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Globalización, relaciones laborales y desigualdades

Globalização, relações laborais e desigualdades

Globalization, labor relations and inequalities

Hugo Fazio Vengoa*


* Historiador, Magister en Historia y Doctor en Ciencia Política. Profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia y del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.


Resumen

Es usual en la literatura especializada ver la correlación entre el crecimiento del desempleo y la flexibilización del trabajo en los países desarrollados y la globalización. Este escrito cuestiona la validez de esta tesis y propone una lectura de la globalización que en el ámbito social tiende a diferenciar entre aquellos que se encuentran insertos dentro de la misma y los que se mantienen excluidos.


Se pueden distinguir en general tres grandes etapas en cuanto a las lecturas que han primado sobre la globalización. El concepto comenzó a popularizarse desde finales de la década de los años sesenta en su acepción cultural y comunicacional, con la idea de la ”aldea global” de Mc Luhan, que denotaba el acercamiento que se estaba produciendo entre los pueblos a raíz de las grandes transformaciones tecnológicas y comunicacionales que ponían en interacción directa a los individuos y a las sociedades de diferentes latitudes y que daban vida a la conformación de una genuina comunidad mundial. Posteriormente, desde finales de los años ochenta hasta mediados de los noventa, ingresó en el vocabulario corriente de buena parte de la población mundial en su acepción económica, y se entendió en particular como una nueva forma de gestión de las empresas que reorganizaban espacialmente la producción, el mercado internacional e integraban los circuitos financieros. La última etapa, que se inició con la crisis mexicana de diciembre de 1994 y sobre todo con la crisis financiera que tuvo como epicentro a los países del sudeste asiático a mediados de 1997 y se extendió a buena parte del planeta, ha estimulado una lectura menos épica de la globalización y más centrada en los aspectos sociales.

Varios acontecimientos contribuyeron a que madurara esta última percepción. El escenario creado tras los cambios electorales en Europa, que condujeron a una mayoría social demócrata en el poder se interpreta como una reacción ciudadana en contra de los desequilibrios sociales que generan las políticas macroeconómicas y financieras inducidas por los órganos comunitarios de la Unión Europea para adaptar al Viejo Continente a los circuitos globalizados. En ese sentido, esta reacción socialdemócrata constituye un llamado para hacer notar que el mercado no conduce a ningún mundo ideal y que se requiere conservar la autoridad y el poder de los órganos de regulación. De otra parte, comienza a fortalecerse la sensibilidad en torno a que los modelos económicos deben ser socialmente justos. Todo ello puede redundar en un debilitamiento de las tendencias que comúnmente se asocian con la globalización y un fortalecimiento de modelos de desarrollo que sin renegar del mercado, se alejen del fundamentalismo esencialista. En esta misma línea pueden ubicarse los importantes éxitos electorales alcanzados en América Latina por algunas fuerzas políticas que como en Uruguay, Venezuela, Chile y Argentina han comenzado a abominar del neoliberalismo esencialista.

A este hecho se le pueden agregar otras situaciones tales como el desencanto con las presuntas bondades de la globalización económica, como se desprende de las sucesivas crisis financieras mundiales, las cuales en buena medida fueron el producto de la misma globalización económica; la transformación que empiezan a experimentar los acuerdos de integración que pasan de estrategias de adaptación a la globalización a la contención de los aspectos más negativos de la liberación de la economía mundial; la paulatina toma de consciencia en torno a la necesidad de reconstituir mapas políticos de acción, que liberen este ámbito del peso irrestricto del mercado, tal como quedó evidenciado en la cumbre de Florencia en la que participaron Bill Clinton, Lionel Jospin, Gerard Schroeder, Massimo d’Alema y Tony Blair los días 20 y 21 de noviembre de 1999; y, por último, el estruendoso fracaso de la ”Cumbre del Milenio” de la Organización Mundial del Comercio en Seattle, a finales de noviembre de 1999 que, como efecto combinado de millares de participantes en las calles de la ciudad y del celo demostrado por varios Estados en la defensa de determinados intereses económicos, se convirtió en una clara demostración del repudio de vastos sectores a los desequilibrios económicos y sociales que ha ocasionando la globalización. El común denominador de todas estas situaciones consiste en que cuestionan los aspectos más ideológicos de la globalización en curso.

Así como han existido diferentes etapas en las que priman distintas interpretaciones de la globalización, en la lectura de lo social a ella referida también se han propuesto disímiles explicaciones del fenómeno. La primera lectura de naturaleza sociológica se propuso superar las insuficiencias que registraban los análisis economicistas que no lograban dar cuenta de la multiplicidad de problemas del mundo actual. Estas valoraciones se caracterizan por considerar lo económico simplemente como el aspecto más visible de tendencias más profundas como son, por ejemplo, el inicio de una nueva forma de modernidad o la creación de nuevos contextos de experiencia social que reubican en la cotidianidad lo local, lo personal y lo global. Desde esta perspectiva puede sostenerse que la globalización representa, ante todo, un nuevo tipo de relaciones sociales que caracterizan a nuestra contemporaneidad1.

Pero más popular es otra lectura de la globalización que gira en torno a la idea de que en los países del norte este fenómeno, entendido básicamente como la competición comercial con los países del sur y la relocalización de numerosas empresas multinacionales en estas regiones para beneficiarse del bajo costo de la mano de obra y de la proximidad a las materias primas, es lo que habría desencadenado el masivo desempleo que afecta a numerosas naciones industrializadas (gran parte de la Europa continental), así como también explicaría la precarización y la flexibilización del trabajo (sobre todo en los países anglosajones).

Pero, podríamos preguntarnos: ¿es la globalización el factor detonante de estos procesos? ¿Es correcto señalar que la pérdida de empleos entre las naciones desarrolladas se debe a que numerosas empresas, grandes y medianas, han preferido crear filiales en países menos desarrollados para beneficiarse de los menores costos de la mano de obra? y ¿el progresivo empobrecimiento entre las naciones del sur es el resultado de la inserción de estos países en los circuitos globalizados?

Numerosos estudios recientes parecen contradecir ese tipo de aseveraciones. En Francia, por ejemplo, se crean y eliminan anualmente más de cuatro millones de empleos. De éstos, menos de un millón se ofrecen a los desempleados, dos millones se destinan a quienes ya tienen un empleo, y un millón a los trabajadores que no estaban considerados antes como desempleados. El comercio con los países pobres ocasiona la pérdida de aproximadamente trescientos mil empleos, es decir menos del 10% del total de eliminación de empleos que genera el capitalismo francés2.

Otro estudio señala que el crecimiento del comercio con los países en desarrollo puede afectar a lo sumo el 20% de la reducción de los ingresos de los trabajadores norteamericanos menos calificados y a una parte mínima de la fuerza de trabajo estadounidense debido a que sólo el 18% labora en la industria manufacturera. A juicio de este analista el aumento en la brecha de ingresos entre los trabajadores más experimentados y los menos calificados es más bien el resultado de los cambios tecnológicos y de la erosión del poder negociador y aglutinador de los sindicatos3.

Una publicación sobre la economía mundial realizada por la prestigiosa y muy conservadora revista británica The Economist4 llegaba a una conclusión similar cuando decía que las importaciones provenientes de los países en desarrollo representan una parte relativamente pequeña de las economías de los países desarrollados (menos del 5% del PIB de Alemania y Estados Unidos) y que la mayoría de los trabajos no calificados (más expuestos y vulnerables a desaparecer por la competencia extranjera), se encuentran en sectores no comerciales, lo que los protege de la competición internacional.

Además, la idea de que la globalización destruye empleos en los países industrializados parte de la premisa, no confirmada, de que los países del norte exportan mercancías ricas en capital e importan bienes abundantes en trabajo. Pero la mayoría de las naciones desarrolladas exportan más bienes intensivos en trabajo que los que compran en el exterior5.

En general, en los países desarrollados se pueden dividir a los trabajadores en tres sectores: los competitivos, ubicados en aquellas ramas de la producción intensivas en conocimiento y capital, que difícilmente pueden ser objeto de concurrencia por parte de los trabajadores en los países del sur; los expuestos, es decir los que laboran en unidades productivas similares a las de los países industrializados del sur, y los protegidos, que por lo general se desempeñan en dependencias estatales. El intercambio con los países de bajo salario expone a los trabajadores del segundo sector, pero deja incólume la influencia que se pueda ejercer en los otros dos. De esto se puede inferir que si el crecimiento del empleo fuera fuerte entre los competitivos y los protegidos, ello permitiría compensar la pérdida en el sector más expuesto, con lo que se contrarrestaría el desempleo y las desigualdades.

En síntesis, como oportunamente señala Daniel Cohen, ”los términos empleados para describir el comercio con los países pobres, deslocalización, competencia desleal, parecen justos, pero no por la realidad que pretenden describir, sino simplemente porque conviene a la nueva realidad del capitalismo. Ha sido bajo el peso de sus propias transformaciones que se abre de modo brutal el capitalismo. Unidades de producción más pequeñas y homogéneas, una tendencia progresiva a subcontratar y a la profesionalización de las labores, que desecha a los trabajadores menos calificados. Estas tendencias le deben poco a la globalización”6. Estos desajustes son más bien el resultado de la dinámica que ha adquirido el capitalismo en su fase transnacional.

Este nuevo capitalismo, basado en un esquema flexible de acumulación7, se traduce en significativos cambios en los procesos laborales, de producción y formas de consumo. El encarecimiento del capital, el acortamiento del ciclo de producción y las altas inversiones en investigaciones impulsaron a las empresas a buscar nuevos mercados en el exterior para amortizar las altas inversiones y acrecentar los beneficios. Con ello, la anterior inclinación de las empresas de producir para un mercado interno se sustituyó por la producción para los mercados mundiales. El aumento de volumen de capital que requerían las nuevas inversiones, debido a la aceleración del cambio tecnológico y la reducción del tiempo útil de la producción, determinó que la capacidad adquisitiva en el mercado nacional no bastara para amortizar estas elevadas inversiones. La internacionalización, de esa manera, se convirtió en un requisito para la sobrevivencia de las empresas y para mantener la competitividad de las economías nacionales.

A ello cabría agregar que la reubicación de las actividades productivas en los países periféricos que está acabando con la solidez de las relaciones de trabajo en los países desarrollados no es una práctica completamente nueva e inédita en la historia del capitalismo. Más bien puede considerarse que constituye una reedición de antiguas prácticas, como por ejemplo cuando los comerciantes rompieron con el monopolio de las corporaciones por medio de la relocalización de las actividades manufactureras en el campo y en las pequeñas ciudades.

Atribuir esto a la globalización y no al sistema predominante corresponde perfectamente con el discurso hegemónico actual. Con ello la competencia internacional (algo totalmente impersonal e imposible de asociar a algún tipo de actor o relación de poder en especial), se convierte en el chivo expiatorio que permite justificar por qué no se aumentan los salarios y se debilita la cobertura social, se flexibilizan las relaciones laborales (protecciones convencionales o legales en materia de duración del trabajo, salario mínimo, indemnización por causa de desempleo y cobertura social).

”Las grandes empresas –escribe Élie Cohen– justifican su petición de revisión del derecho al trabajo y a la seguridad social a partir de la idea de que la competencia se globalizó y, por lo tanto, escapan a los acuerdos oligopólicos nacionales que prevalecían en la década de los sesenta (…) La configuración internacional de los años ochenta y noventa inclina el poder negociador en favor de las empresas y en contra de los asalariados (…) ya que los mercados se encuentran más integrados y las especializaciones deben revisarse. Además, el desarrollo de la inversión extranjera directa convierte en algo perfectamente creíble la amenaza de reubicar en el extranjero la producción si la multinacional no obtiene costos conforme a las normas mundiales (…) Por último, la globalización corresponde menos a un estado de hecho, es decir a un nuevo régimen internacional plenamente establecido, que a prácticas y a una argumentación en vista de reorganizar las economías de los países industrializados en beneficio de las empresas más internacionalizadas”8.

De esta manera, el argumento debería plantearse en otros términos: no es la globalización, entendida como una significativa intensificación de vínculos entre los pueblos, lo que ha conducido a un mayor desempleo y a una creciente precarización del trabajo entre los países altamente industrializados y que está ampliando la brecha entre ricos y pobres, sino la nueva modalidad imperante de capitalismo que, con el argumento de la competencia internacional y de la merma en la capacidad del Estado para desarrollar políticas redistributivas a nivel social, está abriendo cada vez mayores intersticios para que se globalicen las esferas sociales. Como acertadamente escribe Jean-Paul Fitoussi: ”lo que genera el sufrimiento social no es la mundialización en sí, sino el retorno a una lógica de pseudoimpotencia de los Estados bajo el pretexto de la tutela de los Estados. La ideología consiste en que seguimos percibiendo los mercados como lugares ficticios de coordinación cuando en realidad son el lugar de las relaciones de fuerza, debido a que no están mediatizados por los Estados”9.

La tercera lectura apunta a una lógica que en efecto se desprende de la naturaleza de los actuales procesos de globalización. Existen numerosos ámbitos en los cuales las tendencias globalizadoras de la economía inducen a un agravamiento de nuevos tipos de desigualdades. Estas se pueden dividir en estructurales, es decir que amplían la brecha entre los diferentes grupos sociales, y dinámicas, que fracturan a los grupos sociales antes más o menos homogéneos10.

A través de estas prácticas que se difunden a escala de todo el planeta asistimos a una verdadera dualización de las sociedades entre un segmento, por cierto bastante numeroso, que obtiene todo tipo de beneficios del sistema, comparte sus concepciones, formas de vida y consumo, y una gran masa de la población que queda marginada de esos beneficios y teme a una mayor precarización de las condiciones de vida. Valga señalar que tanto el sector integrado como el marginado no corresponden a una clase en particular sino que son de naturaleza pluriclasista: empresarios, clases medias, campesinos y obreros pueden encontrarse en cada uno de estos dos sectores.

Un buen ejemplo de esto lo podemos observar en el caso mexicano, país en el que un segmento que representa entre un cuarto y un quinto de la población, compuesto por aquellos sectores que reciben ingresos de familiares que se encuentran en Estados Unidos, los grupos que trabajan para el sector exportador y en la industria extractiva, los 600.000 mexicanos que laboran en la industria maquiladora y los empleados en el sector turístico, constituyen un grupo bastante numeroso y lo suficientemente diseminado a escala nacional como para garantizar tanto la viabilidad del modelo de apertura impuesto como la estabilidad del país11. Por el otro lado tenemos a millares de campesinos, obreros e indígenas, como los de Chiapas, sumidos en el marginamiento y con escasas posibilidades de incidir en los procesos políticos, económicos y sociales. La actual polarización social y política en México es tributaria de este desdoblamiento de la sociedad.

En buena parte de las naciones del sur, entonces, la globalización se expresa en que, con los cambios operados en la economía mundial y los intentos de adaptar estas economías nacionales a las normas prevalecientes a nivel planetario, está conduciendo a un crecimiento más significativo de las ramas de producción intensivas en capital (polos exitosos de acumulación, al decir de Jean-Philippe Peemans12), como por ejemplo, la minería, pero que tienen un escaso impacto en el mercado laboral y se encuentran débilmente vinculadas con el resto de la economía nacional.

Estos núcleos productivos modernos transnacionalizables y vinculados a la economía internacional se constituyen en una especie de enclaves que generan dos tipos de problemas: el primero es que profundizan la dualización de la economía nacional en sectores modernos integrados en los circuitos mundiales y otros de subsistencia de la economía doméstica, sin que existan claros instrumentos de interacción entre las dos economías13; y el segundo, es el fraccionamiento del mercado laboral, en la medida en que algunos segmentos de la población se incorporan a los nuevos sectores modernos de la economía, mientras el resto permanece inserto en sectores tradicionales con oportunidades muy limitadas. Pocas son las expectativas para que el sector moderno se consolide e incorpore a nueva fuerza de trabajo, debido a que la competitividad internacional se realiza sobre la base de aquellas actividades intensas en conocimiento y tecnología.

Este tema constituye un problema crucial de la nueva ingeniería de la política económica en nuestros países, por cuanto si la tendencia avanza hacia la concentración de las riquezas y de las oportunidades en los segmentos que se vinculan con las áreas modernas de la economía y la mayor parte de la población queda marginada o se beneficia escasamente del crecimiento económico, poco podrá realizarse para superar las implicaciones sociales del modelo, sobre todo debido a que la estabilidad macroeconómica ha ocasionado recortes en el gasto público, básicamente en los rubros de educación, salud, seguridad social y lucha contra la pobreza. Es decir, precisamente en aquellos campos que sirven para paliar las desigualdades y los desequilibrios sociales existentes. Esta es una tarea tanto más urgente debido a que se calcula que en América Latina el 42% de los hogares viven aún por debajo del umbral de la pobreza, el promedio de escolarización apenas alcanza los cinco años y 166 millones de latinoamericanos subsisten actualmente con menos de dos dólares diarios. Algunos comentarios, incluso, sugieren que la brecha entre ricos y pobres es más profunda hoy en algunos países latinoamericanos que en la India14.

Un reciente informe del Banco Interamericano de Desarrollo –BID– destacaba con respecto a Chile, el país habitualmente señalado como el más exitoso de nuestro continente, el ”jaguar latinoamericano”, del que generalmente se soslaya el hecho de ser la nación que dispone del modelo más depredador de medio ambiente en el mundo, se encuentra entre los siete países más desiguales del planeta: el 10% de los más ricos reciben ingresos 30 veces superiores al 10% más desfavorecido y que la mitad de la población vive en la pobreza y subempleada15.

Según el Informe mundial sobre el desarrollo humano16 publicado en 1996, se reitera que el mundo se encuentra en un acelerado proceso de polarización entre ricos y pobres. Sobre los 23.000 millardos de dólares que representó el PIB mundial en 1993, 18.000 millardos provinieron de los países industrializados contra sólo 5.000 millardos de los países en desarrollo, y éstos representan el 80% de la población mundial. En los últimos treinta años, el 20% más pobre de la población del planeta ha visto disminuir su parte en el ingreso mundial del 2,3% al 1,4% y la diferencia de ingresos entre el 20% más rico y el 20% más pobre pasó de una relación de 30/1 a 61/1.

Este veloz crecimiento de la desigualdad social y el aumento de los sectores marginados es el resultado de que todos los aspectos de la vida humana se encuentran en proceso de acelerada mercantilización. Como lo dijera alguna vez Karl Polanyi ”en lugar de que la economía se encuentre inmersa en las relaciones sociales, son las relaciones sociales las que están incrustadas en el sistema económico (…) la sociedad se administra en calidad de auxiliar del mercado”17. Es decir, esta multiplicación de las desigualdades demuestra que es en el ámbito social donde la globalización está expresando su verdadera naturaleza que consiste básicamente en que el mercado en su modalidad transnacional se ha liberado del esquema social en que antes se encontraba inscrito y con su autonomía ha comenzado a redefinir el conjunto de relaciones sociales para ubicarlas dentro de su propia lógica, que no es otra que la valorización del capital.


Citas

1 Véanse, Antonny Guiddens, Les conséquences de la modernité¸ París, L’Harmattan, 1996 y Ulrich Beck, ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización, Barcelona, Paidós, 1998.

2 Daniel Cohen, ”La troisieme revolution industrielle au-delá de la mondialisation”, en : Esprit, febrero de 1997.

3 Dani Rodrik, ”Sense and Nonsense in the Globalization Debate”, en: Foreign Policy, N. 107, verano de 1997, 20.

4 The Economist, A Survey of the World Economy, 28 de septiembre de 1996.

5 Daniel Cohen, Ob. cit.

6 Daniel Cohen, Richesse du monde, pauvretés des nations, París, Flammarion, 1996, p. 96.

7 David Harvey, The Condition of Postmodernity, Cambridge, Bassil Blackwell, 1990, capítulo 9.

8 Élie Cohen, La tentation hexagonale. La souveranité a l’épreuve de la mondialisation, París, Fayard, 1996, pp. 45-46.

9 Jean-Paul Fitoussi, ”La globalización y las desigualdades”, en: Sistema, N. 150, mayo de 1999, p. 9.

10 Jean-Paul Fitoussi y Pierre Rossanvallon, La nueva era de las desigualdades, Buenos Aires, Manantial, 1997.

11 Jorge G. Castañeda, ”El círculo mexicano de la miseria”, en: Política Exterior, Vol. X, No. 54, Madrid, noviembre/ diciembre de 1996.

12 Jean Philippe Peemans, ”Globalización y desarrollo: algunas perspectivas, reflexiones y preguntas”, en: varios autores, El nuevo orden global. Dimensiones y perspectivas, Bogotá, Facultad de Derecho de la Universidad Nacional y Universidad Católica de Lovaina, 1996.

13 Este fenómeno, sin embargo, tampoco es del todo nuevo. Erick Hobsbawm refiriéndose a lo que ocurría a mediados del siglo pasado, hace algunos años, escribía: ”Con todo, esta extraordinaria aceleración de la velocidad en las comunicaciones tuvo una consecuencia paradójica. Al ampliarse la separación existente entre los lugares con acceso a la nueva tecnología y el resto, aumentó el retraso relativo de aquellas partes del mundo donde el caballo, el buey, la mula, el porteador humano o la barca seguían determinando la velocidad del transporte”, La Era del Capitalismo, Barcelona, Guadarrama, 1981, p. 91. Lo particular de la situación actual es la mayor intensidad que han alcanzado estos procesos.

14 Diálogo Europa-Estados Unidos sobre América Latina, IRELA, Informe de Conferencia N.1/96, Madrid.

15 Le Monde, 25 de enero de 1999. Véase un análisis de la desigualdad generada por el modelo aperturista en Chile en el artículo de Hugo Fazio Vengoa, ”Chile: ¿modelo de inserción internacional?, en: Hugo Fazio Vengoa, Compilador, El Sur en el nuevo sistema mundial, Santafé de Bogotá, IEPRI y Siglo del Hombre Editores, 1999, pp. 139-178.

16 Rapport mondial sur le développement humain, París, Económica, 1996.

17 Karl Polanyi, La gran transformación, Madrid, La Piqueta, 1997, p. 88.


Bibliografía

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  13. Harald, La trampa de la globalización. El ataque contra la democracia y el bienestar, Madrid, Taurus, 1998.
  14. RODRIK, Dani, ”Sense and Nonsense in the Globalization Debate”, en: Foreign Policy, N. Economy, Londres, Cambridge, 1996.

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