Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co
![]() |
Versión PDF |
Carlos Augusto Hernández*
* Profesor Universidad Nacional de Colombia.
La universidad es un espacio social al servicio del conocimiento. Sin embargo, existen otros espacios sociales dedicados a la reproducción, a la conservación e incluso a la producción de los conocimientos. Desde esta premisa el autor intenta responder a la pregunta ¿Qué es lo que constituye la diferencia específica de la universidad?.
La escuela desde los niveles más elementales hasta el final de la media cumple la tarea central de asegurar a los jóvenes la apropiación de lo que se ha sedimentado como cultura pública; aquello en lo cual la humanidad y cada sociedad se reconocen; el conjunto de sus creaciones simbólicas consolidadas y reconocidas1. La educación, la paideia, es, al decir de Platón, la condición para que el hombre supere su instinto agresivo y pueda actuar como miembro de una comunidad.
Todas las sociedades se constituyen, como ha señalado Aristóteles en la Política2, por el acuerdo entre los individuos sobre el valor de ciertas ideas que sirven de orientaciones fundamentales del obrar humano. Las ideas de bien, de justicia, de verdad constituyen, en la medida en que se comparten, un lugar de encuentro que garantiza la cohesión que requiere el colectivo para mantenerse y para ofrecer un sentido a la existencia de cada uno de los involucrados en el proyecto social.
Toda la escuela, desde el preescolar hasta los estudios más avanzados, se orienta a esta apropiación de tradiciones culturales y a la formación de individuos que, compartiendo esas tradiciones, sean capaces de vivir productivamente en la sociedad. Se aspira, en todo caso, a que aquellos que alcancen los niveles más altos de la preparación académica no sólo reciban y transmitan el conocimiento elaborado previamente sino que desarrollen también, de manera autónoma, un conocimiento nuevo sobre la base del conocimiento adquirido.
La universidad es el lugar de encuentro de quienes acceden a esos máximos niveles de formación en las distintas áreas y constituye un espacio privilegiado en donde las ciencias sociales y naturales, el arte y la filosofía no sólo se difunden y se preservan sino que se enriquecen y transforman. Se caracteriza, en primera instancia por la pluralidad de los saberes y por el ejercicio de producción de conocimientos universalmente nuevos, validados por las comunidades mundiales encargadas de cuidar y acrecentar esos conocimientos.
La educación universitaria se vincula a la práctica de producción de conocimientos a través de la investigación. La investigación establece una diferencia cualitativa entre la universidad y las demás instituciones de los distintos niveles de la educación. Para que pueda darse es necesario que quienes se comprometen con esa producción de conocimientos en un campo problemático hayan recuperado la tradición académica en ese campo y mantengan un contacto permanente con quienes están trabajando en las fronteras.
Las comunidades académicas son hoy comunidades internacionales. Quien tiene acceso a esta circulación mundial del saber tiene también perspectivas de hacer aportes válidos a esa comunidad y de aprovechar las herramientas más potentes, más elaboradas y más recientes para resolver problemas. La participación de las distintas sociedades en el proceso mundial de generación de conocimientos se ha hecho cada vez más urgente dada la conexión existente entre los procesos productivos y los saberes que multiplican la eficacia de estos procesos.
Pero la investigación no sólo potencia la producción de riqueza en la sociedad sino que además resulta fundamental para la construcción de los referentes que aseguran el sentimiento de pertenencia y la identidad relacionada con esa pertenencia. Las ciencias naturales y las ciencias sociales deben conjugarse para cualificar las relaciones entre las sociedades y su entorno material y para enriquecer las relaciones entre las personas. Estos espacios de la experiencia no están separados. No basta la conciencia social de una serie de problemas urgentes que se comparten, ni basta el saber construido en escenarios distintos y aceptado como útil en el contexto en el cual va a aplicarse: los problemas sentidos deben ser reformulados de modo tal que se expliciten sus causas, sus relaciones con otros problemas, las distintas posibilidades de solución y las implicaciones sociales, técnicas y culturales de las diversas soluciones propuestas. Sólo así es posible elegir vías de acción que no signifiquen en el largo plazo compromisos imposibles de cumplir o males sociales mayores. La aplicación de las herramientas conceptuales y técnicas debe darse sobre la base de una previa reflexión sobre la naturaleza y legitimidad de esas herramientas y supone una exploración sistemática de los contextos en los cuales ellas operan resolviendo de la manera más eficaz los problemas reconocidos e impulsando el desarrollo social o produciendo cambios que favorecen sólo a determinados sectores de la población o que tienen consecuencias indeseadas de distinta índole.
El análisis de estas distintas implicaciones de la aplicación de los conocimientos debe ser objeto de examen cuidadoso. Es el lugar que corresponde a la crítica en sentido académico, a la capacidad de explorar causas y consecuencias, de jerarquizar problemas y de poner de relieve lo que resulta fundamental. En este sentido, la crítica lleva a instalar las decisiones técnicas en el horizonte de su significado social. La producción de conocimientos se juzga también en términos de pertinencia. Dicha pertinencia viene reconocida en primera instancia por las comunidades académicas; pero sólo en la universidad puede ser examinada en sus múltiples determinaciones técnicas sociales, éticas y estéticas; sólo en la universidad la pertinencia puede establecerse en el contexto de un debate integral socialmente significativo. Sólo en el horizonte complejo que hace posible la universidad, la libertad de elegir de la sociedad se realiza sobre la base de la conciencia más completa de la cadena múltiple de las consecuencias previsibles.
No es un secreto que buena parte de la producción académica tiene un valor estratégico y que desde hace más de quinientos años las sociedades han aprendido a ser cuidadosas con la difusión de saberes que aseguran ciertas ventajas económicas o políticas; pero al mismo tiempo, de manera cada vez más acelerada, los conocimientos entran en redes disponibles prácticamente para cualquiera que tenga acceso a los medios modernos de información. Se sabe que estar excluido de esos espacios de producción y circulación de saberes puede significar una desventaja muy significativa para las sociedades que pretenden sobrevivir en la sociedad globalizada. El analfabetismo funcional en relación con nuevas tecnologías y nuevas formas de relación en el trabajo resulta muy costoso y mantiene la dependencia.
Nos vemos así ante la doble obligación de apropiar el conocimiento más avanzado y de crear nuevos conocimientos si deseamos ser efectivamente los constructores de nuestro propio destino. La libertad de los pueblos está determinada hoy en buena medida por su capacidad crítica y por su posibilidad de producir conocimiento pertinente. Esto es más claro si se piensa que la elección entre formas de vida posibles y entre formas distintas de aprovechar los recursos sociales es mayor en la medida en la cual esos diversos caminos de desarrollo se hacen visibles por la investigación. Ella permite reconocer estrategias diferentes para la solución de los problemas sociales, estrategias sobre cuyas implicaciones se puede reflexionar sistemáticamente.
Pero una vez constatada la urgencia de la actualización permanente y reconocida la renovación que requiere la universidad para que pueda asumir la tarea de la investigación y la internacionalización inevitable del quehacer académico, es necesario examinar la vigencia de unos modos de hacer y de pensar más antiguos que la emergencia de la importancia crucial de la técnica que hoy en más de un sentido gobierna la vida. Se trata de explorar qué queda en pie de las notas más antiguas de la cultura académica para asumir libremente la decisión de abandonarlas definitivamente o de recuperarlas antes de que la modernización de la universidad acabe paradójicamente con la universidad.
Comencemos por recordar lo que para algunos es el acta de defunción de la academia tradicional. Frente a la idea de conocer por el conocimiento mismo se alza contundente el vínculo estrecho señalado por Francis Bacon entre conocimiento y poder3. Sin duda dicho vínculo es cada vez más fuerte.
Sin embargo es importante reconocer modalidades de esta conexión; existen importantes diferencias entre trabajar con la intención principal de conocer y trabajar con la intención principal de aumentar el propio poder. El trabajo puede orientarse en ambas direcciones, y no necesariamente estos dos grandes objetivos se excluyen; pero relacionarse con otro con el objetivo de dominarlo o utilizarlo (aquí Habermas hablaría de acción estratégica4) es muy diferente de establecer una comunicación con el otro sobre la base del interés compartido (interacción comunicativa en sentido propio). El ejercicio de la política abunda en ejemplos de situaciones en las cuales estos dos modos de interactuar pueden confundirse. En el primer caso, se trata de aprovechar la mayor información que se posee para poner el trabajo ajeno al servicio de los propios intereses; se busca extender el espacio de la libertad propia en detrimento de las posibilidades de acción libre del otro. En el segundo caso, se trata de servir y de cuidar, en el sentido de aportar elementos que puedan enriquecer el punto de vista del interlocutor y aumentar las herramientas que él posee para desarrollar su propio proyecto. La comunicación es especialmente valiosa cuando a través de ella se exploran conjuntamente efectos posibles de las acciones con el objeto de encontrar espacios de confluencia de intereses y de proyectos vitales. Claramente la institución universitaria debe estar al servicio del proyecto colectivo asumido como el resultado de la unión de las voluntades sobre la base de una explicitación de los intereses y de las finalidades.
La universidad tiene como tarea central apropiar y ampliar el saber necesario para el desarrollo colectivo. El estudiante, el maestro y el maestro-investigador deben valorar esencialmente su capacidad de prestar un servicio a la sociedad; este objetivo debe ser mucho más fuerte, mucho más integrador de las distintas voluntades que se dan cita en la universidad, que los intereses personales o de grupo.
El conocimiento no se agota en su aplicación inmediata; no sólo puede ponerse y de hecho se pone al servicio de la sociedad en el largo plazo, ampliando sus posibilidades de elección, sino que tiene un significado en sí mismo como oportunidad de satisfacción del deseo de conocer.
Podría decirse que la educación en sus distintos niveles no cumple su cometido si el deseo natural de saber del que hablara Aristóteles5 no se mantiene y no se transforma en una voluntad de saber. El deseo de conocer permite a quienes atraviesan la escuela mantener el entusiasmo por el conocimiento; la voluntad de saber hace posible recorrer los tramos difíciles en los cuales se requiere un mayor esfuerzo para comprender los problemas o dominar las herramientas construidas por quienes han trabajado previamente en el proyecto de una ciencia o en la sistematización de una práctica. En otros lugares se ha hablado de tres elementos fundamentales de la cultura académica que sin duda tienen su expresión en la universidad6, se trata de la vinculación entre 1)una conexión estrecha con la tradición escrita que permite el aprovechamiento del saber previamente construido en cualquier campo, 2) la discusión racional que asegura la puesta en común de los conocimientos, el análisis de los diferentes puntos de vista, la contrastación entre las distintas perspectivas y 3) la capacidad de predecir y calcular, de prefigurar y reorientar las acciones, de explorar y discutir posibles consecuencias y corregir el camino. Se ha insistido en que esa vinculación entre estos tres elementos hace posible el aprovechamiento del conocimiento sedimentado en los textos, en que ella aporta las condiciones necesarias para la discusión sobre el significado y las vías posibles de aplicación y desarrollo de ese conocimiento –así como para su implementación práctica en situaciones específicas sobre las cuales se construyen modelos e interpretaciones– y en que permite utilizar el conocimiento y la discusión racional para examinar los avances realizados, para evaluar el camino seguido, para replantear las estrategias posibles de acción y para corregir errores cometidos o ampliar las posibilidades de decisión.
La lectura permite el acceso a mundos extraordinariamente ricos y a experiencias que por ser intelectuales no son menos intensas. Quienes acceden a la posibilidad de caminar por los textos encuentran en ellos sorpresas y herramientas fundamentales no sólo para las prácticas específicas en las cuales se forman o se desempeñan, sino para las relaciones con los otros y para la comprensión del propio universo subjetivo. Si el diálogo entre las personas es un espacio de encuentro, además de un medio de acceso a nuevos conocimientos, el diálogo con los textos, más atento precisamente por ser un diálogo silencioso, aporta con frecuencia elementos que permiten cambiar la mirada y por tanto adquirir una perspectiva nueva de las cosas, lo que equivale al ingreso a un universo nuevo de experiencias posibles.
Los textos más valiosos son aquellos que cambian nuestro punto de vista, al decir de George Steiner, se trata de abrir la casa para que alguien entre en ella con el peligro de que este huésped incendie la casa que se le ofrece; este incendio metafórico, que expresa el cambio de la mirada que puede producir el texto, es vivido con dolor y placer y deseado intensamente por el lector que ha descubierto la maravilla del diálogo esencial que es posible establecer con los sabios y los poetas muertos7.
La academia medieval desarrollaba un trabajo alrededor de herramientas lingüísticas fundamentales para pensar; sólo mucho más tarde esas herramientas se revelaron importantes y valiosas para la vida en sociedad y para el conocimiento de la naturaleza. El trivium, la gramática, la retórica y la dialéctica, preparaba para la construcción de un discurso consistente y estructuralmente correcto y para la comunicación; podría decirse que en el trivium se combinaban los principios de la construcción de los cuales se ocupa la gramática y las estrategias de la dimensión comunicativa de la cual hoy se ocupa la pragmática. El trivium y el cuadrivium (la aritmética, la geometría, la astronomía y la música) constituían el conjunto de las siete artes liberales, de las artes del hombre libre, eran herramientas para el ejercicio intelectual. Orientadas al ejercicio intelectual y no a la práctica, aún sin contaminarse con las tareas mundanas, aún separadas de la experiencia del mercado y la práctica de los artesanos, estas artes del espíritu permitirían acceder a nuevas interpretaciones, enseñar y convencer, y harían posible develar y describir el orden de los fenómenos celestes, el orden de los intercambios económicos, los principios de la construcción arquitectónica y el arte de los músicos. La academia medioeval se ocupaba de aportar herramientas fundamentales de lenguaje para la comunicación y la investigación del orden de los saberes más elevados. El trivium y el cuadrivium preparaban para acceder a territorios del conocimiento que estaban vedados a la mayoría de las personas y constituían un principio de identidad académica. Cuando estas herramientas abstractas se pusieron al servicio de la acción y de la comprensión de las prácticas de transformación de las cosas, lo que era espacio de idealidades, de universales intangibles, se convirtió en la instrumento más poderoso de la acción humana. Pero este conocimiento no estaba sometido a las urgencias de la aplicación inmediata, nació como herramienta del pensar. Cabría pensar un instante si no tenemos ya nada que aprender de esta idea de formar prioritariamente en el lenguaje.
¿Acaso es momento de abandonar el diálogo y enfrascarse de una vez en el febril hacer? ¿Acaso es tiempo ya de dejar de lado el desperdicio de actividad en que se traduce el tiempo de silencio y quietud que requiere el pensar? Desde los tiempos de Platón, la academia es el espacio ideal de la discusión y de la construcción de conocimiento basado en la argumentación; este ejercicio de la argumentación fue especialmente importante en algunas corrientes de la escolástica. La universidad del renacimiento hereda esas orientaciones hacia el diálogo y, a pesar de la naturaleza magistral de las cátedras, es posible reconocer estrategias interesantes de comunicación más horizontal. En las “disputas circulares” que se daban en algunas universidades italianas se enfrentaban maestros de una misma área o de una misma asignatura con posiciones distintas ante una auditorio de estudiantes y docentes de la universidad; la clase podía ser magistral pero existía un espacio de diálogo, luego de la lección, en las “discusiones alrededor de la columna” y en las cuales fundamentalmente se trataba de aclarar dudas planteadas por los estudiantes en un ambiente menos formal que el del aula. El diálogo entre personas es un espacio importante de construcción de conocimiento, pero el diálogo con los textos permite reconocer la presencia de la profundidad de pensamiento de quienes nos antecedieron en siglos y relativiza la urgencia de la novedad. La fascinación de la novedad de la solución puede hacernos olvidar de la reflexión que requiere el planteamiento justo del problema.
Aunque la universidad prepara para resolver problemas prácticos concretos, la tarea fundamental que cumple hoy es la misma tarea antigua de enseñar a pensar. Es de este modo como asegura su servicio a la libertad, preparando para situaciones radicalmente nuevas. Hoy, más que nunca, se tiene conciencia de las mutaciones en el campo del saber, de las transformaciones en las distintas prácticas y de los cambios en las relaciones sociales dentro y fuera del trabajo; esa conciencia de transformación permanente lleva a pensar en un saber que no se agote en tareas específicas, que prepare para un cambio permanente, que constituya al mismo tiempo una herramienta para la toma de decisiones. Diseñar modelos, preparar procesos y predecir resultados en situaciones radicalmente nuevas, exigen algo más que conocer rutinas. Asumir la responsabilidad sobre las consecuencias sociales de las propias acciones requiere conocimiento e imaginación. Reconocer la complejidad del horizonte de las consecuencias de las acciones humanas exige algo más que cálculo, implica conciencia y sensibilidad social. La actividad de reflexión que trasciende el análisis específico de situaciones clara y distintamente reconocidas se hace cada vez más urgente dentro del proyecto de construcción de la autonomía de los pueblos. Esta actividad es precisamente la que hemos llamado pensar.
A los tres elementos mencionados de la cultura académica es necesario añadir el deseo y la voluntad de saber de los que hemos hablado antes. Se trata de estimular en el trabajo académico una relación creativa y gozosa con el conocimiento que fortalezca la voluntad requerida para adquirirlo y desarrollarlo. La experiencia emocionante que se ofrece como premio al esfuerzo involucrado en la aventura de la investigación también tiene una larga historia. Ya Giordano Bruno, cuyo cuarto centenario de desaparición conmemoramos este año, había señalado que el conocimiento permitía un placer mucho más continuo e intenso que cualquiera otra de las formas de satisfacción de necesidades humanas. En efecto, mientras que la satisfacción de algunos deseos materiales conduce a la saciedad y a la muerte del deseo, el deseo de saber se satisface en modo tal que la misma satisfacción del deseo lo multiplica; el placer de saber produce un mayor deseo de saber y apunta a una satisfacción a un nivel más elevado8. En esto Bruno recuperaba una tradición neoplatónica del Renacimiento según la cual el conocimiento y la creación artística constituían expresiones de la posibilidad humana de reproducir la armonía cósmica en la filosofía o en la obra de arte. El neoplatonismo veía en esas formas de reconocimiento de la armonía esencial una satisfacción inefable. En palabras de Ficino, la representación figurada de la sabiduría no puede ser vista por los ojos en forma alguna, porque si pudiese verse, suscitaría hasta lo más hondo amores admirables hacia aquella divina sabiduría de la que es imagen”9. Furores divinos, como en Ficino, furores heroicos, como en Bruno, narran una intensidad posible de relación con el conocimiento y con la belleza que conectan estas dos actividades de creación cultural con una forma extraordinaria posible de la experiencia intelectual, con una nueva dimensión de la sensibilidad humana.
El investigador apasionado puede dedicar mucho tiempo de su vida al examen atento de un problema, puede someterse a esperas de una gran tensión y de una larga duración, y lo hace porque es movido por la expectativa de la experiencia intensa posible del descubrimiento. Sin duda la investigación exige en muchos casos tiempos de concentración y esfuerzos que podrían asociarse al sacrificio; pero quienes viven la experiencia del trabajo en las fronteras saben que la vivencia de la inminencia del descubrimiento, ocurra este finalmente o no, es parecida a lo que Bruno legítimamente reconocía como un furor heroico.
¿Acaso no es la academia actual lo más distante de una tradición superada siempre por nuevas teorías y nuevos puntos de vista? ¿Acaso no hemos cambiado tanto en los últimos años que resulta irrelevante acudir a la imagen de la academia medioeval?
Según establece la norma que rige en el momento presente la educación superior, no se trata sólo de formar para el ejercicio de una profesión; se trata también de preparar para una vida en sociedad. A la formación técnica es necesario añadir la formación ética y en una y otra los elementos básicos de la cultura académica aparecen como herramientas fundamentales para hacer posible una orientación consciente de las decisiones morales, basada en argumentos y no en principios incuestionados. El ideal de la democracia participativa establece unos principios para la acción humana que abren el espacio a una comprensión científica de la realidad social y a una acción orientada por esa comprensión.
Si el proyecto de la democracia participativa es legítimo, si la sociedad no está condenada al destino de la colmena, a la derrota de la conciencia frente a la irracionalidad del sometimiento general al imperio de lo económico y a la producción caótica de mercancías y necesidades, será porque existen espacios de racionalidad basados en el diálogo y enriquecidos por el conocimiento y la crítica. Si aún puede plantearse el ideal de un dominio creciente de la propia orientación vital, de una comprensión cada vez mayor del sentido y las consecuencias de las propias acciones sociales –libertad basada en la comprensión de lo dado y en la posibilidad de predecir y de ampliar perspectivas– esto es posible porque existen espacios en donde se trabaja en la adquisición de competencias para actuar en el contexto de una perspectiva vital de largo plazo, porque existen lugares como la universidad en donde el presente es historia, lugares en donde nuestras acciones actuales son reconocidas en una dimensión temporal que excede con mucho la duración de nuestra vida, lugares como la universidad en donde, sin descuidar el presente, se trabaja en términos de un impacto que es visible ya, pero que va mucho más allá de lo inmediato, lugares como la universidad en donde se aprende lo contemporáneo y lo útil en términos de la construcción permanente de una conciencia orientada a la participación efectiva en el destino global de la sociedad.
Se podría extender la idea de la comunicación como principio fundamental de la academia pensando en que las personas, además de aprender a aprender, deben convertir en finalidad importante de su existencia la difusión de sus propios conocimientos. En este sentido podría hablarse de una pedagogía ampliada en la cual no se enseñan sólo técnicas, habilidades y conocimientos; se enseña a enseñar; se enseñar a comunicar, a comprender y a explicar, no sólo como ejercicios de difusión un saber técnicamente adquirido, sino como expresión de una pasión.
1 Ver: Pérez G. Angel, La escuela en la encrucijada de culturas en, Investigación en la Escuela, No. 26, Sevilla, 1995.
2 Ver: Aristóteles, Política, Libro 1, cap. 2.
3 La ciencia del hombre es la medida de su potencia, porque ignorar la causa es no poder producir el efecto. Bacon, Francis, Novum organum, Libro 1, 4.
4 Ver: Habermas, Jürgen, “¿Qué es la pragmática universal?, en Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, 1989.
5 “Todos los hombres por naturaleza desean saber” es la primera frase de la Metafísica.
6 Ver: Mockus A. y otros, Las fronteras de la escuela, Capítulo 4, Editorial Magisterio, Bogotá, 1995.
7 “Es arriesgarse a que, cierta noche, un texto, un cuadro, una sonata llamen a nuestra puerta… y es posible que el invitado destruya e incendie por completo la casa. Es posible también que nos desvalije con un gran aletazo. Pero es preciso aceptar al texto en nosotros mismos; no tengo palabras para describir la riqueza de esta experiencia que he hecho mil veces…” Steiner, George, 1994, S. En diálogo con Ramin Jahanbegloo, Anaya & M. Muchnik, Salamanca.
8 “Aquí, los ojos imprimen en el corazón –es decir en la inteligencia– y suscitan en la voluntad un infinito tormento de suave amor, no habiendo pena por no lograr aquello que se desea, sino felicidad porque se alcanza siempre aquello que se persigue; mas no llega nunca la saciedad, pues siempre crece el apetito y, por ende, el gozo, sin que ocurra como con los alimentos de cuerpo, el cual pierde con la saciedad el gusto…” Bruno, Giordano, Los Heroicos Furores, Tecnos, Madrid, 1987, p. 194.
9 Ficino, Marsilio, Sobre el furor divino y otros textos, Anthropos, Barcelona, 1993.
![]() |
Versión PDF |
Javier Torres Parés
Adel Gutiérrez Tenorio
Jorge Humberto Miranda Vázquez*
* Profesores e investigadores de la UNAM.
Los autores analizan las políticas educativas en el sector público mexicano durante los últimos gobiernos y centran su atención en la reciente crisis de la Universidad Autónoma de México - UNAM.
La política educativa heredada por el régimen neoliberal de Carlos Salinas de Gortari, que impulsó cambios constitucionales y de la legislación de la educación, orientó al sistema educativo de México hacia dos metas fundamentales: a la reducción de la matrícula y del financiamiento gubernamental de las universidades públicas y a la promoción y el avance de los intereses bancarios en la educación superior.
La política educativa del Presidente Ernesto Zedillo se enmarca en las reformas constitucionales de 1992 y 1993, en la Ley General de Educación que promovió como Secretario de Educación Pública, vigente desde 1993, y en el Programa de Desarrollo Educativo 1995- 2000. Saturado de declaraciones de principios, el Programa declara el carácter prioritario de la educación:
[La Ley General de Educación] vigente desde 1933, establece que el Ejecutivo Federal tomará en cuenta el carácter prioritario de la educación pública para los fines del desarrollo nacional y en todo tiempo procurará fortalecer las fuentes de financiamiento a la tarea educativa y destinar recursos presupuestarios crecientes, en términos reales, para la educación pública. Por su parte, el Plan Nacional de Desarrollo y el Programa de Desarrollo Educativo 1995-2000 proclaman que “la educación será una altísima y constante prioridad del Gobierno de la República, tanto en sus programas como en el gasto que los haga realizables1.
Esta altísima prioridad en el discurso es desmentida en los hechos por las cifras del gasto federal en educación en el período entre 1995 y 1998; Manuel I. Ulloa considera que se puede comprobar que “los recursos por habitante y por alumno, que este gobierno ha asignado a la educación, han sido menores, todos los años, a los que la administración anterior ejerció en 1994”. En el siguiente cuadro, se puede observar lo anterior:
En 1999, los incrementos considerados en el Presupuesto de Egresos, “representan la tasa más baja de crecimiento en la matrícula de preescolar y la segunda más baja de secundaria en lo que va del sexenio” 3 . Este autor señala que la tasa de absorción en la escuela secundaria de los egresados de primaria, sólo avanzó una décima de punto porcentual, mientras que la tasa de eficiencia terminal, luego de los cambios promovidos por los regímenes de Salinas y Zedillo en este nivel educativo, disminuyó cuatro puntos.
Gasto federal total en educación 1994-19982
Millones de pesos | Población Total | Matrícula pública | Gasto por habitante pesos | Gasto por alumno pesos | ||
Año | (a precios corrientes) | 1993-100 | habitantes | Alumnos | 1993-100 | 1993-100 |
1994 | 65,036.8 | 60,052.4 | 89,054,714 | 23,820,938 | 674.33 | 2520.99 |
1995 | 77,611.9 | 51,983.9 | 91,158,290 | 24,399,079 | 570.26 | 2130.57 |
1996 | 106.637.8 | 55,138.5 | 93,181,633 | 24,793,352 | 591.73 | 2223.92 |
1997 | 134,687.9 | 58,636.4 | 94,732,320 | 25,228,149 | 618.97 | 2324.25 |
1998 | 170,270.3 | 63,847.8 | 96,254,388 | 25,511,700 | 663.32 | 2,502.69 |
Fuente: Anexo estadístico del IV Informe de Gobierno del Dr. Ernesto Zedillo Ponce de León y criterios generales de política económica para 1999. Elaboración de Manuel I. Ulloa con el gasto federal en educación a precios de 1993 y el gasto federal en educación por habitante y por alumno con esa misma base.
En la educación media, el hecho más significativo es la disminución del gasto federal el que además se concentra preferentemente en las opciones técnicas en detrimento del bachillerato de tipo universitario y humanístico, el más demandado por los jóvenes en esas edades. La situación se torna dramática si se toma en cuenta lo ocurrido en la educación superior:
En lo que se refiere al gasto federal en educación superior (GFES), entre 1994 y el proyecto de presupuesto para 1999, el gasto federal por habitante de 20 a 24 años presenta una disminución de 44.1 y de 46.3 por ciento, el gasto federal por alumno y con respecto al ejercicio de 1998, significa reducciones de 28 y 27 por ciento respectivamente, las más drásticas para un año en lo que va de la presente administración4.
Existe un proceso identificable de privatización de la educación superior que explica el deterioro educativo sufrido en los últimos años: “Margarita Noriega, en su tesis doctoral: Procesos y sujetos determinantes en el financiamiento de la educación, en el contexto de la globalización: el caso de México 1982-1994, UAA, abril de 1998, ha demostrado la intervención de los organismos internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el BID en la formulación y aplicación de la política educativa en nuestro país, por medio de préstamos que resultan congruentes con la aplicación de las políticas que estos organismos recomiendan”5.
Una vertiente importante por la que transcurre el proceso de privatización de la educación superior la señala el propio Ulloa cuando observa la tasa de crecimiento de la educación impartida por las instituciones privadas en comparación con el crecimiento de las instituciones públicas:
Los datos de este último cuadro, que muestran un crecimiento de la educación superior impartida por particulares muy por encima del crecimiento de la educación ofrecida por instituciones públicas, son inexplicables sin el apoyo directo del presupuesto estatal, que se reorienta de manera creciente en beneficio de las instituciones particulares. Un índice de esta reorientación de los recursos se puede encontrar en el Anexo del 5º Informe de Gobierno de Ernesto Zedillo, del 1º de septiembre de 1999, que registra un “crecimiento real” del 15.9 por ciento respecto del gasto erogado al inicio de su administración. El 90 por ciento del gasto nacional en educación lo financia el gobierno federal.
El “Gasto nacional ejercido en educación”, registrado en el Anexo del informe presidencial, informa del creciente gasto ejercido por las instituciones privadas, como se observa en el siguiente cuadro:
Tasas de incremento de la matrícula6
Privada de educación superior | Pública de educación superior | ||||
Ciclo escolar | Licenciatura % | Postgrado c/c | ciclo escolar | Licenciatura % | Postgrado % |
1982-1983 | 1 | 1982-1983 | |||
1982-1983 | 31.6 | n.d. | 1988-1989 | 15.9 | n.d. |
1994-1995 | 54.8 | 114.0 | 1994-1995 | 4.1 | 31.2 |
1995-1996 | 11.3 | 28.8 | 1995-1996 | 5.0 | 13.7 |
1996-1997 | 7.0 | 26.2 | 1996-1997 | 1.4 | 19.2 |
1997-1998 | 6.5 | 30.6 | 1997-1998 | 3.9 | 6.2 |
1998-1999 | 15.4 | 23.3 | 1998-1999 | 6.0 | 9.7 |
1998-1999/1994-1995 (total acumulado en el sexenio de Ernesto Zedillo) |
46.5 | 161.6 | 1998-1999/1994-1995 | 17.3 | 58.0 |
Fuente: Elaboraciones de Manuel I. Ulloa con base en información de los anexos estadísticos de distintos informes de gobierno.
Gasto nacional ejercido en educación7
Concepto | 1991 | 1992 | 1993 | 1994 | 1995 | 1996 | 1997 | 1998 | 1999 |
Millones de pesos a precios corrientes GASTO NACIONAL EN EDUCACIÓN |
|||||||||
Federal | 32 255.8 | 42 637.9 | 54 566.1 | 65 036.8 | 77 611.9 | 100 793.0 | 126 894.9 | 157 544.9 | 183 239.1 |
Privado | 2 130.0 | 3 406.2 | 3 848.9 | 4 046.7 | 4 254.8 | 16 164.6 | 20 862.3 | 27 329.6 | 31 933.6 |
Elaborado a partir de la información contenida en el 5º Informe de Gobierno, 1º de septiembre de 1999, p.215.
La peligrosa reducción del gasto educativo por habitante y por alumno, la disminución del incremento de la matrícula, la opción gubernamental casi exclusiva a favor de las instituciones tecnológicas y la reorientación de los recursos públicos a las instituciones de educación superior privadas en detrimento de la educación pública, son factores combinados que se multiplican y producen que se cuenten por millones los jóvenes del grupo de edad de 20 a 24 años, que son excluidos de la educación superior y los que difícilmente podrán encontrar un empleo bien remunerado, como se muestra en el siguiente cuadro:
Las cifras muestran que el saldo negativo de la política educativa del régimen del Dr. Ernesto Zedillo Ponce de León es el de mayor magnitud. La situación en la educación superior coloca al país en desventajosas condiciones de competencia frente a otros países en desarrollo, y frente a los países desarrollados la escolaridad de los mexicanos disminuye de forma alarmante.
Población de 20 a 24 años excluida de la educación superior 1982-19988
Año | Población 20-24 años | Matrícula Educación superior | Población excluída |
1982 | 6,480,870 | 918,800 | 5, 562,070 |
1988 | 7,501,958 | 1,085,200 | 6,416,758 |
1994 | 8,924,362 | 1,217,100 | 7,707,262 |
1995 | 9,207,309 | 1,295,000 | 7,912,309 |
1996 | 9,499,227 | 1,329,700 | 8,169,627* |
1997 | 9,207,309 | 1,295,000 | 7,912,309 |
1998 | 10,111,122 | 1,505,800 | 8,605,322 |
El Proyecto de Presupuesto de Egresos para el ejercicio fiscal de 1999 se propuso reducir el gasto educativo en inversión en 37.5 por ciento en comparación con el año 1998, reducción a la que se opuso la Cámara de Diputados. Esta política de inversión educativa es compensada de modo creciente por un mayor gasto de los padres de familia:
Desde hace años, la sociedad ha venido haciendo aportaciones para suplir, al menos en parte, las omisiones e insuficiencias del gasto educativo en inversión por medio de contribuciones obligatorias, semiobligatorias y voluntarias, que las familias mexicanas vienen haciendo en forma creciente y en proporción regresiva a sus ingresos, para la construcción, mejoramiento y operación de las escuelas públicas a las que asisten sus hijos. Esta situación atenta gravemente contra la gratuidad, a la que constitucionalmente está obligado el Estado en toda la educación que imparte9.
La baja constante del gasto educativo es suplida también por la disminución del salario de los docentes, que en el caso de las plazas iniciales para los docentes de primaria, según Ulloa, en 1998 fue 65% inferior en términos reales al que percibían en 1982. El proceso de descentralización de la educación simula nuevas disminuciones del gasto federal en educación10.
En conclusión, de acuerdo con estos datos es falso que la política educativa del gobierno de Ernesto Zedillo se propusiera ofrecer educación a la niñez y a la juventud. En un balance en el último año de su gobierno, la asignación de recursos fue menor a la de 1994; el gobierno federal opera el sistema educativo financiándolo con bajísimos salarios para los profesores y con aportaciones prácticamente obligatorias de las familias con hijos en los diferentes niveles educativos; incumplió las metas previstas por la propia SEP; la descentralización no asigna recursos presupuestales a los estados y en la educación media superior y superior privatiza a esas instituciones de acuerdo con los lineamientos de los organismos financieros internacionales, política que las fracciones de los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional de la LVII Legislatura han aceptado11.
Otro crítico de la política gubernamental para la educación superior, Carlos Imaz, observa las consecuencias de la política educativa en la Universidad Nacional Autónoma de México, institución que es la base misma del sistema de instituciones autónomas de educación superior del país:
A pesar del incremento nominal del subsidio federal que se le dio a la UNAM , la más grande y prestigiada universidad de México, este subsidio representa para 1995 el 0.25% del PIB. De tal suerte, la institución que produce la mitad de la investigación científica nacional y el mayor número de profesionistas en el país, recibió casi el mismo porcentaje del PIB destinado en 1981 y 19% menos que el proporcionado de 0.32%, en 197612.
Y advierte:
En los dos primeros años, 1995 y 1996, del Presidente Zedillo, quien fue Secretario de Educación Pública, … la educación superior ha tenido un incremento de 5.5% (mientras que la UNAM y las universidades públicas, verán reducido su presupuesto en 8.6%)… La reducción del presupuesto de la UNAM y la reducción de la matrícula estudiantil (13%, o lo que es lo mismo, 500,000 estudiantes en los últimos 15 años), en la misma universidad indican un peligroso círculo vicioso donde las posibles nuevas universidades no harán más que atender nuevos rezagos y no el atraso histórico13.
La política educativa del gobierno de Ernesto Zedillo, no intentó crear nuevas universidades autónomas en los años posteriores de su sexenio, como sugirió Carlos Imaz. La creación de las llamadas universidades tecnológicas y la privatización del sistema público de educación, principalmente el de las instituciones de educación superior autónoma, se reveló como el fondo mismo del proyecto educativo con negativas consecuencias sociales y culturales cada día más importantes.
La política educativa del gobierno de Ernesto Zedillo contribuyó poderosamente a la crisis de la Universidad Nacional (UNAM) y con ello al conjunto del sistema de universidades financiadas por el Estado.
La Universidad de Guadalajara, la segunda más importante del país, señala las graves consecuencias de esta reducción sistemática del financiamiento de las universidades públicas. La arbitraria discrecionalidad de los mecanismos actuales de financiamiento producen efectos desastrosos en las instituciones de educación superior como se ve en el recuento de estos efectos elaborado por Carlos Ornelas14:
Fondos insuficientes para la investigación, bajos salarios y prestaciones, pérdida de prestigio de la profesión académica, poca infraestructura y mal mantenida, cobertura insuficiente, baja calidad de la educación, irrelevancia de la enseñanza y la investigación, rezago curricular y equipamiento a veces miserable de los salones de clase, de los laboratorios y las bibliotecas’15.
Entre los efectos más graves de este proceso que podemos llamar de liquidación de las universidades públicas, la Universidad de Guadalajara señala las muy graves consecuencias en cuanto a escolarización en el plano comparativo.
Los efectos adversos para el desarrollo del país como resultado de la política educativa de los últimos años se observa también al comparar la escolaridad de la educación media y superior entre los países del TLC, México, Estados Unidos y Canadá:
Los efectos del desfinanciamiento de la educación se observan en el gasto por alumno en la educación superior.
Las desventajas comparativas cada día más acentuadas, también se observan en las grandes diferencias en el salario de los profesores:
Tasa bruta de escolarización16
Nivel educativo | México | Estados Unidos | Canadá |
Educación media | |||
Educación superior |
Fuente UNESCO, World Education Report, 1991, París.
Gasto por alumno en Educación Superior17
País | US $ | % del ingreso per Cápita |
Promedio OCDE | 10,300 | 61 |
MÉXICO | 2,662 | 76 |
EE.UU. | 12,350 | 63 |
CANADÁ | 13,890 | 61 |
Fuente: Tercer Informe de Gobierno, 1997. Anexo Estadístico. Poder Ejecutivo Federal, México.
Salario mensual en dólares para profesores en educación superior18
Promedio OCDE | 3,853 |
MÉXICO | 730 |
EE.UU. | 5,119 |
CANADÁ | 7,113 |
Fuente: OCDE, Panorama Educativo: Análisis 1996. OCDE. Para el caso de México: Tabulador SEP 1997 para Profesor Asociado “B” tiempo completo, incluido aguinaldo y prima de antigüedad de 10 años.
La situación en las principales universidades públicas del país, muestra que lejos de actuar en el sentido de apoyar a la educación pública superior, el gobierno actual orienta su actividad a la reducción del sistema e incluso a su liquidación o venta para fortalecer el proyecto privatizador de las instituciones bancarias, como el del grupo financiero Bancomer.
El Grupo Financiero Bancomer, en agosto de 1999, publicó un folleto titulado Educación para el Crecimiento Económico. Elaborado por un “Economista principal”, Manuel Sánchez González y un nutrido grupo de intelectuales del Banco, distribuidos en secciones de “Estudios macroeconómicos y políticos”, de “Sistema financiero y bancario”, de “Estudios sectoriales y regionales”, de “Estudios especiales”, de “Información y modelos”, vinculados por un Coordinador, Fernando Tamayo Noguera. De una gran pobreza en su contenido, el breve folleto es importante porque revela los argumentos bancarios para apropiarse del presupuesto público para la educación y para subastar y entregar a manos privadas los establecimientos y las instalaciones destinadas a la educación pública19.
La Introducción, precedida por el subtítulo sostiene que es necesario proteger la propiedad para garantizar una distribución eficiente de recursos y desplazar al gobierno de la función educativa para mejorar la calidad del capital humano:
Para que una economía sea exitosa en términos de crecimiento sostenido y equidad, se requieren tres condiciones fundamentales. La primera es que el arreglo institucional que enmarca la actividad de los agentes económicos provea los incentivos adecuados para una asignación eficiente de recursos, definiendo y protegiendo los derechos de propiedad. La segunda condición es que el marco macroeconómico sea estable. Y la tercera es que se de una continua acumulación de capital humano a través de un sistema educativo de alta calidad.
En México, a pesar de la importancia que tiene la educación, el marco institucional vigente no otorga los incentivos adecuados para que la acumulación de capital humano se traduzca en desarrollo económico, el que el gobierno haya asumido la función de proveer en forma mayoritaria el servicio educativo, pudiendo otorgar y quitar arbitrariamente la concesión a los agentes privados que también ofrecen este servicio, es uno de los principales elementos que explican por qué México sigue siendo un país subdesarrollado20.
Este grupo de intelectuales bancarios, como los teóricos del período salinista, se ocupan en primer término de descalificar al conjunto del sistema educativo:
Este estudio analiza el efecto que ha tenido sobre el desarrollo de la economía mexicana la ausencia de incentivos adecuados para una asignación eficiente de recursos en el sistema educativo nacional, hecho que se ha traducido en un servicio educativo de baja calidad y, por tanto, en bajos niveles de capital humano21.
La descalificación global del sistema de educación pública conduce sin preámbulos a proponer una gran reforma destinada a crear nuevos “derechos de propiedad”, para generar incentivos que mejoren la calidad de la educación y garanticen, mediante los bancos que sustituyan al Estado, la igualdad de oportunidades de acceso:
La reforma propuesta, orientada a definir los derechos de propiedad en el sistema educativo nacional para incentivar una mayor calidad de la educación, se centra en redefinir el papel del gobierno, el cual, en lugar de ofrecer directamente el servicio educativo, tendría como función garantizar la igualdad de oportunidades de acceso a la educación mediante un sistema de “bonos educativos”. La adopción de este sistema implica que el sector privado sería el encargado de ofrecer el servicio mientras que el gobierno subsidiaría a la demanda (subrayado de los autores).
La idea encierra el propósito de los bancos de apropiarse de los recursos públicos destinados a la educación (218 mil millones de pesos para 199922), y orientarlos a las empresas educativas en manos de particulares. Tal vez era este el propósito a mediano plazo de los cambios constitucionales de 1992 y 1993. El sistema de bonos propuesto, varias veces comentado con entusiasmo por el presidente Ernesto Zedillo, exige también la evaluación por parte de los bancos junto con empresas particulares del tipo del Centro Nacional de Evaluación (CENEVAL), del desempeño de las escuelas y de los profesores:
El sistema de “bonos” se tiene que complementar con la adopción de un sistema transparente para evaluar el desempeño de los profesores. Para ello se propone la instrumentación de exámenes nacionales por grado en la primaria y en la secundaria, lo que permitiría condicionar el monto de las transferencias gubernamentales a las escuelas y a los profesores con base en el desempeño de los alumnos en esos exámenes23.
Para la educación superior el desplazamiento del Estado es total e incluye desde luego el pago de colegiaturas:
Finalmente, se propone eliminar el subsidio gubernamental a las universidades públicas y que sean los propios alumnos quienes cubran, a través de colegiaturas, el costo de su educación universitaria”24.
Separación de la política y la economía si consideramos que la educación nacional deja de ser un asunto eminentemente social y académico para convertirse en un problema de competencia y rentabilidad. Separación artificial de un problema político que sólo se hace subterráneo y reintroduce su verdadero carácter cuando resurge como problema social. Como Michel Foucault del cuerpo (Vigilar y castigar, nacimiento de la prisión), diríase que la educación sólo se convierte en fuerza útil cuando es a la vez productiva y sometida. Si en la historia el sometimiento se identifica con el orden estatal de la modernidad, en Educación para el crecimiento económico del Grupo Financiero Bancomer, el nuevo orden se somete a las instituciones financieras por medio de la subasta de las instituciones estatales para hacerlas productivas con el dinero público:
Existen diversos problemas de carácter institucional, que inhiben que la educación en México sea de una alta calidad y que se traduzca en una mayor productividad de la mano de obra y de los niveles de ingreso.
Por el lado de la oferta, los problemas existentes pueden resumirse, como se comentó, en la ausencia de competencia en las escuelas administradas por el gobierno, derivada de la falta de definición de los derechos de propiedad. Esto ha ocasionado bajos salarios y escasa productividad de los profesores y, por lo mismo, una menor calidad de la educación ofrecida en éstas en relación con las escuelas privadas. La solución está en buscar los incentivos para que la calidad de las escuelas públicas se incremente.
En esta solución el gobierno tiene un importante papel que jugar, mas éste no es el de ser quien provea el servicio educativo, sino determinar y garantizar los derechos de propiedad así como la igualdad de oportunidades de acceso y otorgar los incentivos para incrementar la competencia entre las escuelas, que impliquen un servicio educativo de mayor cobertura y calidad. Al ser positiva la productividad marginal de la educación, mientras mayor sea el nivel de capital humano en la sociedad, la productividad marginal de la mano de obra se incrementa, en lo individual y en el agregado, se facilita la introducción del cambio tecnológico, aumenta los niveles de salud de la población y la distribución del ingreso se vuelve más equitativa. Por ello, es papel del gobierno aprovechar esta externalidad mediante el subsidio de esta actividad, pero dentro de una estructura en la cual ésta sea ofrecida por el sector privado. Es decir, es papel del gobierno utilizar recursos fiscales para subsidiar la demanda por servicios educativos.
De esta manera, se debe otorgar la administración de las escuelas públicas urbanas en los niveles preescolar, primaria y secundaria al sector privado mediante un proceso de subastas de las instalaciones existentes, dando entera libertad a los administradores privados para la contratación de profesores y la determinación de sueldos. Esta forma de administración privada de las escuelas tiene que complementarse con dos elementos. El primero es la creación de una estructura de “bonos de educación”, válidos en cualquier escuela y redimibles por el gobierno, los cuales serían utilizados por los padres de familia para elegir a donde van sus hijos.
El segundo elemento lo constituye “amarrar” el presupuesto gubernamental educativo y por lo mismo el monto de las transferencias que el gobierno otorga a indicadores de rendimiento de la escuela y de los profesores. Al estar la educación bajo la administración privada, cuando ésta se realiza bajo un método de subastas, se llega a una definición de los derechos de propiedad, ya que está en el interés del administrador privado cuidar la calidad de los servicios que provee debido a que de ello dependería su ingreso y por lo mismo la rentabilidad de su inversión25.
El nuevo orden educativo bancario se basa en los bonos educativos:
Los “bonos de educación” a los cuales tendrían derecho cualquier padre de familia con hijos en edad de cursar los tres ciclos escolares mencionados, darían el derecho de demanda sobre cualquier escuela. Obviamente, al desear los padres que el bienestar futuro de sus hijos sea mayor que el de ellos, tenderían a elegir escuela que ofrezca una mayor calidad, tomando también en consideración otros elementos como podrían ser la cercanía, los medios de transporte, la seguridad, etc. Así, las autoridades gubernamentales pagarían a la escuela el equivalente monetario de los bonos, tal que se garantice un mínimo de ingresos por alumno atendido, pero no garantizarían que con el ingreso de estos bonos se cubran los costos totales26.
El proyecto de reforma que pretende implantarse en el régimen del presidente Zedillo tiene un nuevo contenido académico definido por los evaluadores del sistema:
Los indicadores de desempeño o de calidad serían obtenidos a partir de exámenes nacionales por grado y la transferencia gubernamental a las escuelas y a los profesores estaría en función directa del desempeño de sus alumnos en estos exámenes27.
La utopía conservadora de un Estado que sólo subsidia a las empresas particulares se realiza sin límite en la educación superior. Como un servicio que sirve a los individuos, la llamada “externalidad positiva” del Estado desaparece:
Por lo que se refiere a la intervención del gobierno en la educación superior en las “universidades públicas”, aportando recursos fiscales para el financiamiento de los servicios que ofrecen, es importante señalar que el capital humano que cada uno de los individuos acumula a través de la educación formal, conlleva a un beneficio para la sociedad reflejado en una mayor productividad de la mano de obra, tecnología moderna de producción, así como mayores niveles de salud y de calidad de vivienda. Este efecto externo positivo es creciente desde la alfabetización, hasta la educación secundaria. En la educación media superior, la externalidad sigue siendo positiva aunque cada vez menor. Finalmente, para la educación universitaria aquélla ya no existe, es decir, el que recibe la educación se apropia de todo el beneficio por haber estudiado. Por lo mismo, desde el punto de vista social, es justificable que el gobierno destine recursos únicamente hasta el nivel medio superior. Para la educación universitaria, al no existir una externalidad positiva no se justifica el financiamiento gubernamental28.
La necesidad de seleccionar las profesiones rentables se desprende de la Reforma propuesta y por otra parte, el proyecto señala la necesidad de exigir apoyo del Estado para las actividades más costosas: Por otra parte, al destinar recursos públicos al financiamiento de la educación, se supone que todas las profesiones tienen, en el margen, el mismo valor para la sociedad, lo cual no es cierto. Hay profesiones universitarias que pudiesen aportar más a la sociedad que otras.
Adoptar una política en la cual los estudiantes cubran el costo marginal de los servicios educativos, tal como sucede en las universidades privadas, además de hacer que los mismos estudiantes incurran en los costos y beneficios de recibir educación superior, permitiría incrementar los sueldos de los profesores y destinar recursos a la investigación, que podrían ser las únicas actividades en el ámbito universitario que recibieran apoyo gubernamental29.
El grupo financiero y sus fieles intelectuales señalan de antemano las carreras que sobrevivirán en su escuela:
La mayor competencia interna y externa que se está experimentando en la economía mexicana implica un gran reto educativo para las instituciones de educación superior, en donde es indispensable incrementar la calidad y dar un mayor impulso al estudio de las ciencias naturales, exactas e ingenierías, dado que su rendimiento es mayor que en las ciencias sociales, administrativas y humanidades30.
Apropiarse del presupuesto nacional para la educación, reducir al mínimo más rentable el desarrollo de las profesiones y la cultura e intervenir decisivamente en el contenido de los programas educativos, no es una utopía de algunos empleados de las elegantes oficinas bancarias. Las reformas propuestas por el Grupo Financiero Bancomer tienden a ser una política del gobierno, que no encuentran obstáculo legal y que son capaces de allanar los obstáculos sociales y políticos a la completa instauración de su proyecto educativo-empresarial como proyecto nacional.
Por su parte, en la perspectiva del Programa del Sector Educativo para el año 2000, la propuesta gubernamental se acerca cada vez más a la planteada por el Grupo Financiero Bancomer. Para la educación media superior y superior se fortalece al concurso de ingreso a la educación media superior de la zona metropolitana de la ciudad de México para orientar la matrícula a las opciones técnicas:
En la actualidad el nuevo modelo educativo responde de manera más pertinente a las necesidades y demandas del sector productivo al ofrecer a sus estudiantes una formación técnica que incorpora en su mapa curricular módulos ocupacionales que se basan en normas de competencia laboral31.
Para la educación superior, el nuevo modelo educativo del gobierno federal ignora la grave crisis de la educación pública gratuita y afirma autocomplaciente:
El crecimiento de la matrícula en este tipo educativo se ha logrado por la ampliación de la oferta educativa que responde al incremento de la demanda (sic); la diversificación de los servicios que se traduce en la apertura de nuevas opciones y modalidades cada día mejor vinculadas con las necesidades de las personas; por la mayor flexibilidad de los servicios que en la actualidad facilitan el tránsito entre la formación superior y el mundo del trabajo; y por la mayor concurrencia de los particulares32.
La “mayor concurrencia de los particulares” se reafirma y complementa en la inciativa presidencial para el Decreto de Presupuesto de Egresos de la Federación para el Ejercicio Fiscal del Año 2000, en el que se afirma:
De ser aprobado el Proyecto de Presupuesto, el Gobierno Federal canalizará a través del sector educativo 10, 268.2 millones de pesos a las actividades de investigación científica y desarrollo tecnológico. A estos habrá que adicionar los ingresos propios que generen las universidades públicas, los centros SEP-Conacyt y el Sistema de Investigación Tecnológica, lo que permitirá disponer de alrededor de 12 mil millones de pesos para el apoyo a la investigación básica aplicada y de desarrollo tecnológico33.
La diversificación de servicios que propone el Proyecto de Presupuesto, que favorece casi exclusivamente a las instituciones de carácter tecnológico (se prevé edificar trece institutos tecnológicos superiores en el año 2000), es también el abandono de la educación superior universitaria y humanística. Podemos afirmar que el año 2000 es también el año en el que las instituciones públicas universitarias tendrán más financiamiento proveniente de los ingresos propios que del estatal para cumplir con sus funciones de investigación, lo que todo sumado resulta en la insuficiencia de recursos. El proyecto “nacional” de los Bancos y el privatizador del gobierno coinciden cada día en mayor medida.
La larga huelga estudiantil de la Universidad Nacional (marzo de 1999 - febrero del 2000), interrumpida por la intervención de la Policía Federal Preventiva en las instalaciones de los planteles universitarios, es resultado de la inconformidad de numerosos jóvenes que perciben que el nuevo proyecto educativo prevé reducir su nivel de formación para obligarlos a optar por formaciones técnicas que garantizan la producción de una abundante fuerza de trabajo con bajos salarios a la medida de las necesidades de algunas empresas trasnacionales. El conflicto social que este designio engendra, se agravó con la presencia policial en las instalaciones universitarias que polariza el enfrentamiento y genera nuevas expresiones de beligerancia de quienes en el gobierno y en la Universidad Nacional se proponen, con la ayuda de la represión, imponer nuevas restricciones a la matrícula y al financiamiento de la universidad pública.
1 Manuel I. Ulloa, Evaluación del Programa Educativo 1995-2000, Quórum, Año VIII, Nº 65, marzo-abril 1999, p. 93.
2 Ibídem, p. 94.
3 Idem.
4 Ibídem, p. 97.
5 Ver los artículos de Julio Boltvínik (La Jornada 03/XII/98 y 04/ XII/98) que relacionan esta intervención del Banco Mundial con el Proyecto de Presupuesto de Egresos para la educación superior en 1999, Ibídem, p.98.
6 Ibídem, p.99.
7 Idem.
8 Manuel I. Ulloa, Ob. cit., p. 100. * Surgimiento de movilizaciones de estudiantes rechazados.
9 Idem.
10 Ibídem, p. 103.
11 Ibídem, “Conclusiones”, pp. 104-106.
12 Imaz, Carlos, et al., ¿Y el costo de la ignorancia? 1996, el rezago educativo en México, México, Grupo Parlamentario, Partido de la Revolución Democrática, H. Cámara de Diputados, LVI Legislatura, junio 1996, mimeo, p. 27.
13 Ibídem, p.34.
14 Ornelas Carlos, “Las antinomias de la educación superior: el panorama mundial.”, en: La UNESCO frente al cambio en la educación superior en América Latina y el Caribe. Memorias del Seminario UNAM/UNESCO, México, 1995.
15 Universidad de Guadalajara, Criterios para subsidio público a universidades. Documento de trabajo, noviembre de 1997, p. 29.
16 Idem.
17 Ibídem, p. 31.
18 Idem.
19 Grupo Financiero Bancomer, Educación para el crecimiento económico. Serie de propuestas, agosto de 1999, Centro Bancomer, Av. Universidad 1200, Delegación Benito Juárez, México 03339, D.F.
20 Ibídem, p. 3.
21 Loc. cit.
22 Secretaría de Educación Pública, Programa del Sector Educativo para el año 2000, SEP, México, 2000, p.33.
23 Grupo Financiero Bancomer, Educación para el crecimiento económico, Serie Propuestas, México agosto de 1999, p. 3.
24 Ibídem, p. 4.
25 Ibídem, p.13.
26 Ibídem, p. 14
27 Idem.
28 Ibídem, p. 15.
29 Ibídem, p. 16.
30 Ibídem, p. 17.
31 Secretaría de Educación Pública, Programa del Sector Educativo para el año 2000, SEP, p. 49.
32 Ibídem, p. 50
33 Iniciativas, Proyecto de Decreto del Presupuesto de Egresos de la Federación para el Ejercicio Fiscal del Año 2000, Gaceta Parlamentaria. Jueves 11 de noviembre de 1999, p. 73.
![]() |
Versión PDF |
María Cristina Laverde Toscano **
* Documento preparado y presentado por la Directora del DIUC al Consejo Superior y al Comité de Acreditación de la Universidad Central en la perspectiva de proponerlo como material de reflexión y dispositivo del proceso de autoevaluación hacia la Acreditación.
** Socióloga. Directora del Departamento de Investigaciones de la Universidad Central y de su revista Nómadas.
El objetivo de este documento radica en proponer un tramado que cimente la formulación del Proyecto Educativo Institucional –PEI– de nuestra Universidad para delinear así los trazados del proceso de autoevaluación desde los distintos contextos que a mediano y largo plazos, de una u otra forma, marcan linderos al curso de nuestra Institución. De esta manera, el documento posee los límites de ser una propuesta, un material de trabajo que, como tal, es dueño de una postura, susceptible a los cuestionamientos, los aportes, y las reformulaciones que emerjan del proceso participativo, dialógico y democrático en el cual está empeñada hoy la Universidad Central desde los mandatos de su Consejo Superior, su Rectoría y su Consejo Académico. La dirección de nuestra Institución considera que sólo la calidad, la apuesta por la excelencia en torno al ejercicio de las tres funciones sustantivas de la educación superior –docencia, investigación y proyección social–, en coherencia con sus contextos determinantes, permitirá los cambios que la Universidad y la sociedad hoy precisan.
Si buscamos conocer los escenarios en los cuales está inserta la Universidad Central, aquellos que de una u otra manera delimitan sus posibilidades y lo hacemos como una estrategia que le permita reflexivamente definir, entre otros, sus apuestas de futuro, las relaciones que asumirá con su sociedad, los compromisos frente a los procesos de transformación que demanda el presente histórico, es importante plantear algunas reflexiones preliminares. Una de estas reflexiones señala que ante la complejidad del ámbito contemporáneo de la educación superior en Colombia no es pertinente simplificar la externalidad de una institución de esta naturaleza tan sólo al escenario económico internacional1; ello, a nuestro juicio, ha tenido sus efectos perversos, particularmente en los nexos de la universidad bogotana con su ciudad, como veremos más adelante. Aceptar este planteamiento conduce a entender que el escenario de la universidad colombiana es plural: conformado por distintos contextos que entre sí guardan, por supuesto, hondas relaciones. Así entonces en este documento emprendemos el análisis de los cuatro contextos que, desde nuestra perspectiva, ineludiblemente han de incidir en el carácter y en las dimensiones del PEI de la Universidad Central.
En primer lugar, abordaremos el estudio del contexto internacional, fundamental en el curso actual de una nación; en mayor medida ante la irreversible globalización que desde sus mandatos económicos penetra hasta las instancias de lo cultural.
El segundo es el contexto del país; la Colombia del aquí y ahora con su historia, con su cultura de la violencia, construida a fuerza de ser la intolerancia la forma de relación privilegiada y en la cual, paradójicamente, se anida la esperanza: no existe una naturaleza violenta del colombiano; es una cultura y como tal, susceptible de transformarse. Es nuestra sociedad, con sus circunstancias y problemas diversos y complejos en todos los órdenes y a los cuales la educación superior colombiana debe responder e incluso, en un mañana, les debe anteceder.
El tercer contexto es Bogotá; esa ciudad que, coloquialmente, “carece de dolientes”; en la cual convergen las más disímiles procedencias regionales , étnicas, religiosas, que traen a cuestas dramáticas pobrezas y los múltiples rostros de las violencias aprendidas desde los más diversos lugares de la geografía nacional. Bogotá, esa ciudad que en el correr del siglo pasado fue diluyendo su propia fisonomía, su identidad: convergencia de culturas varias en desencuentros no recontextualizados; municipio en el que confluyen las más espesas problemáticas, con frecuencia lindantes en lo enigmático. También en este territorio se concentran el mayor número de universidades del país, el mayor número de docentes e investigadores de alta calidad, el mayor número de estudiantes, de egresados… No obstante, pareciera que la universidad bogotana parasitara en su ciudad. Sin desconocer su papel en la formación de los profesionales demandados por el mercado de trabajo y el compromiso cierto de unas pocas instituciones, además de aportes importantes en el ámbito de la ciencia, ¿qué ha hecho, con dimensión de proyecto académico- político-ético, esta universidad por su metrópoli? ¿Cuáles son los márgenes de influencia siquiera en sus entornos inmediatos, barrio o localidad? ¿Por qué Medellín, y sólo en vía de ejemplo, ciudad con raíces, tradición, sentido de pertenencia –quizás aquí está la respuesta–, se nutre de su institución universitaria en intenso diálogo? ¿Dónde se encuentran las diferencias con las universidades capitalinas? A manera de hipótesis aquí se anida una de las perversiones resultantes de cifrar los contextos universitarios tan sólo en las esferas internacionales y económicas.
Es preciso escenificar nuestra ciudad, conocerla, comprenderla para así comprometernos con ella. Particularmente el tema interesa a nuestro Departamento de Investigaciones –DIUC– en tanto viene madurando un proyecto de investigación e intervención que, involucrando al conjunto de la Universidad Central, convocando a otras instituciones, se arriesgue por Bogotá. Será una opción determinada por la dimensión que logre el PEI centralista el cual, en razón de los objetivos fundacionales y de la tradición de la Institución, sabemos, privilegiará lo público –frente a intereses de grupo o particulares– y lo nacional y local ciudadano como proyecto académico-ético-político empeñado con su sociedad.
En último lugar, el contexto educativo en Colombia: cuál es el balance de la educación formal en general, cuál el de la educación superior, cuáles son los retos que con perspectiva de futuro hoy se le imponen y cuáles de ellos asumirá la Universidad Central, creando para ello –desde su PEI y desde su proceso de autoevaluación–, las condiciones que garanticen adecuadas respuestas.
La segunda reflexión necesaria en este acápite alude a la magnitud que pretendemos otorgar a los cuatro escenarios identificados. De una parte, en tanto marco histórico- económico-político-socio-cultural de un PEI universitario, estarán ajenos de lo coyuntural. Se buscará entonces la perspectiva histórica de los problemas conformadores de cada uno de ellos, su génesis, su desenvolvimiento, sus proyecciones. Así mismo, la elaboración teórica y relacional que devele el tejido y la articulación entre unos y otros fenómenos, entre lo micro y lo macrosocial. Esta óptica dará cabida a los distintos enfoques conceptuales y disciplinares que emerjan en el proceso de autoevaluación institucional, los cuales sin lugar a equívocos, enriquecerán su conocimiento e irán dilucidando alternativas, caminos, políticas, estrategias y acciones contributivas del cambio, tanto del sistema educativo como de aquellos que la sociedad demanda.
El mundo contemporáneo incuestionablemente se caracteriza por su complejidad, por lo vertiginoso de sus cambios, producto de los desarrollos científico-tecnológicos, por los desasosiegos y convulsiones emergentes de procesos con frecuencia contradictorios que densifican el panorama.
Tomemos como hilo conductor de este escenario el proceso de globalización, reconocido generalmente como la disposición progresiva y creciente hacia la interdependencia mundial de las economías y comercios nacionales y locales que –soportado en los avances de la informática, la telemática, la comunicación masiva–, va creando un intenso mercado universal de símbolos que harían pensar también en un camino hacia la globalización de la cultura.
Tras el fin de la guerra fría, con la caída de la cortina de hierro y la disolución de la Unión Soviética, se suprimen las barreras que dividían al mundo y se sueltan las amarras de fuerzas globalizadoras gestadas desde lustros anteriores en procesos de internacionalización de la economía que, a diferencia de la globalización, suponen sí una fuerte presencia mediadora de los Estados. Irrumpe este nuevo modelo, hijo legítimo del neoliberalismo, dueño de una lógica particular, ajeno, según algunas perspectivas, a las regulaciones estatales y absolutamente sensible a las oportunidades que le brindan los mercados como resultado de las transformaciones sustantivas que sufre la actividad económica mundial: “De economías más o menos confinadas al ámbito nacional estamos pasando aceleradamente a economías globales, que, gracias a la ubicuidad del ahorro, la ciencia y la tecnología, se orientan a la producción de bienes y servicios para el mercado mundial y, de igual manera, tienden a consumir indiferentemente los productos de cualquier región del mundo, con una cada vez más escasa regulación de los Estados”2.
Agotados los modelos de desarrollo dirigidos hacia los mercados nacionales y sin que aún se vislumbre otra propuesta como derrotero universal –lo que no significa que no pueda construirse–, la suerte económica de los distintos países está vinculada hoy, reconociendo diferencias, a su “capacidad para insertarse adecuadamente en el proceso de globalización”, para abrirse hacia fuera, para incursionar en los mercados mundiales; de esta manera podrán acceder tanto a las transacciones comerciales que posibilitarían su supervivencia, como a “atraer los capitales y tecnologías que el desarrollo requiere”. Y una inserción real y sobre todo sostenida en las corrientes mundiales depende, entre otros, del grado de competitividad que alcance cada país, entendida ésta como el saberse situar ventajosamente en el mercado internacional.
Los efectos de la globalización generan discriminaciones. Mientras los países industrializados a la vez que congregan la mayor parte del ahorro y de la inversión del mundo y consumen la porción más grande de la producción mundial, los países pobres deben aceptar la otra cara de la moneda, además de verse sometidos a los ritmos, normatividades y condiciones empresariales del Primer Mundo. Ahora bien, si ingresar a estos mercados no implica precisamente la resolución de sus problemas sociales y económicos, no hacerlo significa irremediablemente estancamiento y marginalidad.
“Las finanzas son el campo de la economía donde la globalización es más profunda y más acelerada. Los capitales, convertidos en información, circulan a enorme velocidad por el mundo entero, ávidos de rentabilidad y seguridad. La enorme sensibilidad y la vertiginosa movilidad global de los capitales, dispuestos a emprender el vuelo a la mínima señal de alarma, ejercen un decisivo control indirecto sobre el manejo de los grandes indicadores macroeconómicos de cada país, como la tasa de cambio, la inflación, las tasas de interés, el déficit fiscal o comercial, etc. El manejo inadecuado de estos indicadores puede suscitar su fuga masiva y una crisis financiera como la que sucedió en México en 1994”3. De aquí las limitaciones que la globalización impone al comportamiento de naciones y gobiernos.
Más que una opción de un país o de otro, la globalización es un hecho que se impuso en el mundo y “la vida interior de todos los países está inevitablemente globalizada, para bien o para mal”, negativa o positivamente. De manera negativa cuando, como en el caso Libia, de Irak o de Colombia –para nuestro país, particularmente en el anterior período gubernamental y en aras de los escándalos que lo llevaron a la prensa mundial como “narcodemocracia”–, una sociedad es juzgada, estigmatizada y sometida a políticas unilaterales emanadas de los centros de poder que la excluyen de sus mercados o condicionan su aceptación al acatamiento de los dictados hegemónicos: es una forma de insertarse en el orden global; más que actor de este proceso –como lo señalan Ramírez y Restrepo– se convierte entonces “en sujeto pasivo, en reo o en condenado… sentado en el banquillo de los acusados”, sometido al señalamiento, al aislamiento. Positivamente se accede a la globalización cuando el país asume las estrategias para insertarse en la iniciativa condicionada que este nuevo orden económico permite.
La diferencia entre estas dos formas de inserción, como lo enfatiza el texto antes citado, señala los nexos hondos entre la globalización de la economía, los medios de comunicación y la política internacionales. El capital –incluso más que mano de obra, materias primas suficientes o trabajo adecuadamente calificado–, demanda la confianza y la seguridad frente a los países que harán parte de su flujo. Atributos que la gran prensa internacional –impresa y electrónica– se encargará de mostrar como imagen positiva (o negativa) de ellos, convirtiéndose tal imagen en presupuesto para la inversión de capital que, desde el marco de las políticas globalizadoras, hacia estos lugares se dirige. A este propósito es pertinente analizar, como se hará más adelante, los temas y las implicaciones de la llamada agenda global: droga, derechos humanos, medio ambiente, como prioritarios… Agenda que, por el manejo hasta ahora otorgado, pareciera dejar de lado la corresponsabilidad mundial frente a estas problemáticas, utilizadas como el rasero de calificaciones y juzgamientos unilaterales hegemónicos.
Según algunos analistas, la globalización es marcadamente antiestatal y en esta perspectiva al Estado se le sindica como responsable de las distintas y reiteradas crisis económicas de las últimas décadas: “ su garra sofocante es mencionada como algo que contuvo las innumerables fuerzas creativas, emprendedoras, que buscaban la manera de salir a la superficie. El Estado –así– es señalado en todas partes como una institución que debe superarse, descentralizarse, volverse atrás y, si no, reducirse en su rol y en su estatus”4.
En su lugar, el mercado se convierte en la institución que habrá de controlar la “vida neoliberal”; es entonces no sólo la instancia que distribuye bienes y servicios sino un mecanismo de regulación de lo social. Será elemento líder que guíe actuaciones individuales y colectivas. Según Garf, este lugar preponderante del mercado corresponde con los fundamentos “leseferistas” de la ideología neoliberal cuyos orígenes, como proyecto liberal, promovieron la lucha contra el privilegio del poder arbitrario de la aristocracia terrateniente a favor de una revolución industrial; “el neoliberalismo actual es el núcleo del proyecto ideológico de enormes capitales atrincherados en la esfera nacional y al mismo tiempo actuantes en la internacional”5. El mercado y su globalización serán la estrategia del progreso económico mundial.
El Estado debe renunciar a su papel benefactor. El pacto o contrato social entre el capital y el trabajo, que permitía al primero el acceso a la propiedad y a la dirección económica a cambio de un Estado que proveyera los beneficios sociales para los trabajadores, se ha roto. “La economía globalizada puede decretar su muerte”. A su vez, puede reducir salarios, romper estabilidad laboral, incrementar el desempleo (la llamada “McDonalización” de la fuerza de trabajo); concentrar la producción de alta calidad y alta tecnología en las regiones más desarrolladas del planeta y aquella masiva en las menos avanzadas. “Los trabajadores – como las naciones–, que no son ya más el centro de la división internacional del trabajo, pueden quedar a su propia suerte, sin ´interferencias´ estatales, en una lucha crecientemente darwiniana para la supervivencia y la dominación”6.
Esta, en apariencia mermada presencia del Estado, su adelgazamiento progresivo, va incrementando los espacios para la iniciativa privada en ámbitos que antes, al menos en lo que a los sectores más amplios y deprimidos de la sociedad se refiere, eran de la órbita estatal: educación, salud y, en general, la prestación de los distintos servicios reconocidos como públicos.
Son, entre otros, los factores que llevan a afirmar la tendencia que este nuevo orden económico impone en términos de incremento de las desigualdades entre países y al interior de éstos; pero también, la necesidad imperativa de que cada país, ante la ausencia de modelos de cambio alternos, cree las condiciones para, de una parte, construir propuestas disyuntivas autónomas que consulten, por ejemplo, lo regional; de otra, para una inserción adecuada y positiva que, haciéndolo competitivo, permita las transformaciones que sociedades como las nuestras –con altos índices de pobreza, inequidad, intolerancia, atraso, fragmentación, exclusión– imperativamente requieren como condición de su propia transformación y de la sostenibilidad de su inserción económica en los flujos del mercado global.
De otra parte, tanto los países ricos como los inscritos en el Tercer Mundo buscan la creación de bloques, alianzas e integración regional: agruparse para facilitar el comercio y la integración económica como estrategia para afianzar la competitividad; realidad que sugeriría entonces otras formas de acercamiento en ámbitos como la educación, la cultura, el medio ambiente. Se precisa pensar la integración regional como un proyecto político total que disponga de instrumentos de integración macroeconómica, con el propósito de que pueda convertirse, a mediano plazo, en una herramienta de negociación del lugar de la región en el nuevo orden mundial. Mercosur, en vía de ilustración, podría ser el pilar de la integración latinoamericana para enfrentar ventajosamente los designios neoliberales que desde los grandes centros económicos se pretedan imponer.
Desde el ámbito de la economía y de la tecnología, las propuestas de los procesos que reproducen sus mecanismos son semejantes en cualquier lugar de la tierra; hoy el capitalismo en su afán de globalización es el sistema económico dominante del mundo siendo dueño de un sistema técnico que circula en el fax, en las computadoras, en los satélites, en la energía nuclear, entre otros; sin negar la coexistencia con desarrollos técnicos que aún perviven. No se puede afirmar lo mismo cuando nos acercamos al universo de la cultura. Es por ello que Renato Ortiz7 propone el termino globalización para abordar el terreno de lo económico-técnico, en tanto categorías que evocan a “una cierta unicidad de la vida social”y mundialización para el dominio de la cultura. Es un concepto que supone, de una parte, mirar a esta última como expresión de procesos de globalización de la sociedad, arraigados en un determinado tipo de organización social en el que los presupuestos de la modernidad son su fundamento; de otra, la mundialización alude a una “concepción del mundo”, a un “universo simbólico” en el que necesariamente cohabitan distintas formas de comprensión y de acercamiento: de orden político, religioso, étnico, etc. “Vivimos en un espacio transglósico, en el cual diferentes lenguas y culturas conviven (a menudo de manera conflictiva) e interactúan entre sí. Una cultura mundializada configura, por lo consiguiente, un “patrón” civilizatorio. En tanto mundialidad, engloba los lugares y las sociedades que componen el planeta tierra”8. Se encarna así en organizaciones sociales particulares, en las prácticas cotidianas de sus hombres y mujeres y por ello su manifestación es desigual: atraviesa de “manera diferenciada” las realidades distintas de los diversos transcurrires de la modernidad.
Reconocer el proceso de la mundialización de la cultura desde esta perspectiva conduce a enfrentar la falsa disyuntiva entre homogenización de lo cultural y su necesaria diversidad. La primera se supone lograda a fuerza de ser parte de un mismo sistema técnico, de ser partícipe –“activo o pasivo”– de los desarrollos de las telecomunicaciones que hacen posible la “aldea global”, erradica las diferencias y tiende a la estandarización de los comportamientos sociales; una visión auspiciada por miradas provenientes de las lógicas del mercado. La segunda opción niega esta factible unidimensionalidad de la cultura y reclama la multiplicidad desde las experiencias diversas que en el mundo contemporáneo buscan reivindicaciones de carácter local, hablan del surgimiento y proliferación de movimientos que cuestionan todo principio unificador, “multiculturalismo, conflictos del Este, fundamentalismo, son señales de la presencia de un mundo despedazado, fragmentado”.
Así, ni comunión entre individuos u homogenización unificante, ni imperio de la individualidad de personas y grupos. Es preciso romper la dicotomía: “Debemos entender que la modernidad se realiza a través de la diversidad. En tanto modernidad, privilegia la individualización de las relaciones sociales, la autonomía, la afirmación de aspectos específicos… La modernidad está constituida por un conjunto en el cual todo se expresa en la individualidad de las partes. Diversidad y semejanza conviven juntas, expresando la matriz modernidad-mundo en una escala ampliada”9. Una modernidad que, de otra parte, en América Latina involucra el término tradición por cuanto no necesariamente aluden a lo nuevo la primera ni a lo pasado la segunda; la fuerza de “lo moderno” radica en su capacidad para incorporarse a la “cotidianidad de los hábitos y costumbres”.
La problemática de la globalización económica y de la mundialización de la cultura, vistas desde otro ámbito, plantean problemas hondos y urgentes a las ciencias sociales en tanto la comprensión de ciertas características de las sociedades contemporáneas reclaman de un nuevo andamiaje conceptual. Categorías como nación, clases sociales, territorio, Estado-nación, cultura local, identidad nacional, aculturación, imperialismo cultural, entre muchas otras, resultan hoy “poco rentables desde el punto de vista analítico”; ello no significa, y es importante dejarlo en claro, que carezcan de validez sino que con la globalización se han visto restringidas a espacios más reducidos. El Estado-nación entonces no desaparecerá, así sus funciones se transformen, ni el tema de la identidad nacional concluyó, ni las clases sociales se extinguieron, ni la cultura local se acabó, ni el territorio dejó de ser el lugar de la, como diría Martín-Barbero, “corporeidad de lo cotidiano y temporalidad de la acción, base de la heterogeneidad humana”. Son términos vigentes pero que en razón de las transformaciones de las sociedades de hoy, adquieren una validez restringida.
Las ciencias sociales requieren así la construcción de conceptos cuya complejidad y valor explicativo logren responder a los fenómenos económicos, políticos, sociales y culturales que trascienden las naciones y sus territorios; a esa totalidad que atraviesa a los pueblos distintos del mundo, “a un conjunto articulado de relaciones sociales planetarias”, que ya no son sólo relaciones inter sino intra, esto es, “estructurales al movimiento de globalización”.
Es aquí donde comprendemos la emergencia de conceptos que queriendo responder a estas nuevas realidades, aún se encuentran en construcción, como parte de la “historia de la razón científica universal”. En este espacio teórico se presenta un enorme filón para el desarrollo de las ciencias sociales el cual compete en esencia a la educación superior, al curso de la investigación en la universidad de toda latitud, a la universidad colombiana y a la Universidad Central en particular, conforme a los retos que asumamos.
Ahondando el tema del impacto de la globalización en las culturas, esto es, a su mundialización, y siguiendo a Hopenhayn, son distintos los aspectos que se deben analizar, afirmando de antemano que todos están signados por su carácter paradojal. Veamos.
En primer lugar, la globalización financiera y comercial, a la vez que abre oportunidades, implica vulnerabilidad, riesgos permanentes; esta situación conduce a que industriales, inversionistas, comerciantes y hasta ahorradores, en tanto aprovechan las oportunidades que el mercado les ofrece, buscan protegerse de los peligros que esta nueva interdependencia económica, como ya vimos, conlleva; una lógica que trasciende, a manera de cultura del riesgo, a la vida cotidiana y a la sensibilidad de los distintos actores sociales, traducida en la idiosincracia contingente que adquiere el presente, la no existencia del futuro, el privilegio del dinero fácil…
En segundo lugar, en el ámbito comunicacional de la mundialización no existen límites espaciales ni demoras temporales entre emisores y receptores: imágenes e información circulan en la instantaneidad, conduciendo a que sus destinatarios simultáneamente sean protagonistas de una información que “manipulan” desde Internet y se perciban como anónimos ciudadanos inmersos en un mar de posibilidades informativas. Frente a la televisión el protagonismo crece ante la posibilidad de acceder a una multitud de mensajes ajenos, pero también se incrementa el anonimato respecto a las imposiciones del mercado cultural. Esta propuesta comunicacional de la globalización conduce a que “…en la subjetividad se recombinen nuevas formas de ser activo y ser pasivo, nueva percepción del tiempo y la distancia, nuevas representaciones del diálogo y la comunicación, nueva relación con la información y el conocimiento. Probablemente, formas signadas también por otras jerarquías de lo bueno y lo malo, lo útil e inútil, lo entretenido y aburrido…”10.
En tercer lugar, si algo de este nuevo modelo de desarrollo carece de un precedente histórico es el volumen de imágenes que circula, al igual que la masa monetaria, sin límites de espacio y en tiempos ínfimos. La distribución de estos circulantes nuevamente convoca a la paradoja: mientras el dinero se desplaza hacia la concentración, las imágenes se diseminan, realidad que amplía la brecha entre quienes son dueños de la riqueza y quienes consumen tales imágenes, auspiciadas en los mass media por los productos y servicios de estos propietarios de las riquezas: promueven crecientes expectativas de consumo que al resultar cada vez más distantes de las posibilidades económicas de la gran audiencia televisiva –ampliada por la “democratización” del acceso a estas pantallas–, engrosan los niveles de frustración o sublimación de sus espectadores.
En cuarto lugar, hasta el momento no existe el más leve indicio de la anunciada integración social material y simbólica a través de la redistribución de los beneficios del crecimiento económico y de una determinada orientación de la política, la educación y la comunicación. Por el contrario, el incremento de opciones de gratificación simbólica que postula la apertura comunicacional, contrasta con la concentración de los beneficios económicos que agencia la globalización; para las grandes mayorías, “… las manos vacías y los ojos colmados con imágenes del mundo”. La penuria de los países pobres se incrementa casi al ritmo de la densificación de televisores y computadoras.
En quinto lugar, la mundialización de la cultura va construyendo sus mecanismos de identificación colectiva, particularmente en la sensibilidad de las juventudes: la multitud de imágenes circulantes en la comunicación masiva va generando complicidades, cohesiones, símbolos para el consumo de masas que, por efectos de las inequidades materiales, no pueden ser satisfechos.
En sexto lugar, esta mundialización no ha conducido a mayores niveles de homogeneidad cultural o integración social; los procesos de apropiación o resignificación de imágenes de los mass media se realizan de acuerdo a las diferencias de los distintos países (diferente es el proceso en Montreal, Santiago, Londres o Caracas). Lejos de auspiciar esta integración, el mundo asiste a escenarios de fragmentación y pauperización de amplios sectores.
Por último, quizá como consecuencia de lo anterior y en contraste con períodos precedentes (de auge del desarrollismo o proyecto socialista), en la agenda política no se vislumbra un proyecto conducente a cambios sustantivos, como lo señala Hopenhayn11; existe desencanto cuando –como en el caso colombiano– se incrementan las inequidades, el deterioro del mercado laboral, la marginalidad, la violencia… con la consecuente “combinación explosiva” de crecientes promesas desde medios de comunicación, la educación, la política y las exiguas posibilidades reales de acceso al consumo y a la movilidad socioeconómica. Paradójicamente, los discursos que redefinen la integración social al alcance de todos proliferan: formas novedosas de gestión desde lo micro a lo macro; reivindicación de supuestos escenarios de empoderamiento de los más pobres; valorización de la diversidad cultural, clave en la construcción de un sólido tejido social; nuevas dimensiones a las políticas sociales de amplio impacto; procesos de descentralización que supuestamente otorgan poder a lo local…
La fisura entre integración simbólica y desintegración material es cada vez más grande a pesar de los “renovados ímpetus de integración simbólica que irrumpen desde la industria cultural, la democracia política y los nuevos movimientos sociales”. Aquí, la industria cultural sería el mecanismo de integración simbólica –blanda– y las nuevas formas de marginalidad serían la expresión de la desintegración material –dura–. Esta realidad se torna compleja cuando a las juventudes de América Latina se refiere: en los medios masivos, en su publicidad, en Internet, circulan las imágenes de la globalización que de alguna manera conecta a los jóvenes con iguales aspiraciones simbólicas, mientras la mayor parte de ellos vive la marginalidad en distintas manifestaciones, la exclusión, la violencia, la intolerancia. En esta perspectiva la producción de sentido puede tomar atajos que linden hasta en fundamentalismos de diverso orden en tanto “salida” al contraste entre las propuestas de integración simbólica y la crueldad de las pobrezas en las grandes ciudades de América Latina.
Las implicaciones del proceso de globalización en la cultura de las sociedades latinomericanas son entonces de espesas honduras; esta realidad, unida a la certeza de que si bien no se vislumbran caminos distintos a aquellos trazados desde las lógicas de este nuevo modelo de desarrollo económico, tampoco puede conducir a la aceptación de esas voces apocalípticas que pregonan el fin del Estado, la rotunda homogenización de las culturas, la capitulación irremediable de cualquier asomo de creatividad y autonomía desde el llamado Tercer Mundo. No. El reto que justamente se impone, en este caso a la universidad, es la búsqueda de rutas alternas, la construcción de propuestas que, sometidas a debate, en verdad le apuesten a la integración social, a la equidad, a la tolerancia, a la creación autónoma de conocimientos.
Es desde esta perspectiva que el científico social latinoamericano Jesús Martín-Barbero, reconociendo el lugar estratégico de la educación en tanto espacio de los saberes y ámbito por naturaleza de los jóvenes, desafía una vez más a las ciencias sociales para que comprendan y asuman de una manera distinta la técnica, acepten las nuevas sensibilidades, lógicas de conocimiento, formas de lectura y escritura de los más jóvenes, emparentadas todas con las tecnologías telemáticas contemporáneas y con esa “nueva figura de razón”, la imagen informática, no como simple transmisora sino como parte constitutiva de novedosos modos de acercarse y producir conocimiento. De allí la importancia de ese nuevo campo del saber emergente del cruce estratégico de los procesos de educación y los de comunicación, en tanto es aquí donde podemos adentrarnos al universo de las transformaciones que realmente hoy demanda el sistema escolar, la educación en general, y también la cultura.
“No hay modernidad sin ciencia ni hay desarrollo económico sin tecnología. Así, en el atraso científico y tecnológico estuvo siempre el germen de nuestra marginación, el origen secreto de la premodernidad y la subproductividad en América Latina. Y ahora el desafío se agiganta, pero también se agiganta la oportunidad: si logramos apropiar la formidable revolución en curso de la ciencia y de la técnica, Latinoamérica habrá salido de los extramuros, habrá alcanzado por fin su mayoría de edad… Apropiar una revolución del conocimiento significa institucionalizar la investigación como práctica social”12.
Estos planteamientos, a más de mostrar el valor que desde una perspectiva se otorga hoy al avance científico y tecnológico, permiten entender el desarrollo desigual que ha alcanzado el conocimiento entre los países del Primer Mundo y América Latina, situación evidente al revisar algunas cifras que, además de las brechas entre estos dos mundos, señalan también fuertes desequilibrios al interior del subcontinente suramericano.
Desde el punto de vista de las ciencias básicas, los esfuerzos universales se encaminan hacia el desarrollo de tecnologías consideradas actualmente de punta: informática- robótica, microelectrónica, telecomunicaciones, biotecnología y la denominada nuevos materiales –de gran impacto para distintos procesos industriales–. Estos desarrollos en un altísimo porcentaje se concentran en países como Estados Unidos, los de la Unión Europea y Japón.
Mientras Estados Unidos posee 7.4 investigadores por cada 1000 habitantes de su población económicamente activa, Latinoamérica sólo cuenta con 0.77 y únicamente produce el 2% de las publicaciones de origen científico conocidas en el mundo.* En tanto Japón invierte el 2.98% del PIB en investigación y desarrollo experimental (I+D), Estados Unidos el 2.55%, Suiza el 2.66%, Suecia el 3.60% y Alemania el 2.30%, Brasil invierte tan sólo el 0.76%, Cuba el 0.70%, Chile el 0.64%, Colombia el 0.41% y Ecuador el 0.08%.
En cuanto al coeficiente de invención (número de patentes) mientras Estados Unidos tiene un 41.26 y Canadá 8.64, países como Brasil poseen 4.46, Bolivia 1.29, Colombia 0.41, o Guatemala 0.05.
Respecto a las condiciones en las que se desenvuelve este proceso en las sociedades avanzadas se perciben algunas tendencias: desarrollo de investigaciones interinstitucionales (al interior de los países y entre los países); altos márgenes de competitividad nacional e internacional para las instituciones de gran desarrollo científico; privilegio de enfoques interdisciplinares; programas de educación continuada de alto nivel, desde el postulado de “educación para toda la vida”; énfasis en formación básica disciplinar y flexibilización curricular; adopción de nuevos modelos pedagógicos que privilegian la indagación, la crítica y el trabajo grupal; reconocimiento del papel preponderante del desarrollo de las ciencias sociales para los distintos procesos de cambio en las sociedades contemporáneas, al punto de ser consideradas como vigías de sus transcurrires; énfasis en la formación posgradual privilegiando maestrías y doctorados; altísimos criterios de selección de profesores para estos últimos programas (las más importantes universidades del mundo exigen para sus docentes más de un doctorado).
El proceso de globalización cada vez segrega más a los países de acuerdo a los que crean conocimiento, los que lo aplican y los que simplemente son pasivos espectadores que contemplan la distancia creciente que los aleja de aquellas condiciones que aseguren una calidad integral de vida para sus ciudadanos. La ausencia de políticas agresivas en este terreno condenará a muchos a la condición de “víctimas y no beneficiarios de la globalización”. Sin investigación es imposible alcanzar márgenes satisfactorios de competitividad. En este modelo de desarrollo económico cuentan poco las ventajas heredadas (recursos naturales propicios, materias primas, mano de obra abundante, etc.); por el contrario, las ventajas construidas (capital de desarrollo científico y tecnológico, mano de obra altamente calificada), son las que en gran parte determinarán la calidad de la inserción en el nuevo orden mundial.
De esta dimensión es el reto que hoy se le plantea a la universidad colombiana frente a los espacios que debe preparar desde sus distintas estructuras para la presencia real y vigorosa de la investigación, como parte de su naturaleza y de su razón de ser. Es incuestionable que si queremos ser competitivos en la era dos mil, la generación de conocimientos sociales y básicos, las competencias para la apropiación crítica y creativa de los producidos en otras latitudes, tendrán que ser cualidades constitutivas de la universidad colombiana en general y de la Universidad Central en particular, coherente con los postulados, los fundamentos y las apuestas de futuro de su PEI.
A pesar del incuestionable descenso en la tasa de crecimiento demográfico –ocurrido desde fines de la década del sesenta–, la población colombiana se ha triplicado en los últimos cincuenta años. Entre 1951 y 1992 la esperanza de vida al nacer se elevó de cincuenta a setenta años y la tendencia es ascendente. Según las proyecciones del último censo, el país está por encima de los 36 millones de habitantes de los cuales más del 70% habita en las ciudades conformando grandes y complejos conglomerados urbanos.
Colombia cuenta hoy con veinte cabeceras municipales dueñas de poblaciones entre 50 y 100 mil habitantes; catorce, entre 100 y 200 mil; doce, entre 200 y 500 mil; una, entre 500 mil y un millón. Trascienden el millón de habitantes tres ciudades las que, si incorporan los municipios vecinos, se acercarían a los dos millones; y, una ciudad, Bogotá, sobrepasa los seis millones y se aproximaría a los siete si contáramos la población involucrada en su área de influencia. Esta tendencia a las megalópolis –extensiones urbanizadas que a partir de la gran ciudad, gradualmente devoran los centros vecinos–, alude a implícitos modelos de desarrollo urbano sostenidos en la libertad de expansión de la industria de la construcción y la empresa inmobiliaria y en la ubicación de los centros industriales, los cuales terminan por constituirse en ejes de crecimientos poblacionales caóticos las más de las veces.
Si bien los servicios básicos se han expandido en las ciudades, en contraste con su ausencia en los ámbitos rurales, la condición actual al interior de estos centros citadinos señala amplios márgenes de inequidad tanto en calidad de vida como en oferta de trabajo –en 1994 las tasas de informalidad del empleo rondaban en Barranquilla el 58%, en Cali el 53%, en Medellín el 51%, en Bogotá el 51%; hoy seguramente, y dada la envergadura de la crisis, se han incrementado–, de educación, de recreación. A pesar de la concentración del ingreso en las ciudades, su distribución es inequitativa: necesidades básicas insatisfechas (NBI) para la gran mayoría de ciudadanos, déficit de servicios públicos, deficiencias del equipamiento urbano, hacinamiento e incremento de zonas de peligro que tornan el problema de la seguridad en uno de los fundamentales; a más de que la intolerancia se vuelve la constante en las relaciones sociales de diverso orden.
En razón de la concentración de la tierra, sus costos se elevan y la informalización de la urbanización crece: muchas familias se ven forzadas a la ilegalidad, incursionando en el espacio de las urbanizaciones clandestinas: viviendas construidas en zonas de alto riesgo, comunidades subnormales. Esta realidad vuelve el panorama de la ciudad colombiana aún más complejo, anudando el círculo de la pauperización de amplios sectores. Según cifras de 199513 en las dos últimas décadas, por NBI, la pobreza se redujo de 58.9% a 19.1% a nivel urbano, y de 88.4% a 50% en las zonas rurales. No obstante, por línea de ingreso, la población de las ciudades con ingresos inferiores a la línea de pobreza, aumentó de 44% en 1988 a 46.4% en 1993; en términos absolutos esta población pasó de 14.335.000 a 17.898.000 de habitantes que viven por debajo de esa línea de pobreza.
El descenso en la tasa de crecimiento demográfico coincide con la gran expansión del asentamiento poblacional urbano el cual se incrementa notablemente en la última década –las ciudades mayores han crecido por encima de la tasa media de expansión de la población–, en razón del estancamiento rotundo del sector rural: por la ausencia de una verdadera política agraria durante los últimos lustros, por la carencia de condiciones mínimas estructurales para la producción agropecuaria, por el desestímulo creciente fruto de la apertura indiscriminada, y por la agudización y proliferación de distintas, cruentas y crueles violencias que han gestado el escenario dramático del desplazamiento forzoso de miles de familias colombianas, procedentes de los más disímiles rincones de la geografía nacional, donde son víctimas del fuego cruzado de los actores de guerras demenciales… Desplazamiento forzoso cuyas implicaciones económicas, sociopolíticas y culturales aún no han sido objeto de las ciencias sociales en la magnitud en que el fenómeno lo demanda; como tampoco, por supuesto, objeto de políticas estatales que respondan a la complejidad del problema.
-/-
Después de Brasil, Colombia es el segundo país con la más alta biodiversidad en el mundo. Sin embargo, los índices de contaminación y depredación crecen de manera alarmante, fracturando de múltiples maneras el equilibrio de sus distintos ecosistemas. El privilegio de intereses privados sobre los públicos presionan el uso indebido de recursos naturales como el agua, las maderas, las arcillas, las calizas, el petróleo, el gas, los pétreos, el carbón, provocando impactos profundos que terminan por romper la estabilidad ecológica. De otra parte, y en lo que a los centros urbanos e industriales se refiere, la abundante generación de residuos y basuras y sus incorrectos manejo y disposición , la contaminación de las aguas, los residuos gaseosos que perforan la capa de ozono, más la contaminación acústica y visual que inunda los distintos espacios urbanos, señalan, de una parte, el deterioro creciente en la calidad de vida de los colombianos y, de otra, el negativo impacto ambiental de modelos de desarrollo en los que campea el interés particular, el afán de lucro económico privado, en desmedro del país y sus recursos y de la calidad de vida presente y futura de la inmensa mayoría de sus habitantes…
El panorama de la economía colombiana, intentando hasta donde es posible prescindir del carácter coyuntural de la crisis actual –crisis que en su misma definición aludiría al concepto de coyuntura–, no es ciertamente alentador. A más del ya crónico déficit fiscal del Estado colombiano, del engrosamiento de la deuda externa, de los desequilibrios en la balanza de pagos, existe un desempeño desigual de las actividades económicas entre los centros urbanos y las áreas rurales que, al concentrarse en los primeros, estimula también los movimientos migratorios hacia las ciudades. Frente al PIB, debilitado como se encuentra hoy, se presenta un aumento acelerado de la participación de las ciudades en él. Paralelo a la concentración de ingreso en las zonas urbanas, su distribución es crecientemente inequitativa. Se muestra un incremento desmesurado y estructural del desempleo, a la vez que asistimos al deterioro del mercado laboral: incremento de las jornadas parciales, contratación temporal de trabajadores, subcontratación, trabajo a domicilio, profundización de la brecha salarial, caída de los ingresos más bajos, además de, como ya vimos, el avance sustantivo de la informalidad del trabajo y su impacto nefasto en la calidad de vida de quienes se ven obligados a “informalizar” sus estrategias de supervivencia. Son los efectos de la flexibilización del mercado laboral, asumida ésta por los gobiernos de la última década como “la salida” fundamental a la aguda crisis económica por la que atravesara el país. No obstante haber quebrado la “inflexibilidad del mercado laboral”, hoy diversos economistas demuestran que esta drástica medida, lejos de solucionar la crisis, la ha agudizado en tanto sus causas rondan otros intereses*.
El estudio Educación y dispersión salarial en Colombia14 escenifica aspectos fundamentales de la situación económica descrita, coherentes con lo bosquejado en el contexto internacional alusivo a la globalización de la economía, cuando señala:
“1. Las políticas de liberalización comercial, reconversión industrial y de ciencia y tecnología han marcado un cambio en la demanda laboral por parte de los sectores económicos, trayendo como consecuencia principal, un incremento en los salarios de los más calificados, causando deficiencias en la distribución del ingreso, lo que afecta directamente el proceso de desarrollo. Por otro lado, ha obligado a las empresas a dar una mayor importancia a los costos (incluyendo los laborales) para mantener la competitividad internacional.
“2. Aunque se ha buscado una mayor flexibilidad y una menor intervención del Estado en el mercado laboral, las políticas salariales han estado ligadas a la reducción de la inflación y el equilibrio externo, lo cual pudo contraponer los objetivos macroeconómicos con los objetivos sociales que buscan el mejoramiento de los más desfavorecidos. Mientras el salario mínimo legal ha caído en términos reales, los salarios de los más calificados han tenido un incremento sustancial a partir de 1982.
“3. Aunque Colombia ha sido un país cuyo proceso de producción ha sido intensivo en mano de obra, los cambios tecnológicos han reducido su proporción, en especial la de los menos calificados… Obviamente las nuevas tecnologías pueden ser más fácilmente absorbidas por la mano de obra calificada y es por ello que su demanda relativa ha aumentado, con el subsiguiente incremento en su salario relativo”.
El crecimiento del desempleo, así como el deterioro selectivo del empleo, está asociado al comportamiento negativo de la demanda agregada y a la elevación de los niveles de pobreza, situación que agrava la inestabilidad económica y social del país y se convierte en obstáculo al modelo de desarrollo que se instaura desde los mandatos de la globalización los cuales, paradojalmente, exigen la reactivación de la economía, dentro de linderos que garanticen la indispensable competitividad. Las condiciones ineludibles para ello radican, a más de la necesaria modernización del parque industrial, en la adecuada calificación de la mano de obra y en el logro de desarrollos suficientes en ciencia y tecnología que permitan la apropiación crítica de avances científicos y tecnológicos alcanzados por otras sociedades, la innovación y la creación autónoma de conocimientos; son demandas que de una y otra manera involucran a la educación superior colombiana, sin que este reconocimiento signifique desconocer que la misión de la universidad debe trascender con creces los requerimientos del mercado puesto que su compromiso es con el bienestar integral de la sociedad.
El país ciertamente no puede abstraerse a los procesos de la globalización en tanto hasta el momento no se vislumbra otro modelo económico y es sabido que su futuro, en buena medida, estará condicionado por su capacidad para insertarse adecuadamente en los flujos mundiales. Desde hace dos décadas Colombia, a través de sus relaciones económicas y diplomáticas, venía avanzando en la perspectiva de la internacionalización. En los años noventa buscó la inserción de su economía en los circuitos globales, mediada por diversos acuerdos de libre comercio: bilaterales con Venezuela y Ecuador; a través del Grupo de los tres, G3, con Venezuela y México; aproximándose al Mercosur y a otros mercados de Europa y Asia. Sin embargo, distintos expertos economistas consideran con preocupación que desde 1995 el país ha empezado a perder terreno en estos mercados mundiales.
¿Las razones? Además de su baja competitividad y del manejo internacional de la crisis del anterior período gubernamental, es preciso mirar la agenda global para encontrar la respuesta: droga, derechos humanos, medio ambiente son, como lo enunciamos antes, sus preocupaciones centrales. En los tres espacios Colombia es objeto de señalamientos internacionales, realidad que, consecuentemente, genera en el gran capital financiero, inseguridad y desconfianza. Por ello, a pesar de su decreciente presencia en los mercados mundiales, el país, conforme a lo expuesto en acápite previo, está fuertemente globalizado por la vía negativa: los medios de comunicación transnacionales han difundido una imagen de narcodemocracia, de escenario de violencias múltiples, con la consecuente violación de derechos humanos y también, de deterioro de su medio ambiente. ¿Hasta dónde esta sindicación global nos confina al aislamiento? ¿Cómo salir de la lista negra del gran capital? Sin lugar a dudas, hacer a Colombia competitiva integralmente significa –a más de sortear lo coyuntural–, superar sus problemas estructurales de pobreza y atraso, de inequidades e intolerancias, erradicar sus violencias diversas y, por supuesto, enfrentar concertadamente el problema de la droga. El cuestionamiento respecto a este último problema radicaría en los límites que le impone la concepción global hegemónica: problema de orden público, anidado fundamentalmente en la producción que unilateralmente se da en un país del Tercer Mundo. No como problemática de salud pública, determinada por el consumo; la droga vista también como una mercancía que en su circulación logra las mayores ganancias de un mercado signado por la prohibición; como tal, su manejo tendría que ser entonces objeto de una mirada multilateral.
“Colombia es un Estado Social de Derecho, organizado en forma de República unitaria, descentralizado, con autonomía de sus entes territoriales, democrático, participativo y pluralista, fundado en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general”15. Si omitiéramos el nombre de Colombia de este preámbulo constitucional, cualquier habitante de nuestras ciudades y campos, muy seguramente lo pensaría referido a un espacio distinto y distante a este complejo y contradictorio escenario del cual hacemos parte.
A pesar de ser uno de los países con mayor continuidad electoral de América Latina, en su entraña convergen hondas contradicciones. La hegemonía de los dos partidos tradicionales en el transcurrir de su ya larga historia republicana, con el lastre del clientelismo que se afianza desde el Frente Nacional, ha puesto en cuestión la naturaleza misma de la política y de lo político, negando el sentido de la participación ciudadana, excluyendo a las grandes mayorías colombianas del manejo de lo público.
El Estado colombiano no ha representado los intereses de la pluralidad mayoritaria de sus ciudadanos; ha permanecido ausente de amplias zonas de su territorio; posee reducida legitimidad e incapacidad para garantizar el cumplimiento de las leyes, al extremo de que el país de hoy, al tiempo que incrementa y diversifica con tintes dramáticos su actividad delictiva, presenta uno de los más altos índices de impunidad en el mundo. Adicionalmente, la lógica de funcionamiento gubernamental muestra, en la misma forma, los más elevados indicadores de corrupción administrativa con las secuelas de ilegitimidad institucional de que dota a la gestión oficial, de ineficiencia e ineficacia de la misma y de dilapidación de los recursos del gasto público. Situaciones que colocan en tela de juicio a los sistemas político, judicial y, en particular, cuestionan hondamente a la educación colombiana frente al tipo de ciudadanos que ésta ha venido formando.
De otra parte, el progresivo debilitamiento del Estado es visible. Sin lugar a dudas el neoliberalismo y los mandatos de la globalización desdibujan sus rasgos de Estado benefactor de amplios sectores de la población colombiana: su presencia es tenue en la prestación de los servicios domiciliarios; la salud, la educación –a pesar de los incrementos presupuestales de los últimos años y de relativos crecimientos cuánticos de cobertura–, que con holgura se desplazan al ámbito privado en detrimento de las oportunidades y de la calidad de vida de las grandes mayorías de colombianos que desde estas estrategias pueden ser sometidas a crecientes niveles de marginalidad.
No obstante los nuevos espacios promovidos formalmente desde distintas legislaciones, la capacidad de participación y de expresión de la sociedad civil en la organización, marcha y control de lo público es tan deleznable que hasta grupos armados de distinta procedencia asumen su representación. Se manifiesta así la ausencia de fuerzas de oposición que dentro de los linderos de la legalidad encarnen alternativas democráticas de largo aliento, independientes, y con la capacidad para enfrentar tanto a los partidos tradicionales carentes de legitimidad y reconocimiento, como a quienes, al margen de la ley, presumen la vocería de la mayor parte de los colombianos.
Al amparo de este frágil Estado que ha perdido el monopolio de la fuerza que por naturaleza le pertenecería, la violencia crece y se multiplica desde diversos intereses y actores; también en este nefasto perímetro Colombia lleva la primacía al colocarse entre los países con más altas tasas de criminalidad en las que convergen los muertos de la delincuencia común, del narcotráfico, de la guerrilla, de los paramilitares, y hasta del propio Estado y sus fuerzas regulares, conforme a denuncias de distinta procedencia. Muertos que desde izquierdas o derechas recalcitrantes resultan víctimas de oscuros empeños.
De acuerdo a un estudio sobre los costos del conflicto armado en Colombia “…entre 1990 y 1994 el país gastó más de doce billones como resultado de la existencia de la guerrilla. En capital humano, se perdieron aproximadamente 820.000 años de vida, el gasto público ascendió a cuatro billones (34% del costo total del conflicto en el período) y el gasto privado a 1.5 billones”16. Un conflicto que cumple ya cincuenta años involucrando en su transcurrir , entre otros, a distintas agrupaciones guerrilleras y dentro del cual, en los efectos limitados de anteriores procesos de negociación de la paz (con el M-19 o el EPL), se ha dejado sin resolver el problema social agrario y la redistribución de los ingresos.
Así, la violencia lejos de menguar su intensidad y complejidad, en el fuego cruzado de sus distintos protagonistas, torna inmanejable el orden público; en las balas que destruyen vidas y bienes, sin que en muchos casos se logre identificar su procedencia, se densifica el panorama colombiano. Además de sus implicaciones sociales, económicas, políticas y culturales en la entraña del país, deteriora aún más su imagen en el mundo en tanto la violación de los derechos humanos es la constante de la guerra sucia en la que se ve sumida nuestra sociedad y, recordemos, éste es uno de los temas neurales de la llamada agenda global. Son las razones para que la violencia se convierta en el problema más agudo y agobiante del presente histórico colombiano.
Y la dimensión del fenómeno se agiganta cuando la contundencia de tantos episodios de la cotidianidad urbana en sus distintos territorios –juveniles, callejeros, escolares, familiares, massmediáticos, etc.–, señala a la intolerancia como la forma de relación privilegiada por esta cultura de la violencia que se anidó en los colombianos a fuerza del engrosamiento de los problemas descritos y de la ausencia de otras propuestas de relación que, desde la educación , desde la familia, desde los medios masivos de comunicación, entre otros, encuentren en el diálogo un espacio propicio para la resolución de las diferencias, para la superación de los conflictos en una sociedad en la que convergen diversas etnias, religiones, lenguas, regiones, atravesadas por inequidades educativas, etáreas, de género, de clase…
Vivimos así una situación de crisis por cuanto esta palabra alude al “funcionamiento anómalo de la sociedad y del Estado durante un período”, que en el caso colombiano ha sido en verdad prolongado. Crisis de legitimidad del Estado y crisis de la élite que lo lidera, resultante de su incapacidad para comprender las posibilidades de la modernidad y para responder a las transformaciones que la sociedad imperativamente demanda.
Pasando a otra de las preocupaciones del modelo económico neoliberal, también aquí Colombia se encuentra en el ojo del huracán: el problema de las drogas ilícitas, respecto al cual, y por sus implicaciones para nuestra inserción en los mercados globales, se precisan consideraciones vertebrales de distinto orden que conducirían a nuevas propuestas de solución.17 En razón de los límites de este escrito, y a manera de interrogantes, enumeramos sólo algunos de los tópicos cruciales en el manejo de tales drogas: ¿qué papel juega el estatus del consumidor en el significado moral que a ellas se atribuye? ¿Qué lugar ocupan hoy estas drogas frente a la teoría de la conspiración? ¿Cuáles son las implicaciones de que se les asuma como problema de orden público y no de salud pública? ¿Cuál es el sentido de una lucha para enfrentarlas que privilegia el ámbito de la producción y no el del consumo –que fluctúa entre el social y la adicción–? Pensando en los distintos países involucrados en el fenómeno, ¿qué relación guarda esta última perspectiva respecto a la disyuntiva de miradas y manejos uni o multilaterales? ¿Cuáles son las diferencias y alcances entre los intereses de los cultivadores –y en sus distintos niveles: pequeños campesinos que encuentran en ellos la única fuente de subsistencia, hasta latifundistas–, y los de los comerciantes o traficantes –dentro de los cuales también cabrían rangos que involucran hasta los traficantes de los países consumidores quienes, según diversos estudios perciben sustantivamente las mayores ganancias del negocio–? ¿Cuál es el lugar del narcotráfico en los ingresos del comercio mundial –considerado cercano a los provenientes del petróleo– y cuáles son los impactos económicos, políticos y culturales de esta realidad? Son parte de los cuestionamientos que deberían ser objeto de preocupaciones y reflexiones académicas e investigativas encaminadas hacia nuevas y certeras propuestas que de verdad hagan frente a una problemática que afecta a la totalidad de la sociedad colombiana.
Los rasgos descritos parcialmente configuran lo que, retomando un concepto incomprendido, denominamos cultura de violencia; un concepto en el cual, paradójicamente, se anida la esperanza por cuanto no alude a “naturaleza” violenta de los colombianos que como tal sería inmodificable; convoca, por el contrario, a algo tan cambiante como la cultura, un ámbito de nuestra vida social cotidiana que podemos, desde las más disímiles instancias, empezar a transformar. Y aquí el papel de las ciencias sociales es definitivo en la medida en que desde la investigación contribuyan al conocimiento riguroso de esos entornos caóticos que conforman nuestras realidades socioeconómica, política, cultural. La investigación en ciencias sociales, al propiciar la comprensión de los problemas que aquejan a su sociedad, al señalar entonces los caminos o derroteros para su solución, asumirá el papel de avizorar su presente y su transcurrir.
Si bien es preciso reconocer que muchos de los problemas de Bogotá no se captan a través de las estadísticas: sus miedos, su escepticismo, sus tedios, sus inseguridades, sí consideramos que algunas cifras son importantes para conocer el escenario de esta ciudad y la magnitud de sus más agobiantes realidades.
Analizada por especialistas, descrita por investigadores y sentida por muchos de sus habitantes como una ciudad de caos y de desasosiegos distintos, la capital del país contaba en 1951 con 670.000 habitantes; según proyecciones del último censo, con creces hoy sobrepasa los 6.000.000, sin contar la población que conforma su área metropolitana; este crecimiento, sin embargo, no explica sus dificultades contemporáneas en tanto son diversas las ciudades que en el mundo han crecido en la misma proporción. Actualmente posee las necesidades de una megalópolis de cualquier país capitalista de gran desarrollo, pero con recursos en exceso limitados, situación que, junto con otros factores, se manifiesta en tasas de pobreza y marginalidad de un porcentaje creciente de sus habitantes.
En esta ciudad concurren todas las regiones del país; coexisten contextos diversos, y diferentes tradiciones, credos, etnias, oficios, profesiones, conocimientos, desarrollos tecnológicos, tiempos y destiempos… “En Bogotá se combinan y mezclan con una sorprendente facilidad estilos de vida que pueden estar separados por más de una generación: no es extraño encontrar en sus calles seres humanos cercanos a la época de las cavernas, compartiendo sus vidas con hombres cibernéticos capaces de cavilar cosmológicamente con visiones bioantropológicas… Como casi toda gran ciudad de la modernidad, es una ciudad despersonalizada en donde crecientemente se le ha quitado la identidad a un sujeto que vive dentro de una multitud solitaria, sin ninguna armonía ni originalidad estética”18v.
En los últimos años la construcción creció dentro de índices elevados pero sin alcanzar la respuesta a las demandas incrementadas por los múltiples procesos migratorios. Esta nueva población se viene concentrando en las localidades de Bosa, Usme, Suba y Ciudad Bolívar19, dentro de urbanizaciones no formales; en las dos últimas de estas localidades se ha concentrado el mayor número de asentamientos ilegales –de 620 en 4.390 hectáreas, en éstas se ubican 217 con 375.000 habitantes– situados en zonas de riesgo y, por supuesto, carentes de servicios públicos, de vías de acceso suficientes, de equipamiento urbano.
Las zonas de más alta pobreza y mayor exclusión donde, a más de las carencias antes mencionadas, se agudizan los problemas de vivienda, educación, espacio público y disposición de basuras, entre otros, corresponden a Bosa, Kennedy, Ciudad Bolívar, Rafael Uribe, Antonio Nariño, Usaquén, Santafé, Los Mártires, Engativá y Suba, localidades que acogen el 60% de los habitantes del Distrito Capital20.
La extensión de este Distrito es de 1.587 km2, la mitad perteneciente a la Sabana de Bogotá, atravesada por ríos hoy cubiertos, canalizados o dueños de graves problemas de contaminación. Esta Sabana ha sido polo de crecimientos económico y demográfico constantes. La dinámica de poblamiento adquirió tal magnitud que desbordó los límites del Distrito Capital, al cual se fueron anexando algunos municipios vecinos como nuevas localidades; otros conformando el espacio Metropolitano21 cuya área es de 1.998 km2, equivalentes al 44.6% del territorio de la llamada Sabana de Bogotá. Área en la cual, en razón del proceso de concentración de personas y de actividades económico-administrativas en Bogotá, se presenta un conjunto de fenómenos polarizados: centralización del crecimiento demográfico y económico en ella; conformación progresiva de un sistema radial en la vialidad, con eje en Bogotá; prestación regional de servicios públicos; uso de recursos hídricos originarios en los municipios; disposición final de basuras fuera del Distrito Capital (se depositan en el relleno Doña Juana 130.000 toneladas de basura cada mes); concentración financiera y de servicios asistenciales y administrativos; interdependencia en la disposición de recursos naturales regionales y manejo integral del medio ambiente. Es el tramado de un territorio que corresponde al mayor conglomerado poblacional y económico del país; habitantes de municipios aledaños que ante la saturación del perímetro urbano de Bogotá, sólo laboran en ella, situación que ha conducido al fenómeno de la conurbanización (con Soacha, Cota, Chía, etc.).
Desde el punto de vista económico, Bogotá cuenta con la mayor diversidad productiva (19% del PIB) y la mayor tasa de participación en la economía (18%) de la población del país. No obstante, los índices de desempleo se encuentran también dentro de los más altos, así como el deterioro en el mercado laboral que va cediendo cada vez más espacio a la informalidad del sistema económico y social: el 55% de la población económicamente activa de la ciudad vive de este sector: del rebusque, de las ventas callejeras en los espacios públicos, de las formas ilegales de urbanización; es la transhumancia de mendigos e indigentes en busca de la supervivencia; es el ejército de tramitadores que, a mamparo de la reconocida ineficiencia y corrupción administrativas, median entre los usuarios de servicios públicos y las paquidérmicas dependencias distritales.
El crecimiento de Bogotá, desmesurado en todos los órdenes, ha carecido de planificación y como tal condujo al deterioro del medio social, de los sistemas de transporte, del medio ambiente, de la seguridad ciudadana; incrementó la demanda educativa, recreativa, de servicios públicos.
Un panorama que necesariamente remite al descenso en la calidad de vida de los habitantes de la ciudad, manifiesto en el desempeño de los siguientes indicadores:22
Existe insuficiencia creciente en la cobertura de salud preventiva para los sectores de mayor pobreza; deficiencia en la infraestructura física, financiera, administrativa y de recurso humano en los escasos centros de salud y hospitales con los que cuenta Bogotá. Respecto a los servicios de prevención y protección que presta el ICBF (769.000 usuarios en 750 barrios y desde trece centros zonales y del Centro de Protección Especial para el menor y la familia), el déficit frente a la población objetivo se aproxima al 67%.
La vivienda, no obstante el incremento de la construcción en la última década, no logra responder –por número de viviendas construidas y por los costos en ellas involucrados– a la demanda incrementada por los procesos migratorios, condición que en el último período se ha visto agravada con los índices de desempleo y el incremento en las tasas de interés. A su vez, las instancias administrativas del Distrito Capital, a más del cáncer de la corrupción, no poseen las condiciones para liderar el ordenamiento urbano y canalizar la inversión pública; además de la ausencia de “una estrategia regional que plantee alternativas para su desarrollo futuro en áreas potencialmente urbanizables”.
Los servicios públicos, sin desconocer incrementos en cobertura y calidad (agua potable y saneamiento básico, energía eléctrica y gas), presentan aún grandes deficiencias en estos órdenes; realidad que unida a sus problemas administrativos y financieros –creciente endeudamiento externo, ineficiencia, corrupción, altos niveles de agua consumida no contabilizada (40%) y considerable pérdida de energía (superior al 24%)-, cuestiona la futura viabilidad de estas entidades, abriendo así espacios para su manejo privado, con las implicaciones que ello tendría en los sectores de menores recursos y aquellos mayoritarios ubicados por debajo de la línea de pobreza.
El transporte bogotano adolece igualmente de severos problemas: su parque automotor, cercano a los 780 mil vehículos (240 mil no matriculados en la ciudad; 21 mil correspondiente a buses, y el resto a otros sistemas de transporte masivo, conforman el 10% de transporte público, frente al 90% privado), ha venido creciendo a un ritmo anual cercano al 8% (60 mil vehículos al año), en contraste con el escaso 1% al cual ha crecido la malla vial. El transporte de los capitalinos se realiza primordialmente a través del servicio público colectivo que poseía márgenes razonables de cobertura, capacidad y bajas tarifas. No obstante, el ritmo de expansión de la ciudad –en territorio y población-, ha incrementado necesariamente su demanda, lo que se traduce en mayor congestión, incremento del tiempo de desplazamiento y de la contaminación ambiental, mayor accidentalidad, deterioro de vías, aumento de los costos de operación. Frente a estas circunstancias, el número de vehículos particulares se eleva –con los efectos que en los distintos órdenes ello acarrea– y no se vislumbran proyectos de transporte masivo realmente alternativos para una ciudad con necesidades de megalópolis.
Si encontramos que el 90% de la ciudad está urbanizada, involucrando en este proceso tierras de vocación agrícola, zonas de alto riesgo de deslizamiento o inundaciones y terrenos de gran valor ecológico, necesariamente se debe concluir el dramático menoscabo ambiental del Distrito Capital el cual se visibiliza en “procesos erosivos intensos, subnormalización de zonas, contaminación atmósferica, hídrica y por residuos sólidos, conflictos por el uso del suelo y deterioro del espacio público”. En los últimos años y ante la no reposición de vehículos viejos que producen combustión incompleta de hidrocarburos y el uso de materiales contaminantes en la industria, los niveles de contaminación en amplios sectores de la ciudad transgreden la normatividad vigente.
El otro capítulo lamentable en términos de medio ambiente lo constituye el manejo de los pocos humedales que le quedan a la ciudad (de 50 mil hectáreas ocupadas por ellos en 1950, hoy solo existen 800), sometidos a procesos que conducirán a su desaparición: descarga en ellos de aguas residuales y de residuos sólidos provenientes de la industria o de los asentamientos subnormales y desecación y rellenos de los mismos para convertirlos en espacio urbanizable.
Esta semblanza de las formas como en la gran capital se organiza y administra el transcurrir de sus pobladores, pone en evidencia el deterioro creciente en la calidad de vida de estos habitantes de la modernidad; un nivel degradado que en la cotidianidad de estos ciudadanos diversos se hace visible en el menoscabo de sus relaciones, parte de un entramado social e intercultural complejo que, sin embargo, está articulado por distintos tejidos sociales: el mercado laboral, los servicios públicos, los espacios de recreación, los medios masivos de comunicación… Además, son tramas heterogéneas: sectores sociales diferentes cohesionados por vínculos barriales, gremiales, de clase, con límites nítidamente definidos.
Bogotá, conforme lo señala una reciente investigación23, como todas las ciudades del mundo, posee espacios públicos donde sus habitantes se cruzan en encuentros fugaces, donde convergen también procesos de gran dinamismo social. Espacios vacíos de notable deterioro físico y social, ámbito de indigentes, mendigos, recicladores que deambulan tras la supervivencia, blanco permanente de las macabras “operaciones de limpieza social”. Espacios públicos otros que “funcionan como no lugares” en tanto no tienen cabida en el mapa de representaciones que los ciudadanos se hacen de la ciudad: carentes de dueños, “espacios sobre los cuales –como lo señala Uribe– se poseen todos los derechos y ningún deber”.
Las formas de urbanización en Bogotá, la pauperización de grandes grupos de emigrantes, que huyen del campo en razón primera de la violencia en las regiones, conduce al incremento de grupos de alto riesgo en la ciudad. Según el Instituto Nacional de Salud Mental, Bogotá está entre las tres ciudades colombianas que concentran los mayores niveles de depresión y de ansiedad de sus ciudadanos. Un clima de zozobra que afecta por igual a todos los sectores sociales frente a índices de delincuencia crecientes, inoperancia de los sistemas policivos e impunidad que convierten a la ciudad en territorio temido por sus habitantes. En 1995 Bogotá alcanzó la más alta tasa de homicidios en su historia, ubicándose como el espacio urbano de mayor inseguridad en el país, congregando el 30% de todas sus modalidades delictivas. Delitos que afectan primordialmente a la población masculina entre 15 y 34 años, perteneciente en su mayoría a los estratos bajos.
Son parte de las razones que convierten a la capital en territorio de miedos individuales y colectivos, de incertidumbres que día a día acentúan la tendencia hacia el repliegue al ámbito doméstico; al cierre de los espacios urbanos y a la contratación de vigilancia privada en urbanizaciones, edificios y negocios. A su vez, conduce al abandono progresivo de ciertas áreas públicas –el centro, por ejemplo–, que así van convirtiéndose en territorio exclusivo de delincuentes y mendigos.
A propósito de Bogotá, los bogotanos y los ciudadanos de otras regiones que la habitan, del sentido de pertenencia que unos y otros puedan construir con ella, de las deudas inmensas que la universidad capitalina tiene para con esta metrópoli, de ese cierto parasitismo que tanto la educación superior bogotana como todos y cada uno de sus pobladores hemos desarrollado frente a esta urbe, bien valdrían la pena algunas reflexiones que permitan aproximarnos al tema de la identidad posible en la ciudad capital de los colombianos.
Sólo lo haremos a manera de colofón y a partir del ejercicio analítico que realizara Antanas Mockus durante su Alcaldía, frente al manejo que la ciudad hace de algunos símbolos supuestamente constitutivos de sus identidades; esto es, las representaciones que Bogotá tiene de sí misma y cómo afectan su función recontextualizadora. Lo que justifica la presencia de una gran ciudad –afirma Mockus– es la manera en que ella permite la coexistencia cercana y fértil de contextos diversos. Bogotá, entonces, como mercado, “como crisol cultural” y como lugar de encuentro de diversas tradiciones, conocimientos, oficios y profesiones, no sería posible sin los procesos de recontextualización: ellos posibilitan el acceso a conocimientos y prácticas mundialmente disponibles, seleccionan, reestructuran, transforman para dotarlos de sentido en el nuevo contexto.
Desde este marco, toma tres expresiones de la identidad de la ciudad: su nombre, su bandera, su mapa y analiza cómo se comporta la ciudad con ellas, hasta dónde son importantes, qué pueden significar…
En cuanto al nombre, ¿es Bogotá, Santa Fe de Bogotá o Santafé de Bogotá? En primer lugar, –señala Mockus– la ciudad se dejó cambiar su nombre intempestivamente y nadie protestó. En segundo lugar, uno de los dos periódicos más importantes del país, El Tiempo, lo escribe, como en la Constitución de 1991, separado: Santa Fe de Bogotá (pero en la sección dedicada a esta ciudad escribe: Bogotá); el otro periódico más importante, El Espectador, lo escribe en una sola palabra: Santafé de Bogotá (indagando hoy, parece que retorna al “Bogotá”). En consulta que realizara el Alcalde de entonces a la Academia Colombiana de la Lengua, recibió este concepto: se puede escribir de las dos maneras. Bogotá es entonces una “ciudad de dudosa ortografía”, afirma Armando Silva. A juicio de Mockus esta situación es síntoma de desprecio por la propia identidad. “Cada una de las ciudades capitales del mundo ha recurrido a su ciudad como recontextualizadora, ha luchado por posicionarse en el nudo a través del cual pasan el arte, la literatura, la ciencia, el comercio, el turismo ilustrado. Entre las ciudades hay una pugna por ocupar un lugar destacado, por ocupar un nodo importante en esas redes y esos itinerarios”24.
Frente a la bandera, parece que una administración anterior a la del alcalde aludido, quizá por cuestiones de orden estético o “patriótico”, consideró pertinente sustituir la diversidad de pinturas y avisos que portaban casetas, ventas ambulantes y otros lugares del espacio público por una imagen “más institucional”; nada tan propicio entonces como los colores de la bandera. Desde ese período ella, si bien se encuentra en muy pocos lugares y edificios públicos, en cambio identifica ya a gran número de carros y casetas de ventas ambulantes que, con distintos grados de informalidad, usurpan el espacio público de la ciudad: “La ciudad entregó la bandera a los invasores”. Ante esta situación, de nuevo el silencio fue la respuesta: ningún debate, crítica u objeción frente a la devaluación que sufre este símbolo al ser portado casi exclusivamente por los invasores del espacio público.
Respecto al mapa de la ciudad las consideraciones son diversas: de una parte, la orientación convencional de los mapas de Bogotá (cerros orientales hacia arriba) no coincide con la orientación convencional de los mapas de Colombia y Cundinamarca (norte arriba). Ante esta realidad, Mockus plantea tres hipótesis: una, Bogotá no fue o dejó de ser percibida en sus autorrepresentaciones geográficas como parte de Cundinamarca y de Colombia; dos, la información cartográfica para la ciudad fue originada desde una perspectiva localista poco interesada en articularse con visiones más globales: lo local por un lado, y lo regional y lo nacional por otro; tres, Bogotá establece una relación particular con las convenciones: pueden variarse arbitrariamente lo cual sería “un saludo a la libertad y una burla al orden”.
De otra parte, la ciudad tiene convenciones de nomenclatura (principalmente de calles y carreras) de fácil comprensión y uso que desde el colegio se aprendieron como coincidentes con los puntos cardinales; sin embargo, las carreras no van de norte a sur ni las calles de oriente a occidente: se ubican diagonales y con el crecimiento de la ciudad esto se hace más evidente. “Una cosa dice la escuela y otra muestra la brújula”. Independiente de las reflexiones de Mockus, valdría la pena mirar lo que sucede con su himno: en un partido de fútbol reciente entre equipos de Medellín y Bogotá, realizado en esta última ciudad, antes de su inicio un grupo de residentes antioqueños entonó con vehemencia su himno; en el turno para Bogotá nadie o muy pocos de entre la multitud de “bogotanos” conocían su letra o, lo que sería aún peor, todos carecían del interés para cantarlo…
De esta manera “Bogotá es una asombrosa ciudad que pareciera derivar su identidad de cierto desprecio por la identidad”. Tres anomalías (por no decir, cuatro) en la representación de la capital de Colombia que deberían ser motivo de preocupación o, cuando menos, de cuestionamientos en tanto son tres síntomas de desorganización simbólica de nuestra ciudad. ¿Qué pueden indicar sobre la identidad de la ciudad y de sus habitantes? Las respuestas implican juiciosas reflexiones en la cuales la universidad bogotana debe decididamente involucrarse.
Sin lugar a dudas el país ha asistido en la última década a sustantivas consideraciones sobre el ser y el deber ser de su sistema educativo. Desde los enunciados que en esta materia formulara la Constitución de 1991 se viene promoviendo una reforma a la educación que, tras la expedición de distintas leyes, señala el papel preponderante que en diferentes órdenes hoy se le concede a esta institución, aún en sus niveles de informalidad –esto es, la educación externa a los ámbitos estrictamente educativos–, al punto de considerar que si bien ella no produce el cambio que se requiere, “ningún cambio social es posible sin ella”. Los enunciados normativos de esta nueva legislación, unidos a las recomendaciones de la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo, condujeron a que, tras amplia y diversa participación nacional, se promulgara el primer Plan Decenal de Desarrollo Educativo (1996) que convierte a la educación en política de Estado, ajena, cuando menos en teoría, a los avatares de los gobiernos de turno. En torno a ella se habrá de involucrar el compromiso de todos: Estado, gobierno, sociedad civil, gremios y, por supuesto, la universidad colombiana oficial y privada.
La médula de este Plan considera que una educación de calidad para niños, niñas y jóvenes es la herramienta fundamental que permitirá enfrentar los dos mayores retos que se imponen a la sociedad colombiana en el milenio dos mil: de un lado, alcanzar la convivencia pacífica, la cultura de la democracia, soportada en valores de ética ciudadana que permita el ejercicio de los derechos humanos en una realidad multiétnica y multicultural. De otro, lograr el avance económico cuyo motor sea la creatividad de su gente y el desarrollo del conocimiento que, dentro de márgenes de justicia social y respeto al ambiente, garantice la competitividad internacional. Así, este proyecto educativo propenderá por “la formación de seres humanos integrales, comprometidos socialmente en la construcción de un país en el que primen la convivencia y la tolerancia, seres humanos con capacidad de discrepar y argüir sin emplear la fuerza, seres humanos preparados para –crear, decimos nosotros e–, incorporar el saber científico y tecnológico de la humanidad a favor de su propio desarrollo y del país”25.
Desde esta perspectiva el Plan demanda al sistema educativo colombiano transformar las honduras de concepciones tradicionales frente a la educación, a la institución y al maestro.
Sus propósitos26 explícitamente buscan convertir a la educación en un propósito nacional y en un asunto de todos; hacer que se le reconozca como el eje del desarrollo humano, social, político, económico y cultural de la nación; desarrollar el conocimiento, la ciencia, la técnica y la tecnología; integrar en un solo sistema la institucionalidad del sector educativo y las actividades educativas de otros entes estatales; y, garantizar la vigencia del derecho a la educación.
La Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo y el Plan Nacional de Ciencia y Tecnología, particularizando en la problemática de la educación superior en Colombia, entre los cuestionamientos fundamentales de este subsistema señalan27:
Baja inversión en ciencia y tecnología así como en la formación de investigadores. Insuficiente número de investigadores en tanto son aproximadamente 5.000, que conforman sólo el 1% del total de América Latina. En contraste, los países industrializados poseen el 94% de los científicos del mundo; países en vía de desarrollo en promedio el 4% y América Latina el 3%. Latinoamérica produjo en 1996 únicamente el 2% de las publicaciones relacionadas con Ciencia; dentro de este porcentaje, Colombia se encuentra lejos de los primeros lugares. Su enfoque educativo no estimula de manera adecuada la curiosidad y el disfrute de los estudiantes frente a la búsqueda de conocimiento; tampoco incentiva los talentos creativos e innovadores. Las instituciones educativas superiores reclaman con urgencia cambios en sus modelos pedagógicos por cuanto sus estrategias y medios de enseñanza no se han modernizado a la par con los desarrollos científicos y tecnológicos. Existen problemas de calidad y pertinencia en la formación superior, en los niveles de pregrado y posgrado, que inciden en la capacidad investigativa y de desarrollo tecnológico. Hay un limitado desarrollo de la oferta de educación tecnológica. Baja calidad en los distintos niveles del sistema educativo que impacta negativamente en el sector productivo científico y tecnológico.
Desde el punto de vista de la cobertura –a más de que el país cuenta con un analfabetismo cercano al 13%–, existe una baja tasa de escolarización en la educación superior: 11.5% frente al 25% de Ecuador, Venezuela y Perú; o, Argentina y Uruguay que alcanzan el 39% y el 42%, respectivamente. Y este problema se agudiza –sin contar la gravedad de las diferencias regionales–, ante el incremento del número de estudiantes egresados de la educación media, resultante de políticas para el mejoramiento cuantitativo de este nivel.
Por supuesto, estos indicadores tienen desempeños desiguales en las diferentes instituciones de educación superior. En algunas, las consideradas de mayor prestigio, quizás sus niveles de calidad sean más favorables pero ello no invalida el diagnóstico para el conjunto de las universidades colombianas.
Este diagnóstico parcial, a la luz de las formulaciones del Plan Decenal de Educación, de sus enunciados y de la legislación competente, condujo a la creación de la Comisión Nacional para el Desarrollo de la Educación Superior (1997) la cual plantea una serie de recomendaciones encaminadas a, aunando esfuerzos entre el Estado y la universidad colombiana, lograr las transformaciones que permitan al ámbito universitario responder a su misión de ser soporte y motor del cambio que el país requiere, a la vez que posibilita su participación competitiva en el concierto internacional28. Estas transformaciones aluden a aspectos particulares dentro de los cuales, en razón de los objetivos del presente documento, sólo contemplamos:
Los factores considerados aquí como prioritarios aluden a: Importancia del profesorado: sugiere estrategias de ingreso por concurso, precisa definición de categorías, requisitos y criterios de ascenso, sistemas de evaluación, etc., concluyendo que cada institución adoptará un estatuto profesoral para promover el desarrollo integral de sus profesores. Papel de la acreditación: señala que cada institución de educación superior, conforme a su naturaleza, a su misión, a su vocación, propósitos y objetivos, está en la obligación de demostrar ante la sociedad y ante el Estado que el servicio público que presta reúne condiciones de calidad. Su relación con el entorno: uno de los problemas neurales de la educación superior es el poco interés de sus académicos en la construcción y organización del país. Por ello el PEI debe tener como punto de mira el contexto nacional, haciendo que sus docentes e investigadores sigan el curso del mundo y de la realidad colombiana, revisando y actualizando los currícula para propiciar la formación de egresados que, desde todos los órdenes, se comprometan con el mayor bienestar de los colombianos. Por ello, resulta imperativa la necesidad de impulsar la investigación formativa en todos los niveles y tipos de Universidad: motivar la indagación, la curiosidad y el pensamiento autónomo y creativo del estudiante. Así mismo, auspiciar la investigación encaminada a producir conocimiento original, esencialmente en los posgrados que deben orientarse hacia la formación de investigadores. Además, las relaciones con el entorno suponen el desarrollo de una mayor capacidad para asimilar, adoptar y aplicar el conocimiento universal en el campo de la ciencia, la tecnología y las artes. Por último, es fundamental consolidar los vínculos de las instituciones universitarias con el Estado y con la organización social, así como fortalecerlos con el sector productivo. Calidad y evaluación de la gestión: se implementarán “modelos flexibles de organización y de funcionamiento, que aseguren un manejo eficiente de sus asuntos académicos, administrativos y financieros”. Para este propósito se afianzarán procesos de planeación que atiendan el presente pero con visión de futuro; esquemas descentralizados de operación, manteniendo la unidad de propósitos y políticas; modernizar sistemas de información con la informática y sistemas de costos; y evaluaciones de gestión que miren, a más de productos, procesos y procedimientos. Así se analizará el funcionamiento de la institución como un sistema vivo y se formularán estrategias y programas de mejoramiento sostenido. Formación básica: propicia en el estudiante una estructura de pensamiento, promoviendo el desarrollo de los conceptos y categorías fundamentales de las ciencias sobre las que descansa el ejercicio profesional y el cultivo de las disciplinas; esta formación es absolutamente necesaria para que el estudiante pueda abordar nuevos conocimientos y enfrentar continuos reaprendizajes. De esta manera se emprenderán reformas curriculares que fortalezcan los núcleos básicos de la formación en las disciplinas y profesiones y que reduzcan los contenidos meramente informativos.
Ante la baja capacidad de absorción de aspirantes, fundamentalmente desde la universidad oficial, se requieren programas y estrategias que respondan a la creciente demanda, buscando una efectiva democratización de la educación superior. En esta perspectiva es preciso: Fortalecer y valorar la educación técnica y la tecnológica tanto por su papel estratégico para el desarrollo del país como para la ampliación y diversificación de la oferta educativa. Desarrollar una educación superior abierta y permanente adoptando “estrategias desescolarizadas y modernas tecnologías de información y comunicación, de modo que se logren sistemas educativos abiertos y flexibles en los que los colombianos puedan tener mayores posibilidades de acceso a la educación superior”. Impulsar procesos de descentralización y regionalización universitaria “para que el país, a través de las instituciones de educación superior y de sus formas de interrelación pueda redescubrir su territorio y su cultura, aprovechar mejor sus recursos, lograr un desarrollo local y favorecer una distribución de las oportunidades educativas con calidad, equidad y pertinencia”. Afianzar vínculos entre instituciones de educación superior y el resto de las instituciones del sistema educativo. Implantar sistemas de apoyo económico a estudiantes de nivel postsecundario a través de becas y otros auxilios para que la población marginada pueda así beneficiarse de este nivel educativo.
./.
La razón de ser de los contextos hasta aquí abordados radica, como al inicio se planteó, en escenificar los distintos espacios que desde una u otra perspectiva incidirán en el desenvolvimiento próximo de nuestra Institución; en esta medida resulta fundamental que en ellos y en su análisis estén representados los intereses, los problemas, las preocupaciones científicas, disciplinares y profesionales de las diferentes unidades académicas de la Universidad Central. En esta discusión ha de iniciarse el camino hacia la rigurosa autoevaluación y hacia la formulación consecuente de un nuevo Proyecto Educativo Institucional. Por obvias razones de espacio, excluimos de este escrito la propuesta metodológica que desde el DIUC se propone para llevar avante este proceso institucional que, pensamos, conduciría a una nueva Universidad para una nueva Colombia.
1 Tendencia que parece ser asumida por algunos de los Proyectos Educativos Institucionales, PEIs, revisados para la preparación de este documento.
2 Ramírez, Socorro, Restrepo, Luis Alberto (coordinadores). Colombia: entre la inserción y el aislamiento. Siglo del Hombre Editores – Iepri. Panamericana, Formas e Impresos S.A. Bogotá, 1997. p. 12.
3 Ibídem. p… 14.
4 Garf, William “El Estado en el Tercer Mundo”. En Utopía del Habitar Humano. Veeduría Distrital. Editora Guadalupe. Bogotá. 1996. p. 560.
5 Ortiz, Renato. Otro territorio. Convenio Andrés Bello. 2ª. Edición. Tercer Mundo Editores. Bogotá. 1998.
6 Ibídem. p. XXIV.
7 Ibídem.
8 Ibídem. p. XXIV.
9 Idem. XXIV.
10 Hopenhayn, Martín. Vida insular en la aldea global. En Revista Número 20, p. Vii. Bogotá, 1998.
11 Cfr. Hopenhayn, Martín. Ni apocalípticos ni integrados. Op.cit.
12 Gómez B. Hernando, Jaramillo S. Hernán. 37 modos de hacer ciencia en América Latina. Tercer Mundo Editores-Colciencias. Bogotá. 1997. p. XI.
* Las cifras de este apartado corresponden al año 1996-1997.
13 Situación que puede haber cambiado en razón de la agudización de la crisis económica de años recientes.
* Ver distintos artículos de la sección monográfica de esta edición 12 de NÓMADAS.
14 Sánchez Fabio y Núñez Jairo. Educación y dispersión salarial en Colombia, citado por Consuelo Corredor en su trabajo El empleo: una variable macroeconómica de enlace entre lo económico y lo social. En, Luz Gabriela Arango (Compiladora), Op. cit. p. 322.
15 Constitución Política de Colombia. Preámbulo. Imprenta Nacional. Bogotá. 1991.
16 Granada, Camilo y Rojas, Leonardo. Los costos del conflicto armado. En, Plan estratégico de Ciencias Sociales y Humanas, Colciencias. Copia. Bogotá, 1999, p. 8.
17 Cfr. Jimeno, Myriam. Movimientos campesinos y cultivos ilícitos. De plantas de dioses a yerbas malditas. En, Arango, Luz Gabriela (comp.). La crisis sociopolítica colombiana: un análisis no coyuntural de la coyuntura. CES-Fundación Social. Bogotá, 1997. pp 343-354.
18 Niño, José Ricardo, El Círculo de la exclusión: Santafé de Bogotá. En, Veeduría Distrital. Op. Cit. p. 193.
19 Quizás la situación más aguda de la capital se vive en Ciudad Bolívar: su población con NBI está en el 56.2% (en Bogotá 23.5%); características físicas inadecuadas, 19.7% (Bogotá 3.7%); hacinamiento crítico 23.7% (Bogotá, 17.1%); carencia de servicios básicos 11.1% (Bogotá, 1.3%); sin escolaridad 7.0% (Bogotá, 3.5%).
20 El Distrito Capital está conformado por 20 unidades administrativas: 19 localidades y la zona rural de Sumapaz, administradas por 20 alcaldías menores.
21 Integrada por, además de Bogotá D.C., Cajicá, Cota, Chía, Funza, La Calera, Mosquera, Soacha, Sopó, Tocancipá y Zipaquirá.
22 Ibidem cfr. pp. 207-212 y Leal Mejía, Oscar Hernán, Algunas reflexiones sobre la salud mental de los bogotanos. En, Veeduría Ciudadana. Op. Cit. p. 414 ss.
23 Cfr. Uribe, María Victoria. Bogotá en los noventa, un escenario de intervención. En, Giraldo, Fabio y Viviescas Fernando (comps). Pensar la ciudad, Tercer Mundo Editores-Cenac- Fedevivienda, Bogotá, 1996, pp. 391-408.
24 Mockus, Antanas Bogotá: ¿Indicios de una ciudad con vocación posmoderna o síntomas de una ciudad que descuida su función recontextualizadora. En: Giraldo, Fabio, Viviescas, Fernando. Op. cit. p. 396.
25 Plan Decenal de Educación 1996-2005. Ministerio de Educación Nacional, Bogotá, 1996, p. 11.
26 Cfr. Op. cit. pp. 17-23.
27 Cfr. ASCUN. Propuesta para la Educación Superior: Plan Decenal de Educación Superior. Bogotá. 1996. pp. 5-7.
28 Cfr. Comisión Nacional para el desarrollo de la Educación Superior. Hacia una agenda de transformación de la educación superior: planteamientos y recomendaciones. Bogotá 1997. pp. 5-34.
![]() |
Versión PDF |
Ingrid Zacipa I.*
* Publicista Universidad Central. Estudiante de la especialización en Comunicación-Educación del DIUC.
Este artículo pretende condensar la visión que se generó al desarrollar una tesis en publicidad, cuyo objetivo era conocer las caracterizaciones (actitudes estereotipadas) que le dan cuerpo a las marcas, en el acto del consumo, en la construcción de escenarios sociales, donde el joven se apropia y busca modelos de identidad que le permitan emerger ante su grupo de pares.
Al hacer diariamente un recorrido por la publicidad, en nuestro caso la colombiana, se puede observar que en su mayoría es protagonizada por modelos –estrellas de la farándula, hombres y mujeres vinculados a la moda, personas del común–, que satisfacen las necesidades requeridas por un casting1 para la realización de una estrategia comunicacional. Esta representación humana que le da vida a una marca y sobre la cual se genera 1a investigación base de este escrito la denominaremos “estereotipo”. Partiendo del concepto, un estereotipo es reduccionista en la medida que convierte en sencilla una idea compleja y es visto como una representación social, la cual ha trascendido las fronteras culturales y se ha posado como el elemento que encierra las características generalizadas atribuidas intencionalmente a los grupos humanos2.
Cabe aclarar: no sólo en la publicidad sino en la sociedad en general, se han construido estereotipos que enmarcan y generalizan el comportamiento de un individuo respecto a su entorno. Uno de los más marcados es el de género, donde inicialmente se estigmatizaba la imagen de los padres, presentando a la mujer como el ama de casa de delantal y escoba y al hombre como el trabajador y soporte del hogar siempre en corbata y con maletín; éstas eran hasta hace un tiempo las representaciones que se mostraban a los niños en las cartillas escolares, llegando en algunas sociedades a convertirse en una posición discriminatoria. Es así como algunas organizaciones internacionales optaron por comenzar a eliminar estas barreras, prohibiendo este tipo de imágenes que enmarcan diferencias tan radicales. Los estereotipos de género, a medida que los tiempos cambian y se da una mayor individualización del ser humano, afectan las diferencias entre los géneros acercándolos y permitiendo mayor integración de los roles3.
En la publicidad los estereotipos han marcado las modas, los conceptos de belleza, las formas de consumo, entre otros. En la investigación titulada “Modelo de identificación del estereotipo y su contribución en la imagen de marca, aplicado a piezas gráficas para jóvenes en el medio revista”4, se realiza un estudio de caso que permite conocer las ventajas y desventajas de la utilización de los estereotipos en los mensajes publicitarios y cómo éstos son o no, una realidad del grupo objetivo al cual se están dirigiendo.
Para determinar qué segmento poblacional se estudiaría se observó cómo la mayoría de publicidad utiliza modelos jóvenes y sobre ellos se determinó la reflexión apoyándonos en los argumentos de José Luis Aranguren: “Asistimos hoy a una exaltación de lo juvenil y a un creciente interés por cuanto se relaciona con la edad joven... a la mitificación de lo juvenil. Los modos y modas son asumidos incluso por quienes ya no se encuentran en esa fase de la vida”5. Podemos decir que el panorama actual de la juventud es una amalgama de identidades que quieren ser jóvenes, lo que nos lleva a profundizar en un grupo objetivo dentro de las edades comprendidas entre los 17 y 25 años, además debido a que la generación joven actual ha sido tan difícil de definir en características generalizadas. Esto nos conduce a visualizar grupos de socialización que conceptúan a seres de su propio espacio, gustos, preferencias, valores frente a las modas, comportamientos e influencia del “otro”6 en ellos. Fue prudente recurrir a varias sesiones de grupo para encontrar acercamientos y diferencias; de estas sesiones de grupo es importante rescatar la opinión de una joven: “todo el mundo busca meternos y encasillarnos en gustos y actividades que todos no realizamos, y como no nos han podido definir, decidieron llamarnos generación X, ¿pero qué es X?; X no es nada”7. Esta opinión deja una gran brecha en cuanto a que encasillamos los grupos en segmentos pero no los determinamos, se le dan cualidades a una generación sin comprobar su identidad con respecto a ésta. Por esto se tornaba interesante poder tener herramientas que permitieran profundizar sus conceptos acerca de la publicidad de la cual son considerados receptores.
La investigación se desarrolla en Bogotá; la muestra es de aproximadamente 272 hombres y mujeres entre 15 y 25 años de edad, aunque el segmento de edad puede ser tomado como amplio, esta clasificación surge de las revistas especializadas para jóvenes8 sobre las cuales se basó la escogencia de las piezas publicitarias pautadas en ellas, con marcas como: Bosi, Saloon, Philips, Free, Addax, Sony, CK, etcétera.
Al ser anunciada la marca en un aviso publicitario, la presencia del estereotipo se puede tomar en dos posiciones:
Para poder profundizar el papel que juega el estereotipo en el “mensaje”, se formula un modelo de análisis partiendo de la semiótica visual, como dice Göran Sonesson: ‘La semiótica se puede caracterizar por su objeto de estudio y por el hecho de construir modelos”9; contempla elementos como: el género, ubicación, tamaño, postura, posición, plano, acción, relación con la marca, entre otros. Cada uno de estos elementos nutre la participación del estereotipo en el mensaje, no siendo en vano una mirada, postura o tamaño del estereotipo frente a la marca o producto, todo contribuye a formar diferentes tipos de mensajes convertidos en objetos, sujetos o signos entremezclados con el lenguaje en la imagen, como está citado en el libro La comunicación publicitaria: “el anuncio publicitario es un hecho semiológico complejo en el cual se conjugan diversos sistemas de significación”10.
El segundo modelo de análisis planteado establece un cuadro de relaciones entre el estereotipo y “el grupo objetivo” al cual se dirige la comunicación de la que el estereotipo hace parte.
Teniendo en cuenta que uno de los puntos principales que el estereotipo publicitario pretende vender es un estilo de vida, por medio de este análisis se podrá conocer más a fondo si existe o no una relación de representación en los involucrados; esto se logrará por medio de cinco niveles o áreas sobre las cuales se hará énfasis: físico, expresiones, socio-cultural, psicológico y el mensaje como tal. Para poder aplicar este modelo se hizo necesario escoger dos marcas con sus respectivos almacenes y se realizó un trabajo de observación que permitió conocer a los usuarios y compradores de esas marcas, sin dejar a un lado las características del grupo objetivo estudiado.
El fin al aplicar el modelo es conocer en qué medida el estereotipo representa o no al consumidor de la marca, por medio de semejanzas o diferencias en sus estilos de vida; en uno de los casos se presentó el acercamiento entre las variables a analizar provenientes del nivel físico, expresiones y comportamientos entre otros; en el siguiente se pudo determinar que el estereotipo es más de carácter aspiracional, “cualquier imagen que genere emociones será socializadora, en el sentido de que tendrá incidencia sobre las creencias y los comportamientos”11.
Este segundo modelo facilita el conocimiento profundo de los deseos, necesidades, comportamientos, etc., de los usuarios de las marcas y la publicidad en general, proporcionando un mayor cúmulo de elementos que permitirán una relación de afinidad entre las marcas publicitadas y sus estereotipos.
A través de la imagen que las marcas proyectan, el individuo no sólo consume un producto, si no se le atribuyen valores agregados influenciadores en su elección de la persona; más aún, si la imagen está representada por un modelo poseedor de algún tipo de atractivo para el receptor del mensaje, éste consumirá dinamismo, virilidad, feminidad, edad, seguridad, naturalidad entre otros.12
Al entrar en contacto con el grupo central de la investigación, miembros de la generación joven actual, se encontró un aspecto que se denominó: fenómeno de adopción-adaptación, por cuanto los jóvenes toman elementos a su gusto de los modelos publicitarios y los adaptan de acuerdo con su personalidad y gusto buscando un estilo propio que les permitirá construir su identidad. Para ellos es vital ser únicos, auténticos y autónomos en sus decisiones.
El ideal actualmente es buscar “ser uno mismo”. Los conceptos de belleza han cambiado; lo que para uno puede ser bello para otro no; la autoseducción está marcando las pautas de comportamiento en los individuos; los jóvenes han asumido su cuerpo como un muro de expresión ante los demás. De aquí surge la necesidad de decorarlo; dan a entender con esto y con su forma de vestir su posición frente a la vida. “Ahora en la generación de los noventa, el actor principal es uno mismo, me entiendes, entonces ya no están buscando un artista principal, el ídolo yo creo que es más autopersonal”13.
Otro de los puntos que ha marcado a esta generación es el contacto permanente con los medios de comunicación. De allí obtuvieron en los primeros años de su infancia las herramientas de construcción de sus deseos, necesidades, comportamientos, responsabilidades, las formas de representarse ante los demás.
A partir de las revistas en las que se hizo la investigación se pudo determinar cómo de alguna manera los medios de comunicación también son formadores de estereotipos. Uno de los puntos esenciales es la búsqueda de la diferenciación de sus lectores frente a los de la competencia; en este caso se podría decir de los jóvenes implicados que unos son los “buenos” y los otros los “malos”. El estereotipo es un recurso para homogeneizar ideologías, propósitos, comportamientos, preferencias, valores, etc., del cual hacen uso los medios de comunicación y que han influenciado a la generación actual; por ejemplo la televisión en numerosos casos hizo de “niñera” de estos jóvenes porque sus padres estaban trabajando y no podían compartir mucho tiempo con ellos.
Esta generación cuestiona con frecuencia la labor de los adultos actuales; la brecha generacional se ha abierto más, debido a que los jóvenes hablan lenguajes más mediatizados y poseen umbrales de percepción más altos a los de su generación antecesora. Uno de los motivos es la amplia posibilidad que algunos tienen de permanecer en contacto con las nuevas tecnologías. Esto ha hecho que los jóvenes no posean referentes de figuras de autoridad o líderes, y proyecten esos ideales en los de su misma generación, escogen de sus personajes admirados las pautas de comportamiento e identificación para apropiarlas y modificarlas de acuerdo a su personalidad; preferiblemente son seleccionados músicos, deportistas, filósofos, o algún idealista de generaciones anteriores14.
Frente a la publicidad estos jóvenes “no comen cuento”; piden de ella veracidad acerca de los beneficios del producto, el cumplimiento de las expectativas que genera. “Ellos no quieren ser seducidos sino convencidos”. Respecto a la utilización de estereotipos en los mensajes publicitarios exigen un reflejo propio de su realidad.
El desarrollo de la investigación citada permitió obtener conocimiento e información no sólo sobre el estereotipo, sino que a partir de los tipos de análisis planteados permite su aplicación con otros modelos protagonistas de mensajes dirigidos a diferentes grupos objetivos, así como el reconocimiento claro y completo de las necesidades, deseos y anhelos del receptor al cual se va a dirigir la comunicación publicitaria.
La permanente actualización y aplicación, así como el planteamiento de nuevos entrecruzamientos de las variables de estos modelos, permitirá que esta herramienta sea útil en el desarrollo de la publicidad y su utilización como instrumento académico facilite a las nuevas generaciones de publicistas encaminarse hacia un mayor conocimiento de los grupos objetivos.
Se espera que la aplicabilidad y funcionalidad de estos modelos sean de alguna manera una respuesta al fin para el que fueron propuestos.
1 Proceso por medio del cual se realiza la selección del personaje que aparecerá en el mensaje, teniendo en cuenta sus características físicas, registro para fotografía, ángulos para tomas con cámara, entre otros.
2 Teniendo en cuenta que los conceptos citados no son las únicas definiciones de estereotipo. Se encontrarán otras en la investigación citada, en el Capítulo 1 que desarrolla ampliamente el tema acerca del estereotipo desde la visión de Joan Ferrés, David A. Aaker y John G. Myers, entre otros.
3 En la publicidad de la marca Calvin Klein, los modelos deben tener rasgos andróginos.
4 Tesis de grado realizada por Ingrid Zacipa I. para optar por el título de Publicista. Director: Arturo Uscátegui, docente Universidad Central. Asesor de Investigación: Alexander Castro Zamudio, docente Universidad Central.
5 Bajo el signo de la juventud, José Luis L. Aranguren. Aula Abierta Salvat, Barcelona 1985, p. 4
6 Este término hace referencia a los medios de comunicación, el entorno, los grupos de pares, etc.
7 Estudiante de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Investigación de campo. p. 91
8 Revista Shock y revista Eres.
9 De la estructura a la retórica en la semiótica visual, Göran Sonesson, Universidad de Lund, Suecia.
10 Comunicación publicitaria, Antonio Paolli Bolio y Cesar González, p. 43.
11 Modelo de identificación del estereotipo y su contribución en la imagen de marca, p. 142
12 Ibid, p. 141.
13 Programa con otros ojos. Investigación de campo, p.119
14 Modelo de identificación del estereotipo y su contribución en la imagen de marca, p. 108.
Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co