Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co
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El proceso de globalización viene acarreando cambios profundos en los ámbitos económico, social,político y cultural de las sociedades contemporáneas. Dentro de esta pluralidad de espacios quizásel económico ha sido uno de los más visiblemente afectados y, dentro de él, la dimensión deltrabajo incuestionablemente resulta objeto de significativas transformaciones, en gran medidaresponsables de las crisis que estremecen hoy al mundo y particularmente a países comoColombia.
Es la razón para que, desde los avances de la línea de investigación del Diuc centrada en elestudio de las Identidades, la temática del trabajo, la globalización y las inequidades que estaúltima incrementa –de manera diferenciada conforme se pertenezca a los centros o periferias delmundo o de los países–, se convirtiera en eje de la sección monográfica de esta décima segundaedición de NÓMADAS. Consideramos un compromiso ético, académico y político del Diuc aportarelementos sustantivos para la discusión de esta compleja problemática.
Por supuesto un tema tan sensible es susceptible de las más disímiles miradas que comprometendistintas perspectivas teóricas, diferentes lecturas e interpretaciones conducentes a la identificaciónde alternativas para, dentro de los relativos márgenes de autonomía de sociedades como lanuestra, construir y gestionar propuestas que, cuando menos, propendan por la humanización deun capitalismo que en el relance de sus apuestas de desarrollo se torna más implacable quenunca. Así mismo, el mundo del trabajo puede ser visto desde múltiples tópicos: lo fabril-urbano, loagrario, lo sectorial, lo sindical; sus comportamientos diferenciados según variables de clase, degénero o de edad... Son parte de los retos a los que NÓMADAS busca responder con esta entrega.
La aludida globalización ha implicado cambios en las relaciones de producción, en las formas deorganización laboral y, según algunos analistas, ha puesto en duda incluso la existencia del mundodel trabajo, acorde a su conocida fisonomía capitalista. Emerge como una salida provocada por lapresencia de grandes excedentes de capital y se impone desde el postulado que legitima laeconomía de mercado en tanto, se dice, potencia las economías locales, las vuelve másproductivas y competitivas y las hace menos irracionales.
Soportada en el avance de la ciencia y la tecnología, la globalización supone entonces una nuevaorganización de la economía, de la producción y de las finanzas; desde aquí los capitales circulanconvertidos en información, buscando los más altos márgenes de rentabilidad y seguridad, a travésde redes que saben identificar las oportunidades del mercado, más allá de las tradicionalesregulaciones estatales. Una nueva organización que, otra vez, parte de inequitativas fortalezas: lasde los países del centro que les permiten captar la mayor parte del ahorro y la inversión del mundo,conquistar los más sólidos mercados y consumir la más amplia porción de la producción delplaneta; en tanto, aquéllos de la periferia, y en aras de sus fortalezas poco competitivas, debenasumir la contraparte de esta lógica económica regulada, como dirían Amín y Herrera en su escritopara este número de NÓMADAS, “unilateralmente por el capital mundialmente dominante” que asícuestiona la tan mencionada “libre” apertura de los mercados.
Acaso las urgencias economicistas reducen la globalización a su dimensión económicadesconociendo miope y peligrosamente sus capacidades para permear y penetrar las másdisímiles instancias de la vida social. Algunos teóricos como Renato Ortiz, reconocen el fenómenode la actual mundialización de la cultura que, distante de imposiciones exógenas con pretensioneshomogenizantes, supone un proceso transformador del sentido de las sociedadescontemporáneas. Globalización aludiría a la economía y a la técnica como instancias queinvolucran una cierta unicidad relativa al componente tecnológico que la sostiene –apropiado sídiferencialmente de acuerdo a los desarrollos de los distintos países y regiones–; mundializaciónde la cultura convoca universos simbólicos en los que convive la diversidad –de lenguas, religiones, etnias, etc.– y da cabida a factores de orden político al articular niveles diferentes de larealidad social. Es desde aquí donde la mencionada miopía resultaría poco rentable al pensar enlos procesos de transformación de nuestras sociedades.
Superar la crisis capitalista que suponen los capitales flotantes ávidos de rentabilidad, implicacambios en los aparatos productivos y en las formas de organización de las distintas sociedades:aquéllas que según su lugar en el planeta –centro o periferia– se insertan positiva o negativamente,activa o pasivamente en la ineludible globalización. Son cambios que involucran lo legal, lo político,lo laboral, desde las demandas de la llamada “liberalización” del mundo del trabajo; esto es,flexibilizar lo laboral, liberalizar precios y salarios, debilitar las “rigideces sindicales”, reducir el gastopúblico, entre otros, privatizando los servicios públicos, abolir las regulaciones del comercio exteriordando cabida a la “libre” apertura de los mercados. En otras palabras, es someter a los países,particularmente a los del Tercer y Cuarto mundos, al llamado “ajuste estructural” desdelineamientos conservadores liderados por los organismos internacionales.
Las consecuencias de tal ajuste –distinto para países hegemónicos o subalternos y, dentro deellos, diferente si se trata de los dueños de las riquezas o de las clases trabajadoras–, con RicardoAntunes se sintetizan en la desproletarización del trabajo industrial fabril, con mayor intensidad enlas sociedades avanzadas; creciente expansión del trabajo asalariado en el sector servicios que,con más énfasis en las regiones industrializadas, supone un intenso proceso de asalaramiento delos sectores medios; heterogenización del trabajo con la incorporación de amplios sectoresfemeninos; subproletarización intensificada, manifiesta en la expansión del trabajo parcial,temporal, subcontratado, cercano o inmerso en la informalidad; subproletarización que desde uno uotro ámbito habla de la precariedad del empleo y la remuneración, de la desregulación de lascondiciones de trabajo hasta ahora vigentes, es decir, de la ruptura de contratos sociales quedirecta o indirectamente regulaban los mundos laboral y social.
Ajuste que a escala global –pero con mayor impacto en el Tercer Mundo– ha significado unaexpansión sin precedentes del desempleo estructural que, en la reducción del proletariadoindustrial, incrementa el subproletariado moderno. Un desempleo que afecta todos los sectoreslaborales, incluido en trabajo intelectual cuyas transformación conducen a que se hable hoy de laintelectualidad de masa, como nueva capa de trabajadores igualmente precarizada, jerarquizada yexplotada por una industria que no sabe valorizar la riqueza inmensa de la creatividad.
Son parcialmente algunas de las mutaciones del mundo del trabajo, unidas a la tendencia a laindividualización de la relación salarial y a los procesos que, según países y ramas de laproducción, demandan índices crecientes de calificación o descalificación de la mano de obraasalariada. Mutaciones que sin lugar a dudas merman la capacidad negociadora de lostrabajadores y, las posibilidades de fortalecer sus organizaciones y sus luchas.
Estos son parte de los problemas que en el apartado inicial de la sección monográfica de estenúmero abordan distintos teóricos desde perspectivas y lugares diversos que, entre otros,muestran los contrastes entre un capitalismo expansivo y uno en contracción y uno en contracción,aportando elementos sustantivos a un debate no sólo necesario sino urgente. La segunda parte,reconoce la diversidad de lo laboral señalada en los artículos anteriores y, en consecuencia, lasposibilidades de múltiples abordajes investigativos. El mayor número de estos escritos recogeestudios que involucraron acercamientos empíricos a ámbitos diversos del trabajo: urbano, agrario,femenino, infantil, de maquilas, así como a los entornos sindicales; sus resultados, las más de lasveces, corroboran lo teóricamente planteado. En vía de ejemplo, en el dominio del empleocolombiano la supuesta inflexibilidad laboral no era la causa del creciente desempleo: en laflexibilización asumida hace ya varios años, se redujeron los costos laborales y el incremento en elnúmero de desempleados continua. El trabajo agrario, el de las mujeres, los niños, la saludocupacional de los trabajadores y las condiciones laborales de las maquiladoras de México, enverdad han sido blanco nítido de las fuerzas globalizadoras. Se evidencian cambios que no puedenreducirse a la anunciada desaparición de la clase obrera: en las condiciones laborales ratificando las precariedades anunciadas y que demuestran cómo “se complejizó, se fragmentó y se hizo másheterogénea la clase-que-vive-del-trabajo”.
En el tercer apartado de lo monográfico es manifiesta la ausencia de miradas investigativas queasuman esa distancia garante de reflexiones y argumentaciones “neutrales”, rigurosas quepermitan ubicar el problema obrero en el contexto mundial del cual hace parte. De cualquiermanera, dos de los escritos de este capítulo encuentran que no obstante la reducción de la claseobrera y del número de sindicalizados en el mundo, este movimiento ha encontrado formas deacción que permitirían pensar en la recomposición del sentido histórico de la organización sindical,posibilitadora de acuerdos internacionales, de articulaciones de las organizaciones gremiales conla sociedad civil y de una más activa participación política que, en el caso colombiano, tiene sumayor expresión en la reciente creación del Frente Social y Político como opción partidistaalternativa, distante de organizaciones de izquierda o derecha tradicionales.
Por último, tres millones de desempleados colombianos, esto es, el 20% de su Pea, presiona paraque sociedades como la nuestra inicien la búsqueda de caminos alternos, conforme lo revela elescrito del movimiento Los de Abajo. Como lo plantean, entre varios, Amín y Herrera, se requierecon urgencia “la organización de las víctimas de la polarización capitalista –en tanto– sólo ellaspueden librar las luchas para transformar el mundo”. Es un imperativo histórico el que emerjanfuerzas locales activas capaces de formular la propuesta de un nuevo contrato social quemodifique las reglas que actualmente ordenan la distribución del ingreso, del consumo y lasdecisiones de inversión. Fuerzas que logren la reconformación de un Estado eficaz, comprometidocon estrategias de desarrollo interno y externo; dueño de la capacidad para impulsar proyectos deintegración que reconceptualizando lo regional, posibiliten negociaciones colectivas interregionalesdesde lo político y desde lo económico.
Es la premura por reflexiones que permitan la construcción de una propuesta capaz de aunar lasfuerzas sociales en todas las regiones del planeta “para la construcción de un mundo multipolar ydemocrático en el que la interdependencia organizada permitiese mejorar las condiciones de suparticipación en la producción y en el acceso a mejores condiciones de vida”.
DEPARTAMENTO DE INVESTIGACIONES
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Samir Amín**
Rémy Herrera***
Traducción Gisela Daza****
* Este texto, cedido especialmente por los autores para Nómadas, es la versión original de la ponencia escrita por ellos y presentada por Herrera en el II Encuentro Internacional de Economistas cuyo tema central fue Globalización y problemas del desarrollo, llevado a cabo en La Habana, Cuba, entre el 24 y 29 de enero del 2000.
** Director del Foro del Tercer Mundo, Universidad de las Naciones Unidas, Sede Dakar, Senegal.
*** Investigador del Centre National de Recherche Scientifique CNRS, Francia.
****Investigadora en la línea de socialización y violencia del DIUC.
Este artículo intenta responder fundamentalmente a dos cuestionamientos: ¿Cuál sistema mundial busca imponer la tríada que conforman los Estados Unidos, los países de la Unión Europea y Japón, a través de la mundialización neoliberal actual y, en contrapartida, cuál sistema mundial alternativo sería posible y deseable?
Comencemos por analizar brevemente el período histórico transcurrido desde 1945 para aclarar la índole de los problemas que se plantean en la actualidad. Este medio siglo se caracteriza por una hegemonía multidimensional de los Estados Unidos (en el ámbito económico, ideológico, político y militar) que, a pesar de haber entrado en crisis por la amenaza que representa la evolución actual de las relaciones de fuerza mundiales, en este momento se afirma más que nunca. Pues, ni la Unión Europea, que no constituye una fuerza política unificada, ni Japón, que redujo sus ambiciones a una escala regional, poseen en este momento la capacidad para contrarrestar la hegemonía norteamericana.
El período histórico comprendido entre 1945 y el año 2000 parece estar dividido en dos fases diferentes: la correspondiente al auge (de 1945 a 1975) y la correspondiente a la crisis (a partir de 1968-1975). El auge económico del primer período se fundaba en la complementariedad de tres grandes proyectos societarios de la época, puestos en marcha luego del doble fracaso del fascismo y del colonialismo: el proyecto del Welfare State en Occidente, el proyecto de Bandung de la construcción nacional burguesa en la periferia del sistema y el proyecto soviético de un “capitalismo sin capitalistas” en los países del Este.
Durante el segundo período se derrumbaron las bases sobre las que reposaba el auge anterior dando paso a la instauración, no de un nuevo orden mundial, sino de un caos que está lejos de resolverse. Aunque las políticas aplicadas a partir de los años setenta buscaban esencialmente manejar la crisis de la expansión del capital, fracasaron en este objetivo porque el proyecto espontáneo de una gestión del mundo por el mercado y por los intereses inmediatos de las fuerzas dominantes del capital, sigue siendo una utopía, al carecer del marco que, por sus reacciones le impondrían las fuerzas sociales contrarias al sistema.
La idea de una gestión capitalista de la crisis es una utopía porque, desde el punto de vista teórico, el capitalismo no es el desarrollo (la realidad de la expansión del capital no supone ningún resultado en términos de desarrollo); el capitalismo realmente existente no es tampoco la economía de mercado (el mercado, por su naturaleza, se refiere a la competencia, mientras que el capitalismo se define por el límite que impone a la competencia el monopolio de la propiedad privada) y finalmente, el capitalismo no es la ausencia de Estado (el Estado no puede separarse del capitalismo en cuanto su funcionamiento exige la intervención de una autoridad colectiva representante del capital en su conjunto, lo cual se analiza como el resultado del conflicto entre capital y sociedad). La confusión de estos conceptos, mantenida por el discurso dominante, es la fuente de un debilitamiento peligroso de las críticas dirigidas a las políticas puestas en marcha para conducir la crisis actual del sistema mundial.
Esta crisis se expresa en el hecho de que las ganancias obtenidas de la explotación capitalista no encuentran salidas suficientes en inversiones rentables, susceptibles de desarrollar las capacidades de producción. El manejo de la crisis consiste entonces en encontrar otras salidas para ese excedente de capitales flotantes con el fin de evitar su desvalorización masiva y brutal.
Una solución distinta a la crisis implicaría, por el contrario, la modificación de las reglas sociales que rigen la distribución del ingreso, el consumo y las decisiones de inversión, pasando por la construcción de otro proyecto social, coherente y eficaz, y por completo diferente de aquel que se orienta exclusivamente al provecho inmediato. La crisis sólo tendrá solución si las fuerzas sociales “antisistémicas” imponen al capital restricciones exteriores a su propia lógica.
En el marco de los Estados nacionales la gestión capitalista de la crisis consiste, según el dogma antiestatal neoliberal, en debilitar las “rigideces sindicales”, liberalizar precios y salarios, reducir el gasto público y los servicios sociales, privatizar, abolir la regulación del comercio exterior. Detrás de este engañoso término liberalizar …porque todos los mercados están regulados y sólo funcionan bajo esta condición…, se esconde una realidad inconfesable: la “regulación” unilateral de los mercados por el capital mundialmente dominante.
La mundialización capitalista exige que el manejo de la crisis funcione también en el ámbito global. Esa gestión debe enfrentar el gigantesco excedente de capitales flotantes que genera la sumisión de las economías al exclusivo criterio de la ganancia. En estas condiciones, la liberalización de las transferencias de capitales, la adopción de tipos de cambio flotantes, las altas tasas de interés, el déficit de la balanza externa de Estados Unidos, la deuda del Tercer Mundo, la privatización de las empresas públicas, constituyen en su conjunto una política racional que ofrece a los capitales flotantes un escape en los depósitos financieros especulativos. Los movimientos internacionales de capitales flotantes representan cerca de cien billones de dólares por año.
Ahora bien, esta gestión capitalista de la crisis, que en parte depende de las funciones de las instituciones internacionales (el FMI, el Banco Mundial, especialmente la OMC) produce sus víctimas: las clases populares y los pueblos más vulnerables del sistema mundial. Estas instituciones, sujetas al llamado ajuste “estructural”, cuya única finalidad es la de asegurar la continuidad del pago de la deuda externa del Tercer Mundo, obligan unilateralmente a los más débiles a someterse a una lógica que funciona sólo en beneficio de los más fuertes. Las devastaciones sociales y políticas catastróficas, provocadas por este manejo del sistema mundial en términos de pobreza, precariedad y marginalidad, de aceleración vertiginosa de la desigualdad social, son lo suficientemente conocidas como para ahondar al respecto.
A pesar de una creciente diferenciación de los países del Sur, al punto que el concepto “Tercer Mundo” ha terminado por estallar, el contraste entre centros y periferias sigue manteniéndose de manera violenta. Inclusive allí donde el progreso de la industrialización ha sido importante, las periferias continúan siendo percibidas por el capital mundialmente dominante como reservorios de mano de obra; reservas que no fueron absorbidas ni en Rusia, ni en China o en India (donde constituyen quizás el 80% de la fuerza laboral), menos aún en Africa y que no entraron en la revolución industrial, son marginalizadas, cuartomundializadas.
Durante el período de Bandung (1955-1975), los Estados del Tercer Mundo pusieron en práctica políticas de desarrollo de carácter autocentrado, a escala nacional, para reducir la polarización mundial. Con ello se apuntaba a reducir las reservas de trabajo de poca productividad mediante su transferencia a actividades modernas de productividad más elevada, aunque no fueran competitivas en los mercados mundiales abiertos. El resultado del éxito desigual de esas políticas fue la creación de un Tercer Mundo contemporáneo muy diferenciado. Actualmente se pueden distinguir:
Los países capitalistas del Asia Oriental (Corea, Taiwan y Singapur), el territorio de Hong Kong y tras ellos otros países del Sudeste asiático (Malasia y Tailandia), así como China, registraron tasas de crecimiento acelerado, mientras que esas tasas disminuían en casi todo el resto del mundo. Por lo general ese dinamismo económico va acompañado de una menor agravación de las desigualdades sociales, de una menor vulnerabilidad y de una participación eficaz del Estado, que conserva un papel determinante en la aplicación de estrategias de desarrollo, aunque fueran abiertas hacia el exterior.
Los países de América Latina y la India disponen de capacidad industrial importante, pero aquí la integración regional es menos marcada y la participación del Estado menos coherente. La agravación de las desigualdades, ya gigantescas en esas regiones, es mucho más dramática en cuanto las tasas de crecimiento siguen siendo modestas.
Los países del África y del mundo árabe e islámico, que en su conjunto han permanecido en una división del trabajo obsoleta, siguen siendo exportadores de productos básicos, ya sea porque no han entrado en la era industrial o porque sus industrias son débiles, vulnerables y no competitivas. Los problemas sociales se traducen en la producción de grandes masas depauperadas y excluidas.
El criterio de la diferencia que separa las periferias activas de las que están marginadas no es sólo el de la productividad de su industria; es también un criterio político. Los poderes políticos en las periferias activas y tras ellos la sociedad en su conjunto, tienen un proyecto y una estrategia para poner en práctica. Por el contrario las periferias marginadas carecen de proyecto y estrategia propios. Los círculos imperialistas son los que tienen la iniciativa exclusiva de los proyectos relacionados con esas regiones, a los que no se opone de hecho ninguna fuerza local. Por lo tanto esos países son sujetos pasivos de la globalización.
Incluso allí donde los progresos de la industrialización han sido más marcados, las periferias siguen siendo los yacimientos de gigantescas reservas, entendiéndose por esto que proporciones variables, pero siempre muy importantes, de su fuerza laboral son empleadas (cuando lo son) en actividades de muy poca productividad. La razón para ello es que las políticas de modernización, es decir los intentos de recuperación, imponen opciones tecnológicas modernas para ser eficaces, incluso competitivos, que son en extremo costosas en términos de utilización de recursos escasos como capitales y mano de obra calificada. Esta distorsión sistemática se agrava más cuando la modernización en cuestión se añade a una desigualdad creciente en la distribución del ingreso. En esas condiciones el contraste entre los centros y las periferias sigue siendo violento. En los primeros esa reserva pasiva continúa siendo minoritaria; en las segundas es siempre mayoritaria.
En cuanto a la relación probable de esas relaciones entre el contingente trabajador activo, comprometido en actividades competitivas al menos en potencia, y la reserva pasiva, G. Arrighi sostiene una tesis que merece convertirse en un punto central del debate. Según ésta, los países de la tríada continuarían el desarrollo iniciado por su evolución neoliberal reconstituyendo por ello un gran ejército de reserva de trabajo en sus propios territorios. Nosotros añadimos que si para mantener su posición dominante esos países se organizan principalmente alrededor de sus monopolios, abandonando con ello grandes segmentos de producción industrial tradicional trivial, relegada a las periferias dinámicas, pero sometidas a la actividad de esos monopolios, la reconstitución de ese ejército de reserva sería mucho más importante. En las periferias en cuestión surgiría una estructura dual, caracterizada por la coexistencia de un contingente activo, empleado aquí en producciones industriales comunes y de uno de reserva. Por lo tanto, de cierta manera la evolución acercaría ambos conjuntos, centros y periferias, aunque los monopolios sigan manteniendo la jerarquía.
Pero la gestión capitalista de la crisis ha resultado, al mismo tiempo, extremadamente provechosa para el capital dominante: las transferencias anuales de capitales del Sur hacia el Norte se han triplicado a lo largo de las dos últimas décadas, pasando a 1 billón 364 mil millones de dólares a mediados de la década de los noventa. Era este el objetivo perseguido por los programas de ajuste estructural: acentuar el saqueo del Tercer Mundo, ¡no es posible calificarlo de otro modo!
Nos habían presentado el retorno a un capitalismo puro y duro como “el fin de la historia”. Ahora bien, en el marco de una mundialización neoliberal que se pretende sin alternativa, la gestión del sistema mundial afectado por una crisis permanente, ha entrado en su fase de derrumbe. Bastaron pocos años para que se derrumbara el mito absurdo según el cual la libertad de mercado iba a resolver los problemas sociales y políticos. Las luchas sociales se reanudan por todas partes. Simultáneamente, la extensión del área de mundialización financiera ha conducido, en muy poco tiempo, primero a la crisis de los países asiáticos (frente a la cual los Estados Unidos, seguidos por Japón, reaccionaron tratando de subordinar el sistema productivo coreano, especialmente sus oligopolios); luego a la crisis en Rusia (resultado de las políticas puestas en marcha desde 1990 y de la estrategia de saqueo de las industrias rusas por el capital mundialmente dominante aliado a sus “intermediarios comerciales y financieros” locales). Esta serie de quiebras anuncia el derrumbe de una parte entera del sistema, aquél de la mundialización financiera.
El auge de las luchas sociales, el derrumbe de partes enteras de la globalización financiera, la pérdida de credibilidad del discurso neoliberal, todo esto pugnaba para introducir en la retórica dominante el término de “regulación”: sería necesario según Joseph Stiglitz, jefe economista del Banco Mundial, “regular los flujos financieros” o, según el especulador Georges Soros “salvar el capitalismo del neoliberalismo” y del “integrismo del mercado”. El fin perseguido es en realidad el mismo: permitir que el capital dominante de las compañías transnacionales siga siendo el dueño del juego. Es evidente, la ideología económica neoliberal está perdiendo velocidad y su supuesta “renovación teórica”, asociada principalmente con los nombres de Douglass North, Paul Krugman o Joseph Stiglitz, no es creíble porque las escuelas del main stream siguen metodológicamente encerradas en el sin sentido de su “economía pura”.
Sin embargo no debemos subestimar el peligro que puede representar esta réplica. Muchos bien intencionados han sido y serán engañados. Desde hace varios años el Banco Mundial se dedica a instrumentalizar a las organizaciones no gubernamentales (ONGs) para ponerlas al servicio de su artificioso discurso de “lucha contra la pobreza”. Frente a esta estrategia para continuar con el proyecto de mundialización neoliberal …del que los pueblos no tienen nada que esperar… tenemos que saber desarrollar nuestras propias propuestas de alternativa, basadas en las luchas que sólo las víctimas del sistema mundial pueden llevar a cabo para transformar el mundo.
En la edición del New York Times del 28 de marzo de 1999 aparece un artículo instructivo sobre la estrategia política de los Estados Unidos. Su contenido se resume en la imagen de un guante de boxeo con los colores de la bandera estadounidense, la cual está acompañada de la siguiente leyenda: “Lo que el mundo necesita …la globalización… sólo funcionará si los Estados Unidos actúan con la fuerza todopoderosa de su posición como Superpotencia”. La razón por la que los puñetazos anunciados serían necesarios se explica en estos términos: “La mano invisible del mercado nunca funcionará sin el puño invisible. Mac Donald no puede prosperar sin Mac Donnell Douglas “que construyó el F 15”. El puño oculto que garantiza un mundo seguro para la tecnología de la Silicon Valley se llama el ejército, la aviación, la marina de los Estados Unidos”. El autor de este texto no es otro que Thomas Friedman, consejero de Madeleine Albright.
La clase dirigente norteamericana sabe entonces perfectamente que la economía es política y que son las correlaciones de fuerza (incluso las militares) las que gobiernan el mercado. El principal instrumento de la hegemonía de los Estados Unidos es militar y está hecho de medios de destrucción masiva a distancia; el medio al servicio de su estrategia es la OTAN que hoy habla en nombre de la comunidad internacional expresando con ello su desprecio por el principio democrático que rige a esa comunidad por medio de la ONU. La OTAN que viola el derecho internacional prohibiendo toda intervención militar sin el acuerdo previo de la ONU; la OTAN que se otorga el derecho de felicitar al Tribunal Internacional de La Haya por su docilidad, siendo éste el encargado de la represión de los crímenes de guerra y de los crímenes de lesa humanidad. Todas estas prácticas, por el descrédito, le prestan el peor de los servicios a la causa de la democracia, a los derechos de los pueblos y al derecho internacional; asunto que todos los pueblos del mundo conocen. La nueva ofensiva neoliberal mundializada que sirve los intereses particulares de las grandes compañías se envuelve, como en las ofensivas imperialistas precedentes, en el ropaje de un discurso aparentemente generoso (basado hoy en la democracia tanto como ayer lo estuvo en la misión civilizadora de Occidente), pero que esconde sus reales objetivos: la explotación de los pueblos. Esta ofensiva ataca frontalmente al derecho internacional, substituyéndole un supuesto derecho de injerencia muy práctico para encubrir sus agresiones. Defender el derecho internacional e impedir que la ONU corra la misma suerte que la Sociedad de las Naciones constituyen hoy una tarea prioritaria para todas las fuerzas progresistas del mundo.
Nada sólido podrá realizarse sin la democratización en la marcha necesaria hacia un nuevo orden planetario. Democratización por los medios propios de un Estado de derecho y por el establecimiento de relaciones democráticas en todos los aspectos de la vida social (de la igualdad de género al respeto del derecho de los pueblos) pero, más aún, por medio de políticas sociales que garanticen la inserción de todos en la vida económica y una igualdad real creciente en el acceso a los medios materiales que la modernidad permite. Evidentemente, el mundo no está comprometido en esta vía, a pesar de los discursos ideológicos dominantes y de la matraca mediática que los hace repercutir a través del mundo.
No hace mucho, los Estados Unidos legitimaban todas las dictaduras bajo la condición de que respetasen los intereses norteamericanos, de hecho, que respetasen las transnacionales norteamericanas. Hoy la democracia y el derecho de los pueblos que ellos mismos invocan se utilizan como medios políticos coyunturales para manejar la crisis, complementados por los medios económicos de la gestión neoliberal. He aquí la democracia instrumentalizada cínicamente y sometida a las prioridades de la estrategia que la tríada intenta imponer. De ahí el uso sistemático de la regla “dos pesos - dos medidas”. Imposible intervenir a favor de la democracia en Afganistán, menos aún en los países petroleros del Golfo, tampoco de cuestionar a Savimbi en Angola, ni de indagar seriamente por la responsabilidad de las distintas diplomacias en el genocidio de Rwanda. El derecho de los pueblos es sagrado en algunos casos: Kosovo hoy (mañana quizás el Tíbet); pero no tiene ninguna importancia en otros, por ejemplo en Palestina, en el Kurdistán turco.
Alentados por su éxito en la guerra del Golfo (y el mantenimiento de la agresión contra Irak), los Estados Unidos se han incluso inmiscuido recientemente en los asuntos europeos, aprovechando las crisis yugoslavas, sometiendo a la Unión Europea a su ambición global y conduciendo al mundo a las peores catástrofes. La guerra de Kósovo constituye al respecto un giro político peligroso, cargado de amenazas para la democracia y los derechos de los pueblos.
La crisis exacerba desde ya las contradicciones en el seno de los bloques de las clases dominantes. Nada garantiza a priori que esas contradicciones serán resueltas por vías democráticas. De manera general, las clases dominantes se atarean en evitar que los pueblos intervengan en los debates, bien sea mediante la manipulación de las opiniones, bien sea a través del uso de la violencia. Estos conflictos, hasta ahora suavizados, estarán llamados a adquirir una amplitud internacional más marcada si deben articularse con aquellos que oponen la tríada antes mencionada a Rusia, China, India y en general a los continentes del Tercer Mundo.
Simultáneamente, el período actual está marcado por el aumento de las luchas sociales que comprometen a las clases populares víctimas del sistema: campesinos sin tierra en Brasil, asalariados y desempleados solidarios en varios países de Europa, sindicatos que reúnen a los asalariados en Corea del Sur y en Africa del Sur... La lista de esas luchas crece cada día. La pregunta central es la de saber si esas luchas lograrán evitar ser manipuladas por los poderes dominantes y si lograrán conquistar su autonomía para constreñir a esos poderes a ajustarse a sus exigencias de progreso. Falta también saber si en la fase actual del caos, la violencia del proyecto imperialista continuará aplastando a las tres cuartas partes de la humanidad o si las reacciones de las víctimas de la polarización capitalista, pueblos de las periferias y clases populares de las sociedades centrales, lograrán ponerlo en jaque.
No es posible revisar aquí las numerosas posiciones de reforma económica y política del sistema mundial planteadas a lo largo de estos últimos años. Las más radicales sugieren, para relanzar el desarrollo, un retorno al keynesianismo, pero extendido a nivel mundial, por medio de una redistribución del ingreso en provecho de los pueblos periféricos y de los trabajadores de todas las regiones del mundo. Esto implicaría una importante reforma de las instituciones internacionales, fundamentalmente la transformación del FMI en un banco central mundial, o la creación de una organización internacional del comercio capaz de garantizar la multilateralidad y de orientar los flujos de mercancías y de capitales hacia una lógica de la demanda. En la idea de sus promotores, estas reformas no conducirían, sin embargo, ni a la constitución de una institución política mundial con poder real, ni al cuestionamiento del principio del libre intercambio. Retoman los proyectos de un banco central mundial concebido por Keynes en 1945 o del Nuevo Orden Económico Internacional propuesto por el grupo de los 77 en 1975, proyectos que, tanto el uno como el otro, abortaron porque suponían el problema resuelto así como que los centros aceptarían el desarrollo acelerado y autónomo de las periferias, lo cual era totalmente utópico por entrar en conflicto con los intereses del capital dominante y la polarización capitalista mundial.
Por halagüeñas que parezcan estas nuevas propuestas de reforma al sistema mundial, no son realistas por el hecho de que descuidan las estrategias necesarias para alcanzar esta mutación y porque hacen caso omiso de la contradicción que existe, de una parte, entre una mundialización de la economía fundada sobre la integración del mercado limitada a dos de sus dimensiones (flujos de mercancías y flujos de capitales) y, de otra parte, la persistencia del Estado nacional como estructura de organización política y social. Asimismo podríamos expresar algunas reservas respecto de la tasa Tobin propuesta por algunos: querer controlar la especulación es querer curar el síntoma sin atacar las causas de la enfermedad, las cuales tienen su origen en los desequilibrios sociales y políticos actuales a favor del capital.
En estas condiciones, ¿cuál sería una alternativa posible al desafío de la mundialización neoliberal? No se trata de formular recetas. La solución no puede ser sino el resultado de transformaciones en las relaciones de las fuerzas sociales y políticas, ellas mismas producidas por luchas cuyo resultado no puede saberse de antemano. Lo que es seguro es que existen diferentes opciones posibles pues siempre hay una alternativa. Es necesario reflexionar para formular un contra proyecto capaz de ligar, en todas las regiones del mundo, las fuerzas sociales suficientemente poderosas para imponer su lógica. Este proyecto podría ser el de la construcción de un mundo multipolar y democrático en el que la interdependencia organizada permitiese mejorar las condiciones de su participación en la producción y en el acceso a mejores condiciones de vida.
Un mundo multipolar y democrático implica la formación, más allá de los Estados nación, de organizaciones regionales con contenido a la vez económico y político. Esta regionalización parece ser el único medio razonable y eficaz:
Ello requiere una nueva conceptualización de la regionalización, diferente de aquella neo imperialista operante actualmente en el sistema mundial capitalista y que no ve en ella más que una simple correa de transmisión de la mundialización polarizante, atando espacios geoestratégicos periféricos a los centros dominantes, a la manera de la ALENA, de los acuerdos de Lomé o de la franja Yen. Esta nueva regionalización no concierne únicamente al Tercer Mundo (América Latina, Africa subsahariana, mundo árabe, Asia con sus dos países continentes que son India y China), sino también los europeos (Europa Oriental, la ex URSS y la Unión Europea) aún si la Unión Europea parece haber despegado mal al optar por una concepción estrictamente economicista de su integración y por la mundialización neoliberal tras las huellas de Washington, que al apoyar al máximo el desmoronamiento de las fuerzas antisistémicas y la disgregación de las formas estatales de organización social, se opone a un mundo multipolar y democrático. Es a partir de una nueva regionalización que se hace posible proponer los ejes de una reflexión con miras a negociaciones que permitan organizar una interdependencia controlada, puesta al servicio de los pueblos. Esta reflexión permitiría discutir las siguientes cuestiones:
Este proyecto no tendrá posibilidades de avanzar progresivamente sin que fuerzas sociales cristalicen primero a escala de los estados-nación, únicos con capacidad para agenciar las reformas necesarias, y sin una sociedad civil fortalecida, acompañada de una fuerte politización con organizaciones de clase vivas y activas. Esta etapa es previa e inevitable: sin ella la reorganización planetaria se mantendrá fatídicamente en la utopía. Pero consideradas conjuntamente, estas propuestas pueden constituir un programa de construcción de economías favorables a las poblaciones, concebidas como una nueva etapa en la transición del capitalismo mundial hacia el socialismo mundial.
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Arturo Torrecilla*
* Fundador y coeditor de la revista independiente Bordes, autor de El espectro posmoderno, ecología, neoproletario, intelligentsia, Publicaciones Puertorriqueñas, San Juan de Puerto Rico, 1995.
El más reciente debate en torno al postrabajo transforma la herencia de los dos ciclos que le precedieron desde los años setenta. El primero se correspondía con la crítica de la división social y técnica de labores informada por una filosofía de la alienación o bien por una rectificación de la arquitectónica marxista pero salvaguardando la promesa laborista del buen trabajo. El segundo ciclo hacía eco del rechazo a las cadenas de montaje fordistas y se abría al horizonte de la abolición del trabajo salarial, manteniendo sin embargo el abolengo del sujeto unitario de la historia. La presente escena asume una densidad mayor, producto del encuentro entre las nuevas tecnologías informacionales, las discusiones en el ámbito de la sociología y la antropología, de la tecnología y la ciencia, junto al dueto que inaugura el posmodernismo.
Unos 26 años han transcurrido desde que se publicara la obra póstuma de Harry Braverman Trabajo y capital monopolista, seguida un poco más de un lustro después, de Adiós al proletariado de André Gorz1. Desde entonces, lo que se inició en una primera vuelta desde latitudes distintas como un prometedor debate en torno a la división social y técnica del trabajo y, en un segundo giro, de uno polémico relacionado con la crisis del sujeto obrero debido a transformaciones del régimen salarial, ha ido adquiriendo matices más complejos resultado de la propia red de acontecimientos y de la riqueza de las argumentaciones en presencia. En este breve artículo sugiero apuntar a modo de apostillas el tercer giro de esta escena intelectual, sobre todo informada por el debilitamiento de las narrativas de la modernidad a partir de la querella posmoderna y, de otro lado, por la mutación tecnocultural en curso.
1. Si en la obra de Braverman se advertía una premonición de tiempos de nostalgia por la primera modernidad entre los intelectuales, las tesis que formulara posteriormente Rusell Jacoby en torno al “último intelectual”2 confirmaban el ciclo sin sanar de esta herida: la añoranza del mundo artesanal llevado al olvido por la desaparición del obrero profesional para el primero, el vértigo que yace al abandono del intelectual público para el segundo. Sin embargo esta ambientación melancólica tenía el mérito de divisar –per contra– dos asuntos que aún comprometen la discusión actual: uno, la problematización de la relación salarial hacia una en donde no se eleva a la relación jurídica de propiedad a su dominio privado, y otro, la erosión de las figuras épicas de la modernidad.
La narrativa del capitalismo erigida en ineluctable necesidad histórica universal pero sesgada por el particularismo de Europa Occidental, o bien aquella otra narrativa vinculada a los lenguajes políticos, a los dos gigantes concurrentes del liberalismo y el socialismo, solventaban la experiencia del sistema de mercado a la jurisdicción de la propiedad privada y, en cambio, su emancipación a la esfera pública encumbrada – soberanismo estatalista obligaba– con la propiedad de Estado. Al contrario, el trabajo en el capital monopolista, donde se representaba el autodidacta obrero pasado a gerente editor que era Braverman, su identidad ubicada en el proceso laborativo por la matriz de la división social y técnica de tareas, nada neutrales, y mediada por relaciones de fuerza de dirigencia de clase, poco tenía que ver con el membrete del mallete del jurisconsulto. Era esto sí, resultante de un ordenamiento político en la capacidad de la distribución de puestos y de los agentes que ocuparían sus nichos, de la relación entre ambos conjuntos. Lo político dejaba así su sitial sedentario en la superestructura participando de una agilidad en su capacidad de definir los términos de la “base económica”. La inversión de la topología marxiana, la dialectización transpuesta de la metáfora espacial de la infraestructura y la superestructura, ofrecía la ventaja de develar la historia de la técnica, de los procesos laborativos, y de la asignación de tareas como una comandada por lo político, esto es, por relaciones de dominación-subordinación de clase. Tal fue el movimiento intelectual que, corriendo de Italia con Renatto Panzieri y sus epígonos, desde Francia con André Gorz y desde Estados Unidos con Braverman, demarcaba un linde político con el imaginario de la Internacional Comunista y con el objetivismo en el plano de la teoría e historia de la tecnología.
2. El periplo de obras de la década del setenta destinadas a la crítica del trabajo asalariado, capitalista o socialista, de su división social y técnica, parecería que coincidía con la cita de la oleada de luchas extrasindicales, aquellas que abundaban fuera de la legalidad gremial y patronal y que quebraban el pacto keynesiano, pero el rendez-vous ocurrió postfestum, luego de la celebración en acto de cambiar la vida, una vida dedicada a la centralidad del trabajo. Es en este sentido que más allá de los énfasis temáticos o anclajes teóricos, se trataba de un compendio de intervenciones intelectuales que continuaban el legado de la dupla del Iluminismo crisis-crítica de momento en que esta última, la crítica, obraba como el ejercicio necesario de incidir en la completud del sistema, en colmar su carencia, asimilando su propia matriz paradigmática, el “estilo de pensamiento” que la presidía3. Es así que el criticismo se desenvolvía a fin de suplementar los sectores socioeconómicos no incluidos previamente (e.g. terciario), o bien las actividades minoradas por la ley del valor (i.e. trabajos improductivos); o, incluso, los ámbitos allende al mercado, no comprendidos por éste por considerarse privados (e.g. trabajo doméstico); o, igual, la agregación de la transformación salarial con mapas sociográficos de clase (e.g. ubicaciones contradictorias, neoproletariado, obrero social). En el propio furor de la investigación, en el entusiasmo que derivaba de la riqueza de las nuevas taxonomías se perdía de vista lo elemental: que la clase salarial, el lugar de positividad que ocupaba para el capital, se erosionaba; que simplemente no deseaba subsumirse como valor de uso a fin de colocar en movimiento las categorías de la economía política.
3. Diversos movimientos coincidieron con este umbral: aquel en donde uno de los más preciados y magnos relatos de la modernidad inició su debilitamiento, el del culto al trabajo y con él, los discursos que le rendían al sujeto obrero su lugar de Mesías.
Las sucesivas críticas de la crítica a la economía política provocadas por el feminismo y el ecologismo comprometían la matriz productivista de una de las inflexiones modernas del pensamiento de la sospecha, la de Marx. No tanto que la crítica desde el género no revelara el límite de la invasión del tropo del trabajo en la domesticidad, sino que asuntos ocluidos vinculados a lo afectivo, lo volitivo y lo sentimental, en rigor a la subjetividad, a aquello no objetivable por la conmensura de la ley del valor-trabajo, develaban el límite de un pensamiento demasiado atado al racionalismo cartesiano relevado en el modelo termodinámico de ciencia. No tampoco que la crítica ecologista se comportara completamente ajena a las tendencias de la perecuación de la ganancia del capital, a la contradictoriedad intraclase burguesa cuya resolución acudía a reconducciones y avasallajes del territorio pero, justamente la categoría regulativa de progreso, su prolongamiento en la “creación destructiva” que brutalmente acarrea el desarrollo, ambas fueron compactadas en el tronco del laborismo revolucionario del álbum de la familia marxista mediante el elogio de las fuerzas productivas. El ecologismo se erigió pues testimoniando y argumentando en contra de este destrozo .
4. Se pensaba que con las dos críticas adicionales a la economía política se cerraba ya el capítulo que faltaba en la totalización del sistema. Sin embargo, la pasada de balance de acontecimientos que se desenvuelven en el ámbito de las nuevas tecnologías nos advierte sobre lo inconcluso. La cuarta “crítica de la crítica” esta vez acontece desde la escena difusa del postrabajo.
En el film Blade Runner de Ridley Scott la preocupación que anima la ley, la triple ley, la del padre, la de la paternidad edipal conversa en capital (Tyrell Corporation) y la del Estado –aquella cuya parte le corresponde al arte policíaco– reside en avizorar la frontera de la ciudadanía, ya difusa por la sublevación de los replicantes (signo de una subjetivación sentimental), entre el humano y la máquina. Tal es el fantasma que preside nuestra transición de época y que la arrogancia del Iluminismo pretendió corregir, aquella en donde el borde entre la condición humana y la máquina se pierde ante una “segunda naturaleza”, la tecnocultura. El soberanismo4, el enaltecimiento de la nación-Estado a través de la sumatoria de monadas propias al sujeto centrado cartesiano, su arrojo segregante entre el mundo de la naturaleza, del artificio y del ego cogitans, este hedonismo que así ostentó, es debilitado ante una experiencia de la subjetividad que entra en ósmosis con el artificio, la tecnocultura. Si el sujeto ya no soberano sino incorporado a la techné define el horizonte de nuestra actualidad, el principio de riqueza moderno se extravía y, con éste, exorciza la ansiedad que derivaba de la primacía de un sujeto primigenio en torno a la cual ha descansado la problemática de la atribución.
5. La construcción de la ontología materialista en Marx, el esencialismo que la presidía respecto al sujeto obrero comienza a notarse con mayor contundencia hoy, tanto en su forma de razonamiento lógico que sigue el patrón de la hipóstasis, como en su referente histórico europeocentrista, e igual por último en su filiación con la cristiandad pietista. En su forma lógica, la distancia que separa el proletario atribuido y el proletario atribulado no se resuelve cómodamente a través de un pensamiento que no reconoce la historicidad de la encarnación. En su referente europeocentrista, el ennoblecimiento del obrero profesional del siglo XIX a estatuto de sujeto no guarda proporcionalidad con la transformación de la composición técnica y subjetiva de clase en el presente. En su filiación con la cristiandad, la reactivación en el marxismo de la teodicea de la encarnación cristiana, del culto a un éxodo ascético que vive su legitimidad y experiencia a través de la demarcación de fronteras entre el mal (e.g. capital) y el bien (e.g. redención), o de su traducción política en la partición entre reforma y revolución, o desde el ideal de substancia de vida en la gradación de las necesidades sociales respecto a las radicales, no guarda ya su promesa ante una geografía viajada de vidas que no poseen un afuera5.
6. Iba de suyo en la cultura intelectual que el modo de producción capitalista se sostenía con una humanidad dada desde ya. Se olvidaba que la glorificación de la ética laborista residía al menos en dos agenciamientos nada edificantes. De un lado, la mortificación de la carne esta vez traducida en el sometimiento del cuerpo a su sublimación al trabajo como vocación secular, como religiosidad profana y, de otro lado, la ideación de una anatomía política del cuerpo a golpe de individuaciones que el largo período del “Gran Encierro” amenizó6. De este modo emergía una forma de producción de humanos, condición del modo de producción del industrialismo. Las figuras épicas sucedáneas, el guerrero glorioso, el trabajador industrioso, la mujer-madre abnegada al sacrificio de la patria de la natividad demográfica, solventaron la tradición republicana de la nación-Estado de la modernidad. Hoy el modo de rendir humanos para el circuito de acumulación, las instituciones que lo apadrinan, los discursos que lo operacionalizan, porta su obsolescencia. Son varias las salientes que han coincidido a estos efectos. De un lado la sobrecarga del Estado Providencia, la expansión de sus dispositivos formativos escolares junto a la ampliación de políticas distributivas de beneficencia, apareada a una forma-familia centrada menos en su acción parroquial gerencial y más en su labor terapéutica hacia la infancia, han alargado el ciclo de vida no laboral, relajando la disciplina del cuerpo respecto al “despotismo de fábrica”, desacoplando las experiencias de la vida y las del trabajo. Desligados ambos ciclos, el incorporarse al trabajo se experimenta cada vez más como un fastidio; como una rutina pesadamente redundante. Crisis de gubernamentabilidad diría Foucault, aunque crisis también de gubernacorporalidad, es decir incapacidad de gerenciar la producción de humanos, de cuerpos para que felizmente devengan fuerza libre de trabajo.
7. Pero si distensión hay entre los ciclos es también un relajamiento o, mejor, una quiebra de los ritos de pasaje de la modernidad del individuo como identidad heroica para la nación-Estado la que acontece. Si bien es cierto que la ética industriosa de trabajo, su convocatoria edificante ciudadana condensa el sentido y el destino abnegado de todo sujeto en el seno del imaginario de lo nacional, la vocación laborista era uno entre otros de los grandes relatos de la Ilustración que predicaban la promesa de la maduración del hombre a guisa de su ritual prolongado de sacrificio. Sapere aude para el crecer kantiano sólo si se sabía obedecer las máximas del empeño y del rendimiento. La posindustrialidad, lo que acontece junto y luego de la producción en serie o en masa, lleva a su término esta vocación de redención sugerida en el principio heroico del trabajo, nada distante del otro principio salvador, el patriótico. De un lado, desde la punta de la producción, los aumentos ininterrumpidos de capitales técnicos, los insumos de nuevas tecnologías tanto en las fábricas para la paz, como en aquellas para la guerra, interrumpen en su cantidad como en su calidad el lugar del humano “soberano” en la creación de riqueza. Desplazado por la máquina, se desplaza también la legitimidad épica y con ella el sentido de sacrificio del operario, y del mismo modo del guerrero. Pero igual en la esfera del consumo, el posindustrialismo, ya bien sea por las arcadias posmodernas que relevan el fetichismo genérico en uno hecho a la medida de la plétora de identidades consumistas, o bien por la primacía de la forma-moneda sobre el ahorro, lo lúdico, lo espectacular, lo instantáneo sustituye la bravura de la convocatoria al sacrificio. Ni obrerismo cívico, ni nacionalismo triunfalista, el vacío que se abre toca la fibra de las identidades así realzadas durante el primer ciclo de la modernidad y a los discursos igualmente celebrados que la coronaron.
Probablemente es esta anterior genealogía, su “origen” bajo, el que lleva a aprietos la herencia del soberanismo. Sin pasar por alto la globalización en tanto forma de la compresión del tiempo-espacio, de la territorialidad virtualizada por las tecnologías de comunicación7, es sobre todo la pérdida de heroicidad, de laborismo y/o patriotismo sacrificial la que tiene en tranque el soberanismo; esto es, en el sentido del bloqueo en la producción de humanos-mercancías. Una de las salidas que se presencian la constituye un soberanismo más étnico que republicano, el cual bascula entre el espíritu lúdico, relevando el sacrificio a gesto espectacular mediático o, cuando no, se inclina a la violencia étnica a fin de reconducir, por la celeridad que permite el paroxismo del tiempo del exterminio de la vida de la alteridad, del cuerpo extraño, el momento épico.
8. Si el sentido heroico que interpelaba la epopeya moderna se formulaba a partir de una concepción del tiempo pospositivo, de un ánimo de espera a ser reconocido como sujeto histórico del trabajo, podía formularse de este modo por la separación de los ciclos de acumulación de un lado y, del otro, del primado de la esfera productiva. De esta suerte la serie trabajo, salario y acceso a la sociedad civil, a la plenitud ciudadana, podía tener sentido siempre que no se trastocara la estructura del tiempo lineal eternizada en la paciente espera. Vivir el momento de los románticos, o bien el carpe diem del “derecho a la pereza” en todo caso era lo propio de la camada sublime obrera tocada por el manifiesto del cubano-francés Paul Lafargue en el siglo pasado. En cambio, una vez se cierran los tiempos o, lo que es lo mismo, el tiempo en tanto medida del valor se hace equivalente a la conmensura de la vida, es entonces la vida fuera del trabajo la que sirve de primado del valor; así, la secuencia trabajo-salario-ingreso se quiebra8. Es aquí donde reside la fuerza del sentido de la ampliación de la esfera de acción ciudadana en el postrabajo como profundización del imaginario democrático.
9. Dos tendencias han ido acoplándose, de suerte que el ingreso se relaja cada vez más del trabajo salarial precipitando una rectificación del derecho al trabajo consagrado en las constituciones de la política pública de la modernidad. De un lado, la reducción del valor cualitativo de la fuerza de trabajo individual y su contraparte del aumento social, abstracto y virtual del valor. Del otro, el incremento del salario indirecto otorgado por el Estado pero, de acuerdo a radicalizaciones del imaginario democrático, su interpretación como derecho social ciudadano.
Es también esta resignificación del ingreso indirecto ya como reconocimiento de la socialidad del trabajo abstracto, de su potencialidad y actualidad, la que tempranamente anticipó el programa neoliberal como un escenario problemático de momento en que difuminaba peligrosamente la herencia de los derechos políticos ciudadanos y los derechos sociales, voluntad civil pública y reproducción de la especie humana privada9.
10. Más de una relación guarda el fin del trabajo y de la clase obrera con el horizonte de polémicas que ha suscitado la escena posmoderna. Lo que interesa destacar es que, en el desmontaje de las coordenadas del pensamiento fuerte, su centralidad del logos, del falo y de la techné, se le asestaba un duro golpe al narcisismo de nuestra occidentalidad. Es así que los desenvolvimientos en la tecnocultura, en la aleación de saberes técnicos y pragmáticos con el artificio y, de otra parte, los ulteriores balances de la revolución paradigmática poscartesiana rebasan el racionalismo sobre el cual descansó la teoría del sujeto de la historia. Confederados los saberes de las ciencias duras y blandas en estilos de pensamiento que se inclinan a la complejización, a rebasar el binarismo y el causalismo de la ciencia, toda sobrepuja de discusiones en torno al trabajo o, igual, al sujeto obrero, delataban los límites del paradigma moderno de ciencia. Ya bien sea a través de la obra de la escuela althusseriana o bien de las tesis de André Gorz o, inclusive, de Antonio Negri, con las diferencias que los separan, con los anclajes que todavía conservan en la modernidad científica, sus intervenciones apuntaban a este debilitamiento.
En el caso de los althusserianos su predicamento apuntó a la filiación de la causalidad materialista a su matriz historicista, que aunque rica esta última en las posibilidades de reconocer mediaciones, terminaba desembocándolas en su núcleo simple invariante el cual subsumía las diferencias a la equivalencia. En el caso de Gorz –al menos su obra correspondiente al ciclo de la crisis de los marxismos (1979-89)–, su eje residió en develar el esencialismo de filiación judaico cristiana, su teología invertida en teleología, igualmente atomal, es decir simplificante al sujeto monolito proletario. En el caso de Negri, ante la aparente hegemonía de un objetivismo dispuesto en la analítica de la ley del valor, erigiendo la economía política, inclusive su crítica, a la redundancia positivista, al capital como deus ex machina, el recorrido inverso fue destinado a una teoría de la autovalorización, es decir aquella cualidad que no puede integrarse en el circuito de la acumulación. Retorno pues al sujeto que vivía su orfandad en la paradigmática moderna de ciencia.
A la par que estas propuestas adelantaban un programa investigativo que tomaba distancia del racionalismo, de la teleología o bien del objetivismo, sin embargo no arriesgaban del todo la mutación del paradigma de la simplificación10. Ya bien sea en Althusser a través de la ontologización de la estructura y de la conservación de la determinación en última instancia, o bien en Gorz en el afán de la sustitución del vacío que acontece luego del primer abandono de la teoría de la encarnación en la figura de la no-clase o, por último, en Negri en donde luego de lúcidamente abrir paso a un programa de autovalorización más allá del socialismo, refunda la exacerbación de la subjetividad obrera de acuerdo al incremento de taxonomías socio-económicas más bien propias de la industrialidad (e.g. del obrero-masa al obrero social). Pienso pues que esta tensión que recorre estos programas puede tomarse más que como resultante de una tozudez escolástica, como síntoma de la propia mutación de un estilo de pensar que aún prolonga postulaciones precedentes, sobre todo aquellas que políticamente rendían honor y garantía de una promesa de emancipación concebida solamente en la figura de un sujeto uniforme, y de las cuales no se podían cómodamente desprender.
11. Con todo, el relajamiento de las postulaciones teleológicas, objetivistas y causalistas abrió la puerta al menos a dos asuntos que forman parte de la referencia obligada en ambientes poscartesianos: el sujeto descentrado y la contingencia. Primero, la traducción filosófica o psicoanalítica del sujeto contextual en el lenguaje de las ciencias humanas, la postulación de diversidad de posiciones del sujeto, le era ya correspondida a la dificultad misma del ciclo posfordista de recrear las condiciones de persona autónoma. Segundo, las ofertas programáticas del liberalismo político y del socialismo flaqueaban en su capacidad de ceñir la identidad cumbre del sujeto, en la ciudadanía soberanista para el primero o en el sujeto laborista para el segundo. La complejización de lo social era ya tal que no se podía continuar reeditando estilos de pensamiento simplificantes de la condición humana.
Igual ocurrió con la aireación de la teoría social en su encuentro con filosofías de la contingencia. De una parte, esta reunión permitía rebajar la pretensión finalista del sujeto unitario de la historia. De otra, del lado de lo político, las concepciones estructuralistas del mismo se debilitaban ante el poder como signo de la fractura del sistema, de su incapacidad de completud y, por tanto, de su nunca coincidencia entre lo real y lo racional o, en el lenguaje de Borges, el desacoplamiento entre el mapa y el territorio11.
12. ¿Si en el presente el trabajo tiende a la virtualización, a la abstracción y a la inmaterialización tanto de la obra, del proceso de labor, como del sujeto incorporado, qué acontece con la frontera de lo intelectual? Es éste uno de los temas y problemas que preside la posindustrialidad y que, a su vez inflexiona la concepción de la atribución de sujeto contenida en el obrerismo manualista, así como de su herencia en la cristiandad, el pobrismo pietista. La proliferación de saberes prácticos, técnicos, teóricos, la transversalidad de los mismos en la difusión y manejo de una tecnocultura, formaría la parte activa de la actual mutación que ha sido un tanto reducida a una revolución en la información12.
Es en este aparte que ha merecido retornar a Marx pero en contra y más allá de él mismo, en el capítulo de las máquinas de los Grundrisse13. Obra reivindicada en el último lustro de los años sesenta para, aún desde el álbum de familia tercio-internacional, tomar distancia del evolucionismo, del etapismo, de la necesaria expiación del socialismo y, luego en los setenta, a fin de diferenciarse del objetivismo que se hubiera deslizado en el seno del estructuralismo marxista, para así, en sus últimas interpretaciones orientarse al modo comunicacional; esto es, de la capacidad de crear la riqueza a partir de una difuminación de la frontera entre la fábrica y la vida. Las figuras sociológicas que de allí derivan no siguen el cursor ya de la ley del valortrabajo, sino del tiempo libre como principio de valor. Pero también, el sujeto aquí difícilmente podría capturarse en las sociografías de clase a las cuales nos acostumbró el pensar binario. De un lado, se trata de un sujeto que vive su experiencia de vida en virtud de multiplicar sus posiciones del ser de modo transversal. De otro lado, siendo éste difuso igual experimenta su identidad incorporándose a la techné en un giro de aleación de lo humano y la máquina, de la carne y el artificio.
El modo inusual del autor de este opúsculo poco visitado, de apalabrar con el vocablo del general intellect una novel “fuerza productiva” no parecería fortuito. Su enunciado captura la tendencia a la fisión del capital en ficciones, esto es a la proliferación de imaginarios, de relatos dialógicos traducibles e interpretables en códigos comunicacionales que siguen el modelo del giro pragmático en la lingüística. Pero también, la difuminación de los saberes que allí se avista porta el riesgo de la inducción de la subjetividad a cualquier racionalización de la estructura de mando y obediencia, puesto que ésta descansa en un nivel de cooperación cuya densidad no se rige por el patrón corporativo14. Luego de este abordaje preliminar una serie de asuntos herederos de la modernidad tendrían que ser modulados, entre ellos aquellos que comprometen la relación entre ciencia y techné y, del otro, la redefinición del linde entre lo intelectual y el intelectual.
Sobre este último punto, no hay que olvidar que la teoría de la atribución del sujeto unitario de la historia más allá de rehabilitar la sedimentación de la cristiandad en la propia modernidad secular o, más acá de inducir el miedo de la propia ambientación cultural del Iluminismo a la ambigüedad, a las zonas de la extrañeza, ocluye la propia posición del intelectual respecto al saber-poder. Esta lauda concepción humanista internaliza la identidad del intelectual como legislador épico. Función de privilegio cognoscente y función ética se funden y confunden a fin de legitimarse en la representación de la alteridad. Si su contenido puede ser cambiante (e.g. proletario, pueblo, nación, pobre, ciudadano), no así el manejo de un régimen de verdad que se protege en la ciudad sapiente resguardada de la techné. Siendo éste uno de los últimos narcisismos que restan de la modernidad y que el intelectual ilustrativo atesora, el intelecto difuso, su cultura virtual y economía transtextual deslocaliza el posicionamiento del intelectual pero también la instancia que lo relevara, el Estado. Secreto de la cofradía intelectual, secreto de Estado, secretos del capital, el general intellect predispone la confidencialidad de los saberes. Es sobre este territorio no cartografiado por el mapa que se avistan iniciativas que tocan una identidad tecnocultural ciudadana planteando así enriquecimientos del imaginario democrático.
1 Harry Braverman, Labor and Monopoly Capital, The Degradation of Work in the Twentieth Century, Monthly Review Press, Nueva York, 1974. André Gorz, Adieux au prolétariat Au delà du socialisme, París, Galillé, 1980.
2 Russell Jacoby, The Last Intellectuals, Toronto, The Noonday Press, 1989.
3 Véase, acerca de los antecedentes de la discusión de paradigmas en la ciencia moderna, en su principio representacional como “estilo de pensamiento”, de Ludwik Fleck, Genesis and Development of a Scientific Fact, Chicago, The University of Chicago Press, 1979.
4 Cf. Bruno Latour, We Have Never Been Moderns, Cambridge, Mass, Harvard University Press, 1993.
5 Cf. André Gorz, Adieux au prolétariat, Ob. cit.; Antonio Negri, Del obreromasa al obrero social, Barcelona, Editorial Anagrama, 1980; H. Blumenberg, The Legitimacy of the Modern Age, Cambridge Mass., 1986; y Ernesto Laclau, Emancipations, Nueva York, Verso, 1996.
6 Sobre la primera, el trabajo como vocación religiosa secularizada en la modernidad, de André Gorz, Critique of Economic Reason, Nueva York, Verso, 1989. En torno al familismo parroquial el cual releva la vocación religiosa en economía libidinal laborista, de Fernando Mires, El malestar en la barbarie. Erotismo y cultura en la formación de la sociedad moderna, Caracas, Nueva Sociedad, 1998. Acerca del “Gran Encierro”, de Michel Foucault, “Le grand renfermement”, Histoire de la folie à l’ âge classique, París, Gallimard, 1972, pp. 56-91.
7 Cf. Paul Virilio, La máquina de visión, Madrid, Cátedra, 1989; El arte del motor. Aceleración y realidad virtual, Buenos Aires, Manantial, 1996; y La velocidad de liberación Buenos Aires, Manantial, 1997.
8 Cf. Antonio Negri, Macchina Tempo. Rompicapi, Liberazione, Costituzione, Milano, Feltrinelli, 1982.
9 Tal fue la prognosis que anticipaba la temprana pesquisa de Michel Crozier et. al. en The Ingovernability of Democracy, 1976,
10 Véase, de Wolfgang Welsch, “Topoi de la posmodernidad”, El final de los grandes proyectos, H.R. Fischer, A. Retzer, J. Schweizer (Comp.), Barcelona, Editorial Gedisa, 1997; Francisco J. Varela, “The Reenchantment of the Concrete”, Zone, Incorporations, núm. 6, 1992, 320-38; Isabelle Stengers, Ilya Prigogine, Power and Invention, Situating Science, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1997; y, de Fernando Mires, La revolución que nadie soñó o la otra posmodernidad, Caracas, Editorial Nueva Sociedad, 1996 (“La revolución paradigmática”, pp. 153-76).
11 Cf. Ernesto Laclau, New Reflections on the Revolution of Our Time, Nueva York, Verso, 1990; y, de Agnes Heller, A Philosophy of History in Fragments, Cambridge, Blackwell, 1993, capítulo. 1: “Contingency”, pp. 1-35.
12 Véase, para otra dirección argumentativa de Marc Poster, Mode of Information, Cambridge, Polity Press, 1990.
13 Karl Marx, Grundrisse, Inglaterra, Penguin, 1973.
14 Cf. Maurizio Lazzarato, Antonio Negri, “Travail inmatériel et subjectivité”, Futur Antérieur, número 6, verano 1991. También, de Stanley Aronowitz y William DiFazio, The Jobless Future. Sci-Tech and the Dogma of Work, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1994.
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Ricardo Antunes**
* Tomado del libro: ¿Adiós al trabajo? Ensayo sobre la metamorfosis y el rol central del mundo del trabajo, publicado originalmente en Brasil (1995), traducido al español por Lucio Agañaraz para su edición en Buenos Aires - Argentina, Editorial Antídoto 1999. La reproducción de este capítulo fue autorizada directamente por esta Editorial, vía E-mail: antíEsta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
** Profesor de Sociología del trabajo en el Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de Campinas (Unicamp de Sao Paulo). Doctor en Sociología de la USP. Autor de varios libros entre los que se destacan: A Rebeldia do Trabalho; Classe Operária, Sindicatos e Partido no Brasil; y, ¿Adiós al trabajo? Ensayo sobre la metamorfosis y el rol central del mundo del trabajo.
En este capítulo el autor aborda las distintas dimensiones que adquiere hoy el mundo del trabajo inscrito en el capitalismo contemporáneo: desproletarización del trabajo industrial mientras se presenta una notoria expansión de asalariados en el sector servicios; creciente heterogenización del ámbito laboral manifiesto fundamentalmente en la incorporación amplia de mujeres; subproletarización intensificada a través de la expansión del trabajo parcial, temporal, precario, subcontratado, “tercerizado”.
En el universo del trabajo del capitalismo contemporáneo, se observa un proceso múltiple: por un lado se verificó una desproletarización del trabajo industrial, fabril en los países capitalistas avanzados, con mayor o menor repercusión en las áreas industrializadas del Tercer Mundo. En otras palabras, hubo una disminución de la clase obrera industrial tradicional. Pero, paralelamente, se efectuó una notoria expansión del trabajo asalariado, a partir de la enorme expansión de asalariados en el sector de servicios; se verificó una significativa heterogenización del trabajo, expresada también a través de la creciente incorporación de contingentes femeninos al mundo obrero; se percibe, igualmente, una subproletarización intensificada, presente en la expansión del trabajo parcial, temporario, precario, subcontratado, “tercerizado”, que marca la sociedad dual en el capitalismo avanzado, del cual los gastarbeiters en Alemania y el lavoro nero en Italia son ejemplos del enorme contingente de trabajo inmigrante, que se dirige al llamado Primer Mundo, en busca de lo que aún queda del welfare state. Así se invirtió el flujo migratorio de décadas anteriores, que iba del centro a la periferia.
El resultado más brutal de estas transformaciones es la expansión sin precedentes en la era moderna del desempleo estructural, que abarca a todo el mundo, a escala global. Se puede decir de manera sintética, que hay un proceso contradictorio que, por un lado reduce al proletariado industrial y fabril; y por el otro aumenta el subproletariado, el trabajo precario, o los asalariados del sector de servicios. Incorpora al sector femenino y excluye a los más jóvenes y a los más viejos. Por lo tanto, hay un proceso de mayor heterogenización, fragmentación y complejización de la clase trabajadora.
Intentaremos dar en las próximas páginas, algunos ejemplos de este múltiple y contradictorio proceso, todavía en curso. Daremos algunos datos con el objetivo de ilustrar estas tendencias. Comencemos con la cuestión de la desproletarización del trabajo fabril, industrial. En Francia, en 1962, el contingente obrero era de 7.488 millones. En 1975, ese número llegó a 8.118 millones y en 1989 se redujo a 7.121 millones. Mientras que en 1962 representaba el 39% de la población activa, en 1989 representaba el 29,6% (datos extraídos de Economie et Statistiques, LINSEE, in Bihr, 1990; ver también Bihr, 1991: 87-108).
Frank Annunziato, refiriéndose a las oscilaciones en la fuerza de trabajo en los Estados Unidos, transcribe los siguientes datos (en miles). (ver tabla).
Los datos evidencian, por un lado, la retracción de los trabajadores en la industria manufacturera, así como también en la minería y entre los trabajadores agrícolas; y, por otro, el crecimiento explosivo del sector de servicios, que según el autor incluye tanto a las “industrias de servicios”, como al pequeño y gran comercio, a las finanzas, seguros, al sector de bienes inmuebles, a la hotelería, los restaurantes, los servicios personales, de negocios, de esparcimiento, de salud, los servicios legales y generales (Annunziato, 1989: 107).
Industria | 1980 | 1986 | Variación (%) |
Agricultura | 3426 | 2917 | -14,8 |
Minería | 1027 | 724 | -29,5 |
Construcción | 4346 | 4906 | +12,8 |
Manufactura | 20286 | 18994 | -6,3 |
Transportes y Servicios públicos | 5146 | 5719 | +11,1 |
Grandes comercios | 5275 | 5735 | +8,7 |
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Finanzas, Seguros e Inmobiliarias | 5159 | 6297 | +22,0 |
Gubernamentales | 16241 | 16711 | +2,8 |
Servicios | 11390 | 22531 | +97,8 |
La disminución del proletariado industrial también se llevó a cabo en Italia, donde un poco más de un millón de puestos de trabajo fueron eliminados, llevando la ocupación de los trabajadores industriales de un 40%, en 1980, a un poco más del 30% en 1990, sobre el porcentaje total de trabajadores (Stuppini, 1991: 50).
Otro autor, en un ensayo más prospectivo y menos interesado en demostraciones empíricas, trata de marcar algunas de las tendencias en curso ocasionadas por la revolución tecnológica: recuerda que las proyecciones del empresariado japonés apuntan como objetivo a “eliminar completamente el trabajo manual de la industria japonesa hacia el final del siglo. Aunque hay en esta meta cierto matiz de jactancia, las intenciones deben ser tenidas en cuenta” (Schaff, 1990: 28).
Sobre Canadá, transcribe las informaciones del Science Council of Canada Report, (N° 33, 1982): “prevé una moderada tasa del 25% de trabajadores que perderán su puesto de trabajo hasta el final del siglo, como consecuencia de la automatización”. En referencia a las previsiones norteamericanas, alerta sobre el hecho de que “serán eliminados 35 millones de empleos hasta el fin de siglo, a causa de la automatización” (Schaff, 1990: 28).
Se puede decir que en los principales países industrializados de Europa Occidental, los trabajadores efectivos ocupados en la industria representaban el 40% de la población activa a comienzo de los años cuarenta. Hoy la proporción se halla en alrededor del 30%. Se calcula que bajará a un 20% o 25% a comienzos del próximo siglo (Gorz, 1990a y 1990b).
Estos datos y tendencias ponen de manifiesto una nítida reducción del proletariado fabril, industrial, manual, especialmente en los países del capitalismo avanzado, sea como consecuencia del cuadro recesivo, o por la automatización, la robótica y la microelectrónica, generando una monumental tasa de desempleo estructural.
Pero, paralelamente, hay otra tendencia extremadamente significativa, marcada por la subproletarización del trabajo, bajo las formas de trabajo precario, parcial, temporario, subcontratado, “tercerizado”, vinculados a la “economía informal”, entre tantas modalidades existentes. Como dice Alain Bihr (1991: 89), estas diversas categorías de trabajadores tienen en común la precariedad del empleo y de la remuneración; la desregulación de las condiciones de trabajo, en relación con las normas legales vigentes o acordadas, y la consabida regresión de los derechos sociales, así como la ausencia de protección y libertad sindicales, configurando una tendencia a la individualización extrema de la relación salarial.
A título de ejemplo: en Francia hubo una reducción de 501 mil empleos de tiempo completo, entre 1982 y 1988; y en el mismo período hubo un aumento de 111 mil empleos de tiempo parcial (Bihr, 1990). En otro estudio, el mismo autor agrega que esa forma de trabajo “atípica” no deja de desarrollarse desde la crisis: entre 1982 y 1986, el número de asalariados de tiempo parcial aumentó un 21,35% (Bihr, 1991: 88-89). En 1988, dice otra autora, el 23,2% de los asalariados de la Comunidad Económica Europea eran empleados de tiempo parcial o en trabajos temporarios (Stuppini, 1991: 51). Este relato sigue en la misma dirección: “La actual tendencia de los mercados de trabajo es reducir el número de trabajadores fijos, para emplear cada vez más una fuerza de trabajo que entra fácilmente y es despedida sin costos… En Inglaterra, los “trabajadores flexibles” aumentaron un 16%, alcanzando 8,1 millones entre 1981 y 1985, mientras que los empleos permanentes cayeron un 6%, bajando a 15,6 millones… Más o menos en el mismo período, cerca de un tercio de los 10 millones de nuevos empleos creados en Estados Unidos estaban en la categoría de “temporarios” (Harvey, 1992: 144).
André Gorz agrega que aproximadamente entre un 35% y un 50% de la población trabajadora británica, francesa, alemana y norteamericana se encuentra desempleada o desarrollando trabajos precarios, parciales, etcétera, que Gorz denominó “proletariado posindustrial”, exponiendo así la dimensión real de aquello que algunos llaman la sociedad dual (Gorz, 1990: 42 y 1990a).
O sea, mientras varios países de capitalismo avanzado vieron decrecer los empleos de tiempo completo, paralelamente asistieron a un aumento de las formas de subproletarización, a través de la expansión de los trabajadores parciales, precarios, temporarios, subcontratados, etcétera. Según Helena Hirata, el 20% de las mujeres en el Japón, en 1980, trabajaban en tiempo parcial, en condiciones precarias. “Si las estadísticas oficiales contaban 2,560 millones de asalariadas en tiempo parcial en 1980, tres años después la revista Economisto, de Tokio, estimaba en cinco millones al conjunto de las asalariadas trabajando en tiempo parcial” (Hirata, 1986: 9).
De este incremento de la fuerza de trabajo, un contingente sustancial está compuesto por mujeres, lo que caracteriza otro rasgo distintivo de las transformaciones en curso en el interior de la clase trabajadora. Esta ya no es exclusivamente masculina, pero vive con un gran contingente de mujeres, no sólo en sectores como el textil, donde siempre hubo un gran número de trabajadoras, sino también en nuevas ramas, como la industria de la microelectrónica, para no hablar del sector de servicios. Este cambio en la estructura productiva y en el mercado de trabajo, posibilitó también la incorporación y el aumento de la explotación de la fuerza de trabajo de las mujeres en ocupaciones de tiempo parcial, en trabajos domésticos, subordinados al capital (véase el ejemplo de Benetton), de tal modo que en Italia, aproximadamente 1 millón de los puestos de trabajo creados en los años 80, mayoritariamente en el sector servicios, pero con repercusiones también en las fábricas, fueron ocupados por mujeres (Stuppini, 1991: 50). Del volumen de empleos de tiempo parcial generados en Francia entre 1982 y 1986, más del 80% fueron ocupados por la fuerza de trabajo femenina (Bihr, 1991: 89). Esto permite afirmar que el trabajo femenino ha aumentado en todos los países, a pesar de las diferencias nacionales. La presencia femenina representa más del 40% del total de la fuerza de trabajo en muchos países del capitalismo avanzado. (Harvey, 1992: 146 y Freeman, 1986: 5)
La presencia femenina en el mundo del trabajo nos permite agregar que, si la conciencia de clase es una articulación compleja, comprendiendo identidades y heterogeneidades, entre singularidades que viven una situación particular en el proceso productivo y en la vida social, en la esfera de la materialidad y de la subjetividad, tanto la contradicción entre individuo y su clase, como aquella que deviene de la relación entre la clase y género, se tornaron más agudas en la era contemporánea. La claseque- vive del-trabajo es tanto masculina como femenina. También por esto es más heterogénea, diversa y compleja. De modo que una crítica del capital, en cuanto relación social, debe necesariamente aprehender la dimensión de la explotación presente en las relaciones capital-trabajo, pero también debe ver la dimensión de opresión presente en la relación hombre/mujer, de modo que la lucha por la constitución de un género para sí mismo posibilita también la emancipación del género mujer1.
Además de la desproletarización del trabajo industrial, de la incorporación del trabajo femenino, la subproletarización del trabajo, a través del trabajo parcial, temporario, aparece otra variante de este múltiple cuadro, un intenso proceso de asalaramiento de los sectores medios, que ocurre a partir de la expansión del sector de servicios. Vimos que, en el caso de Estados Unidos, la expansión del sector de servicios (en el sentido amplio en que lo define el Departamento de Comercio de ese país), fue de un 97,8% en el período de 1980/86, representando el 60% de todos los empleos (no incluido el sector gubernamental) (Annunziato, 1989: 107).
En Italia, contemporáneamente “crece la ocupación en el sector terciario y en el de servicios, que hoy pasa del 60% del total de empleos” (Stuppini, 1991: 50). Se sabe que esta tendencia abarca a todos los países centrales.
Lo anterior permite indicar que “en las investigaciones sobre la estructura y las tendencias de desarrollo de las sociedades occidentales altamente industrializadas, encontramos cada vez más frecuentemente, la caracterización de ‘sociedades de servicios’. Esto se refiere al crecimiento absoluto y relativo del ‘sector terciario’, esto es, el ‘sector servicios”’ (Offe, Berger, 1991: 11). Debe afirmarse, sin embargo, que la constatación del crecimiento de este sector no nos debe llevar a la aceptación de la tesis de las sociedades pos-industiales, pos-capitalistas, una vez que se mantiene “por lo menos indirectamente, el carácter improductivo, en el sentido de la producción global capitalista, de la mayoría de los servicios. Pues no se trata de sectores con acumulación de capital autónomos; al contrario, el sector de servicios permanece dependiente de la acumulación industrial propiamente dicha, y así, de la capacidad de las industrias correspondientes de realizar plusvalía en los mercados mundiales. Solamente cuando esta capacidad se mantiene para toda la economía de conjunto, los servicios industriales y no industriales (relativos a las personas) pueden sobrevivir y expandirse” (Kurz, 1992: 109).
Finalmente, existe todavía otra consecuencia muy importante al interior de la clase trabajadora, que comprende una doble dirección: paralelamente a la reducción cuantitativa del proletariado industrial tradicional, se da una alteración cualitativa en la forma del ser del trabajo, que por un lado impulsa hacia una mayor calificación del trabajo, y por el otro impulsa a una mayor descalificación. Comencemos por la primera. La reducción de la dimensión variable del capital, resultante del crecimiento de su dimensión constante, o en otras palabras, la sustitución del trabajo vivo por el trabajo muerto, ofrece como tendencia en las unidades productivas mas avanzadas, la posibilidad de que el trabajador se aproxime a lo que Marx (1972: 228), llamó “supervisor y regulador del proceso de producción”. Sin embargo, la plena realización de esa tendencia está imposibilitada por la propia lógica del capital. Es esclarecedora esta larga cita de Marx donde aparece la referencia que hacemos más arriba:
“El intercambio de trabajo vivo por trabajo objetivado (…) es el último desarrollo de la relación de valor y de la producción fundada en el valor. El supuesto de esta producción es, y sigue siendo, la magnitud de tiempo inmediato de trabajo, el cuanto de trabajo empleado como el factor decisivo en la producción de la riqueza. En la medida, sin embargo, en que la gran industria se desarrolla, la creación de la riqueza efectiva se vuelve menos dependiente del tiempo de trabajo y del cuánto de trabajo empleados, que del poder de los agentes puestos en movimiento durante el tiempo de trabajo, poder que a su vez –su powerful effectiveness– no guarda relación alguna con el tiempo de trabajo inmediato que cuesta su producción (…) La riqueza efectiva se manifiesta más bien –y esto lo revela la gran industria– en la enorme desproporción entre el tiempo de trabajo empleado y su producto, así como en la desproporción cualitativa entre el trabajo, reducido a una pura abstracción, y el poderío del proceso de producción vigilado por aquel. E1 trabajo ya no aparece tanto como recluido en el proceso de producción, sino que más bien el hombre se comporta como supervisor y regulador con respecto al proceso de producción mismo. E1 trabajador ya no introduce el objeto natural modificado, como eslabón intermedio, entre la cosa y sí mismo, sino que inserta el proceso natural, al que transforma en industrial, como medio entre sí mismo y la naturaleza inorgánica, a la que domina. Se presenta al lado del proceso de producción, en lugar de ser su agente principal. En esta transformación, lo que aparece como el pilar fundamental de la producción y de la riqueza no es ni el trabajo inmediato ejecutado por el hombre ni el tiempo que este trabaja, sino la apropiación de su propia fuerza productiva general, su comprensión de la naturaleza y su dominio de la misma gracias a su existencia como cuerpo social; en una palabra, el desarrollo del individuo social. El robo del tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparado con este fundamento, recién desarrollado, creado por la gran industria misma. Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata, ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio (deja de ser la medida) del valor de uso. E1 plustrabajo de la masa ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos ha cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano. Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio… Desarrollo libre de las individualidades, y por ende, no reducción del tiempo de trabajo necesario con miras a poner plustrabajo, sino, en general reducción del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al cual corresponde entonces la formación artística, científica, etc., de los individuos gracias al tiempo que se ha vuelto libre y a los medios creados para todos” (Idem: 227-229).
Se evidencia, sin embargo, que esa abstracción era imposible en la sociedad capitalista. Como el propio Marx aclara, en la secuencia del texto. “El capital mismo es la contradicción …”
El capital mismo es la contradicción del proceso, [por el hecho de] que tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte pone al tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza. Disminuye, pues, el tiempo de trabajo en la forma de tiempo de trabajo necesario, para aumentarlo en la forma del trabajo excedente; pone, por tanto, en medida creciente, el trabajo excedente como condición question de vie et de mort- del necesario. Por un lado despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y de la naturaleza, así como de la cooperación y del intercambio sociales, para hacer que la creación de la riqueza sea (relativamente) independiente del tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro lado se propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor. Las fuerzas productivas y las relaciones sociales –unas y otras aspectos diversos del desarrollo del individuo social– se le aparecen al capital únicamente como medios, y no son para él más que medios para producir, fundándose en su mezquina base. In fact, empero, constituyen las condiciones materiales para hacer saltar a esa base por los aires (Idem: 229).
Por lo tanto, la tendencia señalada por Marx –cuya realización plena supone la ruptura de la relación de la lógica del capital– demuestra que en tanto perdure el modo de producción capitalista, no se puede concretar la eliminación del trabajo como fuente creadora de valor, pero, sí en cambio, una transformación en el interior del proceso del trabajo, que resulta del avance científico y tecnológico y que se configura por el peso creciente de la dimensión más calificada del trabajo, por la intelectualización del trabajo social. La cita que sigue es esclarecedora:
(…) con el desarrollo de la subsunción real del trabajo al capital o del modo de producción específicamente capitalista, no es el obrero individual sino una vez más una capacidad de trabajo socialmente combinada lo que se convierte en el agente real del proceso laboral en su conjunto, y como las diversas capacidades de trabajo que cooperan y forman la máquina productiva total participan de manera muy diferente en el proceso inmediato de la formación de mercancías o mejor aquí de productos –este trabaja más con las manos, aquel más con la cabeza, el uno como director (manager), ingeniero (engineer), técnico, etc., el otro como capataz (overlooker), el de más allá como obrero manual directo e incluso como simple peón–, tenemos que más y más funciones de la capacidad de trabajo se incluyen en el concepto inmediato de trabajo productivo, y sus agentes en el concepto de trabajadores productivos, directamente explotados por el capital y subordinados en general a su proceso de valorización y de producción. Si se considera el trabajador colectivo en el que el taller consiste, su actividad combinada se realiza materialmente (materialiter) y de manera directa en un producto total que, al mismo tiempo, es una masa total de mercancías, y aquí es absolutamente indiferente el que la función de tal o cual trabajador, mero eslabón de este trabajador colectivo, esté más próxima o más distante del trabajo manual directo (Marx, Siglo XXI editores, 1990: 78-79).
El caso de la fábrica automatizada Fujitsu Fanuc (Japón), un ejemplo de avance tecnológico, es muy esclarecedor. Más de cuatrocientos robots fabrican otros robots, durante las 24 horas. Los obreros, casi cuatrocientos, trabajan durante el día. Con métodos tradicionales serían necesarios cerca de 4 mil obreros para obtener la misma producción. Se promedia ocho robots al mes que se descomponen. La tarea central de los obreros consiste en prevenir y reparar los robots dañados, lo que origina un volumen de trabajo discontinuo e imprevisible. Hay 1700 personas más empleadas en trabajos de investigación, administración y comercialización de la empresa (Gorz, 1990b: 28). Aunque sea un ejemplo de un país y de una fábrica, singulares, nos permite constatar que, ni aún en este ejemplo de alta robotización, hubo eliminación del trabajo y sí un proceso de intelectualización de una parte de la clase trabajadora. Pero en este ejemplo atípico, el trabajador ya no transforma los objetos materiales directamente, sino que supervisa el proceso productivo con máquinas computarizadas, programadas y repara los robots en caso de necesidad (Idem).
Suponer la generalización de esta tendencia bajo el capitalismo contemporáneo, que incluye a la enorme masa de trabajadores del Tercer Mundo, sería un gran despropósito y tendría como consecuencia la inevitable destrucción de la economía de mercado, por la incapacidad de integración del proceso de acumulación del capital. No siendo ni consumidores, ni asalariados, los robots no podrían participar del mercado. La simple sobre vivencia de la economía capitalista estaría comprometida en su existencia (ver Mandel, 1986: 16-17).
También refiriéndose a la tendencia a una mayor calificación o intelectualización del trabajo otro autor desarrolla la tesis de que la imagen del trabajador manual no describiría el nuevo trabajo obrero en las industrias. Este se convirtió, en varias ramas más calificadas, lo que se constata en la figura del obrero vigilante, de técnico de mantenimiento, de programador, de control de calidad, de técnico de un sector de investigación, de ingeniero encargado de la coordinación técnica y de la gestión de la producción. Las antiguas fragmentaciones estarían siendo cuestionadas por la necesaria cooperación entre los trabajadores (Lojkine, 1990: 30-31).
Hay, entonces, mutaciones en el universo de la clase trabajadora, que varían de rama en rama, de sector en sector, etcétera.
Se descalificó en varias ramas, se disminuyó en otras, como en la minería, en la metalúrgica y la construcción naval, prácticamente desapareció en sectores que fueron íntegramente informatizados, como los gráficos, y se recalificó en otros, como en la siderurgia, donde se observa la “formación de un segmento particular de ‘obreros técnicos’ de alta responsabilidad, portadores de características profesionales y antecedentes culturales claramente distintos del restante personal obrero. Estos se encuentran, por ejemplo, en los puestos de coordinación, en las cabinas de operación a nivel de los altos hornos, aceras, vaciado continuo, etc. E1 mismo fenómeno se encuentra en la industria automovilística, con la creación de los ‘coordinadores técnicos’, encargados de asegurar las reparaciones y el mantenimiento de las instalaciones, altamente automatizadas, asistidos por profesionales de niveles inferiores y de diferentes especialidades” (Idem: 32).
Paralelamente a esta tendencia se da otra, que apunta hacia la descalificación de muchos sectores obreros, afectados por una diversa gama de transformaciones que llevaron, por un lado, a la desespecialización del obrero industrial oriundo del fordismo y, por el otro, a la masa de trabajadores que oscila entre los temporarios (que no tienen ninguna garantía de empleo), los parciales (integrados precariamente a las empresas)2, los subcontratados, tercerizados (hay, no obstante, tercerización en sectores ultra calificados), los trabajadores de la “economía informal”. Esta franja abarca al 50% de la población trabajadora en los países avanzados, cuando no se incluyen aquí a los desempleados, que algunos llaman proletariado posindustrial y que nosotros preferimos llamar subproletariado moderno.
En lo que se refiere a la desespecialización de los trabajadores profesionales, como consecuencia de la creación de los “trabajadores multifuncionales” inventados por el toyotismo, es relevante recordar que ese proceso también significó un ataque al saber profesional de los obreros calificados, buscando disminuir su poder sobre la producción y aumentar la intensidad del trabajo. Los trabajadores calificados enfrentaron este movimiento de desespecialización como un ataque a sus profesiones y calificación, así como también, a su poder de negociación, que le devenía precisamente de su calificación, realizando hasta huelgas contra esta tendencia (Coriat, 1992b: 41)3. Ya nos referimos anteriormente al carácter limitado de la polivalencia, introducida por el modelo japonés.
La segmentación de la clase trabajadora se intensificó de tal modo, que es posible señalar que en el centro del proceso productivo se encuentra un grupo de trabajadores, en proceso de retracción a escala mundial, pero que permanece a tiempo completo dentro de la fábrica, con mayor seguridad en el trabajo y más integrados en la empresa. Con algunas ventajas que resultan de esta “mayor integración”, este segmento es más adaptable, flexible y de mayor movilidad geográfica. “Los costos potenciales de las licencias temporarias de los empleados del grupo central, en tiempos de dificultades, pueden llevar a la empresa a subcontratar, inclusive para funciones de alto nivel (que van desde los proyectos hasta la propaganda y la administración financiera), manteniendo un relativamente pequeño grupo de gerentes del grupo central” (Harvey, 1992:144).
La periferia de la fuerza de trabajo comprende dos subgrupos diferenciados: el primero lo forman “empleados de jornada completa con habilidades fácilmente disponibles en el mercado de trabajo, como el personal del sector financiero, secretarias, personal de áreas de trabajo rutinario y de trabajo manual menos especializado”. Este subgrupo se caracteriza por una alta rotación en el trabajo. El segundo grupo situado en la periferia “ofrece una flexibilidad numérica todavía mayor e incluye empleados de jornada parcial, empleados ocasionales, personal con contrato por tiempo determinado, temporarios, subcontratados y pasantes con subsidio público. Estos tienen menos seguridad en el empleo que el grupo periférico anterior”. Este sector ha crecido significativamente en los últimos años (según la clasificación del Institute of Personnel Management, in Harvey, 1992, 144).
Queda claro, entonces, que al mismo tiempo que se visualiza una tendencia a la calificación del trabajo, se desarrolla también, intensamente, un nítido proceso de des-calificación de los trabajadores, lo que acaba por configurar un proceso contradictorio que sobrecalifica en varias ramas productivas y tiende a descalificar en otras4.
Estos elementos nos llevan a la reflexión de que no hay una tendencia única y generalizada en el mundo del trabajo. Hay un proceso contradictorio y multiforme. Se complejizó, se fragmentó y se hizo aún más heterogénea la clase-que-vive-del-trabajo. Se puede observar que por un lado se da un proceso de intelectualización del trabajo manual, y por otro, radicalmente inverso, de descalificación del trabajo intelectual y hasta de subproletarización intensificada, presentes en el trabajo precario, informal, parcial, etcétera. Si es posible decir que la primera tendencia –la intelectualización del trabajo manual– es, como tesis, más coherente y compatible con el enorme avance tecnológico, la segunda –la des-calificacion–, se encuentra también en plena sintonía con el modo de producción capitalista, en su lógica destructiva, y con su tasa de uso decreciente de bienes y servicios (Meszaros, 1989:17). Vimos también que hubo una importante incorporación del trabajo femenino al mundo productivo, además de una expresiva expansión de la clase trabajadora a través del asalariamiento del sector servicios. Todo esto nos permite concluir que ni el proletariado desaparecerá tan rápidamente y, lo que es fundamental, no es posible proyectar, ni siquiera en un futuro lejano, ninguna posibilidad de eliminación de la clase-que-vivedel-trabajo.
Citas
1 “En un mundo desalienado, no dominado por la tendencia a la apropiación, los individuos dejarán de constituirse como seres particulares. La personalidad individual, hasta el momento una excepción, se convertirá en típica de la sociedad. Las normas morales no serán impuestas desde afuera a una persona cerrada en su particularismo. Los individuos serán capaces de… humanizar sus impulsos en vez de reprimirlos… serán capaces de humanizar sus emociones… Al hacer nuestra opción frente a los conflictos sociales, optamos simultáneamente por un futuro determinado de las relaciones entre los sexos. Elegimos relaciones entre individuos libres e iguales, relaciones que, en todos los aspectos de la vida humana, se realicen desprovistas de cualquier tendencia a la apropiación y que se caractericen por su riqueza, su profundidad y sinceridad”. (Heller, “El futuro de las relaciones entre los sexos”; texto de 1969, publicado también en 1982: 65-66. Ver también Hirata, 1968:12).
2 Ver Bihr, 1991: 88-89.
3 Con el desarrollo de la automatización “se reproduce un movimiento (…) de descalificación de ciertas tareas ‘supercalificadas’, nacidas en el momento anterior de la des-calificación y sobrecalificación del trabajo. Se trata principalmente de los trabajos de mantenimiento y de la fabricación de máquinas herramientas” (Freyssenet, 1989: 78).
4 Véase la conclusión de Michel Freyssenet: “No hay un movimiento generalizado hacia la des-calificación, como tampoco lo hay hacia la calificación, pero sí hay un movimiento contradictorio de des-calificación del trabajo en unas, y de sobrecalificación del trabajo en otras, esto es, una polarización de las calificaciones requeridas por una forma particular de división del trabajo, que se caracteriza por una modificación del reparto social de la ‘inteligencia’ de la producción. Una parte de esa ‘inteligencia’ es incorporada a las máquinas y otra parte es distribuida entre un gran número de trabajadores, gracias a la actividad de un número limitado de personas entregadas a la tarea (imposible) de pensar previamente la totalidad del proceso de trabajo…” (Freyssenet, 1989: 75).
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