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… Arte ostentando los primores es cauteloso engaño del sentido… Representaciones identatarias de géneros y sexualidades

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… Arte ostentando los primores es cauteloso engaño del sentido… Representaciones identatarias de géneros y sexualidades

… Art flaunting the primores is cautious deception of the meaning … Indecent representations of genres and sexualities

… A arte que exibe os primores é um engano cauteloso do significado … Representações indecentes de gêneros e sexualidades

Eliseo R. Colón*


* Eliseo R. Colón es profesor e investigador en la Escuela de Comunicación Pública de la Universidad de Puerto Rico. Se doctoró en 1982 en la Universidad de Pittsburgh, E.E.U.U., con una tesis sobre semiótica teatral. Es autor de varios libros, entre ellos Publicidad/Modernidad/Hegemonía, Río de Piedras, Ed. de la Universidad de Puerto Rico, 1996.


Hampton-Court, le 8 février 1772, Mon cher ami,
Que diable est-ce que je entends dire! que vous êtes un femme, et que c’est vou qui le
dit?…Je ne veux pas croire cela; il serait trop drôle.

Racontez vite à moi la vérité, afin que je dérange pas la petite mystificatione que peut-être vous avez voulu faire. Vous êtes un femme! Oh! si je voulais raconter tout ce que je sais que non!…mai je dirai pas, soyes tranquille, je dirai pas; pourvu que je reçoive votre lette. S’il être vrai, oh! oh! que je allair rire!

Votre ami de vous homme, CH. Henri de Horneck
Nous n’avons pas trouvé la réponse du Chevalier d’Éon. (Memoires du Chevalier D’Éon, París: Editions de Saint Clair, 1967)

Resumen

Este ensayo abunda sobre un conjunto de categorías culturales mediante las cuales se forman las construcciones identatarias de géneros y sexualidades. El ensayo elabora a partir de la teatralización de estas categorías cómo se pone en riesgo y se desestabiliza el conjunto de categorías oficiales de género y sexualidad.


Arte ostentando los primores… es cauteloso engaño del sentido. Estos versos del título de este ensayo pertenecen a la poeta mexicana Sor Juana Inés de la Cruz. Sor Juana alude en estos versos al carácter representacional de la obra de arte. Ese cauteloso engaño del sentido no es otra cosa que el esencialismo que se le puede adjudicar a lo que es simple y llana apariencia teatral. Muy bien lo sabía la monja, y en muchas de sus obras de teatro trabaja con estas formas de simulacro. A pesar de este comienzo, utilizo a Sor Juana como pretexto para moverme hacia los espacios del género y la sexualidad. El lugar del artificio, de la representación, de la teatralidad de estos versos me dan pie para lo qu pretendo desarrollar en estas páginas, el aspecto representacional con que formamos nuestras construcciones identatarias de género y sexualidad.

A través del ensayo quiero abundar sobre un conjunto de categorías culturales cuyo performance pone en riesgo y desestabilizan el grupo de conceptos oficiales de género y sexualidad. Comezaré presentando dos ejemplos de lo que podríamos llamar situaciones excéntricas. Aquí ex-céntrico lo utilizo en el sentido de no-céntrico, como algo que se mueve hacia los márgenes, desplazando el orden de las identidades socialmente aceptadas. Luego esbozaré unas formas representacionales que sirven para exponer los propios confines materiales y culturales de las construcciones identatarias de género y sexualidad.

A. De los performances necesarios

Entre tantos personajes interesantes que nos ha legado el siglo XVIII, encontramos uno que por su audacia y tenacidad pone de manifiesto el absurdo de un pensamiento racional, cuya tensión podríamos pensar se pone de manifiesto a través de la conjugación del binomio Kant- Sade. Este personaje al que aludo es el Chevalier D’Éon: Capitaine de Dragons, Chevalier de Saint-Louis, Ministre Plénipotentiaire de France a la Cour D’Angleterre. Como queda plasmado en la pluma del obscuro compilador en el texto en dos tomos que recoge sus cartas y memorias y, por otro lado, que fuera sorpresa y asombro de sus contemporáneos, tenemos ante sí un personaje que durante su vida mantuvo por medio de grandes artificios y representaciones su género y sexualidad totalmente inciertos. Entre muchas de sus habilidades, fueron su astucia, su capacidad de negociación y su conocimiento de las tramas de las cortes más importantes de la Europa de su época, las que permitieron a Chevalier/Chevalière d’Éon convertirse en una de las figuras políticas más importantes de la corte francesa. Los episodios más interesantes en la vida de D’Éon son aquellos que lo vinculan a otro personaje importante de su siglo, el dramaturgo Pierre Augustin Caron de Beaumarchais, autor de dos piezas teatrales importantes de la escena europea del dieciocho, como atestiguan Molière, Mozart y Rossini: El barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro. Tal vez se explique el interés que producen estos episodios si pensamos que las memorias de D’Éon son un teatro de signos de la representación de masculinidades y femineidades. D’Éon teatraliza las convenciones de lo masculino y lo femenino, lanzándolas al espacio del cambio y de la transformación histórica. Esta teatralización le permite controlar el riesgo en que incurre con su gesto subversivo, a la vez que resalta las contradicciones sociales en que se mueve. La teoría cultural actual nos llevaría a querer pensar en conceptos tales como crossdressing, trans-gendered, o transsexual para hablar del Chevalier/ Chevalière D’Éon. No obstante, caeríamos en el riesgo de querer utilizar conceptos sacados de otros espacios representacionales para hablar de lo que para mí no es otra cosa que una puesta en escena de significantes masculino/ femenino.

El 21 de mayo de 1810 muere D’Éon en Londres a los 83 años. Los primeros 49 años de su vida construyó los signos de su imagen identataria a la usanza masculina. Los restantes 34 a la usanza femenina. Pese al secreto que aquellos allegados a él/ella quisieron mantener con respecto a la formación de sus órganos reproductivos, el misterio fue profanado. El discurso forense dio testimonio de que D’Éon al momento de su muerte avoir trouvé les organes masculins parfaitement formés. Irónicamente, tuvo que ser otro discurso de máscaras y representaciones, el forense, el que sirviera para colocar a D’Éon dentro de las patologías que sobre lo masculino, lo femenino y las sexualidades, el siglo XIX comenzaba a construir.

Pocos años después de la muerte de Chevalier, Hannah Cullwick protagonizaría junto a su marido Arthur Munby unas encarnaciones que llevaron los signos de la representación heterosexual de género y sexualidad de la sociedad victoriana a los márgenes de lo oficial, a sus confines. Las transgresiones teatrales que Cullwick escenificó durante su vida están documentadas en una serie de fotografías tomadas en distintos momentos. Ann McClintock1 señala que el gesto, la postura, la teatralidad de Cullwick acentúan lo artificial del orden social. Cullwick es capaz de presentar el orden social como algo anti-natural, como un libreto construido, fabricado. Nace el 26 de mayo de 1833. Entre 1854 y 1909, año en que muere, Hannah Cullwick transgrede con sus actos representacionales la iconografía victoriana del espacio doméstico. McClintock argumenta que las fantasías y juegos sadomasoquistas de Cullwick y su marido giraban en torno a las transformaciones centrales del imperialismo industrial británico: relaciones de clase (de sirvienta a señora), relaciones raciales (de mujer blanca a esclavo negro), de género (mujer a hombre), económicas (campo a la ciudad) y de edad (de adulto a bebé).

En su análisis de Cullwick, Ann McClintock estudia la cultura del S/M (sadomasoquismo) como uno de los movimientos culturales que surgen en la Europa de finales del siglo XVIII con el desarrollo de las políticas imperialistas en su fase industrial moderna. Para esta autora, la iconografía del S/M teatraliza el poder social al colocarlo sobre el escenario de manera invertida, escenificando las jerarquías, las diferencias y el poder, lo irracional, el éxtasis o la alienación del cuerpo, y ubicándolos en el centro de la razón occidental.

La lectura que provee McClintock del diario y de las fotografías de Cullwick, al igual que la narrativa sobre la vida de Chevalier d’Éon nos llevan a decir que no existe una relación directa entre sexo, género, representación del género, prácticas sexuales, fantasías eróticas y sexualidad. Estos ejemplos nos demuestran que no hay tal cosa como un género propio de un sexo o de una sexualidad. Toda construcción de género y sexualidad implica una aproximación, una personificación, en donde siempre está implícito el sistema compulsorio y normativo que consolida los fantasmas de la heterosexualidad. Hermanas Rodríguez, 1897. Archivo Melitón R.

Al igual que las transgresiones desestabilizadoras en que Chevalier D’Éon y Hanna Cullwick incurrieron sobre los sistemas normativos de género y sexualidad de sus respectivas épocas, de Ciudad de México a Caracas, de Caracas a San Juan, a Buenos Aires, Sao Paulo, Rio de Janeiro, Lima, La Habana, etc., en algún rincón de una ciudad todas las noches suben a escena Luisa, Ricardo, Bonnie, Tamara; el nombre en este caso no importa; son significantes carentes de la oficialidad que confiere la cédula de una identidad provista por el estado. Lo que importa es el espacio de las múltiples representaciones. Los límites de la noción oficial de una identidad marcada por género (masculino/ femenino), que a su vez privilegia los códigos de la heterosexualidad, se ponen en entredicho y se desestabilizan en estos espacios. Esto se logra mediante la teatralización que pone en escena aquellos códigos identatarios de los géneros y las sexualidades. Así, nos encontramos con unos sistemas transgresores. El travesti y el transexual cruzan la línea demarcatoria del sistema clasificatorio de género y de sexualidades.

B. De los performances del “yo” género, “yo” sexualidad

Mi interés, en la segunda parte de este ensayo, es pensar las nociones de género y sexualidad desde el lugar de la teatralización. A partir de esta mirada nos damos cuenta de que ambos conceptos se suscriben a lo político, ya que organizan sistemas de poder que premian y promueven a ciertos individuos y a cierto tipo de actividades, mientras castigan y suprimen otros2. Reconozco lo problemático de insistir en establecer la distinción entre género y sexualidades. Dicha distinción muy bien podría utilizarse para caer en un determinismo social al hablar de algunas prácticas sexuales. Sin embargo, lo que pretendo es la ruptura del determinismo biológico que establece la relación entre género (ser hombre/ ser mujer) y roles simbólicos (lo masculino/ lo femenino), para entender y aceptar el papel que juegan los desplazamientos representacionales de unas variables simbólico- sexuales en las diversas construcciones culturales de nuestras identidades, de nuestros múltiples “YO“. Más que una oposición demarcada, lo que propongo es un espacio desde el cual se problematice la construcción de identidades a partir de los espacios de género y sexualidad.

Es como espacio de problematización que tomamos los postulados de Kosofsky Sedwick3 para definir sexualidades. Sexualidad, o lo que la cultura actual también define como sexo, es un conjunto de actos, expectativas, narrativas, placeres, identidades y saberes, en hombres y mujeres, que se agrupan alrededor de ciertas sensaciones genitales sin que Soledad Acosta de Samper. Ca. 1878. archivo Meliton R. éstas la definan4. Ocupa un lugar privilegiado en la construcción del espacio simbólico-social, y conjuga las luchas de interés y las luchas de deseo que motivan ciertas representaciones identatarias a partir de las cuales hombres y mujeres viven y organizan sus espacios cotidianos. No obstante, la sexualidad no la podemos definir ni entender adecuadamente reduciéndola o agrupándola alrededor del deseo genital que atribuye propiedades fijas al género (ser hombre/ser mujer). A pesar de esto, separar género y sexualidades permite una reflexión de la diversidad de prácticas sociales que generan unas identidades cuyos escenarios y participantes apuntan hacia unas continuas negociaciones, reorganizaciones y apropiaciones de los espacios de producción cultural.

Pienso los espacios de las identidades a partir de los deseos y las pasiones que son articuladas desde diversas sexualidades, y que permiten que hombres y mujeres se apropien de los espacios de su cotidianeidad. Esto nos permite pensar las sexualidades en términos de culturas sexuales.

VALORES SEXUALES OFICIALES<------->VALORES SEXUALES NO-OFICIALES
Heterosexual<--------------->Homosexual
Casado(a)<---------------->Sin Casarse
Monógamo(a)<---------------->Promiscuo(a)
Actos con único fin de procrear<---------------->Sin fines de procrear
Fuera de los circuitos comerciales<------------->En los circuitos comerciales
Actos en pareja<--------------->Solo(a) o en grupos
Actos como parte del matrimonio<--------------->Actos de manera casual
Misma edad generacional<--------------->Diferencia generacional
Actos en privado<---------------->Actos en público
Sin pronografía<---------------->Uso de pornografía
Sólo el uso de los cuerpos<---------------->Objetos de estimulación erótica
Sin placer alguno<---------------->Sadomasoquismo

De estas ideas sobre las sexualidades surgen los interrogantes de qué se teatraliza, qué se muestra en la representación de los géneros y de las sexualidades. Como ya se dijo, podríamos responder que estamos ante la escenificación de los conjuntos de actos, expectativas, narrativas, placeres, identidades y saberes, de hombres y mujeres que se agrupan alrededor de ciertas sensaciones genitales, pero sin definirlas. El mapa de las sexualidades que tenemos a continuación es un trazado de lo que día a día teatralizamos en el espacio repesentacional de los géneros y las sexualidades, y cuya lectura la hacemos desde los llamados valores sexuales oficiales de la cultura heterosexual, en oposición a los considerados como no-oficiales.

Estos dos polos, el de la sexualidad oficial y el de la sexualidad no-oficial, no constituyen polaridades excluyentes. Su lectura tiene que darse en función de los entrecruzamientos horizontales, verticales y transversales de las diversas variables que lo componen y operan en el espacio de lo social. Pensemos que la línea imaginaria de aquello que constituye lo oficial, en oposición a lo no-oficial, varía según el espacio en donde se escenifiquen cada una de las variables. Esto quiere decir que en espacios fronterizos o anómalos, como podrían ser la calle o la discoteca, la línea demarcatoria de lo que constituiría la oposición buen/mal sexo se haría muy difícil de trazar. Unas posturas que partan de fundamentos éticos, basados en ficciones religiosas, médicas o políticas, imposibilitaría entender la manera en que operan los entrecruzamientos, lazos, complicidades y transgresiones que utilizamos los protagonistas sociales para apropiarnos de ambos polos de lo sexual.

La representación identataria de los géneros y de las sexualidades se logra mediante los entrecruzamientos entre las diversas variables, es decir, a través de múltiples lazos, complicidades y transgresiones. Será el valor erótico que los usuarios den a cada una de las variables lo que determine el tipo de entrecruzamiento y transgresión, y por lo tanto, la diversidad, variedad y diferencias que se puedan operar, articulándose a través de las diversas representaciones.

El buscar las huellas de las identidades sexuales propuestas por las múltiples imágenes, en la medida en que los diversos protagonistas sociales escenifican unas identidades marcadas por géneros y sexualidades, nos lleva a prestar atención a las situaciones, a los motivos y las intenciones de la teatralización de los géneros y las sexualidades. Además nos permite entender cómo los diversos protagonistas de la representación con sus performances definen y adjudican valor erótico, o diversos grados de valor erótico, a las diferentes variables de lo sexual. Desde la perspectiva de la representación del “YO”, sabemos que los actores o protagonistas buscan ciertos objetos de valor a través de una serie de acciones. A nivel de la escenificación, estamos ante una propuesta que coloca lo sexual en el espacio de unas identidades que corresponden a una pluralidad de recorridos escénicos, articulados a través de múltiples estrategias representacionales.

C. Conclusión

El cierre de este ensayo plantea una apertura hacia el cuerpo. Nos damos cuenta que tanto D’Éon como Cullwick se apropiaron de sus cuerpos para vivir sabiamente en el placer y en el dolor. De aquí el que sus gestos señalen hacia un cuerpo que aprende a vivir consigo mismo. Al colocar las construcciones identatarias de los “YO” géneros, “YO” sexualidades en el espacio de la teatralización, podemos señalar las múltiples contradicciones de estas construcciones, a la vez que nos deja ver la imposibilidad de marcar una identidad estable y fija desde donde acceder a la selva deleitosa de los géneros y las sexualidades.


Citas

1 Ann McClintock. Imperial Leather: Race, Gender and Sexuality in the Colonial Contest. New York: Routledge, 1996.

2 Rubin, Gayle S. Thinking Sex: Notes for a Radical Theory of the Politics of Sexuality. En: Henry Abelove, et. al. ed. “The Lesbian and Gay Studies Reader“. London: Routledge, 1993, p. 34.

3 Kosofsky Sedwick, Eve. Epistemology of the Closet. Berkeley: University of California Press, 1990.

4 Rubin, Gayle S. op. cit. p. 29.

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Un hombre en casa. La imagen del padre hoy. Papeles y valores que destacan 400 encuestados en Medellín

A man at home. The image of the father today. Roles and values that stand out 400 respondents in Medellín

Um homem em casa. A imagem do pai hoje. Papéis e valores que se destacam em 400 entrevistados em Medellín

Hernán Henao Delgado*


* Antropólogo, Universidad Nacional de Colombia. Master of Arts en Antropología Social, Universidad de California, Berkeley, U.S.A. Profesor Titular, Universidad de Antioquia. Director Instituto de Estudios Regionales INER, U. de Antioquia.


Resumen

En este artículo se presentan los resultados parciales de un estudio que el autor ha venido adelantando en los últimos años sobre la Imagen del hombre en Medellín y Antioquia.

Los resultados son inspiradores de una imagen en transformación para el hombre y el padre de esta región cultural, que contrasta con la que se dibujaba 30 y más años atrás, en estudios como los de la doctora Virginia Gutiérrez de Pineda. El varón–padre de antes era una figura cuyos papeles y valores se determinaban por su vida fuera del ámbito hogareño. Al varónpadre de hoy se demanda entrar a la casa y habitarla.

Esto conlleva cambios en los roles y valoraciones de género, una condición sociocultural del ser humano contemporáneo que tomó fuerza después de los años 60 con los movimientos femeninos, y que para los años 90 amplía el espectro al integrar al hombre en la problemática de su género.


Presentación

La imagen del padre que planteo en este ensayo surge de un trabajo realizado en Medellín, con pobladores, hombres y mujeres, de diferente estrato económico, profesión, ocupación y residencia. Es una muestra aleatoria, que para el caso retoma 400 instrumentos aplicados a una población urbana de ambos sexos (aproximadamente el 50% de cada sexo), y de edades que van desde los 15 años en adelante, incluyendo personas ancianas.

Durante varios años de la década de los 90 he aplicado una encuesta1 que interroga por papeles y valores referidos al varón padre, buscando llegar a la validación que éste tiene en el entorno ciudadano, y que eventualmente –sería la hipótesis– cambia con aquella imagen que suscribía la tradición regional antioqueña2.

Los resultados parciales que entrego se inscriben en una obra mayor sobre la imagen del hombre en nuestra cultura, que espero terminar en el presente año.

Imágenes desde el pasado

Me ha interesado el tema de género desde el mismo momento en que los estudios de familia se veían recortados si no se tomaba, de entrada, una perspectiva de género. Ante la avalancha de escritos sobre mujer, asumí interrogantes sobre el hombre, en tanto género y no en cuanto categoría general para hablar sobre la especie humana. Hoy en día –inclusose me hace difícil hablar en genérico utilizando la palabra hombre; prefiero, al contrario, usar la categoría ser humano.

En un viejo escrito3, en el cual recuperaba en parte la tradición antioqueña, decía en varios apartes:

“En la vida campesina y pueblerina es evidente la presencia histórica y el papel que han jugado la iglesia y la religión católica. En la socialización, en particular, han complementado el discurso materno, desplazando incluso la figura paterna. El cura asume el rol de esta última”… “No puede haber mejores modelos de vida que aquellos heredados de la religión, la que a su vez es marcadamente patriarcalista, al decir de los estudiosos, pero hace un uso reiterado de imágenes femeninas para afirmar valores y comportamientos”…

“La cultura (antioqueña) ha concedido al varón muchas funciones, algunas de las cuales se tornan duales y a veces antagónicas. Se le permite por ejemplo tener esposa para reproducir la especie, y prostituta para acceder al goce sexual… Al varón viajero, arriero, negociante, empresario, se le demanda el aporte económico. Es la conexión con el mundo exterior al doméstico. No tiene por qué exigírsele nada en estos espacios privados. Por qué, si lo vital es que se encargue de conseguirse el dinero para mantener la casa”…

“La jefatura es asumida en términos de hombre: aparece como rol masculino. El manejo interno del hogar, en cambio, es asunto materno. La madre recibe el presupuesto y lo distribuye. Aunque haga referencia al padre, es ella quien realmente maneja los resortes. La alusión al padre se hace, cuando es necesario, para refrendar la decisión. Y en efecto, los padres en ejercicio afirman las decisiones maternas. El patriarcado que tanto se menciona, opera en la esfera de lo público; en la de lo privado –lo doméstico en especial– funciona el matriarcado”…

El maestro López de Mesa perfilaba al antioqueño en los siguientes términos:

“Tímido y orgulloso a la vez es el antioqueño, mezcla que le perjudica grandemente, porque le priva de la flexibilidad del bogotano y de la agradable franqueza del costeño. Aventurero también, gusta de conocer el mundo, y es observador de mucha inquietud mental, aunque de información y en superficie todavía. … Abusa del diminutivo para calificar las personas y las cosas, y sin embargo le embaraza expresar públicamente la ternura de sus íntimos afectos”…

“Conserva buena tradición de honradez, pero es ambicioso y un poco tahur en los negocios. Progresista y civilista, ama la paz y la civilización material… muy inclinado a un socialismo de estado, a un subordinarse a la autoridad, a la comunidad municipal, a su departamento… Y en cuanto a pacifista, es fama en todo el país que no acoge guerra en su territorio…”4.

La antropóloga Virginia Gutiérrez de Pineda5 propone ver la figura del varón antioqueño desde el ángulo que ella denomina del “machismo catártico” en tanto “recorta los rasgos caricaturescos génericos en otras regiones [de Colombia] y sublimiza a través de los canales sociales de expresión los impulsos primarios que la mueven. Esta imagen varonil no está exenta de agresión; por el contrario, se encuentra motivada como las demás, por un impulso agresivo fundamental, de variada raigambre, que busca su realización a través de una plenitud lograda en las instituciones”.

“Pero, sin lugar a dudas (agrega la autora), la actividad que gestó la imagen del “paisa”, por hombre de la cultura antioqueña, fue el comercio”. Esta condición ha llevado a que en la tradición popular se le identifique como “judío”. En fin de cuentas, un “audaz hombre de empresa”, un “forjador de riqueza”. El dinero jerarquiza en la escala social. Por ello dice la doctora Gutiérrez de Pineda: “Cuando de ubicar a un individuo y su familia se trata, conscientemente el informador de este complejo cultural hace referencia inmediata al capital del personaje o del grupo consanguíneo: tanto tiene, tanto vale, es su equivalencia”.

Y continúa la autora afirmando: “la finalidad económica de la cultura que la socialización moldea, orienta la educación”. “Sabiduría que no da plata, es música que no suena”… Aquí “el profesionalismo no encarna forzosamente un valor de ascenso en la dinámica social… Un profesional sin plata vale menos que cualquier individuo sin educación alguna pero creador de riqueza”. Y para reforzar el peso de lo económico una frase lapidaria: “Lo único que no es permitido en este juego es el perder, lo demás, es legítimo, y mide la capacidad creativa del individuo, su versatilidad, su poder de adaptación, sus fuerzas.”

Para el hombre salir del hogar es el primer reto trascendental, rompe el “cordón umbilical hogareño”, es su rito de paso, su “bautismo cultural”, el logro de “la edad adulta”. Y la riqueza que empiece a acumular será para el gasto, por el poder que conlleva. Con pocas excepciones, dice Virginia Gutiérrez de Pineda, “el individuo de Antioquia piensa en función de las satisfacciones de diversa índole que la riqueza adquiere y con tal premisa satura su existencia y la de los suyos de todas las satisfacciones que pueda brindar”…Y la riqueza adquiere su pleno funcionalismo en la familia (nuclear y extensa): “La unidad hogareña es la que en última instancia condensa y cristaliza todo el esfuerzo creador del padre, traduce todo su poder, centrofocaliza su extraversión, de modo que ésta es la razón que estimula el que todas sus necesidades vitales sean cubiertas condicionándose el enriquecimiento a la satisfacción de dichas necesidades”… “El por qué y el para qué trabaja cada hombre en Antioquia, halla representación en la célula familiar. Por esto, individual y recíprocamente lo que ella representa, está de acuerdo con lo que él vale, porque el individuo y sus conquistas constituyen una unidad con un grupo consanguíneo, jamás por sí solas, separadas del mismo, pues si deja atrás a los suyos, se ha quedado rezagado socialmente”.

En otra parte6 concluíamos, luego de recorrer una extensa literatura sobre las imágenes culturales del hombre y la mujer antioqueños, que “La familia, como dispositivo social y económico del cambio en la vida antioqueña, aparece con la colonización… sin que se haya detenido del todo”. En esa familia, “el varón se hace a plenitud con las imágenes culturales que han recorrido la literatura oral y escrita. Son emblemas el aserrador, el arriero, el guaquero, el finquero, el minero, el culebrero, el agiotista. En fin, el negociante”.

En todas estas imágenes el hombre en genérico y el padre en específico, es un individuo para quien la cultura ha configurado un contorno hogareño en donde es presuntamente la figura mayor, a causa del peso que tienen sus actividades extrahogareñas, en particular las económicas o productivas. Se concibe al padre como proveedor, en síntesis.

Los tiempos de la crisis

El drama urbano que vive la familia debilita esas imágenes del pasado, y eventualmente las enfrenta, aunque nunca podremos desconocer el peso “inconsciente” que tienen los estructurantes de una cultura, que transitan casi inamovibles largos períodos de tiempo.

La realidad urbana nos permitió afirmar (en el último ensayo referenciado) que “el varón no está siempre en capacidad de cumplir los roles de providente que la cultura campesina y pueblerina le asignaron. Desvalorizado su papel paterno, e incluso viril, abandona con facilidad la familia o es excluído por su mujer y sus hijos cuando se torna castigador y ultrajante sin respaldo económico ni espiritual”.

Estas tesis se reconfirman con otras, al ubicar la mirada en Medellín (y Antioquia por extensión)7. En la ciudad marginal, la figura paterna es débil; pierde su papel de providente, abandona con facilidad el hogar, la mujer lo rechaza con frecuencia, se convierte fácilmente en maltratante, alcohólico, drogadicto, delincuente. Entra en una contradicción dolorosa con el hijo varón que utilizando canales legales e ilegales obtiene éxito económico y pasa a reproducir (para su madre y su familia) al ancestral varón.

En tiempos de crisis la lucha intergeneracional se hace más evidente, y la redefinición de los roles empieza a tomar fuerza. Mientras el mundo parental se afinca en las instituciones y las normas con las que se resuelve todo y se ejerce el mando en sentido vertical, el mundo filial apuesta a la duda, mueve el andamiaje, ensaya, renueva, replica y vuelve y ensaya.

Tampoco se queda atrás la pugna de género. Ya desde mediados de la década de los 80 se registraba un cambio en el comportamiento de hombres y mujeres separados: por un hombre, tres mujeres, siendo éstas las que en muchas ocasiones llevaban la iniciativa de la separación. Un estudioso lo afirma: “si antes de los años 50 el hombre optaba por separarse ante la infidelidad de su esposa, o en razón de haber conseguido otra mujer con quién vivir, ahora es la mujer, capaz de valerse por sí misma, quien toma la iniciativa… La mujer de hoy es autoválida porque la educación la ha capacitado. Hoy no sólo comparte con altura las aulas universitarias, sino también los puestos de responsabilidad en el mundo laboral”8.

La situación de la pérdida de peso del hombre podría verse en estadísticas del Dane (1985) y Planeación Metropolitana de Medellín (1991), por la población de mujeres en estado civil viudas y por consiguiente jefas de hogar: en 1985 representaban el 7.41% y en 1991 el 32.83%. La crisis social del varón se veía patética en familia, con un tercio de las mujeres casadas y obligadas a asumir la jefatura familiar.

Por otro lado, las estadísticas de Planeación Metropolitana de los años 80 hablan ya de un madresolterismo en Medellín del orden del 30%. Y los datos de la misma entidad mostraban para 1991 una población de hombres solteros del 10.89%, mientras que las mujeres en similar estado ascendían al 24.72%, lo cual podría interpretarse como que por cada hombre soltero hay dos mujeres en similar situación, poco tentadas –quizás– de acogerse a una unión con varones inestables.

Y otro dato estadístico que muestra la dinámica de género, en favor de las mujeres frente a los hombres, la proveen las entidades de estadísticas arriba mencionadas respectoa separados y divorciados: en Medellín, 1991, era de 1.32% hombres y 13.53% mujeres.

Vivimos en tiempos en los cuales la identidad del hombre en cuanto género está en crisis. La misma Elisabeth Badinter lo plantea: “cuando los hombres tomaron conciencia de esa desventaja natural (su imposibilidad procreadora, hhd), crearon un paliativo cultural de gran envergadura: el sistema patriarcal. Hoy, forzados a decirle adiós al patriarca, deben inventar un nuevo padre y, por lo tanto, una nueva virilidad”9.

Descubriendo el género

La hora, para el hombre, es de descubrimiento de su otra dimensión: la sociocultural del sexo, o sea el género. En palabras de Marta Lamas “las distintas anatomías de los cuerpos femenino y masculino ya no bastan como referencias para registrar las diferencias entre los hombres y la mujeres, ni para explicar sus procesos identificatorios”10.

Por su parte, Laura Guzmán Stein dice “El género es una construcción cultural de lo que entendemos por “femenino” y “masculino” y por ello hace referencia a los aspectos no biológicos del sexo. Es una categoría de análisis desarrollada para el estudio de las relaciones entre mujeres y hombres y la comprensión de los factores estructurales que influyen en la subordinación y discriminación femenina… [el género] explica la dicotomía que presentan los sexos como opuestos, así como aquellas formas de comportamiento, representaciones y valoraciones que la cultura identifica como femeninas o masculinas, de acuerdo a la asignación de roles distintos para cada uno de los sexos”11.

Se trata de diferenciar el sexo del género. Existen potencias de uno y otro género en cada sexo. La cultura nos enseña que los modelos o los paradigmas sólo sirven como referentes ideográficos, mas no como reali– Taller Antioquia, 1915. Benjamín de la Calle dades cotidianas.

Vivimos tiempos en los cuales conviene hablar de las maneras de ser hombre y mujer, de asumir lo masculino y lo femenino en las condiciones del entorno cultural y la vida corriente. La variabilidad del discurrir del sexo surge precisamente por la sobredeterminación del género.

Hombres y mujeres estamos compelidos a asumir nuevos roles en los espacios privados y públicos. Lo doméstico no sólo existe en casa, hay domesticidad en los espacios públicos en donde vivimos rutinas de estudio y trabajo, el hombre también es de rutinas y de mundos privados. Por su parte las mujeres son hoy tan habitantes de lo público como los hombres, y por ello no han abandonado ni perdido sus valores de sexo y género.

Las pervivencias y las nuevas demandas

En la muestra poblacional del estudio en progreso, del cual tomamos 400 encuestas para este ensayo, encontramos imágenes para el padre (y el hombre) que lo mantienen en parte en el ayer, pero lo trasladan sutilmente al hoy, y que lo inscriben en una cotidianidad de un orden de trascendencia diferente al que tipifica la tradición antioqueña, sin que pueda afirmarse del todo que ese viejo modelo (esa vieja imagen) haya desaparecido. Es preferible pensar que con ella no le basta a las generaciones que viven el hoy, en especial a los jóvenes.

Estas imágenes giran en torno a papeles, roles, tareas o actividades por un lado, y a valores, reconocidos a través de las cualidades y los defectos. En una serie de seis tablas y catorce gráficos consigno las miradas sobre algunos aspectos del ayer y el hoy que permiten resaltar tendencias marcadas. Veamos:

La tabla No. 1 presenta información sobre las actividades realizadas por el padre del(la) encuestado(a) cuando era niño(a). En el niño se destacan las actividades de recreación (pasear y recrearse en general, con frecuencias de 41 y 40); en la niña la mayor frecuencia está en jugar (43 casos). En menor grado están las actividades de trabajo y estudio (37 niños y 28 niñas); y quedan reducidas a la mínima expresión, en las imágenes infantiles, las labores domésticas o una que acercaría mucho al padre con sus hijos: contar o leer cuentos. También es irrelevante la vida religiosa del padre con sus hijos. En el rango de otras actividades aparecen compras, vueltas, mimos, cantar, y fabricar juguetes.

Tabla No. 1: Actividades realizadas por el padre cuando el/la encuestado/a era niño o niña

  Niño Niña
Jugar 33 43
Contar/leer cuentos 3 5
Recreación 40 41
Trabajar/Estudiar 37 28
Dialogar 15 19
Pasear 41 34
Deportes 5 0
Visitar familia 2 1
Religión 1 3
Domésticas 2 1
Otras 36 38
Ninguna 24 38

La tabla No. 2 interroga por las actividades realizadas por el padre cuando el(la) encuestado(a) era joven. En este caso las frecuencias mayores en los hombres están en la recreación, el trabajo–estudio y las labores domésticas (31, 30 y 30). En las mujeres, las mayores frecuencias están en diálogo, labores domésticas, trabajo–estudio y recreación (33, 31, 29 y 27). La diferencia en diálogo de hombres y mujeres es marcada: 33 casos en mujeres contra 18 en hombres. La actividad de jugar pierde total importancia al igual que la actividad de pasear; y de vida religiosa poco o nada se habla. En este caso las actividades domésticas toman fuerza en ambos casos; y hay actividades que son nulas, como las visitas a la familia. En el rango de otras actividades, encontramos: hacer vueltas, ir de compras, jugar cartas y cuidar la familia.

Tabla No. 2: Actividades realizadas por el padre cuando el/la encuestado/a era jóven

  JOVEN H. JOVEN M.
Jugar 4 2
Contar/leer cuentos 26 20
Recreación 31 27
Trabajar/Estudiar 30 29
Dialogar 18 33
Enseñar a tomar licor 2 0
Pasear 9 6
Deportes   5
Visitar familia    
Religión 1  
Domésticas 30 31
Otras* 31 32
Ninguna    

Podría percibirse un cambio de óptica generacional frente al padre, en tanto para los jóvenes éste aparece realizando labores domésticas, de lo cual estaba prácticamente ausente en la infancia (frecuencias de 2 y 1 para niños y niñas, contra frecuencias de 30 y 31 para jóvenes hombres y mujeres).

La tabla No. 3 consigna las tareas que el(la) entrevistado(a) preferiría realizar en casa si fuera padre de familia. Se destacan en el caso de los hombres y las mujeres los oficios domésticos (81 y 85), muy por encima de la labor de crianza de los hijos (37 y 45), de las labores de reparación (que en algunos casos podrían agregarse a los oficios –y aumentarían significativamente ese rango) y de las de recreación y diálogo con los hijos (17, 12 y 10, 13 respectivamente). Una actividad que se destaca sigularmente es la de cocinar (36 casos en hombres y 18 en mujeres), y las de jardinería (17 hombres y 7 mujeres). Poca relevancia tienen labores como estudiar con los hijos (8 y 8). Y aparecen aún actividades que no parecen estar ligadas con la vida hogareña, como el descanso (7 y 5 para hombres y mujeres), la lectura (1 y 2) y el trabajo (2 y 2). En el rango de otras tareas aparecen ver televisión, pasear y mercar.

Tabla No. 3: Tareas que el/la entrevistado/a preferiría realizar en casa si fuera padre de familia

  HOMBRES MUJERES
Oficios domésticos 81 85
Cocinar 36 18
Jardinería 17 7
Reparaciones 24 20
Crianza hijos 37 45
Estudiar con hijos 8 8
Recreación 17 12
Diálogo con hijos 10 13
De descanso 7 5
Artísticas 0 2
De trabajo 2 2
Leer 4 1
Ejemplo moral 0 1
Otras 26 31
Ninguna, no respuesta 2 8

La tabla No. 4 recoge la información relativa a los defectos del padre cuando el (la) entrevistado(a) era niño(a). Es la valoración negativa, que destaca por encima de todo la irresponsabilidad (75 niños y 72 niñas). Se ubica por encima del maltrato (42 y 54) y de la condición de vicioso (56 y 38). Se observa el mayor peso que tiene el vicio para niños y el maltrato para niñas. En un rango muy inferior se ubican los defectos de mujeriego (10 y 16), deshonesto (20 y 13), alcohólico (20 y 19) y poco cariñoso o afectuoso (11 y 15). En rango inferior están los defectos por ser adicto (7 y 9); injusto o incomprensivo (4 y 4), y de mal carácter o mal genio (3 y 3). Llama la atención que no se menciona casi la condición de machista o autoritario (1 y 3). Otros defectos en la condición del padre para tener en cuenta son: ladrón, egocéntrico, mal educador, infiel, avaro, tirano, deseaseado, inmaduro, egoísta, promiscuo, ordinario, celoso.

Tabla No. 4: Defectos del padre cuando el/la entrevisatado/a era:

  NIÑO NIÑA
Vicioso 56 38
Irresponsable 75 72
Maltrato 42 54
Mujeriego, infiel 10 16
Adicto 7 9
Deshonesto 20 13
Poco cariñoso, poco afectuoso 11 15
Alcohólico 20 19
Mal carácter, mal genio 3 3
Indelicado 1 1
Injusto, incomoprensivo 4 4
Machista, autoritario 1 3
Irrespetuoso 0 2
Otros 46 50
Ninguna, no lo recuerda 5 10

La quinta tabla, y los gráficos 1 y 2 agregan las frecuencias sobre las cualidades que debe tener un buen padre hoy, para hombres y mujeres. Se destaca la responsabilidad muy por encima de otras cualidades (58 hombres y 63 mujeres); le siguen en importancia su condición de ser cariñoso (45 y 49), que si se agrega a la de amoroso (28 y 29), darían cuenta de una gran demanda actual para los padres en términos de la expresión de los afectos en familia, algo de lo cual se carecía en la imagen del viejo patriarca, a quien ante todo se le calificaba por su responsabilidad. Y en orden descendente hay otras cualidades importantes para el buen padre de hoy: ser dialogante (32 hombres y 22 mujeres); ser honesto (17 y 12); colaborador y dispuesto a compartir (20 y 18); comprensivo (18 y 27); dar buen ejemplo (9 y 11); conciliador (7 y 7); amigo (4 y 7). Además hay una cualidad que poco se menciona directamente hoy: proveedor (2 hombres y ninguna mujer). En el menor rango aparecen otras cualidades, como la de fiel, sabio, trabajador (aunque ésta podría ligarse con la de responsable) y buen educador. En el rango de otras cualidades aparecen las siguientes: juicioso, ordenado, recto, comunicador y modelo de identificación.

Tabla No. 5: Cualidades de un buen padre hoy para:

  HOMBRES MUJERES
Amoroso A 28 A 29
Responsable B 58 B 63
Buen ejemplo C 9 C 11
Honesto D 17 D 12
Conciliador E 7 E 7
Cariñoso F 45 F 49
Dialogante G 32 G 22
Respetuoso H 18 H 24
Colaborador, dispuesto a compartir I 20 I 18
Comprensivo J 18 J 27
Amigo K 4 K 7
Proveedor L 2 L 0
Fiel M 5 M 6
Sabio N 3 N 1
Trabajador O 2 O 2
Buen educador P 5 P 0
Otros Q 38 Q 42

Finalmente, las tareas que como padre de familia realizaría el(la) encuestado(a) hoy, dependiendo de su ocupación actual, muestra un panorama interesante. En la mayoría de los casos, se resaltan las labores domésticas y de mantenimiento en el hogar. En un rango menor se ubican las de enseñar o hacer tareas, cocinar, ayudar y disfrutar con los niños y el diálogo en familia.

En este caso graficamos cuatro ocupaciones, para ver las tendencias dominantes (ver tabla No. 6 y gráficos 3, 4, 5 y 6). En los(las) empleados(as) las labores domésticas y de mantenimiento tienen una frecuencia de 53; en los(las) estudiantes de 68 (siendo una población importante en esta muestra), en las amas de casa (categoría que incorpora la población encuestada) 31 casos; y en los(las) trabajadores(as) independientes, 19 casos. Otro grupo importante, no graficado, es el de los(las) educadores(as), que registra 21 casos.

Tabla No. 6: Tareas como padre de familia que realizaría el/la encuestado/a según su ocupación:

OCUPACIÓN TAREAS
Diálogo en familia Enseñar o hacer tareas Labores domésticas
mantenim.
Actividades recreativas y deportivas Cocinar Ayudar y disfrutar niños Pasear Ninguna
no responde
Leer Ver T.V. Arreglo jardrín Sociales Descansar Trabajar
A B C D E F G H I J K L M N
Empleado/a 14 7 53 3 13 22 1 1 1 0 2 0 1 0
Educador/a 2 8 21 11 9 13 1 2 3     1    
Estudiante 19 50 68 15 10 13 2 8 2 2 3 3 1 1
Desempleado/a 2 2 1 1                 1  
Ama de casa 2 3 31 1 5 8 0 1 1 0 2 0 0 1
Independiente 4 2 19 2 12 10 0 1 3 2 2 1 1 0
Comerciante 1 3 9 1 3 4     2   2      
Agropecuario     2   2   1              
Jubilado/a     3 2   1                

Para la actividad de realizar tareas o enseñar, es la población estudiantil la que mayor demanda le hace a la imagen paterna, con 50 casos, aquí muy por encima de las otras ocupaciones: 7 en empleados(as), 8 en educadores(as), 3 en amas de casa y 2 en trabajadores(as) independientes.

La tarea de cocinar es muy destacada en los(las) empleado(as), con 13 casos, los(las) trabajadores(as) independientes, con 12 y los(las) estudiantes con 10. Sólo 5 amas de casa llaman a la cocina al varón. Pero a ayudar y disfrutar con los(las) niños(as), el llamado es a 22 en empleados(as); 13 en estudiantes y educadores(as), y 10 en independientes. Aquí también las amas de casa llaman a esa tarea en 8 ocasiones.

Sólo estudiantes y educadores(as) destacan las actividades recreativas y deportivas (15 y 11 casos respectivamente). Y el diálogo en familia es muy importante para estudiantes (19) y empleados(as) (14).

Nuevo padre y nuevo hombre

En conclusión, hay papeles y valores nuevos para los padres de hoy. Estar y hacer, relacionarse más con los miembros de la familia, disfrutar del ambiente hogareño es hoy más importante para hombres y mujeres de diversas edades de la población de Medellín (que es Antioquia), de lo que fue en el ayer, en donde a él se le demandaba y se le valoraba por lo que hacía fuera del hogar.

El padre que se pide hoy es más humano, más de “lavar y planchar” como lo menciona el dicho que resalta una rutina casera. A este padre se le pide asumir su dimensión de género, para que reconociéndose en su doble dimensión masculina y femenina pueda penetrar en mundos que antes no había vivido y redimensione los mundos siempre vividos.

La profesora Badinter habla de la androginia para pensar los tiempos del género. Ese puede ser un llamado válido; recordémosla, cuando hablando de la alternancia entre lo masculino y lo femenino las mujeres se hacen maestras, e igualmente pueden serlo los hombres: “el padre puede ser simultáneamente femenino con el bebé y francamente viril con un niño más grande… La identidad andrógina permite un ir y venir de las cualidades femeninas y masculinas que no puede compararse con la “economía de la separación y de la distancia” de otras épocas, ni con la “ecología de la fusión”. Es como un juego entre elementos complementarios cuya intensidad varía de un individuo a otro. Una vez interiorizada la identidad sexual, cada uno maneja la dualidad a su manera”12.

Lo que los datos que registramos indican es un llamado a andar el camino de espacios y tiempos que se le han asignado a la feminidad. La función femenina –si esos roles y valores adscritos tienen tal connotación– del varón, debe estar presente en la crianza y en la vida del hogar, en las actividades cotidianas y en las trascendentales. Nada puede suceder en casa sin que esté presente el toque femenino, y éste puede aportarlo también el hombre (el padre).

Como decíamos en otra parte: “la función femenina del varón quizás rompa con la concepción de feminidad que ha transportado históricamente la mujer, y que incluso la enriquezca. Es posible además que la sensibilidad femenina dé rienda suelta a potencias ocultas, y que el encuentro de los géneros acompañe a los sexos para hacer una vida más rica, más plena, en beneficio de las generaciones nacientes”13.

Podríamos parafrasear a Luis Carlos Restrepo14 para decir que “como somos (los hombres) algo más que el cascarón de identidad masculina que nos ha impuesto la cultura”, percibimos los remezones que sacuden a la familia, nos lanzamos a las lógicas de lo sensible, y podemos encontrar un discurso, unos papeles y unas cualidades que se llenen de ternura y de “vitalidad emotiva”.


Citas

1 Realizada principalmente con estudiantes del posgrado en Familia de la Universidad Pontificia Bolivariana, para quienes van mis reconocimientos. Para este ensayo acudí a los trabajos de Marta Eney Riascos Riascos, Carmen Eugenia Gallego, Luz Elena Ramírez, Ana Rosalba Herrera Vélez, Verónica Villegas Arango, Beatriz Aguilar Rúa, Luz Patricia Vélez, Marta Cecilia Buitrago Murcia, Noemí Rendón Hurtado, María Bernarda Franco Duque, Gloria Patricia Peláez, Ligia Duque Ruiz, Martha Ligia Giraldo, Claudia María Mora y Jorge Enrique García Gómez.

2 En obras como las de Luis López de Mesa para los años 30 y Virginia Gutiérrez de Pineda para los años 60, se tienen imágenes muy transparentes: El primero, en su obra clásica De cómo se ha formado la Nación Colombiana, Editorial Bedout, Medellín, 1970; la segunda en su también clásica obra Familia y cultura en Colombia, Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 1994 (3a. ed.).

3 “La imagen del hombre en nuestra cultura”. En: La Sexualidad Masculina. Ciclo de Conferencias, Universidad Nacional, Medellín, 1989, pp.1-10.

4 López de Mesa, Luis: obra citada, pp. 94-105.

5 Gutiérrez de Pineda, Virginia: obra citada, pp. 403- 426.

6 Henao Delgado, Hernán: “Mujer privada, hombre público”. En: Colombia país de regiones, El Colombiano y Cinep, No. 4, sobre Vida cotidiana, 30 de mayo de 1993, pp. 61-62.

7 Ver Henao Delgado, Hernán: “La familia en el contexto de la nueva marginalidad urbana”. En: Reflexiones para la intervención en la problemática familiar. Consejería Presidencial para la Política Social, PNUD, Bogotá, febrero 1995, pp. 61-82.

8 Dr. Ovidio Tamayo, en Henao Delgado, Hernán, obra citada en nota 7.

9 Badinter, Elisabeth: XY, La Identidad Masculina. Editorial Norma, Bogotá, 1993, pp. 303-304-

10 Lamas, Marta: “Cuerpo e identidad” en Luz Gabriela Arango et al.: Género e Identidad. Editorial Tercer Mundo, Ediciones Uniandes, U. Nacional - Facultad de Ciencias Humanas, Bogotá, 1995, p.61.

11 Guzmán Stein, Laura: “Relaciones de género y estructuras familiares: reflexiones a propósito del año internacional de la familia”. En: Memorias del Congreso Latinoamericano de Familia Siglo XXI, Medellín, 1994, pp.515-516.

12 Obra citada, p.274.

13 Henao Delgado, Hernán: “Roles de género en la nueva familia”. En: Encuentro: La familia hoy, prospectiva y propuestas. Memorias de los 10 años del Posgrado en Familia de la Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, 1995, p. 7.

14 Restrepo, Luis Carlos: El derecho a la ternura. Arango Editores, s.f., p.24

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Débora Arango, la más importante y polémica pintora colombiana

Débora Arango, the most important and controversial Colombian painter

Débora Arango, a mais importante e controversa pintora colombiana

Santiago Londoño Vélez**


* Versión resumida de la conferencia dictada el 16 de agosto de 1996 en la Biblioteca Luis Angel, con motivo de la exposición retrospectiva de la artista. La fuente principal de este artículo son diversas entrevistas sostenidas con la pintora, entre octubre de 1995 y octubre de 1996.

** Investigador. Autor del libro Historia de la pintura y el grabado en Antioquia (Editorial Universidad de Antioquia, 1996); colaborador de revistas nacionales y volúmenes colectivos de historia. En la actualidad prepara una biografía de Débora Arango.


La pintora Débora Arango Pérez nació en Medellín en 1907. Para ese entonces, la ciudad se acercaba a los 65.000 habitantes y su condición de aldea decimonónica comenzaba a transformarse lentamente. Fue la octava de un total de doce hijos vivos del matrimonio del comerciante Cástor Arango y Elvira Pérez. Cursó estudios primarios en el colegio de las Isazas, un establecimiento para la infancia de carácter privado. Desde temprana edad contrajo paludismo. Esta dolencia, junto con las de origen gastrointestinal, estaba entre las principales causas de mortalidad en Antioquia desde finales del siglo XIX. Incluso los médicos eminentes todavía no conocían a ciencia cierta el origen del paludismo. Una de las medidas recomendadas para combatirlo era el cambio de clima. Por ello, Débora Arango pasó durante su infancia varias temporadas con distintos familiares que vivían en las afueras. Por cerca de dos años estudió con las hermanas de La Presentación en el municipio de La Estrella, donde residía con Carina, su hermana mayor casada.

Superadas parcialmente las crisis palúdicas, regresó a Medellín e ingresó al Colegio de María Auxiliadora, el cual junto con el de La Enseñanza, La Presentación y el Colegio Central de Señoritas, eran los únicos que impartían educación femenina en la ciudad. En aquellos años de la segunda década del siglo XX, a las mujeres no se les concedía el mismo título de bachiller que recibían los hombres, sino un certificado de estudios. En el currículo femenino se enfatizaba en la enseñanza de labores que las calificaban para un futuro desempeño doméstico, tales como modistería y culinaria, y otras que se creía contribuían al cultivo de su personalidad, como las manualidades, la música y en ocasiones la pintura.

En el colegio de María Auxiliadora enseñaba pintura la hermana italiana María Rabaccia, quien tempranamente descubrió el gran interés y las especiales habilidades de Débora Arango con el pincel. En sus clases se copiaban al óleo imágenes europeas de distintos motivos y pronto le encargó que corrigiera los trabajos de sus condiscípulas. Tras seis años, la joven abandonó los estudios secundarios en los cuales se atrasaba con frecuencia debido a las secuelas de la enfermedad, y optó por dedicarse a la pintura.

Luego de retirarse del colegio, ofreció por un corto período unas clases de pintura en su residencia, a varias de sus compañeras que se lo solicitaron. Copiaban láminas y avisos publicitarios. En 1931 el pintor Eladio Vélez regresó a Medellín luego de estudiar en Europa. Su primera formación la había obtenido con Humberto Chaves, alumno a su vez de Francisco A. Cano. Vélez comenzó a dictar clases particulares en su casa, a donde llegó Débora a estudiar pintura, sumándose a un pequeño grupo de alumnas. Al año siguiente, Vélez ingresó como profesor al Instituto de Bellas Artes y la joven se matriculó en sus clases. En el Instituto conoció a otros estudiantes de talento interesados en el arte, entre los cuales se encontraban Carlos Correa y Rafael Sáenz. Aprendió dibujo y acuarela y practicó principalmente el retrato, durante unos cuatro años. Las clases se centraban en el dibujo de figuras de yeso y naturalezas muertas. Pero la artista en ciernes se aburría con la rutina académica y consiguió autorización para salir a pintar afuera distintas escenas urbanas. En estas obras hechas a la acuarela, se refleja muy bien el ambiente de la ciudad en trance de modernización, marcado por el tranvía, los automóviles y la gente.

También cultivó con entusiasmo el retrato, pero como declaró en una entrevista de 1939,

Yo sentía algo que no acertaba a explicar. Quería no solo adquirir la habilidad necesaria para reproducir fielmente un modelo o un tema cualquiera, sino que anhelaba también crear, combinar; soñaba con realizar una obra que no estuviese limitada a la inerte exactitud fotográfica de la escuela clásica1.

Entre los cuadros que pintó durante sus estudios con Vélez, se encuentran los retratos de su madre, su padre, su tía Francisca y el de su profesor de arte. El retrato de Eladio Vélez en acuarela, se aparta notoriamente del concepto pictórico que predomina en los rostros de sus familiares más queridos. Esta pintura deja entrever por primera vez las inquietudes creativas de la artista, gracias a la fluidez y espontaneidad de la acuarela. El maestro Vélez aparece con los ojos cerrados, algo extraño e inaudito para un retrato convencional en aquella época.

Pedro Nel Gómez regresó a Medellín luego de estudiar en Italia y para 1935 inició los frescos del Palacio Municipal, con los cuales la pintura antioqueña y colombiana dio un gran viraje y entró definitivamente en el siglo XX. En estas obras apareció por primera vez el desnudo en un edificio público, pero también, el trabajo del hombre que transforma la naturaleza, la máquina, el progreso como ideal de un pueblo, los conflictos del hombre en sociedad, y en general, la representación de ideas de índole nacionalista. Se trata de una imaginería americanista que busca consolidar una identidad, pero no a partir de los intereses y gustos de los poderosos como había sido tradicional.

Nuestra artista, visitó los frescos en ejecución. La experiencia tuvo el carácter de revelación y quedó fuertemente impresionada. En ellos vio materializados sus deseos como pintora, todo lo cual le abrió un nuevo rumbo a su trabajo, que a la postre, resultaría definitivo. Según le dijo a un periodista,

Un buen día hallé lo que buscaba. Los frescos de Pedro Nel Gómez me revelaron algo que hasta entonces desconocía, algo que no había tenido ocasión de comprender. El estilo revolucionario de Gómez abría ante mi un nuevo y vasto campo de realización2.

Pronto abandonó la rutina academicista de Vélez y abrazó con fervor y de manera personal, las enseñanzas de Gómez. Practicó especialmente la acuarela, técnica con la que representó motivos urbanos, bodegones, animales y figura humana. Sus condiscípulas eran Emilia González de Jaramillo, Luz Hernández, Laura Restrepo de Botero, Graciela Sierra, María Uribe y Jesusita Vallejo de Mora. Atrás quedaron los colores agrisados de Vélez y el sometimiento académico. Con Gómez encontró la libertad en el color y el dibujo, lo que le abrió las puertas al colorido fuerte y agresivo de sus obras futuras.

A instancias de su profesor, las alumnas presentaron en julio de 1937, una exposición de pintura en una casa desocupada que les facilitaron, localizada cerca al Club Unión de Medellín. Por ciertos celos, alguna de las condiscípulas, en ausencia de Débora, trasladó sus cuadros, que Pedro Nel había dispuesto en una de las salas principales, a otra localizada en el fondo de la casa.

En esta muestra participó con un total de 21 acuarelas que fueron muy bien recibidas por la prensa, en particular por el periodista conservador José Mejía y Mejía del diario El Colombiano, quien opinó que la mejor obra de Gómez eran sus alumnas. En su artículo, Mejía fue inusualmente perceptivo y muy crítico con respecto al paisajismo dominante en el gusto del momento; en particular, ponderó la importancia de la pintura “interpretativa” en contraposición con la “reproductiva”3.

Durante un almuerzo que las alumnas le ofrecieron a Pedro Nel con motivo de la exposición, éste les dijo, según recuerda la artista: “para el año entrante no me sigan pensando en paisajitos, en naturalezas muertas. Ya vamos a pintar lo humano, unos desnudos, estudien que ése es el mejor estudio”. Débora expresó espontánea y abiertamente su entusiasmo por el tema; pero las demás se miraron extrañadas y enmudecieron. Se despidieron porque comenzaban las vacaciones y al año siguiente la joven pintora descubrió que sus condiscípulas no solo habían rechazado la propuesta de Gómez, sino que ya no querían tenerla a ella en el grupo por su interés en el desnudo.

En vista del rechazo, acudió a la casa de Pedro Nel donde recibió algunas lecciones con modelo. Uno de los primeros cuadros se llama Azucenas, para el cual posó su hermana Elvira. Entabló amistad con Giuliana Scalaberni, dama florentina esposa del pintor, quien cuando descubrió sus capacidades comenzó a enseñarle el idioma, con la idea de que debería estudiar en Italia. Pero a partir de entonces, Gómez se distanció inexplicablemente de su alumna.

Luz Hernández, su mejor amiga, fue quien la informó del rechazo de las otras compañeras. Al mismo tiempo, le contó que pensaba entrar de monja al convento y le ofreció servirle de modelo antes de ponerse el hábito: “yo no me voy a ir hasta julio”, le dijo Luz Hernández, “y le poso a usted hasta que me vaya. Y buscamos otra que me reemplace a mí después. Quédese tranquila”. Según Débora, “esa misma tarde empezamos. Me acuerdo que mi mamá tenía una jarra de cristal lindísima, la llenamos de agua, nos fuimos para una pieza allá adelante, Luz me posó y yo pinté”.

La artista invitó a Gómez a ver los cuadros que estaba haciendo. Luego de examinarlos, le recomendó lacónicamente que no siguiera por ese camino y se marchó sin decir nada más. Débora encontró entonces apoyo en el pintor Carlos Correa, quien cuando conoció los primeros resultados, se mostró abiertamente elogioso y entusiasmado. Había pegado pliegos de papel de acuarela para poder pintar en formato grande y a tamaño natural en algunos casos, con lo cual rompió sin proponérselo conscientemente la técnica tradicional de la acuarela. Al poco tiempo Correa viajó a Bogotá y a partir de entonces continuó trabajando sola: “ya poco necesitábamos del maestro, la práctica era la que nos iba llevando”.

En noviembre de 1939 fue invitada por la Sociedad de Amigos del Arte a participar en el “Salón de Artistas Profesionales” en el Club Unión, el más prestigioso centro social de Medellín. Tenía entonces 31 años y pocas semanas antes había comenzado la Segunda Guerra Mundial. Entre los catorce artistas escogidos, se encontraban pintores de la escuela de Cano, como Luis Eduardo Vieco, Eladio Vélez y Constantino Carvajal, al igual que jóvenes destacados como Ignacio Gómez Jaramillo, quien contaba con 29 años. El jurado decidió otorgarle el primer premio a Débora Arango. La recompensa de cien pesos se la dieron por el cuadro Hermanas de la Caridad (conocido también como Hermanas de la Presentación). Pedro Nel Gómez le había dicho a la autora que a ése cuadro le pondría su propia firma.

La elección de esta obra se hizo como una manera de soslayar el posible escándalo que habría si se premiaba alguno de los dos grandes desnudos a la acuarela que también presentó la artista, llamados Cantarina de la Rosa y La Amiga. No obstante el premio a una pintura de temática religiosa, la polémica por los desnudos exhibidos en el Club Unión no se hizo esperar. Por una parte, los artistas más tradicionales como Eladio Vélez y los jóvenes como Gómez Jaramillo, protestaron enérgicamente porque se sintieron vencidos por una artista que no consideraban profesional. Por otra, los desnudos fueron juzgados como escandalosos por sectores sociales cuya vocería tomó la prensa conservadora local. Poco a poco, el episodio adquirió matices políticos y la prensa liberal asumió la defensa de alguien a quien veía como a una mujer valiente. En medio del escándalo, Débora Arango expresó un concepto sin antecedentes en el medio artístico nacional, hoy muy citado a propósito de su pintura: “el arte, como manifestación de cultura, nada tiene que ver con los códigos de moral. El arte no es amoral ni inmoral. Sencillamente su órbita no intercepta ningún postulado ético”4.

Junto con el cuadro Anunciación de Carlos Correa, en la historia del arte colombiano no existen otras obras que hayan causado una polémica semejante a la que despertaron los desnudos de Débora Arango, quien por entonces tenía 32 años. Toda esta reacción puede entenderse mejor si se comparan tales obras con otros desnudos que las antecedieron. La Mujer del Levita de Epifanio Garay, pintada a finales del siglo XIX, se basa en una leyenda bíblica y tiene un afán moralizante a pesar de la evidente voluptuosidad de la modelo; el desnudo femenino en Cano era sobre todo un símbolo del ideal de belleza, dispuesto para la contemplación pasiva, pero también un objeto de estudio, sobre el que se debía practicar incansablemente para aprender a reproducirlo con fidelidad y destreza. El desnudo en Pedro Nel Gómez se convierte en expresión de la condición precaria del trabajo minero y por lo tanto, una forma de denuncia. Los desnudos de Débora Arango contradicen radicalmente el canon del género: la mujer aparece con todos los detalles de su anatomía, incluyendo el vello púbico; no solamente no oculta el rostro con vergüenza aleccionadora, sino que mira abiertamente al espectador. El clima de naturalismo que impera en ellos, se ajusta precisamente al propósito de una expresión pagana5.

Tanto afán en defensa de la moralidad por parte de periodistas conservadores e incluso del mismo Eladio Vélez, contrasta con la cruda realidad que se vivía en Medellín. Se ha calculado que existía una prostituta por cada 40 hombres y en vista de la proliferación de enfermedades venéreas, las autoridades abrieron -tardíamente- el Instituto Profiláctico en 1917, donde se trataba de controlar la salud de las mujeres públicas. En 1928 existían 800 cantinas en la ciudad, una por cada cien habitantes. El bar y el burdel eran sitios importantes de socialización masculina. El ingeniero Jorge Rodríguez, al analizar en su momento el descenso de la natalidad entre 1912 y 1924, lo atribuyó a una hipotética degeneración de la raza, debida al alcoholismo y a la sífilis6. La obra de la pintora antioqueña hizo visible por medio de una elaboración pictórica personal, una realidad social sabida pero ocultada por los códigos vigentes del decoro.

Con motivo del escándalo, Débora Arango fue llamada por el padre Miguel Giraldo, párroco de la Iglesia de San José, quien le aconsejó retirar los desnudos y no seguirlos pintando. No sería la primera ni la última vez que algunas autoridades religiosas recalcitrantes, trataron de censurar la pintura de alguien que tenía un profundo sentido religioso y comulgaba diariamente. El mismo día de la plática con el sacerdote, se enteró con tristeza que el instigador del episodio había sido Eladio Vélez.

Dedicada ya a trabajar como pintora independiente, fue invitada en 1940 por el Ministro de Educación liberal Jorge Eliécer Gaitán a exponer sus pinturas en Bogotá. Respecto a su inclinación a la “expresión pagana”, dijo en una entrevista en la capital: “yo tengo un espíritu tranquilo, reposado y analítico. El fenómeno debe surgir probablemente de la interpretación emocional que me producen los demás. Debe ser -así lo creo yo- que veo en todos los rostros humanos pasión y paganismo”7.

El periódico bogotano El Siglo calificó la exposición como un “desafío al buen gusto”. Opinó que la artista era “una joven sin gusto artístico, que demuestra no poseer siquiera nociones elementales de dibujo y que desconoce la técnica de la acuarela”. El articulista anónimo consideró como de “extrema gravedad” que el Ministerio de Educación patrocinara la exhibición de los “esperpentos artísticos”, los cuales rechazó por ser indicio “de pereza e inhabilidad”. Esta misma idea fue el argumento con el que Laureano Gómez, en un agresivo artículo de prensa8, había descalificado tres años antes lo que se entendía como expresionismo. Sin proponérselo, la pintora fue tomada de nuevo como instrumento de batalla entre conservadores y liberales.

Poco después participó, también en Bogotá, en el Primer Salón Anual de Arte Colombiano. Ignacio Gómez Jaramillo recibió el primer premio con un retrato de su madre, lo cual fue considerado en Medellín como la gran derrota del pedronelismo. Al final del año, Alberto Durán Laserna destacó en un comentario ciertos valores pictóricos en la obra de la artista pero, al mismo tiempo, no dudó en recomendarle “ensayar en el impresionismo de la Cassat o en la difuminada dureza de Renoir”. Le pidió darle a su trabajo, “más ternura, un poco de fácil y simple encanto”. También le sugirió que abandonara “ese hosco período realista-naturalista”9. Esta no sería la única vez que un crítico pretendiera decirle cómo debía pintar. Veinticinco años más tarde, Marta Traba la visitó en su residencia en Envigado y le recomendó dejar su estilo, que encontró “muy pasado”, sugiriéndole dedicarse más bien al arte abstracto.

El revuelo por la obra de Débora Arango se renovó en 1942, cuando la Revista Municipal de Medellín publicó un elogioso artículo sobre la pintora con varias ilustraciones, la mitad de las cuales eran desnudos. La publicación, de índole oficial, consideró que Arango era el “máximo exponente de nuestro arte pictórico”. En el mismo ejemplar apareció un saludo protocolario al recién posesionado monseñor Joaquín García Benítez. Indignado por la vecindad con la pintora y los desnudos, el prelado pidió recoger la edición y en el Concejo de la ciudad tuvo lugar un fuerte debate. De nuevo la prensa conservadora atacó a la pintora y a la revista, la cual fue calificada como “publicación inmunda”. De la artista se dijo que “se complace en propalar a los vientos el corruptor e inelegante morbo de la lubricidad”.

Los padres de Débora Arango no entendían la polémica que despertaban sus desnudos; siempre la apoyaron y sintieron respeto y admiración por su obra, a pesar de que algunos de los hermanos mayores se mostraban inconformes y temían la maledicencia social. Entre tanto, continuó desarrollando una temática caracterizada por la denuncia social, cuyo germen surgió en acuarelas del período de expresión pagana, como Amanecer (1940) y Friné o trata de blancas (1940), alusivas a la vida de bares y prostíbulos, temas que por primera vez aparecen con crudeza, vivo colorido y gran calidad plástica en el arte colombiano. A comienzos de la década de 1940, visitó el manicomio municipal de Medellín así como el anfiteatro, donde uno de sus hermanos médicos era profesor de anatomía.

Durante 1942 pintó una serie de acuarelas que revelan la plena adopción de la temática social. En ellas predomina la ironía y mordacidad, aplicada a personajes femeninos religiosos: La primera comunión, La monja intelectual, La oración de la tarde. Tal vez en ellos se puede percibir hoy, en parte, una elaboración pictórica del duelo por el ingreso de su amiga Luz Hernández al convento, lo cual parece notarse tanto en Meditando la Fuga como en La huida del convento, en la que presenta a una monja que abandona los hábitos religiosos y sale desnuda del enclaustramiento.

Dentro de esta fase de denuncia social se observan dos vertientes. La primera, donde se muestran fenómenos humanos individuales de carácter social y sicológico, que hasta entonces eran temas ajenos a la pintura o habían sido representados de manera idealizada. Es el caso de cuadros como Adolescencia, Pordiosera, La Caída, Justicia, Esquizofrenia en la Cárcel, La Bañera, Anselma (un retrato de su niñera mestiza), Maternidad negra, Amargada, entre otros. Aquí la figura dominante es una mujer que vive un determinado proceso asociado a su condición femenina, tal como el florecer de la pubertad o el fructificar de la maternidad, el escaparse del encierro, padecer la locura, la tristeza, o preparase para el baño. También, enfrenta las consecuencias de una situación relacionada con la injusticia social, la pobreza, el abuso de la autoridad, o la competencia con otra congénere. Tal es el caso del extraordinario lienzo La lucha del destino, en el que dos recias mujeres pelean a la entrada de una cantina.

La segunda vertiente que se puede distinguir dentro de la etapa de denuncia social, comprende pinturas que muestran la pobreza familiar, como en Paternidad y Patrimonio, o aparecen distintas labores populares, como en el caso de las pinturas tituladas Voceadores, Segadores, Terciadores. Ante todas estas pinturas, cabe recordar lo que declaró en una ocasión la artista:

Yo creo que el pintor no es un retratista al detalle. Cuando se pinta, hay que darle humanidad a la pintura. Si no fuera así, estaríamos haciéndole competencia a los fotógrafos... un cuerpo humano puede no ser bello, pero es natural, es humano, es real, con sus defectos y deficiencias10.

En 1944 hace parte del grupo de los “Artistas Independientes” y participa en la Exposición de Arte Nacional de Medellín. Los Independientes expidieron un manifiesto con ideas a favor de una pintura americanista, que retoma, de manera tardía, los ideales del muralismo mejicano. Para entonces, mantiene amistad con Gabriel Posada y Rafael Sáenz, con quienes en ocasiones se reunía a pintar. El grupo presentó una exposición en Cali, seleccionada por la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín, cuyo director evita incluir los cuadros más polémicos. Al año siguiente, se traslada a vivir con su padre y sus hermanos menores a Casablanca, el hogar de sus abuelos levantado a mediados del siglo XIX, que hasta hoy es su residencia. Estos años fueron los más prolíficos de toda la vida, tanto por la cantidad como por la calidad de la obra que realizó.

Acompañada por su hermana menor Elvira viaja a México en 1946, donde estudia pintura mural en la Escuela Nacional de Bellas Artes, bajo la dirección del maestro Federico Cantú. Ninguno de sus antiguos profesores en Medellín quiso darle una simple carta de recomendación. Empacó algunas de sus acuarelas y al mostrarlas fue aceptada de inmediato sin más requisitos. Todos los gastos académicos fueron asumidos por la Escuela, donde permaneció por unos seis meses. Allí admiró con preferencia a José Clemente Orozco por encima de Siqueiros y Rivera. Debió regresar a Medellín pues su padre cayó enfermo; a su cuidado se consagró los siguientes años.

A pesar de que uno de sus sueños era pintar grandes murales, apenas pudo ejecutar uno solo en 1948 para la Compañía de Empaques, alusivo a la recolección del fique. El mismo año envió cuatro piezas a una exposición en Medellín, entre las cuales estaba Adolescencia, para el cual posó una de sus hermanas. Este óleo, junto con el titulado Clavel Rojo, son bellas y fuertes metáforas del florecer femenino. Adolescencia fue motivo para que las señoras de la Liga de la Decencia de Medellín, se quejaran ante el arzobispo García Benítez. El prelado hizo ir a la pintora al Palacio Episcopal. Le preguntó de dónde había sacado las modelos para sus cuadros. “Son las hijas de las Damas de la Liga de la Decencia”, fue la respuesta.

Débora Arango no escapó a la censura del propio Pedro Nel Gómez. Con motivo de otra exposición en la que participaron los principales artistas de Medellín, envió unas obras entre las que se encontraba la titulada La Procesión, (conocida también como El Obispo o Indulgencia). Gómez no permitió exhibirla por temor al posible escándalo. Representa a una mujer que besa, en medio de una procesión, el anillo de un obispo. Basada en un episodio callejero que presenció, transformó al personaje en una mujer de uñas rojas de aspecto mundano, que parece despertar las miradas lascivas de los monaguillos que la rodean.

Bajo los sucesos desencadenados por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, comienza a incursionar en una nueva faceta, caracterizada por la sátira política, dentro de la cual interpretó distintos acontecimientos y el clima de zozobra, violencia y mortandad del momento. Durante las emisiones radiales del nueve de abril que narraron la explosiva situación que se vivió especialmente en Bogotá, pinta acuarelas como Masacre 9 de abril, que condensa un episodio de trascendencia histórica.

Durante la época de la violencia, el ferrocarril se utilizó para transportar grupos de detenidos de Puerto Berrío a Medellín. Impactada por la condición de los presos y su destino imprevisible, pintó tres cuadros. En el titulado Tren de la muerte, se encuentra una elaboración típicamente expresionista: en el interior del vagón predominan los rostros deformes y exagerados, el techo está pintado con colores de incendio y el piso sin carrilera con rojo sangre y sombras negras. En las paredes del tren, las manos de los asesinos han dejado también su roja huella. La composición en diagonal le da a esta imagen una dinámica particular, una progresión de tránsito incesante. A pesar de que fue pintada hace más de treinta años, conserva una vigencia inocultable. En efecto, ese alegórico tren de la muerte todavía hoy no termina su recorrido nefasto.

La utilización de metáforas zoológicas en el arte colombiano para aludir a aspectos políticos se remonta a mediados del siglo XIX con los Matachines Ilustrados. Ricardo Rendón produjo en su momento todo un jardín zoológico donde los personajes se identificaban con un animal. De nuevo, a fines de los años cuarenta, se adoptó en distintos niveles sociales el zoomorfismo. Se hablaba de “pájaros”, “cóndores” y basiliscos. Débora Arango utilizó a su manera esa metáfora de monstruosidad zoológica que se había establecido en el imaginario colectivo. Batracios, reptiles, calaveras, aves de rapiña, hienas, hacen parte de todo un lenguaje simbólico implacable, con el que interpretó acontecimientos históricos precisos.

Laureano Gómez fue derrocado por el general Gustavo Rojas Pinilla en junio de 1953. En La salida de Laureano, se muestra al caudillo conservador como un batracio llevado en andas por gallinazos. El cortejo aparece presidido por el heraldo de la muerte y lo cierra un militar que empuja con la culata de su fusil. A manera de coro jubiloso, aparecen clérigos, estudiantes, cañones y militares.

En un principio, Rojas recibió un apoyo generalizado porque se creía que su dictadura sería transitoria. Cuando buscó prolongarla, enfrentó con violencia el rechazo de la población civil y en particular el de los estudiantes, lo que hizo que la iglesia se distanciara; al tiempo, colmó de prebendas a sus seguidores del ejército. Todo ello condujo a que se gestara un movimiento para derrocarlo. En el cuadro Rojas Pinilla, el dictador aparece personificado en un sapo con charreteras; lee un discurso con una copa en la mano, como se le vio en tantas inauguraciones difundidas por su oficina de divulgación y propaganda. Lo rodea una corte de batracios ávidos, un obispo y algunos civiles. La bandera nacional luce a manera de mantel, debajo del cual salen dos hienas que se han apoderado de bolsas de monedas de oro. A los lados se observan serpientes venenosas. En la base de toda la escena aparecen huesos y calaveras.

A estas obras seguirían en 1954 Huelga de estudiantes, en la que alude a las desesperadas y trágicas protestas de los jóvenes y Las tres fuerzas que derrocaron a Rojas, que registra simbólicamente la participación del dinero, la política y la iglesia en el acontecimiento que llenó de júbilo a muchos colombianos, pues parecía poner fin a un período de inestabilidad social y política. Una junta militar integrada por cinco miembros reemplazó a Rojas Pinilla. En la versión que hizo la artista de dicha junta, aparecen cinco negras bestias, que por momentos parecen lobos o simios de ojos voraces, envueltos en la bandera de Colombia; dos de ellos sostienen una cartela en blanco donde solo hay dos signos de admiración.

La junta militar convocó a un plebiscito en 1957, con el cual se buscó aprobar el bipartidismo del frente nacional. El cuadro titulado Plebiscito, presenta a unos personajes que llevan las máscaras de Alberto Lleras Camargo y Guillermo León Valencia; ambos conducen a votar en una suerte de camilla, a Laureano Gómez, representado por la figura de un lobo que exhibe su voto por el “si”. El significado de esta simbología, si bien no es tan evidente para el espectador desprevenido de hoy, es un registro preciso y muy elaborado del episodio histórico que marcó de manera indeleble la vida nacional.

La República es una acuarela de formato mediano, que podría considerarse el verdadero escudo emblemático del país de la época: en la base de la imagen, una escuálida mujer desnuda que representa a Colombia está a punto de ser devorada por dos aves de rapiña; al centro, las bestias negras de la junta militar se cobijan con la bandera tricolor, mientras en la mitad superior un monstruo feroz y estrábico, que simboliza a Laureano Gómez, apresa entre sus garras y extiende las alas de una blanca paloma que tiene por cabeza la de Alberto Lleras Camargo. Paz es una irónica imagen pintada a la acuarela, donde la figura de la muerte abraza a un horrorizado grupo de vivos. Aquí está pintada la idea de una paz lograda con terror y muerte, mecanismo que no es extraño en la historia colombiana.

Cabe señalar que éstas, que son algunas de las principales obras de sátira política producidas en la historia del arte colombiano, permanecieron desconocidas para el público durante cerca de veinte años. La estridencia del color, la fuerza de la pincelada, la interpretación de episodios históricos nacionales y el feísmo chocante que predomina en la ejecución, guardan estrecha relación con la realidad que se representa. No hay embellecimiento ni alegoría patriótica, solo un descarnado y urgente testimonio artístico, pintado en la placidez del hogar y por fuera de cualquier activismo político. Hija de madre conservadora y de padre liberal católico, en la familia nunca se hablaba de política y la artista votaría por única vez en 1982.

Mientras acompaña y cuida a su padre, produce numerosas piezas cerámicas y baldosines pintados para decorar los zócalos y muros de su residencia, para lo cual contó con el apoyo de la Locería Colombiana. Cástor Arango falleció en 1949, lo que significó una gran pérdida para Débora, pronosticada días antes por un adivino de Medellín.

Viaja por primera vez a Europa en 1954 y permanece allí por cerca de dos años. Se establece en una pensión en Madrid. Estudia dibujo con figura humana en movimiento y pintura mural en la Academia de San Fernando. Visita con frecuencia el Museo del Prado, donde se interesa especialmente por Goya. En febrero de 1955 inaugura en el Instituto de Cultura Hispánica una exposición con treinta obras, la cual fue clausurada al día siguiente por orden del gobierno español, lo cual le produjo una de las mayores decepciones de su vida.

Luego de un recorrido por varios países europeos regresó a Colombia. Mostró a mediados de 1955 en el Centro Colombo Americano de Medellín sus cerámicas. Dos años después exhibió 37 cuadros en la Congregación Mariana, los cuales tuvo que descolgar apresuradamente, ya que las manifestaciones populares por la caída de Rojas Pinilla le hicieron temer por la suerte de su obra.

En los siguientes años presentó dos proyectos murales que no fueron aceptados por los jurados de los respectivos concursos. En 1959 viajó a Inglaterra por dos años en compañía de una sobrina. Estudió cerámica y pintó numerosos retratos de las estudiantes. Exhibió varias de sus cerámicas en 1960 en una exposición colectiva en el Museo de Zea y en los siguientes quince años, abandonó toda participación pública y no volvió a empuñar el pincel. Estaba cansada, afectada por quebrantos de salud y agobiada por la tristeza de haber perdido a varios de sus familiares más queridos. Tenía entonces 53 años.

La Biblioteca Pública Piloto de Medellín abrió en 1975 una exposición con cien obras de la artista, acontecimiento que no recibió mayor atención por parte de la prensa, pero que fue la ocasión para muchos de descubrir la obra pictórica de Débora Arango. Para entonces, Marta Traba ya había publicado su Historia Abierta del Arte Colombiano, y Salvat editó el mismo año la Historia del Arte Colombiano, libros en los que se ignoró su nombre, al igual que en el Diccionario de artistas en Colombia de Carmen Ortega Ricaurte.

Entusiasmada por la exposición, vuelve a pintar durante unos dos años, en los que produce algunos óleos satíricos y numerosas acuarelas de bañistas, parejas, mujeres en distintas situaciones, paseantes, payasos, y en general, tipos humanos de la más variada condición. Aunque ya ha pintado su obra más importante, conserva el amor por la pintura y trabaja en una veta no exenta de sarcasmo sobre la condición humana y las costumbres sociales. El debilitamiento de su salud la llevó a donar la mayor parte de su obra al Museo de Arte Moderno de Medellín. Del total de su producción vendió muy pocas piezas, tanto porque no encontraba mercado como porque prefirió conservarlas para sí misma.

En 1995, ante la pregunta de un periodista sobre el amor y el matrimonio, uno de los aspectos que ha despertado curiosidad de su biografía, dijo: “no alcancé a enamorarme de ningún hombre y ningún hombre se enamoró de mí, porque yo era una figura rara”. Tuvo algún pretendiente que le pidió que dejara la pintura. Débora le mostró la puerta de salida. “Ni riesgo de cambiar mi arte por él. Si me zafé de los maestros Eladio Vélez y Pedro Nel Gómez para pintar lo que quería, era un imposible imaginarme que fuera a aceptar lo que me ordenara otra persona”11.

Durante la década de 1990 Débora Arango ha sido objeto de numerosos reconocimientos nacionales y regionales, los cuales de algún modo han contribuido a reparar tardíamente el ostracismo. La importancia de su pintura para la historia del arte colombiano ahora es innegable, como lo demostró una vez más, una segunda exposición retrospectiva que ofreció en 1996 en Bogotá la Biblioteca Luis Angel Arango. El lugar que ocupa dentro del arte latinoamericano está a la altura de artistas como Frida Kahlo en México o Tarsila do Amaral en el Brasil, pero todavía es necesaria una construcción histórica sólida que así lo demuestre.

Para concluir, quiero mencionar el recuerdo más antiguo que a los 89 años Débora Arango conserva en su memoria, proveniente de la época de la infancia, porque creo que contribuyó a estructurar desde muy temprano su particular conciencia sobre la vida y la realidad. Tiene tres años y acaba de enterarse del nacimiento de una de sus hermanas menores. Al mismo tiempo, en el patio soleado de la espaciosa residencia familiar en el centro de Medellín, ha visto muy impresionada, cerca del baño de inmersión, unas calaveras recién robadas del cementerio que sus dos hermanos estudiantes de medicina han puesto a secar al sol. Así, una niña destinada a ser artista, ha mirado desde muy temprano y para siempre, la vida y la muerte en dos imágenes que resumen la condición humana.


Citas

1 Citado en Museo de Arte Moderno de Medellín, Débora Arango, exposición retrospectiva 1937-1984, (s.p.i.), p. 6.

2 Museo de Arte Moderno de Medellín, Op. Cit., p. 6.

3 Ibid., p. 2.

4 Ibid., p. 5.

5 Este punto se desarrolla con mayor detalle en Santiago Londoño Vélez, “Imágenes de la mujer en el arte colombiano”, en: Las mujeres en la historia de Colombia, volumen III, Editorial Norma, Bogotá, 1995.

6 Mariano Ospina y Jorge Rodríguez, “Medellín”, en: El Libro Azul de Colombia, Nueva York, 1916, p. 204.

7 Museo de Arte Moderno de Medellín, Op. Cit., p. 27.

8 Laureano Gómez, “El expresionismo como síntoma de pereza e inhabilidad en el arte”, reproducido en Alvaro Medina, Procesos del arte en Colombia, Bogotá, 1988.

9 Museo de Arte Moderno de Medellín, Op. Cit., p. 49.

10 Ibid., p. 49.

11 El Mundo, La M., Medellín, septiembre 27 de 1995.

Virginia Gutiérrez de Pineda: ve lo que todos han visto pero piensa lo que otros no han pensado*

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Virginia Gutiérrez de Pineda: ve lo que todos han visto pero piensa lo que otros no han pensado

Virginia Gutiérrez de Pineda: see what everyone has seen but think what others have not thought

Virginia Gutiérrez de Pineda: veja o que todos viram, mas pense o que os outros não pensaram

Ligia Echeverri Angel**


* Este ensayo recoge aspectos de su vida obtenidos en entrevistas a la autora, notas de artículos biográficos y de estudios críticos y analíticos sobre su obra científica.

** Socióloga y antropóloga de la Universidad Nacional de Colombia, alumna y colega de trabajo de la Maestra Virginia de Pineda.


Resumen

Este ensayo pretende hilvanar las cualidades innatas con las condiciones ambientales y educativas que afianzaron y respaldaron el surgimiento de una personalidad científica de las ciencias sociales y humanas, en una época cuando las mujeres tenían bloqueado el acceso a la formación en este campo.

Por cuestión de espacio, apenas sí se menciona lo más destacado de la creación científica y literaria de Virginia Gutiérrez de Pineda, privilegiando aquellas contribuciones que han producido mayor impacto en las comunidades académicas nacional e internacional.


La infancia en las ariscas tierras santandereanas

Virginia es la doceava de una fértil cosecha de dieciséis hijos, de los cuales once sobrevivieron a las difíciles circunstancias de una vida campesina en la vereda Barirí del municipio del Socorro, Santander. Compartió con ellos y con su padres –Gamaliel Gutiérrez y María Cancino–, la libertad y la independencia de espíritu que se respiraba en las montañas de las haciendas “San Vicente” y “La Quinta” en donde la familia otorgaba el afecto, la disciplina patriarcal, la enseñanza de las primeras letras y el ejemplo de una vida ascética, proyectado por unos padres tan estrictos como amorosos.

De esa época Virginia tiene claros recuerdos de su entorno social, plasmados, a modo de denuncia, en su libro Honor, familia y sociedad en la estructura patriarcal (1988) en el que sugiere la frustración de futuro posible que podría sentir una niña que, como ella, naciera en el ambiente:

“Es notorio en la sociedad tradicional santandereana, el control acentuado sobre la movilidad femenina, ligado a la función reproductiva y a los roles diseñados para la mujer. La responsabilidad femenina en la función reproductiva–filiación legítima– en la estructura patriarcal, centra la mujer en el territorio hogareño, para mantenerla preventivamente dentro de los cánones reproductivos, restándole oportunidades de transgredir la pauta.

“Por esta razón en el agro santandereano, las impúberes pueden ser enviadas en la comisión de tareas fuera del hogar, como traer agua, leña, recolectar cosecha, llevar alimentos; pero desde adolescentes se les restringe la libertad en cualquier área, campo o ciudad. La joven no puede andar ‘como bandera de guerra’ según el decir popular cuando ya es púber, cualquiera sea su clase social. Al casarse, se dice como un símil, que debe ser como la hormiga culona… que completado su vuelo nupcial, se corta las alas y se entierra en el hormiguero a procrear. La joven esposa tradicional sale con su marido, una parienta, un hijo varón pero nunca sola, menos aún sin el permiso del marido que siempre está al tanto de su movilidad, motivo, lugar y tiempo de ausencia. Es costumbre ‘pedirle permiso’, no como información, sino como opción para cualquier salida del hogar. Las jóvenes solteras también ‘informan’ sobre sus desplazamientos, lugar, motivo, tiempo, etc.”1.

Pero ésta no fué su experiencia vital. Su personalidad demandaba libertad, independencia, tolerancia y cooperación y rechazaba cualquier restricción o limitación irracional. Su padre así lo comprendió y, sin renunciar a su carácter como auténtico santandereano patriarcal, mantuvo con ella una comunicación basada en la razón y la argumentación más que en la autoridad, y en la confianza más que en la represión.

Aguzar los sentidos, principio de la creatividad

Aprende a leer y a escribir con su abuela Tuy, quien con su abuelo y su padre le enseñan “historia, geografía, mapas, escritura, ortografía…”. “Leía de todo lo que mi papá tenía en la biblioteca. La colección Salgari, Dumas, Víctor Hugo. Pero ocurre que mi mamá era muy conservadora, muy católica y muy creyente, y había una tía hermana de mi padre que traía una lista de los libros que estaban prohibidos, y venían y los sacaban. Y un día me recuerdo quemando libros en el patio de la hacienda… ¡Ayy, me acuerdo como ayer, la tía Isabel y mi mamá quemando libros de mi papá que no estaba!”2.

Sus cualidades de observadora se vislumbran desde entonces cuando escapando de la compañía obligada de sus hermanos, se dedica en la soledad a la contemplación de las maravillas de la naturaleza. En algunas de sus entrevistas, Virginia hace referencia a recuerdos de infancia que tiene indeleblemente grabados en su mente y que nos descubren a la científica potencial que había detrás de esa niña curiosa. “Tirada a la orilla de la pequeña corriente, deja pasar las horas inmóvil, tensa, silenciosa, en espera del momento cuando un batracio situado estratégicamente, estire velozmente su lengua para atrapar un insecto. La emociona el espectáculo de la supervivencia de seres en estado natural.

“Otras veces, recorre los caminos apenas perceptibles por donde trajinan millares y millares de hormigas, observa su laboriosidad y su belicosidad, se fija en su tamaño, la estructura anatómica, la presencia o ausencia de aguijones inyectores del punzante ácido fórmico, cuya quemadura ha sufrido varias veces, las mira detenerse una frente a la otra y entablar con sus antenas o sus patas delanteras un diálogo. ¿Hablarán las hormigas? No tiene duda que se comunican. Aprende a distinguir las distintas especies y a conocerlas por sus nombres; saquea sus hormigueros y se admira frente a las miríadas de huevecillos y a la premura con que las obreras o los soldados –¿qué serán?– los recogen y transportan a otros lugares; es emocionante alterar la vida ordenada, sistemática y especializada de estos insectos. Con tantas veces como las ha espiado, ha llegado a familiarizarse con ellas, y las ha “clasificado” a su manera; las ha conocido porque ha persistido en su “tarea” e insistido en la observación de lo que aún no le quedaba claro. No resolvía los interrogantes que su curiosidad dejaba escapar, o lo hacía a su modo sistematizando y descubriendo.

“Desde esa época había transcurrido toda una vida de estudios e investigaciones y las hormigas no ocupaban ya la curiosidad de la niñez. Y ocurrió que en una de sus visitas de consulta bibliográfica a la Biblioteca del Congreso de Washington, trabó relación ocasional con otra lectora que resultó ser una naturalista, una entomóloga que investigaba sobre las hormigas en Colombia. La conversación se focalizó en el tema central, al cual contribuyó Virginia con todo el arsenal de conocimientos adquiridos en sus observaciones indagatoriales, acrecentado posiblemente por lo aprendido en lecturas y en cátedras de colegio. La interlocutora estaba segura de que trataba con una especialista en el tema, con una colega, hasta que Virginia la sacó de la duda hablándole del proyecto antropológico que la llevaba a la consulta de fuentes en la biblioteca”3.

De observar, describir y clasificar la naturaleza, a un internado en Bogotá

Le sucedió a Virginia. Después de sus años infantiles observando los procesos de la naturaleza, y después de cursar el primer año de bachillerato en el Socorro, necesitaba ampliar sus horizontes y logró convencer a su familia de que sus aspiraciones la obligaban a dejar su terruño, viajar a Bogotá y desarrollar los estudios de bachillerato en el Instituto Pedagógico Nacional (1935–1940). Para hacerlo, tuvo que competir en Bucaramanga por una de las dos becas ofrecidas por el Estado, para varios cientos de candidatos de todo el departamento. Su padre la trajo. Primero dos días a caballo y luego tomar el tren desde Barbosa hasta Bogotá. Desde entonces, con doce años, se sometió con tesón a la disciplina de un internado durante un lustro, con tal de lograr su más caro anhelo.

De esta época recuerda que era muy “pila” en matemáticas y que la enseñanza del bachillerato fué excelente, “…Iba la Sinfónica a dar conciertos, se enseñaba gimnasia rítmica, gimnasia alemana… Teníamos un laboratorio de química precioso con su anfiteatro, un museo de biología completísimo, con el cuerpo humano, desarmábamos ojos… Todo era maravilloso; contábamos con una biblioteca de muchísimos volúmenes de literatura y de ciencia que podíamos consultar en las horas libres… Teníamos radio y nosotros hacíamos algunos programas para este medio… ¡De qué no disponíamos!. Presentábamos revistas de gimnasia y asistía el Presidente. Yo recuerdo haber visto a López, a Santos… Creo que si no dí algo más fué porque no quise, porque poseíamos un transfondo educativo maravilloso”4.

También recuerda que tuvo los mejores profesores de la época: Rafael Maya de literatura; el doctor Rodolfo Low (padre de Enrique Low Murtra) de física, y su esposa, profesora de química; la mamá de Rudolf Hommes (exministro de Hacienda y actual rector de la Universidad de los Andes) también fué su profesora. La mayoría había sido formada en Alemania. Otros profesores que recuerda con mucho cariño fueron Alfonso Jaramillo, pedagogo que luego fundaría el colegio que lleva su nombre, el profesor Aljure de idiomas y el profesor Baltasar Guevara de biología5. Tal vez por esta formación estricta en ciencias, la carrera de medicina ejercía sobre ella una especial atracción.

Como ocurre frecuentemente con los bachilleres recién graduados, la duda sobre la verdadera vocación se acrecienta a medida que se acerca el momento de asumir una decisión. Gracias a una apreciación oportuna de Ester Aranda, directora del Instituto Pedagógico Nacional, Virginia se decidió por las ciencias sociales. Así recuerda ella ese episodio cuando Ester Aranda le dijo: “Las ciencias sociales son las ciencias del porvenir. No se ha empezado a estudiar al hombre ni a las sociedades. Además, a matemáticas no ingresan sino mujeres muy feas. Era el concepto de entonces. –A ella le pareció que no estaba tan feita para estudiar matemáticas–; me sentí halagada por esas dos razones y me metí a estudiar sociales sin saber qué futuro me esperaba”6.

Y si en la infancia se sentía obsesionada por observar a las hormigas, por describir la trayectoria de las nubes o por clasificar las plantas, al terminar su bachillerato Virginia quería indagar sobre el origen, las causas y los efectos de los problemas, las relaciones y los vínculos entre los seres humanos. Por eso quiere desentrañar cada fenómeno y resolver los enigmas que la desvelan. Y esa cualidad innata en ella se revelará nítidamente en su obra científica. Sus descripciones detalladas de las estructuras familiares colombianas en distintas épocas históricas, regiones y estratos sociales, las precisas imágenes de las personalidades femenina y masculina de cada momento nacional y los estrictos análisis de los orígenes, las causas y las repercusiones de tales procesos, son prueba de este atributo particular de su carácter, moldeado metódicamente desde la infancia.

Del internado a la escuela Normal Superior

En la década del 40, las mujeres con vocación intelectual debían contentarse con hurgar en las bibliotecas familiares– cuando ellas existían– para leer novelas, poesía o libros de decoración o de filosofía. Si querían una formación en un arte u oficio tenían que optar por la enfermería o por la pedagogía, disciplinas muy nobles que además se identificaban con el quehacer de la “mujer ideal” como una prolongación sofisticada del papel femenino de cuidar y de educar a la prole. La Universidad mantenía sus puertas cerradas para la mujer, en concordancia con la ideología dominante en la época.

Por eso, cuando Virginia supo que José Francisco Socarrás, médico psiquiatra Rector de la Escuela Normal Superior, iba a los colegios de bachillerato buscando personal idóneo para realizar su proyecto pedagógico y, después de sus charlas con Ester Aranda, se preparó para competir por este nuevo espacio educativo en una institución que desde el año 1936 practicaba la coeducación. De nuevo logró por concurso una beca nacional y otra departamental para estudios universitaios e ingresó a la Escuela Normal Superior. Allí, persistiendo en su empeño entre 1941 y 1944, obtuvo su Licenciatura en Ciencias Sociales y Económicas.

La Escuela Normal Superior, crisol de pedagogos y humanistas

“La Escuela Normal Superior trazó como una de sus principales metas la preparación de maestros con un alto nivel académico, buscando perfilar en ella los rasgos de intelectuales formados en un diálogo permanente entre las ciencias y las humanidades. Para este propósito se retomaron las experiencias de la Escuela Normal Superior de París y de la Facultad de Ciencias de Alemania. Según sus inspiradores, en Europa, en países como Alemania e Inglaterra, el profesorado para la enseñanza se formaba en las facultades de Filosofía y Letras, Ciencias y Matemáticas, lugares en los que se desarrollaba el estudio de las letras y de las ciencias sin finalidad pragmática; esto, en oposición a otras instituciones de formación profesional en donde a pesar de la buena calidad académica, el conocimiento impartido buscaba aplicaciones a corto plazo y con mayor carácter utilitario…”.

“Según sus impulsores, la Escuela Normal Superior Colombiana fusionó en una sola entidad las facultades de Letras, Ciencias y Matemáticas, queriendo aventajar al sistema europeo en lo que atañe a la preparación pedagógica y humanista; de este modo José Francisco Socarrás, rector de la institución entre 1937 y 1944 y quizás uno de sus más importantes ideólogos, afirmaba que el programa de estudios de la institución permitía formar científicos que fueran pedagogos especializados en una u otra disciplina…”7. De esta manera se apropiaban rigurosamente de un saber y por ello mismo podían ser capaces de enseñarlo.

Esa meta se logró con la mayoría de sus egresados y obviamente con Virginia Gutiérrez, quien paralelamente complementa su formación en el Instituto Etnológico Nacional( 1942–44) donde comparte la experiencia del conocimiento con Roberto Pineda, Milciades Chaves, Jaime Jaramillo Uribe, Blanca Ochoa y otros compañeros, figuras todas de la intelectualidad nacional. Aunque su disposición innata la lleva a la investigación sobre el qué, el cómo, el dónde y el cuándo de todo cuanto se le aparece insuficientemente explicado o entendido, la enseñanza también es para ella un ejercicio necesario y permanente en su fructífera existencia.

Refiriéndose a Francisco Socarrás y Ester Aranda, afirma: “Son las figuras más lindas de maestros en el país… Socarrás era un hombre de izquierda, pero con unas ideas maravillosas en la preocupación por los fenómenos del país, en abrir horizontes hacia afuera, pero conociendo lo de adentro… El facilitó el que hombres y mujeres pudiéramos ser amigos… Porque en mi generación las mujeres tenían padre, hermanos, primos tíos, novio, pero no amigos…”8.

Ciencia y pedagogía: un matrimonio indisoluble

Cuando era maestra profesional, requería investigar para responder a las preguntas inquisitivas de una juventud ávida de respuestas sobre nuestra realidad social, entonces tan desconocida. Pero si estaba investigando, no resistía la tentación de reunir a sus amigos, o de volver a la cátedra para contar sus hallazgos y para analizar con sus pares y con sus alumnos los descubrimientos que le permitían, ahora sí, entender y explicar el comportamiento de las gentes colombianas. Varios de sus escritos son el resultado de sus investigaciones y del material elaborado para el desempeño de la docencia universitaria. Nos referimos a obras publicadas entre 1961 y 1985, como El país rural colombiano, ensayo de interpretación, Causas culturales de la mortalidad infantil, Causas de la renuencia a la erradicación de la malaria, Llanos Orientales y Magdalena Medio, Medicina Popular en Colombia, o Medicina Tradicional en Colombia (2 volúmenes), amén de artículos, conferencias y ensayos sobre esta temática, a la que se dedicó durante varios años como investigadora y catedrática.

En 1953 Virginia viaja a los Estados Unidos, en compañía de su esposo Roberto Pineda, para continuar sus estudios en antropología. Allí se prepara en antropología social y médica, y en geografía social en la Universidad de Berkeley, California, especialidades entonces desconocidas en nuestro ámbito académico y profesional. A su regreso al país, se vincula a la Escuela de Salud Pública y a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia. El rechazo al “temor reverencial” que infundía el médico sobre el hombre común de aquella época, le impuso a esta antropóloga la misión de demostrar el papel fundamental de las ciencias sociales; por esto se propuso señalar las resistencias socioculturales en juego frente a la noción de salud, requisito necesario para alcanzar el éxito en las campañas de salud pública, así como para evidenciar las causas culturales de la persistencia de la medicina tradicional y popular, pese al esfuerzo gubernamental por imponer la medicina científica. No contenta con esta labor pionera, incursionó en archivos y crónicas, indagó sobre los legados médicos de la España del siglo XVI, mezcla de tradiciones hipocráticas, ayurvédicas, judaicas y árabes y su posterior mixtura con las tradiciones indias y las concepciones africanas, intentando con ello el reconocimiento social y político de lo que se denominaba “medicina tradicional”.

Esto tuvo repercusiones profundas en nuestra cultura. Transformó notoriamente la formación impartida en las escuelas de medicina y ciencias de la salud. Sin lugar a dudas, ya no hay en el país médicos, enfermeros o terapistas que desconozcan el papel prioritario de los factores socioculturales en la prevención, tratamiento o curación de la enfermedad, ni existen quienes duden sobre la integralidad del concepto de salud.

Las primeras salidas de campo

Antropología y trabajo de campo se identifican. Estimulada por la orientación del fundador del Instituto Etnológico Nacional, profesor Paul Rivet, los primeros trabajos de campo los realiza Virginia Gutiérrez entre 1946 y 1950 en compañía de Roberto Pineda Giraldo su compañero de estudios, con quien se casara en 1945.

Previamente y de acuerdo con el método de coeducación que se impartía en la Escuela Normal Superior, Virginia hizo sus primeras salidas de campo con los varones que compartían las aulas. Esta modalidad pedagógica fué duramente criticada por los columnistas y editorialistas de la prensa conservadora de los años 40, para quienes la educación mixta era una provocación a la promiscuidad, tildando de inmorales a las mujeres que estudiaban y departían con varones sobre temas inadecuados e inapropiados para la personalidad femenina, como lo eran todos los que trataban sobre la vida misma o sobre nuestras realidades.

“Eso debió ocurrir en 1942 o 1943. Pero nosotros no promiscuábamos; era, hagamos de cuenta, las monjitas adoratrices en la pureza más completa. Viendo ahora lo que son las universidades y las relaciones hombre– mujer del momento, nosotros éramos las vírgenes del Sol, de acuerdo con las normas del momento. Nosotros queríamos era saber, estudiar, avanzar, y allí no se hacía ninguna rumba. Eramos ascéticos, con votos de pobreza, castidad y obediencia, como se nos inculcaba que debía ser el maestro”9.

Escudriñando la identidad nacional

De este período quedan trabajos etnográficos, algunos inéditos y otros divulgados a través de artículos, pero todos ampliamente conocidos por los alumnos de sociología y de antropología. Se destacan Organización Social de la Guajira y Etnografía de los Indios Chocó, investigaciones que constituyeron aportes fundamentales para el conocimiento de las comunidades indígenas, para el rescate de lo amerindio y su reconocimiento como entidades culturales legítimas y copartícipes de la identidad nacional.

Alternó sus trabajos de campo con la docencia y la administración, primero como profesora–directora de Ciencias Sociales en el Instituto Pedagógico Nacional, el mismo que la tuvo becada durante su bachillerato, y luego, como profesora investigadora del Instituto Etnológico Nacional (1946–50), convertido más tarde en el Instituto Colombiano de Antropología, donde continuó laborando hasta el año 55.

Del compañerismo al amor. Un matrimonio antropológico

Esta época fué muy especial para Virginia. Entre libros, debates y no pocas “peleas”, compartió su formación con Roberto Pineda Giraldo –antropólogo antioqueñocon quien conformó un hogar que adora y que siempre luce cómodo y acogedor, disciplinado, con comidas a la hora; hogar en que acogen a parientes, amigos y colegas, escuchando secretos y confesiones, opinando y aconsejando, o recogiendo esas experiencias humanas para plantearse nuevos interrogantes, que siempre quieren despejar.

Aunque Virginia no siguió las pautas de fertilidad del país, ni de su familia de origen, dió a luz cuatro hijos varones que crió mientras trabajaba como docente e investigadora. Con ellos iba a los trabajos de campo. Pero para emprender la aventura de viajar a Estados Unidos con su esposo y culminar estudios en la Universidad de Berkeley, gracias a una beca Guggenheim, tuvo que apelar al apoyo de las familias extensas. Con la suya dejó a tres de sus hijos y con la de Roberto a uno. La revista Semana, veía así el mundo familiar de Virginia en 1956:

“José Fernando, Edgar, Carlos Jaime y Darío Alonso, ya saben dónde encontrar a mamá al regresar del colegio. Cuando suben atropelladamente las escaleras de su casa, hay una competencia por saber quién entra primero al pequeño cuarto, a la izquierda, donde les espera una escena ya familiar. Allí, enmarcada por arrumes de libros que parecen trepar las cuatro paredes hasta el techo, y dueña y señora de un escritorio lleno de papeles, está mamá. Mamá es una señora morena, de vivísimos ojos negros que jamás están quietos. A los 9, a los 7, a los 5 y a los 4 años, el hombre tiene ya graves problemas y ella los indaga y los resuelve rápidamente, con su pedagógica intuición maternal. Los niños van quedando satisfechos con el fallo y la dejan otra vez con sus lápices, sus estadísticas, sus cuartillas, su máquina de escribir, sus ficheros… La escena ha sido observada en silencio, desde la estantería donde le disputan el espacio los libros, por los ojillos oblicuos de varias máscaras indígenas”.

Agregaba en otro párrafo: “Virginia está convencida de que una mujer, mientras más capacitada esté intelectualmente, mayores garantías ofrece para el hogar, como esposa y como madre. El hogar y las actividades femeninas fuera de él (profesionales, laborales, científicas…) no son para ella términos de un antagonismo insoluble, sino piezas de un mismo juego… Roberto y Virginia forman el único matrimonio antropológico, dicen bromeando los amigos de la pareja… El amor surgió de la amistad y la camaradería. Antes de formar el equipo conyugal, ya constituían un equipo de discusión y de investigación científica”10.

La familia como foco de sus intereses profesionales

Desde finales del decenio del 50 Virginia de Pineda se propone responder a los interrogantes que se planteara ella misma y que surgían en las tertulias con sus amigos y colegas, referidos al devenir y las transformaciones de la institución familiar. En esta época ingresa como docente a la recién fundada Facultad de Sociología de la Universidad Nacional. Se vivía en ese entonces un ambiente de permanente agitación de ideas. Esta Facultad creada por Orlando Fals Borda y Camilo Torres Restrepo, era el paradigma de la sensibilidad ante el acontecer nacional. Se comenzó a destacar por sus publicaciones seriadas sobre las instituciones, las relaciones sociales, la estructura social y el cambio sociocultural. Allí, Virginia encontró el apoyo y el acicate para emprender la obra cumbre sobre la familia colombiana.

El objetivo central de su primera publicación sobre este tema, La Familia en Colombia, transfondo histórico, se orienta a indagar por la multiplicidad de formas de familia que coexisten en nuestro país; en ella trata de reconstruir, hasta donde los documentos lo permitían (archivos históricos y cronistas de Indias), lo que los grupos étnicos intervinientes en la conformación de la nacionalidad colombiana –indio, blanco, negro– aportaron a la institución familiar y cómo fué el proceso de reelaboración cultural para llegar a lo que eran las familias en 1960. Estudio transgresor, pues no solamente evidencia la necesidad de emplear una óptica transdisciplinaria para dar cuenta de la relación cultura–institución, sino que irrumpe criticando las miradas tradicionales de los científicos sociales de la época que intentan imponer una praxis cultural como modelo, desconociendo la multiplicidad. Virginia, en efecto, hace etnografía, al reconocer la existencia de la cultura marginal.

El estudio, de carácter histórico, refleja su amplia formación en ciencias sociales ya que, además de conformar un cuerpo de conocimientos indispensable para proyectar las imágenes de dicha familia, señala a los profesionales de la Historia, el camino para penetrar en ‘la cultura’ cuando aborden sus investigaciones.

En esta obra comienza a perfilarse la conceptualización original de los “complejos culturales” que más adelante se convertiría en una estrategia metodológica, corroborada y empleada por diversas disciplinas científicas para explicar múltiples problemas regionales.

El proceso de gestación de la obra familia y cultura en Colombia

Esta es la obra más conocida y varias veces reeditada de Virginia Gutiérrez de Pineda, continuación del trabajo anterior y resultado de largos años de estudios de campo, de consultas bibliográficas y de análisis de la documentación en archivos nacionales y extranjeros, facilitados por el estímulo y el apoyo de las directivas de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia.

El equipo docente de esta Facultad se propuso estudiar la realidad nacional tal como era, analizarla y buscar alternativas para la solución de los problemas sociales que entonces aquejaban al país.

En este contexto y con rigor metodológico, Virginia Gutiérrez de Pineda muestra por primera vez que el país tenía no una familia, sino una variedad de tipos familiares que clasifica y describe con minuciosidad, para concluir que cada variedad tipológica responde a la interdependencia con contextos ambientales, sociales, económicos, religiosos, culturales y psicológicos de características específicas en cada “complejo cultural”, delimitados y dibujados por ella en el mapa de Colombia, para luego seguir clasificando con más detalle sus particularidades en los diversos estratos socioeconómicos de cada región. Es un trabajo de filigrana que exige una mente curiosa, atenta y reflexiva, además de una inmensa capacidad organizativa.

El género como núcleo. Avances metodológicos

Aunque las relaciones hombre-mujer están presentes de una manera implícita y explícita en la obra Familia y Cultura en Colombia, Virginia de Pineda acepta el reto que le presentó la Universidad de Notre Dame para dirigir un estudio nacional, que a su vez fuera comparable con lo que ocurría en las familias de varios países americanos en los que se iniciara un megaproyecto en 1965; el foco central de estos estudios era las relaciones de género, variable principal para referenciar actitudes, comportamientos, posiciones y roles frente a variables secundarias intra y extrafamiliares.

La metodología empleada combina métodos y estrategias investigativas sociológicas, antropológicas y demográficas, el empleo de técnicas cuantitativas y el uso del computador para sistematizar el cúmulo de datos y facilitar la clasificación y el posterior análisis de los mismos. Desde su ingreso a la Facultad de Sociología, Virginia se actualizaba en las nuevas tecnologías que lentamente se introducían en la academia.

Paciencia y claridad de objetivos

Los resultados del trabajo iniciado en 1965 ven la luz en 1975, en dos volúmenes auspiciados por ASCOFAME, Estructura, función y cambio de la familia en Colombia, publicación que permitió demostrar la efectividad de la aplicación del método antropológico. Los resultados cuantitativos de esta investigación coinciden con los meramente cualitativos de las obras anteriores. Hay una confirmación de las definiciones, de las clasificaciones y de las apreciaciones de aquellas, pero avanza en el conocimiento en cuanto a la visualización de nuevos rumbos de la institución familiar, en la revelación de los cambios en la actitud de la mujer frente a las relaciones con el género masculino, en la vitalidad que adquiere el movimiento del control natal y en otras transformaciones que se perciben como revolucionarias de la concepción de la familia colombiana.

Pero, mientras Virginia de Pineda con paciencia y claridad de objetivos golpeaba puertas para obtener los recursos que le permitieran terminar y publicar el trabajo aludido en el párrafo anterior, no tuvo reposo. Elaboró un ensayo que surge de sus estudios previos. Se trata de una visión histórica global del cambio de la familia, ubicando tres grandes períodos que analiza teóricamente. En Tradicionalismo y familia (1973), la autora incluyó el resultado de una investigación sobre el transfondo familiar del menor con problema civil, en Bogotá. Tal vez el resultado más importante de este trabajo sea el de concluir que, si bien la “cultura” influye decisivamente en la situación de las familias, son éstas y su entorno los que determinan el comportamiento del niño callejero.

Paso a paso Virginia teje una obra de creación científica

Estos trabajos son reconocidos no sólo a nivel nacional sino que sobrepasan las fronteras patrias. UNICEF se interesa en estimular la formulación de políticas del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar para el tratamiento de la niñez callejera (gaminismo) y llama a Virginia para que después de estudiar la situación, formulara recomendaciones. De esta tarea surge un nuevo libro en dos tomos sobre El Gamín, su albergue social y su familia, que corroboran a nivel nacional lo encontrado para Bogotá.

Desde 1968 cuando se creó el ICBF hasta bien entrada la década de los 80, Virginia fué permanentemente solicitada como consultora o asesora de entidades nacionales que se ocupaban de la familia y de la salud. Pero su carácter independiente y rebelde y su manifiesta vocación de investigadora, la mantuvieron a una prudente distancia de todo lo que significara burocracia o politiquería y continuó formulando hipótesis, relacionando situaciones , creando conceptos y tejiendo teorías.

Volver al terruño para entender sus raíces

Es entonces cuando Virginia se siente fuerte y segura para comprender el patriarcalismo que mencionaba en sus anteriores trabajos. “Se planteó como hipótesis de trabajo que el patriarcalismo familiar, relación dispar de hombre y de mujer, se estructura mediante un doble entorno, la sociedad expresa [da] en cada una de sus instituciones, que le proporciona definición y complemento a sus principios y la cultura que hace efectivos los postulados autocráticos masculinos, controla su vigencia y les da permanente aliento”11

Santander, su tierra natal, es el laboratorio para este trabajo de investigación que despeja incógnitas, abre nuevos caminos para entender e interpretar el sistema patriarcal colombiano. El análisis de los resultados permite descifrar y explicar las consecuencias sociales, económicas, políticas y culturales de su derrumbamiento.

Virginia: Maestra y líder de líneas y grupos de investigación

Entre el terreno, su familia y sus archivos, Virginia saca tiempo para dictar conferencias e hilvanar el pasado con las tendencias de futuro observables especialmente en las ciudades. Para ella, la familia no está en disolución, aunque sí en crisis de reacomodación a las nuevas circunstancias, pues su estructura es una resultante de las demás instituciones y de los valores culturales predominantes en cada época.

En 1997 la encontramos trabajando intensamente con su esposo Roberto, dedicados a cerrar el ciclo de la familia colonial con un trabajo inédito auspiciado por COLCIENCIAS sobre Miscegenación y Cultura en la Colombia Colonial 1750–1810.

En su paso de más de 30 años por la Universidad Nacional de Colombia como profesora y líder de grupos de investigación, orientó varias generaciones que hoy continúan sus pasos, porque quienes han conocido a Virginia de Pineda la respetan, la escuchan con atención, la admiran y la quieren, en tanto ella ha sabido usar sus conocimientos y su fuerza de carácter con prudencia y equidad.

Los estudiosos de los problemas de la salud, de la familia, del género o quienes abordan los temas regionales o se interesan por la niñez desprotegida o por comprender las raíces de nuestra nacionalidad, han debido digerir los trabajos de Virginia y se han nutrido de su sabiduría.

Y aunque ella sabe lo que es y lo que vale, los halagos no la enfatuan. Sus reacciones frente a más de 18 homenajes y premios brindados a su vida y obra, por entidades nacionales y extranjeras, son de una modestia y equilibrio tales que causan, por ello mismo, nuevo motivo de admiración entre quienes la gratifican. Creo que la prudencia ha sido otra de sus mejores cualidades porque, gracias a ella, ha logrado “meterse a fondo” en la vida de las gentes que observa o a quienes entrevista para entender los motivos del comportamiento humano y para dilucidar diferencias de toda índole. No requiere que nadie le señale sus virtudes o defectos. Ella es su mejor crítica y, Roberto su esposo y compañero, su gran apoyo y mayor admirador.


Citas

1 Gutiérrez de Pineda Virginia y Vila Patricia. Honor, familia y sociedad en la estructura patriarcal. El caso de Santander. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá,1988. Presentación de la autora. pp.. 30–31.

2 Entrevista realizada por Humberto Cubides y Nelly Valbuena, Departamento de Investigaciones Universidad Central. (DIUC). mm., enero 15 de 1997, pág. 3.

3 A.C.A.C. Premio Nacional al Mérito Científico 1994. Virginia Gutiérrez de Pineda. Editado y recopilado por Ligia Echeverri Angel pp. 55–56.

4 Entrevista DIUC. Op. Cit. pp. 8–9.

5 Ibid. pág. 9.

6 A.C.A.C. Premio Nacional al Mérito científico. op. cit. pág.54.

7 A.C.A.C. Op. Cit. pág. 61.

8 Apartes entrevista Universidad Central. Op. Cit. pág. 11.

9 Entrevista publicada en el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República.Vol.24, No. 10, pp. 19–34, Bogotá, 1987.

10 Revista Semana Vol XX, No. 488, marzo 19 de 1956.

11 Gutiérrez de Pineda Virginia y Vila Patricia. Honor, familia y sociedad en la estructura patriarcal. El caso de Santander. Op. Cit. pág.15.


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