos últimos anos é mostrada. Esta violência apresenta características típicas da guerra, descritas por alguns como "a urbanização do conflito armado". Esta perspectiva é analisada criticamente aqui, bem como o tratamento dado pelo governo nacional a esse problema. A violência urbana motivou estudos acadêmicos e suas leituras servem de base para políticas e ações oficiais com a intenção - frustrada até agora - de resolver o problema. Agrupamos as múltiplas interpretações em quatro abordagens principais da violência urbana, que avaliamos neste artigo. Na quarta perspectiva, apresentamos uma síntese da nossa proposta de abordagem para a compreensão dos conflitos violentos de Medellín.
Palavras-chave: conflitos urbanos, violência urbana, violência, urbanização de conflitos, violência em Medellín.
Located within the historical-social context in which the conflicts of the city of Medellin are registered, the intensification of violence in the last years is shown. This violence present typical characteristics of war, described by some as“the urbanization of armed conflict”. This perspective is critically analyzed here, as well as the treatment given by the national government to this problem. The urban violence has motivated academic studies and its readings serve as basis for official policies and actions with the intention –frustrated up to now– of solving the problem. We have grouped the multiple interpretations in four major approaches to urban violence, which we evaluate in this article. In the fourth perspective we present a synthesis of our proposal of approach to the understanding of the violent conflicts of Medellin.
Keywords: Urban conflicts, urban violence, violence, urbanization of conflict, violence in Medellín.
En Medellín, “En el barrio Manrique, zona de confluencia de muchos actores armados, cada 17 horas es asesinada una persona; según las autoridades, el 90% de las víctimas son hombres menores de 20 años…” (El Colombiano, 2002) y, en toda la ciudad, desde 1989 hasta el 2003 han sido asesinadas más de sesenta mil personas (Alcaldía de Medellín, 2003).
En Colombia, la tasa promedio de homicidios en el año 2002 fue de 66 muertos por cada cien mil habitantes (PNUD, Colombia 2003, p.105); en Bogotá, según su Secretaría de Gobierno, fue de 22 xcmh y en el mismo año, la Secretaría de Gobierno municipal de Medellín reportaba una tasa de 177 xcmh, cifra altamente significativa de la magnitud y gravedad del problema en la capital antioqueña1. Además, agrupaciones ilegales fuertemente armadas, persisten en controlar territorios, cobrar impuestos (“vacunas”), reclutar jóvenes, aplicar “justicia”, prestar el servicio público de seguridad e imponer su ley. Esto se da simultáneamente con el funcionamiento de una democracia formal y la existencia del aparato estatal de justicia, con sus diversos entes de seguridad oficial que funcionan “normalmente”.
Medellín, otrora ciudad pujante e industrial, con una administración pública que no cesa de proclamar que cuenta con los mejores servicios públicos de Colombia, y pese a todos los discursos oficiales, convive en medio de una violencia que rebasó al gobierno local y que recientemente motivó la decisión del gobierno nacional de intervenir militarmente el populoso sector de la Comuna 13. Procedimiento que, además, fue presentado por el presidente Uribe como el modelo a seguir para el tratamiento de problemáticas similares en otras ciudades del país. Este conjunto de situaciones ha reavivado el interés por entender el origen de la violencia urbana y hasta de precisar su denominación: ¿Se trata de una urbanización del conflicto armado nacional? ¿Podremos decir que es una guerra urbana, o es válida la calificación dada por el Presidente en el sentido de que son simplemente acciones terroristas contra toda la sociedad?
Para una adecuada comprensión de la confrontación armada establecida en ciudades como Medellín, se requiere de un conocimiento acerca de las condiciones socio-económicas y culturales en que se ha tejido su remota y su reciente historia, como resultado de una dinámica interna, y con fuerte incidencia de los factores y los actores protagonistas de la violencia colombiana. Por ello, es necesario determinar los diferentes hilos que tejen el entramado social y los nudos conflictivos que la sostienen, para evaluar hasta donde pueden ser adecuadas soluciones como la política de “seguridad democrática”, impulsada con tanto ahínco por el actual presidente de Colombia, u otras similares que se vienen aplicando en nuestras urbes.
Especialmente a partir de los años ochenta, con la emergencia del narcotráfico y sus prácticas violentas, y con el avance de la insurgencia, reaparecen algunos estudios con diversas interpretaciones acerca de la violencia urbana, pues hasta ese entonces era considerada como un fenómeno típico de las zonas rurales. El más destacado de los análisis fue el Informe presentado al Ministerio de Gobierno por la Comisión de Estudios sobre la Violencia (1987). Sectores como la academia, los medios de comunicación y el gobierno local ensayaron diversas lecturas del accionar violento, que hemos agrupado en tres grandes enfoques, a los que nos referiremos en este artículo. Algunos de estos diagnósticos sirvieron de base para las políticas públicas adelantadas por las administraciones municipales; sin embargo, al ser evaluados hoy nos permiten afirmar que, aunque contienen aspectos acertados, han sido equivocados o, por lo menos, no han logrado siquiera impedir el crecimiento de la violencia en la ciudad, por lo que hace falta una explicación que retome los aspectos válidos de los otros enfoques y construya una interpretación que abarque el fenómeno, lo cual proponemos realizar en el apartado final de este escrito.
En tanto que capital, Medellín durante el siglo XX fue receptora de varias olas migratorias, provenientes principalmente de las diferentes subregiones del departamento; poblaciones que durante décadas fueron constituyendo los asentamientos urbanos, la mayoría de ellos originariamente ilegales y que lentamente se fueron consolidando y legalizando, como lo narran varios estudios (Naranjo, 1992 y Villegas, 1993). La ciudad se convirtió en un atractivo para los inmigrantes quienes llegaban con la expectativa de satisfacer sus necesidades de empleo, educación, mejores servicios y en general unas condiciones superiores a las que vivían en el campo o en el pueblo del cual procedían y que debieron abandonar, la mayoría de veces motivados por la violencia.
El desproporcionado crecimiento que vivió la ciudad, se hizo especialmente notorio a partir de los años sesenta, y se manifestó en situaciones como la emergencia de conflictos centrados en la búsqueda de espacio para la vivienda, la dotación de equipamiento y servicios públicos (transporte, agua potable, alcantarillado, luz eléctrica, salud y educación). En la medida en que continuaban llegando oleadas migratorias a Medellín, la vivienda y los servicios se hacían insuficientes y a estos problemas se sumaron otros, como la falta de empleo, que tuvo su máxima expresión en los años ochenta, con la crisis del sector textil, cuyo cierre de empresas lanzó a la calle a miles de trabajadores, y con ellos dejó en la pobreza a los antiguos beneficiarios indirectos; aparejada al incremento del desempleo, emergió la tentadora oferta del narcotráfico que ilusionó a pobres y a ricos, generando una nueva dinámica, no sólo económica y social, sino de profundo impacto en las prácticas culturales y políticas de la sociedad antioqueña y de su capital.
Es así como a los antiguos conflictos laborales se sumaron los nuevos movimientos sociales de los años setenta y ochenta, con epicentro en los barrios populares que reclamaban mayor atención de las administraciones municipales al conjunto de sus necesidades básicas; y la presencia de numerosos ciclos de confrontación armada social y política, se vieron ahora realimentados por la tradición de violencia intrafamiliar, que había contado con cierta aceptación social.
Los distintos intentos explicativos de los conflictos y en particular de la violencia en Medellín podemos agruparlos básicamente en cuatro enfoques2, con matices en su interior, y algunos mezclados entre sí, que en este análisis clasificamos así: 1) socio-económico y espacial, 2) socio-cultural 3) sociopolítico y 4) intensificación del conflicto armado (guerra).
1) El enfoque lo denominamos socio-económico y espacial, pues centra la explicación de la violencia en la relación existente entre la pobreza y el carácter acelerado del crecimiento urbano. Remite especialmente al proceso histórico de configuración de la ciudad, desde los desplazamientos forzados generados por la violencia de mediados del siglo XX, el cual se desarrolló en cuatro etapas: de enfrentamiento (con antiguos pobladores, terratenientes y autoridades); de defensa (del territorio frente a nuevos invasores); de movilización (exigiendo de las autoridades su reconocimiento y equipamiento del barrio) y, finalmente, de conformación de grupos de autodefensa para protegerse de la delincuencia. Esta es la perspectiva de Villegas (1993) y, con algunas variantes, podemos incluir otros estudios similares (Melo, 1995; Instituto de Estudios Políticos, 1994). También pueden inscribirse en este enfoque, las incidencias sobre la violencia que han tenido los cambios en los procesos de acumulación capitalista y su impacto en el mundo laboral y en la organización de los trabajadores y su vida social (Betancur et al, 2001).
2) La interpretación socio cultural y el mundo de los valores, con una gama de matices, es relacionada por muchos estudios con el impacto cultural que produjo en la ciudad el narcotráfico. Una parte de estos, desde una mirada conservadora, atribuye la violencia a la pérdida de los antiguos valores cristianos, sugiriendo nostálgicamente el retorno a ellos, como frecuentemente lo expresan los sectores más tradicionalistas de la Iglesia Católica; mientras que otros –con una mirada más progresista– propugnan por la construcción de una ética civil que asuma nuevos catálogos axiológicos ciudadanos acordes con los tiempos actuales.
Una variante de este enfoque, muy ligada a la tendencia neoliberal, explica el problema como ausencia de educación para el tratamiento pacífico de los conflictos y para una cultura de tolerancia. Bajo esta orientación, buscando establecer correctivos, los gobernantes emprenden múltiples acciones educativas, como ocurrió en Antioquia, cuando el actual presidente Uribe fue gobernador, quien contrató asesores internacionales en resolución de conflictos e impulsó la capacitación de miles de expertos en conciliación y en el manejo pacífico de los conflictos, sin que tampoco esto haya podido modificar realmente la intensificación de los mismos.
Si bien son explicaciones con énfasis distintos, guardan en común la preocupación por las prácticas culturales y los imaginarios colectivos, así algunos establezcan una mayor relación que otras, con factores socio-económicos. Entre otros autores, sobresalen en este campo: Henao (1990), Jaramillo y Salazar (1992), Jaramillo et al (1998). Con todo y los aportes de esta perspectiva, sin embargo, una de sus grandes limitaciones es la identificación del conflicto urbano con la violencia urbana, con lo cual no logra tratar adecuadamente ni el uno ni la otra.
3) El enfoque socio-político explica la persistencia de la violencia por las deficiencias en la construcción de un sólido vínculo social, por las debilidades en la relación entre el Estado y la sociedad. La precariedad institucional del Estado –la impunidad es una clara muestra de ello–, o la ausencia de éste en las comunidades, como en el caso de las diversas formas de seguridad privada legal e ilegal. También se encuentran aquí las explicaciones que señalan las dinámicas de exclusión económica y social con altos efectos políticos; la privatización de lo público; y la estrecha articulación de las violencias urbanas con el conflicto político armado.
Investigaciones como la del Instituto de Estudios Políticos (1994), ubican que en la ciudad conviven dos realidades: una formal (para quienes rigen la justicia estatal) y otra informal, en la cual, como consecuencia de las precariedades económicas y la insatisfacción de los derechos básicos, se desborda la violencia, creándose grandes limitaciones para el desarrollo de lo público-estatal. Se percibe una gran debilidad política y una falta de legitimidad del Estado, dada su incapacidad para garantizar la seguridad, impartir la justicia, establecer el orden, y detentar el monopolio de la fuerza. Esta sería la base para la proliferación de grupos de justicia privada y las múltiples tributaciones (legales e ilegales) que soportan los ciudadanos, en medio de variados órdenes que compiten y conviven simultáneamente en un mismo territorio.
4) Inserto en el enfoque socio-político, pero como una variante especial, señalamos que la reciente violencia urbana sólo es posible comprenderla en el proceso histórico de larga duración, como resultante de los múltiples conflictos de diverso tipo: económicos, sociales y políticos, gestados en el traumático e inacabado proceso de constitución como ciudad. Una adecuada comprensión de la actual violencia urbana de Medellín, exige entender lo que ha significado el proceso acelerado de urbanización en sus complejos aspectos; los contrastes socio-económicos y culturales generados por la excesiva concentración de riqueza y la expansión de la pobreza; el auge del narcotráfico y de grupos urbanos armados y su incidencia en la ciudad formal y la informal y, finalmente, exige entender el actual nivel de escalamiento o intensificación de esta guerra urbana3, diferenciándola del terrorismo y estableciendo sus ligazones con la que se libra en el territorio nacional.
Dentro de esta última perspectiva de análisis, a continuación haremos una lectura de las políticas públicas adelantadas desde los diferentes gobiernos que han administrado a Medellín. Cabe anotar que aunque reconocemos el papel que han desempeñado diversos actores de la sociedad civil en la dinámica de los conflictos y en la construcción de la ciudad, la brevedad de esta digresión nos impide su consideración.
Una rápida retrospectiva de las políticas adelantadas por los diferentes gobiernos locales de Medellín en las últimas décadas, para enfrentar los distintos conflictos sociales, permite su clasificación en cinco grandes períodos, a saber:
En un primer período, ubicado en los años sesenta y setenta del siglo XX, se crearon los comités cívicos que asumían actividades y funciones propias del Estado para contribuir al embellecimiento de la ciudad con acciones de “limpieza social”, consistente en la “recolección” e internamiento por unos días, de aquellas personas que –según estos comités– afeaban la ciudad; posteriormente eran dejados en libertad después de haber sido atendidos en su presentación personal. Años más tarde, esa “limpieza social” pasó a mayores, convirtiéndose en asesinato de “indeseables”, como hasta el día de hoy sigue ocurriendo4. En algunos casos las acciones se pretendieron justificar socialmente, con el argumento de que la justicia no opera; con el mismo criterio esporádicamente fueron eliminados físicamente varios líderes sindicales y sociales, presunta o realmente vinculados con acciones subversivas. Algunos casos de estos significaron cuantiosas erogaciones económicas del Estado debido a las demandas judiciales que reclamaban indemnización por la actuación de sus agentes. La nota distintiva de ese momento fue la ausencia de una política estatal que incluyera en sus planes de gobierno el tratamiento de estos conflictos; se asumía una total indiferencia frente a estos o no se tenía conciencia de lo que lentamente se estaba gestando en el contexto social de Medellín.
Un segundo período, comprendido entre finales de los ochenta y comienzos de los noventa. A finales de los años ochenta la ciudad vivió una oleada de violencia y narcoterrorismo, especialmente dirigido por el cartel de Pablo Escobar, quien pagaba por el asesinato de policías. Fue entonces cuando, para enfrentar el conjunto de la problemática, se adelantó desde el Estado central el Programa de “Alternativas de futuro para Medellín”, a través de la Consejería Presidencial. Esta iniciativa se desarrolló en medio del relativo entusiasmo producido por la nueva Constitución Política de 1991, y tuvo varios aciertos, uno de los cuales fue el que, por primera vez en la historia de la ciudad, se convocaba a trabajar con una visión de conjunto, mediante un esfuerzo mancomunado de organizaciones y líderes de muy disímiles procedencias (empresarios, sindicalistas, comunales, mujeres, jóvenes, ONG e iglesias); en fin, se reunieron voceros de todos los sectores en una misma mesa de diálogo y propuestas (burgueses, proletarios y capas medias de la ciudad), bajo la coordinación del Estado, creándose importantes expectativas en las comunidades frente a las alternativas presentadas para tratar los conflictos de la ciudad. Sin embargo, en la segunda mitad de la década del noventa, paulatinamente se desmontó este programa, dejando inconclusas muchas de sus acciones y un nostálgico sabor de frustración en todos sus participantes, mientras que los problemas se continuaban acumulando.
A mediados de los noventa, entre las Alcaldías de Luis Alfredo Ramos y la de Sergio Naranjo, encontramos un tercer período caracterizado por la conformación de un Plan Estratégico de Seguridad para la ciudad como parte del Plan de Desarrollo municipal, dentro del cual se conformó la Oficina de Paz y Convivencia, cuya virtud consistió en asumir el reto de conocer, de manera especializada, los conflictos violentos de la ciudad. Por esta vía se logró un mejor acercamiento a las diversas formas de violencia y sus protagonistas; incluso se adelantaron procesos de desmovilización de algunos grupos milicianos y se diseñó una política de tratamiento de los conflictos barriales y armados, no exenta de graves errores, pero aún así, constituyó un gran paso adelante frente a los vacíos del pasado. Quizás una de las mayores debilidades de este programa fue su carácter marginal, aislado del conjunto de las políticas de la Alcaldía; además, las soluciones dadas a los grupos milicianos desmovilizados se vieron empañadas con hechos como el impulso a la famosa Cooperativa de Vigilancia y Seguridad Coosercom, que representó un anticipo de las posteriores Convivir5 y que, a juicio de muchos analistas, contribuyó al fortalecimiento del paramilitarismo urbano.
Dentro de los planes de actuación del Estado, ubicamos a finales de los noventas un cuarto período, determinado por la creación del Programa de Convivencia Ciudadana, diseñado y ejecutado con un empréstito del Banco Interamericano de Desarrollo-BID. Este Programa ha tenido serias limitaciones, tanto por las condiciones onerosas impuestas por el BID, como por el escaso compromiso real por parte de la Alcaldía presidida por Juan Gómez Martínez para el tratamiento pacífico de los conflictos6; pese a estas marcadas deficiencias, sus bondades estaban en la pretensión de dar respuestas estratégicas, articuladas y de conjunto, incluyendo alternativas para la superación de los más sobresalientes factores generadores de violencia de la ciudad.
Un quinto período está caracterizado por la gestión del trienio del actual alcalde Luis Pérez Gutiérrez (2001-2003). Durante ésta, los ritmos paquidérmicos de la burocracia estatal y las tramitomanía internacional frenaron el impulso inicial del Programa de Convivencia, lo cual se agravó con el desacuerdo expresado por el alcalde Pérez, quien inicialmente se opuso a la ejecución de varios de sus proyectos y dilapidó valiosos esfuerzos económicos y humanos que ya se habían invertido, pese a que con cargo al erario público se deben continuar pagando los altos costos financieros de la deuda, aunque se mantenga la parálisis o el retraso de sus acciones, y a sabiendas de que la ciudad continúa envuelta en una ola de violencias que atraviesa todos sus barrios y acentúa el sentimiento de impotencia e inseguridad; y ahora la administración, carente de un plan congruente de acción da bandazos en su intento de responder a las distintas formas de violencia y a la zozobra generalizada.
El programa de Luis Pérez incluía propuestas llamativas como la de “compro la guerra”; éstas en medio de cálculos economicistas, sustentaba la posibilidad de que mediante inversiones monetarias era más rentable para las personas vinculadas a los grupos armados el retirarse y obtener un salario para realizar un trabajo honesto y “reincorporarse a la civilidad”, nombre con el cual se dio a conocer el programa a mediados de 2003. Independientemente de las valoraciones éticas y políticas muy cuestionables de esta propuesta, lo cierto es que ya a punto de finalizar su mandato, la aplicación y sus resultados son prácticamente nulos. La propuesta quedó tan sólo en anuncios y en expectativas, pues no existe un número relevante de personas que habiendo desistido del accionar armado se hayan acogido al programa, así como tampoco se conocen personas vinculadas a empleos, en sectores como la Comuna 13 –que fue donde más se agitó esa idea–, en medio de las confrontaciones armadas y de las dos grandes operaciones militares que adelantaron las fuerzas armadas durante el año 20027. Al finalizar su mandato sólo podrá registrarse en esta materia la instalación de unas bases militares en la Comuna 13, inauguradas por el Presidente de la República, así como el proceso de ampliación de las unidades de policía para la ciudad. Pero, en materia de programas de convivencia y de seguridad, se continuó con ilusiones y sin resultados tangibles.
En las últimas administraciones municipales se ha vivido una constante paradoja: por una parte, se hacen grandes inversiones en tecnología para la seguridad (videovigilancia, número único, apoyo logístico a la policía) y, por la otra, la situación que, con algunos ligeros altibajos, presenta una tendencia de inseguridad, violencia y escalamiento del conflicto armado, bajo la forma de guerra.
A partir de la llegada de Uribe Vélez a la presidencia, el alcalde Luis Pérez acogió su política de “seguridad democrática”, cuyo énfasis está en acciones de carácter represivo8 y anuncios de inversión social, aunque ésta última ha sido sólo eso: anuncios, según lo constatan diversos sectores, como ha sucedido en la Comuna 13, en donde se experimentó el nuevo modelo, y en donde ahora el control y la seguridad están siendo ejercidos básicamente por los paramilitares, al punto que la han propuesto como una de las sedes urbanas para las posibles negociaciones entre las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia) y el gobierno nacional.
A modo de epílogo discutiremos tres tesis sobre el conflicto interno colombiano ampliamente difundidas en los medios de comunicación, especialmente durante el año 2002, a saber: 1) El supuesto de que la existencia y desarrollo del conflicto armado son ajenos a la inequidad social, 2) la consideración de la “urbanización del conflicto armado nacional” y, 3) la calificación del conflicto como el accionar de unos terroristas contra toda la sociedad.
1) Dirigentes políticos y empresariales recibieron con regocijo la crítica a la superada visión mecanicista que pretendía explicar todos los fenómenos de violencia a partir de la existencia de la pobreza o de factores de orden socio-económico. Entusiasmados, aceptaron la refutación de ese unilateral planteamiento, al extremo de negar cualquier relación entre la inequitativa distribución de la riqueza y la persistencia de la violencia, no obstante ser una situación hoy en día constatable empíricamente en Colombia y, en el caso de Medellín, a través del coeficiente GINI (que mide concentración de riqueza/ pobreza), del alto índice de desempleo abierto y el crecimiento del empleo informal en los últimos cinco años, o de los 82.000 hogares de la ciudad que para el año 2003 se encontraban privados de servicios públicos, según lo reporta la propia EPM; familias humildes a quienes de nada les sirve el que estas empresas sean consideradas modelo en el país y en Latinoamérica. Consideramos que si bien es cierto que no existe un determinismo económico causal con la violencia, sí son inocultables los nexos explicativos entre ésta y la inequidad social.
2) Muy ligada a la anterior idea, fue igualmente acogida la tesis, ya que pretendía justificar la persistente y expansiva oleada violenta en Medellín, como resultado de factores ajenos a nuestra propia dinámica interna. Se insistió mucho en que esta violencia se debía a la decisión de las FARC y las AUC de “llevar la guerra a las ciudades”, y con este análisis – independientemente de las intenciones– se obstruyó un sereno y detenido examen de lo que realmente venía sucediendo. Afortunadamente, incluso desde algunos sectores del mismo gobierno central, se rechazó esta tesis de la “urbanización del conflicto armado”, afirmando que: Las acciones del conflicto que golpean las ciudades tienen gran impacto y hacen parte de las tácticas de guerra por su efecto psicológico y mediático. No obstante esto no es suficiente para hablar de una urbanización del conflicto. (Vicepresidencia de la República, p.3), pues La percepción sobre una supuesta urbanización del conflicto responde entonces también a las actuaciones de las autoridades en su misión de controlar los grupos armados al margen de la ley. Los operativos recientes en la Comuna 13 de Medellín así lo indican. (Vicepresidencia de la República, p.7). Nuestra valoración es la de señalar que se trata del escalamiento o intensificación del conflicto armado urbano (guerra), estimulado –mas no determinado– por el conflicto armado de carácter nacional.
3) La tercera tesis, aunque muy simplista, merece ser mencionada y criticada, más que por sus argumentos –demasiado deleznables– sí por el poder real y simbólico de su autor. Nos referimos a la idea propalada por el Presidente de la República y coreada por sus ministros y por algunos medios, afirmando que en Colombia no hay conflicto armado, pues de lo que se trata es del accionar de unos terroristas, enemigos de toda la sociedad, “contra 44 millones de colombianos de bien”. Aunque es comprensible el afán de propinarle una derrota política y propagandista a los grupos insurgentes, dada la imposibilidad de derrotarlos militarmente, sin embargo, esa idea, además de no corresponder con la realidad, no ayuda a una comprensión del fenómeno para encontrar una adecuada superación del mismo, pues no establece elementales diferencias entre violencias, guerra y terrorismo. Amén de traer nocivos efectos en campos como los derechos humanos, al no permitir diferenciar entre combatientes y no combatientes, y al terminar identificando toda oposición política –ya sea inerme o violenta– como vulgar terrorismo.
Por lo anterior, reiteramos que una mejor explicación de lo transcurrido en una ciudad, en donde según la propia Secretaría de Gobierno de la Alcaldía, el año pasado hubo 3.722 muertes violentas, dentro de las cuales 171 ocurrieron en 51 masacres, requiere entender la confluencia de los múltiples factores estructurales y coyunturales que la determinan, tomar cada uno de sus conflictos en sí mismo, diferenciando una zona de otra (por ejemplo, no es lo mismo la forma como se conformaron y actúan los pobladores de la Comuna 13, que los de los barrios de la Comuna Nororiental); se precisa auscultar sus múltiples relaciones como parte del entramado social interno y en su interacción con la dinámica de la guerra nacional; establecer la forma como participan los diferentes sectores, según edades y géneros; el modus operandi y de influencia, tanto del Estado como de los distintos actores armados ilegales en cada zona de la ciudad. Igualmente, deberán analizarse las variadas respuestas asumidas por cada uno de los sectores frente a las prácticas violentas.
Una mirada analítica y comparativa de los diferentes estudios existentes sobre Medellín, nos permite concluir que no es cierta la tan difundida aseveración de que la ciudad se encuentra “sobre-diagnosticada”. Por el contrario, aquí es aplicable el sabio dictamen de Ortega y Gasset lo que pasa es que no sabemos qué es lo que nos pasa. En ese sentido, creemos que hacen falta más y mejores investigaciones que, lejos de posturas ideológicas fundamentalistas o al servicio de ciertos coyunturalismos políticos, ofrezcan reflexiones más omnicomprensivas y ayuden a encontrar salidas democráticas que contribuyan a fortalecer el tejido social y a construir una nueva institucionalidad verdaderamente incluyente.
1 Respecto de los datos estadísticos, para el caso de Medellín, cabe advertir la dificultad existente pues la constante han sido las diferencias en cuanto a las cifras producidas por las tres fuentes oficiales: Secretaría de Gobierno Municipal, Medicina Legal y la Policía Metropolitana. En este artículo, si no es afirmación diferente, la fuente usada es Secretaría de Gobierno.
2 La agrupación de estos enfoques es una idea parcialmente compartida con la investigadora Vilma Liliana Franco (2003), y desarrollada más ampliamente en escritos separados de ella y míos. Así mismo, en el “Balance de los Estudios sobre violencia en Antioquia” (Angarita, 2001) se ofrece un exhaustivo análisis de las investigaciones sobre el tema realizadas hasta el año 2000, y las diferentes tendencias interpretativas.
3 En otro artículo establecemos la diferenciación entre los conceptos de violencia, guerra y terrorismo. Véase Angarita (2003).
4 En la segunda semana de septiembre de 2003 fueron encontrados seis cadáveres de indigentes en el río Medellín, en un sector cercano al centro de la ciudad, ante la total indiferencia del gobierno y los distintos estamentos sociales.
5 Las polémicas asociaciones Convivir fueron creadas como grupos de ciudadanos que prestaban labores de vigilancia, especialmente en el campo y rápidamente se extendieron también a las ciudades. En el departamento de Antioquia contaron con gran impulso bajo la gobernación de Álvaro Uribe Vélez, posteriormente la Corte Constitucional las declaró parcialmente inconstitucionales. Para finales del noventa estaban aparentemente disueltas, aunque en la práctica continuaron existiendo en Medellín y ahora bajo la presidencia de Uribe Vélez están siendo reeditadas como tales y con otras denominaciones.
6 Nos referimos especialmente a que la administración municipal predicaba la resolución pacífica de los conflictos, al mismo tiempo que reprimía violentamente a diversos sectores sociales que salían a las calles a manifestar su inconformidad contra las medidas del gobierno central y con algunas decisiones del gobierno local, represión que se dio especialmente contra las protestas de los maestros, las organizaciones comunitarias, los afectados con la Avenida 76, empleados de la rama judicial, conductores de taxis y buses, y otros.
7 Se refiere a las operaciones “Mariscal”, realizada en mayo de 2002 y “Orión” de octubre del mismo año.
8 Un análisis de la implementación de la política de “seguridad democrática” puede verse en Angarita (2003).
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Elsa Blair *
Luz María Londoño **
* Este artículo es producto del trabajo de campo realizado con mujeres excombatientes de diferentes grupos armados colombianos en el marco de la investigación Mujeres en tiempos de guerra: una mirada a lo femenino en el contexto de los grupos armados colombianos, financiada por Colciencias, el INER y el OODI de la Universidad de Antioquia, 2002-2003. En él se hace una lectura analítica a partir de los testimonios de las mujeres entrevistadas.
** Doctora en Sociología de la UCL. Coordinadora del Grupo de investigación Cultura, Violencia y Territorio del INER. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
*** Psicóloga. Investigadora asociada del INER. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
El artículo recoge algunas reflexiones en tomo al trabajo de campo realizado con mujeres excombatientes de diversos grupos armados colombianos en el marco de la investigación Mujeres en tiempos de guerra: una mirada a lo femenino en el contexto de los grupos armados colombianos. A partir de una concepción de la guerra como construcción cultural, las autoras interrogan los efectos de la misma sobre su identidad femenina, es.to es, lo que la guerra ha representado para ellas como mujeres y los efectos que ha tenido en términos de su identidad genérica. Tras una reflexión inicial en torno a los desafíos éticos planteados por el trabajo de campo, las autoras abordan la problemática de la identidad de género a través de dos vías: por una parte, los campos o "nudos" temáticos que amarran las narraciones de las mujeres entrelistadas -la familia, la maternidad y los hijos, las relaciones con los "otros" , las experiencias de muerte y el dolor de la guerra-; y por otra, la forma particular en que ellas construyen sus relatos sobre su experiencia como combatientes. Por último, a partir de esa mirada analítica sobre la manera como estas mujeres han vivido y significado su experiencia como guerreras, las autoras plantean algunas conclusiones preliminares en torno a dicha problemática.
After a first reflection about the ethical challenges that emerged from the fieldwork , the authors refer to the gender identity in two ways: by one side, the "fields" or thematic "knots" that tie the uiomen narratives –family, mate" and their own children, their relations with "others", the way they experience death and the pain war brings–; by the other, the particular way in which they build their narratives as combatants. Finally, based on the way these women have lived and significa their experience as warriors, the authors present some preliminary conclusions about this problematic.
This article gathers some reflections from the fieldwork done with ex-combatant women from diverse Colombian armed movements in the research project "Women in wartimes: A look to the feminine in the context of Colombian armed movements". Viewing war a cultural construction the authors question the effects it has on their own feminir¿ identity; id est., that war has represented for them as women, and the effects it has had in their gendered identity.
Tal como yo lo acabo de relatar yo sí creo que tendríamos historias más personales más intimas, más desde el amor porque es que los hombres ven el mundo de afuera, ellos casi nunca ven el mundo de adentro. Si tu le preguntas hoy a mi compañero, al que fue mi compañero allá, le dices que cuente su historia allá, no te va a contar los amores, los desamores, sino que te va a contar las peleas políticas en que él se tuvo que pelear con los. Mirá por ejemplo lo importante que es para uno que lo quieran, yo digo: me pelié con (…) ya no me quiere, ¿cierto? Uno todo el tiempo es quién me quiere y quién no me quiere, es un poco como uno vive las cosas […] Y tal vez yo creo que las mujeres podríamos aportarle más inteligencia a la guerra. no porque seamos más inteligentes, sino porque somos menos vanidosas y los hombres son demasiado vanidosos y siempre conducirán un movimiento al despeñadero por no reconocer que se equivocaron, por ejemplo. Yo creo que las mujeres como estamos tan acostumbradas a equivocarnos o a que nos digan que nos equivocamos, entonces es como más fácil replantear echar pa' atrás, uno incluso todo el tiempo echa pa' atrás los hombres no. ellos nunca, o sea, ellos siempre tienen la razón […] Entonces eso por ejemplo, yo pienso que ese es un saber que. que las mujeres actuamos conduciendo la guerra hacen mucha falta en ese sentido, de que las mujeres somos mucho más autocríticas y paradójicamente yo no sé, pues eso ya son particularidades mías, yo creo que si los hombres tienen una mirada puede ser más de perspectiva, las mujeres podemos mirar lo particular con más. profundizar más. O sea, ellos pueden abarcar más panorámicamente, por ejemplo, pero yo creo que nosotras podemos ser más agudas en muchos momentos y más perceptivas de ciertas situaciones y de ciertas personas. Por ejemplo, las mujeres nos equivocamos menos con respecto a las personas que los hombres y eso es muy importante. por ejemplo, en una mesa de negociación eso es clave, percibir al otro. Entonces yo creo que las mujeres, como somos manipuladoras, entonces sabemos los puntos débiles. fácilmente nos ubicamos en el terreno de las debilidades del otro, porque conocemos las debilidades, sí? Entonces yo digo que son saberes que las mujeres. no le han podido aportar de pronto a la guerra.
Testimonio No. 4
¿Qué buscan las mujeres participando en la guerra? ¿Qué las hace renunciar a su vida "normal" y a la puesta en juego o, en muchos casos, a la renuncia definitiva de una serie de situaciones y experiencias que definen el "ser mujer" en esta sociedad? ¿Cómo han vivido la guerra y qué ha quedado para ellas después de tanto sacrificio, tanto dolor y tanta muerte?1 Con todo y la diversidad de experiencias que encontramos, su ser de mujer es removido hasta las entrañas. El aplazamiento de su maternidad2 es sólo la recta final de una serie de aplazamientos: el de su infancia3, el de su adolescencia, el del duelo por sus muertos, el del reencuentro con sus familias, el de esa sociedad "nueva" por la que muchas –la mayoría– se comprometieron en esta historia de guerras y de muertes. Su paso por la guerra es también la renuncia a muchos sueños. Ahora desmovilizadas, algunas de ellas confiadas en el lenguaje de la política más que en la fuerza de las armas, intentando re-construir sus vidas, son víctimas de la estigmat ización, amenazadas en su seguridad personal y familiar, desprotegidas en casi todos sus derechos. Sin reconstruir en muchos casos el entorno del que alguna vez salieron ni ningün otro, batallando en las calles su sustento y una posibilidad para sus familias, la mayoría de estas mujeres están solas, muy solas y con un cúmulo de sueños rotos. Pero ellas no son sólo portadoras de dolor y añoranzas: fuertes, empecinadas, resistentes, muchas luchan por reconstruir sus sueños y por reinstalar en sus vidas, en las de sus familias y en las del colectivo social nuevos referentes, donde "el país imaginado" está siempre presente4
Esta sociedad –quién lo creyera después de tanta guerra y de tanto trabajo sobre la guerra–, no conoce el drama humano que se teje detrás de cada historia, en cada palabra, en cada lágrima de estas mujeres. La evocación de episodios vividos por ellas y narrados en su propia voz, es sólo la punta del iceberg de un drama humano de inmensas proporciones, que la sociedad debe conocer y los gobiernos enfrentar si alguna vez piensan seriamente contribuir a situar el país en el lugar del post-conflicto. Ni el Estado ni la sociedad conocen tampoco la enorme fuerza, la vitalidad, la lucidez, la humanidad, la vida que hay en cada relato. Desde las dificultades a la posibilidad misma de entrevistarlas, desde el miedo y los riesgos, ellas son vulnerables. Con todo, ellas resisten y su resistencia tiene el valor que la guerra invisibiliza. Dar a conocer el drama y la resistencia5 de las mujeres en la guerra es lo que haremos en este artículo, desde la po sibilidad brindada por el trabajo de campo6
Este último, en un país como Colombia en la época actual, nos enfrentó a dos desafíos específicos: en primer lugar, al de lograr fidelidad a su palabra, tratando de aprehender la experiencia real de sufrimiento y de violencia que había en el la, con todas las implicaciones que trae consigo. Y, en segundo lugar, al desafío que representa dar un tratamiento digno a sus experiencias de guerra.
Si algo se ha invisibilizado en el estudio sobre las guerras es la palabra femenina, el lenguaje femenino7 Por esta razón, que nos llegue su palabra –la de estas mujeres actoras de la guerra– es una posibilidad enorme de penetrar en esa "caja negra" de la participación femenina en ellas. Su palabra, retratada en cada uno de los relatos, no es sólo el hilo que permite tejer sus experiencias de la guerra; es también portadora de sentido y una manera de atenuar su dolor como resultado de esta puesta en público8 Al narrar tejen sus historias haciendo inteligible su vivencia de la guerra. Así, estas mujeres encuentran un sentido a su experiencia que les permite elaborar el dolor. Construir ese sentido a través de su palabra es también un acto de "exorcismo" de la vivencia de la guerra. En efecto, las palabras sirven para dar voz a lo indecible y volverlo , por consiguiente, más controlable9
A más de la información aportada en términos investigativos al mostrar ese otro rostro de la guerra, es el sentido puesto en su narración el que nos interesaba desentrañar10 En ese propósito, una preocupación permanente durante la realización de las entrevistas y en general durante la ejecución de todo el trabajo de campo, apuntaba a que supiéramos "captar" con toda la fuerza de sus palabras la realidad de la experiencia que ellas habían vivido . Sin embargo, siempre supimos que por más "fieles" que fuéramos al relato, la escritura textual que pudiéramos hacer de dicha experiencia –esto es, su representación en la palabra–, nunca dejaría de ser una interpretación de parte nuestra. Incluso si, como nos lo propusimos en aras de dicha " fidelidad", más que entrevistas que se desarrollaran a la manera de un diálogo, la mayoría del tiempo dejamos fluir libremente su palabra. Ahora sabemos que no se trata de captar nada que esté previamente elaborado. El trabajo de campo pone en escena interacciones donde confluyen las palabras de unos y otros, de los investigadores/as y de los/as "informantes" El concepto de reflexividad introducido al marco del trabajo etnográfico por Guber11, aclara muchas de nuestras dudas al respecto y le da consistencia metodológica a la experiencia vivida en el desarrollo de este trabajo. En efecto, al establecer la comunicación entre ambos se crea una situación inédita, que recoge de unos y otros, y hace posible la comunicación construyendo realidades El mejor ejemplo de esta interacción se tejía en las entrevistas con hilos a veces casi imperceptibles: la timidez inicial pero también el deseo de hablar, la resistencia velada y a veces manifiesta a ser interrogadas. Después, su palabra incontenible, a borbotones, imparable, evidenciando la necesidad de hablar y hablar que, en términos de Veena Das, caracteriza a las personas que han vivido experiencias de violencia12. Sin duda en cada entrev ista estaban ellas, su experiencia y su relato, pero también estábamos nosotras generando contextos de comunicación capaces de producir ese discurso y este texto que entregamos ahora. Sabemos también ahora que escuchar esta palabra sobre y desde la guerra es "ver la guerra"13, y en escucha en estos contextos violentos es una manera, en este caso nuestra, de poner el dolor de cada una de ellas en la esfera pública14. Son, entonces, estas situaciones inéditas creadas desde su experiencia de la guerra puesta en palabras y nuestra "escucha", con su puesta en la escena pública, las que anotamos aquí.
En lo que toca con los conflictos violentos, las realidades contemporáneas están exigiendo cada vez más a los investigadores de las ciencias sociales ser más osados y menos ortodoxos al interrogar sus "objetos" de estudio, y están exigiendo, igualmente, un tratamiento digno de las situaciones que rodean a sus "informantes". Cuando estas personas en sus vivencias de la guerra pasan por situaciones-límite, el manejo adecuado de las personas y las situaciones es condición sine qua non de la práctica investigativa hoy. Sin duda, ninguna de las disciplinas sociales –como lo señala Nordstrom para la antropología–, prepara totalmente para evaluar las consideraciones éticas que rodean los estudios de circunstancias peligrosas y a menudo trágicas. Es por esto que cobra todo su sentido la afirmación según la cual escribir sobre las experiencias de violencia de la gente es aún más difícil que escribir sobre la violencia en sí15.
Los desafíos en este terreno son, sin duda, enormes. Entre ellos, en el desarrollo de este trabajo diferenciamos tres, ligados todos a la comprensión y a la narración posible de estas experiencias de vio lencia. Un primer desafío apunta a la dignidad y al respeto con los cuales se enfrenten estas experiencias de vio lencia, en lo que toca con las personas y las situaciones mismas. En la actualidad "siempre presente" del conflicto armado co lombiano , sin duda hay espacio para arriesgar la seguridad. Un segundo desafío se refiere a la manera como dichas experiencias se pongan en palabras: ¿Logramos captar el contenido real de tales experiencias? ¿Logramos narraciones capaces de decir el dolor y la vio lencia que refieren sin "traicionar" su palabra y sin invisibilizar la vio lencia?16. Un tercer desafío toca con el contenido de las experiencias mismas: ¿Cómo escuchar sobre el dolor, cómo "ver la guerra" y permanecer inmunes? Este último profundizado sin duda en este caso por un componente: el de la calidad de excombatientes de las mujeres entrevistadas, que en consecuencia las sitúa en un polo del conflicto, como actoras del mismo, y no como grupos de población civil que lo padecen.
En el grupo entrevistado y pese a su diversidad17, hay aspectos que son comunes a todas las mujeres y que, en distintos grados, se convierten en los ejes temáticos de su narración, en la columna vertebral de su relato, aun cuando el peso y la significación no sean los mismos para todas ellas. Aspectos como la familia, la maternidad y los hijos, las relaciones con el "otro", las experiencias de muerte, el dolor de la guerra, marcan cada histo ria, aunque sin duda de diferentes maneras18. Tópicos como el conflicto y la guerra misma o, más recientemente, la desmovilización, también aparecen con frecuencia. Ellos son, pues, lo que identificamos como los horizontes de significación que "amarran" elo cuentemente los relatos. Siguiéndole la pista a esos horizontes de significación que constituyen el hilo conductor que teje sus historias, es posible perfilar una cierta imagen de lo femenino, de la identidad femenina, como una aproximación al problema que nos ocupa.
Desde esa situación inédita de la comunicación e interacción a través del lenguaje19, los relatos que estas mujeres nos entregaron sobre sus experiencias de guerra –a partir de los cuales realizamos el análisis que entregamos aquí–, fueron tejidos desde su palabra, sus silencios, sus gestos y no pocas veces sus lágrimas, y desde nuestra mirada/lectura sobre ellos.
Queriendo construir un marco interpretativo de la experiencia de la guerra en femenino, nos asomamos a la manera particular en que ellas construyen sus relatos. Podemos plantear que un primer elemento que llama la atención es la profunda conexión existente entre la emoción y la razón. Si bien sus narraciones son ricas en elementos analíticos, donde ellas hacen una mirada aguda sobre aspectos tales como el por qué de su opción armada, la realidad social y política del país, las características de los grupos insurgentes donde militaron, la guerra, entre otros, dicho análisis no es el discurso frío sobre principios, lógicas, tácticas y estrategias político-militares. En otras palabras, su discurso no está hecho desde la distancia, a la manera de quien toma la posición del sujeto aséptico, que "disecciona", toma distancia, "limpia" su discurso de contenidos emocionales. Por el contrario, y aun a costa de dejarse tocar por la fuerza de los recuerdos evocados, son relatos plenos de emociones de diversa índole.
Hacer una lectura de las narraciones de estas mujeres sobre la guerra que vivieron como combatientes implica, para quien la realiza a fin de dar cuenta de su mirada, colocarse también donde ellas se colocan. Es decir, permitirse también ser "tocado " por la emoción, en procura de captar matices y significaciones que van más allá de la palabra misma. Porque en sus narraciones ellas se comunican no solamente a través de lo dicho, sino de otros lenguajes, que dicen tanto o más que las palabras: silencios prolongados, que surgen generalmente al hacer contacto con una experiencia dolorosa; el tono de la voz que decrece hasta hacerse casi imperceptible cuando hacen referencia a asuntos delicados o particularmente difíciles –un bajar la voz como si de alguna manera no quisieran oírse a sí mismas–; las vacilaciones, los tartamudeos y los cortes, que aparecen también en situacio nes complejas o cuando escarban en su memo ria para rescatar co n precisión un hecho… igualmente la risa, por momentos nervio sa o defensiva, como quien quiere restatle importancia a un asunto; o bien franca y abierta, como expresión de su sentido del humor y su vitalidad. Estas otras formas de decir, de las cuales están llenos sus relatos, constituyen una evidencia más del espacio que les conceden a sus emociones. Su observación detallada durante los encuentros con ellas, su registro fiel y su lectura cuidadosa en el contexto de su narración, implican de entrada validar estos otros lenguajes como recursos comunicativos. Pero ello sólo es posible desde una posición de apertura, que reconozca el ámbito de las emociones como elemento central de comprensión de la experiencia humana, en este caso de la guerra. Más aún cuando se busca desentrañar la significación particular que tiene una determinada experiencia desde un enfoque de género, donde las distintas posibilidades de contacto y expresión del mundo emocional parecen constituir un elemento central de diferenciación entre hombres y mujeres, al menos en lo que atañe a la cultura occidental.
Lo anterior cobra particular relevancia cuando la experiencia sobre la cual se reflexiona es la guerra, porque es justamente la imposibilidad de la expresión emocional la que se señala por muchas de las mujeres como condición de la guerra y como una de las cosas más difíciles de vivir para ellas dentro de la misma; el mundo de la guerra, tal como ellas lo ven, necesita para poderse sostener "suprimir" todo tipo de emociones que pudieran resultar desmoralizadoras para el ejército de combatientes Porque el dolor, la tristeza, la compasión, la ternura, la debilidad, el miedo, no resultan buena compañía para los guerreros y guerreras. No llorar la muerte de los compañeros, no mirar la cara del soldado muerto en combate20, no dar señales de debilidad física –ni agotamiento, ni dolor, ni cansancio–, son finalmente estrategias encaminadas a amordazar determinadas emociones en aras de construir la imagen del guerrero: el que todo lo puede, el invencible, el que no se arredra ante nad a, el imparable.
En este marco podemos decir también que son relatos donde lo cotidiano cobra particular relevancia. Su mirada no es la de las granldes gestas, donde lo heróico ocupa el primer plano. Es más bien una mirada que recoge asuntos que, desde una visión más convencional sobre la guerra21, podrían considerarse irrelevantes, pero que evidencian la importancia que le atribuyen a lo relacional, a lo íntimo, a la vivencia personal y, funiamentalmente, a lo que las conmueve. Y eso que las conmueve –que durante su experiencia como combatientes fue profundamente silenciado, so pena de ser tildado como "debilidad", o como "cuestiones de mujercitas"– se relaciona invariablemente con situaciones donde las personas son el referente: el nombre del amigo que ya no está, el dolor ocasionado a la madre que tuvo que plegarse a su decisión de abrazar la guerra, el gesto del civil que las apoyó en un momento de necesidad y que es capaz de conmoverlas hasta las lágrimas, la admiración por la señora que en medio de su pobreza mantenía las ollas relucientes, el dolor frente a la miseria y el abandono de poblaciones que conocieron en su trasegar guerrero. Son, pues, narrativas donde se pasa fácilmente del recuento histórico y el análisis político de coyuntura, a la anécdota concreta y precisa, construida a partir del contacto con el mundo de sus emociones. Esa facilidad para desplazarse de un sitio al otro, sin que pareciera existir una línea divisoria tajante entre ellos -entre eso que ha sido llamado "lo público" y "lo privado" -, constituye aparentemente una característica del discurso femenino. Discurso que finalmente lo que hace es dar cuenta de una manera particular de vvir el mundo, en este caso el mundo de la guerra. Merced a ello, el resultado son unas narrativas ricas en matices, en colores y en contenidos, donde emergen con igual fuerza el dolor frente a la destrucción y el sufrimiento propios de la guerra, y también la exaltación ante lo arrobador de un paisaje o la risa que nace de evocar una situación graciosa.
En nuestra búsqueda de elementos que nos acerquen a la comprensión de los procesos que se operan en las mujeres combatientes en términos de su identidad de género, encontramos también que el hecho de ser mujeres signa visiblemente su participación como combatientes desde la culpa. La ecuación "mujer fuente de vida" se convierte para varias de las entrevistadas en un referente desde el cual ellas y otros "juzgan" su militancia guerrera, dándole a ésta unas connotaciones diferentes a las que puedan existir para los varones: mientras para éstos la participación en la guerra como combatientes es vista como una cuestión natural, objeto incluso de reconocimiento, en las mujeres es objeto de rechazo y de sanción social22 Otro aspecto relacionado con " la culpa de las mujeres" que llama la atención es que ésta aparece también y de una manera muy importante referida a los hijos. La culpa porque sí y la culpa porque no: por haberlos dejado al cuidado de otros para irse a la guerra o por haberlos tenido con ellas y haberlos expuesto así a situaciones de clandestinidad, riesgo y violencia. Guerreras-madres… de nuevo los hijos instalados como referente de su accionar guerrero, como una impronta que marca dolores y culpas.
Es, pues, una culpa derivada de transgredir los patrones social y culturalmente aceptados de lo femenino: al negar su papel como mujeres-madres en la renuncia a su maternidad; al no cumplir el papel tradicional de madres por haber tenido los hijos en su periodo de lucha armada, y, de una manera particular, al participar en acciones violentas socialmente vistas como antinaturales en las mujeres23, como ejercer la crueldad o matar, cuando ellas han de ser "dadoras" de vida.
La reflexión en términos de la identidad de las mujeres combatientes, encuentra entonces en el campo de los valores que han definido tradicionalmente la feminidad y la masculinidad un aspecto necesario de tomar en cuenta. Por una parte, unas imágenes masculinas vinculadas fundamentalmente a valores "duros" (fuerza, razón, contención emocional, resistencia, riesgo, agresividad.) y unas imágenes femeninas construidas desde el polo contrario, que estimulan en las mujeres el desarrollo de lo relacional, de lo sensible, de lo emotivo, del cuidado de. Lo que torna problemática esta asignación no es sólo la oposición radical de referentes en la construcción de identidades, sino la desigual ponderación que existe en nuestra cultura de las características así asignadas, donde son justamente los valores "duros" los que reciben una mayor valoración social. Y tal como aparece en los relatos de las mujeres entrevistadas, la guerra lo que hace -pues lo necesita para poder ser- es maximizar "lo duro", pues "lo blando" resulta amenazador cuando se trata de "hacer la guerra", porque representa para el guerrero (la guerrera, en el caso de ellas) una condición de vulnerabilidad.
Esta consagración de "lo masculino" en el mundo de la guerra se constituye entonces para las mujeres entrevistadas en reto necesario de afrontar en su vida como combatientes. Demostrar a sus compañeros de lucha y a sí mismas que poseían las virtudes físicas, emocionales e intelectuales para desempeñarse en ese mundo guerrero; que eran capaces de ser tan valientes como ellos, tan fuertes como ellos, tan racionales como ellos, se torna un imperativo. El desafío que ello suponía sin duda revistió una magnitud tremenda, todavía más cuando en ellas mismas se encontraba instalado el referente de la supremacía masculina en campos tradicionalmente reservados a los varones, donde eran "los que más sabían" Demostrar (se) que eran capaces de desenvolverse en ese mundo de la guerra constituye a la vez demanda y deseo, motivación y costo, fuente de reconocimiento y fuente de negación de características y expresiones vitales de su ser mujer Para desempeñarse en ese mundo tienen que aceptar el reto. ¿Hasta dónde "renunciar" a "poner" en la guerra algo de "lo femenino" interiorizado por ellas? ¿A qué costos? Hay "pistas" en sus relatos que apuntan a señalar que si bien la experiencia de la guerra exige para todas las mujeres un grado de " asimilación masculina", en términos de las características asignadas a hombres y mujeres en nuestra cultura, son justamente aquellas donde dicha "asimilación" es mayor las que a la postre resultan más lesionadas emocionalmente por su experiencia en la guerra, más "rotas" en términos de la construcción-reconstrucción de su identidad como mujeres.
La gente me demostró que la resistencia emerge al primer signo de opresión y que está codificada de una manera más poderosa para recrear la cultura y la identidad contra las vicisitudes de la violencia y la opresión. Carolyn Nordstrom
En su trabajo sobre la etnografía de la guerra, Carolyn Nordstrom24 desarrolla reflexiones de enorme valor al abocar el estudio de poblaciones inmersas en experiencias de violencia, poniendo en evidencia la capacidad que desarrollan esas poblaciones para afrontar el dolor y la necesidad de sobrevivencia. Lo que destaca en este esfuerzo es, de un lado, la creatividad de la que se valen para hacerlo, y de otro, la capacidad de la resistencia ante la opresión y las vicisitudes de la violencia. Esta última tiene un gran significado en nuestro trabajo. Ella nos permite nombrar –con todo y las precisiones de su uso en el trabajo de Nordstrom–, todos esos esfuerzos de las mujeres por hacerle frente y literalmente resistir al proceso de "asimilación masculina" que les impone la guerra.
La guerra y su participación en ella como combatientes enfrenta a las mujeres a un gran desafío: la ambigüedad de una acción donde deben "masculinizarse" para hacer la guerra –lo que va desde vestir los "masculinos" uniformes militares, hasta hacer gala de tenacidad y valentía cuando no de acciones francamente heroicas para el combate, como reto para ser aceptadas, reconocidas y visibilizadas, con altos costos para su identidad– o reivindicar su identidad de género a costa del desconocimiento y el rechazo.
De manera similar a lo que ocurre en el caso de Mozambique estudiado por Nordstrom25, donde para sobrevivir la gente estaba obligada a crear, en el caso de las mujeres inscritas como combatientes en el conflicto armado colombiano, para mantener su identidad de género ellas están obligadas a resistir -y la creatividad es una de las formas de la resistencia- para no perderse en ese mundo "masculino" Si bien desde la perspectiva más política de "la causa" hombres y mujeres combatientes están del mismo lado, a la hora de las tareas, las responsabilidades y las cotidianidades de la guerra esta igualdad desaparece. En ese contexto, rigen en la mayoría de los casos la opresión, el autoritarismo, el desconocimiento y la invisibilización. Las mujeres deben hacer entonces resistencia a ese mundo masculino que se les impone.
Es por esto que, pese a la constatación de la participación de las mujeres, creemos que no existe lo femenino en la guerra. O, más precisamente, todos esos valores calificados como propios de lo femenino que no logran ser aplastados del todo, se cuelan por las ranuras de un mundo masculino que como tal los niega. Porque justo los espacios de la guerra donde las mujeres son visibles son aquellos que conforman el escenario masculino de la guerra, donde lo que se valora es el arrojo, el coraje, el heroísmo, la valentía, la tenacidad. Y los espacios donde son ellas mismas en su ser más femenino se tienen que colar por entre los resquicios de destrucción y muerte que deja la guerra. Ellas con su acción son pilares cotidianos de un escenario que las obliga a "parecerse" a los hombres. Su participación decisiva en la guerra ha sido una manera de emularlos, que ha conseguido invisibilizar a las mujeres desde la guerra misma. E l discurso de la igualdad está presente, en algunos grupos más que en otros, pero siempre y cuando igualdad signifique que ellas son "capaces" de comportarse "como" los hombres, "iguales a" los hombres. No de ser ellas mismas. No de establecer la diferencia. Con todo, como lo señala Cristina Rojas26 -y es ahí donde hablamos de resistencia- las mujeres desempeñan los papeles que le son asignados pero a la vez los subvierten, dando la vuelta a categorías impuestas, incluso a las consideradas naturales, para lograr ser ellas mismas.
En este caso, han demostrado tanta tenacidad y tanta fuerza como la de los hombres, pero su vitalidad y su esencia –con las cuales resisten– están en otra parte: en sostener esas "góticas de vida" que se cuelan por entre esos resquicios de la dureza de la guerra. Ellas son entonces las de la flor en el fusil, las del adorno en el equipo, las del gesto amable en medio de la dureza impuesta por la cotidianidad de la guerra. También las que emprenden acciones donde invocan un trato diferencial para ellas por el hecho de ser mujeres27, o donde, a pesar de que ello fuera menospreciado, nombrado con desdén u objeto de crítica28, pugnan por sensibilizar la guerra29. En algunos casos más que en otros las mujeres resisten: resistencia de las mujeres a la opresión de la que son objeto en el contexto de la guerra; resistencia podríamos decir a lo masculino y toda su secuela de valores "duros" entronizados en el escenario de la guerra; resistencia cuando introducen la emoción y no sólo la razón en la cotidianidad de la guerra; resistencia cuando debaten sobre las formas ortodoxas y rígidas de proceder en el manejo de los asuntos relacionados con la guerra; resistencia cuando intentan sensibilizar la guerra incorporando prácticas de cuidado de sí y del otro.
Frente a la insensibilización de un mundo construido sobre valores masculinos y "duros" , las mujeres resisten desde su feminidad. Son esas ranuras de vida que se filtran por los espacios de muerte de la guerra, donde son más ellas mismas: brotes de otro horizonte de significación que las mujeres hacen posible –aún sin saberlo– en ese mundo masculino de la guerra. En otras palabras, para resistir apelan a lo femenino en ellas –en un rescate de su identidad de género– y establecen la diferencia. Porque las mujeres no son iguales a los hombres y esto, tan evidente ahora a la luz de nuevas reflexiones del feminismo, hubiera podido, en su momento, cambiar el horizonte de participación de las mujeres en la guerra.
Con todo, sabemos que hay mujeres duras y completamente adscritas a los valores masculinos. Lo que es importante resaltar entre el grupo de mujeres entrevistadas es que quienes invocaron su derecho a lo femenino desde estas formas de resistencia, son no sólo las más creativas, sino también las que no perdieron del todo su autonomía y han podido enfrentar la desmovilizac ión y el regreso al "mundo civil" sin quebrarse o, en todo caso, menos quebradas. Son ellas las que a través de las diversas formas de resistencia, ejercidas contra la dominación de lo masculino de la guerra, sobreviven hoy con sus identidades " heridas", pero no de muerte.
1 Detrás de estas preguntas y buscando conocer el impacto de su experiencia como actoras de la guerra en su identidad de género, entrevistamos a un grupo de mujeres excombatientes. Con edades entre los 15 y los 54 años, la gama de experiencias y situaciones es sumamente diversa; un caso excepcional lo constituye una mujer fuera de este rango de edad.
2 Algunas no tienen hijos; otras los tuvieron tardíamente y para otras, aun cuando los tuvieron jóvenes y en la guerra, su maternidad –en ese contexto– fue siempre un aplazamiento. "La causa" estaba primero que todo, lo era todo.
3 Algunas de las mujeres entrevistadas estuvieron en la guerrilla desde su niñez. Una de ellas desde los 6 hasta los 13 años, cuando se desmovilizó. La entrevistamos 2 años después.
4 Si bien con excepciones, constituidas principalmente por menores de edad (quienes tomaron parte en la guerra en una época más reciente), la mayoría de las mujeres enttevistadas, cuya militancia atmada se realizó entre los años setenta y los noventa, han estado vinculadas de alguna manera después de su desmovilización a espacios u organizaciones sociales relacionadas con construcción de ciudadanía, ampliación de la democracia y atención a grupos sociales particularmente vulnerables. Pero también, gracias a sus palabras, sabemos de la existencia de muchas otras excombatientes que, una vez desmovilizadas, han preferido tratar de romper con su pasado y con cualquier referente que pudiera revivirlo. El dolor, el estigma y el riesgo que representa hacerse visibles en un país donde "no hay perdón ni olvido" –como lo dice una de las entrevistadas– nos privan de escuchar su voz y conocer su experiencia.
5 El término resistencia tiene aquí más su connotación especifica como acción humana (la de tesistir al dolor, a la dureza, a…), que un significado político de resistencia como oposición frente a otras opciones distintas a la dominante, cualquiera que fuera.
6 El trabajo de campo fue sin duda el que posibilitó el acceso a su palabra y a sus historias. Con todo, los presupuestos teóricos y metodológicos que lo acompañaron fueron también fundamentales. Esto es muy importante resaltarlo, dado que si bien la palabra de las mujeres es importantísima en sí misma, sin el mateo intetptetativo que la sostenía y los postulados con los cuales se hicieron las entrevistas dicho ttabajo hubiera sido pobre o, en todo caso, otra cosa.
7 Ahora sabemos que la experiencia de la guerra por parte de las mujeres no es un fenómeno de invención reciente. Ver: Elsa Blair y Yoana Nieto, Las mujeres en la guerra: Una historia por contar. (En prensa).
8 Mucha reflexión actual sobre memorias de las personas que han vivido situaciones de violencia en contextos de guerra ha evidenciado la necesidad de "narrar" y hacer público su sufrimiento como una vía de elaboración de esas situaciones traumáticas. Ver: Elsa Blair, "Memoria y Narrativa. La puesta del dolor en la escena pública", en: Revista Estudios Políticos, No. 21. Medellín, IEP, Universidad de Antioquia, diciembre 2002.
9 Nordstorm, 1997, Op. Cit., p.79.
10 Fue impactante la recurrencia de relatos donde ellas manifestaban hacer conciencia, al narrarlas, de una serie de experiencias que nunca antes habían pensado, una historia que ellas "nunca se habían contado a sí mismas". Hubo un redescubrimiento de ellas y sus vidas en la posibilidad de ser escuchadas y de poner en palabras sus experiencias, que en muchos casos estaban en bruto, sin ninguna posibilidad de elaboración. Hay algo de terapia en ello.
11 Siguiendo a Guber, podemos decir que la función performativa del lenguaje responde a dos de sus propiedades: la indexicaidad, que se refiere a la capacidad comunicativa de un grupo de personas en virtud de presuponer la existencia de significados comunes, de un saber socialmente compartido; y la reflexividad, con la cual las descripciones y afirmaciones sobre la realidad no sólo informan sobre ella, sino que la constituyen. Esto significa que el código no es informativo ni externo a la situación, sino que es eminentemente ptáctico y constitutivo. Describir una situación es, pues, construirla y definirla. La reflexividad señala la intima relación entre la comprensión y la expresión de dicha comprensión. El relato es el soporte y vehículo de esta intimidad. Ver: Rosana Guber, La etnografía, Bogotá, Norma, 2001, p.45.
12 DAS, Veena. "Anthropological Knowledge and Collective Violence", en: Antropology Today, 1 (3): 1985, pp.4-6. Citado en: Nordstrom, 1997, Op. Cit., p.20-21.
13 Una apteciación del autor holandés Adrián Van Dis, afirma que "ver la guerra es escuchar". El autor sostiene que mientras uno escucha estas historias, realmente está viendo la guerra ante sus ojos. Van Dis, Adrián. In Afrika. Amsterdam: Meulenhoff, 1991, p.44. Citado en: Nordstrom, 1997, Op. Cit., p.98.
14 La expresión es de la artista colombiana Doris Salcedo. Citado por: María Victoria Uribe, "En los márgenes de la Cultura", en: Arte y violencia desde 1948, Bogotá, Norma, Museo de Arte Moderno, 1999.
15 Nordstrom, 1997, Op Cit., p.9.
16 Santiago Villaveces, "La invisibilización de la violencia. Diálogo con la revista Utopías", en: http://www.upaz.uy/procesos/panamerica/colomb/invisib.htm
17 Cabe señalar que todas ellas hicieron paite de grupos insurgentes y en su mayoría se desempeñaron como combatientes entre 1970 y 1995. Sólo unas pocas - todas entre los 16 y 22 años- se desvincularon más recientemente de la lucha armada. Es muy importante señalar aquí que las mujeres entrevistadas son todas excombatientes y se encuentran actualmente desmovilizadas. Es a través de este lente de la desmovilización y la salida del grupo desde donde tejen sus relatos y reconstruyen sus memorias.
18 Existen otros tópicos también interesantes en términos de su identidad de género, como las alusiones al cuerpo y su relación por ejemplo con el uniforme y con las armas, o aspectos relacionados con la vivencia de su sexualidad, pero sus alusiones son menores en relación con éstos, y el análisis de los mismos también amerita mucha más reflexión antes de intentar avanzar con lo que serían sus significaciones. Hechos por ejemplo como la cesación de la menstruación (por el adiestramiento militar y demás), o las implicaciones de sus "alias" o nombres de guerra en su identidad, ameritan ser pensados más detenidamente.
19 Guber, Op. Cit., p.45.
20 En su libro, Vera Grabe hace mención de un compañero del M-19, que después de haber desobedecido la advertencia existente de no mirar la cara de un soldado caído en combate, pidió que lo dieran de alta de la fuerza militar. Vera Grabe, Ramones de vida, Bogotá, Planeta Colombiana, 2000, p.254-
21 Visión que ha sido tealizada fundamentalmente por los hombres.
22 Varias de las mujeres entrevistadas tuvieron también hermanos en la guerrilla. Pero mientras la vinculación de éstos no despertó el rechazo familiar –se asumía como "los hombres son así", o en el peor de los casos, "ellos son como más locos"– la vinculación de la hija fue vivida con connotaciones de tragedia y asumida incluso como fuente de sanción divina para ella y para la familia.
23 Al respecto, Franca Ongaro Basaglia plantea cómo, "apelando a una ley de la naturaleza tomada de manera grotescamente literal" (todo lo que la mujer es lo es por naturaleza), existen patámettos diferentes para juzgat el comportamiento de hombtes y mujeres, concediéndoles a éstas un margen mucho más estrecho de acción y de poder. En un intetesante ensayo sobre la mujer y la locura, dice al respecto: "La agresividad es uno de los atributos considerados naturales en el hombre […] La sanción y la condena a la conducta anormal de una mujer agresiva tienen un significado mucho más profundo que cuando se aplican al comportamiento anómalo masculino, ya que para él se toma en cuenta automáticamente la esfera social. Las anomalías femeninas son algo que afecta a las mismas raíces de aquello que es per se, y no exclusivamente lo que es para los otros. Es el ser mujer lo que se pone en juego. Ver: Franca Ongaro Basaglia, "La mujer y la locura", en: Sylvia Marcos, (Coord.), Antipsiquiatría y política. Intervenciones en el Cuarto Encuentro Internacional de Alternativas a la Psiquiatría, México, Editorial Extemporáneo S.A. 1980, p.167 (el resaltado es nuestro).
24 Nordstrom 1997, Op. Cit., p.10.
25 Íbid
26 ROJAS, Cristina. Civilización y violencia. La búsqueda de la identidad en la Colombia del siglo XIX, Bogotá, Norma, 2001, p.167
27 Como concederles papel higiénico a las mujeres, demanda respaldada en su momento incluso por el comité de salud de la organización insurgente, dado el riesgo de enfermedades vaginales asociadas a la carencia de éste.
28 Varias de las entrevistadas refieren que tales acciones etan descalificadas con argumentos como "son cosas de la ciudad", son "maticaditas", son "cosas de mujercitas"
29 Los testimonios de varias mujeres dan cuenta de acciones de diverso tipo en este sentido. Entre ellas el trabajo encaminado a ajustar el trato concedido a los prisioneros a las normas del Derecho Internacional Humanitatio; el trabajo de petsuasión realizado con los mandos pata abrir espacios donde otras mujeres combatientes pudieran expiesat los problemas personales que las aquejaban; la labor de escucha permanente y de apoyo emocional realizada por una mujer que ostentaba cierto rango frente a los problemas y necesidades de los combatientes más jóvenes.
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