Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
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Marco Raúl Mejía J.**
* Versión ampliada del texto presentado en el Simposio Peligro Oportunidad: Relación entre conflicto cotidiano y política en Colombia hoy, convocado por la Universidad de Antioquia, ENDA, Fundación para el Bienestar Humano y el IPC (Medellín, agosto de 2001).
** Educador e investigador. Asesor del Movimiento de Educación Popular Integral Fe y Alegría de Colombia, de la Expedición Pedagógica Nacional y del Proyecto Planeta Paz. Asesor del Consejo de Educación de Adultos para América Latina, CEAAL. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla. y/o Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Testimoniar, respetar, cuidar, renunciar, ser responsable de todo y de todos(as) es un hacer posible y esencialmente ético, por estar en la esfera de nuestro poder. La conciencia moral es fruto del proceso reflexivo y de la enseñanza de la ética como ejercicio pedagógico de responsabilidad tanto en cuestiones de frontera como en lo cotidiano.
Lourenço Zancanaro1
To give witness, respect, caring and renouncing, being responsible of everything and everyone, is a possible doing which is also essentially ethical, by being in the sphere of our power. Moral conscience is the fruit of a reflexive process and of the teachings of ethics as a pedagogical exercise of responsibility, as much within frontier questions as in our everyday life.
Lourenço Zancanaro1
La cita de este brasilero, presente en un estudio sobre Hans Jonas1, el gran pensador de la ética para tiempos de globalización tecnológica sirve como entrada a una búsqueda en la esfera de lo humano, lo cual nos coloca en la obligación de construir procesos que enlacen lo cotidiano con las tareas mayores de la sociedad que requieren cada vez más del entendimiento de la naturaleza del conflicto. Los educadores de este país debemos iniciar un proceso para llegar a un manejo pedagógico del mismo que evite que su regulación nos coloque en situaciones límite como tener que recurrir a la violencia física bajo sus múltiples manifestaciones para resolver los variados conflictos que se nos presentan y que hacen parte de nuestro desarrollo humano y social.
Es costumbre en el uso común y cotidiano valorar el conflicto en términos de bueno o malo, como si estuviera predispuesta esa naturaleza. Es necesario pensarlo como una construcción social que ayuda en la configuración de lo humano. Además, es indispensable abandonar la concepción esencialista del conflicto, la cual afirma que éste por sí solo produce los cambios, como si fuera capaz autónomamente de dinamizar la experiencia humana o provocar la peor catástrofe.
En un país como el nuestro, signado por múltiples conflictos que han encontrado en su resolución violenta y armada la forma de ser procesados surgen múltiples miradas que intentan explicar el conflicto analizándolo desde las más diversas esferas: tanto desde lo personal como una consecuencia de la sicología de los individuos como desde su manifestación social, reconociéndolo a través de los resultados de su regulación violenta.
Detenerse a observar el conflicto con detenimiento requiere de una mirada más compleja ya que si bien éste adquiere manifestación a partir de los intereses, las necesidades y los satisfactores, su producción se da en el marco de la construcción de lo cotidiano y en la esfera de los sujetos en la tensión entre la individuación lugar en que nos hacemos seres sociales desde nuestras particularidades personales. Y la socialización (lugar en que construimos las representaciones de la individuación en la esfera del encuentro con los otros, haciendo posible la existencia de unos referentes que dan identidad a nuestra manera de estar en el mundo).
En esta perspectiva, el conflicto se da en ese cruce en donde individuación y socialización hacen emerger las diferencias a través de las cuales se hacen manifiestas las necesidades y los intereses, que buscan a los satisfactores para que den a las personas la posibilidad de representarse en el escenario social.
Uno de los problemas centrales que encontramos en los procesos de globalización política, social, cultural y económica que vivimos es la manera como se producen discursos homogéneos en los cuales pareciera que todos somos lo mismo: como ciudadanos y como hijos de la democracia terminamos siendo parte de una identidad formal vacía que pareciera estar construida sobre la extinción de las diferencias; convirtiéndose muchos de estos discursos en las formas que construye una élite propiciadora de esa universalidad en la cual los procesos de diferenciación parecen extinguirse.
Hemos terminado convertidos en ciudadanos del mundo olvidando que también somos hijos de la aldea y a partir de esta negación se ha construido una explicación en la cual se ha perdido la cultura que nos daba identidad y unidad.
Frente a la tendencia mecánica de la globalización económica, la cual produce homogeneización a todos los otros niveles, se hace necesario ir a la búsqueda de lo diferente como único camino para hallar los conflictos y producir en nosotros una descentración, en cuanto va a centrar la fuerza en reconocer “nuestras particularidades”. Por su parte las formas dominantes tienen como centro el ejercicio de negar lo diferente,aquello que aparece y descalifica desde su centralidad haciendo que sea parte de lo otro no reconocido oficialmente y por lo tanto subsumido en esa misma negación.
Hoy el mundo globalizado entendido como un desarrollo de las fuerzas productivas a partir de las revoluciones científicas y tecnológicas, ha adquirido el control del capital financiero, ha desmontado el Estado de Bienestar y ha alcanzado el predominio en el mercado en su forma neoliberal.
La globalización atenta contra la diferencia en su pretensión de construir una cultura global unificada y por lo tanto productora de subjetividades e identidades más o menos homogéneas que tendrían como realidad una especie de pre-formatividad a priori de la acción y de la historia. La producida homogeneización por la globalización oculta experiencias de vida y experiencias sociales extremadamente diferentes, además de originar un profundo desfase entre economía y ética.
Esta homogeneización aparece con más fuerza en el mercado con el señuelo de ser una expresión o convergencia de lo diferente construida desde el libre juego de individualidades e intenta ocultar el conflicto que significa aceptar lo diferente como una manera de ser desigual. Se evidencian aquí las amarras que tiene la globalización con la cultura blanca y con la dominación de poderosos sectores económicos y políticos, lugares en los que surgen las únicas lecturas posibles de la realidad, (pensamiento único) las mismas que Occidente ha construido como su verdad-poder y como su saber-poder fruto del nuevo lugar del conocimiento en la sociedad globalizada. Esa expresión de lo diferente se cruza con aquello que silencia, aparece:
Un mundo no sólo blanco, sino también negro, mulato y multicolor (construyendo lo étnico).
Un mundo no sólo de ricos y nobles, sino también de pobres, asalariados y desempleados.
Un mundo no sólo de hombres, sino también de mujeres y homosexuales.
Un mundo no sólo con una ciencia, sino con un conocimiento en expansión con múltiples interpretaciones y paradigmas.
Un mundo no sólo adulto, sino también de jóvenes y niños(as) con sus propios sentidos y esperanzas.
Un mundo no sólo bipolar (norte- sur), sino multipolar, con múltiples formas de alcanzar el desarrollo.
Un mundo no sólo bipartidista, sino multipartidista.
Un mundo no sólo de metrópolis, sino también de campesinos y desplazados.
Estas múltiples manifestaciones nos muestran que los conflictos entre culturas, en un sentido amplio (de etnia, de clase, de género, de saberes, de generaciones, de principios doctrinarios, de partidos políticos, entre otros), no pueden seguir siendo analizados como simples relaciones de oposición; es urgente realizar un esfuerzo para entender que las relaciones de poder están vivas al interior de estos procesos dentro de una lógica más amplia porque han sido diferencialmente constituidas. Para ello, es necesario encontrar los mecanismos que hacen visible la manera como esas miradas unipolares, al negar y excluir lo otro, han construido su poder y han producido un discurso de la diferencia que al no tener en cuenta el poder que excluye lo han convertido en pluralismo, como forma de evadir las responsabilidades en la construcción de la desigualdad.
Pero ir más allá de la mirada liberal del pluralismo, requiere plantearse con urgencia un multiculturalismo crítico que, fundado en la diferencia, pueda señalar las desigualdades que se construyen allí y el camino para estructurar posibilidades políticas que asuman como parte de su proyecto la reconstrucción de la sociedad. Es así como este multiculturalismo2 que se ha impuesto como tarea hacer explotar el poder existente al interior del mundo unipolar para que emerjan múltiples versiones de la forma como la exclusión, la desigualdad, y la segregación, hacen parte de un mismo proyecto occidental centrado en construir nexos de dominación3.
Por ello, el multiculturalismo crítico no acepta la diferencia como originaria de culturas que permanecen intactas, sino que reconoce en ese juego los riesgos de asumirse hoy en un mundo globalizado y por tanto la complejidad de sus relaciones pues se producen rupturas, desvíos, clausuras, y encerramientos, como forma de manifestación de la diferencia. Esto significa una negación al uniculturalismo (centrado en lo euroaméricocéntrico, en lo androcéntrico, y en lo falocéntrico), y al universalismo que se rompe como verdad cuando se visibilizan las relaciones de poder y privilegio que lo constituyen4.
Desde el multiculturalismo crítico, la interculturalidad no es vista como el simple encuentro de culturas, sino como el encuentro que enriquece, reconociendole los sustratos de poder, a la idea multicultural y por ello está en condiciones de producir una negociación cultural real, es decir, empoderamiento en y desde las culturas.
Una de las preguntas centrales tiene que ver con la mejor forma de romper con la institucionalidad de la igualdad formal, la cual a su vez construye identidades formales y nos subsume en una unidad construida desde la forma liberal de la política naturalizando las diferencias y por esa vía las desigualdades. Esto va a exigir la construcción de los nuevos discursos de la desigualdad para entender que la justicia no se va a dar como realidad simplemente porque una ley lo determine, es decir la justicia necesita ser constantemente conquistada y recreada por todos aquellos que desde una ética de la solidaridad han decidido convertirla en aspecto central para la reconstrucción de la sociedad.
Cuando se reconoce la tendencia mecánica de la globalización económica que conduce al análisis de la homogeneización a todos los otros niveles, el ejercicio para reconocer el conflicto nos produce una descentración en cuanto coloca la fuerza en encontrar “mis particularidades” para constituir un nuevo campo de experimentación y cambio. En ese sentido, la diferencia emerge como riqueza y primera posibilidad de cambio, a la vez que permite percibir desde ella, la emergencia de posibles conflictos. La diferencia se muestra como:
Nos situamos frente a una construcción de lo colectivo desde múltiples lugares, que ubica la diferencia como elemento central que nos constituye como seres sociales con responsabilidades colectivas que son necesarias de re-construirse en el ejercicio también de la de(s)construcción. La diferencia y el conflicto, en mi concepto, conducen a profundizar la agenda de cambios para construir de otra manera la vida cotidiana, todo lo cual exige un trabajo de deconstrucción5.
Las principales diferencias que conducen al camino de la exclusión, la segregación y la discriminación y construyen los nuevos mapas de poder y de dominación son:
Uno de los problemas centrales cuando se mira el fenómeno de lo multicultural en la sociedad globalizada, es la manera como desde el poder se intenta darle cauce a los conflictos. Por lo anterior, es necesario desarrollar la capacidad de reconstruir pensamiento y acción para ser capaces de romper los imaginarios que han permeado la visión esencialista instalada socialmente en nuestra subjetividad y que han hecho que en nuestra vida cotidiana nos comportemos ambiguamente (no siendo lo claros que decimos ser) y que miremos el conflicto como causante de problemas y no propiciador de transformaciones individuales y sociales.
Asumir el conflicto significa abordarlo de manera distinta a como estamos acostumbrados a hacerlo y convertirlo en generador de procesos, impugnador de verdades, reconstructor de poderes, y organizador de propuestas. Pero la mayor dificultad radica en las rupturas que tenemos que realizar en nuestro accionar subjetivo y personal en ocho aspectos inscritos como impronta en la cultura que hemos conformado en la trama histórica de nuestras sociedades y que hoy bajo el capitalismo globalizado ha tomado el sesgo de lo universal. Estos aspectos son:
Hoy se han abierto puertas para identificar cómo lo conocido está implicado en el sujeto cognoscente y cómo otras dimensiones de lo humano también acumulan las experiencias necesarias para desarrollar formas de conocer que no siempre se sintetizan en forma racional. Lo anterior ha abierto una gran cantidad de búsquedas sobre el yo interior y las nuevas identidades del ser humano.
No va a ser posible instaurar procesos de cambio mientras no deconstruyamos la presencia patriarcal en nuestra subjetividad, en las prácticas sociales, y en los intentos por transformar y hacer diferente esta sociedad. Este ejercicio no es fácil porque requiere también del ejercicio de refundar lo masculino y lo femenino.
Estos ocho aspectos han permeado nuestra cultura de tal manera que han logrado construir un imaginario social del cual somos portadores, todo aquél que se ubique en una interpretación diferente a la nuestra queda en el terreno de las posibles exclusiones. Y si nuestra mirada ha sido sancionada por el poder o en esta nueva época de conocimiento por el poder-saber, lograremos colocar a nuestro servicio toda la parafernalia de éste para producir exclusiones. Pero éste no es sólo un poder a nivel macro, se ha convertido también en la forma de construir relaciones en el mundo cotidiano de todas las personas. Por lo anterior todo lo diferente es mirado sospechosamente y por la vía del mal manejo del conflicto termina convertido en opositor o enemigo.
En este juego de imaginarios que va rotulando el mundo, la introducción de cualquier punto de disenso, como manifestación de un conflicto creativo, podría marcar las formas de la diferencia y terminaría penalizando los procesos sociales, pues fragmenta los grupos humanos y comunidades en los más diversos ámbitos y lleva incluso a construir una cultura en la cual el conflicto no se manifiesta como retador o reconstructor de relaciones sino como el espacio desde el cual encasillo la mirada del otro para entrar en la lógica fácil del amigoenemigo.
Plantearnos el conflicto como eje central requiere de nuestra capacidad de construir diferencia, antagonismo, y duda, la cual al enfrentar los problemas del poder, del saber, y de las formas de exclusión y dominación encuentra los núcleos conflictivos en el ámbito de la acción y la reflexión y los coloca en un escenario público, para desde allí regularlos. Pero calificar esta cultura del conflicto significa también construir otros modelos de sociabilidad y organización social para que generen la capacidad autoreguladora de hacer emerger los conflictos en sus diferentes niveles con el fin de que las jerarquías de poder y privilegio no se reproduzcan, originando desigualdad, exclusión o segregación.
Es necesario replantear la clase de crítica que hemos formulado hasta ahora, porque ella también, hija de las formas culturales que hemos vivido e introyectado, se ha constituido en verdad excluyente y dogmática. Se requiere de una críticacapaz de hacerse nueva cada día, a la misma velocidad de los cambios de estos tiempos; significa esto tener la capacidad de ser crítico con uno mismo y estar abierto a las posibilidades que ofrece el mundo.
Es importante entender que el conflicto es múltiple y no se queda sólo en el campo de lo discursivo, sino que atraviesa procesos de acción y por ello abre la posibilidad mediante la crítica de reconocer diferentes intereses, fruto de necesidades variadas, presentes en su manifestación.
Entrar en el conflicto significa abandonar el dualismo descalificador que hace invisible a lo diferente, a lo desigual, a lo excluido, y a lo segregado, aspectos que siempre se presentan como conflictivos. Esto implica plantearnos de fondo la crisis del sujeto en el mundo globalizado. Toda la discusión sobre su autonomía, su identidad, y su entrada en juegos de permanente constitución de identidades híbridas producto de múltiples combinaciones culturales, replantea de fondo la manera como nos relacionamos y la forma como nuestros imaginarios principios y valores con los cuales hemos dirigido nuestras acciones han sido codificados.
Aprender a leer el conflicto existente en nuestras vidas con una profunda capacidad crítica es otra forma de construir nuestra aptitud para reconocer la multiculturalidad bajo sus numerosas expresiones. La transformación multicultural será realizada por aquellos actores que asumen el conflicto como elemento generador de mundos nuevos con múltiples sentidos.
El conflicto nos recuerda que somos seres en permanente lucha contra adversarios internos, externos, y en ocasiones virtuales, a los cuales hemos constituido para enfrentar la dureza de nuestra condición, es decir, de esta manera vamos adquiriendo la certeza de que ser humano es fundamentalmente conocer el conflicto.
Nos pregunta ¿quién soy?
Una vez que conocemos la experiencia del conflicto nos queda la certeza de que siempre está ahí, agazapado para presentarse a la menor oportunidad. Parece que hubiéramos nacido para él y es allí donde reconocemos la raíz del conflicto: en los más variados escenarios de mi ser en el mundo y que reconozco también como los niveles en donde es construida y manifiesta mi ¿individuación- socialización:
Ser más, es la misma pregunta ¿quién soy? y que es la manera como me planteo mis sentidos en mi cultura y en el mundo que me rodea.
Ser más con otros, se refiere a los procesos de convivencia en los que estoy inscrito y en los cuales debo participar junto a grupos o comunidades para que la obra se desarrolle.
Estos seis aspectos presentes en toda acción humana y en toda subjetividad surgen de la construcción día a día de lo humano, en la cual la tensión entre necesidades sociales y necesidades individuales construye intereses específicos, que se convierten en guías de mi acción en el mundo. Igualmente, la búsqueda de satisfactores orienta la respuesta a las necesidades de diferente tipo, convirtiéndose estos satisfactores en un camino intermedio de acción, sentido y espacio privilegiado para hacer emerger los conflictos.
Esas formas sociales, con las cuales busco satisfactores para mis intereses y necesidades, construyen una tensión que en algunos casos conduce a una confrontación entre lo que nosotros queremos ser y la manera como queremos enrutar nuestra vida según las exigencias de la sociedad.
Por eso, cuando el conflicto aparece nos está indicando que a pesar de la aparente autosuficiencia no tenemos un control total sobre nuestras vidas ni sobre los procesos que agenciamos en ellas; en este momento aparece una fuerte paradoja quedarnos en donde estamos o saber que si lo enfrentamos emprenderemos un camino más allá de nuestros límites actuales.Esto significa reconocernos a nosotros mismos como seres incompletos en permanente crecimiento; el conflicto lo que me avizora es la necesidad de trabajar mi horizonte de sentido y reconocer hacia dónde voy desde lo que soy a la luz de las preguntas y los interrogantes en donde lo otro diferente a mí emerge enriqueciendo mi ser.
No siempre somos tan claros
Encontramos que el conflicto hace referencia al hecho de que algo importante está pasando en nuestras vidas y que prestarle atención es tener la capacidad de revisar la esfera del yo,que ha decidido entrar en movimiento hacia lo nuevo. Por eso, el conflicto siempre va a estar hablando de los claroscuros que hay en nuestra existencia.
Es difícil admitir que tenemos una zona oscura y para nosotros educados en la cultura de la verdad reconocer que el conflicto introduce una forma ambigua que nos saca de nuestras certezas y significa de alguna manera abrirnos a la dualidad y aceptar la incertidumbre como condición del crecimiento.
Por lo anterior el conflicto aparece como un entramado a través del cual emerge el yo real y su contradicción para organizar individualización y socialización. En ese sentido, el conflicto no es la transformación misma que se opera en mí, pero va a ser la plataforma que constituya la base de las transformaciones que yo debo emprender.
En razón de ello, el conflicto no es bueno o malo, es moralmente neutro. La manera como lo asumimos hace que sea bueno o malo y la manera como lo colocamos en el entramado social. Usándolo en circunstancias de poder nos sirve para oprimir, segregar, dominar, censurar, excluir, e invisibilizar a los otros o encubrir mi zona oscura o mis maneras de relacionarme ejerciendo poder.
También dolor y sufrimiento
El conflicto ratifica que ser humano no es un camino de rosas y significa asumir variosniveles diferenciados de sufrimiento, con sus consabidas manifestaciones de miedo, dolor,pasión, e ira. Esto va a exigir de nosotros una lucha permanente por descubrir quiénes somos y cómo construimos nuestras fidelidades, así como el lugar del otro y los otros en nuestra vida. Aprender a manejar el conflicto permanentemente en nuestra vida es un acto que requiere ir al encuentro de nosotros mismos desde las más variadas posibilidades.
Por eso, superado el conflicto podemos, mirando hacia atrás, reconocer su cuota de dolor como parte de nuestra construcción y de nuestra cimentación; sin embargo, cuando se avizora un nuevo conflicto se nos está avisando que somos complejidad no controlada totalmente, pero que será posible ser de otra manera, es decir, inaugura la utopía desde la individuación. El conflicto al fortalecer “el aprender a saber que seremos de otra manera” se convierte en instrumento principal de crecimiento y de nuestro esfuerzo como humanos por ser cada vez más fieles a nosotros mismos. Por todo lo anterior, no queda sino reconocer que es una situación permanente en nuestras vidas.
El problema no es el conflicto, sólo su manifestación
Normalmente reaccionamos cuando el conflicto adquiere manifestaciones humanas a través de la rabia, el dolor, o el sufrimiento, y corremos a solucionar la situación que lo ha creado. Nos pasamos la vida solucionando problemas, sin ir a las razones de fondo que están precisamente en la acumulación de los elementos constitutivos del conflicto y las cualesson el verdadero epicentro de aquello que se manifiesta en nuestra vida cotidiana. Podemos hacer un símil con el terremoto: vemos sus desastres, pero hay que buscar sus verdaderas causas muchos kilómetros bajo tierra.
Por ello no se puede confundir el problema con el conflicto. En este último, la naturaleza humana va poco a poco tejiendo la urdimbre de nuestra condición intentando darle una salida a nuestras necesidades e intereses; desde lo nuevo hace su aparición, mostrándonos que podemos ser diferentes sin miedo al cambio: es la emergencia de la utopía en la esfera de la individuación, pues hay otro lugar hacia el cual ir.
En ese sentido, podemos afirmar que el conflicto es un sistema complejo que debe aprender a descubrirse. No es el impase que emerge en nuestra vida como problema, tampoco es el simple suceso a través del cual se manifestan: el miedo, la desconfianza, la enemistad, o el odio: éstos son elementos que lo alimentan y hacen parte de su dinámica, pero no son el conflicto mismo, ya que estas manifestaciones son simplemente la muestra de que él está escapando por nuestras grietas.
Una de las razones por las cuales nos negamos a dar trámite al conflicto y casi siempre esperamos que estalle o haga crisis, es la poca formación que tenemos para enfrentar su parte dolorosa. El sufrimiento y el dolor (en su versión física y desmaterializada) están en la raíz del conflicto, así como en el símil del terremoto, el problema es sólo la manifestación de algo mucho más profundo, los sentimientos que nos provoca el conflicto son como las grietas por donde se asoma nuestra epidermis humana y en la misma toma forma en la agresividad, el miedo, la hostilidad, o el moralismo descalificador. Por este motivo generamos comportamientos agresivos (un buen síntoma que nos conduce al lugar real del conflicto). Estas respuestas agresivas son aprendidas culturalmente y nos muestran que no podemos disociar pensamiento de sentimiento; al segundo lo generamos en la confrontación directa a partir de la creencia de que podemos atraer hacia nosotros la buena voluntad del otro, por esta razón respondemos contraatacando o imponiendo, buscando la centralidad de nuestro punto de vista.
Las personas o grupos que hacen parte del conflicto construyen un estado afectivo mediante el cual se interpreta la situación. Por ello, entender las emociones y sentimientos se presenta como una oportunidad para entenderse a sí mismo y a los demás, en cuanto nos da la clave de la unidad entre pensar y sentir y me permite salir de mi conocimiento racional y hacer aprendizajes de otras formas de conocer.
El conflicto a nivel de sentimientos tiene la virtud de hacer explícito el tirano que llevamos dentro de nosotros, y el cual cuando irrumpe se llena de motivos no racionales: odio, intolerancia, venganza, indiferencia, despotismo, si tenemos algún poder, lo utilizamos para aniquilar o invisibilizar a los otros, recurriendo a formas simbólicas e incluso materiales y físicas de violencia.
Tras la experiencia del conflicto, su explicación y su narración son ofrecidas en términos de juicio binario: como si se tratase de un enfrentamiento entre buenos y malos, donde emergen con toda su fuerza los arquetipos culturales construidos desde nuestra condición humana.
Las situaciones conflictivas se mantienen en un status quo gracias al control que ejerce el poder a través de la represión y la dominación. De ahí que socialmente muchas personas cambien su lugar en el conflicto, no por decisión propia, sino por una modificación en los actores que controlan un territorio; son actores pragmáticos, su pasión y sus sentimientos, no están en la raíz del conflicto, sólo fue una situación que les tocó vivir.
El manejo del conflicto y su regulación por mecanismos no violentos es un aprendizaje; pero, para que éste se dé, es necesario construir una cultura capaz de trabajarlo como parte del crecimiento humano. Conforme a lo esbozado en las páginas anteriores reconocemos que la certeza total es inhibitoria del camino que supone asumir el manejo educativo del conflicto en sus múltiples manifestaciones (personales, grupales, sociales, culturales, etc.). Se debe iniciar una lucha con los imaginarios culturales de poder, la cual supone como paso inicial la construcción de la certeza de que es imposible volver a tener la certeza total sobre nada ni nadie.
La acción educativa sobre el conflicto implica sacarlo de su aparente neutralidad para convertirlo en factor de crecimiento, haciendo explícitos necesidades, intereses y satisfactores. La cultura de la regulación nos permite transformarlo y transformarnos con él al asumirlo como una realidad en nuestras vidas. Al hacerlo forjamos nosotros mismos nuestros caminos y rompemos con una cultura que no nos ha preparado para afrontarlo como realidad de nuestras vidas.
La acción educativa sobre el conflicto no es simplemente un acto de buena voluntad, pues implica desarrollar la capacidad de entrar al interior del mundo de intereses y necesidades desde donde él se construye para reconocer que la diferencia es real. Igualmente, significa que debemos confrontarnos, enfrentarnos cara a cara con aquello que nos molesta, exigiéndonos salir de la cultura social de la hipocresía para reconocer los múltiples caminos de diferencia y exclusión frente a los otros de los que está hecho el conflicto. Por ello, el confrontar supone hacer presente la frontera del mundo exterior; es tomar la decisión de que no acallaremos nuestros intereses en conflicto, ni nuestras necesidades insatisfechas, y enfrentaremos su regulación, negociación o tratamiento; pasan por su visibilización y esto significa aceptar que el conflicto, a través de nuestra mirada o de la de los actores con los cuales interlocuto van a poner de presente, a través de lo diferente, lo que no queremos oír pero necesitamos saber.
El manejo educativo saca al conflicto de su negación o de las acusaciones mutuas, es decir, se pasa a enfrentar al otro como realmente es y no como nos lo representamos. Y se decide enfrentar el conflicto y sus causas en nosotros mismos y en la representación social que hacemos de él.
El reconocimiento de la existencia de diferentes posiciones en desacuerdo, nos permite saber que si aprendemos a reconocer las formas de existencia del conflicto en sus múltiples manifestaciones habremos allanado el camino para regularlo y resolverlo. De esta manera nos “reintegramos” a la totalidad social de otra forma, siendo distintos haciéndonos específicos, y preparándonos para los nuevos conflictos que vendrán, que serán cada vez mejores, y que nos llevarán a mejores lugares.
El tratamiento educativo del conflicto exige una regulación en nosotros, en cuanto nos preparamos no sólo para ver lo nuestro, sino también para entender lo diferente del otro.
El reconocer que hay otra mirada diferente a la nuestra nos empuja a mirar un mundo que es complejo y exige de nuestra autoregulación. Al optar por trabajar educativamente el conflicto se abandonan los preparativos de la venganza. Reconocer al “otro” implica no humillarlo, comprender sus diferencias, pero además ser solidarios con él pues reconocemos en el sufrimiento y el dolor que nos acompaña, reconocemos que el “otro” (persona, sociedad) también lo lleva. Además, la solidaridad generada por las pérdidas en el desarrollo del conflicto conlleva también la realización de un duelo.
Hemos hecho un viaje por el problema, por los sentimientos, por nuestras necesidades, por nuestros intereses y a través de todo ello llegamos al conflicto, descubriendo su epicentro y el cruce donde se produce. Todo este tiempo hemos reconocido procesos no lineales, no tan claros, que en ocasiones nos conducen a laberintos sin salida, pero en cada paso hemos tenido que discernir entre diferentes opciones y alternativas: en el ámbito de mi reflexión cuando el conflicto se halla en la esfera de lo personal o de la discusión cuando se halla en la esfera de lo grupal o social.
Siempre encontraremos diferentes puntos de vista, interpretaciones de hechos, teorías y opiniones sobre diferentes aspectos, que nos van a permitir ubicar el nudo o epicentro real del conflicto, es decir, aquello que hay detrás del problema. En ese sentido, la negociación convierte la respuesta no violenta en un factor básico de la reconstitución y regulación del conflicto, pues busca construir acuerdos sobre los desacuerdos.
Es en el ejercicio de la negociación que podremos reconstruir el conflicto como un hecho histórico que afecta la vida de las personas, los grupos y la sociedad. Es decir, cada conflicto tiene su historia, desde la cual es posible dar cuenta de la manera como se originó y se construyó a través del tiempo, hasta que su estallido lo hizo visible. Negociar la reconstrucción histórica de él va a ser eje central de su regulación educativa.
Se busca aprender a tratar y resolver los conflictos, a través de su visibilización mediante mecanismos de negociación cultural, los cuales implican hacer explícito sobre qué se disputa.
En nuestra práctica hemos encontrado unos primeros pasos metodológicos que dan vida a los procesos de negociación cultural:
En este camino la negociación construye sus propios procesos de regulación social del conflicto, según el nivel de éste, las personas implicadas, o el tipo de conflicto; pero ante todo, estructura una dinámica para trabajarlo a cualquier nivel como un proceso pedagógico.
Cuando los conflictos se procesan educativamente, se desencadenan una serie de aprendizajes como resultado del tratamiento aplicado. Lo más importante es que desterremos la idea o imagen común de que el conflicto es una amenaza a lo humano y a su felicidad, pues por el contrario es el motor de nuestros cambios. Por ello, su uso educativo se convierte en una guía para revisar los sentidos que le damos a nuestra vida.
Por sus múltiples vericuetos y dificultades, el conflicto nos hace capaces de elegir, sin dominar a los demás, con un sentido de construcción colectiva, no permitiendo que se nos arrastre a situaciones límite.
Igualmente me invita a salir de la lógica del “enemigo”, ya que éste en múltiples circunstancias es tan solo la manifestación de nuestra pelea interna por no ser diferentes, por no enriquecernos. En este aspecto el conflicto hacer emerger ante nosotros el lado oscuro de nuestra vida ynos lo revela como no tan claro.
El conflicto también nos enseña que el poder como forma de exclusión se apodera de las diferencias como expresión de riqueza y construye desde ellas discriminaciones y segregaciones que estructuran un mundo injusto y desigual, en donde el sistema jerárquico se alimenta de esos micro-poderes en la esfera de lo local y lo personal.
El conflicto nos permite aprender que somos construcción permanente y que cada día podemos ser otros nuevos, constructores de un mundo nuevo. El conflicto es, de hecho, una nueva forma de utopía, la certeza de poder ser distinto si lo proceso educativamente, es decir ser “otro” sin miedo.
El conflicto nos muestra complejidad y se convierte en el principal instrumento de nuestro crecimiento.
Ya la literatura había logrado, gracias al poeta de Alejandría, sintetizarnos lo expuesto en estas páginas, en el bello poema Ítaca:
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico
Poseidón, seres tales jamás hallarás en tu camino, si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes ni al salvaje Poseidón encontrarás, si no los llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano en que llegues –¡con qué placer y alegría!– a puertos antes nunca vistos.
Detente en los emporios de Fenicia y hazte con hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de perfumes voluptuosos, cuantos más abundantes perfumes voluptuosos puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento.
Tu llegada allí es tu destino. Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Ítacas6.
1 Jonas H: El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica. Ed. Herder. Barcelona. 1995.
2 Peter McLaren en su libro Multiculturalismo crítico (São Paulo, Instituto Paulo Freire-Cortez Editora, 1997) diferencia tres tipos de multiculturalismo:
a. El conservador, que plantea el mundo como una cultura común desde el grupo más fuerte, en donde no tienen cabida las lenguas extranjeras, y los dialectos étnicos o regionales. La unidad nacional y la ciudadanía armoniosa son sus ideales. Ha construido como unidad análitica el WASP (White Anglo Saxon Professional - persona anglosajona blanca), en quien coloca los valores afirmativos: confianza, creatividad, ambición, los cuales se elaboran desde las culturas más fuertes que eliminan otras. En el ámbito de la investigación, el rigor lo ejerce desde el carácter empírico.
b. El liberal, para el cual existe una igualdad natural, que debe ser realizada y garantizada por todos. En caso de que se dé la desigualdad, deben garantizarse las reformas para que los desiguales logren una igualdad relativa. Cuando se plantea el problema de las diferencias, éstas siempre son vistas como relativas a raza, clase, género y sexualidad, lugares desde los cuales se construyen las identidades dándole mucha fuerza al carácter personal de esas identidades.
c. El crítico, para el cual las representaciones de clase, raza y género son el resultado de procesos históricos, insiste que debe hacerse un análisis de las luchas sociales más amplias en las cuales han estado presentes. Por ello, la diversidad sólo puede ser afirmada dentro de una política de crítica y compromiso con la justicia social. La diferencia siempre es un producto de la historia y los conflictos se convierten ocasionalmente en la manera de contestar las manifestaciones del control de la hegemonía.
3 McLaren, Peter, Multiculturalism and the Post-modern Critique. Towards a Pedagogy of Resistance and Transformation. s.e., s. q.
4 Grossberg, Lawrence, We Gotta Get out of this Place. Popular and Post-Modern Culture. New York, Routledge, 1992.
5 Esta nueva estrategia busca dotarnos de herramientas metodológicas para enfrentar la dificultad al cambio y la necesidad de aprender a cambiar en medio del cambio. Desde esta concepción, en estos tiempos no basta aprender cosas nuevas, es necesario también aprender a desaprender. Para profundizar en esta estrategia metodológica remito a mi texto: La deconstrucción: una estrategia formativa. Reconstruyendo la crítica en tiempos de globalización. Ponencia presentada en el VIII Congreso Mundial de Investigación-Acción Participación, en mesa del IV Congreso Mundial de Aprendizaje-Acción. Cartagena de Indias, 1 - 5 de junio de 1997.
6 Poesía completa de Constantino Petros Cavafis tomada de Alianza tres, Madrid 1997 página 104-105.
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