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Métodos cualitativos y cuantitativos: el caso de la arqueología colombiana

Métodos qualitativos e quantitativos: o caso da arqueologia colombiana

Qualitative and quantitative methods: the case of Colombian archeology

Carl Henrik Langebaek*


* Departamento de Antropología - Universidad de los Andes. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.


Resumen

Este artículo discute el impacto de los métodos cuantitativos y cualitativos en una de las áreas de las ciencias sociales en Colombia: la arqueología. Sostiene que ninguno de ellos ha cumplido con su potencial desarrollo. Los primeros porque se han limitado a ser “herramientas”. Los segundos porque se han planteado exclusivamente como “reflexiones teóricas”. En el caso de la arqueología sólo una integración entre métodos cualitativos y cuantitativos fortalecerá la disciplina, en lugar de la predominante antítesis que frecuentemente se traza entre ellos. Para este fin se plantea que tanto las aproximaciones cuantitativas como las cualitativas pueden servir a propuestas hegemónicas y excluyentes. Por lo tanto ninguna puede reclamar superioridad moral sobre la otra.

Palabras clave: arqueología, métodos cuantitativos, métodos cualitativos.

Resumo

Este artigo discute o impacto de métodos quantitativos e qualitativos em Arqueologia na Colômbia. Propõe que nenhum dos dois métodos tenha cumprido seu desenvolvimento potencial devido ao seguinte: métodos quantitativos foram limitados a ser "ferramentas". E os métodos qualitativos foram considerados apenas como reflexões teóricas. No caso da arqueologia, apenas a integração entre métodos qualitativos e quantitativos fortalecerá a disciplina, em vez da antítese predominante que é freqüentemente elaborada entre elas. Para tanto, o artigo considera que abordagens tanto quantitativas como qualitativas podem servir para propostas hegemônicas e excluídas. Portanto, nenhum deles pode exigir superioridade moral do outro.

Palavras-chave: arqueologia, métodos quantitativos, métodos qualitativos.

Abstract

This article discusses the impact of quantitative and qualitative methods in Archaeology in Colombia. It proposes that none of the two methods has fulfilled its potential development due to the following: Quantitative methods have been limited to be “tools”. And qualitative methods have been considered just as theoretical reflections. In the case of archaeology, only the integration between qualitative and quantitative methods will strength the discipline, instead of the predominant antithesis that is frequently drawn up between them. To do so, the article considers that both quantitative approaches as well as qualitative ones can serve to hegemonic and excluding proposals. Therefore none of them can demand moral superiority on the other.

Keywords: archeology, quantitative methods, qualitative methods.


Cuando acepté escribir sobre métodos cualitativos confieso que sentí una reacción ambigua. Por un lado la arqueología, mi disciplina, de todas las ramas de la antropología, excepto la antropología física, es la más criticada (o defendida) por su cientifismo y pretensión de formalización cuantitativa. Pero, por otro lado, en Colombia, país que al fin y al cabo ha sido más de poetas que de matemáticos, la arqueología rara vez, y solo en tiempos muy recientes, ha aspirado a defender la validez de su cientificidad a partir de la formalización y aplicación de herramientas estadísticas y matemáticas. Personalmente me ha parecido que, pese a su enorme potencial, los arqueólogos colombianos han ignorado la aplicación de métodos cuantitativos rigurosos. Pero eso no quiere decir que abracen los métodos cualitativos de forma productiva. Cuando los conocen, rara vez los incorporan como “método” y sí como reflexión exclusivamente epistemológica. Definitivamente la cuestión parecía un buen motivo de reflexión. Por eso decidí preguntarme por la importancia de los métodos cualitativos y cuantitativos en la arqueología colombiana y establecer la trascendencia de esa distinción en el desarrollo y práctica del estudio del pasado en Colombia.

Investigación cuantitativainvestigación cualitativa

Antes algunas definiciones. Los métodos cualitativos han visto una enorme popularidad en los últimos años, a medida que las ciencias naturales han dejado de representar el modelo ideal y único de conocimiento científico. Incluso la física y la química han empezado a incluirlos en su inventario metodológico. Lo cierto es que hoy en día muchos hablan de “métodos cualitativos”. Pero es evidente que no todos hacen referencia a lo mismo. Las ciencias naturales se refieren a ellos como el razonamiento no numérico que los humanos utilizan para estimar la solución o la posible solución a problemas, especialmente cuando existe “información incompleta”. Las ciencias sociales generalmente hablan de indagaciones que utilizan múltiples fuentes de conocimiento para investigar fenómenos en un contexto de vida real en el cual la frontera entre el fenómeno, su contenido y el investigador mismo no se diferencian claramente (Wimmer y Dominick 1996). Aquí entiendo por métodos cualitativos las herramientas del razonamiento no numérico que admiten que la complejidad de los fenómenos sociales no se puede reducir a los análisis cuantitativos (ni a nada en específico) y que además no asume una distancia aséptica entre el fenómeno estudiado y el investigador.

Para la mayor parte de los investigadores, los métodos cualitativos rompen con el paradigma cientifista a favor de metodologías más amplias, flexibles y ricas que, de paso, retan a una “ciencia hegemónica” basada en el paradigma de las ciencias naturales y los métodos cuantitativos. Ciencia a la cual, por cierto, se le da el carácter de agente –independiente de sus actores– que aplasta gracias a sus “objetivos” métodos cuantitativos, otras formas de conocer. Se asume que los métodos cualitativos tienen esa fuerza liberadora por su propia naturaleza: implican un contacto prolongado con la situación de campo, incluso con su transcurrir banal de la realidad; la idea del investigador es ganar una visión holística, que integre las percepciones de los actores locales “desde adentro” y que, por tanto, pueda explicar las formas como la gente entiende, actúa y se desenvuelve; por último, la poca estandarización instrumental: el instrumento de mediación por excelencia en esta clase de investigaciones es el investigador mismo (Miles y Huberman 1994: 6-7).

Formulo que en la arqueología colombiana los métodos cuantitativos se han limitado a ser simples “herramientas de trabajo” que efectivamente han reducido la propuesta científica a un aspecto metodológico reduccionista, mientras que los métodos cualitativos no han pasado de limitarse a consideraciones epistemológicas. Por otra parte, quiero cuestionar que realmente se les pueda considerar propuestas antagónicas. Quiero preguntarme si los modelos hegemónicos se vinculan necesariamente con ciencias orientadas a la aplicación de métodos cuantitativos. También quiero mostrar que la aplicación de algunas de las características de los métodos cualitativos no implica automáticamente el desarrollo de una tradición reflexiva útil, al menos en cuanto a la arqueología, para conocer nuestro objeto de estudio. En el caso de la arqueología colombiana representa una doble tradición de desprecio por los métodos cuantitativos, ausencia de reflexividad crítica, y pretensiones hegemónicas de elite. Únicamente una seria consideración sobre cuál es el papel de los métodos cualitativos y cuál el de los métodos cuantitativos podrá contribuir a un estudio del pasado más riguroso, crítico y reflexivo. Y también no hegemónico.

La arqueología de la Ilustración

La arqueología, es necesario decirlo, surgió del afán de cuantificar, clasificar y formalizar, que caracterizó el nacimiento de las ciencias naturales. Y es que la arqueología ilustrada comenzó precisamente en la época en que el objetivo “científico” era equivalente a lo cuantificable.

En términos académicos, la mayor parte de los pensadores de la Ilustración mantuvo tres principios. El primero fue que toda pregunta genuina podía responderse. El segundo, que todas las respuestas se podían aprender y enseñar. El tercero, que todas las respuestas debían ser comparables entre sí. Más aún, las proposiciones eran verdaderas o falsas desde un único patrón idealmente basado en la “razón”. Y la “razón”, a su vez, se concretaba en una serie de métodos cuantitativos basados en la idea de que el universo era un libro abierto (cognoscible) elaborado en un lenguaje que no podía ser otro que el de las matemáticas (Crosby 1998). En este contexto, dos interpretaciones muy diferentes sobre la misma cosa no podían ser ciertas al mismo tiempo: o una era cierta y la otra falsa, o las dos estaban equivocadas. Había que encontrar, mediante la poderosa razón humana, la que fuera verdadera.

En el arte, como en la ciencia, se exigía una representación lo más exacta posible de la naturaleza. El razonamiento cuantitativo, la contrastación de propuestas de acuerdo con un criterio universal de validez hacían parte del programa ilustrado.

En abstracto, estos principios son válidos, como programa, para la Ilustración americana, y por tanto, para el nacimiento de la mayor parte de las “ciencias” en este país. El sabio Caldas consideraba que aquello arquitectónicamente bello era también producto de la razón y ésta, sin duda, se podía expresar en términos matemáticos. Uno de sus más conocidos trabajos que se relacionan con el origen de la arqueología corresponde a las construcciones arqueológicas ecuatorianas, las cuales debían “observarse” y “medirse”. Caldas, desde luego, no estaba solo en esto. Las ilustraciones de la Expedición Botánica son un buen ejemplo de lo que se esperaba del arte y de la ciencia. Para representar la realidad tal “como era” los pintores de la Expedición debían pintar las plantas antes que perdieran su vitalidad, cuando aún conservaban sus colores. Debían ser una imagen perfecta de la “realidad”, tanto por su forma y colores como por su tamaño. La instrucción de Mutis consistió en que se dibujara con “agudeza científica” la naturaleza.

Aunque el programa de la arqueología encajaba perfectamente en la racionalidad cuantitativa de la Ilustración, es necesario admitir que nunca se desarrolló exactamente dentro de esa línea. Una cosa era el programa ilustrado y otra su aplicación. Caldas –y muchos de sus contemporáneos como Tadeo Lozano, Ulloa, Salazar y Rodríguez (Langebaek 2003)– hicieron un llamado a lo formal, basado en las ciencias naturales, del pasado. Al igual que había ocurrido con Linneo en el campo de la naturaleza, los primeros intentos formales de diferenciar estadios de evolución social surgieron precisamente de esta época. Esto hizo de la arqueología, entonces, el estudio de las “antigüedades”, una parte razonablemente importante de la agenda Ilustrada. Pero si se estudian los periódicos de finales del siglo XVIII y principios del XIX (Langebaek 2003), la mayor parte de los criollos ilustrados enfatizó otros aspectos. A la hora de escribir sobre el pasado prehispánico optó por aquello que no resultaba medible o cuantificable. Rara vez acudió a los objetos o sitios arqueológicos. En cambio se preocupó por el análisis de las sagradas escrituras, o de ideas más clásicas como la existencia de la Atlántida. Incluso por la empatía con el medio, especialmente con el de la Sabana de Bogotá y las tierras altas. Para entender el pasado los criollos acudieron a sus propias percepciones sobre lo que ese pasado “debía haber sido” en términos rigurosamente desligados del registro arqueológico, y de su estudio cuantitativo. Desde el Papel Periódico Ilustrado, publicado antes de la guerra de Independencia, hasta el Correo del Orinoco, que salió a la luz en plena guerra, no se encuentra un solo estudio cuyo referente sea el registro material. Mucho menos una aproximación cuantitativa, formalizada o clasificatoria, sobre las sociedades prehispánicas. En cambio, se pueden leer innumerables exaltaciones poéticas, sonetos, fábulas y martirologios en los cuales el pasado se apropió por parte de las elites como justificación en su lucha contra el sistema colonial español.

El pasado prehispánico –y la poesía y narrativa con que se apropió– no fue neutro. Sirvió para “naturalizar” las diferencias sociales de la Nueva Granada. Fue importante para unas elites interesadas en mostrar que, contrario a lo que habían planteado Buffon, de Pauw o Robertson, el medio americano no degeneraba, no empequeñecía a los animales y humanos. Observaciones aparentemente objetivas desde Europa empequeñecían a todo lo americano. Pero mientras en Norteamérica Jefferson, uno de los precursores de la arqueología, optó por jugar con las mismas reglas de los Ilustrados europeos, midiendo cuidadosamente las especies americanas con el fin de mostrar que no eran más pequeñas que las europeas, la reacción criolla neogranadina, que debo agregar fue especialmente bogotana y payanesa, no siguió al pie de la letra ese programa. Cuando de apropiarse del pasado se trató, la poesía y la narrativa que exaltaron las glorias de los muiscas y la bondad del medio andino (en oposición a las tierras bajas) ocuparon, pese a todo, un lugar mucho más importante en la Nueva Granada, que la ciencia y su bagaje de métodos cuantitativos (Langebaek 2003).

El romanticismo y la arqueología

Aunque las raíces de la arqueología se hunden en la Ilustración, se supone que es una ciencia que se consolida con la tradición romántica. En términos filosóficos, la crítica romántica se basó en que la Ilustración ignoraba los sentimientos y las emociones, en beneficio de una “razón” que parecía, a juzgar por los resultados, bastante insensata. Se abogó entonces por “recuperar” la idea del carácter nacional y por estrechar el contacto con la naturaleza. El romanticismo en Europa rechazó la idea de progreso y defendió la reconstrucción de las tradiciones e instituciones locales, por la lengua y el carácter de los pueblos. Como asegura Martín-Barbero (1998), el romanticismo fue una “reacción”, pero no necesariamente fue “reaccionario”. Sin embargo, muchas veces efectivamente lo fue y, aunque por un camino muy distinto al de la Ilustración, llevó al desarrollo de nuevas formas de exclusión. Prueba de que existían unos “pueblos” más capaces que otros, era la tenaz resistencia que se había ofrecido en algunas partes a la “civilización”. La crítica a la Ilustración coincidió también con el privilegio que se le dio a la introspección, y la sensación de alienación. Se rechazó la idea de un conocimiento “objetivo” y de la validez de generalizaciones que fueran más allá del “espíritu” y “carácter” de pueblos específicos. Simultáneamente, se generó una profunda atracción, o bien por el pasado remoto, o por las sociedades exóticas.

La arqueología romántica colombiana se organizó en torno a la contemplación, en parte porque esta tendencia se articulaba mejor con las elites criollas que el afán de cuantificar, medir y verificar de la Ilustración. Los monumentos arqueológicos fueron considerados parte de un paisaje inspirador, a imitación de los miles de años de historia que contemplaron los soldados napoleónicos frente a las pirámides de Egipto. Se integraron como parte de un territorio por descubrir, escenario sobre el cual se construiría la nacionalidad colombiana. Los viajes de Ancízar y Codazzi a sitios arqueológicos como El Infiernito y San Agustín, respectivamente, no son tanto intentos científicos formalizados y estructurados de estudiar el pasado, como propuestas de apropiación del paisaje arqueológico integrado a la naturaleza y la nacionalidad. Ninguno de ellos participó activamente de un programa de estudio de monumentos como el que había propuesto Caldas, aunque Codazzi se tomó el trabajo de hacer un levantamiento topográfico en San Agustín y describió algunas estatuas. Los sitios fueron inevitablemente interpretados como recintos sagrados, donde una elite misteriosa llevaba a cabo prácticas de un mundo irreductible a la racionalidad occidental, incluso a la racionalidad nacional. Ese pasado no se conectó con el presente en términos históricos; los indígenas prehispánicos no eran nuestros ancestros. Sólo hacían parte de nuestra identidad en términos de las “huellas” que habían dejado en un paisaje patrio por apropiar.

Una relación más clara entre pasado y presente vendría a ser planteada cuando el criterio de raza, elaborado desde la Ilustración, se impuso entre muchos intelectuales colombianos a finales del siglo XIX. En las primeras décadas del siglo XX, autores como Miguel Triana en su libro La civilización chibcha y Juan Carlos Hernández en Raza y patria, retomaron la idea de que la historia prehispánica del país era equivalente al aporte racial indígena. Aunque el estudio de razas en Europa fue cuidadosamente presentado en el marco de una objetividad científica y, por tanto, era cuantificable (las razas eran asociadas a aspectos morfológicos medibles, como la capacidad craneana), de nuevo en Colombia la apropiación de esa cientificidad privilegió lo cualitativo. Las razas eran para Triana y Hernández la más pura expresión del medio. El Altiplano Cundiboyacense, para Triana, hacía las veces de yunque que inexorablemente lograba que la constitución biológica nativa fuera la más apropiada para sobrevivir. Los indígenas se identificaron con el inevitable futuro biológico del país. Para sustentar esa idea no era necesario el estudio científico del pasado. Bastaba la contemplación del presente marginado. La poesía y la narrativa serían mucho más importantes que cualquier estudio científico. La declamación de Triana al lado de los Cojines de Tunja (1928), es prueba de ello: no había necesidad de demostrar la gloria de un pasado indígena a partir de la ciencia. La gloria de los muiscas era evidente y demostrable en sus sobrevivientes. No necesitaba referentes externos, medidas o cantidades. No era ni medible, ni cuantificable ni rebatible. Simplemente estaba allí para contemplación de los colombianos.

Los inicios de la formalización en la arqueología colombiana: medir para conocer

Triana y Hernández fueron parte importante en el desarrollo del indigenismo en Colombia, aunque no al inicio de una arqueología definida explícitamente como disciplina científica. En los cuarenta, sobre todo gracias al impulso de Paul Rivet, el pasado prehispánico vendría a ser apropiado por “expertos” y por lo tanto científicos. Schottelius (1946) describió lo que la mayor parte de sus colegas percibía como la agenda con la cual debían trabajar en esa época. La división del país en zonas arqueológicas (Quimbaya, Calima, etc.) se consideró como un aporte fundamental al estudio del pasado. Pero existían algunas cosas que esos mapas no ayudaban a comprender. Daban una idea bastante buena de los “tesoros artísticos” de cada una de las regiones, pero no de sus relaciones mutuas, ni de su posición cronológica.

Los problemas que los “mapas arqueológicos” no solucionaban debían enfrentarse de la siguiente forma. El tema de las relaciones entre regiones debería ser enfocado desde la perspectiva del método histórico-cultural. El de la cronología se debería enmendar con excavaciones estratigráficas y comparaciones controladas entre materiales provenientes de una región con una cronología clara y regiones donde no se hubiera establecido una secuencia con la misma seguridad. La mejor manera de comprender cuál región había influido sobre cuál otra consistía en identificar rasgos característicos que pudieran ser comparados. Estos rasgos, a su vez, permitían la comparación de “conceptos mentales” con otras regiones donde también se pudieran identificar. Aquel lugar donde se pudieran encontrar las formas más sencillas se podría identificar como el lugar de “origen” de los rasgos culturales. Este es un primer intento de formalización científica de la arqueología colombiana. Sin embargo, en lugar de adquirir un formato cuantitativo, adoptó un esquema cualitativo, hasta cierto punto basado en la experiencia explícitamente subjetiva del investigador.

Por primera vez se consideró seriamente que la arqueología estudiaba objetos, aunque su pretensión legítima fuera ir más allá de ellos. Arqueólogos como Hernández de Alba y Pérez de Barradas consideraron que parte importante del trabajo del arqueólogo era excavar. La falta de “datos”, entendida como información que sólo se podría obtener excavando, se vio como la limitación más seria al avance del conocimiento. En este sentido vale la pena destacar que el principal vacío de la arqueología colombiana eran los “huecos” de información que le impedían llegar a identificar todas las zonas arqueológicas del país. Por lo tanto, era necesario emprender estudios “detenidos en yacimientos” de acuerdo con “arreglo a la técnica estrictamente científica”.

Algunos arqueólogos se quejaron en esta época de la tradición poética y narrativa de la ciencia colombiana, tradición que se denominó de “lira de siete cuerdas”. La arqueología de la “lira de las siete cuerdas” se asoció a la falta de métodos rigurosos en la investigación científica. En esta época, la lógica del historicismo basaba la apropiación del pasado en la capacidad de captar los significados en función de lo que se creía verdadero. Sucedió algo parecido a lo que Colmenares (1997) describe con la historia: se asumía que el registro arqueológico, comparable a un “texto”, hablaba por sí mismo y que su continuidad narrativa dependía de la disponibilidad de sitios arqueológicos adecuados. En esta época se introdujeron algunos de los planteamientos de Caldas: arqueólogos como Hernández de Alba o Pérez de Barradas fueron extraordinariamente puntillosos a la hora de medir, pesar y describir meticulosamente el registro. Pero la verdad, los análisis cuantitativos apenas se incluyen en sus trabajos. En cambio, lo que aparece reiteradamente como equivalente de lo “preciso” de la tarea científica es la medida. El registro de las dimensiones de los objetos del registro y del procedimiento científico de excavación estaban entonces a la orden del día como sinónimo del rigor y de la cientificidad del trabajo del arqueólogo. Desde luego, existió cierta insatisfacción con los resultados. Pero la solución fue también riesgosa, y de corte cualitativo: la interpretación de lo que no se podía leer en el registro arqueológico, que evidentemente era mucho, lo podría satisfacer la observación etnográfica, la cual evidentemente era de corte cualitativo. La tradición etnográfica se incorporó de lleno a la arqueología. De hecho, muchos de los arqueólogos renunciaron explícitamente a su disciplina con el fin de encontrar en el presente etnográfico una fuente de conocimiento no sólo sobre ese presente sino también sobre el pasado remoto.

Cuantificación y ciencia

El historicismo de la arqueología colombiana fue retado a finales del siglo XX por corrientes positivistas basadas en la arqueología procesual. Éstas se inspiraban en la filosofía analítica y en particular en el esquema de leyes generales y explicación causal propuesto por el filósofo Carl Hempel. Los arqueólogos debían aceptar que el registro arqueológico está en el aquí y en el ahora, es decir en el presente. Aquí la visión historicista, contemplativa, no tenía cabida. Quien estudia un sitio arqueológico no estudiaba el pasado, sino una serie de manifestaciones materiales del presente. Para lograr un mejor conocimiento del pasado, los arqueólogos debían aceptar que en la medida en que no observan directamente sociedades, sino objetos, sus métodos eran los de las ciencias naturales. Supuso que los arqueólogos tenían que utilizar una aproximación hipotético- deductiva, basada en la confirmación de generalizaciones en el registro arqueológico y el uso del método cuantitativo.

Los procesos de cambio social empezaron a ser entendidos no como la reconstrucción de una secuencia progresiva sino como el estudio del contexto en el cual ocurren los cambios. No como la reconstrucción de patrones de cambio, sino como la investigación de los procesos que pueden explicar dichos cambios. Empezó a cuestionarse que la acumulación de información, y su formalización en forma de medición, fuera suficiente para saber más de las sociedades del pasado. Por el contrario, se retomó el valor del estudio cuantitativo, en forma estadística, del registro arqueológico.

De lo cuantitativo a lo cualitativo

La agenda de la llamada arqueología procesual fue criticada desde sus inicios. En la década de los cincuenta ya se había propuesto que las explicaciones históricas no se basan en leyes generales. Por el contrario, las explicaciones en las ciencias sociales no se podían separar del estudio de lo que para los actores es el proceder adecuado y de su intencionalidad. La búsqueda del sentido del acto humano, más que la lógica de las explicaciones hipotético-deductivas, exigía una nueva relación entre teoría y objeto. Uno de los problemas identificados tuvo que ver con el énfasis en métodos cuantitativos. Por el solo hecho de formalizar en términos estadísticos, algunos arqueólogos pensaron que estaban haciendo “mejor ciencia”. La idea de que los métodos cuantitativos eran los únicos precisos y rigurosos, llevó a cierta formalización del análisis de datos, pero no a una mayor reflexibidad con respecto a la formalización teórica. Desde luego, se cuestionó que aplicar ciertas fórmulas estadísticas al razonamiento de los arqueólogos hiciera de la investigación algo más objetivo o cierto. Se criticó que la validez “científica” se midiera no por el avance en el conocimiento sustentado sino por la aplicación de la receta “deductiva” y la aplicación de métodos cuantitativos.

La reacción a la arqueología procesual abarcó desde la resistencia natural de algunos profesores, absolutamente ignorantes en métodos cuantitativos, hasta reflexiones más serias sobre las bases epistemológicas de la arqueología. Lo que parece unir las formas de ejercicio profesional después de la arqueología procesual es el énfasis que han puesto en que no se puede oponer la información a las teorías. Es decir, la idea de conseguir datos “objetivos” que sirvieran para confirmar o rechazar hipótesis, como si la información muchas veces no la generaran los propios prejuicios o éstos no dependieran de un contexto. Otro de los aspectos propios de la arqueología más contemporánea consiste en poner en duda la profunda diferencia entre aspectos culturales específicos y las generalizaciones válidas para distintos contextos culturales. Es el llamado a la reflexividad de los métodos cualitativos, pero en el plano teórico exclusivamente.

Para la arqueología positivista el problema se limitaba a aplicar las técnicas estadísticas a variables presumiblemente independientes que confirmaran hipótesis; ahora se admitieron las múltiples dimensiones que intervienen en la variabilidad cultural y por lo tanto en la dificultad de investigar “fenómenos independientes” entre sí o del mismo observador. Se enfatizó en los significados sociales que las personas asignan al mundo que los rodea y se admitió también que ese significado determina a su vez la acción (Taylor y Bogdan 1996). Lo que se vendría a llamar “aproximación contextual” al registro arqueológico invitaba a entender el significado de cada uno de esos múltiples e inseparables aspectos en cada cultura.

Métodos cualitativos vs cuantitativos

La crítica postprocesual a las corrientes procesuales, y con ella algunas de las principales características de los métodos cualitativos, son más compatibles con la tradición colombiana de hacer arqueología. Por eso, no es casual que la arqueología procesual tenga un limitado desarrollo en Colombia, mientras las corrientes postprocesuales estén floreciendo. Criticar los métodos cuantitativos en este país hace parte de una tradición de las elites que nunca se han interesado por procesos evolutivos, ni por un estudio del pasado basado en una ciencia rigurosa. La reacción a la arqueología cualitativa está más cerca de la tradición narrativa de las elites colombianas. Por eso es necesario reflexionar seriamente sobre el papel de los métodos cuantitativos y cualitativos. La “interpretación” arqueológica en Colombia realmente se ha basado hasta ahora en la aplicación de analogías etnográficas. Estas a su vez parten de un aspecto básico de la investigación cualitativa y de una falacia. El primero es la idea de que el etnógrafo es un receptor pasivo de información, poseedor de aquello que Van Mannen (1988) ha llamado la “doctrina de la inmaculada percepción”. La segunda, consiste en la idea de que las observaciones del presente etnográfico sirven para interpretar a sociedades del pasado, al cual aplanamos y uniformizamos en nuestras conciencias por ser “nativas”.

Evidentemente la aproximación cualitativa ha pecado en la arqueología colombiana, como la cuantitativa, de irreflexiva. Los métodos cuantitativos, por otra parte, han reducido el problema del conocimiento arqueológico a la cuestión de “herramienta”, contribuyendo a la formalización en el análisis de datos y no de la teoría. Peca también de irreflexiva. Me atrevería a hacer una hipótesis arriesgada, y probablemente impopular. Si bien es cierto que existen tradiciones académicas que privilegian el esquema hipotético- deductivo basado en los métodos cuantitativos, en Colombia la tradición hegemónica de la arqueología ha sido más bien historicista, basada en la narrativa y la contemplación. La poesía y la narrativa de este país han hecho parte integral de la apropiación del pasado prehispánico tanto o más que la propuesta “científica” de la arqueología.

Es indudable que la única forma de resolver el problema consistirá en la evaluación seria de la forma como los métodos cualitativos y cuantitativos se puedan integrar. La forma que esa integración adquiera es difícil de predecir. Sin duda se tratará de paradigmas más reflexivos de los que fue capaz de ofrecer la arqueología procesual. Pero también de algo más riguroso que una simple alarma postprocesual sobre la “complejidad del mundo” y las ya trilladas acusaciones de cientificidad deshumanizante y hegemónica en contra de los métodos cuantitativos. La utilidad de los métodos cualitativos en la arqueología no puede seguir siendo exclusivamente campo de la reflexión teórica. No solo porque en ninguna disciplina puede serlo, sino porque en el caso concreto de la arqueología enfrentan una realidad de a puño. La empatía que se le exige al investigador con su objeto de estudio no la puede hacer con la sociedad que quiere estudiar. De ella quedan vestigios materiales y no es posible hacer observaciones sobre la cotidianidad en los términos que se precian de alcanzar el sociólogo o el antropólogo. Por eso la discusión de los métodos cualitativos no se ha dado donde precisamente debía darse: como cuestión de método, aplicado al estudio concreto del pasado.

El llamado a la reflexibidad entre los arqueólogos se desagrega en varios niveles (Shanks y Hodder 1998). Uno, sirve para entender la relación entre el pasado y el presente; otro, para comprender nuestra propia sociedad; finalmente, otro más que se refiere a la propia comunidad científica. Los últimos años han sido especialmente productivos en lo que se refiere a los dos últimos. Pero el reto más importante, o por lo menos uno que no se puede descuidar, si se trata de contribuir al estudio del pasado, es el primero. Nadie duda de que la reflexibidad será importante en el mundo en el cual actúan los arqueólogos, y que eso es importante porque al fin y al cabo es desde el ahora que se pretende conocer el pasado. Pero además existe el reto de que los arqueólogos puedan demostrar que esos métodos pueden contribuir al estudio del pasado y no sólo de la forma como se genera en nuestros días en un país y comunidad académica particulares.

Y mucho dependerá también de remediar el problema contrario: que los métodos cuantitativos, además de rigurosos, y que sin duda tienen la virtud de encauzarse hacia el estudio del pasado, no se sigan tomando como una simple herramienta, una “caja negra” basada en una racionalidad paradigmática, sino también como expresión de la teoría, capaz por lo tanto de ser tan reflexiva como los métodos cualitativos reclaman serlo. El problema de la arqueología, y sospecho que también del resto de las ciencias sociales, no es la aplicación métodos cuantitativos. Ni esos problemas se resolverán con la aplicación indiscriminada de los métodos cualitativos. Es obvio que ambos tienen un espacio ganado. La más grande limitación será, como afirma Cowgill (1990), el pobre desarrollo de la teoría sociocultural.


Bibliografía

  1. COLMENARES, Germán, Las convenciones contra la cultura. Ensayos sobre la historiografía Hispanoamericana del siglo XIX, Bogotá, Tercer Mundo- Colciencias-Universidad del Valle, 1997.
  2. COWGILL, George L., “Formal approaches in archaeology”, en: Archaeological thought in America, C.C. Lamberg- Karlovsky ed., Cambridge, Cambridge University Press, 1990, pp.74-88. . Distinguished Lecture in Archaeology: Beyond Criticizing New Archaeology. American Anthropologist, 95 (3), 1993, pp.551-573.
  3. CROSBY, Alfred W., La medida de la realidad - La cuantificación y la sociedad occidental 1250-1600, Barcelona, Crítica, 1998.
  4. HERNÁNDEZ, Juan Carlos, Raza y patria, Bogotá, Editorial Dulima, 1931.
  5. LANGEBAEK, Carl Henrik, Arqueología colombiana. Ciencia, pasado y poder, Bogotá, Colciencias (manuscrito en prensa), 2003.
  6. MARTÍN-BARBERO, Jesús, De los medios a las mediaciones, Bogotá, Convenio Andrés Bello, 1998.
  7. MILES, Matthew B. y A. Michael Huberman, Qualitative Data Analysis, London, Sage Publications, 1994.
  8. SHANKS, Michael y Ian Hodder, “Processual, postprocessual and interpretative archaeologies”, en: Reader in Archaeological Theory.Post-Processual and Cognitive Approaches, London, Routledge, 1998.
  9. SCHOTTELIUS, Justus, “Estado actual de la arqueología colombiana”, en: Boletín de Arqueología 11, 1946, pp. 201-12.
  10. TAYLOR, S. J. y R. Boyden, Introducción al método cualitativo de investigación, Barcelona, Paidós, 1996.
  11. TRIANA, Miguel, “Los cojines del Zaque” conferencia leída en las piedras así llamadas, 1928, en: Boletín de Historia y Antiguedades, 1979, pp.297-300. . La civilización chibcha, Bogotá, Biblioteca del Banco Popular, 1970.
  12. VAN MAANEN, John, Tales of the field: on writting ethnography, Chicago, University of Chicago Press, 1988.
  13. WIMMER, Roger y Joseph DOMINICK, La investigación científica de medios de comunicación social, Barcelona, Bosch Casa Editorial, 1996.
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Lo científico de la investigación cualitativa: viejos dilemas, nuevas posturas

O científico da pesquisa qualitativa: dilemas antigos, novas posturas

The scientific of qualitative research: old dilemmas, new postures

Elizabeth Castillo*


* Psicóloga de la Universidad Nacional de Colombia. Magíster en Psicología Social- Comunitaria de la Universidad Javeriana. Profesora investigadora del Programa de Etnoeducación de la Universidad del Cauca. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.


Las ciencias sociales actuales conocen la penitencia.
Balandier


Resumen

El desarrollo de la investigación cualitativa en ciencias sociales constituye hoy un ámbito complejo que compite por su reconocimiento al interior del campo científico, por ello, la discusión sobre su cientificidad implica dos aspectos del problema; de una parte, la configuración de la investigación cualitativa como alternativa a la crisis del viejo paradigma de ciencia normal (Kuhn), y las implicaciones para su desarrollo como nuevo campo de saber. En segundo lugar, la competencia por la autoridad científica entre formas de capital científico distintos como un rasgo de los procesos de legitimación e institucionalización del campo de la ciencia (Bourdieu). A partir de este análisis, se desarrolla la noción de epistemología cualitativa como referente para la construcción de indicadores de validez y calidad en investigación cualitativa.

Palabras clave: Investigación, paradigmas, ciencia, métodos, epistemología.

Resumo

O desenvolvimento da pesquisa qualitativa em ciências sociais é hoje um campo complexo que busca o reconhecimento dentro do domínio científico. Devido a isso, a discussão sobre seu caráter científico implica dois fatos: primeiro, sua consideração como alternativa à crise do antigo paradigma da ciência normal (Kuhn) e, as implicações para o seu desenvolvimento, como um novo campo de conhecimento, segundo , A competição pela autoridade científica entre as diferentes formas de capital científico, como característica característica da legitimidade científica e da institucionalização (Bourdieu). A partir desta análise, o artigo desenvolve o conceito de epistemologia qualitativa como referente para a construção de indicadores de validade e qualidade na pesquisa qualitativa.

Palavras-chave: pesquisa, paradigmas, ciência, métodos, epistemologia.

Abstract

The development of qualitative research in social sciences is nowadays a complex field that strives for recognition within the scientific realm. Due to this, the discussion about its scientific character implies two facts: first, its consideration as an alternative to the crisis of the old paradigm of normal science (Kuhn) and, the implications for its development, as a new field of knowledge, second, the competion for scientific authority among different forms of scientific capital, as a caracteristic feature of scientific legitimacy and institutionalizacion (Bourdieu). From this analysis, the article develops the concept qualitative epistemology as a referent for the construction of indicators of validity and quality in qualitative research.

Keywords: Research, paradigms, science, methods, epistemology.


A manera de introducción

El debate sobre lo cualitativo y lo cuantitativo en investigación social ha contado con un sinnúmero de argumentaciones a favor y en contra de esta dicotomía que Bonilla y Rodríguez (1995) enunciaron como el dilema de los métodos. De una parte se encuentra la controversia sobre el conocimiento de lo social, bien como una aproximación neutral y objetiva de corte positivista o como una construcción dialéctica en la cual interviene la dimensión subjetiva. De igual manera se encuentra la discusión metodológica, donde se tiende a centrar el asunto en los procedimientos y las técnicas investigativas propiamente dichas. En este contexto se proponen analizar los rasgos antes señalados, en el terreno paradigmático de la investigación cualitativa. Se preferencian entonces sus orígenes, para hacer notar sus principales retos en el campo de la ciencia como campo de competencia. Seguidamente se abordan algunas implicaciones del desarrollo de la ciencia en el contexto de América Latina, y finalmente se proponen desde el marco de una epistemología cualitativa, algunos elementos a tener en cuenta en la discusión sobre el carácter científico de la investigación cualitativa.

Viejos dilemas

La génesis de la investigación cualitativa está ligada a la crisis del positivismo en las ciencias sociales: lo que Kuhn (1971) denominó la transición de un viejo paradigma hacia otro nuevo, y por tanto la reconstrucción del campo a partir de nuevos fundamentos. Esta reconstrucción se suscita con base en el interaccionismo simbólico y la etnometodología, como enfoques teóricos fundantes de la investigación cualitativa (Taylor y Bodgan, 1987; Van Maanen, 1983), y de los cuales se derivan la conceptualización del objeto, los modos de conocimiento y la realidad social. En esta medida se generan nuevas representaciones del objeto, provenientes de opciones de valores opuestos a los del paradigma positivista (Kuhn, 1971).

La investigación cualitativa en ciencias sociales privilegia las dimensiones subjetivas como un ámbito relacionado con las maneras como los individuos representan y significan la realidad social. En términos de Gonzales (1997) esta incorporación de la dimensión subjetiva en la investigación de lo social supone “una modificación esencialmente epistemológica, referida a los propios procesos implicados en la producción de conocimiento”, (1997: 377). En ese sentido se reconocen un giro epistemológico al interior de las ciencias sociales. Este aspecto es definitivo para entender el problema del reduccionismo metodológico al que se ve confinada la investigación cualitativa cuando su identidad se restringe al tipo de técnicas que utiliza para la obtención de los datos, y no a la naturaleza de los problemas de los que se ocupa. Desde esta óptica, el intento por aplicar los indicadores provenientes del modelo positivista a los procesos y resultados de la investigación cualitativa enfrentan una imposibilidad real de uso, pues no cuentan con la consistencia conceptual y metodológica que se requiere para establecer la validez de los resultados que el modelo cualitativo arroja.

Por el amplio nivel de aceptación y apropiación que han experimentado las metodologías cualitativas en las últimas décadas, se tiende a equiparar investigación cualitativa con metodología cualitativa. Al respecto Gonzales plantea la importancia de clarificar “el carácter cualitativo del propio proceso de construcción de conocimiento y no sólo del tipo de instrumentos que interfieren en el desarrollo del proceso mismo”, (1997: 179). Enfrentamos entonces cierto desplazamiento del núcleo epistemológico, lo que constituye un factor de peso en la competencia por el reconocimiento científico de la investigación cualitativa. Es por ello que la relación con las disciplinas y sus enfoques teóricos juega un papel definitivo en el desarrollo de la propia investigación cualitativa, pues sus objetos de conocimiento no son globales, más bien particulares a los distintos campos epistemológicos que subyacen al método1.

En consonancia con lo anteriormente expuesto, analizar la función de las disciplinas en el terreno de la investigación cualitativa, contribuye a mirar de forma diferencial sus desarrollos respecto al objeto y el método. Si bien asistimos desde hace varios años a la emergencia de lo interdisciplinario y lo multidisciplinar, como esquema de mayor flexibilidad en la producción de conocimiento, el asunto no radica tanto en las fronteras particulares de cada saber específico, como en la delimitación de los problemas de los cuales se ocupan en términos de lo que sería una convergencia conceptual. Esta característica conduce, para el caso de la investigación cualitativa, a la generación de cuerpos teóricos abiertos y, por tanto, con mayor complejidad y con posibilidad de reformular el pensamiento social (Balandier, 1988). Para reforzar esta afirmación retomamos el llamado de Restrepo (1993), quien señala en su reflexión sobre la tendencia multiparadigmática en las ciencias sociales, la prioridad de avanzar a nivel de teorías interdisciplinarias con capacidad de generar nuevos contenidos epistemológicos. Una expresión de lo anterior es el desarrollo del interaccionismo simbólico, enfoque constituido a partir de avances teóricos de diferentes disciplinas que proponen una alternativa a la orientación determinista y dicotómica como se venía abordando desde las ciencias sociales, el análisis de las relaciones individuo- sociedad2. Se genera un giro radical en el estudio de este fenómeno, ya no visto como el de dos entidades en contacto, sino como interacciones donde “la sociedad entendida como un tejido de interacción simbólica crea al individuo, y el individuo a través de la interacción crea la sociedad” (Sabucedo, 1997: 126). De esta manera el conocimiento de este nuevo objeto implicó la construcción de un método de corte cualitativo centrado en el análisis de las interacciones cotidianas y su dimensión simbólica, como el centro de constitución de las acciones del individuo y la construcción de la sociedad.

De todas maneras, como lo propone Gouldner (1970), los cambios fundamentales en cualquier ciencia “no derivan tanto de la invención de nuevas técnicas de investigación… los cambios fundamentales se producen en la teoría y en los esquemas conceptuales, especialmente aquellos que encarnan nuevas respuestas básicas subyacentes” (Cf: Gonzales, 1997: 177); es por ello que la reducción al ámbito procedimental lo que pone en evidencia es la ausencia, invisibilización o desplazamiento de los referentes conceptuales y teóricos en el modo como se diseña, se produce, se divulga, se interpreta y se acredita la investigación cualitativa.

En esta dirección es bueno traer a la discusión un cierto desencanto por el plano teórico que se argumenta a favor de la flexibilidad de las metodologías cualitativas en uso, y en detrimento del carácter científico de sus resultados. Gonzales (1997) plantea que algunos investigadores de orientación etnográfica, basados en el criterio de que los fenómenos sociales se estudian fundamentalmente desde el sentido que tienen para los sujetos involucrados, reducen la investigación cualitativa al plano de la descripción, donde “los datos permanecen sujetos a su situación de origen al no contar con referentes teóricos que desarrollar más allá de la descripción” (Gonzales 1997: 181).

Se trata, entonces, de ampliar los niveles de comprensión y teorización de lo social, y no de abandonar la teorización como una función constitutiva de la investigación cualitativa, pues coincidimos con Poutois y Desnet (1992) al afirmar que el estatuto epistemológico en ciencias sociales otorga un lugar mayor a la conceptualización de la realidad social que a la utilización de técnicas de investigación.

Lo que reconocemos hoy como investigación cualitativa en ciencias sociales soporta grandes tensiones en su desarrollo como paradigma emergente que propende por un nuevo horizonte epistemológico y metodológico, y en su desenvolvimiento en el escenario más global de la producción científica, caso que miraremos en detalle a continuación.

La competencia por la autoridad científica

En este debate sobre el tratamiento y el reconocimiento del carácter científico de la investigación cualitativa es necesario asumir la perspectiva crítica que propone Bourdieu sobre la ciencia como un campo, entendido como un espacio estructurado de posiciones adquiridas que expresan un tipo de intereses específicos y que tiene como reto particular “el monopolio de la autoridad científica, inseparablemente definida como capacidad técnica y como poder social”. (2000: 12). En esta medida ya no sólo corresponde a esta autoridad la delimitación de los problemas, los métodos y las teorías que interesan para el campo científico, sino la regulación de los dispositivos de competencia y legitimación. De este modo, la competencia en el campo científico enfrenta el reto de imponer y homogeneizar la noción de ciencia más conveniente para sus intereses específicos. Entendemos entonces que es en esta sofisticada estructura de los campos científicos, donde se tramita la dinámica de legitimación de la investigación cualitativa.

En ese plano, los indicadores de legitimidad y validez resultan de la manera como se resuelve esa competencia por el control y la autoridad científica, y son los propios investigadores y sus trabajos, los objetos que dinamizan el campo en disputa. En muchos casos se plantea que los propios referentes con los cuales opera el campo, provienen de dinámicas extracientíficas, aun cuando la competencia sea por el monopolio de la autoridad científica. En esta medida es posible reconocer en el dilema de los métodos (cuantitativo y cualitativo) la dimensión política que subyace a ésta, pues como lo destaca Bourdieu (2000), en el campo científico “los conflictos epistemológicos son siempre políticos”.

Las nociones que propone Bourdieu para entender el campo científico como un campo de lucha por el control de un capital social (autoridad científica), nos permite desarrollar una reflexión sobre la forma como se institucionaliza la ciencia y las maneras como se legitima su reproducción. De una parte entendemos que al hablar de institucionalización de la ciencia hacemos referencia a la manera como esta actividad es objeto de regulaciones y control social, que hacen de ésta una institución (Berger y Luckmann, 1968). Comprende, por lo tanto, procesos de habituación, tipificación y legitimación del campo científico propiamente dicho.

Desde esta perspectiva, la investigación cualitativa, como actividad tendiente a la producción científica, se constituye en objeto de institucionalización en la medida que quienes producen dicha investigación asumen como propios los significados y las normas que el campo instituye en la competencia por la autoridad científica. Esto se expresa en los diversos mecanismos que incluyen estrategias de comunicación, reconocimiento, otorgamiento, certificación y acreditación, entre otros.

Uno de los procesos más importantes en la institucionalización de la ciencia es el referido a sus modos de legitimación. De una parte es claro que son las propias comunidades científicas quienes, en condición de auténticos pares, posibilitan el intercambio, la comunicación y la exposición, de las producciones que al interior de un campo preciso de la ciencia se desarrollan. Ante este hecho el propio Bourdieu plantea las dificultades de dicha acreditación en la medida que “dentro de un campo científico un productor no puede esperar el reconocimiento del valor de sus productos (“reputación”, “prestigio”, “autoridad”, “competencia” etc.), sino de los otros productores, quienes siendo también sus competidores, son los menos proclives a darle la razón sin discusión ni examen” (2000: 19). Este argumento permite interrogar la manera como la producción en investigación cualitativa logra obtener reconocimiento en esta organización de las comunidades científicas y la autoridad científica con que cuenta el paradigma en los modos de otorgamiento de dicho reconocimiento.

El tema de la institucionalización de la ciencia como una práctica social, implica también los dispositivos que ordenan y administran la pertenencia a la comunidad científica. Un caso concreto de este aspecto lo constituyen las entidades responsables de certificar y acreditar a nivel nacional, el estatuto de los investigadores y su producción.

En la medida que la investigación cualitativa participa en la competencia por el control de la autoridad científica, se presume que al interior de los campos científicos existen posiciones interesadas en que esta concepción de ciencia se imponga. Ésto lleva a plantearse el tema de los contextos locales particulares (nacionales) donde se desenvuelven estas dinámicas, pues este aspecto determina una serie de factores asociados al tema de la ciencia como campo de poder y, por tanto, de competencia por la autoridad. Si bien contamos con sociedades donde la producción científica es un problema central y relevante, también encontramos aquellas donde la ciencia no constituye un asunto de primer orden, para el que se dispongan recursos y políticas fuertes.

En el caso de América Latina es necesario analizar las implicaciones que adquiere la producción científica como referente en los nuevos intercambios de la aldea global. En los países desarrollados, por ejemplo, la ciencia se legitima desde la ciencia misma, debido a la existencia de un sistema que soporta de manera consistente la producción científica y por tanto su valoración como práctica social notable y definitiva para la vida de la sociedad (Jaramillo, 1997). Contrario a esta situación, “la legitimidad es el talón de Aquiles de la ciencia en América Latina: el valor apenas marginal que conceden estas sociedades a la creación de nuevo conocimiento es un desestímulo sumamente severo a la investigación” (Jaramillo: 1997, 395). Las razones que explican esta situación se encuentran relacionadas con factores como la no modernidad social predominante, la convicción extendida de que los nuevos conocimientos vienen de afuera, la falta de un sistema de inteligencia social y el abandono político de las universidades por parte de las elites. Este déficit se expresa entonces en la ausencia de una comunidad científica con un andamiaje institucional y un alto grado de autonomía para legitimar y financiar nuevos paradigmas3 (1997: 396).

Este panorama evidencia una serie de problemas que intervienen de modo importante en la propia constitución del campo científico en nuestros países, y en esta medida unos mayores retos para la investigación cualitativa en su tarea de competir por la autoridad científica.

Para ampliar este aspecto contextual retomamos algunos de los resultados planteados en el estudio desarrollado por Gómez y Jaramillo (1997) sobre 37 experiencias de producción científica en América Latina. De una parte se muestra que la ciencia es algo improbable si se tiene en cuenta el conjunto de factores que determinan en últimas su producción en países como los nuestros. En ese marco Jaramillo (1997) propone considerar cinco aspectos que a continuación ampliamos en una matriz mutifactorial, donde buscamos relacionarlos con algunas de las nociones propuestas por Bourdieu (2000) en su consideración sobre los modos como operan las dinámicas de legitimación en el campo científico.

Lo que tenemos aquí es una complejización mayor del campo científico, desde el cual se definen y controlan los criterios e indicadores respecto a su producción: pues si bien prevalece una competencia por la autoridad, en contextos como el latinoamericano, la precariedad en el desarrollo de la ciencia afecta su desenvolvimiento como un campo autónomo. Por las situaciones anteriormente descritas, es más probable la intervención de factores de orden extracientífico (políticos y económicos) en la dinámica del campo. De otra parte, la ausencia de una cultura científica con tradición y poder, dificulta mucho más el desarrollo de un habitus científico en términos de lo que Bourdieu señala como un estado incorporado por parte de los miembros del campo.

La investigación cualitativa se ubica en este escenario con mayores desventajas, si tenemos en cuenta los debates aun no superados respecto a la concepción de ciencia positiva que durante buena parte del siglo XX contó con cierto monopolio de la autoridad científica en nuestras comunidades académicas.

Nuevas posturas: hacia una epistemología cualitativa

FACTORES DE LA CIENCIA EN AMÉRICA LATINA RASGOS SEGÚN JARAMILLO (1997) RASGOS DEL CAMPO CIENTÍFICO (BOURDIEU)
CIENTÍFICO El investigador con dominio, con vocación Agente del campo científico
PROYECTO DE SABER Línea de investigación con un método y una intencionalidad Capital científico
GRUPO Grupo de pares con liderazgo y una estrategia colectiva Estrategias de sucesión
INSTITUCIÓN Un hábitat, unas rutinas socio-administrativas y una política en investigación Habitus científico4
COMUNIDAD CIENTÍFICA Un interlocutor, a manera de juez Los competidores en el campo específico

La persistencia de un pensamiento positivista, ya superada la hegemonía del paradigma, es un rasgo presente en las formas como se interroga muchas veces la lógica en uso de la investigación cualitativa. Ello representa un problema concreto de legitimación de ésta como paradigma emergente, a la vez que expresa un rasgo sobresaliente en esa etapa de transición paradigmática en las ciencias sociales. Encontramos entonces una serie de dificultades en la manera como se organiza e instituye el campo científico, para conferir el reconocimiento y la validación a los procesos investigativos. La prevalencia del dogma positivista genera cierto fundamentalismo cientificista a partir del cual se imponen criterios como la generalización, la fidelidad y la validez para la definición del carácter científico de las investigaciones (Poutois y Desnet, 1992).

En el caso de las investigaciones cualitativas prima la interpretación subjetiva propuesta por M. Weber, lo que no impide la objetividad de sus resultados en términos de la validez de la significación, es decir de la capacidad de verificar los datos en virtud de que son realmente el resultado de una comprensión por parte del sujeto, colocando las interpretaciones en el contexto de la “realidad vivida por éstos y en la óptica de una comprensión más válida del mundo social” (Cif: Poutois y Desnet, 1992: 68). En virtud de lo anterior, se requiere una visión menos fragmentaria y reduccionista del carácter de la investigación cualitativa que se produce en los distintos campos del saber, y por tanto una definición epistemológicamente más pluralista sobre el desarrollo de su conocimiento científico. Por ello la generación de unos indicadores de validez deben tener en cuenta que una de las finalidades de la investigación cualitativa es el desarrollo de la crítica conceptual, con lo cual adquiere un valor mayor su consistencia teórica, tanto en la formulación de los problemas de los que se ocupa, como en la interpretación subjetiva que logra en sus resultados.

En la investigación científica el asunto de los criterios de validez, confianza y legitimidad, deberían soportarse con mayor claridad en un pluralismo epistemológico y metodológico, capaz de contener la diversidad científica que ha surgido por el debate y la competencia científica señalada al inicio del texto. Visto de conjunto reconocemos un campo con nuevos objetos de conocimiento, es decir nuevas formulaciones acerca de la realidad social y su comprensión. En este sentido el término pluralismo hace referencia a la posibilidad de reconocimiento de más de un modo de delimitación de los problemas de conocimiento, y por tanto, el otorgamiento de igual valor científico a dichas propuestas sin detrimento de su orientación teórica.

La epistemología cualitativa se refiere a un enfoque concreto relacionado con la naturaleza del objeto de conocimiento propiamente dicho, y las formas de conocimiento presentes en la relación con dicho objeto. Dicha epistemología se caracteriza básicamente por el carácter interpretativo y constructivo del conocimiento sobre la subjetividad; su singularidad tanto en la interpretación subjetiva como en la delimitación de las realidades objeto de estudio; y su metodología configuracional de la cual se desprende que el conocimiento se representa como proceso parcial, abierto y susceptible de ampliaciones en virtud de aspectos que alteren su constitución actual (Cif: Gonzales, 1997: 378). De esta caracterización parten algunos planteamientos básicos para el desarrollo de los indicadores de validez en investigación cualitativa, como serían el de la significación, la consistencia teórica y la configuración metodológica.

El desarrollo de la epistemología cualitativa representa un aporte muy grande en la determinación de mecanismos de operacionalización de los supuestos antes mencionados, de cara a formalizar el campo de la investigación cualitativa como un campo científico particular. De esta manera, una tarea pendiente para la comunidad académica ocupada del desarrollo de la investigación cualitativa, está en el horizonte de avanzar en ciertos niveles de metacognición sobre el hecho investigativo en sí mismo, de tal manera que la comprensión sobre los modos como se produce conocimiento desde la perspectiva cualitativa, cuente con teoría propia al respecto. De otra parte, este mismo planteamiento conduce a una definición autónoma y por tanto muy precisa, de los indicadores de coherencia interna que operan en el momento de calificar y validar los procesos de investigación cualitativa y sus resultados. Propender por la competencia de autoridad científica, conlleva visibilizar los desarrollos epistemológicos de la investigación cualitativa, en su consideración del conocimiento como un proceso mediato de construcción interactiva, que se adelanta con mayor concentración en la singularidad que en los hallazgos de la generalidad, y con una apuesta central en la confrontación y continuidad de la información producida en virtud de las teorías con las que se desenvuelve.


Citas

1 Un ejemplo sobresaliente sería el de la psicología social crítica en América Latina, buena muestra del modo como la evolución de la investigación cualitativa corresponde sobre todo a los avances de una disciplina concreta en la ampliación de sus problemas y la teorización de su objeto. Este caso ilustra un objeto conceptual reconstruido en el marco de la crisis con la psicología social positivista, y consecuentemente la configuración de un método de corte cualitativo. Para ampliar este aspecto se pueden revisar los trabajos desarrollados desde los años ochenta por investigadores como Maritza Montero, Orlando D’Adamo y Fernando Gonzales, entre otros.

2 Los orígenes de este enfoque se remontan a la Universidad de Chicago, donde la sociología y la psicología convergen de manera importante en el replantemiento de cierta corriente de pensamiento que reducía la noción de lo individual en relación a lo social a un plano estrictamente “intrapsíquica”. Para el interaccionismo simbólico, la sociedad es vista como interacción constante y simbólica entre individuos, por tanto su carácter dinámico le constituye en objeto de cambios permanentes y de creación continuada. Entre los principales exponentes de esta etapa inicial se encuentran J.M. Baldwin, J. Royce, W. James, G.H. Mead, C.H. Cooley, J- Dewey.

3 A este respecto Jaramillo (1997) refiere un conjunto de aspectos entre los cuales incluye líneas de investigación, disciplinas o subdisciplinas, tecnologías y nuevas profesiones.

4 En palabras de Bourdieu para que funcione un campo se requiere “que haya algo en juego y gente dispuesta a jugar, que esté dotada de un habitus que implican el conocimiento y reconocimiento de las leyes inmanentes del juego, de lo que está en juego, etcétera.”(1990: 136) res, Sage, 1983.


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Acerca de la verdad

Sobre a verdade

About the truth

Eva Muchinik*


* Decana de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Belgrano. Socióloga, especializada en Psicología Social y doctorada en Psicología. Docente investigadora en el área de la Psicología Social y en el campo de la Gerontología Social y la Psicogerontología, con numerosos trabajos publicados. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.


Resumen

El artículo hace un recorrido a través de las maneras como se ha entendido la idea de verdad en los diferentes momentos históricos. Afirma que el hombre común no suele cuestionarse la realidad de su vida cotidiana ni tiene dudas acerca del isomorfismo entre el mundo real y su representación de éste. Suele vivir su sentido de la realidad como la única posible. Sin embargo, la historia de la ciencia nos permite evaluar las transformaciones profundas en el pensamiento humano, cambios en la forma de percibir el mundo y la realidad. Se trata de las “rupturas epistemológicas”, como lo denominara Gaston Bachelard, un punto en el que se marca un antes y un después en el conocimiento acerca del hombre, del mundo y, por supuesto, de las ideas de verdad y realidad.

Palabras clave: verdad, realidad, objetividad, construcción de la realidad, ruptura epistemológica, constructivismo radical.

Resumo

Este artigo desenha como a idéia de verdade foi compreendida em diferentes momentos históricos. Afirma que o homem comum geralmente não questiona a realidade de sua vida diária nem tem dúvidas sobre o isomorfismo entre o mundo real e sua representação da realidade. Ele geralmente vive seu senso na realidade como a única realidade possível. No entanto, a história da ciência nos permite avaliar as transformações profundas no pensamento humano e mudanças na percepção do mundo e da realidade. Trata-se de "rupturas epistemológicas", conforme definido por Gaston Bachelard; Que marca um "antes" e "depois" no conhecimento sobre o homem, o mundo e, claro, as idéias da verdade e da realidade.

Palavras-chave: verdade, realidade, objetividade, construção da realidade, ruptura epistemológica, construtivismo radical.

Abstract

This article draws how the idea of truth have been understood at different historical moments. It affirms that the common man usually does not question the reality of his daily life nor has doubts about the isomorphism between the real world and his representation of the reality. He usually lives his sense on the reality as the only possible reality. Nevertheless, the history of science allows us to evaluate the deep transformations in the human thought, and changes in the way of perceiving the world and the reality. It is about “epistemological ruptures”, as defined by Gaston Bachelard; that marks a “before” and “after” in the knowledge about the man, the world and, of course, the ideas of truth and reality.

Key words: truth, reality, objectivity, construction of reality, epistemological rupture, radical constructivism.


“La cultura occidental contemporánea glorifica el conocimiento y la verdad. Los científicos son los supremos sacerdotes del conocimiento. ¿A quien se le hubiese ocurrido cuestionar la verdad hace sólo algunos siglos?”, se pregunta Paul Watzlawick (1994), y la respuesta es que nuestros antepasados tenían un aparato conceptual diferente, constituido por una serie de mecanismos que llevaban a apreciar “la realidad”. Se trataba del isomorfismo con un fenómeno original, una representación. Fue Sir Roger Bacon, canciller de Inglaterra, quien preocupado por la veracidad de los testigos en un juicio, sentó, tempranamente, allá por el siglo XVI, las bases del “método experimental”.

La ciencia del siglo XIX clamaba por la veracidad de los hechos y la importancia del método científico. No se trataba sólo del orden y legalidad de los fenómenos naturales, el positivismo comtiano lo traslada al orden social y humano. Pero la gran revolución en el pensamiento empieza antes con Galileo, período en que se desestabiliza el universo geocéntrico de Ptolomeo. Fue tal la conmoción de su época que Galileo debió retractarse por el riesgo de morir en la hoguera. ¿Decía la verdad? No se correspondía con “la verdad” de la gran mayoría de sus contemporáneos; sus ideas parecían desafiar al orden divino. Giordano Bruno había muerto por la misma razón en la hoguera. Se trataba de otra verdad, una nueva verdad, lo que no quiere decir que fuese la única, o la definitiva, lo que puede parecer paradojal.

La idea de verdad se afianza desde dos vertientes, una teológica, donde “las verdades absolutas suponen un ser absoluto, como ellas”; los Evangelios que nos dicen “yo soy la vía, la verdad y la vida”. “La verdad” se imponía en la vida cotidiana. Se escuchaba y escucha todavía en un juicio, pedirle a un testigo jurar sobre la Biblia, “decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”. La idea es que la verdad sólo puede ser una. El Diccionario Petit Robert señala que antes del siglo XVI, la verdad se refería a la idea opuesta de ilusión. La otra es la verdad, imperfecta y provisoria, a la que se llama ciencia

Pero también el diccionario dice que “la verdad” se refiere a “lo real”; la correspondencia con aquello que le atribuimos a un objeto o a un sujeto; también lo opuesto al error, que es aquello susceptible de ser verificado por los sentidos. Pero también hace referencia a lo que es auténtico, en este caso se trata de la conformidad dada por el espíritu.

Esta última definición, tan sencilla, ha merecido capítulos y volúmenes acerca de los “sistemas de creencias”, convicciones tan fuertemente arraigadas en el espíritu por las cuales los hombres pueden llegar a matar y morir. Se trata sin duda de “verdades”, corroboradas y legitimadas por el grupo de pertenencia o de referencia y poseen diversidad de sistemas explicativos.

Sin embargo, “las explicaciones legitimadoras fundamentales, entran por así decirlo, en las formulaciones del vocabulario” (Berger P. y Luckmann, T. 1974). Los sistemas de ideas, el conocimiento científico y también por supuesto las ideologías, son espacios simbólicos de legitimación. Como señalaran Berger y Luckmann “La realidad de la vida cotidiana se me presenta además como un mundo intersubjetivo, un mundo que comparto con otros” (P. Berger y T. Luckmann) (1968), aunque haya “otros mundos como el de los sueños y otras realidades no compartidas”, pero con la certidumbre de que el mundo de la vida cotidiana es tan real para los otros como lo es para mí y no requiere verificaciones, ya que se presenta como una realidad, pero podemos decir que interpretada por los hombres”. Sin entrar en la filosofía podría decirse que se trata de un mundo fenomenológico, de realidades múltiples, que me permiten ordenar la vida. El mundo real, adquiere objetividad.

Pero retomemos nuestra historia. Los siglos XVI y XVII formulan un período de desconcierto, cuando los ejes del pensamiento adquieren nuevos rumbos. En un mundo donde iban a contar los números, las matemáticas imponen un nuevo orden. Fue René Descartes, el hombre que formuló el problema. Por un lado creía en el mundo y sus cualidades. El mundo de la materia era una máquina perfecta, con cualidades primarias, propias del “mundo real”. Existían así dos realidades. El discurso del método, pretende encontrar “la verdad” y para evitar “el error”, condujo a Occidente a buscar “la verdad en la ciencia”, que poseía legalidad, abriría el camino que iba a permitir la predicción y la certidumbre. Transformada la duda cartesiana en método, proclama la supremacía del pensamiento y la razón. Su existencia y sus propiedades estaban fuera del mundo real. “Yo pienso luego existo”.

El hombre se permitió, a través del conocimiento, sentir su dominio sobre la naturaleza, pero el hombre seguía siendo una creación divina. El alma poseía otras substancias y otras propiedades, lo no observable, el pensamiento, la inteligencia, la supremacía de la razón, la racionalidad, como expresión del pensamiento de una época, la Modernidad. Aparece así, la conciencia de la subjetividad. Se trata de una acción reflexiva que señala la supremacía del yo pensante. El mundo de la racionalidad. La supremacía de la razón. De allí, desde la supremacía de la razón humana, crece la idea de “objetividad”. El hombre es la medida de todas las cosas. La disociación cuerpo–alma le permitirá a Descartes salvaguardar su religiosidad. Algún autor haría referencia a la “biodisociación”.

La ciencia clásica propone desde este punto de articulación, o de ruptura, una nueva mirada sobre los fenómenos, una actitud cuidadosa, en la misión de investigar el mundo en su realidad objetiva, apoyada en los sentidos, pero también en la razón y su capacidad de explicación. Se trata de encontrar la causalidad de los fenómenos. Su impronta fue tan fuerte que Heisenberg señaló que “la certidumbre y el dualismo cartesiano se instaló durante tres siglos posteriores a Descartes y costaría mucho tiempo sustituirlo por una actitud diferente frente a la realidad”.

Con el correr de los siglos se hace menos referencia a “la verdad” en el lenguaje de la ciencia, aunque hubiese cierto consenso acerca de que “verdad y realidad” fuesen intercambiables. El concepto de “realidad” cobra presencia. Los antiguos griegos decían que los cambios en el lenguaje anunciaban el cambio de los tiempos.

Volvamos a la historia “contemporánea”, entre comillas por que no estoy segura de cómo referirme al siglo XX. Heinz von Foerster (1994), quien va a aparecer como una figura central de los nuevos tiempos, nos recuerda en una entrevista lo que significó como evento en el mundo del conocimiento la serie Encuentros, diez o doce cada año, que en 1949 se organizaran financiados por la “Fundación Josiah Macy”. Se trataba de reunir hombres y mujeres, pensadores y científicos, algunas mentes brillantes provenientes de muy diversas disciplinas, con gran variedad de temas y problemáticas, personajes que preocupados por el tema del hombre y el conocimiento fueron protagonistas de la segunda mitad del siglo XX. Los reunía la convicción de que algo había cambiado en el mundo del conocimiento a lo largo de la primera mitad del siglo. Muchos de ellos se hicieron a su historia. Su aporte al campo de la psicología fue significativo. No podría decirse que cambiaron la historia, ni que fueron profetas, sino que el desarrollo del conocimiento había llegado a un punto en que “la verdad”, en el mundo de la ciencia, ya no era la misma. Se planteaba una nueva mirada acerca de la realidad.

Es que los hombres del siglo XX se formularon nuevas preguntas, requerían otras respuestas. Quizás la avanzada estuvo en el campo de la física, interesada por “el mundo de lo infinitamente pequeño”, como lo denominara el filósofo de la ciencia, Gaston Bachelard (1964) y que no se trataba de descubrir el “objeto de estudio”, sino de “construirlo”, a través de una teoría que permitiera formular su existencia. ¿Quién había visto alguna vez un átomo?

Se dice que pocos físicos en la Argentina comprendían, allá por los años veinte, la Teoría de la Relatividad. Hoy un alumno de la carrera de física podría explicarla. No se trata de que nuestros alumnos de hoy sean más inteligentes que los estudiosos de las primeras décadas del siglo XX; se trataba de la dificultad humana de romper con alguna de las verdades legitimadas por la ciencia, y al mismo tiempo una serie de “nuevos fenómenos” y áreas de problemas, que la teoría de Newton no poseía capacidad para explicar. No se trataba de un error de la ciencia, sino de los alcances explicativos de la teoría de la gravedad. El siglo XX es, como diría Bachelard, un período de “rupturas epistemológicas”.

El sujeto reaparece en la escena, pero con otra fisonomía, dentro de otro contexto del conocimiento. Humberto Maturana o Francisco Varela, quienes provienen del mundo de la biología incorporan el punto de vista del observador, permitiendo reintroducir el concepto de sujeto. La duda está en evaluar si se trata o no, del mismo sujeto.

Entre este grupo de hombres, jóvenes y no tan jóvenes, que participaron en este evento, que estaba destinado a marcar un hito en la historia del conocimiento, está Heinz von Foerster, el referente obligado, cuando se habla del “constructivismo radical”, quien incorpora el concepto de biosociación, que marcará la interdependencia del observador y el mundo observado. El observador no es una entidad aséptica, pertenece a un espacio histórico y social y es miembro de una cultura. Algunas de estas formulaciones fueron hechas más temprano, allá por la década del veinte o del treinta, el físico alemán Heisenberg, o el mismo Einstein, habían abierto nuevos espacios al pensamiento.

Von Foerster cita con admiración a Gregory Bateson, interesante figura cuya filiación resulta difícil definir –biólogo, antropólogo, psicólogo, epistemólogo– su mirada multifacética “descubriría” fenómenos nuevos; y permitiría acercar otras perspectivas acerca de la conducta humana y de las formas diferentes de la comunicación. Allí estaba quien fuera su mujer, Margaret Mead, figura singular de la antropología, ambos compartieron la experiencia en la Polinesia y abordaron el sentido de la “diversidad humana”. Participaron de los encuentros figuras como Norbert Wiener, quien acercó a los participantes a la cibernética, que iba a cambiar el mundo. Aplicada a los problemas humanos y sociales, presentó la idea de la “causalidad circular”. Warren Mc Culloch, preocupado por el funcionamiento del cerebro, abriendo caminos a la neuropsicología y a nuevas formas de conocimiento. De modo diferente la mente y el cuerpo parecen volver a unirse. Hicieron su aparición gran variedad de temas poco conocidos aún, algunos muy abstractos y sobre todo un vocabulario nuevo, un nuevo lenguaje que marcaba el cambio de los tiempos y el uso y a veces abuso, de metáforas tecnológicas para acercar las problemáticas a los nuevos interrogantes. Allí estaba, entre otros, Paul Wazlawick, un lingüista en su origen, quien abrió nuevos caminos a la psicoterapia. Afronta como interrogante si ¿Es real la realidad?, título de uno de sus libros (1979). Aquí el constructivismo hace su aparición en el campo de la psicología, desde una perspectiva transdisciplinaria, donde la complejidad se vuelve creciente. ¿Cómo son y cómo operan las distintas “realidades posibles” que circunscribe el lenguaje humano? Como compilador, presenta un libro titulado La realidad inventada (1988). Se trata de un desafío, no de una broma; obtiene desde diferentes ángulos diferentes respuestas, que se intersectan en algún punto.

Estas premisas impulsarían a una nueva generación a novedosos caminos que hoy aún transitamos, en la búsqueda de nuevas herramientas conceptuales. El lenguaje constituyó una herramienta imprescindible para crear nuevas formas, como la noción del “self”, que no es tan nueva. La configuración del self (el sí mismo, que posee sentido reflexivo), a partir del “diálogo con el otro” y del diálogo consigo mismo, como lo anticipara George Mead, pensador de la Escuela de Chicago, al formular el concepto de persona. La naturaleza autorreferencial del lenguaje le permite al sujeto, en la interacción, construirse a sí mismo. Neurociencia y filosofía, fisiología y matemáticas, lógica y sociología del lenguaje, se trataba de sistemas de una complejidad creciente. Desde la filosofía Edgard Morin (1986), sin denostar a la ciencia clásica, hace referencia a un combate donde, al final del proceso no se trata de cuestionar al “conocimiento objetivo”, desde un “constructivismo radical”, como en von Foerster “Se trata de conservar absolutamente esta objetividad, pero integrándola en un conocimiento más amplio y reflexivo, dándonos un tercer ojo abierto para aquello que es ciego”. “Necesitaremos también –señala– servirnos de nuestro pensamiento para repensar nuestra estructura de pensamiento”. Y nos propone un bucle interrogativo y crítico. Su punto de partida es la conciencia de la simplificación del pensamiento. Edgar Morin marca su deuda con von Foerster, a quien denomina “nuestro Sócrates electrónico”; él, como Varela y Maturana, le han permitido reintroducir el concepto de sujeto y nos hace penetrar en el mundo de la complejidad; la diferencia y la diversidad, la doble identidad y la complementaridad, organización de los antagonismos. Un mundo de desorganización y reorganización ininterrumpidas, donde interviene la cultura, propia de la sociedad humana y organizadora gracias al vehículo cognitivo que es el lenguaje. Este forma con las condiciones biocerebrales un nudo gordiano.

Pero debíamos avanzar más allá del culto a la objetividad y preguntar qué sucede más allá de nuestra experiencia. Von Foerster plantea la noción de autoreferencia. “El observador, el teórico debe incluirse en el sistema sobre el cual teoriza”. Preocupado por la función del cerebro, plantea su limitada capacidad de descubrirse a sí mismo, “es la serpiente que se muerde la cola”. ¿Es que podemos pensar a un ser humano despojado de sus creencias, de sus verdades? “La verdad” como un valor absoluto, lleva al hombre a ubicarse en el mundo, imitando a Dios. La teología señala que “las verdades absolutas suponen un ser absoluto como ellas”. Dios es el fundamento de la verdad. Los Evangelios dicen: “yo soy la vía, la verdad y la vida”.

En el lenguaje corriente se asimila “verdad” a “realidad”, ser objetivo significa decir la verdad de aquello que se percibe. Como dijimos anteriormente, en los juicios escuchamos preguntar a los testigos “¿jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?”. En este caso verdad es lo opuesto al error o a la falsedad. “¿La verdad es única?” Las verdades de los hombres son múltiples, porque son múltiples y diversas sus realidades. El lenguaje organiza nuestro aparato lógico y nos brinda una versión de la realidad. Para comprenderlo debemos ir más allá, conocer como es que conocemos y esto remite a los procesos cognitivos y a nuestro sistema neurológico. Pero podemos dudar acerca de que codifican nuestros sentidos. Ellos nos permiten el acceso a la realidad, pero no la construyen. Necesitamos saber cómo percibimos y qué implica percibir.

Es que hablar de un lenguaje, implica un acuerdo acerca de la percepción de la realidad. El primer acuerdo social del niño es el que le proporciona el lenguaje que aprende, mediante el cual le da forma y sentido. Hace a la condición humana, diría Jerome Bruner (1991), que sus verdades sean relativas al punto de vista de quien las adopta. Son los actos de significado los que otorgan forma y sentido a la realidad.

Paul Watzlawick (1988), hace referencia a la necesidad humana de las ideologías, prejuicios, superstición y rumores. Incluso acerca del carácter infalible y definitivo que se atribuye a una imagen, supuestamente científica, del mundo. Pero agrega como interrogante “por qué deseamos con tanto ardor poseer una visión definitiva del mundo” y se contesta, es que “los seres humanos… no podemos sobrevivir psíquicamente en un mundo carente de sentido”. La explicación del mundo tendría que ser, firme y sólida, sin dejar pendiente ninguna pregunta, tampoco en el caso de las utopías. Muestra así nuestra capacidad para “distorsionar los hechos” de tal modo que no contradigan “nuestra realidad “. “La verdad” depende de aquello en lo que se cree. En la mayoría de los casos se trata de verdades compartidas, teorías, ideologías y aún las convicciones personales.

El “constructivismo radical” de Heinz von Foerster, plantea su tesis de que el mundo circundante tal como lo percibimos es un “invento nuestro”, y que debemos remitirnos a los mecanismos neurofisiológicos de nuestras percepciones. Sin duda, pero parece que debemos insistir en que toda imagen del mundo es una construcción de nuestra propia mente, o como dice Ernst von Glasersfeld (1995), también desde un constructivismo radical, el pensamiento construye conceptos y redes de conceptos que “consideramos integrados y podemos atribuirles una estructura”, si bien son el producto de nuestra propia capacidad representativa, se trata de la “autoorganización de la percepción”, la ciencia debería poder explicar “la objetividad”.

El conocimiento científico es para Maturana, parte de un proceso en el que se aprende a aplicar el concepto de validez de las explicaciones, en algún ámbito particular. Lo que le interesa a la ciencia es la naturaleza “fáctica objetiva”, “la eficacia operacional” de sus explicaciones. Esta supone una dinámica reflexiva, que si es aprendida, permite “seguir siendo un observador de todas las circunstancias, sin apegarse a ellas”. Se trata de “limitarnos a los criterios de validez, que nos solicita la metodología de la ciencia”. Es decir que “no se requiere ninguna suposición acerca de la realidad objetiva e independiente”. Maturana insiste en que la ciencia no tiene nada que ver con una noción de verdad, pero necesita de las explicaciones científicas y su criterio de validez. Recordemos a Jean Piaget, quien fue el primero en señalar, desde el campo de la psicología, que “el niño construye su mundo”, sin referencia específica acerca de la realidad, sólo con los criterios de la lógica del lenguaje, a través de la cual percibe la “realidad”. Es que hablar de un lenguaje implica un acuerdo social acerca de la realidad.

Desde otra perspectiva, la Sociología del Conocimiento, abre el debate. Esta disciplina parte de la premisa de que las formas del conocimiento están ligadas a las construcciones de los hombres una época. La realidad se construye socialmente; el hombre de la calle no se cuestiona acerca de ¿qué es la realidad? Vive en un mundo que para él es real. Está construido y legitimado desde el lenguaje, desde lo que Berger y Luckmann (1964), denominan “el universo simbólico”, una construcción humana que ordena el mundo de la “realidad” y le otorga sentido. Se trate de “realidad objetiva” o “realidad subjetiva”, ambas se relacionan. No resulta realmente novedoso en la segunda mitad del siglo XX, el hecho de la necesidad de demoler las fantasías de la existencia de una “realidad objetiva” y las dudas acerca de la existencia de leyes generales del universo. “La legalidad y la certeza de todos los fenómenos son de quien las describe”. No son de ningún modo la lógica del mundo. Dependen de “los cristales conceptuales, que organizan nuestra lógica del mundo”. El hombre construye “la realidad social”, que le impone significados.

El conocimiento avanza, como señalara Gaston Bachelard, en la primera mitad del siglo, a través de “rupturas epistemológicas”, que implican un antes y un después, son parte de un proceso, en el que la ciencia no hace sino intentos de aproximación. No descubre la realidad, sólo define su área de problemas, aquellos cuya época le permitan definir el alcance de sus proposiciones. “La ciencia de hoy es deliberadamente fáctica, en el sentido cartesiano del término… construye una realidad, tritura la materia, da un sentido y una finalidad a fuerzas dispersas”. El trabajo del científico requiere en la actualidad, una larga preparación y una conciencia racionalista para acceder a las problemáticas de ahora y desembarazarse de toda problemática individual, que debe ponerse entre paréntesis. Hace más de medio siglo advertía que “Dentro de una cultura científica, una problemática que persiste en ser individual, requiere del psicoanálisis”. Por otro lado, anuncia quizás, la necesidad de la toma de conciencia de la rapidez del devenir de la ciencia y de la cultura científica, comparada con su “inacción” durante el siglo XIX. Escribe en los primeros años del siglo XX. Su mirada de filósofo expresaba las inquietudes que movilizarían pensadores y científicos del fin del siglo XX.


Bibliografía

  1. BACHELARD, Gaston, L’activité rationaliste de la physique contemporaine, Paris, Presses Universitaires de France, 1965.
  2. BLOOR, David, Conocimiento e imaginario social, Barcelona, Gedisa, 1998.
  3. BERGEN, Peter y LUCKMANN, Thomas, La construcción social de la realidad, Madrid, Amorrortu, 1972.
  4. BRUNER, Jerome, Actos de significado, Madrid, Alianza Editorial, 1991.
  5. BRUNER, Jerome y HASTE, Helen, La elaboración del sentido, la construcción del mundo por el niño, Buenos Aires, Paidós. 1990.
  6. MATURANA, Humberto, “La Ciencia de la Vida Cotidiana: la ontología de las explicaciones científicas”, en: El ojo del observado, Watzlawick, Paul, Op. cit.
  7. MORIN, Edgard, El método I. La Naturaleza de la Naturaleza, Madrid, Ediciones Cátedra S.A., 1986.
  8. SEGAL, Lynn, Soñar la realidad. El Constructivismo de Heinz von Foerster, Barcelona, Paidós Ibérica, 1986.
  9. VON GLASERSFELD, Ernst, “Despedida de la objetividad”, en: El ojo del observador,
  10. WATZLAWICK, Paul, Op.cit.
  11. VON FOERSTER, Heinz, “Construyendo una realidad”, en: La realidad inventada,
  12. WATZLAWICK y otros, Op.cit.
  13. WATZLAWICK, Paul (comp.) El ojo del observador, contribuciones al constructivismo. Barcelona, Gedisa, 1995.
  14. ________, ¿Es real la realidad?, Barcelona, Herder, 1979.
  15. ________ y otros. La Realidad Inventada, Buenos Aires, Gedisa, 1988.
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Erika Jaillier Castrillón*


* Comunicadora social - Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana. DEA (Master) en Ciencias de la Información y de la Comunicación de la Universidad Stendhal - Grenoble 3, Francia. Docente investigadora de la Facultad de Comunicación Social de la UPB, miembro del laboratorio GRESEC (Groupe de Recherche sur les Enjeux de la Communication) y doctoranda de la U. Stendhal. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.


Resumen

¿Es posible pensar que nuestra realidad es sólo una representación de un mundo imaginado -e incluso utópico- o es, como dicen autores como Morin e Ibáñez, una construcción relacional, relativa y múltiple que está a la vez fuera y dentro de nuestro espíritu? El concepto de realidad en la investigación cualitativa de segundo orden se mueve en un terreno incierto entre el conocimiento lógico y claramente definible y lo inconcebible. El problema de la naturaleza y la realidad del mundo cognoscible subsiste hoy como un interrogante permanente en la relación sujeto- objeto dentro del campo de las ciencias sociales. El siguiente texto es una reflexión basada en las ideas de Morin, Ibáñez y otros pensadores de nuestro tiempo, quienes han presentado nuevas perspectivas sobre el tema de la realidad que resultan ser muy útiles para comprender la investigación social contemporánea.

Palabras clave: Realidad, investigación social, reflexividad, complejidad, verdad, objetividad.

Resumo

É possível pensar que nossa realidade é apenas uma representação de um mundo imaginado - mesmo um mundo utópico - ou é, como Morin e outros autores dizem, uma construção relacional, relativa e múltipla dentro e fora de nossa mente? O conceito de realidade na pesquisa qualitativa é um campo incerto entre o conhecimento lógico e claramente compreensível e o que é inconcebível. O problema da natureza e da realidade do nosso mundo cognoscível perdura hoje como uma questão permanente na relação sujeito-objeto no campo das Ciências Sociais. O texto a seguir é uma reflexão sobre as idéias de Morin, Ibañez e outros pensadores do nosso tempo que nos mostraram novas perspectivas do sujeito da Realidade, que são muito úteis para entender a pesquisa social contemporânea.

Palavras-chave: Realidade, pesquisa social, reflexividade, complexidade, verdade, objetividade.

Abstract

Is it possible to think our reality is only a representation of an imagined world -even an utopian world- or is it, as Morin and other authors say, a relational, relative and multiple construction inside and outside our mind? The concept of reality in qualitative research is an uncertain field between the logical and clearly understandable knowledge and what is inconceivable. The problem of the nature and the reality of our cognizable world, lasts today as a permanent question in subject-object relationship in the Social Sciences field. The following text is a reflection about the ideas of Morin, Ibañez and other thinkers of our time who have showed us some new perspectives of the subject of Reality, which are very useful to understand the contemporary social research.

Key words: Reality, social research, reflexivity, complexity, truth, objectivity.


Introducción

Nuestros sentidos son sumamente limitados. Solemos conocer parcelando lo real para hacerlo tratable. Aislamos los objetos para conocerlos. De este modo, nuestro conocimiento es fragmentado y sólo logra superar estas limitaciones en la articulación de las fragmentaciones mismas y en la adquisición de una inteligencia de nuestros propios límites. Pero llegar a esa conclusión temporal nos ha significado todo un largo recorrido que empieza en la modernidad con las discusiones entre realidad y utopía. Lo utópico se convirtió en centro de interés para muchos pensadores de los siglos XVIII y XIX desde la literatura y la política.

Durante buena parte del siglo XIX y parte del XX, el interés por las utopías no dejó de crecer y la presencia de estas ideasimágenes utópicas se halla en las más diversas disciplinas, artes y saberes. Incluso, se podría decir que esa intención de imaginar la ciudad perfecta, que nació de la literatura y de la filosofía, se tornó una preocupación científica en las ciencias sociales.

En nuestros días, lo utópico no desaparece. Más bien ha transformado sus significados: puesto que hoy sabemos que la realidad no es una proyección de lo real sobre nuestra mente, sino una organización cognitiva que se aplica sobre unos datos sensoriales y traduce los eventos físicos en representaciones de mundo, nos queda posible afirmar que el ser humano ficciona permanentemente. “Ficcionar es traducir en imágenes las ideas elaboradas por la ciencia, es decir, colocar la imaginación, la capacidad creadora, al servicio del saber” (Baczko, 1999:72). El ser humano es un ser que ficciona, que crea utopías.

La utopía como concepto se utilizó al principio como sinónimo de ideal, de modelo, de quimera del hombre con respecto a la construcción de lo social. Hoy se descubre otra función del término: su uso para hablar de la realidad como algo representado, como algo imaginado: lo utópico. Por ello, cabe preguntarse qué sucede en la relación utopía/ no-utopía, tal como lo mencionaba Bronislaw Baczko (Baczko, 1999: 72-73). Dicha relación tiende a caracterizar obras, actitudes colectivas, movimientos sociales, corrientes de ideas, etc., buscando determinar las condiciones históricas y sociales que favorecen construcciones utópicas del mundo, de lo real.

Algo similar sucede con la relación utopía/ideología, según la cual la oposición está dada por una contraposición entre las imágenes o visiones globales del mundo que representan las necesidades e intereses de la época y la ideología como un sistema global de ideas o de valores desde la conciencia social marcada por la tendencia a mistificar la realidad (Ibid: 76).

Lo cierto es que desde que comprendemos que la realidad es una forma de ficcionar lo que percibimos y transformamos en el proceso de cognición, es difícil saber qué es exactamente la realidad. De allí la pregunta que autores como Watzlawick, Morin, Ibáñez entre tantos pensadores de nuestro tiempo, se plantean sobre la realidad: ¿Es real la realidad? ¿Qué de ella es ficción, qué de ella es invención de nuestro propio conocimiento? ¿Qué de ella es simplemente una cuestión de contraste entre lo verdaderamente real y aquello que nuestros limitados sentidos pueden construir?

Aunque no buscamos con este texto dilucidar estas preguntas, sí queremos abrir la posibilidad de una reflexión y de un diálogo científico desde la investigación social que trate el tema de la realidad como interrogante permanente de la relación sujeto-objeto dentro de las perspectivas paradigmáticas recientes.

Invenciones de realidades

Watzlawick, en los años setenta, hablaba de que la mejor manera de engañarse a sí mismos era creer que sólo existía una realidad. Y resaltaba entonces que la realidad era un producto de la comunicación, es decir, del intercambio humano, que precisamente por ser humano era siempre imperfecto y dudoso. La realidad se ve afectada por la manera en que se lleve a cabo el proceso comunicativo, es solo una invención que hemos hecho a partir de nuestras comprensiones en la continua interacción con los otros y con el mundo. La confusión y la desinformación son permanentes y hacen parte también de esa misma construcción de la realidad (ellas contribuyen a esa invención de la realidad aunque falseen por momentos o definitivamente lo real). Incluso estos dos elementos, aunque según todas las creencias deban evitarse, representan retos para el investigador, créalo éste o no.

La clave para entender cómo se construye la realidad es para este autor y para otros como Beavin y Jackson, una cuestión de “puntuación de la secuencia de sucesos”. Puntuar es distinguir, es indicar que uno, entre varios aspectos, es primario. Se hace puntuación a partir del lenguaje. En el caso de la investigación, la puntuación se resume en distinguir unos fenómenos de otros y darles un ordenamiento, una organización específica según la cual explican (indican o puntúan), lo que han percibido como sucesos. Esta puntuación, este ordenamiento es lo que crea realidades diferentes.

Cada puntuación es un ficcionar, un traducir las imágenes recibidas a través de nuestros sentidos en algo que llamamos realidad, pero que finalmente es una utopía de ella (retomando el término de utopía como negación del topos). Es “lo que no está”, lo que no tiene lugar, lo que ocupa un espacio pero no es lugar (Ver: Augé, 1992 y Delgado Ruiz, 1999, para el tema de la diferencia entre espacio y lugar). La pregunta que se hacen quienes trabajan estas nuevas perspectivas epistemológicas es cómo conocer el conocer de otros, de esos otros cuya construcción final de la realidad está completamente lejos de la nuestra, tan lejos que no se encuentra siquiera en el mismo espacio.

Ahora bien, Ibáñez (Ibáñez, 1998:13-17) menciona que para lograr ese proceso epistemológico, es necesario marcar los espacios en un adentro y un afuera. El adentro está delimitado por el uso de lo que se ha llamado la tipificación lógica, que es una manera de trazar distinciones y el afuera son formas paradójicas de puntuación que permiten una autorreferencia. De algún modo, todo esto nos permite intuir que la cuestión de los métodos y de los paradigmas es una cuestión de puntuación, de tipificaciones lógicas, de indicaciones de la experiencia que permiten al investigador mantener una cierta coherencia en su conocimiento.

Paradigmas, realidades y objetividad

Digamos que se trata ahora de suponer que nuestros paradigmas investigativos, esas formas lógicas de nuestro conocer que determinan que los acontecimientos o los hechos sean vistos como algo predeterminado (y regular, de forma que es posible imaginar un control) o como algo libre, cambiante y cíclico (de manera que debamos concentrarnos en la esencia y no en la superficie que se transforma en la praxis), son simples maneras de puntuar nuestras experiencias como investigadores sociales. ¿Qué ocurre entonces con aquello que llamamos realidad? ¿Qué ocurre con la objetividad, con la veracidad, con esos conceptos abstractos que le dan valor a nuestro trabajo como investigadores? ¿Y qué es entonces lo que nos hace siempre ordenar lo que vivimos, nuestras experiencias bajo una cierta estructura mental? ¿Esa estructura mental proviene del afuera o del adentro?

Esas preguntas nos hacen entrar en tensión. La discusión es bizantina: ¿la realidad está afuera o adentro de nosotros? ¿Es una cuestión del espíritu como decía Kant? ¿Y si es del espíritu, cuánto de nuestro espíritu ha sido coproducido por lo que hay fuera de él, al menos para tratar de no caer en solipsismos? Morin intenta responder a esta cuestión al afirmar que “aun cuando sigue habiendo una realidad profunda más allá o más acá del orden y de la organización espacio- temporal del mundo de los fenómenos (…), este mundo de los fenómenos, sin constituir por ello La Realidad o Toda realidad, constituye sin embargo una cierta realidad y una realidad cierta, y que el orden y la organización espacio-temporales constituyen caracteres intrínsecos de esta realidad” (Morin, 1994: 230).

Dicho de otro modo, Morin reconoce que es necesario para el hombre pensar que hay una realidad que no depende de nuestra construcción, de nuestra representación mental de la realidad. Conocer implica acceder a la realidad por su irrealidad, pero, como aclara Morin, esa irrealidad debe organizarse y “el conocimiento entra en correspondencia con la realidad en y por esta organización ‘real’ (Ibíd: 232). Complementa más adelante la idea diciendo: “Si formamos parte de un mundo fenoménico que forma parte de nosotros, podemos concebir que este mundo esté a la vez afuera y en el interior de nuestro espíritu y, aunque no pudiéramos concebirlo independientemente de nosotros, podemos reconocerle independencia y consistencia” (Ibid: 232).

Cabe entonces reformularse una pregunta: en la investigación social, ¿cómo pensar la objetividad cuando no es seguro saber qué está fuera y qué dentro de nuestro espíritu o qué está fuera y qué dentro del espíritu de los otros? Siguiendo la perspectiva de la complejidad, para ser objetivos es imprescindible entonces reconocer que lo exterior, que el afuera existe sin necesidad y en absoluta independencia de nosotros. Dado que en este mundo sabemos que nuestra realidad está y siempre estará mediada por nuestras capacidades de percepción y de comprensión fenoménica del mundo, la objetividad total es imposible. Por eso, repetimos, solo podrá entenderse como relativa, fruto de un compromiso hecho de concesiones mutuas y de renuncias recíprocas con la realidad. Cualquier pretensión de totalidad o de fundamentalidad sería de por sí una no-verdad.

La objetividad en la investigación depende pues de la relación entre naturaleza y realidad. A diferencia de la investigación empírica de las ciencias duras, en la que las técnicas empíricas se articulan sobre la teoría y esto permite que ambas dimensiones interactúen mutuamente, en la investigación social, lo empírico suele articularse sobre la ideología, es decir, sobre un sistema global que mistifica la realidad. Por esto mismo es paradójica: su verificación depende de dos tipos de pruebas, las empíricas (adecuación a la realidad) y las teóricas (coherencia con la teoría, o sea, con el discurso). Y ambas terminan formulando sentencias autorreferentes. Para resolver en parte esta paradoja, entra el concepto de reflexividad y la investigación social de segundo orden (Ibáñez, 1998: 198-214)

Reflexividad e investigación

La inquietud continúa: ¿Empirismo/ racionalidad? ¿Naturaleza y realidad del mundo cognoscible? ¿Luchar por el orden o caer en la incertidumbre de no saber qué es lo real? Volviendo con Morin, él nos dice:

El conocimiento científico se formó y se desarrolló en esta conjunción dialógica. Este, a partir de una regla que permite que la práctica (observaciones, experiencias), la comunicación (intercambio de información, publicidad de los conocimientos y de los medios de investigación, debates y discusiones) y la reflexión (teórica y crítica) se fecunden entre sí, pudo adquirir innumerables certidumbres que parecían fuera de alcance, al mismo tiempo que descubría la incertidumbre allí donde reinaba la certidumbre absoluta, y al mismo tiempo que mantenía sin cesar la crítica de las certidumbres teóricas. De este modo, los progresos de la ciencia obedecen a una dialógica de aumento de las certidumbres y de descubrimiento de incertidumbres. (…) Hemos descubierto que nuestras posibilidades inteligentes tenían límites, pero es esto justamente lo que nos permite adquirir inteligencia de los límites.(Morin, 1994: 246-247)

Decíamos antes de esto que la verdad en las ciencias sociales se ha entendido como adecuación a la realidad y como coherencia al discurso. Lo que nos dice Morin rompe con esa dicotomía y plantea otra opción: aceptar lo dialógico. Esta aceptación de lo dialógico pasa necesariamente por una visión compleja de la verdad: la verdad como algo relativo y reflexivo. Relativa a los axiomas y reflexiva porque implica validar las validaciones, medir las mediciones, aceptar la autorreferencialidad pero aceptando también la contrarreferencia.

La investigación de segundo orden busca esa verdad relativa y reflexiva y no aprisiona el conocimiento en el aquí y el ahora, permitiendo que el acto mismo de conocer no se inscriba en un punto de vista particular fijo, sino que aun si existe ese punto de vista (lo teórico o lo empírico, por ejemplo), se pueda buscar una meta punto de vista que supere al punto de vista inicial y de este modo se concedan la posibilidad de reflexionarse y de relativizarse los conocimientos.

La investigación social de segundo orden contribuye a la búsqueda de una verdad que no es una, sino que acepta lo múltiple, las múltiples realidades contrapuestas, al hacerse consciente de los modelos o paradigmas de ciencia impuestos y que llevan a un riesgo permanente de ilusión (utopía). La investigación social de segundo orden depende de sus propios criterios, de la autorreferencia y la contrarreferencia, por lo que se vuelve en objeto para sí misma. Como objeto, es al mismo tiempo investigadorinvestigado, sujeto-objeto por lo que el punto de vista cambia de posición y se convierte en un punto de vista meta-sociológico, metahistórico y meta-antropológico que permita la reflexividad.

Un primer cambio de punto de vista se da en el traslado de la información recogida por el sujeto investigador hacia los sujetos investigados: al devolver la información, se transforma el conjunto. Este proceso, considerado como cuestión de transducción, alcanza una comprensión más compleja y completa de la realidad. El metapunto emerge de lo dialógico y de la recursividad. “La dialógica de los puntos de vista es uno de los constituyentes del conocimiento del conocimiento que, al permitir la entrearticulación de sus diversas instancias constitutivas, permite al mismo tiempo los metapuntos de vista” (Morin, 1998: 97).

En ese sentido, mientras la lógica tradicional de la investigación social solo acepta los criterios de “o falso, o verdadero”, la nueva visión de la investigación adiciona lo imaginario, algo que no tiene lugar, pero tiene tiempo y que va más allá de ese aquí y ahora que marcan los límites de la óptica tradicional en una oposición entre lo real y lo posible. El nuevo “aquí y ahora” se traduce en una oposición virtual/actual, entendiendo lo virtual como potencialmente posible y lo actual como dinámicamente posible. Dicho de otra manera, es plantear lo real como algo que va más allá de lo pensable, pero que existe de modo virtual/actual.

Este cambio de visión facilita el manejo del mundo porque da herramientas para comprender que la idea no es simplificar el conocimiento dicotómicamente y paradigmáticamente, sino complejizarlo para hacer de él algo más rico: conocer el conocer, el conocimiento del conocimiento del que habla la complejidad.

¿Por qué lo socialreflexivo?

Ya que se ha hablado de la necesidad de ruptura con los paradigmas, parece contradictorio hablar en el título de la mirada social-reflexiva de la investigación porque la mención sola de una investigación tipificada de este modo es considerarla ya un nuevo paradigma. Y lo es porque permite una modelización de mundo. Lo cierto es que, a diferencia de modelizaciones anteriores, esta incluye en sí lo dialógico y lo dialéctico, las paradojas y la incertidumbre, cuestiones que parecían imposibles de aceptar desde otras perspectivas de investigación.

Toda investigación depende de la sociedad donde se realiza, de un tipo de cultura y de ecología específicas. Nuestra sociedad de realidades múltiples, en pleno proceso de auto-eco-organización, necesita adecuarse a nuevos paradigmas de comprensión del mundo y a aceptar nuevas explicaciones de la realidad (lo relativo, reflexivo y múltiple, como ya se ha dicho). La investigación reflexiva aparece como respuesta a esa sociedad. Pero es preciso reconocer que no será lo mismo pensar en investigación reflexiva en una sociedad que no promueve las preguntas e incluso se abstiene de hacerlas a una sociedad donde la percepción, la curiosidad, la apertura al conocimiento se conciben como actividades indispensables.

La pregunta en este último punto ya no se refiere a la posible existencia de la investigación social- reflexiva, ni debe dirigirse a la problematización de que esta se convierta en un nuevo paradigma, sino a la necesidad de pensar que esa investigación responda a una transformación de sociedad que debemos lograr en paralelo. Un cambio de la sociedad de información (rótulo que, por cierto, produce reacciones entre ciertos autores recientes como Mattelart, Graham, Miège y Flichy, detractores del mal uso del término), a una sociedad de comunicación.

Lo social-reflexivo funciona mucho mejor en sociedades de comunicación y permite que se vaya realizando poco a poco el cambio. En ella, hacer preguntas, indagar, preguntarse por la realidad y por la realidad de la realidad misma es una labor relevante. Pero además, se torna una labor horizontal en la que todos utilizan la información dentro de una interacción dialógica. La sociedad de la comunicación es un nuevo ideal de una riqueza increíble, donde la ciencia es otra, la libertad es una condición para el diálogo, la creación y el principio estético, y la cultura de la investigación debe ser de todos para no convertirse en simple fachada del cambio.

Imaginar posibles conclusiones

La investigación social-reflexiva permite plantear una transformación: de la utopía a la realidad múltiple, relativa y reflexiva, de un único punto de vista a varios puntos de vista e incluso a metapuntos de vista, de la sociedad de información a la sociedad de comunicación, de un pensamiento social uniformado a un pensamiento social donde se trata de entender y de prever el movimiento reflexivo del otro, de un investigador- observador solitario a un observador reflexivo que tiene en cuenta la observación de los observados y su propia acción de observarse observando, de paradigmas cerrados a paradigmas abiertos, que plantean como posible y como necesaria la existencia de lo dialógico.

La investigación social-reflexiva incluye dentro de sus preguntas la relación entre lo real, la realidad, las realidades múltiples y lo real imaginable e incluso, está abierta ante lo real no pensado. El actor primordial de la investigación ya no es el investigador, sino el mundo, lo observado que se transforma entonces en observador y que plantea la necesidad de un metapunto de vista para comprender las dimensiones de realidad en cada caso.

¿Qué concluir entonces? La cuestión más bien sería lanzar al aire una serie de preguntas que nos hagan comenzar la reflexión sobre lo reflexivo, sobre su utilidad en nuestro medio, sobre las posibilidades de transformación social que persigue y que, de algún modo, exige sobre su visión ética y estética en el compromiso de devolución del conocimiento. ¿Somos capaces de tomar conciencia de las condiciones históricas, sociales, culturales que determinan nuestras posibilidades actuales de conocimiento? ¿Reunimos condiciones culturales, sociológicas y antropológicas para un conocer nuestro conocer? ¿Hemos planteado las posibilidades históricas y transhistóricas de la pertinencia de ese conocer el conocer? ¿Somos capaces de construir metapuntos de vista que nos permitan ir más allá del aquí y el ahora? ¿Seremos capaces de pensar la investigación desde esa oposición virtualidad/actualidad que nos permita mantener la tensión entre el equilibrio actual y el equilibrio virtual necesarios para una conjunción efectiva entre la práctica, la comunicación y la reflexión?

Las preguntas continúan. Pero eso es parte del reto.


Bibliografía

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  5. MORIN, Edgar, El método III. El conocimiento del conocimiento, Madrid, Cátedra, 1994. , El método IV. Las ideas, Madrid, Cátedra, 1998.
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