Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co
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La Universidad Central, la Educación Superior y el país, han perdido a uno de sus grandes baluartes. La muerte irremediable de Jorge Enrique Molina Mariño el pasado 18 de noviembre, sin duda ensombrece nuestras miradas y la celebración de los treinta años de la Institución. En su calidad de fundador y de Rector durante más de cuatro lustros, demostró su carácter de hombre universitario por excelencia. En defensa de la universidad colombiana libró las más disímiles batallas. Como liberal a ultranza, amante de la democracia y de la libertad, defendio la autonomía en tanto principio consustancial del ser universitario. Esa autonomía que emerge de la naturaleza de una institución cuyo punto de mira es la excelencia en sus diversos frentes.
Su concepto de universidad fue unívoco, rotundo, vertical: la educación superior, lo afirmaba en distintos escenarios y lo promovía con ahínco en la entraña de nuestros quehaceres y reflexiones, debe ser el espacio que permita formar para el país los mejores profesionales; por ello auspició como eje de esta formación a las humanidades. El compromiso de la universidad es con Colombia y con América Latina, un continente en el que, como otros pensadores, veía el futuro de la humanidad; por eso su vigor en la promoción de eventos y publicaciones en los cuales la cultura latinoamericana fuera tema fundamental.
Su visión sobre la extensión universitaria lo llevó a comprometer a la Central con un programa de presencia decisiva nacional e internacional en el que los deportes, la música, la danza y tantas manifestaciones de nuestro folclor, amén de otras actividades de servicio a la sociedad, le han otorgado a esta casa de estudios las más destacadas distinciones.
Universidad que no investiga, no merece tal nominación. De allí el respaldo total que invariablemente otorgó a las políticas y programas del Departamento de Investigaciones. Con el concurso de los Consejos Superior y Académico, irrestrictamente apoyó nuestras distintas iniciativas. De esa concepción emergen los logros alcanzados por esta dependencia. El equipo del Departamento y NÓMADAS deben así a Jorge Enrique Molina Mariño un profundo reconocimiento. Esta publicación surgió al amparo de sus luces y su manifiesto beneplácito. Si bien no alcanzó a conocer este último número, sabemos sin embargo de su regocijo seguro porque siempre estará entre nosotros. El mejor homenaje para el viajero de otros mundos, el amigo de los amigos, radica en continuar su obra y así lo haremos. Para fortuna de la Universidad proseguimos por los caminos señalados, bajo la orientación del nuevo Rector, José Luis Gómez Valderrama, para quien sobran bienvenidas. El es también la Universidad Central.
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El abordaje que en esta oportunidad hacemos del tema monográfico, referido a la juventud en su relación con la sociedad y la cultura, pretende integrar no sólo las diferentes temáticas que lo conforman, sino también distintos enfoques y metodologías mediante los cuales ha sido estudiado. Sin embargo, esta pretensión de reconocimiento del joven no podría ser suficiente si no la acompañáramos de un cuerpo de imágenes que le es propio y a través del cual es posible establecer un diálogo con él.
En una época caracterizada por la producción masiva y acelerada de lo visual, la vida cotidiana está indudablemente inmersa en un campo de imaginarios, entendidos no sólo como resultado de la producción fantasiosa y creativa de imágenes, sino también como ámbito de mediación en el que surgen procesos en dos niveles de identificación: uno primario ligado a la propia constitución del sujeto, y otro secundario que permite establecer vinculación a lo real, es decir, con la inmediatez de lo social y cultural.
Dentro del campo de imágenes e imaginarios actuales, el comic ocupa un lugar destacado por su estrecha vinculación con la juventud. En este sentido se ha constituido en un medio directo, flexible y ágil para su expresión y a su vez para la aprehensión del mundo que rodea a los jóvenes.
El comic es un universo complejo que se mueve entre polos opuestos. Su producción oscila desde circuitos arraigadamente comerciales y masivos hasta espacios de carácter marginal; desde una expresión decididamente artística hasta otra simple, deliberadamente burda y sin intención estética. En su contenido va desde las hazañas de héroes poderosos y sobrehumanos hasta las dificultades de seres erráticos e imperfectos; desde las historias futuristas y cósmicas hasta los problemas locales y cotidianos. Todo ello posibilitando múltiples procesos de identificacióndesidentificación que le permiten al joven la incursión inmediata en el profundo caos del mundo contemporáneo.
El lenguaje del comic tanto en sus figuras como en sus diálogos es extraordinariamente explícito y sintético, la narración se estructura en unos pocos cuadros en donde normalmente se evitan paradigmas teóricos complejos y la palabra se optimiza al máximo. En el último período del comic, que a propósito en este año celebramos su primer centenario, se han dado transformaciones en buena parte producidas por la influencia de la informática, la electrónica y el explosivo virtualismo, con lo cual se ha hecho más elaborado y dinámico. Simultáneamente, sus mecanismos de relato visual han venido afectando otros lenguajes tales como el del vídeo y el cine.
De esta forma, el comic debe ser considerado como elaboración fantástica cuyo fundamento temático posee niveles muy altos de realidad. Allí puede encontrarse, sin duda alguna, una posición crítica, muchas veces beligerante, frente al mundo y al manejo del poder. En este sentido resulta ser lugar ideal por donde circulan, con fuertes niveles de emotividad, los conflictos, los mitos y las ilusiones de la juventud. Al mismo tiempo, su ámbito se ofrece como posibilidad vital de transformación de una realidad confusa y agobiada.
DEPARTAMENTO DE INVESTIGACIONES
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Adrián de Garay*
* Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, México.
El autor analiza la relación entre el rock y las identidades juveniles, a partir del abordaje de cinco “estilos” que se pueden identificar como constitutivos de éstas identidades. Ellos son: la jerga, la estética, las producciones culturales, los no-lugares y el territorio. Finaliza el artículo señalando algunos hitos importantes de la cultura rockera en la ciudad de México.
El rock es uno de los fenómenos culturales de masas más importantes de la segunda mitad del siglo. Creado por y para jóvenes, su historia está estrechamente vinculada a la formación de un nuevo sujeto social. De hecho, el rock marcó el inicio de la cultura musical de la juventud, al inaugurar parámetros de diferenciación drásticos con la cultura y la moralidad adulta imperante después de la Segunda Guerra Mundial.
El rock ha sido analizado desde muchas perspectivas y los intentos han sido muy variados. Para los propósitos del presente ensayo sólo lo consideraremos en su carácter de ser un universo cultural-simbólico juvenil, donde su consumo como mercancía provoca su socialización/circulación con y entre sujetos juveniles: Un disco/Un cassette/ Una rola/Una tocada/Un concierto/Un grupo/Un solista/ Una revista/Un “look”/Un estilo/Un lugar. En suma, una gran diversidad de objetos mediadores que fungen como vitales en la socialidad rockera al conformar identidades juveniles específicas.
Las colectividades juveniles que se aglutinan alrededor del gusto, disfrute y consumo por algún estilo musical rockero particular, intentan vivenciar y compartir una amplia gama de prácticas sociales frente a otras identidades urbanas. A su interior existen diferencias e identidades subjuveniles conforme al gusto o apropiación de distintos tipos de rock: rupestres, metaleros, punks, jipitecas, bluseros, tecnos, industriales, etc. Cada una de las identidades juveniles rockeras delimitan sus propios espacios en los que consumen y se apropian de su cultura, por lo que es posible afirmar que existen culturas juveniles diversas y heterogéneas que expresan formas de vida particulares/ distintivas, con valores y significados manifiestos en sus sistemas de creencias, usos y costumbres.
La juventud como sujeto social no es un cuerpo uniforme, es preciso reconocer que se trata de una población suficientemente compuesta, tanto en el plano social como en el generacional, lo que sin duda produce la existencia de universos culturales diversos y diferenciados. No obstante, es posible afirmar que el rock, en sus diversas modalidades, se ha convertido en un vehículo de expresión de las vivencias y problemáticas que experimentan los jóvenes urbanos en muchos países del orbe.
Lo más importante de todas las significaciones es que orientan a los individuos en sus vidas cotidianas y les permiten mantener sus propios niveles de autoafirmación. De esta forma, las culturas juveniles se objetivan en modelos de relaciones y de organización social y en formas de estructuración del espacio y del tiempo. Las culturas juveniles se traducen en estilos más o menos visibles e integran elementos heterogéneos provenientes de la moda, el lenguaje, el comportamiento no verbal, el graffiti, los medios de comunicación y el espacio.
En los estilos pueden distinguirse varios elementos constitutivos de las identidades juveniles, algunos de los cuales pueden ser:
Cada grupo tiene su propia jerga, un vocabulario especial que es comprensible para cada uno de sus miembros. A través de la jerga los jóvenes pueden ahorrarse explicaciones, sirve para precisar experiencias juveniles que en el vocabulario adulto no existen, pero sobre todo sirve para reforzar y mantener la identidad del grupo respecto a otros. (En el caso del rock mexicano, a principios de los sesenta se gestó el lenguaje de La Onda, mismo que posteriormente fue reelaborado por las llamadas bandas).
No es posible pertenecer al grupo si no se posee determinado lenguaje, muchas veces asociado al vocabulario que producen los mismos grupos de rock nativos, surgidos entre los mismos jóvenes creadores. En todos los casos se trata de un proceso de aprendizaje forzoso si se desea pertenecer al grupo. Códigos, señas, gesticulaciones y formas de saludo, entre otras expresiones, conforman un vagaje propio del ser joven rockero.
Moda, “look”, “facha” son palabras que parecen significar lo mismo: remiten al vestido (mezclilla/pantalón negro, Chamarra de piel negra/saco largo), al corte de cabello (coleta/ pelo largo, corte militar/ engomado), la cantidad y tipo de collares, aretes, tatuajes y accesorios diversos que se usan entre los jóvenes.
La estética forma parte de la conformación de las identidades juveniles, es uno de los elementos más importantes mediante el cual los jóvenes descubren y expresan su propia identidad. Pone de manifiesto su independencia respecto a los padres y a la sociedad adulta inmediata. A través de la “facha” los jóvenes se reapropian de sus propios cuerpos y manifiestan un control sobre sí mismos, informa sobre la identidad de los jóvenes que componen el grupo. A su vez, marca divisiones internas, de manera que el vestido permite no sólo identificación de lo que une, sino también de lo que separa.
Generalmente la estética está asociada a la forma de vestirse de los grupos de rock favoritos de la comunidad juvenil de pertenencia. El punto de referencia puede ser una agrupación nacional o extranjera, pero no permite la discrepancia a su interior, ya que de aceptarse significaría la indistinción, cuestión inadmisible en el grupo.
La mayor parte de los estilos juveniles, particularmente aquellos que se generan al interior de la cultura rockera, se expresan públicamente a través de espacios comunicativos como los facsímiles, las pintas en las paredes en las calles, la radio, los periódicos, los grabados, etc. Todos estos espacios son una prueba de la capacidad de creación e inventiva de los jóvenes. A través de ellos se comunican entre los miembros del mismo grupo y contra otros grupos. Para ello, utilizan canales convencionales de la cultura de masas,o bien lo que es más común, crean por sí mismos canales subterráneos y/o marginales.
Aunque las producciones culturales juveniles son muy diversas, sin duda alguna ha sido el rock una de las manifestaciones de nuestro tiempo que más ha provocado la generación de formas de expresión que rebasan propiamente el formato musical. La historia de las colectividades rockeras está plaga de experiencias comunicativas, muchas de las cuales han influido enormemente a los medios de comunicación masiva que se reapropian de los productos generados por los jóvenes. Buena parte de la llamada posmodernidad en las producciones culturales han emergido, de una u otra forma, de la cultura juvenil asociada al rock.
El desarrollo de la tecnología comunicativa ha permitido también que la cultura rocanrolera se consuma en formas no conocidas a mediados de los cincuenta a través de la introducción masiva de los autoestereos y sobre todo del walkman. Estos dos productos de la modernidad son utilizados por los jóvenes y les permite apropiarse y recrearse de sus grupos favoritos sin necesidad de mantener un espacio físico determinado.
El walkman se ha convertido en la máxima expresión de la “privatización pública” de la escucha, misma que no está sujeta ni a represiones, ni limitaciones espaciales. De esta forma la cultura juvenil del rock puede circular y consumirse en muchos espacios sociales, sin pedir permiso y aislado del mundo circundante.
La juventud asociada al rock es uno de los actores sociales que establece una relación muy intensa con el espacio. Los jóvenes seguidores del rock, desde sus orígenes, se han apropiado de los espacios públicos de las ciudades para construir su precaria identidad social. Para ello, la juventud transforma, a su mod, los espacios “públicos” en espacios “privados”.
La ciudad como punto de referencia simbólica se ve transformada de espacio anónimo en territorio. A través de complicadas operaciones de nominación y bautizo que los sujetos juveniles realizan se construyen lazos que sirven para fijar y recordar quienes son y distinguirse de los otros. La inscripción espacial conlleva a servir de memoria colectiva del grupo que la elabora. Los jóvenes rockeros delimitan su espacio para reforzarse afectivamente.
Los territorios son vividos como lugares de interacción social y su función es garantizar la continuidad y reproducción del mismo grupo. La territorialidad, real o simbólica, es el proceso a través del cual las limitaciones ambientales son usadas para significar fronteras de grupo a las que se les envíste de un valor cultural específico y forman parte constitutiva de la identidad rockera.
Dentro de las culturas juveniles rockeras conviven grupos que demarcan sus territorios frente a otros en términos reales: el barrio, la colonia. Esto responde a la manera tradicional como se han agregado las pandillas/ palomillas/bandas de jóvenes en cada ciudad. Sin embargo, existen también grupos que demarcan su territorio frente a los otros en términos más simbólicos y perecederos; ellos hacen suyo algún lugar por algunos meses o a veces años, al cual invisten de una connotación particular (una vieja casa reacondicionada, una discotecque, una explanada de un parque, una esquina).
De esta forma, al interior de las culturas rocanroleras, existe un mapa propio de la ciudad, mismo que se construye al margen de las delimitaciones espaciales construidas por las autoridades administrativas y políticas de la ciudad. Una vez que el espacio es “invadido” por “gente extraña”, el grupo de jóvenes se desplaza en busca de otro lugar en el que puedan restituir las condiciones para la creación de “su espacio”.
En ese movimiento, los grupos de jóvenes rockeros, cual tribu, van delimitando un mapa de la ciudad elaborado en base a los lugares de ocio públicos que hacen “privados”. De hecho, gran parte de la vida de un joven rockero se articula alrededor de los espacios y tiempos de ocio, en las rutas por hoyos, discotecas, casas culturales, parques públicos.
Todos ellos espacios lúdicos, con todo y sus diferencias, que no tienen otra finalidad que estar juntos sin ocupación. En ellos se van configurando universos distintivos que se concretan en amistades, amoríos, bebidas, drogas, peleas. Pese a tratarse de una historia repleta de estigmatización social, prohibición, censura y represión contra el rock y los jóvenes, la conquista de territorios por parte de las tribus rocanroleras es una constante desde hace cuarenta años.
En la historia del rock de cada ciudad existe una gran variedad de mapas territoriales que la cultura juvenil se ha apropiado y ha abandonado por voluntad o por la fuerza. Es una historia que algún día debería reconstruirse en cada país, ya que la atención de los estudiosos no ha estado puesta en la importancia que significa la cuestión espacial en la conformación de las identidades juveniles rockeras.
A manera de un rápido recuento en el caso de la ciudad de México, pero que puede ser interesante para que se contraste con otras experiencias latinoamericanas, permítanme apuntar algunos hitos en nuestra historia territorial en la cultura rockera.
El papel de las escuelas privadas, muchas de ellas comandadas por una nueva generación de sacerdotes de diversas procedencias cristianas influidas por la recien teología de la liberación, fue clave para generar espacios que en las tardes o en las noches se convertían en territorio más o menos libre de los rocanroleros.
La ciudad de México, en sus escuelas, universidades, delegaciones, barrios, bares, viejos teatros y cines remodelados y centros de espectáculo masivos ha construido mayores territorios para la cultura juvenil rocanrolera. El mapa de la ciudad para los jóvenes que se identifican con el rock sigue haciendo historia y encuentra diversas formas de reacomodo internas y externas.
En conclusión, consideramos relevante señalar que para conocer las identidades juveniles rocaroleras es preciso abordar cada una de las formas en que se manifiestan los diversos estilos en cada uno de nuestros países, entendiendo que su abordaje no es patrimonio exclusivo de ninguna disciplina particular dentro de las ciencias sociales. Conocer la jerga, la estética, las producciones culturales, los territorios u otros estilos juveniles debe ser tarea de comunicólogos, sociólogos, economistas, antropólogos y otras ramas del saber. Sólo así estaremos en condiciones de ofrecer a la sociedad un conocimiento objetivo del acontecer de nuestros días.
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Germán Muñoz González**
El proyecto «Las Culturas Juveniles Urbanas vistas desde la Cultura Rock» propone abordar la comprensión de los actores juveniles bogotanos partiendo de la dimensión cultural, según sus propias auto-percepciones y desde la contemporaneidad de sus lógicas, éticas y sensibilidades. La forma que asume la investigación es el resultado de las exigencias que la realidad colombiana ha ido imponiendo a los «mutantes» jóvenes, a los investigadores y al mismo texto en su escritura.
Encontramos en este número de la revista NOMADAS, dedicado enteramente a Jóvenes, diversos abordajes del objeto: el político, el sociológico, el comunicacional, el educativo, el histórico… Y surge de entrada la pregunta por la especificidad de la investigación que desde hace 12 meses realizamos en el DIUC, por el ángulo preciso en el que nos ubicamos y, sobretodo, por los aportes que, en el estado actual de avance (Diciembre de 1995, en etapa de consolidación e interpretación final de los instrumentos), hemos podido decantar.
Pueden parecer de poca monta los enunciados que sintetizan a continuación los logros más importantes de nuestro estudio, pero suponen replanteamientos epistemológicos, conceptuales y metodológicos de fondo. Son estos:
El objeto que nos ocupa es como una «nube», exige una actitud diferente. Meterse en la nube, ser nube, moverse con la nube, adaptarse permanentemente a su signo irregular y cambiante. Esta es una toma de distancia reflexiva, que al querer guardar cierta coherencia con la naturaleza de lo estudiado, presentará diversas perspectivas y fragmentos, para jugar con ellos a recomponer un mapa.
Cuando comprendimos al término del análisis documental1 primer instrumento aplicado, aún sin marco teórico preconcebido, que estábamos apuntando a iluminar con un enfoque desconocido el escenario de la posible convivencia entre los colombianos, todo el trabajo y la presencia en “intersticios” se hicieron consistentes con un proyecto de construcción de nación desde el ángulo muy preciso del “reconocimiento de la diversidad”. En ese momento nuestra línea cobró sentido en una sola dirección: la búsqueda de propuestas operacionales para la intervención con jóvenes en función de construir una ciudadanía moderna y un desarrollo equitativo en Colombia.
En consecuencia, la posición academicista que suponíamos correcta, varió hacia una posición estratégica de fondo, que adopta las contradicciones presentes en la misma realidad en la que estamos ubicados y que se hacen patentes en los instrumentos analizados. Y a partir de ellos, aceptando que la sensibilidad estética de los jóvenes no se opone a los objetivos y es el eje conductor de la marcha, asumimos que el texto no tiene por qué ser coherente con las teorías del momento, sino con el contexto (coyuntura nacional) en el que se produce; y que el «collage» no será simplemente una forma esnobista de presentar las cosas, sino la exigencia de tratar un objeto extremadamente irregular y fragmentado.
Estrictamente hablando, en este proyecto no partimos de una hipótesis a probar, sino más bien de algunas intuiciones relacionadas con el Primer Módulo, dedicado al cine: es posible acercarse a la comprensión de las identidades culturales a través del análisis de objetos culturales que construyen y son construídos por imaginarios colectivos. En la formulación inicial del objeto de investigación pusimos en relación dos categorías: «El rock y las subculturas juveniles urbanas». Se nos hizo claro que el objeto de estudio son Las Culturas Juveniles Urbanas (no los sujetos llamados JOVENES), las cuales son inasibles en sí mismas, razón por la cual elegimos mirarlas desde un punto de vista que consideramos privilegiado y pertinente: La cultura rock (no la música exclusivamente). Entendemos ambas, en su cruce, como «intensidades» que se modulan recíprocamente.
El objeto así delimitado nos aparece como excesivo, fractal y complejo. La primera consecuencia ha sido asumir conscientemente «la pérdida de la totalidad» o de la pretensión de unidad en la mirada. Y ello conlleva el reconocimiento de diversos puntos de vista que desde diversas perspectivas muestran facetas del fenómeno:
«Los hombres y las mujeres jóvenes constituyen más de la quinta parte de la población del país. Como ciudadanos tienen los derechos que les reconocen las normas internacionales, la Constitución y las leyes; sin embargo, con frecuencia viven bajo condiciones en las cuales esos derechos no se hacen efectivos. El presente documento contiene una política nacional de juventud basada en el reconocimiento del joven como sujeto de derechos y deberes. El papel del Estado es garantizar el respeto de estos derechos y generar condiciones propicias para el cumplimiento de los deberes correspondientes, o sea para la participación y el ejercicio de la ciudadnía plena por parte de los jóvenes.»
Política de Juventud - Documento CONPES 2794 - Mineducación - DNP: UDS, Santafé de Bogotá, D.C. Junio 28 de 1995
Apenas a partir de 1990 se comienza a hablar de una Política Nacional para la Juventud. Las iniciativas gubernamentales en este sentido tienen que ver con la firma de la Convención de los Derechos del Niño -y el adolescente- por el Presidente Gaviria, en nombre de todos los niños de Colombia. El Decreto 1860 de junio de 1991 oficializa la creación de la Consejería Presidencial para la Juventud, la Mujer y la Familia. Y ya en la Constitución Política, aprobada en julio de 1991, la descentralización y la participación son conceptos con fuerza constitucional, ligados por tanto a la posibilidad de que los jóvenes participen activamente en la formulación, seguimiento, ejecución y evaluación de los planes de desarrollo, así como en todos los espacios donde se discuta y se planee su protección, educación y progreso.
Siendo muy reciente en el país la focalización respecto a esta población, aún nos encontramos en un punto de despegue respecto a la forma de mirar su problemática. Los accesos han sido de corte socio-demográfico y las comprensiones del SER JOVEN referidas a modelos institucionales que descansan sobre el criterio de sujeto que se prepara para el FUTURO; en ningún caso encontramos un reconocimiento de sus estilos de vida fundados en el presente, desde la dimensión cultural. En el contexto nacional, hace falta una aproximación que vaya más allá de los parámetros conocidos y de los tipos de intervención fundados en categorizaciones adultas de la población juvenil.
La base que fundamenta hoy políticamente una Ley de Juventud (en tránsito por el Parlamento) es el Segundo CONPES DE JUVENTUD, donde se formula una política integral que a su vez recoge el espíritu de la Constitución Política de Colombia (1991), pilar para la construcción de una nación donde los jóvenes pueden asumir roles como actores sociales.
El CONPES se estructura sobre dos elementos importantísimos:
«La política de juventud… se orienta a crear condiciones que fortalezcan la capacidad del Estado y de la sociedad en su conjunto, para admitir a los jóvenes como ciudadanos plenos, lo que significa avanzar hacia la construcción de un país con igualdad real de oportunidades».
“Las acciones de política parten de reconocer la diversidad de los jóvenes y la necesidad de que esta diversidad pueda expresarse como pluralidad de identidades, visiones e intereses. Además se reconoce al joven como sujeto activo protagonista en la construcción de su proyecto de vida y se parte de la base de la equidad entre los géneros”.
El debate público ha permitido posicionar nuevas categorías y planteamientos de la sociedad civil respecto a las «Culturas Juveniles» y a su inscripción en un proyecto de construcción de convivencia democrática, desde el ángulo de la «diversidad » (conforme al mandato de la Carta Constitucional: art. 1, 7, 16), lo cual implica la implementación de unos criterios básicos para la interacción en el escenario social:
Las consecuencias de la incorporación de la dimensión cultural son inmensas. Se juega en ello la posibilidad de la real participación social de este gran segmento de la población, hasta ahora desconocido y estigmatizado. La convivencia con estos nuevos actores, como está sucediendo ya en Medellín mediante el Consejo Municipal de Juventud, requiere la sensibilización pública, el reconocimiento colectivo y la incorporación de formas operativas de relación.
El enunciado del comienzo: «Una cosa son los Jóvenes y otra cosa son Las Culturas Juveniles», marca un replanteamiento desde la dimensión simbólica y un descentramiento epistemológico con grandes implicaciones, que nos lleva a proponer una nueva lectura del «fenómeno juventud».
Evidentemente jóvenes ha habido siempre. Y la forma de categorizarlos ha tenido que ver con: el segmento etáreo del que hacen parte, su condición de no-adultez, la etapa transitoria de su desarrollo (adolescencia), la situación «irregular» desde el punto de vista jurídico, la identidad contra-cultural, la pre-funcionalidad propia de su noinstitucionalización y no-productividad; la carencia de saber, responsabilidad y decisiones.. que los hace simultáneamente ignorantes y peligrosos. En fin, prácticamente todas las acepciones los convierten en marginales de la vida ciudadana, excluídos de la participación social… pero simultáneamente franja de mercado con poder adquisitivo.
Las representaciones de los jóvenes en la escena pública han sufrido cambios notorios. De las figuras de niño frágil, centro de atención o ser inútil y parásito social… se pasa en los años 60 (con los hijos de la posguerra) a la mitología de los teen-agers (menores de veinte años) encarnados en James Dean y Elvis Presley. En apariencia eran sólo adolescentes precoces, resultado de la industrialización y de la modernidad. Pero en el fondo el asunto no obedecía sólo a razones demográficas (el babyboom) ni económicas, sino a la irrupción de nuevos estilos de vida, ligados por supuesto a modificaciones histórico- políticas.
El aspecto físico (gestualidad, ropa, peinado, manera de hablar, caminar y bailar) de estos dos ídolos hace evidentes una serie de cambios: el «rebelde sin causa» tiene un proyecto de vida distinto al de los mayores, al de la sociedad en la que nació y creció; el «chico rockanrolero» tiene movimientos de cuerpo negro y su música-fusión expresa la furia de vivir, con desenvoltura, en medio de máquinas y urbes anónimas. En la misma época Marilyn Monroe proponía una nueva forma de ser mujer, las minorías étnicas y de otros tipos aparecen en escena, y hasta la guerra tiene matices peculiares en medio del naciente «power-flower».
Los estereotipos acerca de JOVEN se podrían sintetizar en las siguientes posiciones:
Al asumir el enfoque cultural, hace falta mirar de otro modo a los «jóvenes» (ya no en términos de la variable generacional) para establecer diferencia entre estos y el «mundo juvenil» (en cuanto pertenecen a una comunidad cultural); o por lo menos hace falta construir otras categorías para intentar una aproximación válida a su mundo.
Cómo delimitar entonces el concepto? Los tradicionales criterios de la racionalidad sociológica, a saber:
Ser joven en nuestro tiempo no significa ya «ser contestatario», no es sinónimo de denuncia y combate contra el subdesarrollo, contra el capitalismo imperialista, contra el autoritarismo y la política tradicional; no implica encarnar los más grandes ideales, asumir eternos compromisos, ni imitar a las figuras revolucionarias..
Surgen toda una serie de preguntas respecto al objeto mismo: ¿qué clase de SUJETOS son los JOVENES?, ¿cómo los podemos diferenciar?, ¿qué los convierte en una categoría que agrupe elementos comunes?, ¿cuáles serían esos rasgos comunes? Y, evidentemente, hay más dudas que respuestas. Los tópicos admitidos los propone Luis Britto García2:
«…un ser que vive dentro de una civilización, y a la vez al margen de la misma; que consume sin estar produciendo; que experimenta necesidades sexuales que la sociedad frustra, refrena o desvía; que no tiene derechos políticos, aunque debe defender en el servicio militar a la organización que se los niega; sin poder de decisión, aunque experimenta el peso de las decisiones de sus mayores. Una persona a la cual un prolongado período de enseñanza y un sistema social sin fluidez excluyen de la participación social y la realización plena de sus capacidades…»
El concepto de «culturas juveniles» resume: la capacidad creativa de las «subjetividades juveniles en construcción », su función socializadora y su contradictoria e inestable vinculación a las estructuras familiares, educativas, comerciales y laborales. En un sentido amplio, las culturas juveniles refieren la manera en que las experiencias sociales de los jóvenes son expresadas colectivamente mediante la construcción de estilos de vida distintivos, localizados fundamentalmente en su propio tiempo o en espacios intersticiales de la vida institucional.
En un sentido más restringido definen la aparición de «microsociedades juveniles» con grados significativos de autonomía respecto de las «instituciones adultas», que se dotan de espacios y tiempos específicos, y que se configuran históricamente en los países occidentales en los años 50 y 60, coincidiendo con grandes procesos de cambio en el terreno económico, educativo, social y cultural; su expresión más visible son un conjunto de «estilos juveniles espectaculares»(hippies, raperos, punks..), aunque sus efectos se dejan sentir en amplias capas de la juventud. Son culturas con enormes grados de heterogeneidad interna, según articulaciones de clase, generación, género, territorio y etnia. Esta manera de mirar el problema transfiere el énfasis de la marginación a la identidad, de las apariencias a las estrategias, de lo espectacular a la vida cotidiana, de la delincuencia al tiempo liberado, de las imágenes a los actores…
Debido a múltiples factores tales como la liberación en los hábitos familiares, el nacimiento de un poderoso medio estudiantil, la popularización de la radio, la TV, el rock…, el adolescente de los años 60 jugó progresivamente el rol de un nuevo «consumidor cultural», completamente diferente del consumidor adulto. El estatus social del adolescente no se va a seguir considerando como el de un simple aprendiz de adulto. El cuerpo juvenil (todo su aparato sensorial) y la seducción ligada a mostrarlo socialmente, configuran la existencia e importancia de las modas, de las formas que adquiere su apariencia y del sentido estratégico que los jóvenes invierten en ellas. Estos elementos debemos mirarlos al «interior» del fenómeno mismo, para captar sus diferencias y transformaciones, es decir, sus sentidos profundos.
Si intentamos una síntesis básica de la propuesta de conceptualización desde las Culturas Juveniles, podemos tomar apoyo en los siguientes enunciados:
Aunque la denominación de «tribus urbanas» requiere de amplias argumentaciones desde el punto de vista antropológico, autores como J. Pérez Tornero la han usado, apropiándose la categoría de Maffesoli, para acercarse a «comunidades emocionales» de Barcelona (una docena fueron repertoriadas y estudiadas). La auto-representación que elaboran los jóvenes bogotanos les lleva a simplificar la enunciación y a proponer una lectura de la ciudad en forma polarizada. A nuestro modo de ver el mapa se configura en tres grandes zonas:
Cuando nos referimos a la «normalidad» obviamente no pensamos en categorías de calificación moral provenientes de culturas adultas. Estamos refiriéndonos a las Culturas Juveniles que se auto-definen por su pertenencia a un sistema valoral coherente en el cual no hay fisuras y que corresponde básicamente con una ideología y un ordenamiento social. Allí estarían tanto los nerdos como los skin-heads, sin que «habiten» exactamente en el mismo territorio; unos y otros están en diversas partes de la zona CENTRAL y esa centralidad es atractiva para todos por su supuesta redondez y articulación. La normalidad es aparentemente neutral y garantiza la aceptación universal, así como la inserción laboral, económica y social.
La «marginalidad» no es una categoría peyorativa. Define la exclusión de cualquier sistema, la relación descentrada con el mundo, la capacidad permanente de asumir la «otredad». Sin duda los habitantes de esta zona son los más duros y estigmatizados. Sus éticas y estéticas chocan profundamente a las culturas adultas y rompen con toda política de convivencia. La radicalidad y la punzante crítica a cualquier principio les impulsa a una dinámica que exige riesgo, juego ilimitado y disolución. Eros y tanatos tienen continuidad en sus existencias rotas y agresivas. Se encuentran en este territorio los ñeros, los raperos, los dueños de la calle, los H.C. (hard-core)…
Y existe una zona que dibuja un espacio membranoso entre las dos anteriores. Se podría pensar en una zona menos definida, como un inter-reino, una tierra de nadie, un campo poroso, que debido a su imprecisa ubicación tiene forma trasversal. Es la zona «tibia y confortable» («burguesa» por oposición a la del «lobo estepario » en términos de H. Hesse). La de aquellos que no apuestan por nada ni se quieren excluir definitivamente de los sistemas. En ésta no hay pasiones ni radicalidades; no hay nada propio ni duro. Es el campo de las acomodaciones y de las transiciones, de las negociaciones con todo aquello que sea negociable, de las imposturas y las concesiones… Es el espacio de los gomelos o plásticos, de los soft, de los prepis, de los play, de los light…
Sin embargo, no podemos pensar que cada una de estas zonas, oleadas o atmósferas, sea un territorio absolutamente puro o recortado de los otros. La imagen de ciudad nos remite a zonas que no son ni vecindarios separados ni anillos circunvalares. Tampoco hay una progresión de menos a más: una especie de gradación secuencial que lleva a sus habitantes a incorporarse a un punto ideal (el de los «normales» si razonamos en términos adultos). Cada espacio o zona tiene su propio centro y su periferia. Pero no se trata de zonas concéntricas; la relación entre las zonas no es fluída. Y los elementos que sus habitantes consideran propios, no están completamente diferenciados ni son permanentes. La metáfora de OLAS es mucho más adecuada para entender que una y otra son parte del mismo mar cada vez diferente; y que cada ola se superpone a la siguiente y a la anterior. Incluso captamos que aunque las olas en la superficie tienen momentos de cresta y depresión, en la profundidad hay otras fuerzas operantes no tan evidentes…
Sin embargo, cada una de estas zonas tiene configuraciones lógicas, éticas y sobretodo estéticas. No elaboran ni asumen categorizaciones desde la racionalidad clásica ilustrada. Hacemos énfasis en la dimensión estética entendiendo por ésta básicamente el tipo de relaciones con el entorno mediado por las formas sensibles, no por las ideas ni por los principios normativos. Y en consecuencia, un pensamiento y un ordenamiento valoral referidos a «simulacros» hiper, super, ultra, mega… que en sí mismos son a-morales y que proponen una mirada fascinante y espectacular de la realidad.
Dos ejes son, a partir de los anteriores fundamentos, el marco en que se puede verter un replanteamiento de la categoría Juventud:
El bien conocido emblema que reza en el friso de la Academia de la Lengua: «Una sola raza, una sola lengua, una sola fe», ya no tiene vigencia. En el mismo sentido, es necesario reconocer que no hay una sola juventud y que todas sus formas de ser y de parecer tienen cabida en el escenario público, merecen comprensión y atención, así como diálogo con sus saberes, en busca del bien común. La aceptación de la diversidad implica la apertura flexible a formas de vida que manifiestan «otros» valores y creencias, «otras» maneras de pensar y de sentir.
La forma de tramitar efectivamente actuaciones sociales con estos «seres diferentes» requiere de su real participación en todo lo que les concierne. Para ello hace falta valorar modelos de participación operantes:
El modelo de participación autoritaria. Es el que insiste en la participación como mecanismo de cooptación del Estado. Es inducido de arriba abajo; el Estado impone el plan global, las decisiones, utiliza la consulta como mecanismo de promoción de sus programas y para amortiguar, detectar o ahogar el conflicto. En este modelo la participación es antagónica con la organización autónoma de los grupos, sectores o clases que constituyen las «comunidades». Es una participación que procura construir canales estatales o para-estatales, o seudo-organizaciones controladas desde arriba por el Estado. En suma, se trata de un instrumento de estatización de la sociedad civil a bajo costo, de individualización o atomización. Es participación cooptada para una concertación sin movilización.
Un modelo democrático que no sea simplemente representativo supone en las actuales condiciones:
Tanto la Diversidad como la Participación deben ser garantizadas por el Estado. Una Ley de Juventud no debe ser un catálogo de normas restrictivas que impidan el ejercicio de la expresión autónoma de los ciudadanos jóvenes, sino el espacio propositivo que abra caminos y potencialidades para que tanto el Estado como la sociedad civil asuman compromisos en beneficio de la población joven.
El Estado colombiano tiene la obligación, conforme al artículo 45 de la Constitución Política, de propiciar la autonomía y libre determinación frente a la vida, de todos los jóvenes; garantizar el respeto de los derechos propios del SER JOVEN en el escenario social contemporáneo y reconocer la diversidad de sus expresiones culturales.
El primer módulo de la línea de investigación sobre Identidades Culturales se planteó como el elemento inicial de un programa que intentaría aproximarlas desde los Imaginarios Colectivos. En términos un tanto lapidarios hicimos el siguiente algoritmo:
Una cultura -en nuestro caso la juvenil urbanapuede articular símbolos, mitos y arquetipos, que se expresan en relatos, leyendas, cuentos y expresiones diversas (la musical de manera particular). Los símbolos, de acuerdo con Cassirer y Jung, expresan el sentir, las creencias y talantes fundamentales del hombre, sea colectiva o individualmente. . Este territorio de la ciencia comprende disímiles objetos: la Hermeneútica, la Semiótica, el Psicoanálisis, la Estética, la Narratología, la Comunicología… La zona en común entre los anteriores es el problema del SENTIDO/SIN SENTIDO. Allí la Cultura nos aparece como EXCESO (ex-cedere = «ir más allá, trascender). Es decir, es inabarcable y teragónica, como un polígono de innumerables lados. El universo cultural se nos presenta fragmentario y originado por estructuras contradictorias que conviven juntas perfectamente. La investigación del espacio cultural así conformado exige producir modelos que, acordes con la «nueva ciencia» y la estética, no pretendan unidad y simplicidad. Los criterios que nos guían implican el «riesgo intelectual» y el «conflicto de aceptabilidad». Y el tipo de acercamiento, la observación de diversas configuraciones de la dinámica social.
Y cómo construyen hoy las Culturas Juveniles sus mutantes y plurales identidades, en relación con los citados artefactos simbólicos?
Según la antropología y sociología clásicas, la identidad es algo fijo, sólido y estable. Pone en función roles sociales predeterminados y un sistema de mitos que proveen orientación y sanciones religiosas para definir la posición en el universo de cada uno, conforme a rigurosos patrones mentales y comportamentales. Es así que nacemos y morimos como miembros de un clan, de un sistema o tribu que fijan por adelantado la trayectoria entera de la vida. La identidad no planteaba problemas ni requería discusión ya que los individuos primitivos no modificaban radicalmente sus roles ni sus funciones.
En la modernidad las identidades se hacen móviles, múltiples, personales, auto-reflexivas, cambiantes… Incluso sociales y referidas a la otredad. Implican mutuo reconocimiento y auto-validación de dicho reconocimiento. Los múltiples roles de cada individuo en las sociedades contemporáneas hacen relativa y limitada la sustancialidad esencial de las posibles identidades, continuamente en expansión, en refacción, en mutación. Es posible distanciarse de la tradición y elegir entre varias posibilidades, nuevas y valiosas identidades de la oferta circulante en el escenario social. Los «otros» permiten definir y contrastar, sancionar y establecer esas identidades personales.
Del cogito cartesiano, los trascendentales kantianos y los conceptos ilustrados de razón, a las «subjetividades en construcción» concebidas desde el frágil proyecto existencial elaborado a partir de Nietzche, la categoría SUJETO se transforma y exige el recurso a transacciones, a la acción, a la creación de proyectos individuales (ya no colectivos). Incorpora la angustia y la incertidumbre como constituyentes de los mutuos reconocimientos, los procesos de permanente innovación en la producción de formas de vida transitorias… La identidad se convierte en asunto demodado o superfluo, sin validez social de largo plazo, experiencia nomádica, relación en red de inagotables expectativas conflictuadas que no siempre conducen a un punto. La identidad en la modernidad llega a ser un problema arduamente debatido desde perspectivas divergentes, remitido al consumo, al estilo (look) que hace diferente a cada individuo, a su apariencia definida publicitariamente, a su constitución, percepción e interpretación desde la mirada pública de los demás.
En la perspectiva postmoderna se aceleran y se hacen más inestables y frágiles los discursos y las nociones. La cultura mediática potencia la visión de un ilusorio y fragmentado individuo, incoherente con su medio, implosionado en las masas, puro simulacro. La televisión, es su discurso por excelencia: el realismo no hace parte de su propuesta estética, subordinado a códigos narrativos, a la diversión espectacular, a convenciones de géneros, a elementos reconocibles y previsibles, a eslogans y veloces flujos de imágenes vacías… A la TV no le interesa narrar, sino poner en escena sensaciones artificiales, seductoras, efímeras, intensas, planas… Pone en evidencia la emergencia de la más rasa superficialidad, la más inexpresiva energía sin sustancia ni pasado. En estos textos unidimensionales no tendrían pertinencia lecturas hermeneúticas profundas, ni análisis de significaciones latentes o de sentidos auténticos. Sólo cabría una «hermeneútica de la sospecha» (Ricoeur, 1970), que desde la dimensión simbólica se esfuerce en anudar imagen y significado, superficie y núcleo, política y erótica de los artefactos culturales.
En los fragmentos que aparecen pegados en el «collage central» de este estudio hay polisemia de sentidos saturados de posiciones contemporáneas. Creemos que la televisión y la música no son puro ruido; juegan importante papel en la estructuración de las identidades, lógicas y comportamientos. Asumen funciones que tradicionalmente le correspondían a los mitos y rituales: integración en un orden social, propuesta de valores dominantes, modelos de pensamiento, formas de vida…
Volviendo a «TERMINATOR II, EL JUICIO FINAL », película preferida de los jóvenes bogotanos, su estudio nos hizo pensar en la pertinencia de circunscribir nuestra indagación a comunidades culturales más específicas, ya no a «todos los receptores de un objeto cultural». Los Imaginarios que circulan a través de objetos culturales como el cine y la música tienen la capacidad de producir y reproducir múltiples identidades. La música rock vehicula y potencia identidades juveniles; el acceso a la comprensión de los JOVENES se puede realizar de manera privilegiada por este canal. No nos queda duda que el objeto escogido es pertinente y que ilumina la comprensión e intervención social con estos «mutantes» protagonistas de la vida pública contemporánea.
1 Cfr. MUÑOZ G., MARIN P., Qué significa tener 15 años en Bogotá, COMPENSAR, Bogotá, 1995.
2 Cfr. BRITTO GARCIA, Luis. El imperio contracultural: del rock a la postmodernidad, Ed. Nueva sociedad, Caracas, 1991.
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José Fernando Serrano A.**
* Este artículo retoma algunos aspectos del informe final de la perspectiva antropológica del proyecto de investigación “El rock y las culturas juveniles urbanas”, realizado por el DIUC y Colciencias.
** Antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia, Catedrático de la Facultad de Comunicación Social- Periodismo, e Investigador del Departamento de Investigaciones de la Universidad Central.
El consumo de los fenómenos culturales es un ejercicio activo, recreativo y significante. ¿Qué ofrece el rock a los jóvenes? ¿Cómo se lo apropian? Desde la mirada de los sujetos protagonistas y resaltando sus voces, este artículo presenta al lector algunos elementos surgidos de la observación etnográfica de conciertos y bares rockeros, como los diversos actores involucrados, las imágenes que tienen unos de otros y las prácticas surgidas en los escenarios de consumo del rock. “Parecemos nubes que se las lleva el viento”.
“la trayectoria que me lleva al rock es la noche, más que el sol, la noche… el rock es lo único que me motiva a escribir o la leer, a otros les quitará las ganas, a mí no, esa es la búsqueda, es esa magia lo que me motiva… eso oscuro que no es ni bueno ni malo, porque algunos dicen que el rock en si lo oscuro es malo(sic), no, hay una perversidad que es lo que me lleva a vivir la vida, si no hubiera ella, entonces viva encerradito en su cuarto… el rock es pérdida del sentido de la vida para vivir mejor… en nuestro medio los masmedia nos dan sentidos, nos impone formas de socializarnos y aquel que sea extraño será asocial y será el loco que se llevan al manicomio, que mandan al exilio, el rock me manifiesta una soledad y en ella vivo mi exilio, pero vivo mi magia, soy anómalo ante la sociedad seré manada ante la sociedad…” (Gonzalo, estudiante de secundaria).
Mayo 11 de 1995. Nos encontramos con Marcia y Adriana para hablar de su experiencia como rockeras; visten con pantalón y chaqueta de jean desgastados, botas industriales, sin maquillaje, cabello suelto. Con curiosidad ante nuestro trabajo y expectativa por lo que les preguntáramos, relataron su historia y las historias de otros que como ellas ven en el rock un modo de vida y no sólo un gusto musical. “El rock está en uno, le llega con los hermanos y ahí empieza uno a encarretarse. Luego en los conciertos es que realmente uno conoce lo que es el rock. Allí se encuentra resto de gente, de todos los estilos. Yo me la parchaba con los calvos y los hardcoreros y me empezaron a invitar a sus ensayos… Los metaleros son una chanda, con sus camiseticas…uno estando en este cuento critica mucho… acaso yo digo a veces, vacano esos plásticos, ellos van a la 82 y la pasan rico, están en su cuento, engañados o no engañados y son felices así, uno que supuestamente está en la verdad, y eso, está más consciente de las cosas que uno de pronto se la pasa pensado y vive depresivo y no goza tanto como ellos… yo no soy feliz en ningún lado… de pronto uno los envidia, pero no, feo… será que ese man piensa tal cosa?, de pronto la felicidad de ellos se basa en conseguir un buen trabajo, tener plata, salir a rumbiar los fines de semana… para mí eso es una felicidad inmunda, sí? para mi la felicidad es otro cuento… de todas maneras uno critica mucho eso…” (Marcia, estudiante de secundaria, identificada con el hardcore)
Metaleros, hardcoreros, alternos, calvos, gomelos, son algunas de las posibilidades de ser que se encuentran hoy en las culturas juveniles urbanas, creando cada una imágenes propias y de los otros, las cuales se encuentran y confrontan de modo especial en el rock. Para quienes se identifican prioritariamente con éste, es el reflejo de su realidad, del mundo que les tocó vivir y hacen de él un patrón con el cual definir los estilos de su vida, calificándose como rockeros. “El rock refleja la realidad social, los problemas que tenemos los jóvenes, cosas así… yo llegué en esta época, me tocó vivir estos años, la música cambia con la gente, con la época, me tocó vivir esta época, me gustó, la estoy viviendo… en la música puedo reflejar mis pensamientos…” (Julio, estudiante pereirano)
A lo largo de las charlas llevadas a cabo para esta investigación los jóvenes insistían en que para ellos el rock es algo que los embarga totalmente, desde la mañana hasta la noche, siendo a su vez recreación, goce, fuente de conocimiento, modo de expresión de sentimientos y necesidades, así como una forma de ver el mundo. Por eso se me refirió con frecuencia la crítica a quienes no toman una posición ante lo que hacen sino que se dejan llevar por las modas, sin conocer lo que está detrás de cada estilo y lo que eso implica; ser decadente es copiar un estilo porque los demás lo hacen. Uno de los jóvenes me señalaba que el ser rockero implica, no tanto el escuchar rock, como el “ser inquieto ante la vida, no conformarse con lo que se ofrece, sino estar moviéndose todo el tiempo, pero no por modas”. 3 de febrero, London Bar. A la entrada del bar, mientras esperaba que saliera más gente para poder entrar, conversé con un joven que ayudaba en el control de la entrada por parte del grupo actuante, Agony. Vestía de un modo informal, sin las típicas camisetas negras de los metaleros; tenía 24 años. “La verdad, a mi ya no me gusta mucho esta música; yo ahora escucho más regaee y cosas como Café Tacuba o la Maldita. Yo fui uno de los punquetos duros, pero eso se volvió mucha pantalla y qué vá… Entonces supe de los Skin; en esa época, cuando yo empecé casi nadie sabía de ellos, apenas éramos unos pocos que teníamos correspondencia con gente de otras partes; tener una chaqueta antiflama era muy de pa’rriba, por que valían sus buenas lucas, y tocaba traerlas de fuera; ahora se consiguen en cualquier parte. Yo me la pasaba por aquí por Chapinero , por detrás de Lourdes o por la 34, cerca a los puentes y fui uno de los que salían a patiar locas y vagos. En esas fue cuando nos agarramos con los hippies de Lourdes y casi los sacamos. Esos manes ya están fuera de moda. Eramos los RU, los Perros Rojos, los REA, y luego aparecieron los SHARP y otros y El Movimiento se fue desintegrando1. Yo me salí y los manes me buscaron un rato para cascarme, hasta que me les enfrenté. Ahora unos de ellos están en los krishnas o se volvieron desechables y todo se volvió moda. La gente no sabe de qué se trata el asunto y se lo putiaron.”
Movilidad sería un término posible para acercarse a la forma como hoy se construyen las culturas juveniles urbanas; en periodos de uno o dos años los jóvenes pasan por variados estilos, algunos hasta contradictorios. Diversidad es otra de sus características, dado el número y las posibilidades que toman sus modos de ser, entendidos como formas de presentarse y representarse ante sí y ante los demás, como ideas y concepciones acerca de su entorno y en general como un modo de relación y comprensión.
“mi prima tenía un novio radioactivo y ella por eso sólo bailaba house y escuchó Doors y se volvió hippie y se consiguió sus pantalones bota campana y se abrió el pelo y se pintó los labios de negro… y conoció un tipo igualito al de The Cure y se compró sus botas guerreras y pantalones ajustados y se volvió alternativa… ahoritica sigue con su salsa… no tiene una vaina definida; a donde se la lleve la corriente… últimamente de un año para acá a todo la gente le dió por raparse sin saber nada, no estoy de acuerdo con la decadencia…” (Rodrigo, Univ. Jorge Tadeo Lozano, UJTL)
Cada forma de ser tiene sus características, conocidas por quienes son parte de la cultura rock; esto implica imágenes de unos y otros que permiten acercarnos a la comprensión del sentido de grupo y de las diferencias generadas al ser parte o al estar excluído de la identificación con los estilos.
“Los podridos o los hardcoreros son tipos decadentes, que no esperan nada… es una decadencia, es pasar de la libertad que le puede ofrecer una identidad a una anarquía que no tiene sentido… andar uno en esos planes estúpidos, inclusive retacando… es tan vacío… ellos son un sin sentido, una anarquía sin sentido, una cosa es la música… hay gente que sabemos llevar la influencia de la música… eso lo lleva a uno a algo descomplicado… los radicales son decadentes… yo estoy en contra de quienes piensan que con ponerse botas negras y fumar marihuana son metaleros… lo alternativo no me gusta, tal vez porque lo conocí cuando estaba con los calvos, mi odio no es contra la música, sino con la gente que se deja llevar por eso… yo conocí a un sardinito de 14 años, andaba con una camiseta negra, cochina, con botas y me decía que un metalero tenía que estar cochino para serlo, eso lo lleva uno por dentro… el más decadente es el que menos sabe… Una vez hicieron en el tunal la semana por la paz… hicieron un concierto de metal con rap, obviamente hubo un choque de ideologías… si es metal es metal y si es rap es rap… choque de ideologías no paga… ahora los calvos no paga… yo digo el RU de hace años… ahora todo parchecito de barrio bien quiere ser eso, son los amigos que se rapan al tiempo y se compran chaquetas y se la pasan sembrando el terror en el barrio, pero vienen al centro y se ponen sus Bosi y su chaqueticas de jean…”(Rodrigo, UJTL)
El rockero se va haciendo gradualmente, acumulando un bagaje de experiencias y conocimientos que determinan su percepción del fenómeno rock. De quienes empiezan la colección de discos, ir a los primeros conciertos, gritar y brincar por el grupo de su preferencia, hasta quienes llevan años en la escena2 y conocen los detalles de ese mundo, hay muchas diferencias.
Por lo común el rockero se hace en su grupo familiar, lo cual sugiere una relación interesante entre quienes pertenecen a familias que a su vez conocieron el rock en su juventud –por la época del hippismo– y aquellas que proceden de otros hábitos culturales. Al hacer memoria de su historia, muchos rockeros recuerdan cómo aprendieron de hermanos mayores o de sus tíos a conocer los nombres de los grupos, sobre todo los clásicos como Black Sabbath, a distinguir los temas “buenos”, y en fin, a crear un “gusto” al respecto. Otros se iniciaron con el surgimiento de la difusión masiva del rock, bien sea con la creación de las primeras emisoras especializadas y el boom del rock en español, o en grandes eventos como los conciertos promovidos por la Alcaldía Capitalina a mediados de los ochenta.
“ El rock es búsqueda… la música es amplia, como la vida, hay de todo… uno debe oír muchas cosas, ser abierto, no ser moralista; las pintas y esas vainas son artificiales… con el rock se trata de buscar cosas nuevas siempre, porque la música es uno mismo, es encontrarse con el interior, con la ciudad, con lo visceral… ser rockero es ser la música.” (Diego, Academia Superior de Artes de Bogotá, ASAB).
De ese momento inicial de acceso en adelante, señalan los rockeros, lo que siguió en su vida fue un ejercicio constante de búsqueda de sonidos diferentes, nuevos y más acordes con un gusto que se especializaba; por lo común es esta búsqueda la que aleja a los rockeros con quienes realicé mi exploración etnográfica, de las redes comerciales, como las emisoras y tiendas masivas, y los lleva a explorar otros canales de circulación, como tiendas especializadas y sitios de encuentro.
En estos procesos el parche, o grupo de amigos, ocupa un lugar importante, ya que les permite el intercambio de ideas y de conocimientos, así como compartir la experiencia de consumo; con el término parche se designa tanto al lugar donde se reúne un grupo de amigos, al grupo mismo como a la actividad realizada en conjunto. Así, se habla de los amigos del parche, de ir al parche o de parchar con determinadas personas. El parche se caracteriza por generar un alto sentido de pertenencia e identidad entre quienes lo componen, así como una cierta adscripción territorial: el parche del Quiroga, el del Centro Comercial del Tunal, son algunos de esos ejemplos, o bien la expresión parchar con los skin o los hardcoreros, haciendo referencia al hecho de estar con ellos o simpatizar con sus actividades; es en el parche donde, cómo y con quien se vive la experiencia de ir a los conciertos, reunirse a escuchar música, tocar o formar una banda o sencillamente, “pasar el rato”.
El rock es movimiento. No sólo el movimiento producido por el ritmo pegajoso y el golpeteo de los instrumentos, sino porque las formas en que los sujetos lo consumen también lo son. Los bares son abiertos y cerrados al poco tiempo de su funcionamiento por razones como problemas con el vecindario, dificultades administrativas y de manejo o por simple aburrimiento; los conciertos de los grupos de la escena local se llevan a cabo en lugares a los cuales de seguro no se volverá, algunas veces porque los sitios son averiados y no vuelven a ser alquilados o bien porque quienes los organizan prefieren sitios nuevos y desconocidos; el rockero carga su música consigo entre la maleta junto al walkman y es posible que a lo largo de cierto tiempo vaya cambiando de géneros predilectos y de estilos.
La experiencia del consumo, entendida como la apropiación de los fenómenos culturales, se desarrolla en determinadas condiciones y espacios, de acuerdo con normas y reglas conocidas por quienes hacen parte de tal contexto. He denominado escenarios de consumo a los espacios o ámbitos en los cuales se realiza tal experiencia, no necesariamente limitados a un territorio físico, sino que por decirlo así, son un territorio que “se lleva con sigo”, ya que puede ser recreado y repetido en diferentes sitios y condiciones.
Por walkmans, casas, cuartos, garajes, tiendas especializadas, parques desocupados, esquinas, callejones, bares, salones comunales y estadios, de día o de noche, solos o en grupos, los parches van llevando su música y sus formas de relación, en territorios más o menos permanentes, más o menos públicos, algunos individuales, otros masivos.
“En el concierto siento algo que horitica está faltando, es la manada, porque ahí es donde uno pierde ese ser social, y danza con los demás o poguea con los demás, ese antibaile que es negativo que lo nominen baile, porque justamente constituye para mi negar eso, el baile del compromiso… la emoción también es un contagio, si tu tienes una gran cantidad de gente que es analgésicos(sic) que viven como con posición de aspirina, o sea sin dolor, sin movimiento, también tu te contagias; yo me acuerdo una vez que trajeron un grupo en un festival de esos que se llama Stanamin de Rusia yo estaba ahí parado y resulté saltando, estaba hablando con un amigo y fue extrañísimo, sí? fue inconsciente, esa emotividad fue inconsciente y después ya no importó hablar con él porque ya estaba con el sonido que me enviaban porque ese sonido va para ese grupo, ese conglomerado y que ese conglomerado sea eso, masa… es lo que yo te había dicho, que hace la manada? la manada va de cacería en junta, cazan la música, cazan el sonido, cazan esa batería, la masa no, porque es muy viable, si la masa se deja llevar por esa emoción será manada y serán nuevamente guerreros ante las aspiraciones que la cotidianidad nos vive cercando, nos vive negando…” (Gonzalo, estudiante de secundaria)
3 de Febrero London Bar Arriba, en el bar, se oía una sola voz, que al unísono seguía los temas del grupo. El público debía estar moviéndose de un modo tal que las rejas delprimer piso del local se zarandeaban de un lado a otro. El coro era constante. En un momento, el dueño se preocupó porque el techo se estaba agrietando por la dureza del baile… Apenas subí, las gafas se me empañaron y me quedé por un momento sin ver. Las paredes se sentían húmedas de sudor. El aire era difícil de respirar: una mezcla de cigarrillos de diversas calidades, sudor por la extenuación del baile, el encierro propio a un sitio sin ventilación y hecho para 80 personas, con más de 200, algo de marihuana, y más sudor… no había espacio para moverse, por lo que queriéndolo o no, todos estabamos «poguiando »: en la pista, dando saltos, los jóvenes chocaban sus hombros entre sí, se empujaban unos a otros, en un movimiento acelerado y concéntrico … al rato un joven vino a la barra donde yo estaba, literalmente el sudor le escurría a chorros por el rostro enrojecido y el cabello largo, me vió sin mirarme, con una expresión de extenuación pidió agua y volvió al pogo donde lo perdí de vista.
Llama la atención la similitud entre estos relatos y lo expuesto por maffesoli (1990: El tiempo de las tribus. Barcelona: Icaria) en su análisis de la época actual, al señalar la presencia del “tribalismo” como una forma de ser de las sociedades contemporáneas. Dice el autor que las “tribus” de hoy se oponen a las también presentes masas, al estar fundamentadas en una adscripción local, solidaria, con fuertes sentimientos de pertenencia, e impregnada de rituales; en su obra, las relaciones sociales se dan entre “personas”, entendidas como máscaras que se quitan y se ponen, y que son fluctuantes en sus formas de adscripción. La sociedad se debate en el vaivén entre las masas y las tribus, por lo cual las formas de ser social se caracterizan menos por la estabilidad y más por la fluidez, las convocatorias puntuales y la dispersión de lo masivo a lo particular y viceversa.
“Este grupo es una verraquera!!”, “Qué nota de concierto!!”, “Aquí uno viene a sentirse bien”, “Se siente una energía…!!”, “Es que uno brinca y salta y grita y hace lo que se le da la gana!!”, son sólo algunas de las expresiones que surgen cuando se pregunta a los jóvenes por sus experiencias en los conciertos y sitios de consumo del rock. Sensación y emoción son los término más recurrentes al describir su experiencia, resaltando la dificultad de poner el palabras lo que eso es. Por ello afirmo que el consumo de rock es principalmente una experiencia emotiva, en donde la afectación, el compromiso, la implicación, la espontaneidad, lo no verbal, la excitación y la identificación son las claves con las cuales se crea este modo específico de apropiación del fenómeno cultural.
“Cuando uno se conecta a los audífonos y pone el cassette que más le gusta, sólo hay que dejarse llevar por la sensación”, pues no tiene sentido hacerlo y estar pensando en cuentas, tareas pendientes y otras cosas. Risas, depresiones, gritos, silencios prolongados, rabias y amores, evidenciadas en una variedad de expresiones no verbales, son sólo algunos de los sentimientos que giran en torno a los escenarios de consumo del rock y que éste permite aflorar, haciendo de los escenarios de consumo lugares privilegiados para la expresión de las emociones. “Es que cuando uno escucha el hardcore y le cuenta las porquerías de esta sociedad le da a uno una rabia que le provoca salir a patiar a todo el mundo”; “cuando siento la música retumbando dentro de mi cabeza no hay nada afuera, el mundo desaparece, pero a la vez le entra todo.., es una verraquera”; “a mí me gusta el ritmo del metal porque uno se acelera y empieza a moverse con la música y me gusta el hardcore, sobre todo en español, porque las letras le cuentan a uno lo que es su sociedad”.
Los términos para hablar del rock aluden a experiencias que “envuelven”, que embargan al sujeto en su totalidad, sin que éste pueda controlar o actuar sobre ellas, sino que “la música llega y se lo lleva a uno y uno no sabe qué es pero ahí está”. Si bien estas “sensaciones” se dan desde los escenarios más íntimos y privados de consumo, es en los lugares masivos y públicos donde las emociones afloran con mayor facilidad, tal vez por el efecto de contagio que tiene el hacer parte de un grupo amplio, que tiende a ser efímero, cambiante e inestable, como Weber define a las “comunidades emocionales”(Citado por Maffesoli, 1990).
“El rock es una salida a mis depresiones… me fascina la (música) protesta, le dice a todo el mundo las vainas… visto de negro porque ya no puedo vestir de otro modo, toda mi ropa es negra, me siento mal si me visto en otro color… el negro es la negación de los colores… el rock es olvido de los problemas, cuando me siento mal, escucho y me olvido de las cosas… en el pogo uno bota la energía mala… el rock es una clase de música para gente muy fuerte, que no sean débiles, hay gente débil que le da miedo oír el rock…” (Tibizay, rockera de Kennedy)
“El pogo es un desenfreno de energías… estamos todos muy cargados… yo creo que todos vivimos con energías reprimidas y la música es como ese canal a que uno(sic) pueda botar lo que carga… imagínese una buena canción y entonces es como ese desenfreno y explotar en energías y ese contacto… no se… a mí me gusta… yo se que es masoquista… me parece agradable… hay intensidades de pogo…” (Francisco, UJTL)
Ya de noche y luego de algunas horas de preparación, los rockeros asisten a los conciertos de bares y salones. Los conciertos de garaje son sólo para el parche, no se avisan públicamente y sólo unos pocos saben cuando y donde van a ser. Para anunciar otros conciertos están las tiendas de discos, los postes y paredes de la ciudad como muros de publicidad. Con la pinta correspondiente al evento y/o del gusto y ya “entonadito” con unas cervezas, se dispone el ingreso; cuando se sabe como, es posible conseguir una rebaja en la entrada al concierto, sobre todo en salones y escenarios ocasionales; los bares tienen tarifas fijas. Requisado y con el brazo sellado, como seña de que ya se entró al territorio del concierto o el bar, inicia otra experiencia de consumo.
La distribución de las personas dentro del espacio del evento corresponde también a las diversos modos de apropiación que se presentan; así, algunos prefieren estar frente al escenario, en primera fila, que es por lo general donde se hace el pogo, mientras otros se ubican a los lados, como rodeando a los pogueros y otros prefieren la parte trasera, a veces cerca de la salida. Desde cada lugar se tiene una percepción diferente del evento y se establecen relaciones particulares entre el público y entre éste y los músicos.
En los conciertos de bares y tabernas la comunicación entre unos y otros es más estrecha, no sólo por la escasa distancia física –el público está literalmente al borde del escenario– sino también por el reconocimiento entre unos y otros y el ambiente de “comunidad/común-unidad” que se da. El vocalista ofrece el micrófono para que alguien siga la canción, a veces baja del escenario y poguea con los demás, mira directamente a los sujetos y usa términos coloquiales y cotidianos que el público recibe con alborozo. A su vez algunos asistentes suben al escenario y se lanzan al público en una práctica conocida como slam; unos siguen con sus manos los toques del baterista o el guitarrista, mientras otros esperan para completar las temas o volver al pogo.
En el bar se conversa, se escucha música, a veces se toma algo y se baila, siendo ésta la actividad que más convoca a los asistentes. En cuanto a esto, el pogo es desde hace un tiempo la modalidad de baile que identifica a los bares rockeros. Se caracteriza por el alto contacto corporal entre los participantes, generalmente del mismo sexo, por lo común hombres, aunque en algunos lugares se organizan pogos de mujeres; sólo las más guerreras –término usado para las mujeres que se desenvuelven con propiedad en el medio rockero– entran en los pogos de hombres. Existen varias modalidades de pogo, como el ir saltando de un lado a otro, ensimismado y con los ojos cerrados y chocar los hombros unos contra otros, o el arrojarse desde afuera hacia un centro imaginario, empujándose mutuamente a veces con los brazos sobre el pecho; también se da el tomar impulso y saltar lo más alto posible para tocarse en el aire entre varios, como en una especie de duelo en el cual los sujetos se miran fijamente y se hacen muecas, como retándose. El pogo es un baile aglomerado, en donde desaparece cualquier distancia entre los sujetos y el contacto es total, llegando incluso a golpes y empujones. Como todo el que se mete al pogo sabe a lo que se arriesga, un golpe de más debe ser aceptado.
“Hay gente que sólo va a los conciertos a divertirse, a pasar el rato; otro van a buscar tropel y a patiarse con cualquiera que los mire mal; otros van a ver las bandas y por amistad con ellos… Hay de todo… Antes era diferente porque uno veía a los que eran pero ahora hay gente que se disfraza para ir a los conciertos y eso es otra cosa…” (Ricardo, rockero de Fontibón).
“Los conciertos son la oportunidad para gritar y hacer todo lo que uno quiera, hasta pegarle al de al lado, y nadie le puede decir nada, porque uno va con el grupo. Es que en el pogo la gracia es estar en grupo, con el parche. Poguiar es transmitir energía; cuando uno se estrella con alguien es como pasarle toda esa energía y recibirla del otro. No es darse por darse; a mí me gusta el pogo fuerte, no como esas gomelitas que les da miedo que las toquen. Es desfogarse, sacar todo lo que uno tiene dentro, sacar toda la rabia fuera de uno.” (Marcia, aficionada al hardcore).
Con los anteriores testimonios tomados de charlas y entrevistas, quiero ilustrar cómo para los rockeros la experiencia de consumo es no sólo muy emotiva, sino que además implica un cambio en el sujeto y un forzamiento del ser. La música “transporta”, “trasmite”, “transforma”, “uno ya no es uno cuando la música se lo lleva”, “en el concierto uno quiere empujar más fuerte, saltar más alto, gritar más duro, y entonces se descontrola…”, términos que aluden a la irrupción de un nuevo estado, alcanzado luego de trascender el actual, en el cual la expresión de sentimiento es máxima, para luego salir “fresco” y “relajado”.
El rock es una experiencia compleja; no basta con describirlo como una actividad lúdica o recreativa, pues supone también formas de organización y producción, creación de conocimientos especializados y sobre todo una diversidad de sensaciones y emociones que embargan a los sujetos y alteran los sistemas perceptivos. Estas sensaciones incluyen cambios fisiológicos por el baile constante y la exudación, el efecto del sonido y las vibraciones del canto, la saturación de imágenes por la creación de los escenarios, las luces y los videos, el resultado olfativo de una atmósfera pesada por el cigarrillo y otras sustancias, el consumo de licor y alucinógenos, y todo lo que implica para los sujetos participar de un evento como el descrito. El consumo del rock empieza con el cuerpo mismo y se irradia a todas las dimensiones de la personalidad, tanto individual como social.
Al crear en los escenarios de consumo del rock una ruptura con el “mundo de fuera” en el cual impera la estructura, la norma estipulada en códigos y al trascender lo cotidiano y la cultura dominante, se permite ver lo limitada y relativa que ésta es, creando por eso ante los garantes del orden esa sensación de que “el rock es una amenaza”. Por algo es que existe una cierta relación entre movimientos juveniles de protesta, con movimientos contraculturales y expresiones del rock. Lo cual no quiere decir que “por naturaleza” el rock sea contestatario, sino que más bien, si de naturaleza se trata, ésta es plástica y se adapta a lo que los sujetos deseen expresar, sea protesta o normatividad.
Finalmente, propongo considerar al rock y lo que en torno suyo crean las culturas juveniles como un canal de comunicación con la sociedad en general, para verla, representarla y hablarle desde él, en una experiencia sin fronteras fijas y cuya prioridad es el movimiento, la posibilidad de asombrarse y de descubrir.
“Ellos (los grupos favoritos) tienen una conciencia musical en lo que hacen, una responsabilidad en ese instrumento, como Jimmi Hendrix amaba su guitarra, ellos aman lo que tocan… en nuestro medio sólo está permitido la letra like y de suavidad no vive el hombre, es música pa´patinaje, pero uno también busca la aspereza, porque uno también busca para salirse del quicio, de caerse, de abismarse aunque sea en el mismo suelo de su propio cuarto, en el mismo suelo de la mesa de la taberna, abismarse en la botella…”(Gonzalo, estudiante de secundaria).
1 Estas son algunas agrupaciones dentro del Movimiento Skin Head o Cabezas Rapadas; SHARP= Skin Heads Against Racial Prosecution; REA= Rapados en contra de la explotación Animal; RU= primero Rapados Unidos, luego se llamarán Respuesta Unica.
2 Los rockeros denominan a su actividad como la escena, haciendo referencia a los conciertos, eventos, producciones musicales, lugares de encuentro y en general el mundo del rock, tanto a nivel internacional como local. La actividad en la escena y su calidad son calificadas por los diskjockeys (DJ) de las emisoras y los programas especializados en rock como el síntoma del estado de la cultura rock.
Revista Nómadas
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