Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co
![]() |
Versión PDF |
Libardo González*
* Economista, escritor y periodista, profesor de la facultad de economía de la Universidad Central. N.d.e. Este es el último artículo escrito por el doctor Libardo González, entregado a Nómadas el día de su fallecimiento, el pasado 27 de abril.
El movimiento sindical es el más representativo de un sector social que ha sido estigmatizado, utilizado, confrontado y elevado a la categoría de gran aporte a la estabilidad social del país. En las décadas del intervencionismo estatal le fue reconocido su estatus de fuerza social necesaria para la concertación laboral. Pero en los últimos tiempos, las tendencias de lo que se ha denominado la globalización lo tienen enfrentado a los poderes existentes, que amenazan su presencia. Se rompió un pacto que tuvo vigencia por varias décadas, pero el preaviso a los sindicatos no se hizo oportunamente, y ellos han perdido un tiempo precioso para responder a las nuevas exigencias.
El sindicalismo colombiano presenta algunas características particulares con respecto al de otros países de América Latina. En Argentina, Bolivia o Perú, los sindicatos han tenido un papel de primera mano en los momentos de crisis políticas. En México, el sindicalismo siempre ha estado protegido por el Estado y su dirección no se ha diferenciado de la que asumió el liderato en Estados Unidos.
Ni tan contestatario, ni tan supeditado al Estado, el sindicalismo colombiano se mueve en péndulo sin lograr una estabilidad, debido a su dispersión y a su incapacidad de adaptarse a los nuevos cambios, preservando su independencia y su autonomía. El trabajador colombiano no ha adquirido todavía un programa de acción coherente, y se ha dejado dominar por grupos y dirigentes que no se despegan del bipartidismo, justamente el enemigo suyo.
En las elecciones, gran parte de la dirección sindical se integra a los partidos, ahora cada vez más al partido liberal, lo que significa que asume el programa general de los candidatos que a veces obtienen la victoria, pero luego arremeten contra el gobierno por sus medidas contra los trabajadores. Esta suerte de esquizofrenia le resta capacidad para presentar resistencia eficaz a sus opositores.
En 1919 los movimientos sindicales, fundamentalmente ligados a los servicios públicos y a las empresas multinacionales del banano y el petróleo, habían llevado a cabo movilizaciones para presionar reivindicaciones salariales. No se detenían en la mera lucha económica, porque la revolución rusa les proporcionó un mito fundador, el de la dictadura del proletariado. Ya en 1920 habían logrado conquistar el derecho a la huelga, y en 1930 con Enrique Olaya Herrera en la presidencia de la República, se logró la legalidad de los sindicatos y de los contratos colectivos. Fue entonces cuando se fundó la Confederación de Trabajadores de Colombia, CTC, en una alianza del comunismo y el liberalismo radical.
La CTC, que aparece en el último lugar en el rango de las centrales sindicales, casi en estado agónico, es paradójicamente, la que tiene un mayor arraigo histórico por su existencia de setenta años. Además, no se creó de la nada, sino de la tradición de la Confederación Obrera Nacional, CON, surgida desde la década del veinte al treinta, y apegada al Partido Socialista Revolucionario en donde militaron los grandes dirigentes obreros de comienzos de siglo.
En 1936, la reforma constitucional que consagró el intervencionismo de Estado, propuso la idea del trabajo como función social; se estipulaba que debía gozar de su protección y, en consecuencia se ampliaron algunos derechos como el de huelga. Las confrontaciones de los años treinta y cuarenta dieron pie a una división entre gaitanistas y comunistas. Además, el gobierno conservador miraba con suspicacia a ambas tendencias, y finalmente, el conservatismo, la Iglesia, los empresarios antioqueños y algunos sindicalistas dirigidos por el conservatismo, fundaron la Unión de Trabajadores de Colombia, UTC.
La CTC pasó a un plano subordinado, y cuando resurgió en el Frente Nacional, lo hizo en medio de una pugna entre liberales y comunistas que terminó con la expulsión de éstos, en 1964. De esta franja expulsada de la CTC surgió la Confederación Sindical de Trabajadores de Colombia, CSTC. Ambas confederaciones siguieron su evolución en las décadas posteriores, al lado de su rival más poderoso, la UTC.
Por los lados de la UTC, sin embargo, tampoco se mantuvo un cielo sereno. La dictadura de Rojas la llevó a su conversión en la CNT, dentro del modelo peronista del sindicalismo de Estado. El experimento fracasó y la UTC volvió a la vida con el Frente Nacional. En la década de los sesenta, el camilismo tuvo incidencia en sus filas, y de allí surgió la Acción Sindical Antioqueña, ASA, que luego conformó la Confederación General de Trabajadores, CGT, de inspiración demócrata cristiana. Más tarde, en 1975, se fraccionó el sector de la Unión de Trabajadores de Cundinamarca, UTRACUN, que posteriormente se integró a la CGT, pero más tarde se desafilió y hoy en día forma parte del sector no confederado. Finalmente, en 1985, la UTC se disolvió y su mayoría engrosó las filas de la nueva central, la Confederación Unitaria de Trabajadores, CUT. Un sector minoritario se plegó a la CGT y junto con un sector del sindicalismo independiente pasó a formar la Confederación General de Trabajadores Democráticos, CGTD.
La CUT se formó de la unión de la CSTC, disuelta desde entonces, y gran parte del sindicalismo independiente como la USO y FECODE; una mayoría de la UTC y un sector pequeño de la CTC. La pretensión de sus fundadores era la de crear una central que se impusiera en el mundo confederado y agrupara la totalidad de los trabajadores sindicalizados. Liberales, conservadores, comunistas y de la izquierda más radical, se unieron en una sola central. La CUT ha sufrido algunos desprendimientos de organizaciones lideradas por antiguos miembros de la UTC, pero sigue siendo la más importante en número de sindicatos y afiliados.
En medio de un escenario competitivo y pugnaz, las centrales obreras han estado unidas en torno a reivindicaciones comunes, como sucedió desde 1964, con la amenaza de paro cívico al gobierno de Guillermo León Valencia. Posteriormente se unieron contra Lleras Restrepo en 1968, y más adelante contra Misael Pastrana en 1971. Pero su mayor confluencia la tuvieron en 1977, en el famoso paro cívico del 14 de septiembre de 1977, contra el gobierno de Alfonso López Michelsen. Desde entonces la consigna del paro cívico ha sido un recurso de las centrales obreras para sacudir la costra dura de los gobiernos en materia laboral.
Cada vez son menos eficaces estos paros, sobre todo a partir de la expedición de leyes que revirtieron la tendencia del Estado intervencionista y pusieron la legislación laboral colombiana a tono con las corrientes nuevas que buscan la flexibilización de la mano de obra.
El sindicalismo colombiano enfrenta una nueva situación, en la que se ve amenazado por múltiples peligros. Uno de ellos es el temor que asiste a todo dirigente sindical ante las amenazas de muerte. Otro es el del desempleo que ha trepado la escalera en forma persistente desde los últimos años, debido a la recesión económica y los cambios que se han producido en la economía. Finalmente, la dispersión que todavía la somete a buscar acuerdos entre tres centrales antes de discutir con el gobierno en las mesas de concertación o en la mesa de empleo.
Las tres centrales obreras, la Confederación Unitaria de Trabajadores CUT, la Confederación General de Trabajadores Democráticos CGTD, y la Central de Trabajadores Colombianos CTC, agrupan cerca de 700 mil trabajadores, menos del diez por ciento de los trabajadores ocupados. Esta circunstancia les confiere, de entrada, rasgos de debilidad estructural. Sin embargo se podría decir que en ellas están los sectores del sindicalismo estatal y privado más importantes, como la Federación Colombiana de Educadores, FECODE; la Federación Nacional de Trabajadores Estatales, FENALTRASE; la Unión Sindical Obrera, USO; el Sindicato Nacional de Trabajadores de Bavaria.
La globalización ha golpeado severamente la estructura de los sindicatos y sus acciones son cada vez menos eficaces ante los cambios profundos que se han evidenciado en las relaciones obrero- patronales, con el cambio del esquema del Estado intervencionista al del Estado desregulado y el predominio del mercado sobre la regulación.
La etapa por la cual atraviesa el sindicalismo, inédita y abruptamente desencadenada por estos cambios, responde a nuevas exigencias de las economías y las empresas que las han obligado a asumir recortes de personal, a movilizar sus recursos a las áreas de mayor rentabilidad, y a introducir nuevas tecnologías en las cuales el papel del trabajo físico se reduce a favor de insumos tecnológicos que desplazan mano de obra.
En los países industrializados, la tasa de sindicalización ha disminuido, y aún en los países en los que existe un gobierno socialdemócrata, como en Francia, en Alemania o en Inglaterra, los sindicatos sólo agrupan un porcentaje muy pequeño de trabajadores ocupados, su estructura se ha venido a menos y los movimientos son cada vez más débiles.
Las centrales obreras están distribuidas, por tamaño, en la siguiente proporción, de acuerdo con los datos siguientes:
Afiliación Confederal de los trabajadores cubiertos por convenciones colectivas en 1998
Sindicatos de empresa | Sindicato de industria | |||
Número | % | Número | % | |
Tutoriales | 93.801 | 100.0 | 62.113 | 100.0 |
CUT | 45.803 | 48.8 | 49.101 | 79.1 |
CGTD | 26.274 | 28.0 | 9.078 | 14.6 |
No confederados | 14.993 | 16.0 | 1.925 | 3.1 |
CTC | 6.432 | 6.9 | 109 | 0.2 |
Sin Vinculación | 299 | 0.3 | 1.900 | 3.0 |
Fuente: Con base en ENS, Ciscon: Resultados de la negociación colectiva en Colombia 1998.
En número de afiliados, la CUT cuenta cerca de 500.000, la CGTD 170.000 y la CTC 65.000, un poco más de 700.000 afiliados, menos del 10% de la población ocupada, como se dijo. La CUT tiene un mayor peso en el sindicalismo estatal y de las grandes industrias; la CGTD está más afincada en los textiles; la CTC tiene un mayor peso en los ingenios azucareros del Valle.
El número acumulado de sindicatos por sectores, era hasta 1997:
Sindicatos | ||
Sector | Números | % |
Total | 5.648 | 100.0 |
Privado | 3.584 | 63.4 |
Estatal | 1.847 | 32.6 |
Mixto | 222 | 4.0 |
Fuente: Ministerio de Trabajo, 1997
Las cifras anteriores merecen una explicación adicional: mientras el sector estatal tiene el menor número de sindicatos, concentra la mayor parte de los trabajadores sindicalizados, y es el más fuerte. FECODE cuenta con cerca de 300.000 afiliados, más que cualquier otro sindicato en Colombia.
Por otro lado, los trabajadores sindicalizados se encuentran distribuidos en diferentes ramas de actividad económica:
Tasa de sindicalización por actividad económica, 1998
Actividad económica | Tasa |
Transporte y comunicaciones | 84.60 |
Agricultura, silvicultura, caza y pesca | 73.49 |
Construcción | 71.36 |
Electricidad, gas, agua | 70.86 |
Establecimientos financieros, seguros, finca raíz | 63.19 |
Minas y canteras | 62.72 |
Industria manufacturera | 55.04 |
Comercio, restaurantes, hoteles | 46.60 |
Servicios comunales, sociales y personales | 42.80 |
Fuente: ENS, Ciscon: Resultados de la negociación colectiva en Colombia, 1998
De acuerdo con los datos anteriores, se puede colegir que el sindicalismo colombiano está concentrado en otras áreas diferentes de la manufacturera, que su mayor peso se encuentra en el sector estatal, y que su organización más fuerte es la CUT.
La situación actual es el resultado de una evolución de varias décadas, en las que de una central obrera única se pasó a la dispersión actual.
Las leyes laborales que han beneficiado a los trabajadores desde los años veinte han surgido de las luchas de los sindicatos y de muchos sacrificios por parte de sus líderes. El derecho a la huelga, las convenciones colectivas, los tribunales de arbitramento, son unas de tantas conquistas de los trabajadores. Al lado de ellas se puede evidenciar una organización que ha dado origen a entidades del orden social, como el Seguro Social, las cajas de compensación y las diferentes formas de solidaridad. Al comienzo de siglo, la Caja de Obreros del Círculo de Bogotá, dirigida por los jesuitas, era una empresa solidaria que ahora abarca todo el complejo financiero de la Fundación Social.
Pero, al lado de estos avances, también se han presentado grandes desaciertos en el movimiento sindical. Entre ellos podemos señalar su politización exacerbada, su tendencia a cifrar sus aspiraciones en el seno de los partidos tradicionales, el liberal o el conservador, en lo que respecta a las grandes centrales. Por el lado de aquellas de menor tamaño y disposición, su apego a fórmulas estereotipadas, como las del comunismo soviético, o aun las de un radicalismo cercano a los grupos guerrilleros.
Adjunto a estos desaciertos, se puede mostrar la tendencia a mantener divididas arbitrariamente las organizaciones sindicales, sin consonancia con las líneas políticas que se defienden.
En los actuales momentos, el sindicalismo atraviesa por un desfiladero del que sólo se desprenden pedriscos, y a veces, grandes rocas amenazadoras. A partir de la Ley 50 de 1990, la presencia modernizadora de la corriente en boga rompió con el espíritu conciliador y de arbitraje en las relaciones obrero patronales. En su lugar se impuso la autorización para contratar a término fijo por menos de un año, a pagar salario integral y a eliminar la retroactividad de las cesantías.
Negociaciones colectivas 1990-1998
Año | Totales | Convenciones Colectivas | Pactos Colectivos | ||
Número | % | Número | % | ||
Total | 6.992 | 4.428 | 63.3 | 2.564 | 36.7 |
1990 | 918 | 660 | 76.9 | 258 | 28.1 |
1991 | 621 | 437 | 70.4 | 184 | 29.6 |
1992 | 824 | 468 | 56.8 | 356 | 43.2 |
1993 | 651 | 467 | 71.7 | 184 | 28.3 |
1994 | 805 | 482 | 59.9 | 323 | 40.1 |
1995 | 859 | 543 | 63.2 | 316 | 36.8 |
1996 | 943 | 611 | 64.8 | 332 | 35.2 |
1997 | 672 | 384 | 57.4 | 286 | 42.6 |
1998 | 699 | 373 | 53.5 | 325 | 46.5 |
1999 | 192 | 92 | 47.9 | 100 | 52.1 |
Fuente: Ministerio de Trabajo
Anteriormente, el gobierno de López Michelsen había impuesto los pactos colectivos, consistentes en un mecanismo alternativo a las convenciones colectivas, compromisos hechos entre los patronos y los trabajadores no sindicalizados, a los que se podía dar prerrogativas con el fin de debilitar el sindicato en un mediano futuro.
El cuadro correspondiente a Negociaciones colectivas 1990-1998, muestra la relación de las convenciones colectivas, frente a los mencionados pactos colectivos durante la década de los noventa.
Como se puede ver, las convenciones colectivas han disminuido durante la década, contrastando esta tendencia con el incremento de los pactos colectivos. El significado de este registro es el peso cada vez menor de los sindicatos para imponer sus condiciones en el campo de las relaciones obrero patronales.
Los sindicatos deben demostrar su capacidad de negociación, llevando a la mesa la autorización de la mayoría de los trabajadores o, de otra manera, los patronos pueden denunciar el pliego, presentar un contrapliego, o negociar con los trabajadores en forma directa. Si se tiene en cuenta que sólo existen dos negociaciones de rama con ratificación del empresariado, la de Sintrainagro y la de Sintraelecol, podemos convenir en que los sindicatos todavía negocian en cada empresa, con todos los problemas que este tipo de negociación acarrea para la fortaleza de la organización sindical.
Aunque la Constitución de 1991 consagró de nuevo la protección al trabajo y los derechos de huelga, en la práctica, las normas impuestas por la Ley 50 de 1990 y la Ley 100 de 1994 se han superpuesto a la Constitución. La flexibilización implica la contratación directa de los trabajadores a término fijo. Otros beneficios que han obtenido los empresarios con esta legislación ha sido la de facilitar los despidos individuales y colectivos y la de reducir el costo de los mismos.
Adicionalmente, en las empresas está en boga la implantación de normas de administración de los recursos laborales a través de los círculos de calidad, los grupos de mejoramiento continuo y otros sistemas, con los cuales se ha logrado incrementar la productividad del trabajo, reduciendo al mismo tiempo el costo laboral para los empresarios.
El Director del Departamento Nacional de Planeación en 1996, José Antonio Ocampo, hizo un estudio con base en 1.470 firmas industriales que periódicamente reportaban información a la Superintendencia de Sociedades, que arrojó los siguientes resultados:
“Primero: la productividad total, medida como la relación entre costo de insumos y el valor de la producción, se mantuvo entre 1.05 y 1.01 para los años 1993 y 1994. Este resultado es consistente con el logrado por el indicador de eficiencia en los procesos (relación de valor agregado a insumos netos de gastos en energía), el cual se mantuvo entre 1.2 y 1.1 en los dos últimos años.
Segundo, el índice de competitividad del costo laboral (relación entre el valor agregado y el costo laboral) perdió dinamismo en los tres últimos años al pasar de 4.79 en 1992 a 2.45 en 1994.
Tercero, las caídas en el índice de productividad del capital (medido como la relación entre el valor agregado y el valor de los activos fijos) de 3.0 en 1993 a 2.58 en 1994, se acompañaron de un severo descenso en la rentabilidad (relación de utilidad operacional a valor de la producción), indicador que pasó de 3.46% en 1992 a -1.89% en 1994”1.
Debe tenerse en cuenta que el segundo ítem en el que se plantea el menor dinamismo del índice de competitividad laboral, no corresponde a un incremento mayor de los salarios por encima de la productividad, sino a la tasa de cambio que se apreció en los últimos años, generando así esta disparidad, a pesar de los incrementos de la productividad laboral con respecto a los aumentos del trabajador.
De acuerdo con estadísticas recientes del DANE, si se hace caso omiso del entorno internacional, los trabajadores colombianos han incrementado la productividad, pero ésta evoluciona con menor ritmo que el salario real. En consecuencia, se ha reducido el costo laboral para los empresarios.
La compensación por hora en el sector industrial para el asalariado colombiano es la más baja de los países del mismo nivel de América Latina:
Compensación por hora en la industria (en US$)
País | 1996 | 1997 |
México | 1.50 | 1.69 |
Argentina | 1.68 | 1.71 |
Brasil | 3.82 | 3.73 |
Chile | 3.02 | 3.73 |
Colombia | 0.61 | 0.56 |
Perú | 1.30 | 1.15 |
Fuente: Morgan Stanley, citado en Portafolio, 9 de julio de 1998, p. 11.
Las reformas laborales han inducido un descenso de la participación de los trabajadores en el ingreso nacional, como lo señalan algunos autores, entre ellos Eduardo Sarmiento Palacio. Los efectos iniciales de las reformas provocaron un incremento de la inversión. De acuerdo con las cifras que arrojan los centros investigativos como Fedesarrollo, el empleo de la industria manufacturera se concentra en obreros calificados cuyos salarios crecen en términos relativos (dada la inelasticidad de la oferta). En consecuencia, el trabajador no calificado ve desmejorar sus condiciones de vida por la imposibilidad de conseguir empleo.
De esta forma, con la recesión de los últimos años, los trabajadores han visto desaparecer empresas importantes en las que devengaban su sustento. Al quedar cesantes, y engrosar las filas del desempleo, su sindicato pierde la fuerza que tenía y a veces desaparece, simplemente. En algunas entidades financieras, como en el paso de Bancoquia al Banco Santander, o del Banco Ganadero al Banco de Bilbao y Vizcaya, los recortes de personal han significado más de la mitad de los trabajadores activos al momento del cambio de empresa.
En las empresas públicas el fenómeno es más agudo, debido a los planes de racionalización del gasto, de fusiones de compañías, y virtual desaparición de otras. En el caso de entidades como la Caja Agraria, más de 5.000 trabajadores han quedado cesantes, al liquidarse esta entidad y dar paso al Banco Agrario, en donde el único empleado público es el gerente. Igual sucede con el paso del BCH a Granahorrar. Anteriormente, la venta del Banco Popular al grupo Sarmiento Angulo implicó el licenciamiento de miles de trabajadores.
Por estas razones, los sindicatos continúan debilitándose, a través de una pérdida gradual de sus afiliados. En FECODE, la legislación está reduciendo enormemente el margen de maniobra de esta organización sindical, a través de la adscripción de los maestros a los entes territoriales, sobre todo de los municipios. Sólo quedan algunas prerrogativas que están en vía de extinción por los nuevos planes de racionalización de la educación y la creación de los subsidios, en caso de recorte de centros educativos. A cada maestro se le asignan 35 estudiantes como cuota mínima, y se le puede trasladar de acuerdo con las necesidades del servicio.
Empresas importantes del sector privado en proceso de reestructuración, al lado de empresas del sector público que pasan a otros dueños, configuran un medio poco propicio para la acción sindical. Es esta la razón por la cual los sindicatos han sentido la presión por la unidad, contra el modelo económico y la globalización.
Desde 1998, en pleno gobierno de Ernesto Samper, las centrales lograron estructurar una propuesta única en la que se presenta un diagnóstico de la situación económica del país y unas propuestas desde el mundo del trabajo. El documento elaborado con este objetivo sirvió como plataforma de un proceso unitario en el que se encuentran empeñadas las centrales, en las acciones que deben impulsar para enfrentar las políticas de los patronos y el gobierno.
A partir de este acuerdo, se ha logrado llevar a cabo varias movilizaciones, paros y jornadas de protesta en todo el país contra las medidas del actual gobierno, más reticente a la concertación, a juicio de los sindicalistas. En 1999 se llevaron a cabo dos grandes movilizaciones, encabezadas fundamentalmente por FENALTRASE y FECODE, que movilizaron a miles de trabajadores, paralizaron parcialmente el transporte y en algunos casos generaron problemas de orden público. El 16 de marzo del presente año, las centrales obreras volvieron a decretar una jornada que se concentró en las grandes ciudades.
Sin embargo, estas acciones no han logrado detener la mano de los gobiernos durante la década pasada, y al parecer, tampoco logran impedir el paso de una máquina poderosa que allana el camino de las privatizaciones, de los despidos colectivos y de la reducción salarial por la vía directa, la de incrementar los salarios por debajo de los índices de precios al consumidor.
Tal como se puede apreciar, el sindicalismo está perdiendo la guerra. Ya ha perdido varias batallas decisivas, como la que barrió con todas las reivindicaciones obtenidas al calor del Estado interventor que perdió vigencia con la globalización. Estas victorias del capital sobre el trabajo no se han traducido en mejores condiciones para los trabajadores. Al contrario, se hace más precario y reducido el salario, se incrementa el desempleo, y no hay una política social que compense estas pérdidas.
Las marchas de protesta, las movilizaciones y los paros cívicos dejan un saldo negativo ante la marcha irreversible de las reformas que son cada vez más agresivas y confiscatorias de derechos ya adquiridos.
Desde diferentes ángulos se discute la necesidad de encontrar alternativas a las derrotas que ha sufrido el sindicalismo, y que plantean la caducidad de sus formas de organización, de sus métodos de afiliación y de sus movilizaciones. Algunos se refieren a un sindicalismo de masas, otros plantean la necesidad de abrir los sindicatos a todos los trabajadores, otros llegan a proponer el sindicalismo político. Son fórmulas que tratan de responder a los nuevos tiempos, habida cuenta de que el sindicalismo no se ha renovado y esta circunstancia lo convierte en un viejo que debe afrontar tareas de joven.
El signo de la vejez se encuentra en la dependencia de la política tradicional, sobre todo de su dirección actual, plegada a una orientación que concilia con las figuras aparentemente más progresistas de la política colombiana, a las que le presta su concurso sin una contraprestación en compromisos claros para los trabajadores.
1 Ver José Antonio Ocampo, Productividad, competitividad e internacionalización de la economía, DANE, Santa Fe de Bogotá, 1996, pp. 24 y 25.
![]() |
Versión PDF |
Los de abajo*
* Este trabajo recoge las memorias de talleres de discusión organizados por el periódico Desde abajo en varias ciudades del país. Esta publicación, que va en su No 46, es un esfuerzo editorial de comunicación popular que aspira a convertirse en diario nacional el 1° de enero del 2002. En este proceso se viene aplicando la metodología de la investigación-acción-participación con los dirigentes de las organizaciones sociales. Se trata de iniciativas sociales y políticas que se plantean –con un propósito emancipatorio inspirado en la idea de un socialismo libertario– la tarea de asumir el manejo de la administración pública para ponerla al servicio de los intereses de aquellos que hoy padecen la profunda crisis social ocasionada por un capitalismo que en la perspectiva no tiene –bajo el actual ‘modelo’– la posibilidad de recuperarse a sí mismo y de reivindicar las condiciones de vida de las dos terceras partes de la población, condenada al sufrimiento cotidiano. En la actualidad el periódico Desde Abajo impulsa en todo el país la campaña Desempleados: nunca más solos que encuentra su sustentación en este documento de trabajo que fue revisado para su publicación en Nómadas por Miguel Eduardo Cárdenas Rivera, asesor científico de la Fundación Friedrich Ebert de Colombia –FESCOL–
Según las estadísticas oficiales el país tiene tres millones de desempleados, cifra equivalente a 20% de la población económicamente activa –PEA–. ¿Cuáles son las medidas económicas que es preciso tomar de inmediato para redimir a los desempleados? ¿cuáles son las prioridades que deben imponer al sector público? ¿cuáles son las inversiones que se habrá de priorizar? ¿cómo conseguir la activación del potencial humano y material hoy esquilmado en beneficio del 3% de la población que usufructúa la riqueza del país?
En verdad, sin ‘rebusque’ no tendríamos país. Sólo un 10% de la población económicamente activa tiene un contrato de trabajo. Dedicado a “lo que salga” se encuentra un 54% de la fuerza laboral. El rebusque y el 20% del desempleo corresponden al 73% de esa misma fuerza, ya que únicamente el 3% de ésta compone el sector formal de la economía.
En Colombia el desempleo abierto pasó del 7.8% en 1993 a más del 20% en 1999. Esta cifra significa que tres millones de personas viven la angustia de no contar con trabajo ni la posibilidad de conseguirlo. A esta realidad se suma la crítica situación que viven otros millones de compatriotas para los cuales el subempleo, la informalidad, las jornadas de trabajo superiores a 12 horas, la inseguridad social, es la única solución a la vista. Para unos, como para otros, la posibilidad de una vida digna se ha desvanecido.
Ni la promesa desarrollista de los años setenta y ochenta –que mantuvo un desempleo estructural de más o menos el 10%–, ni el ofrecimiento neoliberal del crecimiento continuo, con el cual se justificó la apertura económica, lograron solucionar esta problemática. Ambos sustentaron sus objetivos a través de la flexibilización laboral, y arrebataron derechos a miles de trabajadores y a las generaciones futuras. Sin embargo, con viejos argumentos y la misma incapacidad de siempre pretenden flexibilizar más.
Hoy, casi diez años después de que los gurús económicos neoliberales propusieron todas sus medidas, los colombianos debemos analizar el contexto de la crisis del empleo para enfrentarla de acuerdo a las evidencias empíricas.
En el cuadro generado por las medidas aperturistas, un primer elemento de análisis son los fenómenos de concentración del ingreso. Durante los años noventa los beneficios del crecimiento económico se concentraron en el 3% más rico de la población. Respecto a la distribución, los análisis de ingresos totales, laborales, no laborales y per cápita del hogar, muestran un permanente deterioro, especialmente desde finales de los años ochenta. La concentración del ingreso no laboral es mucho mayor debido a que está directamente vinculada con la tenencia de activos. Adicionalmente la atracción a capitales especulativos externos mediante el aumento de las tasas de interés, ha causado en la mediana y pequeña industria una debacle haciendo que el productor nacional pague más caros los créditos para realizar su producción.
La concentración del ingreso en las minorías depende, entonces, de la capacidad del sistema financiero de endeudar la economía para extraer renta. El productor nacional (industrial o agrario), acude a los intermediarios financieros quienes apoyados en una política monetaria que los favorece cobran intereses agiotistas. De esta manera pierden la posibilidad de producir y competir.
Este contexto se comprueba empíricamente al observar los datos sobre el crecimiento interno. Para el período de 1993 a 1999 la desaceleración del mismo ha sido una constante. El producto interno bruto disminuyó desde un 5.8 % en 1993 a un 2.1 en 1996, a 1.7 en 1998 y se cayó en -7% en 1999.
Lo que muestra la década de los noventa es que el efecto de la apertura económica sustituye la estructura productiva nacional –en los mercados internos–, por la producción transnacional. Esto influye en forma devastadora en el empleo. Si sumamos la eliminación de los créditos de fomento y el abandono de políticas industrial y agropecuaria –y por ende, una política real de fomento de exportaciones–, el cuadro se completa. Los beneficiados son quienes tienen capacidad de hacer alianzas transnacionales y dominan los mercados financieros.
En el campo laboral el empleo productivo y formal tiende a desaparecer. Como ya se anotó, de la fuerza laboral del país menos de una tercera parte se encuentra en el sector formal, el resto está en el desempleo (20%) o en actividades de rebusque (54%). Actualmente sólo el 10% de la población económicamente activa se halla bajo relaciones salariales y cuenta a la vez con un contrato de trabajo estable y a término indefinido. Por ello las organizaciones sindicales se han debilitado; menos del 7% de la población ocupada se encuentra en la actualidad sindicalizada. Adicionalmente, la generación de nuevos empleos urbanos se concentró en los sectores con más altos índices de informalidad, como el comercio callejero y el de servicios comunitarios, personales y sociales.
Los dos contextos presentados frente al comportamiento del ingreso y el escenario de empleo evidencian la crisis estructural en que se debate el país. Entonces aparece una pregunta sobre la validez de las respuestas gubernamentales y las propuestas que desde el modelo de desarrollo imperante se pretenden dar. Presentamos las explicaciones del fenómeno del desempleo que entrega el gobierno y tratamos de demostrar su invalidez.
Con el Plan de Empleo del gobierno Pastrana y su “congelado” proyecto de Reforma Laboral, no es la primera vez que se explica el fenómeno con los mismos argumentos y se proponen las mismas soluciones. Recordemos la justificación para la reforma laboral de 1990 (Ley 50), en la que el Ministro de Trabajo de la época sustentaba: “La modernización de la economía hace necesario que se torne más flexible el régimen laboral para darle mayor competitividad a nuestros productos para promover la inversión e incrementar la generación de empleo”. Las cifras de la crisis actual hablan por sí solas del crecimiento negativo de la competitividad y del aumento progresivo de las tasas de desempleo a partir de la Ley 50. Este comportamiento es similar al de otros países que realizaron reformas laborales con los mismos propósitos.
En distintos países, tras las recomendaciones de la banca multilateral (Banco Mundial y Banco Interamericano de Desarrollo), las reformas laborales se inician a principios de la década del noventa; buscaban la apertura a los mercados globalizados. Su característica fundamental fue la tendencia a la llamada flexibilización laboral, con el objeto de aumentar la productividad, la competitividad y generar nuevos empleos. En todos los países, las tasas de desempleo aumentaron a partir de la reforma, mientras la productividad y la competitividad disminuyeron año con año.
En Colombia, la Ley 50 abrió la contratación a término fijo sin un límite mínimo o sólo para circunstancias excepcionales. La revisión de los últimos siete años evidencia que el uso de esta norma fue muy intenso. El empleo urbano temporal creció a lo largo de toda la década en un ritmo superior al empleo urbano total y ya en 1998 constituía más de una quinta parte del empleo urbano total.
Otro aspecto relevante es que la reforma amplió las causales para despido colectivo. Incluyó razones técnicas, económicas u otras “independientes de la voluntad del empleador”. Las causales incluyen situaciones vinculadas con la productividad y con la capacidad de competir de las empresas. Ante la pérdida de esta capacidad y el entorno macroeconómico adverso muchas empresas utilizan las distintas causales para despidos colectivos, fundamentalmente en las de servicios y en las pequeñas y medianas.
El Informe de la OIT en 1997 sobre la situación del empleo y la competitividad en siete países latinoamericanos y otros del mundo concluye que “a pesar de la elevación en dólares corrientes del costo laboral por hora trabajada en la industria manufacturera colombiana hacia 1997, este hecho no explica por si solo un cambio significativo en el ranking de competitividad de los países analizados”. El mismo informe sugiere que el problema central radica en las diferencias de productividad entre los países competidores más avanzados y Colombia.
Si se toma en cuenta un promedio de todo tipo de contratos de trabajo (incluyendo temporales), el costo laboral por hora y el costo laboral unitario se reducirían en un 20% y Colombia se colocaría en una posición más baja en el ranking de países según costos laborales por hora. En general lo que puede observarse en las cifras presentadas y en los diferentes estudios realizados en otras regiones de América y Colombia es que las claves para el mejoramiento de la competitividad son la recuperación del tipo de cambio real multilateral y el crecimiento; no es, como lo proponen a coro gobierno e industriales, que el problema tenga que ver con la flexibilidad del mercado laboral.
Hasta el momento el gobierno no ha dejado en claro una política enfocada hacia las variables claves. En el plan de desarrollo no hay elementos que permitan ver cómo se reactivarán las exportaciones y hacia dónde. Tampoco su compromiso con el fomento del campo y la industria.
En este panorama, los industriales y monopolios del país no dejan ver su postura frente a la crisis. Porque los favorece, siguen al pie de la letra las imposiciones del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional para impulsar reformas laborales de segunda generación. Los industriales, por un lado, mantienen su consigna de quejarse para lograr el máximo de ventajas del gobierno que ayudaron a elegir –reducción de impuestos, aranceles, disminución de costos laborales a través de la miseria de sus empleados, etc.–, y por el otro no están dispuestos a aportar ni un mínimo de sus ganancias para un desarrollo equitativo.
Todos los países sueñan con aumentar el volumen y el valor de sus exportaciones; conseguirlo no es fácil. Con el 15% de descenso de las exportaciones de origen industrial el gobierno pretende incrementar las exportaciones no tradicionales de bienes y servicios no financieros en un 13%, como motor del crecimiento económico, para mejorar –a mediano plazo– los índices de empleo.
Con base en este supuesto, enmarcado en el aperturismo y el monetarismo, hasta el año 2002 se generarían únicamente 646.198 empleos. Cifra que escasamente constituye una cuarta parte de los desempleados de hoy. En ese plan, durante este año, la esperanza no va más allá de la creación de 76.500 nuevos empleos. Aún descontando lo que el propio gobierno considera como desempleo cíclico –una tercera parte–, las previsiones no llenan las urgencias de puestos de trabajo de las otras dos terceras partes, que tienen una causa estructural.
Los productos industriales como textiles, confecciones, calzado, plástico, jabones, cosméticos, libros, han perdido competitividad y ventajas en el comercio internacional. Colombia cayó diez puestos: del 33 al 43, según el World Competitiveness Yearbook elaborado con indicadores del Institute for Management Development.
En estas condiciones, la orientación hacia las exportaciones requiere mejores precios y calidad u ofertar para el mercado internacional nuevos productos. Para lo segundo Colombia requeriría un gran desarrollo científico y tecnológico, que no tiene. Para lo primero, debe aumentar la productividad con base en la disminución de los empleos o en el desmejoramiento de los ingresos de los trabajadores. Todo lo contrario a lo que supuestamente se quiere. Incentivar las exportaciones no resulta tan sólo de la aplicación de medidas simplemente monetarias.
Con la pérdida en 1998 de US$ 10.382 millones por la caída de los precios internacionales de los productos primarios –que representan un 63% de las exportaciones de bienes (La República, 26 de junio de 1999, p. 12)– y el descenso del 7.9% del sector externo, muy pronto las cifras económicas han demostrado el desatino gubernamental en su propósito de duplicar las exportaciones en el breve lapso de los próximos tres años.
La estrategia de duplicar las exportaciones no tiene asidero en medio de una caída de la producción aparejada a un descenso en la demanda de energía. Las cifras de la producción manufacturera corroboran el desenfoque gubernamental, que significará mayor miseria para el pueblo. ¿Dónde está, dónde encontrar la producción para exportar? ¿Por qué se desconoce otra variable como la dinamización del mercado interno que implica una mejoría de los ingresos de la población, acompañada de políticas que enfrenten al gran capital nacional y transnacional?
Ni la vivienda como factor de impulso ni el plan de incentivar exportaciones a corto plazo salvan a los casi tres millones de desempleados. Por todo lo anterior, nuestra propuesta es la de aferrarse en la búsqueda y cumplimiento del Plan social de arranque como original sendero para la industrialización y la dinamización del mercado interno y la promoción de transables con un mínimo de valor agregado. Antes que acrecentar las grandes ganancias, lo que importa es la humanización de la vida de los colombianos.
Veamos el caso del departamento modelo de un proceso de modernización que ahora se trunca. Hasta la mitad de los noventa el patrón de la desocupación del área Cali- Yumbo era el mismo de las otras seis grandes urbes: Bogotá, Medellín, Barranquilla, Manizales, Bucaramanga y Pasto. Pero en el Valle el problema es más agudo. El sector agrícola ha expulsado trabajo en el último lustro: la demanda laboral disminuyó en tres millones de jornales en 1996 y en más de un millón a partir de 1997.
A la par, la industria manufacturera experimentó una reconversión industrial. Sectores como la construcción, el comercio y los servicios personales que experimentaron su auge hasta 1995, sufren luego una depresión mayor que la del resto de la economía. Los puestos de trabajo por unidad producida muestran una caída sistemática a lo largo de la década. Además de los anteriores factores estructurales, la disminución del ingreso de los caleños, debilitó la demanda regional. Ante la crisis, algunas comunidades de Cali construyen las Alternativas Populares para la Generación de Ingresos y varios circuitos de mercados populares.
Junto con las medidas de tipo estructural, la administración pública debe impulsar todas las iniciativas de pequeña empresa, economía autogestionaria y resistencia económica que diferentes comunidades están desarrollando. Su poder permitiría sacar de la sombra experiencias como los mercados populares, desarrolladas en las comunas 13, 14 y 15 del Distrito de Aguablanca y las comunas 18, Alto Nápoles y la 20 en la zona de ladera que comprende los sectores de Siloé y Belisario, los más perjudicados en el área de Cali-Yumbo, la cual tiene la tasa más alta de desempleo en las áreas metropolitanas del país desde cuando se realizan encuestas de hogares.
El impacto del narcotráfico, tanto en su esplendor como en su declive, es sólo un factor de la crisis en la región. Con el proceso de apertura que se inicia a principios de la década se desnudan las deficiencias de la infraestructura física, productiva y social, que es la más importante. La precipitación de la apertura hizo que los empresarios regionales perdieran competitividad –en el comercio internacional–, como lo demuestra la multiplicación por siete del déficit comercial en menos de una década y la reducción de las toneladas de carga para exportar en los puertos marítimos y aéreos del Valle.
Otro factor del aumento en la curva del desempleo comenzó con un proceso de reasignación acelerada de la tierra hacia el cultivo de la caña de azúcar. Se produjo por tanto la recomposición de la estructura agrícola del Valle. Esta variación en el uso de la tierra causó el desplazamiento y casi extinción de los cultivos temporales y la de otros cultivos permanentes, generando estampidas migratorias de población rural, especialmente hacia la ciudad de Cali, las cuales engrosaron la masa de desempleados.
El cambio de vocación de los suelos a favor de los cultivos permanentes, restó posibilidades de reasignación de recursos –crédito, investigación, subsidios, etc.– hacia los cultivos temporales, impidiendo el aprovechamiento de situaciones con precios favorables. En estas condiciones, la agricultura regional se hace más vulnerable y con tendencia hacia el monocultivo. Parte de este comportamiento se explica por la tendencia en la disminución de la razón empleo-energía, el cuociente entre número de trabajadores y empleo de energía. Esta reducción indica una reconversión técnica que desplaza trabajo por capital.
La disminución del ingreso disponible de los caleños, –como impacto coyuntural–, además de los anteriores factores estructurales, debilitaron la demanda regional para el consumo. Dicha disminución se explica por el excesivo incremento de los impuestos, las contribuciones municipales y por la ausencia de una inversión productiva debido al sesgo del gasto público municipal y departamental en favor de la burocracia y la corrupción. Respecto a esta última no existen cifras definitivas.
Sin embargo, para hacerse una idea de su magnitud, basta mencionar la infiltración del dinero del narcotráfico en las campañas políticas, la corrupción y el despilfarro en EMCALI, el manejo irregular de los dineros de los contribuyentes y la generalización en todo contrato, licitación, servicio oficial de la ya conocida fórmula del ´CVY´ o cómo voy yo.
La proliferación de la corrupción reduce los recursos invertidos y aminora el impacto del gasto público en la economía, especialmente si el erario se destina a manipulaciones financieras en provecho de funcionarios corruptos de los sectores público y privado. Para completar el cuadro, agréguese el desmonte de los subsidios a los servicios públicos y el aumento desmesurado de las cuotas para el pago de los préstamos de vivienda.
El comportamiento del gasto departamental y municipal a favor de la burocracia y en contra de la inversión muestra que los gastos reales de funcionamiento se duplicaron mientras disminuyó la inversión real como lo demostró la Universidad del Valle con base en información de la Secretaría de Hacienda. Frente al incremento del esfuerzo fiscal, este organismo estimó que los recaudos ejecutados en Cali aumentaron exageradamente en términos reales. Se produce, entonces, una caída de la demanda regional de tal magnitud que mientras el desempleo del área metropolitana de Cali-Yumbo era el más alto del país, la tasa de inflación fue la más baja.
Otra parte del incremento de la oferta laboral tiene que ver con la crisis del campo. Como se anotó, el sector agrícola vallecaucano está expulsando trabajadores y generando corrientes migratorias a las ciudades. A esta migración también contribuye la crisis del puerto de Buenaventura y los desplazados de la violencia económica en el campo.
Ante la crisis un gran número de comunidades organizadas de Cali han puesto en marcha las ‘Alternativas Populares para la Generación de Ingresos’. Con base en la labor de un sinnúmero de federaciones y asociaciones de trabajo comunitario se gesta la construcción de varios circuitos de ‘mercados populares’ que integran redes de producción y comercialización de diversos bienes elaborados en diferentes barrios. De esta manera se logra que las comunidades se beneficien de la producción, la compra-venta y el consumo de artículos como alimentos, aceite, ropa, artesanías y otros productos industriales.
Así, las comunidades más afectadas por la crisis económica luchan contra la dependencia con los grandes sectores empresariales, financieros y oligopólicos: los pobres van rompiendo la docilidad de hacer más grandes a los ricos. Por supuesto que el desarrollo de esta propuesta no implica el aislamiento de las comunidades ni el desconocimiento de sus otras problemáticas para lograr una vida digna.
Se requiere tomar ipso-facto una decisión política nacional para abaratar los productos de primera necesidad, favorecer la base industrial instalada y dar paso a una política integral de transporte, para lo cual es conditio sine qua-non:
Estas medidas, en consonancia con la economía globalizada, reorientan la infraestructura vial y productiva en pro de unos logros básicos en nutrición y educación, alfabetización. Sin ambages, deben aplicarse los esquemas de inversión social y de socioeconomía, con incentivos para la pequeña y mediana industria y de los oficios hechos por trabajadores por cuenta propia y obreros particulares. Se debe advertir acerca del fracaso del pleno empleo y de cualquier modalidad del llamado socialismo estatalista que se hundió.
Las medidas de este Plan de arranque actuarían como motor de transformación del potencial humano. Además de intervenir las diez áreas referentes a los recursos materiales –como componentes del Plan con sentido humano, en la esfera de la productividad del trabajo y de capacitación se adoptarían medidas inmediatas para que por turnos, según la capacidad universitaria, todos los maestros de primaria y preescolar gozaran de un “año sabático” dedicado a capacitación de nivel superior.
La construcción de trenes y la capacitación universitaria de los maestros de primaria y preescolar constituirían el motor, el plan social de choque –a la vez económico y político–, para confrontar los planes de desarrollo conocidos hasta ahora. Planes que toman como eje la inversión pública o la construcción para beneficio del capital financiero multinacional. Planes con su efecto de destrucción y sujeción de la economía nacional y sus dramáticas consecuencias de conflicto social y desempleo. En la esfera de lo político, el combate a la corrupción que dilapida doce billones de pesos de capital público al año es una clave.
Nuestra propuesta implica un rompimiento de la inercia económica y de diferentes poderes políticos y económicos:
Este propósito se sustenta dentro de un concepto de nuevo ordenamiento territorial y de dirección del asentamiento urbano que permita una racional política de vivienda y un crecimiento más humano.
El estímulo a la política de vivienda tendrá como premisa un sistema de crédito subsidiado y la expropiación de áreas urbanas y suburbanas.
Su objetivo apunta a la multiplicación de la medicina y la farmacéutica alternativas y otras aplicaciones en perfumería, esencias, licores, jugos y dulces con mercado internacional. El proyecto, a la vez, posibilitaría la construcción de una infraestructura de ecoturismo.
Como otro instrumento para el financiamiento del plan social de choque se concretarán fondos regionales de capitalización. Se hará necesaria la aprobación de una ley antimonopolio que impida el control del sector industrial por parte del sector financiero.
El desempleo carcome. Cada mañana cientos de miles de hogares padecen el flagelo del hambre. Son miles de familias con la imposibilidad de acceder al consumo mínimo. Para salir de este drama, como propósito nacional deben establecerse cuatro grandes metas: (i) la reindustrialización; (ii) la contención de la ruina del campo; (iii) el aumento del poder de compra de los pobres, y (iv) la redistribución y democratización del ingreso.
Este propósito choca con los patrones económicos de la inversión especulativa y de la hegemonía de la banca mundial; por ello es preciso consolidar una fuerza social que respalde la ejecución de una economía solidaria y humana. En abierta polémica con la tecnocracia que afirma la inexistencia de recursos, la inversión social es posible dinamizarla con base en una nueva organización socioeconómica para explotar los recursos físicos y fomentar el potencial humano. Se trata de un plan de choque social, un plan de arranque en busca del beneficio de las mayorías.
Colombia necesita una administración pública en condiciones de enfrentar el desempleo. Para ello hace falta sensibilizar al conjunto de la sociedad en el derecho irrenunciable de toda persona a vivir dignamente con base en su trabajo. Dentro del predominio de una economía informal que alcanza el 66% de la PEA, un subempleo –que llega al 20%–, en el empleo temporal, en la delincuencia –que presiona la redistribución social del ingreso–, se encuentra ocupación mas no trabajo para una vida digna.
El sistema económico desecha seres humanos, convirtiéndolos en seres-basura sin opción de trabajo: sin posibilidad de vida digna. Los desempleados, estos seres-basura, sin ofertas políticas ni de las organizaciones sociales, tratan de no ahogarse buscando la sobrevivencia individual. Los pasos del desempleado, del serbasura –ocultando muchas veces su situación–, constituyen el triunfo del individualismo. De su soledad que deviene en incapacidad política y social. Son millones; sin embargo, no se sienten. Buscan resolver sus urgencias individualmente.
Esta distorsión en la vida ha sido admitida y compartida por las organizaciones políticas, sociales y por el movimiento sindical. Los desempleados no tienen forma de salir a la protesta como fuerza organizada. Ante el desempleo, el sindicalismo no se inmuta; sin propuestas para los sindicalizados que son despedidos, los abandona; sin propuestas para los que no han encontrado empleo, los desconoce. De esta manera, el sindicalismo es percibido como ‘grupo de presión’ de los trabajadores privilegiados.
Es inaplazable la solidaridad social con los desempleados. Se demanda una respuesta política del conjunto social para los millones de seres-basura. Para construir la base social que necesita concretar la socioeconomía se requiere: (i) crear un ambiente de acción y reconstrucción social; (ii) concretar acciones tendientes a la politización de la población; (iii) cimentar las bases para que germine el concepto colectivo de vida digna y (iv), generar pensamiento sobre las características de un modelo económico social, humano y justo.
![]() |
Versión PDF |
Jorge Manuel Pardo*
* Director de la Revista Gestus del Ministerio de Cultura. Titular de la cátedra Dramática de la Universidad Javeriana.
Lo primero que asombra de Santiago García es su vigor. Cuando desborda los 71 años, edad en que la mayoría de personas son viejitos de ancianato, él desarrolla una actividad inagotable de creación amparado en una lucidez deslumbrante.
Lo segundo es su tenacidad, su capacidad inaudita para sacar adelante los proyectos más difíciles en las circunstancias más adversas, así como el coraje para serle fiel a su criterio.
Lo tercero es lo más conocido: su inmensa capacidad creadora, que se expresa, además, en los distintos campos del hecho teatral: la actuación, la dirección, la dramaturgia y la elaboración teórica.
Paradójicamente, Santiago García, una de las personalidades que le ha otorgado un perfil reconocible a la escena colombiana, parecía llegar tarde al teatro. Ya había cumplido los treinta años cuando ingresó, a finales de la década del cincuenta, a la televisión nacional que dirigía por entonces Bernardo Romero Lozano. Desde niño había querido ser pintor. Por ello estudió más tarde arquitectura en Colombia y en Europa. Había nacido en Bogotá, en el barrio Las Nieves, pero provenía de una familia de clase media con ancestros santandereanos. Su padre, que había sido militar, murió a consecuencia de una picadura de serpiente en Muzo, a donde su espíritu aventurero lo había llevado para buscar fortuna en las minas de esmeraldas.
Los dos primeros años de primaria los realizó en Puente Nacional. Pero luego estudió en Bogotá en un colegio muy simpático que se llamaba “Colegio Metropolitano” en donde sólo se dictaba una materia que era la historia de Egipto, y a partir de esa historia se enseñaba las matemáticas, la geografía, la astronomía y la física. De manera que Santiago aprendió primero los signos de las letras egipcias que las arábigas.
Este singular método pedagógico casi traumatiza a Santiago cuando entró a estudiar el bachillerato en el “Liceo Cervantes” pues, de repente, se dio cuenta que desconocía todo lo relacionado con la historia y la geografía de Colombia; aunque en matemáticas estaba muy adelantado pues ya sabía trigonometría. Entonces descubrió que la historia de Colombia era mínima comparada con los cinco mil años de la historia egipcia y que el Río Magdalena era prácticamente una quebrada en relación con el inmenso Río Nilo. De manera que aplicando un método de analogía imaginó llegar con Jiménez de Quesada por el Río Grande de la Magdalena. De ese modo fue descubriendo la historia de Colombia y, al poco tiempo, estaba perfectamente integrado con el nivel de conocimiento de los demás niños.
De su infancia en Puente Nacional recuerda especialmente las veladas nocturnas que concitaba una criada para contarles a los niños de la casa las historias escatológicas de Francisco de Quevedo, las cuales eran muy populares en Santander. Allí estaría de alguna forma la fuente generadora de El diálogo del rebusque, obra basada en distintos textos de Quevedo, que estrenó La Candelaria en 1981.
Durante el bachillerato alcanzó a presenciar algunas obras del teatro de sátira política de Campitos, así como algunas comedias de Luis Enrique Osorio. Pero lo que más le impresionó fueron los montajes de La vieja dama de Friedrich Dürrenmatt y la desoladora vida de Willy Loman en La muerte de un agente viajero de Arthur Miller. Ambas obras las presentó la Compañía Teatral Argentina de Francisco Petrone en el antiguo Teatro Municipal de Bogotá, cuya demolición, durante el gobierno de Laureano Gómez, aún le duele. Después de estudiar arquitectura en la Universidad Nacional de Bogotá viajó a París, a Londres y a Venecia para complementar su carrera. Al regresar al país, en 1956, entró a trabajar en una firma de arquitectos en un empleo prometedor. Pero un día leyó por casualidad en un periódico que había llegado a Colombia un profesor japonés para organizar una escuela de actuación. Sin pensarlo demasiado, esa noche a la salida de la oficina decidió entrevistarse con el maestro japonés que se llamaba Seki Sano, y al otro día abandonó la arquitectura para ingresar a la Escuela de Actuación donde conoció a Fausto Cabrera, a Bernardo Romero Lozano y a una multitud de actores y directores de televisión.
Al poco tiempo descubrieron en él unas cualidades histriónicas notables, y empezó a figurar en distintos papeles de los teleteatros que la Televisora Nacional transmitía en directo. Muy pronto tenía trabajo a granel en diferentes programas, llegando a ocupar el cargo de director de programación de la Televisora Nacional.
Desafortunadamente, en medio de una serie de intrigas, Seki Sano, quien había vivido en la Unión Soviética, fue acusado de comunista y expulsado de Colombia por el gobierno de Rojas Pinilla. Sin embargo había alcanzado a sembrar una semilla de pasión por el teatro y un conocimiento profundo del método de Stanislavski entre Santiago García y sus colaboradores.
En 1957, junto con Fausto Cabrera, Santiago García fundó el teatro El Búho, agrupación que, junto con el TEC de Cali, –Teatro experimental– representa el inicio del teatro moderno en Colombia. La sede del Búho se encontraba en un sótano de la Avenida Jiménez con carrera décima. Allí construyeron una estrecha sala para medio centenar de espectadores que veían representar el teatro de la vanguardia europea y norteamericana, dirigido por Sergio Bishler, Dina Moscovicci, Fausto Cabrera, Aristides Meneghetti, Marcos Tysbrother y Santiago García.
El montaje de las obras era subvencionado por los mismos directores y las temporadas duraban en promedio apenas dos semanas, porque pronto se agotaba el público que estaba conformado fundamentalmente por intelectuales y estudiantes universitarios.
La primera obra que dirigió Santiago García fue Conversación sinfonieta de Jean Tardieu, obra experimental en la cual seis actores dialogan, remedando con su prosodia a una orquesta musical.
A esta pieza, estrenada en 1957, le siguió un año más tarde La princesa Aoi de Yukio Mishima, versión contemporánea que retoma la estructura del teatro Noh Japonés. Otro de los montajes de aquella época fue Los fusiles de la señora Carrar, su primera producción de Bertold Brecht, realizada en conjunto con Fausto Cabrera. Así mismo Santiago García fue el actor principal de HK 111” de Gonzalo Arango, dirigida por Fausto Cabrera, obra donde el poeta nadaísta retomaba el espíritu del expresionismo presente en la obra kafkiana.
Hacia 1960 García viajó a Checoslovaquia a estudiar teatro; a su regreso encontró que “El Búho” había desaparecido a consecuencia del fracaso financiero. Esta circunstancia lo llevó a dirigir el Teatro Estudio de la Universidad Nacional en donde montó Galileo Galilei de Bertold Brecht. Posteriormente, ante el escándalo que provocó dicha obra, debe retirarse de la universidad. Entonces organiza La Casa de la Cultura que se transformaría más tarde en el Teatro La Candelaria.
Si tratáramos de sintetizar las principales contribuciones de Santiago García al desarrollo del teatro colombiano encontraríamos los siguientes aportes, en orden cronológico: una participación decisiva del teatro de la vanguardia europea y norteamericana así como del teatro brechtiano; basta citar el montaje de Los fusiles de la señora Carrar; el montaje de Galileo Galilei que dirigió con el grupo de la Universidad Nacional a finales de los años sesenta y que se constituye en verdadero hito de la producción escénica colombiana. Pero además se debe anotar que el espíritu de la teoría brechtiana sustentó de manera notable gran parte de la producción del Teatro La Candelaria, especialmente durante la décadas de los sesenta y setenta.
El teatro brechtiano se reconoce por representar una propuesta antiilusionista, en donde se privilegia el elemento épico narrativo. Esta epicidad se establece a partir de las técnicas del distanciamiento o erfremdung. Es importante señalar que la propuesta de Brecht, sin desconocer lo emocional, enfatiza en el aspecto racional. De manera que la obra es un pretexto que invita a tomar conciencia sobre las relaciones sociales abriendo la posibilidad de una transformación de la sociedad. El teatro brechtiano se erige sobre una visión optimista de la historia: si las ciencias naturales permitieran comprender los misterios de la naturaleza y las ciencias sociales y en particular el materialismo histórico a la sociedad, abriendo el camino de igualdad y felicidad del socialismo, el teatro debía ser consciente con los acontecimientos, constituyéndose en un teatro para la era científica. De paso debemos hacer constar que esta visión optimista de mediados del siglo XX ha palidecido a finales del milenio ante el fracaso del socialismo real, dejando una estela de escepticismo y descreimiento en la época particularmente pesimista y post-utópica que nos ha tocado vivir.
Otro aporte de Santiago García lo constituye el haber propiciado la creación de grupos independientes y experimentales que tuvieron un papel fundamental en la escena nacional. Como ya se dijo, después de El Búho, conformado en los años cincuenta, con Fausto Cabrera, García dirige en la década de los sesenta la Casa de la Cultura, que se transformaría luego en el Teatro La Candelaria.
La concepción de grupo teatral independiente como una unidad de producción escénica profundamente antijerárquica y colectivista, se inspiraba tanto en la utopía socialista como, de cierto modo, en las comunas hippies de los años sesenta. Dicha estructura logró, en el caso de La Candelaria, mantenerse vigente hasta la actualidad, aún en pleno auge de las concepciones empresariales que el modelo neoliberal ha implementado en las distintas esferas de la producción, incluyendo las artes escénicas.
De otro lado, este modelo de grupo de La Candelaria inspiró la conformación de la mayoría de los conjuntos escénicos que han propiciado el desarrollo de la actividad escénica en Colombia tales como el TPB, La Mama, El Local, el Teatro Libre y muchos otros que harían la lista interminable.
Una tercera contribución de La Candelaria se encuentra en un método particular de creación teatral denominada creación colectiva. En líneas generales este método nace de la búsqueda y determinación de un tema teatrable por parte del grupo. Luego, a partir de improvisaciones analógicas se pasará a precisar las líneas argumentales básicas, las situaciones y los personajes. De manera que no se parte de un texto dramático sino que, por el contrario, después de un arduo trabajo grupal sobre el escenario, es posible que llegue a él.
Un cuarto aporte es la búsqueda de una dramaturgia nacional fundamentada en la creación colectiva. Dicha propuesta resultó básica para el desarrollo del teatro colombiano al cual le otorgó una fisonomía propia, especialmente durante la década del setenta. Como resultado de esta propuesta conceptual y metodológica resalta la producción de obras como Nosotros los comunes (1972), basada en la rebelión de los comuneros en 1781; La ciudad dorada (1973), que alude a las migraciones campesinas hacia las ciudades como consecuencia de la violencia de los años cincuenta, en donde las grandes urbes devienen en espejismos de prosperidad; Guadalupe años sin cuenta (1975), verdadero paradigma de la creación colectiva, que tiene como tema la entrega de las guerrillas liberales de los Llanos Orientales encabezados por Guadalupe Salcedo; Los diez días que estremecieron al mundo (1977), basada en el reportaje de John Reed sobre la Revolución de Octubre en la Unión Soviética; Golpe de suerte (1980), que constituye una ficción premonitoria sobre el narcotráfico, fenómeno aún incipiente que luego desataría sus furias en los distintos ámbitos de la sociedad colombiana; El paso (1988), desarrollada a partir de la elaboración expresiva de los lenguajes no verbales, y la cual –reconocemos hoy en día–, resultó otro presagio de las terribles circunstancias que vive Colombia ante el fortalecimiento de las distintas fuerzas oscuras que trafican con las armas y las guerras; En la raya (1993), obra irónica y metaficcional en la cual un grupo de indigentes pretende inútilmente hacer un montaje teatral basado en la Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez. Sin embargo, como presagiaba el título de la obra, un comando de “limpieza social” irrumpe en la sala de ensayos y realiza una masacre entre los incipientes actores.
En la raya se constituye en una gran metáfora de las condiciones de declive social y económico de un país en donde los protagonistas ya no son campesinos, ni obreros, sino apenas, indigentes; como expresión de un país que se pauperiza de manera acelerada.
La quinta línea de aporte al teatro colombiano la constituye su producción dramática como autor individual. Dentro de ésta, que es la más reciente, se encuentra El diálogo del rebusque (1981), basado en el El buscón y otros textos de Francisco de Quevedo; Corre, corre, chasqui carigüeta (1985), adaptación de La tragedia del fin de Atahualpa de un autor anónimo quechua del siglo XVI, que narra, dentro de un estilo austero y hierático, las vacilaciones del líder Inca entre enfrentar al invasor español o resignarse a la sumisión; Maravilla estar (1989), en donde, a partir de la ruptura de la crono-topia tradicional, se alude a un mundo fragmentado que alienta una poética postmoderna, La trifulca (1991), constituye un mito urbano en torno a la rebelión, la marginalidad y la decadencia; en Manda patibularia (1996), basada en la novela de Vladimir Navokov, se establece una parábola en torno al tema de la justicia, a partir del enfrentamiento de la conciencia individual que busca verificarse en contraposición a la norma impuesta por el poder y, finalmente, El Quijote, visión dramática sobre la obra cumbre de Cervantes.
Entre las influencias principales de García se puede reconocer, por supuesto, a Brecht y su teoría teatral, pero también a Bajtin y su sentido de lo carnavalesco y lo polifónico. Así mismo en la producción escénica, particularmente la desarrollada durante la década del setenta, se perciben ecos fuertes del estructuralismo y, en particular, la vertiente semiótica (especialmente Greimas). También, por supuesto, como a toda su generación, el marxismo; por el contrario, la influencia freudiana como de casi todo el psicologismo es mínima. Pero, sin duda alguna, la incitación más fuerte la ha recibido Santiago García de la realidad. A ella acude no para calcarla, sino para reconstituirla o reinventarla como un universo estético de ficción que, como paradoja, resulta siendo muchas veces más verídico que la realidad misma y con más fuerza premonitoria que las proyecciones de las ciencias sociales y económicas.
![]() |
Versión PDF |
Santiago Mutis Durán*
* Director Editorial del Instituto Colombiano de Cultura (1975-1985) y del Depto. Editorial de la Universidad Nacional (1987-1993). Editor, para Colcultura y el Fondo FEN Colombia de las siguientes obras de Pérez Arbeláez: Humboldt en Colombia; José Celestino Mutis y la Expedición Botánica; Cuencas Hidrográficas; Plantas útiles de Colombia y de su biografía de Teresa Arango Bueno. Dirigió el documental de televisión: El paraíso incendiado, dedicado a la obra de Pérez Arbeláez. Actualmente realiza el diseño y documentación gráfica de Nómadas.
La verdadera biografía de don Enrique Pérez Arbeláez (Medellín, 1896 - Bogotá, 1972) comienza un siglo y medio antes de su nacimiento, en el momento en que José Celestino Mutis (Cádiz, 1732 – Santa Fe de Bogotá, 1808) tomó el rumbo de nuestra América (1760). La historiadora y botánica gaditana Paz Martín Ferrero, en su amplia y reciente biografía (s.f.) sobre don José Celestino, comete a mi parecer un solo pero grave error: interrumpir la historia de la Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada con la muerte de Mutis, ignorando su resurrección, la de la Expedición y la del propio Mutis, en la obra y la vida de Pérez Arbeláez, en el momento en que éste decidió regresar a Colombia (1928).
En una caprichosa crítica del arte escrita por el gran politólogo, y también escritor, Antonio Caballero, se acuña una expresión sobre Leonardo Da Vinci con la que biólogos y astrónomos colombianos sepultan en cada homenaje la existencia de Mutis: “El hombre práctico, que prácticamente no hizo nada” (hay que aclarar, para salvar al menos uno o dos puntos, que en Colombia entendemos “prácticamente” como “casi casi”). Sin intentar quitarle por ahora esta banderilla a Mutis, digamos que su nombre y el de Pérez Arbeláez son uno solo, el nombre de una sola obra, separada por la ancha herida de la Independencia.
Enrique Pérez Arbeláez encaminó su vida a realizar el propósito planteado por la Expedición Botánica del Nuevo Reino, torpemente cegado, además de absolutamente incomprendido, por la desdeñosa política económica y social de la España colonialista.
Martín Ferrero cierra su biografía de Mutis con un cuerpo de documentos muy interesante para la historia de Colombia, de la Independencia, de nuestras ciencias naturales y de sus consecuencias, es decir, de la Expedición Botánica, cuyo programa, contrario a los intereses y a las autoridades españolas, acoge en pleno siglo XX Enrique Pérez Arbeláez: emprender el estudio integral de la naturaleza, arraigar las ciencias en la sociedad, buscar autonomía de criterio y una autosuficiencia económica, darle el manejo de los problemas a la ciencia, buscar la prosperidad material y afianzarla en el conocimiento, el estudio, la investigación y el planeamiento… Las ciencias como parteras legítimas del futuro, y del presente. Es decir, fundir poder, conocimiento y bien colectivo, una extraordinaria utopía, que sacrificará “una generación heroica”. ¡Y brillante!
Los documentos en cuestión, son las actas y la correspondencia relativas a la formación de la Sociedad Patriótica del Nuevo Reino de Granada en Santa Fe de Bogotá, cuya primera sesión, “bajo la presidencia de Mutis”, está fechada en 1801. Dicha Sociedad se inspiró, no sin oposición, en las sociedades patrióticas organizadas por los jesuitas en Europa “desde mediados del siglo XVIII”, las cuales, según la primer acta, fueron de un incalculable beneficio para la propia España:
Sin subir a tiempos muy remotos bastará traer a la memoria la enorme distancia en que se hallaba la España de la época anterior a los modernos establecimientos de sus sociedades patrióticas. Estremece su pintura y [mejor] corramos un velo al cuadro de su abatimiento y miseria.
[España] Se cayó de su primitivo esplendor y opulencia al ínfimo estado de inactiva hasta ser tachada de esencialmente perezosa, y bárbara en las ciencias exactas, [hasta que gracias a las Sociedades Patrióticas] la vemos ya transformada en pocos años en laboriosa, instruida y civilizada, capaz de alternar por su cultura y luces con las demás naciones europeas.
Mutis sabía necesario dirigir las “fuerzas de los ciudadanos” y de las ciencias -no ya de la teología y demás saberes encaminados a la salvación del alma- hacia el bien común, lo cual alertaba el dominio eclesiástico e irritaba al gobierno español. La Expedición Botánica se había consagrado “desde su principio [la autorización y respaldo reales tardaron 23 años en llegar a la Nueva Granada] a la ilustración de la juventud americana, y en beneficio del Reino”. Es decir, los temas de la instrucción pública, el comercio [libre], la minería, los estudios de las ciencias de aplicación práctica, la investigación… “la Historia Natural, la física, la agricultura y la economía rural” debían procurar la ilustración general. En España, las
iniciativas de las asociaciones se centraban en el fomento de la agricultura, la cría de ganados, la mejora de la industria popular, de los oficios, de las artes, de las máquinas para facilitar maniobras y en la prohibición de importar objetos manufacturados… Incluso se fundó un Monte de Piedad destinado a suministrar materias primas a mujeres pobres, para que tuvieran ocupaciones que garantizasen su subsistencia y adquiriesen hábitos de trabajo.
La Expedición Botánica, que no era una expedición botánica sino una institución fija dedicada al estudio botánico, zoológico, mineralógico, climático, geográfico, económico, astronómico… quiere fundirse en la Sociedad Patriótica. Se lee en el acta de fundación:
… los principales ramos de agricultura, crianza de ganado, y oficios son la primera atención; y tan enlazados entre sí, que sin ellos bien ordenados, no puede conservar su subsistencia y decoro la capital que reclamará para su arreglo (nuestras) incesantes tareas.
Aún ceñida todavía a estos límites podríamos tal vez desmayar a presencia de las dificultades que realmente existen y de los obstáculos que nos opondrán algunos políticos fundados en la enorme diferencia de cultura literaria y civil, que se imaginan entre la matriz y sus colonias […]. Los imaginados obstáculos de la falta de instrucción y cultura civil, no son tan ciertos como lo suponen; ni tan insuperables que dentro de pocos años no llegará el Reino a mantener el equilibrio de las naciones más cultas.
España no entendió la madurez ni la civilización contenidas en esta propuesta de su colonia, o lo entendió demasiado bien y prefirió no otorgarle “las providencias benéficas de un ilustrado gobierno”, como pedía Mutis.
Con la muerte, y aún antes, con el decaimiento de la vitalidad de Mutis, la Sociedad Patriótica se hace más política y comienza a sesionar clandestinamente en el Observatorio Astronómico de la Expedición, construido por Mutis sin autorización oficial y con sus propios dineros, y para el cual había pedido, en un documento considerado su “testamento científico”, se abriera “una puerta a la calle por la parte posterior de la casa […] para que don José Caldas tenga expedita a cualquier hora la entrada y salida al Observatorio”, que ya no sólo cumpliría con la optimista misión de mostrarle al mundo científico la otra mitad del Universo, sino la de participar en la separación de una España que se negaba a cosechar los frutos de su propia Expedición Botánica.
De aquí saldrían la Independencia y el sacrificio de la primera camada de científicos del país, que pospondría los trabajos de la Expedición hasta el siglo XX, cuando otro de sus hijos emprendería la titánica labor de continuarla: Enrique Pérez Arbeláez.
Es así como Pérez da comienzo a sus trabajos, que no deben ser vistos en forma aislada, sino como las luminosas piezas de un complejo, inteligentísimo y ambicioso plan, que fundaría la Ecología en Colombia.
Destruida la Casa de la Expedición Botánica, clausurado el Observatorio Astronómico, inéditos sus manuscritos (o perdidos), guardados en cajas selladas por más de un siglo los “papeles”, los fósiles, semillas, maderas, minerales… y las láminas de la flora del sabio Mutis, desaprovechada la que fuera la más importante biblioteca de América en Ciencias Naturales, olvidado el jardín botánico… Pérez Arbeláez resuelve revivir la Expedición para fundar sobre ella una tradición, la de la Botánica en Colombia, dándole así una alta jerarquía, pues sabe que sobre ella recaerán graves problemas de alcance nacional, como lo había planteado la Sociedad Patriótica, y tenía que prepararse y preparar al país para intentar afrontarlos.
Cuando se ve el conjunto de su trabajo, nos deslumbra la coherencia, la magnífica relación que hay entre todo lo emprendido –e incluso lo que no logró llevar a cabo–. Aquí es necesario repetir ante la vastedad del plan trazado por Pérez Arbeláez, las palabras de Humboldt cuando visitó al viejo botánico don José Celestino:
Es ya un viejo y estoy sorprendido de los trabajos que ha ejecutado y de los que piensa llevar a cabo; es admirable que un hombre… sea capaz de concebir y poner en obra un plan tan vasto.
Pero Pérez Arbeláez es joven, viaja a Alemania a “estudiar filosofía y ciencias biológicas” –nos dice su biógrafa y colaboradora, doña Teresa Arango Bueno– en la Universidad del Rey Luis Maximiliano de Baviera en Munich (cuya especialización hizo “bajo la vigilancia íntima de Karl von Goebel”, el creador genial, junto con Julius Sachs, de la Organografía Comparada de los Vegetales), después de haber cursado latín, griego, literatura y humanidades en Bogotá, y filosofía, biología, química, matemáticas, mineralogía, cosmografía y técnica microscópica en España (además de sismografía en Granada y de haberse ordenado sacerdote). Doctorado en Alemania, empieza por esbozar el plan de trabajo que le reclamará cincuenta años de su vida:
Buscar vocaciones para la botánica, proporcionar los materiales y las condiciones para realizarlas, fundar la academia, abrir el camino a la investigación, plantear los grandes problemas del desarrollo, formar la opinión pública para que sea capaz de asimilar lo nuevo y de intervenir con criterio, crear relación entre la ciudadanía y la ciencia, conocer y aprovechar los conocimientos populares sobre las plantas, hacer respetar ante las entidades oficiales la ecología y su capacidad para asesorar y planear el desarrollo, propiciar la divulgación científica para formar cultura, además, por supuesto, de emprender el estudio de los recursos naturales de Colombia: “Para tener patria es preciso planear el bien humano a partir de la potencialidad del suelo poseído”. Para Pérez Arbeláez, ciencia y ética están fundidas en la Ecología, visión filosófica que encontrará grandes contradictores. La sola proposición de un plan semejante asombra, y en él radica la grandeza de su pensamiento; realizarlo, es una lección de trabajo, dedicación, sacrificio y constancia que constituye su herencia, que podría traducirse como la necesidad del trabajo colectivo dirigido a formar una cultura y una nación.
El antropólogo Gerardo Reichel Dolmatoff, al regresar a Colombia después de un congreso de arqueólogos del mundo entero, hizo informalmente una observación muy lúcida, útil para valorar la importancia del trabajo realizado por la generación de científicos a la que perteneció Pérez Arbeláez. Afirmó el profesor Reichel que se había hecho evidente la separación entre la arqueología oriental y la occidental, pues la primera estudia los períodos de plenitud de una cultura, su afirmación y máximo desarrollo, mientras que la arqueología en Occidente se ocupaba de las fisuras, de la ruptura, de la crisis de una cultura.
Este encandilamiento con la ruptura, ha hecho incluso que lleguemos a valorarla como fuente única de vigor, como su más nítida manifestación, haciendo de ella una apología. Pérez Arbeláez se enfrenta a esta tendencia, buscando cohesión y continuidad, buscando el diálogo y haciendo confluir todos los esfuerzos y logros en una tradición aprovechable, en busca de la madurez.
Aunque la realización de la obra de Pérez Arbeláez no es cronológicamente la aquí expuesta, ésta facilita la comprensión. En realidad, la magnitud de los trabajos hizo que se emprendieran en forma paralela y que se fueran llevando a cabo a medida que cedían los obstáculos que los rodeaban, ya que comprometían gente, instituciones, presupuestos…
Pérez Arbeláez se ocupa de todos los niveles de la educación, y escribe e ilustra para la enseñanza escolar de la botánica el primer manual de botánica colombiana, para reemplazar los textos extranjeros (que desaprovechan “mil ideas y mil relaciones”: Es –dice él– como si se enseñara la lengua castellana en libros ingleses o japoneses). Esta Botánica Elemental Colombiana (Editorial Voluntad, Bogotá, 1942), se convierte en la introducción al estudio de las plantas de nuestra geografía (suelos, animales, plantas…). Ya había escrito para el Ministerio de Educación Nacional un estudio sobre la flora colombiana, que el ministro López de Mesa publicó en la “Biblioteca Campesina Colombiana”: “él –dijo de Pérez Arbeláez– conoce dónde empieza la vida y dónde debe iniciarse la educación”. La formación de un pensamiento genuino –les dice Pérez Arbeláez a los maestros– debe arrancar del conocimiento de nuestro medio. “Si algo tenemos que aportar los colombianos a la gran ciencia universal es el conocimiento de nuestra propia realidad”, y la verdad es que “de los conocimientos botánicos arranca la solución de los problemas más importantes que hoy tiene la humanidad. La agricultura y el amor a ella se fundan en premisas botánicas. La conservación del suelo, la selección, la industrialización racional, la alimentación mejor, la lucha contra las plagas y enfermedades de los cultivos, todos son problemas vitales que el niño debe comprender a su medida y que sin ideas botánicas no le es dado penetrar. Sin formación botánica no hay conciencia agrícola”.
Con este breve discurso –para profesores de escuela, niños y ministros– Pérez ata el primer eslabón de la cadena a su pensamiento y proyecto de nación. Colombia no está aislada, tiene mucho que aportar al conocimiento del mundo y los problemas no los resuelve una sola generación. Pérez dice que “la razón de la enseñanza es la vida” y que a una “defectuosa información se debe también atribuir la incomprensión general por las labores de investigación científica; incomprensión que se asienta a veces en los sillones más altos del gobierno y de la misma universidad”.
Por lo anterior, Pérez Arbeláez no sólo interviene en la educación de la juventud sino también en la de los adultos (campesinos, profesionales, ciudadanos, miembros de todas las estancias del poder…) Publica innumerables ensayos de divulgación en revistas técnicas y científicas, del país y extranjeras, pero también en Pan, Crítica, Bolívar, De las Indias, De las Américas… para que las revistas culturales no ignoren los temas científicos (“ciencia, educación y cultura”, es también su lema).
Funda en 1950 la revista Naturaleza y Técnica con el propósito de que los científicos rompan el cascarón de su aislamiento y “el desconocimiento mutuo”; tengan acceso a temas que sus especializaciones les impide investigar por sí mismos y se enteren de lo que están realizando sus colegas; sepan cómo lo están haciendo y “para qué lo están haciendo”. Naturaleza y Técnica sería el órgano del Comité Organizador del III Congreso Botánico Suramericano y de la Asociación Colombiana para el Progreso de las Ciencias (que reuniría “a cuantos en Colombia, nacionales o extranjeros, trabajan por el avance de las ciencias”). La revista publicaría además las ponencias, las principales discusiones “y las conclusiones” del Congreso, abruptamente cancelado por la Presidencia de la República.
Escribe en Antioquia los Cuadernos para una Campaña en Defensa de los Recursos Naturales: los Suelos, las Aguas, los Bosques, la Fauna… (20.000 ejemplares de cada uno) para explicarle a la gente cómo funciona la naturaleza: “El suelo que en todo el país se convierte en café es muy poco en comparación con el que arrastra la erosión (200 millones de toneladas anuales) a morir en las aguas salobres del mar Caribe”. Cuando el campesino dice de una mala cosecha que se le cansó la tierra, Pérez le contesta: la tierra no se cansa, se va.
Se dirige a periodistas, educadores, alcaldes… huyendo del uso excesivo del lenguaje técnico: “Las asignaturas de ciencias naturales se han convertido entre nosotros en pesada sistemática, en nombres sin contenido emocional y humano. Nos falta virar hacia lecciones más aplicables a la vida, hacia aquello que da mejor comprensión de la naturaleza, hacia una íntima simpatía por los seres…”. Había que hablarle a la gente y evitar que los errores se propagaran, como la erosión. “Todo cuanto digamos sobre conservación de recursos naturales… sería inútil si se quedara en leyes, reglamentaciones, enseñanzas doctas que no penetran en el pueblo y se infiltraran en la niñez”. Por eso se toma el trabajo de escribir para quienes pueden reproducir los errores, y también corregirlos, para que puedan entender el significado y las consecuencias de la construcción de una represa1, de una carretera; de una quema, de una tala, de una arborización mal hecha, de la construcción de un ferrocarril… “En Antioquia hemos convertido en polines de ferrocarril las maderas más finas”, dice en el folleto financiado por el Ferrocarril de Antioquia; “la posesión de la tierra no se funda en el desmonte”, como legisló el Estado. En otro folleto trazó un plan para la arborización de Bogotá y de otras ciudades de Colombia, plan que tardó 50 años en ser aplicado, mal y despóticamente.
Pero de toda esta actividad, lo más importante es el haber iniciado el “periodismo científico” en Colombia (1932), en el periódico capitalino de El Tiempo, y haberlo mantenido durante 40 años.
Pérez Arbeláez sostiene que las ciencias deben vencer la incomunicación, que “no pueden alzarse sino sobre bastiones de popularidad”. Es natural que el pueblo no quiera la ciencia –dice– si ésta no llega al pueblo. La gente “necesita estar mejor enterada del trabajo científico” y la investigación necesita de la gente, pues si la ciencia se confina arriesgará su apoyo, su avance y hasta su porvenir: Es “la masa anónima la que elabora los presupuestos”, la que decide la edición de los libros científicos, la que hace la divulgación de las ideas y las prioridades, la que elige, la que educa…
Pérez Arbeláez expuso innumerables temas en su columna de periodista científico, y procuró que otros científicos lo hicieran. En el Primer Seminario Interamericano de Periodismo Científico en América (Chile, 1962), al cual asistió como delegado colombiano, habló del periodismo científico como de un deber de los hombres de ciencia, y de la urgencia de trazar una estrategia inteligente para crear una realidad inteligente. Creía que logrando una relación tangible con la sociedad, la ciencia podrá ir saliendo de una situación demasiado frágil, en donde todavía es “una actividad individual, sometida a todas las vicisitudes que afectan la empresa personal”:
No creo que haya en Colombia un solo trabajador científico satisfecho de haber podido dedicar su vida a una especialidad en forma exhaustiva de sus propias capacidades. Cuando hemos tenido la fortuna de prepararnos para un trabajo científico, muchas veces, para poder vivir, hemos de hacer otro y, aún en ese forzado, se ve uno sometido a la ignorancia o a las veleidades de quienes nos emplean o tienen en sus manos las compuertas para irrigar, con los presupuestos, estos o los otros programas,
y esto propicia también la “discontinuidad”, “el mal más grave que puede afectar y anular el trabajo científico y sus efectos favorables”: “Discontinuidad en las especializaciones y carreras, discontinuidad en el apoyo a los hombres, discontinuidad de las instituciones… discontinuidad en las publicaciones… abandono de lo adquirido”, etc. Hay que dar para recibir, dice Pérez Arbeláez, mejorando la Ley del Talión2.
Las aspiraciones de la ciencia jamás se cumplirán si ésta se aparta del vulgo (“el científico es propenso a distanciarse”), si no hace la “declaración de los valores humanos del hallazgo científico”, si se olvida de “las angustias del pueblo”: “Las selecciones demasiado privilegiadas de la sangre, de la influencia o de la economía, restan savia a la felicidad común; contrarrestan las corrientes que sigue el mundo actual hacia la distribución del bienestar y de las oportunidades”, por eso, dice Pérez, cada vez más “se considera la difusión de los resultados como parte integrante del proceso de investigación y la noticia de los adelantos técnicos, como condición para que estos penetren en la masa y mejoren la vida”. En ningún caso “puede la ciencia crecer de espaldas al pueblo que va a sufrir su impacto”. Museos, jardines botánicos, planetarios, exposiciones educativas, zoológicos… los medios son muchos y requieren capital, “trabajo en equipo, continuidad en el esfuerzo”. Pérez no desmaya; constantemente se pregunta “¿Cómo se puede desarrollar la ciencia; cómo puede la ciencia cumplir sus finalidades humanas, en un país rico en talentos, poblado de temas investigativos, interesante hasta lo pasional… que se desarrolla en un proceso acelerado?”. Y con su trabajo responde: “La situación de los pueblos que evolucionan ambiciosamente se define así: Tendencia a consumir como desarrollados y producción obligada de subdesarrollados. Este ciclo no se rompe sino hilo a hilo, mediante una educación, en virtud de la comunicación de masas; vale decir del periodismo científico”.
Pérez Arbeláez atiza el ambiente para que los científicos escriban, y también para que aprendan a hacerlo, para que sean capaces de expresarse en la brillantez de la claridad, en la contundencia de la brevedad, en la eficacia. Pretende no despojar la argumentación ni la inteligencia de lo emocional, ni tampoco de la belleza. Mientras el científico se explica debe saber traducir todo a valores humanos. De otra manera la comunicación no será real, o será riesgosamente incompleta. La ciencia tenía que crear el diálogo.
Por esta misma razón propuso la creación de un Jardín Botánico en Bogotá, que debería, además de impulsar la creación de una Red de Jardines en todo el país, ser un laboratorio de investigación biológica y ecológica, un centro educativo sobre la vegetación andina, dirigir la arborización de la capital y proporcionar placer, descanso y conocimientos a sus visitantes. El Jardín debería estar situado en un sitio céntrico, privilegiado de la ciudad, para que su convivencia con Bogotá fuera diaria, ineludible, importante, hasta convertirse en un motivo de orgullo ciudadano. La belleza urbanística no es un lujo, es una meta de la civilización. Como siempre: “educación, ciencia y cultura”. Si el ciudadano recibía de sus botánicos un beneficio como éste, tendría también un motivo de gratitud con la ciencia, real y permanente.
El Jardín Botánico de Bogotá “José Celestino Mutis” se inauguró en 1955, no en el lugar estratégico por el que tanto luchó su fundador, sino en el occidente de la ciudad. Algún día, pensaba Pérez Arbeláez, la ciencia no tendrá que mendigar por su existencia.
Otro muro combatido por Pérez Arbeláez fue el de la desconfianza y hasta el desprecio de la ciencia por el conocimiento popular de las plantas. Esto fue algo que Pérez nunca supo hacer: despreciar. Tampoco supo levantar obstáculos ni construir recintos cerrados. Por esta razón, emprende la enorme labor de estudiar, describir, clasificar, historiar, sistematizar… dibujar, escribir y publicar un libro que consulte lo mismo a la ciencia que a los campesinos, a los yerbateros, los curanderos indígenas; sabe que allí hay un “milenario trasegar con el medio americano” que debe ser oído. Plantas útiles de Colombia (1947) no es un libro para botánicos y especialistas (la nomenclatura científica se desactualiza) sino todo un acervo de conocimientos dedicado a los colombianos, “cultos y profanos”, sean arquitectos paisajistas, ecólogos, ganaderos, escritores, profesores o cocineros… Se trata pues del único Diccionario de la Flora Colombiana, que recoge y “hereda las tentativas dispersas del pasado” –Mutis, Triana, Santiago Cortés–, como dice Teresa Arango Bueno, escrito con belleza y claridad: “un libro excepcional por la masa de datos científicos y conocimientos que atesora”. Plantas medicinales, alimenticias, venenosas, madereras, industriales, alucinógenas, ornamentales…: 832 páginas, 752 ilustraciones, índice lexicográfico (nombres científicos, vulgares y regionales), listas sistemáticas, estudios… Un trabajo que con dificultad hubieran logrado juntos el Instituto Caro y Cuervo, el Ministerio de la Cultura y la Universidad Nacional de Colombia, si se lo hubieran propuesto.
Esta obra –escribió Pérez Arbeláez para su cuarta edición (1964)–, donde se estudian más de 1900 especies vegetales, nativas y exóticas, interesantes para la economía y las aplicaciones humanas, agrícolas, silviculturales e industriales de la República de Colombia, es una guía para medir, aprovechar y defender los recursos etnobotánicos de los países intertropicales del Hemisferio Occidental,
escrita por un ecólogo, es decir por un hombre que comprende que toda planta forma parte del “sistema filogenético”, y que por tanto hasta las “más insignificantes tienen valor en la conservación y renovación de los recursos naturales del planeta”. Como quien dice, toda planta es útil.
Paralelo a su labor educativa y de divulgación, Pérez Arbeláez continúa sus investigaciones, sus estudios y, sobre todo, su plan de formar profesionales capaces de asesorar al país en lo que aún hoy no hemos logrado: el desarrollo, y menos aún, el desarrollo sostenible.
Hay que fundar instituciones, proporcionar materiales de estudio, crear una tradición. José Celestino Mutis, José Jerónimo Triana, Santiago Cortés… han realizado estudios, escrito obras, organizado herbarios, pero todo está disperso, inconcluso u olvidado. Se debe comenzar por desempolvar lo ya hecho, traerlo al país, organizarlo, publicarlo, historiarlo, estudiarlo, aprovecharlo. Es así como escribe sobre los botánicos anteriores a él, trabaja por sacar de las cajas selladas del Real Jardín Botánico de Madrid nuestra herencia colonial, edita obras que habían quedado inéditas; recopila, traduce y publica la obra de Humboldt sobre Colombia; escribe una biografía sobre Mutis y la Expedición Botánica y mueve mar y tierra para publicar los innumerables tomos de las láminas de la Flora del Nuevo Reino de Granada, en cuya edición participarán España y Colombia: “los gobiernos deben sentirse orgullosos de este trabajo”, asumir, publicar y divulgar la obra fundacional de nuestros estudios naturalistas; de aquí saldrá la Botánica aprestigiada como ciencia y aceptada como tesoro y acervo cultural de Colombia.
Al mismo tiempo, Pérez Arbeláez, en compañía del médico y biólogo César Uribe Piedrahita, realiza las excursiones para recolectar las primeras plantas con que fundarán el Herbario Nacional Colombiano (“fundamento de los estudios… de la más rica flora del mundo”), el cual irá creciendo lentamente, y al que más tarde incorporará el herbario de José Jerónimo Triana. Consigue el indispensable decreto presidencial, el edificio y la incorporación de científicos colombianos y extranjeros. Al crearse la Ciudad Universitaria, “el Herbario será el primer edificio en levantarse”, para el cual planeará un Museo y un Instituto botánicos.
Revisar la tradición de los estudios botánicos en el país, fundar la academia que forme los científicos, proporcionar materiales de estudio sobre Colombia, reunir a los científicos, exaltar la Botánica por encima de otros intereses, atraer la atención (y el compromiso) del Estado, despertar el interés del público… El plan va cobrando realidad.
En 1936 se funda el Departamento de Botánica de la Universidad Nacional “gracias a la amplia exposición de motivos que presentó en la sesión del Consejo el doctor Pérez Arbeláez”, que en 1939 cambia su nombre por el de Instituto de Botánica, que en 1940 pasó a llamarse Instituto de Ciencias Naturales que, según su fundador, “ha sido la base, el semillero de todo lo que hay en ciencias naturales en el país”.
El agua es una de las preocupaciones primordiales de Pérez Arbeláez, en vista de la serie de problemas que se le vendrían encima al país con su “acelerado crecimiento demográfico” y con la absorción de poblaciones rurales por parte de los centros urbanos, arrancadas a la provincia por las carreteras3, por los problemas sociales, políticos, laborales…
La presión de esta población creciente combinada con la tala de bosques altoandinos, crearía crisis en el suministro de agua potable. Se dedicó entonces, con el profesor Ernesto Guhl, al estudio de los páramos, surtidores de agua: “con el avance de la colonización incontrolada se acaban las madres de agua”. Ante la ignorancia del gobierno sobre semejante problema, redacta manuales y cartillas, escribe en los periódicos, propone investigaciones…: “El país podrá importar todos los bienes de consumo que apetezca, menos agua”, escribió en la prensa capitalina. Pero su principal respuesta ante tan inseguro porvenir fue práctica y aleccionadora: preparó un estudio que presentó (1951) a las Empresas Públicas sobre la Cuenca Hidrográfica del Acueducto de Manizales:
En la empresa de lograr agua para los habitantes del país se puede decir que no hemos nacido. Lo peor es que estamos en peligro de morir antes de nacer. Porque es tan imprevisora nuestra actitud ante los recursos naturales de aguas y los que en ella tienen influencia decisiva… La tendencia de nuestros impulsos actuales para el aprovisionamiento de aguas, de energía hidráulica, de riegos, es a invertir en obras de ingeniería. Parecen más vistosas, satisfacen más pronto las aspiraciones del profesional universitario y del político que quiere un rápido influjo en la ciudadanía. Pero las fuentes de la vida están más allá, más adentro, en la montaña; más altas, en las nubes.
En este estudio (publicado por el doctor Víctor Manuel Patiño en su revista científica Cespedesia en 1979) está “contenida la vegetación que protege el suelo, que protege el clima, que protege el agua, que mantiene el régimen de lluvias y que garantiza la existencia del agua, de la cual todos dependemos”. Ya sabemos, había escrito el doctor Pérez en una de sus cartillas para evitar que el campesino “desmonte donde sólo los árboles podrían salvar aguas y suelos”, que “los bosques exhalan humedad que se levanta invisible, se convierte en neblina, asciende en nubes y engendra la lluvia”. En este informe del doctor Pérez Arbeláez, el ingeniero hidráulico Fernando Mejía vio, en un “exquisito estilo didáctico y profunda sencillez científica”, la idea de un visionario y un modelo para el país.
Pérez Arbeláez escribe el libro Hilea Magdalenesa - Prospección económica del valle tropical del Río Magdalena (hilea es el conjunto de la selva fluvial del trópico americano), en un momento crítico del Río y de la inmensa zona de su influencia, para buscar soluciones, señalar puntos neurálgicos y “llamar los esfuerzos investigadores”. Las nutridas 200 páginas del estudio (1949) se ocupan, en 18 capítulos, de sus aguas, del valle, del hombre, de los bosques, la agricultura, la ganadería, la pesca… de la inmigración, del comercio, de los estudios científicos que se le han dedicado, de su historia, del petróleo, de la navegación… para exponer un conocimiento integral hombre/naturaleza. Se trata del “más constructivo, ambicioso y serio de los planteamientos hechos sobre el Valle del Magdalena”, dice Antonio García en su Introducción. Pérez Arbeláez quiere proporcionarle a hombres y gobierno los conocimientos que deben guiarlos, y sin los cuales no puede –no debería– haber una política; esta es la aventura de su pensamiento, de su planteamiento: toda política debe dirigirse en el sentido de formar nación, y planificar de la mano de la ciencia. Desarrollo real, integral y sostenible, en beneficio de una realidad global, de una cultura, de un pueblo, de un presente, de un futuro y de un país. Por esto, Antonio García considera esta obra como un “proyecto político”, con una “trascendental y generosa proyección”. Pérez Arbeláez quiere determinar la acción del Estado a valores perennes, y siguiendo este ideal aporta los conocimientos indispensables. Un “impulso transformador… alienta todas las páginas de esta obra”. Tal vez nuestra actual situación tiña de utopía varios planteamientos de este libro y muchos otros de Pérez Arbeláez. Pero ¿cómo puede ser utópica la idea de formar una nación de “hombres libres de angustias y dueños de su destino”? Pérez Arbeláez analiza primero los motivos que han llevado al Río a su devaluación y proporciona después elementos de juicio y soluciones (“este es un libro acerca del futuro”); “no vamos solos ni sin guías –dice– nos ampara la sabiduría de muchos hombres”:
La ruptura del eje social Barranquilla-Honda se consumó al pasar de Barranquilla a otros centros el control de las compañías navieras. Las compañías anónimas, esfinges sin alma, buscan dividendos y cosechan odiosidades. El río Magdalena quedó sin mística, sin personería y sin cabeza, o con muchas cabezas distantes; con centros de manejo olvidadizos, sin visión geográfica, descuidados de él como vía y más aún como zona de producción.
Otra mala decisión contribuyó a la crisis, dice Pérez: el absurdo de convertir el Río (con dos excepciones) en límite departamental, es decir, “se hizo separación lo que es máxima unión; las incomodidades administrativas y sociales [mínimas cuando no se ejercía ningún gobierno] irán creciendo a medida que las capitales de los departamentos quieran influir en sus secciones respectivas”. La aviación también influye en la muerte del Río. Transporte de urgencia, sigue la ruta del Magdalena, y al crecer le hurta
al río los viajeros más capaces de interesarse en su mejora. Colombia quedó muy satisfecha de haber eliminado de la publicidad internacional las miserias del viaje por el Magdalena, de haber cubierto con esparadrapos de nubes una dolencia de la vida nacional. Pero también, como la cometa sin viento, cayó a tierra la emoción colombiana sobre el río.
Una vez depreciado el Río, y “encarecida la vida”, la lenta devaluación del Río se hace más grave al perder el caudal para los navíos: “la deforestación en todo el territorio andino de la República que ha disminuido las lluvias y el caudal de las aguas deslizadas y ha vuelto las crecientes más repentinas y fugaces”. Las carreteras le disputan al Río, con su poderosa industria automotora, “la carga que no transportan los aviones”.
Amarrados en el terminal de Barranquilla, “como asnos en cuneta, se ven numerosos barcos, los antes gallardos barcos del Magdalena, causando gastos sin ninguna utilidad. Los que viajan, llevan casi vacíos sus hermosos camarotes”. Pérez ya había analizado la insensata falta de planeación que hacía que las calderas de los buques consumieran los bosques de las riberas:
Sobre la navegación en el Magdalena había escrito acerca del despilfarro de maderas finas de las riberas para alimentar las calderas de los barcos, que “convertían en humo riqueza y futuro. Bosques enteros reducidos por grupos de leñadores palúdicos y valientes que descuajaron montaña, para volver leña las maderas más finas, que son las que dan más calorías: caoba, roble, dividivi, tolú”, y cobran por cada metro cúbico unos pocos pesos que se “convertirán en sustento, bebida y vestido”, pero “nunca en mejores bienes de cultura estable”. Hubiera sido fácil calcular “la leña necesaria, medir el desgaste de la selva magdalenesa… pero nada se hizo”. Y se acabó el bosque, se erosionaron las riberas, se acabaron los vapores, “se acabó la navegación y se acabó el Río”.
Se muere el Río, y se le pide al Gobierno que “reprima las exportaciones”, que podría “centuplicar”. El sistema vial se convierte en incoherente, porque su preocupación general “era la de abrirse paso al Río”, que decae en forma trágica. Pérez cree que podemos convertir la devaluada vida magdalenesa en prosperidad: “es ya el momento, que no volverá, de medir nuestras fuerzas, de probar si podemos dirigir en una amplia zona, el desarrollo integral de la civilización”. Durante muchos años Pérez le dijo al país que debía volver los ojos al Río, por eso publicó su Hilea Magdalenesa y expuso, en innumerables artículos de prensa, las consecuencias negativas de algunos proyectos oficiales.
La realidad actual, tal vez sea la medida de su derrota, que es la nuestra.
Los malos críticos de arte llaman influencias al plagio o a la comunión, a la presencia de la obra de un artista en la de otro, pero los artistas saben que una influencia es el aprendizaje que se hace de hasta dónde es posible ir, cuánto hay que exigirse a sí mismos. La frustración es todo lo contrario, es el tener que aceptar obstáculos mayores a nuestras fuerzas. Para el caso de Enrique Pérez Arbeláez, voy a relatar sólo dos de ellos:
1. “Impresionado por la destrucción que se estaba llevando a cabo en los bosques del río Magdalena, escribí [un artículo titulado “El paraíso incendiado”]. En él anatematizaba las talas y las quemas… el desperdicio ingente de madera; la preparación de erosiones; la ignorancia general de las interacciones y el descuido de las autoridades que debieran velar porque tales desafueros contra los recursos naturales de Colombia no se cometieran”.
El ex ministro de Agricultura, Oliverio Lara, “replicó… que las tierras eran para aprovecharlas, que su primer destino era ganadero… que el bosque era un estorbo [y] que el mejor medio para eliminarlo eran las talas indiscriminadas y el incendio”. Contra el “método que se quería implantar y el ejemplo que se daba a nuestros colonizadores”, el doctor Pérez Arbeláez continuó su argumentación, diciendo que eran métodos económicos de hoy y desastre para mañana, y le hizo a don Oliverio varias profecías que, lamentablemente, “han ido cumpliéndose”.
Es una aberración suponer que “toda área cubierta de bosque vale menos que desmontada y representa menos réditos para el terrateniente. Generalmente se la da por inútil y por no incorporada a la economía”.
“Los pontífices del desmonte creen que para su provecho, todo árbol, toda planta, todo helecho debe desaparecer –escribió Pérez Arbeláez muchos años después–. Estos tampoco prevén los daños que se hacen a sí mismos y a su región”.
Estas quejas por la “destrucción incontrolada de bosques” determinaron la salida de Pérez Arbeláez del Herbario Nacional y del Instituto de Ciencias, creados por él, pues “al Secretario del Ministerio de Agricultura y al Consejo Directivo de la Universidad Nacional [de Colombia] pareció intolerable tal inconformidad”. Su “vida científica” no estuvo exenta de episodios dolorosos. La utopía tiene enemigos poderosos, y también la ciencia.
2. En 1946 el profesor Berredo Carneiro, del Brasil, propuso en la Conferencia de la UNESCO en París la creación de un Instituto Científico Internacional para el Estudio de la Hilea Amazónica, propuesta que fue celebrada por el doctor Pérez Arbeláez, por tratarse de la “mayor hoya fluvial del mundo” (7.050.000 Km2): Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Francia, Gran Bretaña, Holanda y Estados Unidos entrarían a formar parte del Instituto, “un proyecto piloto para el mundo”, según Pérez Arbeláez.
El doctor Pérez gestionó ante el Congreso Nacional el ingreso de Colombia como Estado a la UNESCO y su participación en la creación del proyecto del Instituto. Era demasiado importante esta colaboración internacional, por múltiples razones:
“Los tratados internacionales, han cercenado ante los ojos de los que hemos vivido largo tiempo, el mapa del país”; “los pueblos vecinos hemos roído [la Amazonia] por los bordes” con nuestras miles de hachas; hay que luchar contra los celos, intereses e individualidades que impiden el trabajo colectivo; debemos demostrarles a nuestros detractores la madurez de Suramérica en sus relaciones internacionales; tenemos que aprender a confiar en la metodología científica; debemos valorar y darle oportunidades a nuestros hombres de ciencia…
Si “se juzga que nos debemos unir en algo –escribió–, y que hay utilidad en reunir a las naciones americanas para algo, ese algo es la labor científica, donde la unión es más esencial y los hombres más coordinables”. Pérez Arbeláez reunió una bibliografía de 5.000 escritos sobre la Amazonia, trabajó en “la constitución del Instituto, en la elaboración de sus propósitos, en su organización, sus oficinas, sus estaciones, sus institutos asociados, su programa para 1949-1954, sus colecciones, sus publicaciones, sus finanzas, sus transportes… el trabajo del personal investigador… la edición de un informe para el público…”. El Instituto, decía Pérez Arbeláez, es “la más importante obra promovida por la UNESCO” en estos países, él hará la “promoción científica” de las instituciones investigadores y de los hombres de ciencia de Suramérica, que necesita urgentemente “una seguridad mayor” en la “comprensión y colaboración internacional de su frontera amazónica”. Para Pérez Arbeláez, la Amazonia le ofrecía a los científicos de nuestros países el conjunto de conocimientos más interesante en ciencias naturales en la historia de la humanidad, que debería dirigir y controlar la “colonización ratonesca que pasa por donde todavía no se han abierto las puertas… y sólo sirve para que se pongan antecedentes irremediables a la reglamentación jurídica óptima, para que se degrade la fertilidad del suelo y se acabe con la fauna silvestre…”. Esta es la última oportunidad de un “planeamiento integral de la cultura”, de ordenar la tenencia de la tierra y la localización de las futuras poblaciones, de fijar las altas miras…
Pero todo esto murió en la Comisión de Seguridad Nacional de la Cámara de Diputados del Brasil, cuyo gobierno “no quiso que se internacionalizara” la Amazonia. Muchos años después, Pérez Arbeláez propondría la creación de un Instituto Colombiano de Investigaciones Amazónicas: “la inactividad de cerebros científicos es uno de los delitos más graves que cometemos los colombianos contra nuestra sociedad”.
La sola enumeración de las obras, los ensayos, las conferencias, folletos, artículos, las responsabilidades institucionales, libros, etc. del doctor Pérez Arbeláez ocuparía el espacio de este ensayo, en el cual ni siquiera llegué a mencionar su obra principal: Recursos Naturales de Colombia (2 tomos). Por tal razón, remito a su bibliografía y a su hoja de vida, preparadas por el botánico e historiador Víctor Manuel Patiño y reproducidos en la reciente edición del libro Cuencas hidrográficas del Fondo FEN “José Celestino Mutis”, Bogotá, 1996.
También remito al lector a la biografía escrita por doña Teresa Arango Bueno, ex-directora y cofundadora del Jardín Botánico de Bogotá: Enrique Pérez Arbeláez – Su vida y su obra, Fondo FEN, 1992, publicado dentro de la colección “Biografía de las Ciencias en Colombia”, dirigida por el doctor Víctor Manuel Patiño. Pérez Arbeláez recibió en vida múltiples honores, “espadas de dos filos” las definió en su discurso al recibir la Medalla Alejandro de Humboldt del gobierno alemán, de quien citó:
“… haced de mí una biografía y no un elogio: queriéndome honrar, me harías un mal”. Perteneció a una generación que amplió las fronteras de Colombia, ensanchando los conocimientos que se tenían de su realidad; antropólogos, geógrafos, botánicos, geólogos, historiadores, etc. (“nuevos órganos para percibir el mundo”)… nos revelaron otro país, o, al menos, sus posibilidades de serlo.
1 El Nilo, el río más largo de la tierra, sobre todo en historia, “debía” ser represado para encauzar su poder en beneficio del progreso de Egipto, necesitado y ansioso de crecimiento. Administrar sus aguas, controlar las inundaciones, domesticar su poder, para remediar los problemas alimentarios, producir más energía, suministrar aguas de riego, impulsar el desarrollo… Al cumplirse 40 años de la construcción de la Represa de Asuán, el naturalista Jacques Cousteau se interrogó sobre las metas que se propusieron alcanzar con la Represa y realizó un documental con las respuestas obtenidas. Los resultados de este documental son aleccionadores, y yo diría que trágicos, trágicos para el pueblo, para las ciencias rusas que hicieron y planearon la descomunal obra y trágico para Egipto, para sus suelos, la fauna, los poblados costeros… para el progreso. Al retener las aguas del Nilo, el mar, sin tener ya la poderosa presión del río, invadió las costas con una indetenible marea alta que conquistó extensos territorios; al cesar las inundaciones del Río libre, cambió la composición química del suelo y la tierra se salinizó, causando graves y desconocidos problemas; una vez detenidas las aguas, la falta de movimiento propició el crecimiento desmesurado de la vegetación acuática ribereña, que comenzó a colonizar el río y hubo que combatirlas con costosos y peligrosos químicos; las tierras indudables dejaron de recibir el cieno, tierra fecunda arrastrada por la erosión, que el río devolvía con las inundaciones fertilizando los campos, sin él estériles para la agricultura, así que el Gobierno tuvo que levantar una fábrica de fertilizantes químicos, utilizando para su funcionamiento buena parte de la energía producida por la Represa; sin embargo, jamás se volvieron a alcanzar los índices de producción anteriores. Hoy Egipto, con su población duplicada y hasta triplicada por la Represa, con una fábrica de fertilizantes químicos, la migración de animales salvajes interrumpida a lo largo de 300 kilómetros por los canales de riego, con las aguas del río contaminadas con miles de toneladas anuales de defoliantes para combatir la “plaga” de buchones y con un multimillonario proyecto cuya vida útil está calculada, como toda represa, para 50 años, se pregunta si valió la pena una obra de ingeniería semejante para encadenar el Río a sus propósitos. El antiguo dios del Nilo, hoy es el “río más desprotegido del mundo”.
2 Un año antes, Gabriel García Márquez había publicado su artículo “La literatura colombiana, un fraude a la nación”, más o menos apuntando en el mismo sentido de Pérez Arbeláez: La literatura colombiana de todos los tiempos es “una literatura de hombres cansados”, escribió García Márquez, porque la “creación literaria queda (entre nosotros) relegada al tiempo que dejan libre las ocupaciones” de sobrevivencia. Los verdaderos escritores colombianos, tienen que vivir de oficios ajenos a su vocación, por eso, concluye García Márquez, nuestros mejores escritores son autores de un solo libro. El resto, es decir toda la literatura colombiana –dice García Márquez– está escrita por los “malos escritores”, razón por la cual, concluye nuestro maestro y novelista, no hay una tradición literaria en Colombia: No existen en el país “las condiciones para que se produzca el escritor profesional”. Condiciones que Pérez Arbeláez buscó para la ciencia, como los escritores deberían haber buscado para las letras.
3 En un artículo de prensa de octubre de 1948, “Debate sobre el futuro”, Pérez Arbeláez argumenta los pro y los contra de los ferrocarriles y los pro y los contra de las carreteras, concluyendo que el país debe buscar el equilibrio entre ambas vías de comunicación, y no, como se proponía, abandonar sin mayores estudios el ferrocarril. Las carreteras, decía Pérez, influyen demasiado sobre los pueblos que comunican, destruyendo su urbanismo, cambiando sus expectativas de vida, su economía, sus fuentes de trabajo, sus oficios y terminan por alterar en forma definitiva el equilibrio logrado por una región. Pero el negocio de las carreteras, la industria automotora, los mercados de aceites, gasolina, repuestos, etc., asfixiaron el ferrocarril y desestabilizaron el campo, con su influencia arrasadora. En Colombia no se planea el desarrollo, se hacen despóticos negocios multimillonarios que arrastran la economía nacional hacia la dependencia, los privilegios excesivos y el caos.
Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co