Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co
![]() |
Versión PDF |
Guillermo E. Felix Tejera**
* Está crónica está sustentada en entrevistas hechas al autor y en diversas investigaciones.
** Filósofo, teólogo, compositor, magister en dirección de orquesta y dirección e instrumentación de banda sinfónico. Coordinador Académico de la Facultad de Música de la Universidad Central. Profesor Asociado de la Universidad Pedagógica Nacional. mirando de reojo las partituras de sus nueve sinfonías ordenadas cuidadosamente en un estante de la biblioteca. Obras todas hijas de la geometría. Lo que aparece claramente simbolizado en su obra musical «Compás», en donde representa la apertura lenta y continua del instrumento de dibujo con intervalos o distancias de sonido que van desde el semitono hasta diferencias cada vez más amplias para regresar después a la mínima distancia sonora. No es el compás musical, es el compás geométrico el que preside la composición musical.
Compositor, pintor, escultor, administrador, pedagogo, director del Conservatorio e investigador, el Maestro Fabio González Zuleta fue construyendo su vida a golpes de sensibilidad, imaginación y entrega al servicio de la música, de los músicos y de todos los que creen en el desarrollo integral del ser humano a través del arte.
Música y arquitectura han sido siempre estrechas compañeras de viaje. Una obra musical se parece mucho a un edificio, con un plan que le proporciona sólidos cimientos; una forma y una estructura que la presenta coherente e inteligible; una tímbrica que permite el juego de colores sonoros, aunque muchas veces posea también funciones arquitectónicas.
El Maestro Fabio González Zuleta debió ser arquitecto. Nieto, hijo y hermano de ingenieros, su sensibilidad artística lo condujo por los senderos del «arte de las artes», como se suele llamar a la arquitectura, pero no estructurando espacios dentro del espacio en función de necesidades habitacionales, sino operando con elementos que condicionan el espacio y el tiempo: la luz, el color, el sonido. Porque, además de compositor musical, es dibujante, pintor tuvo amores clandestinos con la escultura. Algunos de sus cuadros cuelgan de las paredes de su apartamento
El Maestro Fabio también franqueó los umbrales de la filosofía como lo confirma con su artículo «Adiestramiento del artista en el medio social» publicado por la UNESCO en el libro «América Latina en su música». Allí demuestra sus conocimientos sobre estética: desde Platón hasta los pensadores franceses del siglo XX. El mismo ha confesado : «Me hubiera gustado ser filósofo». El amor por la filosofía le brotaba espontáneamente en sus clases de contrapunto y fuga en el Conservatorio cuando, dejando de lado los ejercicios de imitación musical al estilo Bach, disertaba sobre la belleza de la música barroca.
Pero esas características de su personalidad no surgieron repentinamente, se fueron gestando lentamente en la vivencia familiar y en los retos de sus años juveniles.
A Doña Amira Zuleta le encantaba tocar los Preludios y Fugas de Bach, los mismos que habían fascinado a Beethoven y que son material obligado de estudio para todos los pianistas. A pesar de sus obligaciones de ama de casa, encontraba tiempo para responder a las exigencias de la profesora Lucía Pérez, madre de todos los pianistas importantes que pasaron por el Conservatorio durante más de cuarenta años. Eran tiempos tranquilos y amables de una Bogotá con ribetes campesinos y alardes europeizantes. Tiempos en los que el Presidente de la República, acompañado de sus ministros o de representantes diplomáticos, encontraba espacio para dirigirse al Instituto Pedagógico Nacional, recién fundado en la calle 72, a escuchar las dramatizaciones femeninas de obras de Shakespeare y los tríos y cuartetos en donde se destacaba la mano maestra de la profesora Lucía Pérez.
El niño Fabío se sentaba ¡unto al piano de su madre para escuchar a Bach. Aquella música le impactaba. Había algo mágico que lo atraía y que no encontraba en otros compositores. Muchos años después descubriría lo que algunos autores han llamado «la matemática en la música de Bach».
Tenía nueve años cuando la familia emigró a Los Angeles, California. «Fueron caprichos de mi mamá, que era muy caprichosa». Pero aquellos caprichos fueron decisivos para la formación del futuro compositor : ingresó al Conservatorio de la ciudad y con ese hecho su vida quedó marcada. Pero no duró mucho la estancia fuera del país. Un año después la familia se encontraba de nuevo en Bogotá. Entró al Liceo de La Salle, de Chapinero, y también al Conservatorio situado en una vieja casona detrás de¡ Teatro Colón, que más tarde fue demolida para convertirla en parqueadero. Era director del Conservatorio el Maestro Guiliermo Uribe Holguín, uno de los más importantes compositores del país y quien, años después, lo invitaría a ser profesor del centro musical. «En ese tiempo no existían los llamados estudios superiores, se enseñaba el solfeo, la teoría musical, algo de armonía e instrumentos musicales, sobre todo piano», recuerda el Maestro.
La vida musical de Bogotá era entonces escasa. En el teatro Colón se presentaba la Orquesta Sinfónica Nacional bajo la batuta del Maestro Guillermo Uribe Holguín. Esporádicamente se organizaban recitales en algunas instituciones, como la mencionada del Instituto Pedagógico Nacional. La otra alternativa para escuchar música eran los discos de 78 r. p. m. En la casa de¡ joven Fabio había una representación discográfica interesante, sobre todo de trozos operáticos. Surge entonces el talento del compositor en un campo que, curiosamente, nunca cultivará en el futuro : la ópera. «Cuando estaba estudiando en el Gimnasio Moderno, después de dejar el Liceo de La Salle, tenía un amigo llamado José Haim, muy talentoso. El creaba libretos de ópera muy al estilo italiano y yo les ponía música. Así nos inventamos una especie de ópera. Durante las clases sólo se hablaba de la ópera que estábamos creando. Creo que fue una moda». Pero esa moda juvenil descubrió su vocación de compositor y lo fue preparando para sus primeras composiciones,serias de carácter vocal.
En el Conservatorio no existía el estudio de la composición. Pero había un profesor de origen griego, Demetrio Haralambis, que era compositor. Fabio lo invitó a su casa y así, en la intimidad del hoqar y en el piano de su madre, que ahora le servía para tocar sus ejercicios pianísticos, comenzó a escribir sus primeras partituras. Alternaba esos estudios con los de órgano en el Conservatorio. «Había un hermoso órgano de tubos de origen italiano. Tenía un sonido magnífico. El profesor era el sacerdote Egisto Giovanetti, estupendo organista. Aunque estudié violín y piano, decidí dedicarme al órgano porque fue el instrumento de Juan Sabastián Bach y me pareció un instrumento muy completo. Además, en esa época se escuchaba mucha música en los órganos de las iglesias de Bogotá. Mi título profesional es el de Organista Concertista que recibí en diciembre de 1944». Su vida de adolescente fue una continua carrera entre el Gimnasio, el Conservatorio, la Escuela de Bellas Artes y su casa.
Una invitación de¡ Maestro Guiliermo Uribe Holguín lo condujo a la docencia. Aún no se había graduado, pero era un alumno sobresaliente. Desde entonces ejercerá esta ocupación durante casi toda su vida. Enseñar era la oportunidad de compartir, de ir tras la huella de lo incógnito, de crear y de establecer relaciones con otros seres humanos. Su metodología era el diálogo, la reflexión, la sugerencia orientadora, el apunte filosófico o humorístico, el estímulo afectuoso.
Pero no faltaron en su vida momentos desagradables que lo apartaron de la carrera docente. En 1945, por enfrentamientos ideológicos con el director del Conservatorio, se retira de esa entidad y entra a trabajar como dibujante en la fábrica de cementos Samper, en Siberia. Allí aplica sus conocimientos de dibujo técnico que había aprendido en Bellas Artes. Sin embargo, no abandona su trabajo como compositor. El 1949 le proponen desempeñar la Secretaría del Observatorio Astronómico Nacional que pertenecía a la Universidad Nacional. Acepta con gusto y se siente feliz alternando con los sabios de la época, como Jorge Alvaro lllera y Santiago Garavito. «Guardo todavía mucha correspondencia de aquella época. Fue una etapa de mi vida muy satisfactoria». Y lo fue en tanto grado que casi dejó de lado la costumbre de adornar pentagramas con notas de todas las formas y valores.
El Maestro Santiago Velasco Llanos, gran compositor y director del Conservatorio desde 1949, lo convenció de salir del mundo de las esferas y regresar al mundo de los sonidos. «Recuerde que Ud. es ante todo músico », le repetía insistentemente el Maestro Velasco. No fue fácil la decisión, pero, al fin, pudo más el amor por la música. Esta vez, también su experiencia administrativa pudo ser aprovechada y el Maestro Velasco Llanos lo nombró Secretario del Conservatorio. Era el año 1952. Lo que no adivinaba el Maestro Fabio era que estaba entrando en la última etapa de adiestramiento para ponerse al frente del Conservatorio.
En su carrera docente escalonó lentamente todos los peldaños: primero, profesor de solfeo y teoría musical, luego de armonía (arte de encadenar acordes siguiendo los modelos clásicos y románticos), más tarde de contrapunto y fuga (como lo había aprendido de su maestro Giovanetti y, sobre todo, de Juan Sebastián Bach) y, por último, de composición musical. La instauración del contrapunto, la fuga y la composición como parte de la sección de Estudios Superiores son obra del Maestro Fabio durante su período directivo. En el Boletín Informativo del año 1963 aparece una nueva organización del Conservatorio que lo colocaba al nivel de cualquier institución europea. Ello como fruto de la experiencia musical y del sentido organizativo que había desarrollado en el campo administrativo. Pero fue, sobre todo, como diría él mismo, el producto de la imaginación. Era la presencia del creador que no sólo inventaba sonoridades estructuradas, sino también planes nuevos que conducían a «una culminación musical, intelectual y académica de máximo grado». En esta labor resultó decisiva la ayuda de un grupo de profesores que el Maestro supo reunir en un equipo permanente de trabajo: «… cada uno de los programas de las diferentes materias de estudio ha sido revisado cuidadosamente sobre la base de los programas anteriormente existentes y adaptado o cambiado por los profesores especialistas en los diferentes campos de la música y de la enseñanza, siendo esto, por consiguiente, el fruto de un arduo trabajo de equipo y colaboración que garantiza lo propuesto y que me permito agradecer en particular a cada uno de los participantes », afirma el Maestro en el Boletín antes mencionado.
De la cátedra de contrapunto, fucia y composición, surgieron muchos de los músicos que han estado al frente de la docencia y de la composición en diversos centros musicales del país : Jacqueline Nova, Jesús Pinzón, Blas Emilio Atehortúa, Amalia Samper, Luis Torres, Francisco Zumaqué, Elsa Gutiérrez, Manuel Benavides, Euclides Barrera, Guillermo Félix y otros. Varios de ellos han obtenido premios nacionales e internacionales.
Desde su nombramiento como secretario del Conservatorio, el Maestro Fabio se preocupó por dotar de una sede digna a la primera entidad docente del país en el campo musical. El Conservatorio, desde su fundación, andaba errante de una a otra casona. Una vez, alumnos, profesores e instrumentos se acomodaron en una vieja casa situada en el barrio San Victorino, entonces zona de tolerancia. En más de una ocasión hubo que convencer a las parejas despistadas de que aquella casona era una Academia de Música sin ninguna otra función. La adquisición de una casa a un costado del Parque Nacional y de otra en la calle 45 cerca de la carrera 7ª. marcó el primer logro de una ambición soñada. Eran bellas mansiones, limpias, con antejardines salpicados de flores y una arquitectura que se ajustaba perfectamente a un centro de vida musical.
Pero el objetivo final iba más lejos. Convencido de la importancia de integrar el Conservatorio a la Facultad de Artes de la Universidad Nacional, logra convertirlo en Departamento de Música de esa Facultad y dotarlo de un moderno edificio pensado para las necesidades de un gran centro de estudios musicales. Todo estuvo planeado cuidadosamente: aulas bien dotadas, biblioteca y discoteca, auditorio, cubículos para el estudio de los instrumentos, sala de profesores, oficinas, baños, espacio para el museo organológico y hasta para un laboratorio de música electrónica que nunca funcionó por no existir el dinero para la adquisición de los equipos o quizá por la miopía de los responsables de las finanzas. Esta sala quedó convertida, más tarde, en cafetería. «Tuve que discutir muchas ideas y manejar varios planos cuando se iba construir el edificio. Recuerdo con afecto al Síndico de la Facultad, Luis Emilio Jara que me dió un gran apoyo financiero para la edificación del Conservatorio». Estaba presente el arquitecto, pero esta vez componiendo estructuras de cemento, organizando espacios habitacionales en el espacio para que se impregnara de música Poco después lo nombraron Vice-Decano de la Facultad de Artes como reconocimiento a su esfuerzo por elevar el status del Conservatorio. Ha sido hasta ahora el único músico que ha ocupado un puesto directivo en la Facultad. «Recuerdo mucho a Alberto Chica, Decano de la Facultad. Formamos un buen equipo de trabajo para darle el más alto nivel a las artes. Yo, desde mi posición, apoyé mucho el desarrollo del Conservatorio. Además, seguí siendo profesor en la sección de estudios superiores».
El Maestro ejerció durante muchos años funciones directivas. Secretario del Conservatorio en 1952, siendo director el Maestro Santiago Velasco Llanos, sigue en ese cargo desde 1953 hasta 1957 colaborando con el nuevo director Carlo Jachino. El Maestro Jachino había sido contratado por el gran compositor y director de la Banda Nacional, el Maestro José Rozo Contreras. Este había sido comisionado por el Ministro de Educación, junto con el Maestro Guillermo Uribe Holguín, para contratar en Europa profesores destacados en el campo de la armonía, contrapunto y composición. «Fue así -cuenta el Maestro Rozo Contreras- como elegí a dos notables músicos italianos-. el Maestro Rino Maione como profesor de armonía, y el Maestro Carlo Jachino para la cátedra de composición y para dirigir el Conservatorio Nacional. El Maestro Jachino ejercía entonces el cargo de director titular del Conservatorio de Nápoles, habiendo sido antes, profesor de composición del Conservatorio de Santa Cecilia, de Roma» (Memorias de un músico de Bochalema, pag. 163). Nombrado director del Conservatorio, el Maestro Jachino ejerció una importante labor no sólo como director, sino también como profesor. A su lado estuvo el Maestro Fabio. colaborando y dirigiendo, asesorando y aprendiendo. «El Maestro Jachíno me estimaba mucho. Era un estupendo músico y estaba muy enterado de las últimas técnicas de composición que se usaban en Europa. Pero había músicos que no lo miraban bien guiados por cierto chauvinismo a ultranza. No soportó por mucho tiempo esa situación a pesar del apoyo que le brindamos algunos. Regresó a Italia con tristeza. Años después, cuando viajé a Europa y pasé por Italia lo fui a visitar a su casa y me recibió con un cariño indescriptible. Charlamos largamente sobre Colombia y sobre el estado del Conservatorio que tanto había querido. El Maestro Jachino dejó una huella imborrable en Colombia».
Después de su renuncia, en 1957, el Maestro Fabio fue nombrado director, función que desempeñó durante los diez años siguientes.
La investigación ha sido siempre distintivo de los verdaderos sabios. Es una curiosidad permanente, un deseo de ir más allá de lo que aparece lo que los impulsa a interrogarse continuamente sobre muchas cosas. Este impulso fue el que movió al Maestro Fabio a formar parte de la expedición científica al Chocó en 1959, presidida por el doctor Andrés Pardo Tovar, director del Centro de Estudios Folclóricos y Musicales (CEDEFIM) de la Universidad Nacional, adscrito al Conservatorio. Se trataba de estudiar y recoger muestras del folclor y de la música tradicional chocoana. Pero estando rodeados de indígenas, resultaba casi obligatorio acercarse a ellos. Por eso, remontando el Atrato, desde Yuto, siguiendo por el Capá y dejando a un lado la última población no indígena llamada Villa Claret, arribaron a un tambo indígena en donde permanecieron todo un día. Fue una experiencia impactante, aunque no obtuvieron muchos datos musicales por el poco tiempo destinado a la investigación. «Además de algunos canastos bellamente tejidos, de diferentes tamaños y formas, que obtuvimos de los indios, el verdadero trofeo de esta excursión lo constituyó una flauta de caña de «carrizo’y una notación musical». Esta correspondía a un baile llamado Saporrondó que las indígenas bailan haciendo gestos imitativos del salto del sapo, colocándose una detrás de otra, en fila, hasta de 50 indias.
La experiencia de la música negra chocoana y la pegueña muestra indígena no afectaron el estilo compositivo del Maestro, pero fue un acto de apertura mental a otras culturas.
Más interesante resultó su experiencia, en 1966, con la música electrónica. Siendo director del Conservatorio, fue invitado por el Gobierno de Alemania Federal al Festival de Música Nueva en Darmstadt. Tomó un curso de música electrónica con el famoso compositor K. H. Stockhausen en Colonia y presentó su obra «Ensayo Electrónico ». La crítica de esta obra le aportó mucho sobre la estética de la nueva música. «Siempre tuve curiosidad por conocer un poco todos esos fenómenos de la música electrónica que es como cambiar de sitio, de paisaje, de ambiente, de elementos. Es cambiar de todo absolutamente. Cuando en Alemania se escuchó esta obra (Ensayo Electrónico) me hicieron una crítica que me gustó mucho y me cayó muy bien. Yo les explicaba que había escrito un coral y que ese coral lo había transcrito a expresión electrónica. El profesor Herbert Eimert me dijo: «Es allí donde hay un defecto. La electrónica requiere una estética por sí misma y no una estética de la música tradicional». Efectivamente, la música electrónica, producida por sintetizadores, en donde se manipula el sonido en sí mismo sin referencia a ninguno de los parámetros tradicionales de la música como la melodía, el ritmo, la armonía, no parte de la transformación de música tradicional, como sería un coral, cuyo extraordinario exponente fue J. S. Bach. Por eso el Ensayo Electrónico del Maestro Fabio, producido en momentos de experimentación lúdica con los equipos de la Radiodifusora Nacional, no fue propiamente música electrónica, pero revelaba su deseo de conocer y probar otros senderos que se estaban construyendo en el campo de la música occidental. Después de este experimento no siguió internándose en el campo electrónico: «Realmente no se acomodaba a mi estilo de composición y esa primera y única experiencia no pasó de ser una curiosidad ». Sólo hasta hace poco algunos músicos colombianos han comenzado a producir verdadera música electrónica.
¿Cómo es la música del Maestro Fabio González Zuleta? Según hemos sostenido desde el principio, su obra está enmarcada por el influjo, ante todo, de Juan Sebastián Bach, el músico que no entendían sus contemporáneos por lo «complicado» de su música. Así se referían a esa compleja estructura musical que será, mucho después, admirada por todos los melómanos del mundo. El mismo Maestro explicaba ese influjo en entrevista que concedió al musicólogo Carlos Barreiro Ortiz : «(Ese influjo se nota) tal vez por la claridad formal de las obras que uno siempre busca con una estructura. Yo siempre he hablado de la concomitancia tan parecida que existe entre la creación arquitectónica y la creación musical. Un arquitecto tiene que poner sus fundamentos y a partir de esos fundamentos, dependiendo de los materiales que tenga -o sea, de los elementos musicales que posea-, construye, por así decirlo, las columnas, las paredes, las cornisas, los cielorasos, los techos, etc. Entonces, cuando uno está haciendo música, uno está haciendo, en cierta manera, arquitectura. Claro, con una diferencia muy grande. En arquitectura uno tiene que poner los fundamentos siempre en el suelo, en cambio en música los puede uno poner donde quiera. Los puede poner en el aire y construir hacia abajo como yo he hecho muchas veces. Es decir, la inversión de los fenómenos armónicos naturales que son de sentido ascendente, pero tomados en sentido descendente, como cuando el nadador está dentro del agua que puede estar con la cabeza arriba o abajo». Pero no sólo Bach ha influido en su obra. Compositor de música para orquesta sinfónica, sobre todo, siente también de alguna manera la presencia de los grandes sinfonistas germanos de la segunda mitad del siglo XIX : Mahler, Bruckner, Brahms y, posiblemente, Bela Bartók, un compositor que pertenece ya al siglo XX.
Su técnica de composición sigue los pasos de los compositores románticos. Escoge un tema rítmico-melódico que puede ser creado por él mismo o tomado de otro. Este último procedimiento aparece en sus primeras obras- Suite Amazonia y Suite Andina- inspiradas en melodías publicadas en revistas indigenistas. Lo mismo sucede en la parte central de su séptima sinfonía en donde en determinados momentos se escucha una bella melodía popular de Luis A. Calvo, cantada por la trompeta y el trombón. A partir de la melodía seleccionada va elaborando la obra siguiendo los modelos impuestos por los compositores clásicos y románticos : desarrollo de¡ tema, reexposición temática, variaciones, extensión de la melodía dentro de los ámbitos acostumbrados en el siglo XIX, utilización de las sonoridades de la orquesta postromántica (finales de¡ siglo pasado), etc. Por esta manera de trabajar la composición la obra del maestro ha sido considerada tradicionalista. «En realidad sí he sido un músico tradicionalista; salvo algunas contadas excepciones, siempre me he mantenido respetando las normas tradicionales de la música tanto formales como expresivas de colorido, de sonido, en fin, de toda esa variedad de gamas que facilita la música». Sin embargo, no hay que tomar de manera simplista estas afirmaciones. Si bien la estructura de la forma-sonata (exposición del tema o temas, desarrollo temático, reexposición y coda o final) está presente en la obra del Maestro Fabio, sin embargo, hay un tratamiento diferente, una libertad que escapa a los parámetros tradicionales. La obra del Maestro se coloca dentro de la corriente de búsqueda de muchos compositores de la primera mitad del siglo XX que, sin renunciar a algunas normas pertenecientes al sistema tonal. comete faltas de respeto con el sistema, se escapa de su tutela, le regatea su autoridad, realiza gestos de emancipación total sin negar nunca sus raíces profundas. «Con mi séptima sinfonía quise volver al tradicionalismo de Beethoven y Brahms, desde luego con mentalidad contemporánea. Así, a pesar de tener sonoridades, armonías, giros melódicos y constitución orquestal propios del sinfonismo romántico, la obra difiere en cuanto a las tendencias modulantes, la forma en general y el tratamiento rítmico. En algunos momentos puede confundirse con lo atonal… En síntesis, con mi séptima sinfonía quise enlazar valores del pasado con una concepción contemporánea y con un toque de sentimiento nacionalista, sin llegar al experimentalismo, tan común hoy en día, de¡ que tanto se abusa y tanto se superficializa. He pretendido hacer una obra seria, profunda y meditada a la que dediqué casi dos años de trabajo (terminada en diciembre de 1969), que espero guste a los oyentes». Al hablar del experimentalismo se refiere a cierta tendencia contemporánea de exploración del sonido que, si bien ha conducido a realizaciones interesantes, muchas veces ha terminado en simples juegos acústicos intrascendentes y hasta ridículos.
El Maestro Fabio, aunque no experimenta, tiende a la búsqueda sin excesivas audacias, lo cual lo convirtió en un compositor de estilo ecléctico. No se repite. Sus obras no tienen ese sello personal que aparece en muchos otros compositores. Podían tener tanto la sonoridad de la Edad Media (Música para El Caballero de Olmedo), como la marca del serialismo utilizado por Arnold Schoenberg (método de composición a partir de la organización de una serie con las doce notas de la escala cromática). A veces lleva a la partitura sus impresiones ante una obra monumental, como en su primera sinfonía titulada «La Catedral de Sal». Otras veces es un tema nacionalista y agrario el que lo impulsa a escribir para orquesta : su cuarta sinfonía, «Del Café», es premiada por la Federación Nacional de Cafeteros. Para cada obra se ha puesto un traje distinto: “…me he colocado desde diferentes ángulos, llamémoslos también espirituales o estéticos, y he tratado de darle a cada obra un valor por sí misma sin tratar de copiar de las obras anteriores”.
El 30 de abril de 1961 escribía el crítico musical norteamericano Paul Hume en «The Washington Post» a propósito de la sinfonía número tres del Maestro Fabio : «En su forma de un movimiento hay comprimida mucha escritura asombrosa, incluyendo coros de los cobres como sólo los ha escrito para ellos Paul Hindemith en las dos últimas décadas». Esta alusión al tratamiento destacado de los cobres, característica general de su producción, llenaba de orgullo al Maestro Fabio por la comparación con el gran compositor, violinista, violista, pedagogo y teórico alemán Paul Hindemith, fallecido en 1963 considerado como uno de los más importantes músicos de su época. A pesar de que la secretaría del Conservatorio y después la dirección le quitaban mucho tiempo, le escamoteaba horas al sueño para componer. No tenía un horario fijo para la composición. El tiempo que le dedicaba a cada obra estaba medido por el grado de obsesión de que estuviera poseído. Durante la composición no piensa en nada extramusical, su música no es programática. Tampoco le preocupa el público que la va a escuchar. Compone por la obra misma, por el interés intelectual, por la satisfacción de expresar un pensamiento musical que lo presiona internamente, por el gusto de hacer música.
Cuando se revisa con cuidado la biblioteca del Maestro Fabio llama la atención una serie de gruesos tomos que se notan bastante usados: son obras de Santo Tomás de Aquino, San Agustín, San Buenaventura y de escritores representantes de la espiritualidad francesa como el polémico León Bloy, su contemporáneo Charles Péguy, una de las personalidades católicas más importantes de antes de la Gran Guerra, y otros. Esta devoción por el pensamiento católico le fue inculcada desde su infancia, pero también su esposa, Doña Inés González, educada en Francia y poseedora de una rica biblioteca de autores católicos franceses, le proporcionó abundante material para satisfacer su inclinación. Y no sólo fue compañera en el mundo de las ideas, también lo fue en el arte musical. Su preparación en estudios teóricos de la música y un nivel avanzado de violín obtenidos ambos en Francia le permitieron compartir con su esposo la inteligencia de la música, de su interpretación y goce en un ámbito totalmente profesional. En muchas de sus obras se oculta la voz de aliento y a veces de regaño de su companera que ha querido pasar desapercibida durante los 50 años de convivencia de pareja. La más hermosa frase que resume lo que ha sido esa compenetración ideologico-musical la pronunció el Maestro hace poco : «Ella siempre hace todo bien». Y muy bien lo hizo cuando con amoroso cuidado lo ayudó a superar el derrame cerebral que sufrió en 1974.
Amó también la espiritualidad franciscana. «Siempre he sido muy rezandero y me llamó la atención la Tercera Orden de San Francisco. Por eso, ingresé en ella. Mi concierto Seráfico de¡ año 1958 está inspirado en el espíritu del santo. Pero confieso que no he sido un fiel miembro de la Orden, pues casi no asistí a ninguna reunión. Yo creo que mi ingreso a la Tercera Orden fue más por un arrebato romántico que por una decisión intelectual».
Su recio catolicismo lo llevó a fundar, con otros padres de familia, el INSE, antecesor de la Universidad de la Sabana. Fue Rector de¡ INSE y, director del Departamento de Bellas Artes del mismo Instituto.
Después de sobreponerse al derrame cerebral, el Maestro Fabio regresó a la docencia. No podía abandonar su cátedra de composición ni el Conservatorio que había ayudado a construir. Siguió firme formando discípulos hasta que se retiró definitivamente en 1986. Había dejado de componer. «La realidad es (me da pena decirlo) que soy perezoso. Yo debería estar trabajando, pero me ha dado pereza volver a escribir». En el Archivo de la Radiodifusora Nacional de Colombia se guardan las grabaciones de sus nueve sinfonías, sus cuartetos de cuerdas, sus canciones, sus obras para piano, para guitarra, para conjuntos de vientos, sus conciertos, sus obras corales, su música para ballet, su Misa de Gloria, su música incidental para la escena. Y en alguna otra parte están sus bandas sonoras para dos películas.
Ya no usa la pipa que le infundía cierto aire intelectual, pero que al sonreir le daba ese aire de niño bueno con ganas de inventarse alguna travesura. Aún conserva, eso sí, su pose erguida, su vestido de paño con chaleco, su amabilidad permanente y la satisfacción de dejar una obra bien planeada, con cimientos firmes y con hermoso diseño arquitectónico. Diseminados por todo el país están los que fueron sus alumnos, aquellos a quienes impulsó para que desarrollaran «sus propias tendencias, sus propias emotividades, sus propios gustos expresivos sin tratar de alterárselos o de desviárselos». Estos, a su vez, han formado y están formando a otros músicos, construyendo una cadena creciente que lleva la huella imborrable y profunda del Maestro Fabio González Zuleta.
![]() |
Versión PDF |
Bernardo Tovar Zambrano*
* Departamento de Historia. Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Colombia. Jaime Jaramillo Uribe en el estudio. Foto: Carlos Caicedo. Bogotá. 1996
La vida es lo que nos pasa mientras
buscamos hacer otras cosas.
Don Teodoro Jaramillo no tuvo que esperar mucho tiempo para apreciar en su hijo las cualidades que, mediando la incertidumbre entre el destino y el azar, habrían de convertirlo en uno de los más importantes historiadores de Colombia. Muy temprano, pudo percibir en el niño, con expreso deleite y satisfacción, las dos virtudes principales que debe poseer y cultivar quien se dedique al oficio de Clío: la capacidad de raciocinar y el arte de narrar, combinados. La observación del padre acerca del hijo quedó consignada en una carta escrita en Pereira el 25 de mayo de 1926, cuyo destinatario era Eduardo Jaramillo, hermano de don Teodoro. Aquí, el progenitor se refirió, aunque en forma breve, a su prole en conjunto: “Todos ellos son modelo de juicio, de inteligencia y de trabajadores”. Pero, al parecer, era el menor quien atraía la mayor atención del padre; por lo menos a él le dedicó más palabras, las palabras que ponían de manifiesto, sin saberlo, el signo del futuro historiador: “Jaime que es el último es sin duda el más inteligente de todos. Oírlo raciocinar y referir sus historias es para causar admiración a cualquiera”. Bajo su mirada emergía un niño quien, además de la inclinación a contar y comentar, poseía otros dones personales y sociales: “Es un cachifo buen mozo - agregaba-, apenas cuenta nueve años, en la escuela, al decir de sus preceptores, es el mejor estudiante, tiene el don de hacerse querer de todo el mundo por su simpatía y por el buen gusto que experimenta prestando cualquier servicio”1.
Sin embargo, no tuvo la suerte de vivir el tiempo suficiente como para poder, ya no oír, sino leer, las historias escritas por su hijo. Dos años después de aquella carta, le sobrevino la muerte. Tenía 44 años de edad. “De mi padre - expresa Jaime Jaramillo- yo guardo una imagen muy buena. La imagen de un hombre bondadoso, de mala salud, que era cosa muy común en esa época; porque enfermedades que hoy resultan insignificantes y fáciles de curar, eran muy graves en ese tiempo, por ejemplo los paludismos, las amebiasis…”2.
Don Teodoro Jaramillo pertenecía al tronco familiar que registraba, por el lado paterno, la figura de un abuelo famoso: Don Lorenzo Jaramillo Londoño. Oriundo de Sonsón, de fuerte personalidad, Don Lorenzo tenía una habilidad especial para los negocios, lo cual le permitió acumular una gran fortuna. Activo comerciante, recorría con sus recuas de mulas el circuito de un mercado amplio en la región antioqueña. Se dice de este patriarca, quien se destacó en el mundo de las finanzas durante los 3 o 4 primeros decenios de la segunda mitad del siglo XIX, que fue una de las personas que financió en parte la colonización antioqueña en los actuales departamentos de Caldas y Quindío. Muchas e importantes haciendas de esta región se abrieron con sus aportes y notables pioneros del Quindío, como los Marulanda, fueron dependientes de él en términos financieros. Estas actividades hicieron que sus oficinas funcionaran como una especie de banco de la época.
Por esas extrañas circunstancias que se dan con alguna frecuencia en las familias, ninguno de los nueve hijos de este abuelo salió con habilidad para los negocios. Negados para la lógica del capital, varios de ellos, en cambio, resultaron poetas y literatos. El historiador Jaramillo recuerda, entre otros, a Merejo Jaramillo, un poeta popular; a Joaquín Emilio Jaramillo, quien escribió algunas novelas y biografías; y a Manuel José, quien colaboró en el Colombiano y fue autor de una novela, La Aduana. En virtud de la fragmentación de la riqueza implicada en las herencias dejadas a los hijos y por los efectos de las guerras civiles, especialmente la de los Mil Días, la gran fortuna de Don Lorenzo se perdió: “Ahí - dice Jaime Jaramillo - terminó la estirpe desde el punto de vista financiero”.
Una de estas herencias importantes quedó en manos de Don José Manuel, el padre de Teodoro Jaramillo. De aquel se decía en los medios familiares que de los hijos de Don Lorenzo era el de menores cualidades para los negocios. Este comentario discurría paralelo a su comportamiento de hombre generoso y caritativo, hasta el extremo de emprender actividades que representaban un peligro para su patrimonio. Así, en el pueblo de Abejorral, los días de mercado, a las 6 de la tarde, se sentaba en su casa a esperar a los campesinos que no habían logrado vender sus productos, con el fin de comprárselos; “les compraba sus existencias, para cualquier cosa”. Con base en transacciones de esta índole, como era de esperarse, don José Manuel se arruinó. Sus hijos, entre ellos Teodoro, tuvieron entonces que abrirse paso a través de oficios muy diversos. Viendo que muy poco tenía para hacer en Abejorral, Don Teodoro se embarcó, con su esposa Genoveva y sus diez hijos, en ese éxodo de antioqueños que hubo todavía para los años veinte del presente siglo, hacia los departamentos de Caldas y Quindío. Después de un peregrinar por varias ciudades (Salamina, Aguadas, Villamaría y otras) se estableció definitivamente en Pereira.
Doña Genoveva madre de Jaime Jaramillo, había nacido en el pueblo antioqueño del Retiro y pertenecía al linaje de los Uribe. Probablemente estaba emparentada con el General Rafael Uribe Uribe, quien provenía de Valparaíso. Ella, en efecto, tenía un culto especial por la memoria de este General: “Nos lo ponía de ejemplo -expresa el profesor Jaramillo- para educar la voluntad y tener disciplina; nos hablaba de cómo él se levantaba a las cinco de la mañana y tenía su vida reglamentada para el estudio y el trabajo. Para ella era una especie de prototipo”. Doña Genoveva fue muy buena esposa y madre; de un acendrado catolicismo, muy piadosa y caritativa; ponía especial rigor en el cumplimiento de algunas costumbres y rutinas elementales, como el orden, la limpieza y la higiene. “De ello heredé - dice Jaramillo - muchas de mis costumbres y de mis hábitos: un cierto orden en las cosas, la limpieza, un sentido estético del vivir y la sensibilidad social”.
Cuando Teodoro Jaramillo decidió quedarse en Pereira, su hijo menor, Jaime, nacido en Abejorral en 1917, todavía no había cumplido los dos años de edad. En Pereira, el padre se desempeñó como secretario del Juzgado del Circuito de la ciudad. Hombre de costumbres austeras, no tomaba, no fumaba, fue durante toda su vida un funcionario acucioso; poseía un buen conocimiento de las leyes, escribía bien y tenía una bella caligrafía, cosas que buscó inculcarles a sus hijos. Jaime Jaramillo, en efecto, habría de cultivar el gusto por la buena escritura y la inclinación por el conocimiento de los aspectos jurídicos, que lo llevaría incluso a estudiar derecho. Don Teodoro, así mismo, era gran aficionado a la lectura, llevaba siempre periódicos a la casa y estaba pendiente de lo que iba ocurriendo en la ciudad. De los diez hijos traidos al mundo, murieron cuatro; en ese tiempo la mortalidad infantil todavía era muy alta y un niño podía fallecer de una diarrea, de un sarampión, de una viruela, de cualquier enfermedad que hoy es curable en una semana.
El primer centro educativo al cual asistió Jaime Jaramillo era una pequeña escuela privada, perteneciente a una señorita Echeverry quien se dedicaba a enseñar las primeras letras. Cuando aprendió a leer y escribir, contaba con escasos 4 o 5 años. Después ingresó a la Escuela Oficial, donde cursó la primaria. La iniciación del bachillerato estuvo signada por una decisión peculiar: la de convertirse en monaguillo de la Iglesia de Pereira. Este fue su primer trabajo:
“Ese oficio no lo busqué por religiosidad, sino por sentido práctico: me pagaban 2 o 3 pesos al mes […]. Entonces pagué con este oficio mis tres primeros años de colegio. Y después terminó gustándome; el monaguillo tenía su vestido, tenía su roquete ritual, era una especie de curita chiquito y eso no dejaba de gustarle a uno y de estimular un poco la vanidad infantil. Salir por ejemplo a llevar los Santos Oleos, acompañar al sacerdote, tener presencia en las procesiones o en las misas, que debían ser rezadas en latín, estimulaba también esa vanidad infantil. El monaguillo se sentía haciendo un oficio importante”.
El colegio al cual entró a cursar bachillerato era el Instituto Claret de Pereira, establecimiento que pertenecía, precisamente, a los mismos sacerdotes que tenían el control de la parroquia donde Jaramillo era acólito. Alternaba el estudio y los menesteres de monaguillo con el juego del fútbol que mucho le agradaba. Otras diversiones eran los trompos y las canicas, elevar cometas, hacer carritos con las cajas de madera en las que venía el arequipe, salir a pescar en los ríos y quebradas, nadar en el río Otún, tumbar mangos de los árboles que adornaban la plaza o ir a coger frutas silvestres en los alrededores de la ciudad.
La cotidianidad que transcurría entre la casa, el colegio, la parroquia y los juegos fue de pronto interrumpida por un trágico suceso, la muerte de la madre. Las circunstancias entonces cambiaron radicalmente: la familia se dispersó, él quedó prácticamente solo y tuvo que retirarse del colegio para ponerse a trabajar todo el tiempo. Se empleó primero con un médico de Pereira, el Dr. Eduardo Uribe Ruiz, para desempeñar las funciones de una especie de secretario: contestar el teléfono, atender a los pacientes, hervir las jeringas, alistar materiales y otras actividades por el estilo. Esta labor fue importante, entre otros aspectos, porque influyó en la gran admiración hacia la medicina y al profesional médico, al punto de convertirse posteriormente en una de sus alternativas vocacionales. Después trabajó en un almacén de ropa para hombres y mujeres como asistente de ventas. Luego, en un negocio de abarrotes donde se vendía azúcar, cacao, manteca importada, harina de trigo, arroz, maíz y otros productos. Sin embargo, mientras desempeñaba estas labores no dejó de estudiar por sí mismo; jamás el empleo lo apartó de la lectura, que ya era en él un hábito.
Si las circunstancias le habían obligado a dejar el colegio, no abandonó ni por instante la idea de terminar el bachillerato. Por eso llegaba al almacén cargado con los textos de historia natural, de física, de matemáticas y otras materias y a la menor oportunidad, cuando no había gente para atender, se dedicaba a leerlos: “me sentaba detrás de unos bultos de harina, sacaba los libros y me ponía a repasar. Eso me permitió, entre otras cosas, habilitar por lo menos un año de bachillerato cuando reanudé mis estudios”.
La lectura fue en Jaime Jaramillo una pasión temprana, adquirida en el seno de una familia donde el acto de leer se había convertido en una forma de ritual colectivo. Varias veces a la semana se reunía el círculo familiar, con algunas personas del vecindario, para escuchar la lectura que la hermana mayor hacía, en sonoro estilo, de ciertos libros famosos: Los Miserables, Los Tres Mosqueteros, Quo Vadis, María, Rosalba y otras novelas. Esta actividad semanal le abrió el universo encantado de los libros: “yo me sentaba por ahí, en un rincón, a oír, y así surgió mi interés por la lectura”. Otras veces se iba a una peluquería donde había una buena cantidad de periódicos y revistas y se sentaba, no a que le cortaran el pelo, sino a gozar con estos materiales. Después, asumió como costumbre frecuentar una de las dos o tres librerías que Pereira tenía por el año de 1930. Una de ellas era la de Miguel Ilián, de apellido libanés, con quien reiteradamente hablaba de libros. Leía en forma un poco dispersa, indiscriminada, siguiendo en cierto sentido los consejos que le daba don Luis Cuartas, el padre de un amigo del colegio. Don Luis, un liberal de viejo cuño, era farmacéutico y tenía una botica, en cuya trastienda, como gran lector, había colocado su apreciable biblioteca. Tenía libros de política, novelas y obras de historia, algunos de los cuales fueron devorados por el adolescente Jaramillo. Este recuerda, de manera especial, una obra que le causó honda impresión, titulada Caudillos Bárbaros, la cual se ocupaba de la biografía del General Mariano Melgarejo, uno de los grandes dictadores de Bolivia en el siglo XIX. Por intermedio de un amigo varios años mayor, Fabio Vásquez Botero, entró en contacto con escritores españoles muy populares entonces, como Julio Camba, Gómez de la Serna y Javier Poncela. Vásquez Botero llegó a ser un escritor bastante aceptable en los niveles provincianos y a realizar una carrera política y cívica de notoria importancia. Entre aquellos que dejaron una huella profunda en su memoria se destacan las novelas Sacha Yegulev, del escritor ruso Leonidas Andreiev, y Los Miserables, de Víctor Hugo, libros que le hicieron derramar no pocas lágrimas.
Novela, poesía, biografía, historia, política, noticias locales, todo interesaba a los deseos de lectura y de conocimiento del inquieto adolescente. Pero no sólo era la lectura. Se sentía impulsado a establecer una relación activa y creadora con los asuntos de la vida y la cultura, lo cual se configuraba y expresaba en el acto de la escritura. “Empecé a escribir pequeñas crónicas y comentarios en un periódico local que se llamaba El Diario; escribía comentarios de cosas, de acontecimientos que pasaban en la ciudad”. Si don Teodoro Jaramillo hubiera leído estos escritos, quizás no se habría sorprendido demasiado de que el niño que refería historias, escribiera ahora crónicas y comentarios.
Esta primera escritura de Jaime Jaramillo estuvo acompañada de algunas vivencias personales en el orden de las cuestiones sociales. En su calidad de empleado de almacén y estimulado por el ejemplo de su hermano Gustavo, entró a formar parte, hacia 1932, de la Federación de Empleados de Pereira. Gustavo Jaramillo era trabajador del Ferrocarril de Caldas y se había destacado como uno de los primeros organizadores y líderes sindicales de la región de Pereira y Manizales. La pertenencia a la Federación incentivó en Jaime su preocupación por la situación social de los empleados y obreros, lo cual, bajo el influjo de “cierto sentimentalismo social”, se manifestó en la publicación de varios artículos. Otra experiencia bastante dramática marcó el encuentro con la lucha sindical y el movimiento social. Mas o menos en 1932, cuando andaba por los 15 años y aún se vestía de pantalón corto y medias americanas, fue a observar una asamblea de escogedoras de café en Pereira. En la reunión pudo ver, con admiración, a un jovencito de 17 o 18 años, de cara rosada y cachucha, que pronunciaba un discurso. Era Gilberto Vieira, quien comenzaba su carrera de dirigente comunista. “En ese momento la policía entró a disolver la asamblea con petardos de gases lacrimógenos y entonces tuve que salir con todo el mundo. Ese es un episodio que tengo claro, fue mi primer contacto con el problema social y el problema sindical”. Un contacto que se conjugaba con sus lecturas sobre la Revolución Rusa y el movimiento socialista, en pleno auge por aquellos años.
En 1936 el joven Jaime Jaramillo tomó una decisión: viajar a la Capital de la República, a buscar destino, a perseguir nuevos horizontes, siempre con la idea de terminar sus estudios de Bachillerato y lograr una realización personal en los ámbitos intelectual y cultural : “Con mis dos o tres vestidos y los zapatos que llevaba puestos, me vine para Bogotá, a aventurarme”. Por trabajo, sin embargo, no debió preocuparse mucho tiempo: pronto se empleó como cajero nocturno en el café Colombia, propiedad de un tío suyo, ubicada en la carrera 7, en los bajos de lo que entonces era El Espectador. Al mismo tiempo, entró a estudiar en la Escuela Normal Central para varones, llamada también “La Normal Chiquita”, en contraste con la Escuela Normal Superior, a la cual ingresaría posteriormente. Se matriculó en el cuarto año de secundaria. Estudiaba de día y por la noche atendía la caja del café. De esa manera pudo concluir el ciclo del bachillerato normalista. De este periodo Jaramillo guarda un especial recuerdo del profesor Alfonso Jaramillo Guzmán, quien con otros compañeros, como Miguel Roberto Téllez, introdujo en Colombia la pedagogía y la psicología de la escuela nueva. Jaramillo Guzmán había sido del círculo de Piaget en Suiza; era un hombre que a pesar de su acendrado catolicismo y conservatismo, tenía un espíritu progresista en muchos aspectos y era un convencido de la nueva pedagogía.
Dadas las normas de la época, no se podía ingresar a la universidad con el título obtenido en las escuelas normales. Para acceder a ella, se debía habilitar en un colegio oficial ciertas asignaturas (física, química, ciencias naturales y otras) que no figuraban en los planes de estudio de las normales. Jaramillo presentó estos exámenes en el colegio Camilo Torres y así obtuvo el grado de bachiller clásico, el cual le permitía pensar en el acceso a la universidad. Empero, no tenía una decisión clara sobre la carrera a seguir. Ante todo, quería estudiar medicina. El derecho era una segunda opción. En tercer lugar, tenía muy presente las palabras del Dr. José Francisco Socarrás, Rector de la Escuela Normal Superior, quien les dictó a los estudiantes de último año de la “Normal chiquita”, unas charlas de orientación vocacional. Entre otras cosas, Socarrás ponderaba la enseñanza e insistía en que era la profesión del porvenir; además, terminó su exposición con una invitación convincente: “váyanse a la Escuela Normal Superior, yo les doy becas”. Recordando aquellas alternativas, Jaramillo comenta: “A mí, que tenía que trabajar para estudiar, me llamó la atención no sólo la exposición que hizo Socarrás sobre la excelencia de la profesión de pedagogía, de la profesión de profesor, sino también la cuestión de la beca. Entonces me fui para la Normal Superior”.
En la Normal se matriculó en la carrera de filología e idiomas, pero al cabo de unos meses se trasladó a la sección de ciencias sociales, por insinuación de Socarrás, quien guardaba un profundo entusiasmo por estas disciplinas. El plan de estudios de la especialización en ciencias sociales tenía una duración de cuatro años y su estructura correspondía a una interesante relación entre historia, geografía, economía, psicología, pedagogía, sociología y antropología. La Normal era, en el contexto nacional, el principal centro educativo en el cual se desplegaba un clima de fecunda renovación intelectual, científica y profesional. A esta institución se habían vinculado notables profesores nacionales y extranjeros. Estos últimos llegaron a Colombia huyendo de las amenazas de la guerra, o desplazados por el triunfo del nazismo en Alemania y del franquismo en España. Entre tales profesores, en el campo de las disciplinas sociales, se contaban los siguientes: Paul Rivet, Pedro Urbano González de la Calle, Francisco Cirre, José de Recasens, Pablo Vila, Mercedes Rodrigo, Luis de Zulueta, José María Ots Capdequí, Fritz Karsen, Rudolf Hommes, Gerhard Massur y Justus Wolfram Schottelius3. De quienes fueron profesores suyos, Jaime Jaramillo recuerda, de modo particular, a los alemanes Gerhard Massur y Rudolf Hommes. Massur, el más brillante de todos, había sido discípulo de Friedrich Meinecke, autor considerado como el más importante de los historiadores alemanes después de Ranke y Burckhardt. Durante su estadía en Colombia, Massur escribió su biografía de Bolívar, que constituye “una de las mejores que se han escrito sobre El Libertador”. El catalán Pablo Vila fue el maestro de la geografía y quien trajo a Colombia la geografía de la escuela francesa moderna de Vidal de la Blache, Demangeon y Jean Bruhnes; su Nueva geografía de Colombia, es obra clásica en nuestro medio. Jaramillo también guarda memoria del profesor español Francisco Cirre, quien enseñaba historia de la Edad Media; de Paul Rivet, quien fundó el Instituto Etnológico Nacional (transformado posteriormente en el Instituo Colombiano de Antropología). Rivet y Schottelius fueron “los promotores y los impulsores de los modernos estudios arqueológicos, etnográficos y etnológicos de Colombia”.
La Escuela Normal era también un escenario para el debate ideológico y político. Diversos acontecimientos mundiales influían en dicho debate: la Revolución Rusa de 1917, la Revolución Mexicana, la Guerra Civil Española, el ascenso del fascismo en Italia y del nazismo en Alemania, los frentes populares antifascistas, el desarrollo de las ideologías de izquierda, al auge del movimiento socialista mundial y, en fin, la propagación del marxismo. Jaramillo tenía una gran admiración por la Revolución Rusa y por la figura de Lenin, el cual era visto como una persona sacra, como un ser mitológico: “no había estudiante con inclinaciones de izquierda, y yo fui uno de ellos, que no tuviera en su cuarto, en el cuarto de su pensión, un retrato de Lenin”. Stalin igualmente tenía un lugar importante en dicha admiración. “No se conocían todavía los resultados que iba a tener la revolución, ni los fenómenos que se presentaron después con el estalinismo”. Por aquellos años (1938-1942) y mediante otras vías, fuera de la enseñanza de la Normal, Jaramillo leyó con avidez algunas obras de Marx: El manifiesto comunista, El 18 Brumario, La ideología alemana, La introducción a la economía política, y El capital, en la traducción de Wenceslao Roces, que empezó a ser publicado en fascículos por una editorial española. Igualmente, las obras de Lenin y Las cuestiones fundamentales del marxismo, de Plejanov. El contacto con el pensamiento marxista, reconoce Jaramillo, tuvo un efecto decisivo en su concepción de la historia y en su formación como historiador. “El marxismo -dice recordando una frase de Wilbrand- es como las duchas del baño, hay que pasar por ellas, pero no hay que quedarse en ellas”.
Otros autores estudiados con entusiasmo por Jaramillo fueron Romain Rolland, Henry Barbusse, Ernest Toller y André Malraux. También, desde luego, escritores de ideologías diferentes como Maurras y Maurice Barrés. Motivado por un curso que dictara en 1943 el sociólogo español José Medina Echavarría, invitado a la Universidad Nacional por Gerardo Molina, estudió la obra de Max Weber, Economía y Sociedad, en el momento en que acaba de salir publicada por el Fondo de Cultura Económica. “De manera que a las ediciones del Fondo y de la Revista de Occidente, debimos nuestro contacto con muchos autores importantes, más que a la promoción de la universidad”. Como siempre ha sido la práctica en Jaime Jaramillo, acompañaba la lectura con la escritura. Escribía comentarios de libros publicados luego en Educación, la revista de la Escuela Normal. Posteriormente, hacia 1945, empezó a divulgar sus primeros ensayos4.
Una orientación decisiva, adquirida en su paso por la universidad, fue la profunda convicción sobre la necesidad de dedicarse a estudiar el país. En el arraigo de esta convicción la prédica de Socarrás había tenido una incidencia notable, además de las inquietudes intelectuales y políticas anteriormente referenciadas. El espíritu que éste le infundió a la Escuela consistía esencialmente “en darle una gran importancia al estudio de los problemas colombianos y de la realidad nacional, en el más amplio sentido”. Esto era muy significativo en un país con una fuerte tradición extrajerizante y un equivocado concepto humanístico de la educación y la cultura. Socarrás tenía una percepción muy clara de los problemas básicos de Colombia e impulsaba su estudio en todos los sectores. Hablaba de la salud, del analfabetismo, de la baja productividad económica, de la pobreza y la inequidad social, etc.. Decía que la historia, la geografía, la antropología y la sociología nacionales estaban por hacerse. “Su interés por los problemas colombianos a mí me impresionó mucho y probablemente fue fundamental en mis decisiones futuras y en las de muchas de las personas que pasamos por la Escuelas Normal Superior”. De igual manera, pudo darse cuenta, también con la insistencia de Socarrás en ello, de la importancia de investigar la historia nacional y, en cierto sentido, de la pobreza de la historiografía colombiana. Percibió que no había estudiosos dedicados en una forma sistemática y profesional a la historia; que era necesario investigar la historia nacional con nuevos métodos y abordar los aspectos desconocidos: los económicos, sociales y culturales; por último, que no existía, prácticamente, la historia colonial, que la Colonia era completamente desconocida. “Ese interés mío por la historia, y esa orientación, fueron las que después se reforzaron con mi viaje a Francia, en 1946”.
Jaime Jaramillo obtuvo el grado de Licenciado en Ciencias Sociales y Económicas de la Escuela Normal Superior, en el año de 1941. Inmediatamente fue nombrado profesor de la Escuela: dirigía las prácticas pedagógicas de los estudiantes realizadas en el Instituto Nicolás Esguerra, anexo a la Normal. Al mismo tiempo, recibió la responsabilidad de su primera cátedra, la de enseñar sociología: “creo haber sido la primera persona que enseñó sociología moderna aquí, en la Escuela Normal Superior primero, y luego, en la Universidad Nacional… Lo que se llamaba sociología era una historia de las ideas sociales, pero no se tenía la visión de que la sociología era una disciplina muy precisa, incluso muy técnica”.
En 1946 el gobierno francés ofreció unas becas para estudiar en Francia a varios profesores de la Normal Superior. Fueron beneficiarios de ellas el mismo Dr. Socarrás y los profesores Ernesto Jara Castro, Darío Mazo, Carlos Páez Pérez y Jaime Jaramillo. Cuando partieron los becarios, dejaban un país en el cual el ambiente político nacional se había tornado aún más conflictivo y enrarecido; a la par, arreciaban por parte de la oposición conservadora y de algunos sectores liberales, las críticas a la Escuela Normal, críticas que la consideraban “un foco de subversión política” y que a la postre contribuirían a la supresión de esta Institución.
En París, el joven profesor Jaramillo ingresó como alumno a la Sorbona y a la Escuela de Ciencias Políticas. Socarrás, por su parte, entró a renovar sus estudios de psiquiatría. Francia y en general Europa vivían los efectos de la guerra. “En algunas regiones todavía había humo de las destrucciones y de los bombardeos. La situación de Francia era muy penosa, la de París en particular. No había calefacción, no había alimentos, es decir, la vida era muy difícil; sin embargo, la vida intelectual y artística comenzaba a renacer en una forma muy activa”. Durante su permanencia en la Ciudad-Luz, Jaramillo asistió, entre otros, al curso del profesor Renouvin sobre historia moderna de Francia; al de historia de las ideas políticas, dictado por Alfred Le Roy, curso que le impresionó significativamente; al del joven Charles Morazé, quien comenzaba a destacarse como un importante historiador de la economía. Mención especial se hace de un curso que le dejó una grata huella, desarrollado por Ernest Labrousse, uno de los creadores de la Escuela de los Annales y a quien conoció personalmente. Otros cursos fueron el de Historia de Alemania de Edmund Vermeil; el de Sociología de las Ideas Políticas en Francia, de Albert Baillet; y el de Sociología Alemana Moderna de Georges Gurvitch. Al mismo tiempo, Jaramillo leía otros autores: Henri Pirenne, Marc Bloch, Émile Durkheim, Leopoldo von Wiese y Max Weber. De modo muy singular, le causaron un intenso efecto, para su vocación de historiador, las célebres obras de Pirenne, Historia económica y social de la Edad Media y la Historia de Europa de las invasiones al siglo XVI. “El entusiasmo, podríamos decir, y el goce de la historia me lo transmitió Pirenne”. Los de París fueron entonces años decisivos: “Los cursos y la experiencia que yo tuve en Francia…fueron quizá lo más importante de mi proceso y de las coyunturas de mi carrera”. Como resultado de todo ello vino la elección de un camino: “dedicarme exclusivamente a la historia, hacer un intento de investigación, más o menos original desde el punto de vista metodológico, en el campo de la historia colombiana”.
Lleno de entusiasmo, con muchas ideas y proyectos, retornó Jaime Jaramillo a Colombia, justo, quince días antes del trágico 9 de abril de 1948. El escenario político nacional había cambiado. Desde 1946 se produjo el relevo del partido liberal en el gobierno y una nueva orientación se impuso en la política educativa del país. Teóricamente, Jaramillo y sus compañeros de beca debían reintegrarse a la Escuela Normal. Se presentaron ante el nuevo Rector, el poeta Rafael Maya y éste les respondió que lamentaba mucho, pero en la Escuela no había nada para ellos. “Me hallé en una situación de gran perplejidad, con la ropa en una maleta y sin trabajo”. En tales circunstancias se encontró con Hernando Márquez Arbeláez, un amigo que acaba de ser nombrado Director de una de las pocas instituciones que controlaba el liberalismo: la Superintendencia Nacional de Instituciones Oficiales de Crédito. El amigo le dio empleo como Director de Visitadores. Su trabajo aquí fue una enriquecedora experiencia: le permitió conocer el funcionamiento de los sistemas de crédito y de otros mecanismos de la economía nacional; colaboró en la elaboración de una historia de las empresas creadas por el Instituto de Fomento Industrial; como visitador, pudo también recorrer el país y conocerlo bastante bien.
Por el lapso de un año, entre 1950 y 1951, Jaramillo desempeñó la función de redactor del periódico El Liberal, cuyo director era Hugo Latorre Cabal. Debía escribir cada tarde media página de comentarios sobre los temas más diversos, los cuales se publicaban en una columna intitulada “Hoy”. El diario, circulaba en Bogotá y llevaba la vocería del Dr. Alfonso López Pumarejo quien, con mucha frecuencia, visitaba la casa del periódico, ubicada en la carrera 5 con calle 18. Por ese tiempo Jaramillo realizaba su investigación sobre “El pensamiento colombiano en el siglo XIX”. Un día llegó el Dr. López a su escritorio y le preguntó: “Y usted en que anda?”. “Estoy tratando de hacer una investigación sobre las ideas en Colombia”, le respondió. “Las ideas en Colombia? Pues le va a costar mucho trabajo encontrarlas”, le observó el expresidente. “Si Doctor - comentó Jaramillo- es muy difícil encontrarlas, pero usted sabe que el historiador es algo parecido a la divinidad, hace la creación ex nihilo”.
Mientras tanto, Jaramillo había adelantado sus estudios de derecho en la Universidad Libre, estudios iniciados años atrás en la Universidad Externado de Colombia. La Libre, aunque pobre en su estructura material, contaba con una nómina de destacados profesores que ejercían una brillante docencia. Jaramillo recuerda, por ejemplo, las clases de Derecho Civil de Milciades Cortés, las de Sucesiones de Carrizosa Pardo, las de Derecho Penal de Rafael Escallón, las de Sociología y Derecho del Trabajo de Gerardo Molina, las de Economía de Moisés Prieto y, en fin, las de Derecho Internacional de José Joaquín Caicedo Castilla. En 1951 se graduó de abogado con una tesis sobre la Industria colombiana, para cuya elaboración le fue muy útil la experiencia adquirida en la Superintendencia de Instituciones de Crédito. Inmediatamente intentó ejercer la profesión al lado de su profesor y amigo, Gabriel Escobar Sanín; como dotación para la oficina aportó el escritorio y la máquina de escribir recibidos en pago de las cesantías al liquidarse la empresa del periódico El Liberal. Fue un intento fallido, pues muy pronto, al observar ciertas arterías de la profesión, se desencantó de su ejercicio. Conservó, eso sí, lo que verdaderamente le atraía del derecho: la teoría sobre la organización del Estado, la cual habría de integrar a sus estudios históricos.
Corría el año de 1952 cuando el filósofo Cayetano Betancur, a quien Jaramillo conocía personalmente, fue nombrado Decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional y le ofreció un cargo de profesor. De este modo, se le presentaba, finalmente, la oportunidad de retornar al ejercicio de la docencia, al ambiente de la universidad, al trabajo de profesor que constituía la profesión con la cual se identificaba; al fin al cabo, había estudiado y se había preparado para ser docente e investigador.
A la Universidad Nacional ingresó como profesor de Historia Universal de la Facultad de Filosofía y Letras, encargado de las asignaturas correspondientes al período moderno y a la Historia de la Pedagogía. Mientras su labor docente discurría sin ningún contratiempo, se presentó una circunstancia que le depararía una nueva experiencia en el viejo continente. Hacia comienzos de 1953 vino a Colombia una comisión de profesores alemanes, entre los cuales se encontraba Adolf Meyer-Abich, profesor de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Hamburgo. En una de las varias conversaciones que Jaramillo mantuvo con el profesor alemán, éste le sugirió la posibilidad de pasar una temporada como profesor visitante en Alemania. A los pocos meses le llegó la invitación y viajó en el mismo año a dicho país.
En la Universidad de Hamburgo le dieron la categoría de profesor extraordinario. Debía dictar la cátedra de Historia Latinoamericana para los estudiantes de español y lenguas románicas. Así mismo, dictaba una conferencia semanal para el público en general. Durante su estadía en esta institución desarrolló, en varias oportunidades, el curso titulado “La sociedad hispanoamericana en la novela”, para el cual utilizó obras como Doña Bárbara, La Vorágine, Los de Abajo, El Gran Señor y Rajadiablos, Don Segundo Sombra y otras. Dos años y medio permaneció en Alemania, tiempo en el que asistió, además, a varios cursos de filosofía y sociología, e igualmente, visitó Italia, Inglaterra y Francia.
A mediados de 1955 regresó a Colombia y se reintegró a la Universidad Nacional, asumiendo las cátedras de Historia Moderna e Historia de Colombia. Fue el momento en que Jaramillo Uribe inició una actividad de notoria repercusión para la historiografía nacional. Con el propósito de otorgarle a la historia un espacio institucional que a su turno le abriera las perspectivas de la profesionalización, empezó las gestiones para la creación del Departamento de Historia, el cual se hizo realidad en 1962. Considerando la importancia de contar con un medio de difusión y de estímulo para las nuevas investigaciones sobre la historia colombiana fundó, en el mismo año, el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, cuyo primer número vio la luz en 1963. Antes había dirigido la revista Ideas y Valores, de la Facultad de Filosofía y Letras, dependencia de la cual fue decano entre 1962 y 1964. Un hecho notorio fue la formación de un grupo de estudiantes que se convertiría en el núcleo principal, al cual se unirían historiadores provenientes de otras facultades y universidades, de la tendencia que pasando los años se denominaría “La Nueva Historia de Colombia”5. Hacían parte de este conjunto estudiantes como Germán Colmenares, Jorge Orlando Melo, Margarita González, Jorge Palacios Preciado, Hermes Tovar Pinzón, Gilma Mora de Tovar, Víctor Alvarez, Germán Rubiano Caballero, Marta Fajardo, Carmen Ortega, Angela Mejía e Isabel Sánchez. La formación de dicho grupo se efectuó bajo la orientación y ejemplo de Jaramillo, con la participación de otros profesores, como el español Antonio Antelo, y la presencia de estímulos derivados, entre otros aspectos, del Anuario, del contacto con la nueva historiografía latinoamericana y en algunos casos mundial, del atractivo de las nuevas temáticas de investigación, de las implicaciones ligadas a las nuevas tendencias teóricas y metodológicas, incluso, ideológicas y políticas.
Tan pronto se reintegró a la Universidad Nacional, después de su estadía en Alemania, Jaramillo continuó sus investigaciones sobre historia de las ideas en Colombia, que iniciara en 1950. Hacia 1956 terminaba de escribir su más importante libro, El pensamiento colombiano en el siglo XIX, elaborado en función de un proyecto de historia de las ideas para todos los países latinoamericanos y organizado desde México por Leopoldo Zea. El libro, publicado ocho años después6, era el resultado de una investigación de largo aliento, en la cual, por supuesto, se desplegaba la competencia metodológica que Jaramillo había cultivado y el bagaje teórico acumulado en sus abundantes y variadas lecturas. Estas le abrieron el campo de las historia cultural, en particular, el de la historia de las ideas. Aquí, Jaramillo reconoce que la mayor influencia provino de los textos de Ernest Cassirer, tales como La filosofía de la Ilustración, El problema del conocimiento en la filosofía moderna europea, Individuo y cosmos en el Renacimiento, obras que le mostraron la importancia fundamental de este universo. De ese modo, Jaramillo inauguraba el territorio de la historia de las ideas, en el cual nada verdaderamente significativo podía encontrarse, hasta ese momento, en la historiografía colombiana. Se propuso no sólo describir sino analizar la estructura interna de las formas de pensamiento, es decir, de las ideas de mayor significación en Colombia, desde el período de la preindependencia hasta las postrimerías del siglo XIX, buscando establecer, así mismo, su evolución, sus mutuas relaciones y su conexión con las corrientes europeas. Abordando los principales pensadores, seleccionó tres ámbitos de estas ideas: a) Las pertinentes a las distintas y encontradas valoraciones que después de la Independencia surgieron respecto a la tradición y la herencia españolas; b) Las ideas políticas, relativas a la estructura y funciones del Estado y a las relaciones de éste con los individuos y la sociedad; c) Las ideas filosóficas. Quedaron por fuera, como proyectos futuros, aún no realizados, las ideas estéticas, las ideas religiosas y las ideas económicas. Todo esto hacía parte “de un intento de comprensión de la vida espiritual colombiana durante el siglo XIX - tan decisivo para la formación del país-”7. Así como la original y compleja obra de Jaramillo no tenía antecedentes en nuestra historiografía, tampoco ha tenido continuadores. Permanece en un lugar destacado dentro de los pocos libros clásicos de la historiografía colombiana.
En 1962, obedeciendo a una circunstancia un tanto coyuntural, situación no extraña en la actividad intelectual de Jaime Jaramillo, se comprometió a escribir una historia de Pereira, en colaboración con Juan Friede y Luis Duque Gómez. La historia le fue encargada por el Club Rotario, con motivo de la conmemoración del primer centenario de la ciudad. Sólo de cuatro meses dispusieron los autores para elaborar la obra, la cual fue publicada en 19638. En su trabajo, Jaramillo abordó los principales aspectos sociales, económicos y culturales de los cien años de vida de Pereira. Otorgaba de esta manera un reconocimiento a la memoria de un lugar ligado a las experiencias vitales de su niñez y adolescencia.
Después de terminar El Pensamiento colombiano, el interés investigativo de Jaime Jaramillo tomó otros rumbos. Empezó a orientar su estudio hacia la época colonial, particularmente hacia su estructura social. Esto implicaba un conjunto de cambios no sólo temáticos y conceptuales, sino también metodológicos y técnicos, relacionados con la lectura y análisis de las nuevas fuentes documentales. Inició la investigación colonial por el período que consideraba el punto de partida de nuestra historia: el momento del contacto entre España y las culturas indígenas. En función de ese comienzo, estudió paleografía; ella le permitía leer los documentos del siglo XVI. Buscaba así responder a uno de los vacíos que desde su época de estudiante de la Normal veía en la historiografía colombiana y con el postulado, no sobra enfatizarlo, de que la historia se hace con documentos, con la consulta del archivo. El tema específico que llamaba su atención era el problema de la magnitud de la población indígena en el momento de la Conquista y su acentuada disminución posterior, problema cuyo estudio dio origen a un artículo publicado en 19649. Este problema había sido agitado en la historiografía latinoamericana por Angel Rosenblat, cuyo obra10 sirvió de motivación a Jaramillo para la investigación de este y otros temas de la historia colonial.
Como se sabe, el vacío de fuerza de trabajo causado por la catástrofe demográfica de la población indígena pretendió suplirse parcialmente con la introducción masiva de esclavos africanos. La presencia de este contingente de mano de obra generó una nueva realidad social en el orden colonial. A ese fenómeno, Jaramillo le dedicó dos rigurosos estudios, en los cuales examinaba los orígenes de la población negra, los aspectos sociales, económicos y culturales de las relaciones entre amos y esclavos, la crisis de la esclavitud y la controversia sobre la libertad de los esclavos11. Sobre todo con el primero de estos trabajos, dado su novedoso enfoque socio-cultural, el autor daba comienzo a la investigación moderna sobre la esclavitud colonial, constituyéndose, de igual modo, en significativo antecedente de los estudios afrocolombianos.
Dada la concurrencia de razas, uno de los fenómenos sustantivos de la sociedad colonial fue el proceso de mestizaje, intensificado en la segunda mitad del siglo XVIII. En este período, a la sociedad que había llegado a constituirse, dividida y estratificada en castas socio-raciales bien diferenciadas, se oponía el avance del mestizaje que tendía a eliminar precisamente las diferencias socioraciales. Esa dinámica la estudió Jaramillo en uno de sus mejores trabajos, lleno de novedades y sugerencias, como las que hace, por ejemplo, sobre el matrimonio y la familia12. Puede afirmarse que con esta investigación, Jaramillo señaló el comienzo de una nueva historia socio-cultural de la Colonia.
Los cuatro estudios mencionados versaban sobre temas relacionados y correspondían a una unidad de método. Tal coherencia permitió incluirlos en un libro que se publicó en 1969 bajo el título de Ensayos sobre historia social colombiana13. Pese a que Jaramillo ha sido un notable cultor del género ensayo, para este caso, dadas las características metodológicas, la naturaleza de la investigación y la estructura de los textos, no parecía muy apropiado el uso de dicha denominación. No así el libro Entre la historia y la filosofía, publicado en 1968, el cual recoge, en efecto, cinco escritos que pueden verse bajo la imagen del ensayo14. Un texto con propiedades diferentes es el dedicado a la historia de la pedagogía, publicado en 1970. Este libro está conformado por las lecciones de historia de la pedagogía que el autor dictó en la antigua Facultad de Filosofía y Letras, en 1952; organizado con un propósito docente, constituye una muestra del acendrado interés de Jaramillo por la enseñanza, por la pedagogía y su historia, concebida ésta como una de las más importantes formas de la historia de la cultura15.
En 1970, habiéndole llegado el tiempo de jubilación, Jaramillo se retiró de la Universidad nacional. Esto coincidía con el ofrecimiento de la Decanatura de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes, la cual ejerció entre los años de 1970 y 1974; en dicho lapso también dirigió la revista Razón y Fábula. En 1975, durante el primer semestre, fue profesor visitante en las Universidades de Oxford y Londres, y en el segundo, en la Universidad de Sevilla. Al año siguiente debió interrumpir su actividad universitaria para asumir la Embajada de Colombia en Alemania. La amistad con el historiador Indalecio Liévano Aguirre, Ministro de Relaciones Exteriores, y con el Presidente López Michelsen, influyó para la aceptación de esta función diplomática, desempeñada durante dos años. En otra oportunidad, Jaramillo dirigió el Centro Latinoamericano del Libro auspiciado por la Unesco en Bogotá.
Desde su vinculación a la Universidad de los Andes, prolongada hasta el presente, además de dictar las cátedras de historia, no ha dejado de investigar y de escribir. En esta fase de su trabajo se ha afirmado, con mayor fuerza, su inclinación por el ensayo. “Después seguí haciendo investigaciones en el campo de la historia de las ideas y en el campo de la historia de la cultura, un poco sin sujeción a un plan, un poco siguiendo las necesidades del momento y los intereses míos, el entusiasmo por algunos temas, lo que le da a mi trabajo un cierto aspecto de dispersión y lo que explica la escogencia del ensayo”. De tal modo, entre 1977 y 1994, han aparecido tres libros que recogen una interesante y sugestiva variedad de escritos en este género: La personalidad histórica de Colombia, el tomo II de los Ensayos de historia social ( muy distinto al tomo I) y De la sociología a la historia16. Se destacan, así mismo, los trabajos realizados para algunas obras colectivas, en los cuales aborda la economía colonial, el proceso histórico de la colonia a mediados del siglo XIX y la educación durante la República Liberal17. Un suceso historiográfico de particular importancia fue la elaboración, bajo la dirección de Jaime Jaramillo, del Manual de Historia de Colombia, publicado entre 1978 y 1980. Se trata de una obra colectiva, en tres volúmenes, que integra una serie de estudios sobre los procesos económicos, sociales, políticos y culturales del país, escritos por autores representativos de las nuevas investigaciones históricas.
A la par con la investigación del pasado colombiano, han discurrido sus reflexiones sobre el oficio del historiador. Este, más que otros estudiosos de las ciencias humanas - piensa Jaramillo - está en la obligación de adquirir una muy amplia formación cultural, sólo así “puede ver muchas cosas en la historia, no los aspectos unilaterales y parciales”. Ninguna de las historias parciales, de las historias-túnel, como las ha llamado el historiador norteamericano J.H. Hexter, puede proporcionar la noción de la integridad de la historia, de la historia total que constituye el ideal de quien se entrega al estudio de esa compleja universalidad que es la vida humana transcurrida en el pasado. Ahora bien, en el ámbito de la formación teórica y metodológica existen múltiples tendencias, tanto en la disciplina histórica como en las ciencias sociales. El historiador debe, con espíritu crítico, conocerlas todas, sin dogmáticamente instalarse en una corriente unilateral. Ante la diversidad de teorías y metodologías lo más indicado para este profesional es asumir la posición de un eclecticismo crítico, puesto que, en cada una de esas teorías y metodologías hay siempre algo de verdad, algo útil y aprovechable para la investigación. El historiador es un artífice que hace su obra con muchos y diversos materiales. Preparado de ese modo, debe reunir los diferentes tipos y variedades de documentos que le sean pertinentes para su investigación. Más allá de la actitud empirista que ve en los documentos solamente la superficie de su literalidad, el estudioso debe leerlos en la búsqueda del sentido profundo, criticarlos, analizarlos e interpretarlos. Dado que el sentido y las relaciones significativas no están explícitas en los documentos, el historiador tiene que construirlos. Por eso se dice que la historia es una construcción; y de la misma manera que una acumulación de ladrillos no es una casa, como lo decía el gran científico francés Poincaré, una acumulación de datos documentales no es una historia. Finalmente, el historiador sabe que “la historia se hace con palabras; en consecuencia, “tiene que disponer de un lenguaje muy rico, de una capacidad de expresión muy amplia, en una palabra, tiene que saber escribir y narrar. Y desde luego, analizar, es decir, tiene que tener una mente crítica y analítica”.
Los anteriores enunciados son apenas una muestra de las concepciones que el maestro ha decantado a lo largo de su fecunda trayectoria intelectual, trayectoria que cuenta en su haber significativas distinciones, entre otras: los Doctorados Honoris Causa en Filosofía otorgados por las Universidades Nacional en 1992 y Andes en 1994; La Cruz de Boyacá concedida por el Gobierno Nacional en 1993; y el Premio Nacional a la Vida y Obra de un Historiador, creado por el Archivo General de la Nación, Colcultura, Fonade y Planeación Nacional, otorgado en 1995.
1 Archivo personal de Jaime Jaramillo Uribe.
2 Entrevistas con Jaime Jaramillo Uribe, Santafé de Bogotá, diciembre de 1989 y diciembre de 1995. El presente artículo está elaborado con base, principalmente, en estas entrevistas.
3 Sobre la Escuela Normal Superior véase: José Francisco Socarrás, Facultades de Educación y Escuela Normal Superior. Su historia y aporte científico y humanístico, Tunja, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 1987; Juan Manuel Ospina, “La Escuela Normal Superior: círculo que se cierra”, en Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. XXI, núm. 2, Banco de la República, Bogotá, 1984; Martha Cecilia Herrera y Carlos Low, Los intelectuales y el despertar cultural del siglo. El caso de la Escuela Norma Superior: una historia reciente y olvidada, Santafé de Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, 1994.
4 Un listado bastante completo de los escritos de Jaime Jaramillo se encuentra en el “Apéndice B” de su libro De la Sociología a la Historia, Bogotá, Ediciones Uniandes, 1994. Compilación y prólogo de Gonzalo Cataño.
5 Acerca de la Nueva Historia véanse los siguientes trabajos de Bernardo Tovar Zambrano, La Colonia en la Historiografía Colombiana, Bogotá, Ediciones ECOE, 1984, y “La Historiografía Colonial”, en La Historia al Final del Milenio. Ensayos de Historiografía Colombiana y Latinoamérica, Bogotá, Editorial Universidad Nacional, 1994, vol. 1.
6 Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo XIX, Bogotá, Editorial TEMIS, 1964.
7 Ibid. pag. X.
8 Jaime Jaramillo, Luis Duque Gómez y Juan Friede, Historia de Pereira, Bogotá, Librería Voluntad, 1963.
9 Jaime Jaramillo Uribe, “La población indígena de Colombia en el momento de la Conquista y sus posteriores transformaciones”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura (ACHSC), núm. 2, U. Nacional, Bogotá, 1964.
10 . Angel Rosenblat, La Población Indígena y el Mestizaje en América, Buenos Aires, 1954.
11 Jaime Jaramillo Uribe, “Esclavos y señores en la sociedad colombiana del siglo XVIII”, en ACHSC, núm. 1, U. Nal., Bogotá, 1963; “La controversia jurídica y filosófica librada en la Nueva Granada en torno a la liberación de los esclavos”, en ACHSC, núm. 4, U.N., Bogotá 1969.
12 Jaime Jaramillo Uribe, “Mestizaje y diferenciación social en el Nuevo Reino de Granada en la segunda mitad del siglo XVIII”, en ACHSC, núm. 3, U. Nal, Bogotá, 1965.
13 Jaime Jaramillo Uribe, Ensayos sobre historia social colombiana, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1969.
14 Jaime Jaramillo Uribe, Entre la historia y la filosofía, Bogotá, Editorial Revista Colombiana, 1968.
15 Jaime Jaramillo Uribe, Historia de la pedagogía como historia de la cultura, Bogotá, U. Nal., 1970.
16 Jaime Jaramillo Uribe, La personalidad histórica de Colombia y otros ensayos, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1977; Ensayos de historia social II. Temas americanos y otros ensayos, Bogotá, 1989; De la sociología a la historia, Bogotá, Ediciones Uniandes, 1994. Compilación y prólogo de Gonzalo Cataño.
17 Jaime Jaramillo Uribe, “Etapas y sentido de la historia de Colombia”, en Mario Arrubla (comp.), Colombia Hoy, Bogotá, Siglo XXI, 1978; “La economía del virreinato: 1740-1810”, en José Antonio Ocampo (Ed.), Historia económica de Colombia, Bogotá, Siglo XXI, 1987; “La educación durante los gobiernos liberales: 1930-1946”, en Nueva Historia de Colombia, Tomo IV, Bogotá, Ed. Planeta, 1989.
![]() |
Versión PDF |
Nohora Elizabeth Hoyos T.*
Eduardo Posada Florez *
* Directora Ejecutiva y Presidente de la Asociación Colombiana para el Avance de la ciencia -ACAC-
No cabe la menor duda de que la ciencia ha sido el elemento fundamental en el proceso de construcción del mundo moderno que se inició durante el Renacimiento, especialmente gracias a los trabajos de Galileo y Newton, y se prosiguió mediante los de una legión de científicos que, en apenas un poco más de tres siglos, permitieron establecer una visión consistente del universo, comprender los principios de la vida y desarrollar, gracias a la tecnología, un conjunto de fabulosas herramientas para el control de la naturaleza.
La ciencia se ha convertido, como han terminado por reconocerlo los economistas, en el principal factor de crecimiento económico y en el elemento más claro para garantizar el bienestar de la humanidad. Quién se atrevería hoy a afirmar que la microelectrónica y su hija la informática, no son derivados de la investigación en física de semiconductores, o que la agricultura del mañana no se basará directamente en los logros de la biología molecular por no citar sino dos ejemplos entre miles? Si bien la ciencia ha producido también horrores como las armas nucleares y la extraordinaria parafernalia de destrucción desarrollada en las últimas décadas, su potencial de crear bienestar y progreso sigue siendo sin par, siempre y cuando se logre un avance de las ciencias del hombre comparable al que han tenido las ciencias naturales. Tan sólo así se podrá garantizar un adecuado control de sus extraordinarias perspectivas y su aprovechamiento para el bienestar de la humanidad.
Los países de reciente industrialización han dado una altísima prioridad al fortalecimiento de su infraestructura científica y tecnológica como elementos esenciales en sus planes de desarrollo. Países como Corea, Singapur o Malasia, han logrado en menos de un cuarto de siglo crear una sólida industria en sectores de tecnología avanzada, llegando a competir exitosamente con naciones de mucho mayor tradición como Estados Unidos o Japón, gracias a que tomaron la decisión de dar un gran énfasis al desarrollo científico y tecnológico.
Si bien la situación de los países latinoamericanos difiere fundamentalmente de la que impera en los tigres asiáticos y que factores políticos, sociales y económicos complejos han jugado un papel muy importante en los logros atrás mencionados, no podemos negar que una parte importante del atraso económico de nuestro continente tiene mucho que ver con su dificultad para crear un sector productivo realmente eficiente y competitivo. Tanto el agro como la industria, adolecen de un enorme atraso tecnológico que los hace vulnerables a iniciativas que, como la recientemente lanzada apertura económica, los exponen de manera directa a la competencia internacional. Esa debilidad tecnológica está íntimamente ligada con nuestra incapacidad para generar conocimiento autónomamente y de utilizar adecuadamente el que se produce en otros países y, por lo tanto, con la fragilidad de nuestro sistema científico y tecnológico. Aunque desde la década de los sesenta se ha venido hablando en el Continente de la necesidad de dar un adecuado impulso a esos sectores, lo cual dio lugar a la creación de los Consejos Nacionales de Ciencia y Tecnología, la realidad, treinta años después, es que el tema sigue ocupando un lugar marginal en las prioridades de los gobiernos del área dando como resultado una muy baja inversión en ese campo, un número reducidísimo de investigadores y un total desinterés de la sociedad por esas áreas. Aunque el atraso en ciencias naturales o en ingenierías es de por sí considerable, no cabe duda de que son las ciencias sociales y humanas las que menor impulso han recibido en la región, lo cual ha tenido como resultado la carencia de una reflexión profunda sobre nuestros problemas y, por ende, la inexistencia de modelos de desarrollo que propongan alternativas al modelo occidental cuyas debilidades son de todos conocidas.
Es por eso que en los últimos años han surgido reiteradamente en Colombia propuestas tendientes a hacer que el país ponga en práctica políticas que den una especial prioridad a la educación y a la ciencia y la tecnología. Tanto la Misión de Ciencia y Tecnología como la más reciente Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo han enfatizado la urgente necesidad de incrementar la inversión en esos sectores y de establecer un agresivo plan de formación de investigadores, es decir, de personas dedicadas a la producción de conocimiento, hasta alcanzar por lo menos un uno por mil de la población. Gracias a la creación de un marco legal adecuado, a través de la ley 29 y de los artículos pertinentes de la Constitución de 91, los últimos gobiernos han contado con herramientas apropiadas para poner en marcha esas recomendaciones. Es así como en el Plan Nacional de Desarrollo, aprobado el año pasado por el Congreso, el gobierno se comprometió a llegar a un 1% del PIB en inversión para ciencia y tecnología y a formar por lo menos 2000 investigadores a nivel de posgrado al término de este cuatrenio, creando paralelamente estímulos para fomentar la inversión en investigación y desarrollo por parte del sector productivo y proponiendo programas de divulgación científica y tecnológica tendientes a favorecer la apropiación de la ciencia por la comunidad.
Dentro de ese marco, el incremento del número de investigadores juega un papel de singular impotancia, ya que ellos constituyen la base para la consolidación de todo el sistema. Sin embargo, una política coherente de formación requiere una base social de una gran amplitud y, por lo tanto, el establecimiento de planes en sectores muy diversos.
Por una parte, es menester crear conciencia en el público en general sobre la importancia de la ciencia y la tecnología para la sociedad y despertar en él el interés por esos temas, mostrando al mismo tiempo la importancia de la labor del investigador, para así incrementar su reconocimiento social. Eso se logra en buena parte a través de la educación informal que se difunde en los medios de comunicación, las revistas de divulgación, los museos de ciencias y el conjunto de actividades que, por fuera del aula formal, presentan a la ciencia en lenguaje accesible al público y despiertan su entusiasmo.
Paralelamente, es urgente reformar la educación formal, haciéndola más conceptual y menos memorística, fomentando la creatividad, la curiosidad y el espíritu crítico y complementándola con actividades extraescolares, tales como clubes de ciencias, talleres, excursiones, seminarios y ferias de la creatividad, que brinden espacios para desarrollar, en un ambiente menos rígido que la escuela, actividades interesantes y divertidas. Del mismo modo, es menester crear estímulos para los maestros, brindándoles permanentemente oportunidad para actualizarse y para desempeñar su labor en las mejores condiciones posibles, poniendo a su disposición las herramientas de la informática y, en especial, conexiones a las redes internacionales de datos, lo cual puede hoy realizarse a un costo reducido.
Igualmente, se deben establecer programas para la detección precoz de talentos tanto para la investigación como para la creación artística, que permitan apoyar por medio de becas y estímulos adecuados a los jóvenes con disposiciones especiales, ofreciéndoles apoyos que dificilmente encuentran en la actualidad. Entre otras maneras posibles de alcanzar ese resultado, el contacto directo con científicos de renombre puede jugar un papel muy importante.
La Universidad debe recibir un énfasis particular para que pueda desempeñar plenemente su labor esencial de generadora de conocimiento y no, como es frecuente, solamente de transmisora del conocimiento producido en otras latitudes. El estudiante debe tener espacios para ejercitar su creatividad, desarrollar su espíritu crítico y, quizás lo más importante, adquirir confianza en sus posiblilidades, para lo cual se requiere una universidad educadora en el sentido más amplio, capaz de dotar al jóven profesional de las herramientas apropiadas para desempeñarse con éxito en la vida.
Una universidad digna de ese nombre debe dar una altísima prioridad a la investigación, ya que de lo contrario no podrá llenar plenamente su papel de formadora de ciudadanos y orientadora del pensamiento de la sociedad. Para tal fin, se debería exigir de todos los profesores para acceder a tan honroso título, la presentación de proyectos de investigación y la dirección de tesis de posgrado y, especialmente de doctorado, al más alto nivel. Es necesario para ello establecer una administración ágil , una infraestructura técnica apropiada y, evidentemente, contar con una financiación suficiente para el otorgamiento de becas de posgrado y para el desarrollo de los proyectos. Eso requiere que el Estado incremente sensiblemente los recursos destinados a la investigación, hasta alcanzar, ojalá, niveles de 2% al 3%. del PIB, como es el caso en los países desarrollados.
Paralelamente, dadas las circunstancias particulares de la ciencia y la tecnología en Colombia y con el fin de mejorar las condiciones de vida del investigador y permitirle desarrollar su labor en condiciones materiales aceptables, conviene consolidar el actual sistema de estímulos establecido por Colciencias, ampliando su cobertura y garantizando su continuidad en el tiempo. No sobra recordar que en Mexico un sistema similar, el SNI, ha favorecido un crecimiento acelerado de la producción científica, colocando a ese país a la cabeza en Latinoamérica.
Como complemento indispensable al proceso de formación de investigadores, se requiere establecer estímulos adecuados para que el sector productivo dé cada vez más énfasis a la investigación y el desarrollo tecnológico, como herramientas para incrementar su competitividad. Tanto los créditos de fomento, como los estímulos tributarios y la financiación total o parcial de la investigación tecnológica deberán ser favorecidos con el fin de estimular la creación de departamentos de investigación en las empresas o de centros sectoriales de desarrollo tecnológico.
Si bien no parece que un país como el nuestro pueda competir exitosamente en áreas como la microelectrónica tradicional, creemos que todavía es tiempo de establecer una industria mucho más intensiva en conocimiento en campos como la biotecnología, la optoelectrónica o la nanotecnología, si se toma de inmediato la decisión política de hacerlo creando mecanismos ágiles para fomentar la creación de ese tipo de empresas, tales como los fondos de capital de riesgo y las incubadoras de empresas. El país debe necesariamente establecer políticas que permitan cambiar progresivamente el perfil de la industria nacional. No hay que olvidar que una de nuestras ventajas potenciales, al menos por algún tiempo, es la de disponer desde ya de un grupo de profesionales bien capacitados que pueden, si se les da la oportunidad, constituir la semilla para la creación de un sector productivo mucho más moderno y competitivo que el actual. La formación de investigadores debe ser mirada como una parte de una política global de desarrollo científico y tecnológico que cubra todos los aspectos antes mencionados, tal como la que ya se esbozó en el actual Plan de Desarrollo y que esperamos, no cese de consolidarse en los próximos años, brindando así una clara oportunidad a Colombia de mejorar a mediano plazo las condiciones de vida de sus ciudadanos.
![]() |
Versión PDF |
Horacio Torres Sánchez*
* Profesor Asociado de la Universidad Nacional. Investigador Principal del Programa de Investigación en Adquisición y Análisis de Señales cofinanciado por Colciencias. Actualmente Vicerrector de Recursos de la Universidad Nacional.
El autor pretende con este escrito reflexionar sobre el tema de la formación de investigadores en Colombia, -dentro de una perspectiva histórica y a la luz de las reglamentaciones que sobre investigación en ciencia y tecnología se han dado recientemente - Ello, alrededor de una idea central, cual es el papel que juegan padres y maestros en la formación científica desde la educación básica, en la cotidianeidad y en los grupos que con grandes dificultades han venido abriendo brecha en Colombia en el trabajo científico.
Leía recientemente en una prestigiosa revista nacional una sección de preguntas a seis rectores de universidades colombianas sobre “Cuáles son las cinco profesiones más importantes para la Colombia del siglo XXI?”. Aunque la pregunta era “peligrosa” y “complicada” en el concepto de algunos de ellos, la mayoría estuvo de acuerdo en reconocer la importancia de las diferentes áreas de las ingenierías (diseño, electrónica, ambiental, bioingeniería, informática, robótica, automatización), las ciencias básicas (biología, filosofía, química, físico-matemática), las ciencias sociales y las ciencias políticas y económicas. La respuesta del Profesor Guillermo Páramo, rector de la Universidad Nacional, fue diferente, sabia, concisa y simple: las cinco profesiones más importantes para la Colombia del siglo XXI son: en primer lugar la de maestro, luego la de estadista (no político), la de técnico, aplicada a muchas profesiones, la de científico y la de padre y madre de familia. Con una perspectiva diferente rescata de esta manera la integralidad e importancia del ser en la formación científica, pues tenemos la tendencia a privilegiar al biólogo, al físico, al filósofo, al matemático al ingeniero o al técnico sobre el padre o sobre el maestro, cuando se puede y se debe ser a la vez biólogo, físico, filósofo, matemático, técnico o ingeniero y padre y maestro. Antes de educarse en una técnica, una profesión o una disciplina es necesario reconocerse padre y maestro para poder transmitir a través de la vida cotidiana los valores y principios que luego serán parte integral del estadista, del científico, del filósofo, del ingeniero, del biólogo, del abogado.
En los últimos años ha habido en Colombia una gran proliferación de escritos sobre dos fenómenos aún nuevos en nuestra cultura: la ciencia y la tecnología. Desde diferentes perspectivas se ha buscado analizar, interpretar, fijar posiciones sobre estos temas que tienen todavía mucho para discutir. En el informe conjunto de la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo: “Colombia al filo de la oportunidad” se presenta una carta de navegación en los aspectos educativos, científicos y tecnológicos para reformar radicalmente la educación en Colombia bajo dos supuestos: “que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social y que la educación será su órgano maestro”1. Pretendo con este corto ensayo reflexionar sobre el tema de la formación de investigadores en Colombia - dentro de una perspectiva histórica y a la luz de las reglamentaciones que sobre investigación en ciencia y tecnología se han dado recientemente - alrededor de una idea central, cual es el papel que juegan padres y maestros en la formación científica desde la educación básica, en la cotidianeidad, hasta en los grupos que con grandes dificultades han venido abriendo brecha en Colombia en el trabajo científico.
La cultura, el deseo de saber, la búsqueda del conocimiento, han existido en toda sociedad humana. Sinembargo, la organización científica como tal, con actitudes racionalistas y empiristas, con sistemas de leyes, con medida y matemática, en disposición crítica metódica, con aparatos de observación y máquinas, con conformación de comunidades científicas se dio en Europa noroccidental en el siglo XVII, según los historiadores y sociólogos, debido a una peculiar combinación de circunstancias y condiciones geográficas, económicas, políticas y sociales.
Aunque la actividad científica en Colombia tiene sus comienzos en la Expedición Botánica a finales del siglo XVIII y en algunos grupos cultivadores de la matemática, las ciencias físicas, la farmacología y la investigación agrícola, a principios de este siglo, su desarrollo como trabajo institucional, interdisciplinario, creativo, sistemático y con aceptación consensual mediada por la crítica de los pares no tiene más de tres décadas.
En los años 30 comenzó a generarse en Colombia la urgencia de crear una ciencia nacional, uniendo ciencia y nación, con miras a la construcción del mito nacional, pero los importantes avances de la ciencia moderna mundial de las décadas de 1920-1930 fueron reemplazados por los mitos de conquistas anteriores sin lograr consolidar una comunidad científica en Colombia2.
En estos dos siglos que han transcurrido desde los comienzos de la actividad científica en Colombia se han dado hitos importantes de aportes de colombianos a la ciencia: La hipsometría de Caldas3 ocupo un lugar importante en la incipiente ciencia de su tiempo, fijando las bases adecuadas de las ecuaciones que servían para medir las alturas de acuerdo con el punto de ebullición del agua. Fue sobrepasada en un par de décadas cuando aparecieron los barómetros y los altímetros anerógrafos en Europa. Además Humboldt, el gran hombre de ciencia de la época, no sólo no apreció merecidamente el descubrimiento de Caldas, sino que abusó de la confianza de éste hasta tal grado, que utilizó su método sin mencionar al autor4.
Algunos tratamientos de órbitas planetarias y de cometas en las ecuaciones de Garavito,5 en cuyo honor se le dio el nombre de un cráter de la faz oculta de la luna.
El descubrimiento de la etiología viral de la fiebre amarilla selvática por Franco y Esguerra y la identificación del mosquito transmisor.
Los conceptos de la válvula y el síndrome de Salomón Hakim sobre la hidrocefalia de presión normal y sus métodos correctivos.
Los aportes de Patarroyo a la concepción de una vacuna sintética.
Pero, a pesar de estos excelentes y escasos ejemplos sobre aportes científicos de colombianos a la humanidad, también hay contraejemplos6 que nos llevan a pensar sobre lo distante que aún se encuentran de nuestra cultura los fenómenos de la ciencia y la tecnología y la importancia que representa en estos momentos el forjar para las generaciones venideras una sólida cultura científica7:
En las últimas tres décadas, desde la creación de Colciencias en 1968, los diferentes gobiernos colombianos han intentado, a través de planes cuatrienales, fomentar la investigación científica y tecnológica sin resultados de gran proyección, pero de alguna manera colaborando con un proceso que día a día se va consolidando. El actual Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología (SNCT), que se comenzó a implementar hace escasos cuatro años, tiene características importantes, fruto del trabajo de varios años de la comunidad académica, Colciencias, Planeación Nacional, instituciones oficiales y privadas y algunos líderes del sector productivo. Se proyecta con este sistema una política de largo plazo sobre investigación en ciencia y tecnología en Colombia dentro de una concepción nueva como es el trabajo entre la academia, el Estado y el sector productivo. Sinembargo es conveniente insistir en la importancia de la conciliación de estas políticas con las políticas educativas nacionales, integrándolas con nuestra propia cultura.
Hace unos meses el gobierno nacional presentó las bases del plan decenal de educación 1996-2005, que será entregado al país el 8 de febrero de 1996. Se reconoce en este plan que los problemas sociales del país como son los derechos humanos, la solución pacífica de los conflictos, el respeto por la vida y la formación de ciudadanos participativos y solidarios, se derivan en gran medida de la falta de educación. Contempla el plan un decálogo para iniciar el debate en el que como décimo punto propone “que el sector educativo estimule el desarrollo científico y tecnológico, apoyado fundamentalmente en la investigación que se realizara en todos los niveles, especialmente en la educación superior”. Cuando se plantea el tema de investigación en ciencia y tecnología se tiende a ubicarlo “especialmente en la educación superior”, pero no podemos olvidar que allí se llega con grandes posibilidades de desarrollo de nuevos conocimientos, si el individuo ha tenido buenos maestros en su educación primaria y secundaria y padres que hayan incentivado el interés por la naturaleza, por lo desconocido, por la respuesta al porqué de las cosas que nos rodean, por consolidar los valores y los principios.
Un bello ejemplo sobre el papel de padres y maestros en la ciencia nos lo ofrece el profesor Richard P. Feynman, Premio Nobel de Física en 1965, en su conferencia a la Asociación Nacional de Profesores de ciencias de los Estados Unidos sobre el tema “que es la ciencia?”8 “Les contaré como aprendí lo que es la ciencia. Es un poco infantil, pues lo aprendí siendo niño y ha estado en mi sangre desde muy temprano. Lo debo a mi padre”.
Visitando el pabellón Expojuvenil de la pasada feria Expociencia 95 se observa un gran esfuerzo de los estudiantes de primaria y secundaria de los diferentes colegios del país por tratar de explicar fenómenos electromagnéticos, ópticos o electrónicos en el mejor de los casos o desarrollo de programas de computadora, circuitos integrados, procesos robotizados, pero muy poco sobre lo básico en la investigación científica y tecnológica : la observación de nuestro entorno. Que interesante y formativo sería el que las instituciones de educación superior, ICFES, COLCIENCIAS y las asociaciones científicas colombianas preparásemos un sistemático plan integral de formación científica a nivel de educación primaria y secundaria con base en la observación de nuestro entorno y en la elaboración y análisis de experimentos sencillos9. Poner a niños de colegio a observar durante periodos diarios, mensuales, anuales y multianuales la variación de temperatura, la cantidad de lluvia, el numero de rayos, horas de presentación de estos fenómenos, el número de nacimientos y muertes de personas, tiempo de crecimiento de plantas y sus procesos de formación, el tipo de aves y fauna en general y su comportamiento. El plan incluiría un intercambio de información entre estudiantes de diferentes zonas del país con la tarea de observar diferencias y estudiar comportamientos en el tiempo ( días, meses, años ) y en el espacio ( zona caribe, zona andina, selva tropical, altura sobre el nivel del mar ). Sus análisis observacionales cumplirían una importante función formativa que bien podrían ser expuestos y discutidos como parte de las actividades de una futura Expociencia.
Cuando se adquiere el hábito de indagar sobre el entorno, el porqué de las cosas y se van encontrando respuestas o creando más interrogantes con base en la orientación de padres y maestros, resulta entonces mucho más fácil y enriquecedor para el país formar personas con espíritu crítico, inquisitivo, escudriñador, capaces de participar en procesos de creación de nuevos conocimientos, que puedan entonces convertirse en técnicos, profesionales o investigadores en cualquiera de las áreas de ciencia y tecnología o en estadistas que con criterio, principios y valores dirijan con mayor acierto los rumbos de nuestra nación. Si bien es importante el fomento del conocimiento científico y tecnológico en los ciclos básicos de educación y en lo cotidiano, no es menos importante el fomento y apoyo que debe brindársele en la educación superior. Para continuar consolidando y construyendo el Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología (SNCT) se presentó por parte del actual gobierno un Plan Nacional de Ciencia y Tecnología,10 el cual propone una política basada en cinco estrategias:
Pero si las instituciones de educación superior, organizaciones claves para el desarrollo científico y tecnológico, no tienen la capacidad para sintonizar y conciliar sus prioridades, conservando toda su autonomía, con las políticas del Estado y el sector privado, estaríamos ante una gran contradicción para la construcción del Sistema. Las disciplinas y las profesiones actuales se ven fuertemente influenciadas por el impacto de la ciencia y la tecnología, tanto en el trabajo diario como en la vida cotidiana y en los espacios académicos. La continua modificación de los métodos, de las teorías y aún de los mismos problemas exige una actitud abierta a las novedades, a la investigación y al trabajo interdisciplinario. Se reconoce hoy que una disciplina o profesión es lo que los miembros de la comunidad correspondiente conocen, presuponen y hacen en su trabajo y en los espacios de comunicación e intercambios de resultados y problemas.
Estas disciplinas y profesiones se reúnen alrededor de problemas específicos que van desde el estudio de la química teórica, la astronomía galáctica, los agentes biológicos, los dispositivos semiconductores, la ética moderna hasta las investigaciones sobre los conflictos violentos en Colombia, arquitectura tropical, la orfebrería colonial, la gestión ambiental, señales electromagnéticas, genética, inmunología, periodoncia, zoonosis, y crean así lo que podríamos llamar “nichos de trabajo académico”. Una tarea importante y conjunta de COLCIENCIAS, ICFES y las instituciones de educación superior es apoyar decididamente el trabajo de esos “nichos de trabajo académico” y garantizar que no se conviertan en núcleos estáticos. Construir una red de apoyo y de crítica constructiva entre ellos.
Estos “nichos” son la base fundamental de cualquier organización científica y se caracterizan porque integran docencia, investigación y extensión. Los “nichos de trabajo académico” se distinguen por su integración alrededor de un proyecto, que puede ser una investigación particular, un grupo de investigación que se ocupa de una problemática común, o un programa curricular de pre- o postgrado. Lo importante es el sentido de trabajo, de identidad y de pertenencia que brinda un proyecto.
En este orden de ideas una comunidad académica se constituye a partir de estos “nichos” y de sus interacciones, alrededor de problemáticas comunes. Estas comunidades académicas presuponen entonces la consolidación del conocer y aunque no todo académico tiene que ser investigador si debe tener una actitud inquisitiva, escudriñadora y ser maestro y guía de generaciones. Rescatar la integralidad del ser a través de las profesiones de padre y maestro, nos llevará con seguridad a la construcción de una cultura científica y acercarnos a la Colombia ideal del siglo XXI.
1 García M. Gabriel. La Proclama, Por un país al alcance de los niños. Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo. Colombia: Al filo de la oportunidad, informe conjunto, Santafé de Bogotá, 1994, p. 22.
2 Obregón Diana. Sociedades Científicas en Colombia. Colección bibliográfica Banco de la República, Bogotá, Colombia, 1992.
3 Bateman, A. Caldas, el hombre y el sabio. Rev. Acad. Col. Ciencias 32, 1950.
4 Schumacher H. Caldas, un forjador de la cultura. Ecopetrol, Bogotá, Colombia, 1986.
5 Garavito, J. A. Una exposición elemental del método de Olbers para el cálculo de una órbita cometaria. Rev. Acad. Col. Ciencias, 1938.
6 El Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología, Instrumentos Jurídicos. COLCIENCIAS, DNP., 1991.
7 Estos contraejemplos se deben a muchos factores, pero creo que el principal es la ausencia de una política de desarrollo en ciencia y tecnología integrada a nuestra cultura. Al respecto la conferencia del Profesor Guillermo Hoyos: Elementos filosóficos para la comprensión de una política de ciencia y tecnología. Misión de ciencia y tecnología, tomo I,3, 1990,. analiza a profundidad este tema.
8 Feynman R. Que es la ciencia? Versión traducida y adaptada por el Comité Editorial de la Revista Naturaleza, Fac. de Ciencias, Universidad Nacional, 1988.
9 Me refiero aquí a experimentos como los que a través de los años se han logrado en el Museo de la Ciencia y el Juego o con el Programa Recreo, ambos de la Universidad Nacional.
10 Política Nacional de Ciencia y Tecnología. Departamento Nacional de Planeación. Documento CONPES No. 2739, Santafé de Bogotá, Noviembre 2 de 1994.
Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co