Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co
![]() |
Versión PDF |
Elsa Castañeda B.**
* En su primera versión el presente artículo fue publicado con el título: Adolescentes de final de siglo: Fragmentación de sensibilidades en: La cultura Fracturada. Ensayos sobre la adolescencia colombiana (1995) Bogotá: Tercer mundo-Fes-Colciencias.
** Coordinadora de proyectos de investigación de la fundación FES. Profesora de la línea de investigación en juventud, identidad y lazos sociales de los jóvenes colombianos del postgrado en Psicología Comunitaria de la Pontificia Universidad Javeriana.
El adolescente, vacilante entre la
infancia y la juventud, queda en suspenso un instante
ante la infinita riqueza del mundo.
El adolescente se asombra de ser».
Octavio Paz
En los estertores del milenio los adolescentes colombianos trasegan entre la lenta cultura premoderna de la escuela y la intensa rapidez de la posmodernidad. Este artículo busca descubrir la naturaleza de las nuevas sensibilidades de los adolescentes escolares colombianos, interpretándola desde la experiencia vital de éstos, sin traducir sus ansiedades y sensibilidades juveniles a un capital cultural o ideología de verdad
Los adolescentes son el espejo en el que se mira una sociedad. Espejo en cuanto en ellos se puede ver materializado el proyecto de hombre y sociedad que las generaciones adultas han construido para sí y para las generaciones posteriores.
Esta afirmación toma fuerza en la actualidad, cuando a nivel nacional como internacional se viven cambios radicales que rompen con lo instituido durante siglos. Los metarrelatos de la modernidad hacen crisis y como lo afirma Lipovetsky (1986)»de la obsesión por la producción y la revolución de la edad moderna, estamos asistiendo a una nueva era obsesionada por la información y la expresión» (p.14)
Develar la naturaleza de las nuevas sensibilidades que se están despertando en la sociedad contemporánea y concretamente en los adolescentes colombianos que se encuentran actualmente en la escuela secundaria colombiana es el propósito del presente texto. Para tal efecto, es necesario hacer algunas precisiones:
En virtud de las precisiones anteriores se intentará argumentar la naturaleza de las sensibilidades de los adolescentes desde su experiencia vital evitando traducir sus ansiedades y sensibilidades juveniles a nuestro capital cultural o ideología de verdad (Rincón, 1994).
Este abordaje metodológico y conceptual posibilitará ser más libre en la aprehensión de los modos de relación y expresión de los adolescentes, -que durante dos años y medio hicieron parte del Proyecto Atlántida-, en cuanto permite identificar y comprender cuáles son, cómo son y cómo se manifiestan sus sensibilidades individuales y sociales, cuál es su ideal estético y cómo construyen su vida alrededor de él, cuál es la dinámica entre el tipo de símbolos que crean los jóvenes y las representaciones sociales que determinan y hacen que compartan unas sensibilidades específicas, qué tiene que ver la escuela en estos procesos, qué tipo de sensibilidades despierta, educa, o moldea, qué hace o deja de hacer.
Las respuestas a estos interrogantes se darán básicamente desde el planteamiento y documentación de dos puntos: El espíritu de nuestro tiempo y la escuela de nuestro tiempo.
En el primer punto se intentará identificar las transformaciones culturales que viven los adolescentes colombianos. En el segundo punto, se recogerán los conceptos fundamentales argumentados en el aparte anterior, para ponerlos de cara a la escuela con el propósito de comprender los encuentros y desencuentros culturales entre una juventud fragmentada, heterogénea, dispersa como reflejo de una sociedad escindida, de contrastes, de mezclas que transita de manera desigual hacia la inserción en el mundo moderno (Kronfly, 1994), y una escuela que cierra sus ojos ante esta nueva realidad tornándose homogenizante, autoritaria y de alguna manera atrasada en la medida en que sus estructuras fundamentales quedaron ancladas en el pasado, en una sociedad que ya no existe.
Siendo la adolescencia un período moratorio a la adultez, donde el joven vive la tensión entre ser reconocido como sujeto individual y social aquí y ahora y entre lo que será y representará para la sociedad en el futuro, es lícito pensar que es la población más susceptible de percibir y hacer suyos los cambios que la cultura contemporánea está viviendo.
Así mismo, sería absurdo definir nuestra sociedad como un sistema homogéneo, único y, pensar que la adolescencia es una sola. Bastaría con cambiar de ciudad, de estrato económico, de tipo de colegio o de familia para comprender que cada desplazamiento produce una manera particular de ser adolescente. No obstante, es legítimo hablar de los jóvenes o de los adolescentes de manera genérica puesto que existen algunas sensibilidades que atraviesan a todos los jóvenes colombianos, haciendo la salvedad de que hay tendencias, gamas, intensidades y mezclas que se irán contextualizando a medida que se presenten.
La revolución en el pensamiento y el arte contemporáneo han llevado no sólo a los científicos y artistas a un estado permanente de incertidumbre, sino también a la sociedad. Cada día se pone en duda o en tela de juicio lo que se sabía del ser humano. En la vida cotidiana la transposición o la substitución de los valores se hace evidente: los adolescentes de las generaciones pasadas tenían como modelo a los adultos, deseaban ser independientes, trabajar, recorrer el mundo, irse de sus casas paternas; ahora, especialmente los de las capas medias y altas que viven en las grandes ciudades, cada vez, con más ahínco, buscan prolongar su adolescencia; pareciera que nadie quiere ser adulto, el culto a la juventud se incrementa día a día. Lo que hacía parte del mundo privado ahora se vuelve público y viceversa. Con la expansión de los medios masivos de comunicación es común observar cómo muchos elementos urbanos de los jóvenes habitan en contextos rurales. De las generaciones contestarias y revolucionarias de los años 60 y 70 pasamos a la generación de la indiferencia. Más que querer proyectarse hacia el futuro, los jóvenes se anclan en el presente. Examinemos por separado cada una de estas situaciones.
Ya es un lugar común afirmar que los medios de comunicación y los grupos de pares suplieron el poder socializador que durante años cumplieron de manera prioritaria y casi exclusiva la familia y la escuela. Explicitar el papel que juegan las sensibilidades juveniles en la explicación de dicho fenómeno es nuestro propósito.
«Descubrir el mundo sin los adultos, en el espacio público», es el lema y el deseo de las nuevas generaciones de adolescentes. Los jóvenes cada vez buscan y defienden con más firmeza sus espacios propios. Denominados por ellos espacios de libertad son aquellos lugares donde el adulto no está presente: la calle, los centros comerciales, el patio de recreo, la playa. En las ciudades los espacios preferidos de encuentro con sus pares son los centros comerciales; allí pueden resguardarse de la inseguridad que hay en las calles de la ciudad, hablar tranquilamente con los amigos, actualizarse en la moda, conocer otros adolescentes, relacionarse con jóvenes del sexo contrario y, de pronto levantarse un novio o una novia. El lugar preferido de los escolares adolescentes es el patio de recreo; allí puede hablarse de cualquier cosa, el humor, «la recocha», la conquista, están permitidos siempre y cuando los maestros no estén presentes o se haga a espaldas de ellos. En sitios como San Andrés, Providencia, Cartagena la playa es el lugar predilecto de los jóvenes porque allí se baila, se escucha música, se enamora, se luce la última moda.
Para los adolescentes el otro, el par, el igual, adquiere un gran significado. Hay que hacer las tareas y los trabajos con el otro. Aparecen el amigo o amiga inseparable, el amor de su vida, el otro y el colegio, el otro y el barrio, el otro y la fiesta, el otro y los hermanos, el otro y el profe o adulto chévere. Sin el otro la vida no tiene sentido.
Tema tan privado como lo fue la sexualidad, ahora hace parte de lo público: programas escolares de educación sexual, comerciales de televisión, anuncios publicitarios, libros, revistas, afiches. «… Se ha desacralizado el cuerpo y la publicidad lo ha utilizado como un instrumento de propaganda. (…) Durante todos estos años se han publicado muchos artículos, ensayos y libros sobre sexología y otras cuestiones afines, como la sociología y la política del sexo, todas ellas ajenas al tema de las reflexiones sobre el amor y el erotismo. El gran ausente de la revuelta erótica de este fin de siglo ha sido el amor. (…) Verdadera quiebra que nos ha convertido en inválidos no del cuerpo sino del espíritu». (Paz, 1993:p 152- 159)
Esta situación ha sido percibida con bastante claridad por casi todos los adolescentes colombianos. Los jóvenes no desean que sólo se les siga informando sobre masturbación, uso de anticonceptivos, enfermedades de transmisión sexual, relaciones sexuales, embarazo …; están aburridos que tanto los padres como los maestros siempre les repitan lo mismo, anhelarían más bien saber sobre el amor. Para algunos, el sexo es un tema del que no quieren hablar con los adultos y menos que se les interrogue sobre él, mientras que otros prefieren actuar sin pensar mucho en las consecuencias.
El amor es quizás el tema que sólo se trata con el grupo de pares porque con los padres o los maestros el amor se ha perdido en el discurso del deber ser que mediatiza la comunicación entre adolescentes y adultos, mientras que con los amigos se puede hablar y experimentar el amor así sea a través de la palabra. Temas como el deseo, los celos, la posesión, la necesidad del otro, la atracción, la conquista, las caricias, la excitación, el abandono, lo que se siente o se dejó de sentir, los miedos, las dudas, tienen cabida, sin censura.
De igual manera, para los adolescentes, la televisión sí que sabe del amor. A través de las telenovelas, las películas, los dramatizados y los programas de opinión destinados a los jóvenes, ellos aprenden y viven una manera particular del amor. El melodrama, los amores con final feliz, las relaciones fugaces pero intensas con una gran carga moralista son el plato del día. Los relatos de los jóvenes sobre las formas como perciben y experimentan el amor son muy ilustradores al respecto. El escenario del amor está cargado de polaridades: buenos y malos, acompañado de lágrimas, rompimientos, cartas que nunca llegan a su destinatario, infidelidades de la mejor amiga, traiciones, celos, dolores profundos y felicidad total. El panorama que se muestra es tan doloroso que para un adulto desprevenido causa el efecto contrario: risa acompañada por la expresión «cómo se sufre con el amor». No obstante, para los adolescentes es la manera viva de aprender a amar. En contraste con lo anterior, algunos jóvenes viven el amor romántico. Con muchos detalles: regalos, llamadas telefónicas, guiños, cartas, poemas, muñecos de peluche, credenciales. Para otros el noviazgo y el sexo son dos cosas que no se viven simultáneamente. El noviazgo, como en la tradición, es la antesala del matrimonio y cuando se habla de novia o novio es porque con ella o él hay un futuro hogar. Lo demás es un vacilón. En San Andrés y Providencia el amor es mudo: piel, música y acción lo resumen.
Así como la socialización de los jóvenes y la sexualidad transcurren en el dominio de lo público, algunas expresiones de los adolescentes tradicionalmente privadas hasta para los amigos más cercanos, cambian su naturaleza, se vuelven públicas para su grupo de pares y privadas para maestros y padres. Por ejemplo, los diarios personales. Estos dejaron de ser el libro íntimo que se guardaba bajo llave, donde se escribían los grandes secretos, los amores imposibles, prohibidos, los miedos, las dudas. Ahora son textos no sólo escritos sino gráficos, con mucho colorido, donde además de las confesiones íntimas, se copian las letras de los últimos éxitos musicales, se pega el traje de moda, la foto del cantante o grupo preferido, el chicle que se estaba comiendo cuando el novio le dio el primer beso. Además circula entre el grupo de amigos y ellos pueden escribir allí lo que deseen.
También existen los diarios grupales y los chismógrafos. Son especies de agendas o memorandos, donde un grupo de adolescentes, casi siempre de un mismo salón, registran sus opiniones acerca de algún suceso escolar, personal o en ocasiones de interés nacional. No es extraño ver allí cartas de amor, reclamos, dibujos, confesiones, preguntas que deben ser contestadas por todo el grupo.
Pareciera que con el cambio de naturaleza de los diarios íntimos, las agendas y los memorandos, los adolescentes tienen una gran necesidad no sólo de que sus sentimientos sean compartidos por el grupo sino un inmenso deseo de sentir y expresarse como los otros, colectivamente, como en una especie de comunión de sentimientos.
En resumen, el desplazamiento que ejerce el grupo de pares y los medios masivos de comunicación sobre la hegemonía socializadora de la familia y la escuela, se puede explicar en gran medida cuando se comprende que entre los iguales, se comparten sensibilidades que son ajenas e incomprensibles para el mundo adulto y que para los jóvenes son el centro de su espacio vital. Igualmente, el lenguaje de la imagen generado por la masificación de los medios de comunicación y por algunos desarrollos tecnológicos en el campo de la informática, contribuyen a que la brecha generacional se amplíe y las sensibilidades de adultos y adolescentes entren en franca incomprensión.
De otra parte, así como los adolescentes experimentan la transposición de lo privado a lo público con el consecuente deseo de estar permanentemente con su grupo, con sus amigos, emerge otro fenómeno que a simple vista parecería contradictorio pero que en el fondo no es más que un reflejo de las fracturas, de la diversidad, de las mezclas, propias del espíritu de la época: la individualidad.
Para nadie es ajeno el atractivo tan grande que ejerce sobre los adolescentes ofertas culturales como la radio y la televisión juveniles, los walkman, los video-juegos. Estas actividades tienen en común que no necesitan del otro o de otros para ser oídas, vistas o practicadas. Proporcionan autonomía, dan a los jóvenes la sensación de ser libres y dueños de su tiempo.
La televisión para muchos los chicos y chicas es su amiga inseparable, suministra información, los mantiene actualizados, ayuda a copar el tiempo libre, acompaña la realización de las tareas y evita que se sientan solos. Por su parte, las radios juveniles interactúan con ellos, les hablan en su lenguaje, de manera personalizada, les suministran la música que les gusta y en ocasiones les permiten hacer amigos. Para los adolescentes de provincia, es el medio a través del cual saben qué pasa en las grandes ciudades, cómo viven, qué piensan y qué les gusta a los jóvenes capitalinos. El walkman es el mejor aparato para alejarse del mundo. «Lástima que en el colegio está prohibido durante las clases. Pero en el recreo sí podemos usarlo», afirma un escolar. Los adolescentes están conectados a la radio o la televisión todo el día. Desde que se levantan hasta que se acuestan oyen música, ya no hay sitios, horas y momentos propicios para escucharla, parece como si desearan estar en un estado permanente de euforia, de éxtasis.
Los videojuegos, dependiendo del estrato social, se hacen más individuales. Muchos adolescentes de las clases medias y altas los tienen en sus alcobas o acceden a ellos en las casas de los amigos o en los centros comerciales. Los jóvenes de estrato popular los encuentran por todas partes: cerca del colegio, en la tienda del barrio o en el centro de la ciudad. Los juegos electrónicos son vividos por los jóvenes como excelentes contendores: imponen retos, saben esperar, no regañan, posibilitan que el jugador ponga y supere su propio puntaje, cuando se equivocan o pierden el aparato no hace muchos aspavientos y permite que se pueda volver a empezar sin tener que someterse al ridículo o la sanción pública.
Todo lo que se pueda practicar de manera individual es cada vez más popular entre los jóvenes. Por ejemplo, los bailes en grupo que se hacen especialmente en las fiestas de quince años. Estos liberan a las mujeres de «comer pavo» y a los hombres del temor de sacar a bailar a las chicas, de ser rechazados. Con el «pogo» practicado en los bares «alternativos», ocurre algo similar. También es usual observar en las fiestas de colegio, barrio, minitecas o en los sitios públicos, a los jóvenes bailando solos o entre sus amigas o amigos. Los lugares de rumba «son sitios de puro cuerpo, video y música. Importa más el ritmo y el sonido que el significado.» (Rincón, 1994: p.35)
En conclusión, las nuevas generaciones desde muy temprana edad se están entrenando como sujetos que no necesitan del otro para hacer deportes, bailar o divertirse, están desarrollando una sensibilidad hacia la individualidad, lo cual es bastante paradójico con la necesidad que expresan de estar en grupo.
El rasgo característico de los adolescentes de las grandes ciudades colombianas, es ser una generación urbana no sólo por nacimiento sino por visión de mundo, estilo de vida y comportamientos sociales e individuales. Los jóvenes de las ciudades intermedias y aún los de los pueblos, sin necesidad de que vivan o conozcan la ciudad, son influenciados por el fenómeno urbano en cuanto a moda, música, lenguaje y videojuegos. Algunos desarrollos tecnológicos como la radio F.M., la televisión por cable o por parabólica, el nintendo, hacen efectiva esta influencia. Los muchachos y muchachas de provincia, al lado de las rancheras, de los vallenatos, de la música de carrilera, de la emisora local, escuchan rock en todas sus versiones. A través de la Banda F.M. sintonizan programas musicales solo para jóvenes. Podría pensarse que algunas de las ofertas culturales destinadas exclusivamente a las adolescentes operan como una gran red de la cual ninguno puede escapar.
La moda se extiende no sólo al vestido, gustos musicales y formas de diversión sino también al comportamiento y a la estética física del colegio. Sin excepción, los estudiantes de las zonas rurales y urbanas, de los colegios públicos, de los privados, de los estratos altos, medios y populares, desean que su colegio sea al estilo de la serie de T.V. Clase de Beverly Hills. Que tenga emisora propia, que sea mixto, que tenga computadores, grupos de rock, equipos deportivos, grandes zonas verdes, cafetería autoservicio, canchas para practicar varios deportes, parqueaderos para los carros, que no haya uniformes, que se permitan los noviazgos, que las materias y los horarios se puedan escoger, que asistan muchachos guapos, churros, buenones, bizcochos, chicas hermosas, rubias, supermegaplay, profesores jóvenes, descomplicados y amigables.
Con relación al vestido y los atuendos hay uniformidad. La diferencia está dada por la marca. La sociedad de consumo se ha encargado de que la moda exista de igual manera para todas las clases sociales, los climas y los presupuestos: los mismos tenis, el mismo blue jean, la misma camiseta, la misma cachucha, la misma minifalda, el mismo vestido, los mismos zapatos, el mismo morral pero a diferente precio. Las marcas y sus imitación pululan por todo el país.
La forma de lucirla también es uniforme. Hay que expresar por expresar, no importa qué, sólo expresar. No hay nada que decir, nada que defender, todo puede lucirse con el mismo esmero. Frente a una cruz esvástica puede estar colgada al cuello la estrella de David, el símbolo de la paz, una medalla de la virgen, el tridente del demonio, la caducea, una pirámide o un cuarzo. La oposición entre el sentido y el sin sentido de los símbolos pierde peso ante la necesidad de estar a la moda para ser alguien. La transgresión no importa, el significado tampoco y el contenido menos. Hay que ser bellos y bellas como los actores, el cantante de rock, la modelo de la revista, no a mi manera sino a la de ellos. La fantasía estética los invade.
En esta época todo es susceptible de ser reciclado: los símbolos, la moda, la música, los amigos. Los adolescentes se visten como se vistieron sus padres cuando tenían la edad de ellos. Con relación a la música escuchan los conjuntos de rock clásico de los años 60 y los de rock duro de los 70’s. Algunos grupos nuevos interpretan y hacen arreglos a las canciones viejas. Esto ocurre no sólo con el rock sino con las baladas, los boleros y la música popular como el vallenato.
Es curioso observar que los adolescentes no reciclan cualquier cosa. Reciclan lo rebelde, lo lúdico, lo estético, lo irreverente de sus padres. Con esto, se empieza a vislumbrar que no es que los adolescentes rechacen del todo el mundo de los adultos. Por el contrario, el hecho de ser una fotocopia de la adolescencia de sus padres en cuanto a moda, indumentaria, y preferencias musicales hace pensar que ellos están estableciendo lazos sociales con el mundo adulto a través de mecanismos indirectos. Que toman prestado para la construcción de su identidad lo que más les gusta y más se parece a las características de su época, suavizando así el conflicto generacional porque los adultos, desde la nostalgia, ven proyectado en sus hijos lo que ellos fueron, dejaron o desearon ser y los adolescentes se sienten diferentes a los adultos actuales.
Con respecto al lenguaje también lo urbano alcanza lo rural. El vocabulario que se usa, los modismos, la entonación, conservando lo local, es igual en la región caribe, en la zona occidental y en Bogotá. Movimientos de la boca con acentuamiento de algunos fonemas, son comunes a todos los adolescentes. Así mismo, la utilización de palabra groseras, soeces y expresiones vulgares, entre el grupo de pares es bastante usual.
La utilización que hacen los adolescentes del lenguaje cumple una doble función. Por una parte, al masificarse entre ellos el uso de las «groserías», de las «vulgaridades », éstas pierden su connotación real, su poder satírico, provocador, su intensidad transgresora, permitiendo que se conviertan en un medio más de comunicación entre pares. Y, por otra parte, el inventarse expresiones y maneras de hablar sólo para jóvenes les posibilita aislarse de los adultos dándole a los adolescentes la sensación de que poseen un mundo propio.
En últimas, la penetración y la masificación entre los adolescentes de la moda, la música, el lenguaje y los juegos electrónicos tanto en los zonas rurales como en las urbanas, nos muestran una cara más de la escisión entre las sensibilidades de los jóvenes y las del mundo adulto, con el consecuente deseo de los adolescentes de ser originales, de querer aislarse de la sociedad, provocando en muchas ocasiones el efecto contrario.
Con frecuencia cada vez mayor no solo los adolescentes sino la sociedad en general expresan la pérdida de credibilidad en las instituciones familia, trabajo, política, escuela, iglesia, Estado. Muy pocos le apuestan a las utopías colectivas y nadie al rescate de las tradiciones. Más bien, el desencanto, la desesperanza, la abulia, se ponen de cara a los discursos sobre la democracia, la tolerancia, el diálogo, la participación, convirtiéndose en los dispositivos sociales que ayudan a explicar el paso de la intolerancia, de la rebelión de otras épocas, a la indiferencia actual.
Las generaciones anteriores, en contraste con las de ahora, se caracterizaron por un fuerte enfrentamiento, en todos los planos de la vida, las letras, el arte, la política, el pensamiento, la ciencia, con el mundo adulto. El Mayo del 68 francés es un buen ejemplo de la revaloración que hizo la juventud de todo lo establecido y que afectó no sólo a los países desarrollados sino que se extendió al mundo entero generando movimientos singulares, especialmente en América Latina.
En el escenario de la familia se evidencia: por un lado, la indiferencia tanto de los adolescentes hacia sus padres como de estos hacia sus hijos, específicamente en los sectores que tienen más fácil acceso al consumo y al confort. Nadie quiere entrar en conflicto con el otro. Todos quieren sacar el mejor provecho de la situación. La mentira es el mecanismo loable para lograrlo. Por otro, para todos los adolescentes y en especial para los que no ingresan, abandonan o no tienen acceso a la educación secundaria, el dinero se legitima como el don más preciado. Todos los caminos para su consecución son válidos. El enriquecimiento se convierte en signo de progreso individual y social. Dinero igual a éxito, felicidad, belleza, prestigio, sabiduría, dignidad, diversión, amor. Las frases»es mejor ser envidiado que respetado» y»la envidia es mejor despertarla que sentirla» adquieren sentido. Bajo estos imperativos el panorama se ensombrece y lleva a interrogarnos sobre cuáles son las opciones reales de trabajo para los jóvenes que no acceden a la educación formal o para los que aun estando en el colegio necesitan trabajar.
Para los adolescentes que se encuentran fuera del sistema educativo formal, como para los que están en el colegio, con relación al dinero impera «la cultura del atajo » hay que conseguir dinero cueste lo que cueste pero eso sí por el camino más corto. El atajo trazado por los adolescentes de los estratos populares, medios y altos que se encuentran cursando el bachillerato es la mentira, la apariencia de que se está de acuerdo con los padres, con los maestros y, en el mejor de los casos la negociación. Los atajos construidos por los adolescentes no escolarizados se han documentado ampliamente en estudios, crónicas periodísticas, películas, relatos e historias de vida. La cuota de participación de algunos adolescentes en las guerras mágicas, en las milicias populares, en el secuestro, en el sicariato son un aforismo. Con relación a este fenómeno Francisco Cobos (1992) opina:»la apertura de inmensos y ricos mercados para la marihuana y la cocaína en todo el mundo, pero con su centro en los Estados Unidos, generó las empresas de comercio ilícito más productivas y poderosas que el país haya visto jamás, y que pueden competir con las grandes multinacionales. Este negocio de «las Drogas» como se conoce en los medios de comunicación, representa la concretización de las fantasías prevalentes desde siempre en Colombia: el enriquecimiento fabuloso, instantáneo, sin esfuerzo, es decir -mágico- que permite al individuo vencer el temor a ser rechazado por pobre» . Ante esta situación, la familia prefiere no preguntar. Sospechan que algo anda mal, pero por temor o por no perder los beneficios del trabajo de sus hijos guardan silencio. Nuevamente la indiferencia acompañada de la mentira hacen su aparición. Esta vez disfrazada de silencio.
La indiferencia de los adolescentes hacia el tema de lo político también tiene presencia en la actualidad pero desde la ausencia. A pesar de que los jóvenes hicieron posible la convocatoria para la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, era extraño ver que tres años después todo se hubiera olvidado, como si el gran movimiento juvenil de la séptima papeleta fuera tan sólo un momento coyuntural para poner en boca de la juventud lo que una pequeña fracción de la sociedad adulta no se atrevía a decir.
Las representaciones sociales que sobre la política y sus protagonistas circulan en el imaginario de los adolescentes, dan cuenta de la indiferencia de los jóvenes, esta vez enmascarada en lo no dicho, en no querer saber y menos involucrarse con la política, en un silencio ineluctable hacia ese tema.
En cuanto a lo religioso, la indiferencia es hacia la religión de sus padres o hacia la manera como ellos la conciben o practican. Por su parte, el resurgimiento de creencias milenarias o la aparición de religiones alternativas son muy atractivas para los adolescentes. La religión es para los jóvenes un asunto de bolsillo, por si acaso: «para que me vaya bien en la previa», «para que no me de susto», «para que mi novio no me deje», «para que mi equipo gane», «para que saque buen puntaje en el Icfes», «para que pase en la universidad», «para que Juanita me diga que sí», «para que me dejen salir con mi novio». En asuntos de creencia todo vale: «colocar en un papel el nombre de los integrantes del equipo contrario y meterlo a la nevera para que mi equipo gane», «colgarse al cuello un cuarzo para la buena suerte y hacer la novena al Divino Niño para que no me maten», es la fe del adolescente sicario.
La multiplicidad de opciones que se les ofrecen a los adolescentes sobre lo religioso, los lleva a una indiferencia por exceso, no por defecto. Por saturación.
Con respecto a la escuela la indiferencia toca fondo. Por todo el país se escucha en eco la voz de los adolescentes cuando afirman que el conocimiento escolar no es útil para su vida presente y futura y que el colegio tiene sentido por los amigos. Por tal motivo muchos de ellos asisten al colegio como telespectadores, como zombis, como masas con ojos (Casallas, 1995). Lo que pase allí en las clases, con los maestros, con la disciplina, con el conocimiento, con las materias, con la ciencia, con el arte, con los manuales de convivencia, con los Proyectos Educativos Institucionales, con la educación para la democracia, la educación sexual o la educación ambiental, no importa. Lo que importa es pasar el año, no dejarse pillar, tener contentos a los padres y maestros y divertirse con los amigos. Si aparece un profesor que los «encarrete», entran en la aventura del conocimiento, se comprometen, son creativos, responsables, trabajan más de la cuenta, superan a su maestro. Desafortunadamente, los profesores que encarretan son muy pocos y en la mayoría de los casos la cultura escolar los absorbe o los excluye. En oposición a la efervescencia hedonista de emociones, sentimientos, sensibilidades y pasiones de los adolescentes, el colegio intenta llevar a sus alumnos a un estado de asepsia afectiva, a una neutralización de sus emociones. Controla el cuerpo, la risa, el humor, las expresiones amorosas. Rechaza lo que no comprende: el amor, la televisión, los computadores, las nuevas ideas de sus alumnos o maestros.
Bajo esta panorámica ¿qué otra opción les deja el colegio a los adolescentes? La desidia, la abulia, el desinterés, el dejar hacer, el dejar pasar: la indiferencia en toda su dimensión.
La veneración de la sociedad en general por el dinero y la poca credibilidad de los adolescentes hacia las instituciones familia, trabajo, política, religión, escuela, se hace manifiesta a través de la indiferencia por silencio, por ausencia, por saturación que expresan los jóvenes; de la mentira, del atajo como mecanismos para establecer vínculos con el mundo adulto y construir lazos sociales que tranquilizan superficialmente tanto a los unos como a los otros facilitando la consecución del tan anhelado don dinero, pero que ponen en tela de juicio los valores éticos de sociedad colombiana.
Los adolescentes de nuestro tiempo se mueven cotidianamente entre un mundo universal que les llega y se acomoda en sus casas a través de la televisión y, un mundo local donde el plato del día son las tradiciones familiares, religiosas, políticas y la consecuente nostalgia de los adultos porque en su juventud ellos sí tenían ideales, utopías y luchaban por ellos. Como lo expresa Fuentes (1993) «… el llamado mundo de la «aldea global». Existe en contradicción con el mundo de la «aldea local ». Pero estas dos aldeas no existen en situación de aislamiento respectivo, sino en proceso de enfrentamiento creciente, no sólo por la contradicción entre una globalización que apunta enérgicamente al futuro y una localización que se aferra violentamente al pasado, sino, sobre todo, por la veloz irrupción, por la vía de la migración, de la aldea local en la aldea global.» (p. 22)
Para la generación anterior de adolescentes y aun para muchos adultos de esta época la contradicción, la irrupción, el enfrentamiento entre la aldea local y la aldea global aplica en toda su extensión. No obstante, en los adolescentes colombianos actuales esta situación adquiere otros dimensiones. Más que un enfrentamiento entre los nuevos valores sociales del futuro y las tradiciones del pasado, nuestros jóvenes se perciben como seres vacíos de tiempo. Porque por una parte, la imagen que tienen del mundo adulto está cada vez más devaluada. La escuela, institución social responsable de transmitir a los niños y adolescentes los saberes científicos, el legado cultural acumulado durante siglos por la humanidad, de impulsarlos a la creación de conocimiento, de formarlos como ciudadanos para una sociedad democrática, de posibilitarles el desarrollo personal, la transformación de su entorno social, no está cumpliendo con su cometido (Parra, 1995). Tan sólo les entrega a los jóvenes escolares retazos de saberes, de historia, de ciencia, de cultura, de valores civiles y éticos. Por tanto, los está privando de apropiarse de su pasado, de su cultura, dejándolos sin referentes sólidos, vaciándolos de memoria. Y, porque por otra, el futuro irrumpe en la vida cotidiana con toda su fuerza. La televisión, invadió en toda Colombia los espacios públicos. En las ciudades más urbanizadas los computadores, las redes de información, en general, los medios electrónicos se popularizan cada vez más. A diario los jóvenes están expuestos al mundo del futuro, a la «red global» como lo afirman unos o bajo «la sombrilla planetaria» como dicen otros. La manida frase «ciudadanos del mundo» que en los 70’s y aún en los 80’s era ridícula hoy empieza a tener sentido.
Sin embargo, surge la gran pregunta ¿Cómo tener un presente vivo, un aquí, un ahora propio, sin una memoria sobre la cual se pueda construir el futuro?
Mientras tanto, con los retazos de conocimientos, de valores, de saberes que les da el mundo adulto, con lo que los adolescentes reciclan del pasado, con la rapidez del mundo moderno y la multiplicidad de opciones para escoger, los chicos y chicas viven su presente. De manera acelerada, fragmentada, sin referentes sólidos donde el pasado y el futuro no encarnan, donde por la novedad se sacrifica el pasado y donde los proyectos de vida, los sueños, hacia el futuro, la construcción de deseos, se desvanecen.
La fuerza del instante, lo desechable, lo provisional son los lemas de los jóvenes de nuestro tiempo. Para ellos toda es, va y se proyecta del presente al presente a pesar de los discursos oficiales: jóvenes en tus manos está el futuro; estudie para ser alguien en el futuro; los adolescentes son el futuro del país, los gobernantes, los adultos del mañana.
El presente es el tiempo vital de los adolescentes. Se estudia para el examen, para pasar el año; se usa determinada ropa para estar a la última moda; se escucha música, se baila, se poguea para estar actualizados; se va a determinados sitios porque lo inauguran hoy, se ven ciertos programas de T.V. o se escuchan ciertas emisoras por modernas, se prefiere en especial un videojuego porque es el último. Para algunos, la amistad se vive de manera fragmentada, los grupos de amigos también son para el momento: unos para rumbiar, otros para estudiar, otros para recochar, otros para enamorar, otros para compartir los secretos, otros para el colegio, otros para el fin de semana, otros para las vacaciones. Cuando el momento pasa el grupo de amigos desaparece y se constituye otro según la necesidad. Por su parte muchos de ellos le buscan sentido a su presente reciclando valores del pasado: virginidad total hasta el matrimonio; fidelidad de pensamiento, palabra y obra hasta la muerte. Acudiendo a filosofías y prácticas orientales: meditar, transmutar, ser vegetariano, naturista, bioenergético o perteneciendo a sectas o religiones alternativas.
Resumiendo, lo que despierta, lo que excita las sensibilidades de los adolescentes, lo que prefieren, lo que les gusta, está en el presente. Un año más un año menos es un mucho tiempo. La eternidad es ahora.
Multiplicidad y rapidez, entramado de realidades que viven diariamente los adolescentes y que les posibilitan adaptarse a la fragmentación del mundo moderno, acelerando la velocidad de su presente.
Multiplicidad de interrelaciones con mundos reales y virtuales, con grupos de pares, con amigos, con adultos, con productos, con información, con personas. Multiplicidad, sobre todo en las grandes ciudades, de sitios para rumbiar: bares alternativos, discotecas, tiendas guascas. Multiplicidad de tiempos: el de la escuela, el de los padres, el de los maestros, el de los amigos, el de los medios de comunicación el de la electrónica. Multiplicidad de religiones, de creencias. Multiplicidad de música, grupos, bandas musicales y bailes: rock (clásico, suave, fuerte, duro, alternativo en español), pogo, house, reggae, salsa, merengue, rap, baladas, bolero. Multiplicidad en la moda, en los accesorios. Multiplicidad de canales de televisión de emisoras radiales. Multiplicidad de marcas, de etiquetas, de productos para consumir. Multiplicidad de grupos de pares: para las tareas, para el barrio, para recochar , para ir a fiestas, a paseos, a centros comerciales. Multiplicidad de comportamientos, de estilos de vida, de valores. Sobresaturación de información, de estímulos visuales, auditivos. Multiplicidad Multiplicidad, multiplicidad, multiplicidad. Esto y mucho más ofrece la sociedad actual para todos los gustos, para todos los presupuestos, para todas las regiones, pero en especial para todos los jóvenes.
Ante esta multiplicidad, ¿qué escoger? ¿qué optar? ¿qué elegir? ¿qué hacer para no perderse nada, para relacionarse con todos los grupos, para estar actualizados, a la última moda, para tener todo y enseguida? La rapidez es la opción que les ofrece la sociedad moderna y que han elegido los jóvenes. Rapidez, rapidez, rapidez, en todo. «El amor dura poco por tanto hay que vivirlo a fondo, intensamente»,’»Yo no oigo las canciones completas cambio constantemente de emisora para no perderme ninguna canción»’,»Soy dueño de varios bares alternativos y hago de ellos sitios nómadas para que no se desactualicen» , confiesa un joven empresario.»Cuando me he aprendido una canción o un nuevo paso, ya no está de moda»’,»Lo mejor que se han podido inventar es el control remoto porque así puedo ver rápidamente todos los canales, oir todas las emisoras, sin mucho esfuerzo »’. En fin, la rapidez con que se dan los hechos, con que se desactualiza lo nuevo, impide que los jóvenes vivan emociones duraderas.
La multiplicidad y la rapidez se experimentan de manera diferente según el universo social y geográfico de referencia. Los que pueden acceder a la multiplicidad, a la rapidez dada no sólo por lo ya mencionado sino además por la tecnología: cajeros automáticos, dinero plástico, teléfonos celulares, redes de información, entre otras, entran en el mundo de la abundancia, de la turbulencia, del vértigo de la velocidad, deseando cada vez más y más variedad. Los que no pueden, la rapidez se desplaza hacia el enriquecimiento fácil, veloz, para no quedar rezagados.
Ante la multiplicidad de opciones que se le ofrecen al joven, ante la celeridad temporal que produce la rapidez y ante la incontinencia vital de los adolescentes, es urgente preguntarse: ¿cómo sintoniza, qué hace o deja de hacer la escuela, la familia y las demás instituciones responsables de la formación de los adolescentes colombianos para asimilar la fragmentación del mundo moderno y los mecanismos adaptativos: multiplicidad y rapidez, que usan los jóvenes?
La identidad y los roles sociales, definidos con claridad durante siglos, han entrado en un periodo de franca indefinición. Los límites y los roles entre lo femenino y lo masculino no son claros. Los adolescentes no quieren ser adultos y los padres desean permanecer eternamente jóvenes. En las interacciones afectivas de los adolescentes con su grupo de pares y con sus padres y maestros aparecen nuevas categorías de relaciones y expresiones que dan cuenta de ellas: «amigovios», «amigo con o sin derechos», «amigantes», «vacilones», «todo muy bien pero nada que ver», «mi madre es mi mejor amiga», «antes que padre soy amigo de mis hijos», «mi profesora es como mi madre», «mi colegio es mi segundo hogar».
La diversidad de grupos por las que transitan los jóvenes, la variedad de personajes reales y virtuales que entran en contacto con ellos y la velocidad con que pasan y cambian, hacen que el adolescente tenga una multiplicidad de imágenes para identificarse. Pareciera que el conflicto existencial universal expresado por Shakespeare en la frase: ser o no ser: eh ahí el dilema, en ésta época se transformara en: ser o no ser: ya no es dilema. o como lo expresa Gergen (1992) «la disyuntiva de Hamlet se torna harto simplista, porque lo que está en juego ya no es ser o no ser, sino a cuál de tantos seres se adhiere uno» (p. 112). Igualmente, los adultos de su entorno inmediato, al no lograr constituirse en figuras significativas de identificación, hacen que los jóvenes busquen en los que ellos consideran sus iguales: hermanos, familiares, vecinos, amigos, un poco mayores que ellos, o en actrices, actores, cantantes, profesores, profesoras jóvenes, modelos a igualar. Es como si el vacío de identidad que dejan sus adultos próximos quisieran llenarlo con personajes idealizados que entre más alejados estén y más rápido pasen de moda, mejor. Así pues, la identidad entra en el vértigo de la velocidad convirtiéndose en un asunto efímero, circunstancial, errante, que está de paso y que dependiendo del grupo, del momento, de la situación, cambia, se ajusta o simplemente se inventa una nueva. La disolución de las huellas tradicionales de la identidad, de la mismidad, del yo auténtico, del yo individual, que bloquea el fluir de la vida, deja de ser una teoría especulativa de psiquiatras y psicólogos de avanzada para convertirse en una realidad, dándole paso a la construcción del yo relacional, de la identidad mutable.
En esta misma vía, las narraciones que hacen los adolescentes sobre sus experiencias, sus vivencias, sus opiniones son tan diversas como los grupos o las personas con quienes interactúan. Como en una novela posmoderna, en donde el relato sobre un mismo tema tiene diez comienzos diferentes que se convierten en una totalidad, los jóvenes escolares para cada grupo, para cada persona, dependiendo de lo que representen, usan un texto y un recurso literario diferente para contar la misma historia. Es así como, con los maestros el mejor recurso es la tragedia, con la familia el drama, con el novio o la novia el melodrama, con algunos amigos la comedia, con otros la epopeya o la ciencia ficción y para la calle, para amedrentar o asustar al adulto desprevenido, el suspenso, el terror, la novela negra. Para los padres, para los maestros y aún para algunos adolescentes éstas variaciones alrededor de un mismo tema, son calificadas como farsa, como mentira. Quizás lo sean, pero más importante que eso es ver la gran habilidad, la agudeza intuitiva, la capacidad creativa, la lectura asertiva que hacen de los diferentes grupos, de las distintas personas, que los hace maleables a la heterogeneidad, que les permite desenvolverse en la multiplicidad de mundos que les exige la sociedad moderna. ¿Qué tal, que en vez de juzgar, la sociedad adulta mirara con detenimiento lo positivo que hay allí e intentara sacarle el mejor provecho para el beneficio de todos? Tal vez aquí está la clave para desatar el nudo gordiano que impide la construcción de deseos, de proyectos propios.
En consecuencia, si a las nuevas categorías de relaciones y expresiones se le agregan la mutabilidad, el nomadismo que sufre la identidad de los adolescentes, más la variabilidad, tanto en el contenido como en estilo, de los relatos y las historias que cuentan los jóvenes escolares sobre sus experiencias personales o grupales, se empieza a aclarar que estas nuevas generaciones de adolescentes se comportan como actores sociales, que construyen realidades, mundos con los otros y que buscan a través de su actuación, de sus textos narrativos ser como los otros y no como lo anhelaba la generación de sus padres: ser uno mismo. En palabras de Arent (1993): «Mediante la acción y el discurso los hombres muestran quiénes son, revelan activamente su identidad y hacen su aparición en el mundo humano.» (p.96). De esta manera lo hacen los adolescentes.
Si la sociedad se mirara con mayor detenimiento en la realidad, que a manera de espejo, le brindan sus adolescentes, podría ver con transparencia lo que ellos, desde su vivencia cotidiana reflejan: el surgimiento de una realidad social, fragmentada, heterogénea, carente de unidad, con muchos centros posibles que exige una manera inédita de asumir la vida, de estar en el mundo.»La realidad no tiene una base de valores sobre la cual puede apoyarse, ni un sistema de valores que le sirva de acomodo y vivienda: la totalidad ausente es una morada de la cual la vida ha sido expulsada. La realidad que ya no habita en el todo pierde los fines que le daban forma y orden y desborda todos los diques, expandiéndose en una dilatación amorfa, como un gas» (Magris 1993: p.8)
Como se ha expuesto, los adolescentes, a diario, inventan la forma de vivir en este mundo multiforme. Desde su cotidianidad proyectan cómo han asimilado la crisis de la modernidad. Si la función socializadora, los modelos de identidad, no los hallan en las instituciones familia, escuela, Estado y sienten que tampoco emanan de la esencia misma del ser, entonces, acuden a otros medios: a sus pares, al espacio público, a los medios de comunicación, al reciclaje, a la mentira, al atajo, a la rapidez, a la indiferencia, al yo mutable, al presente como único tiempo posible o, se inventan nuevas formas de relación: amores efímeros pero intensos, sincronía de sentimientos con sus iguales, relatos diversos según el grupo o las personas con quienes interactúan. En últimas, para poder sobrevivir, han tenido que fragmentar sus sensibilidades.
Si lo están haciendo bien o mal ¿quiénes somos para juzgarlo?; más bien, sin caer en la trampa del culto a los adolescentes o del horror por la fragmentación, la dispersión, la fugacidad y la volatilidad con que asumen su presente, sería interesante hacer un esfuerzo para comprender la capacidad que tienen de ajustarse a la mutación histórica que sufre la sociedad contemporánea y a la rigidez del mundo adulto para abrirse a nuevas propuestas.
Con relación al papel que juega la escuela respecto al planteamiento anterior, podría decirse que entre ella y los adolescentes ocurre un choque temporal evidenciado fundamentalmente a través de:
En primer lugar, el atraso se ha convertido en el tiempo social de la escuela, en la medida en que mientras la sociedad colombiana ha presentado un proceso dinámico y vertiginoso de modernización particularmente en las grandes ciudades, la escuela se ha quedado rezagada reproduciendo un modelo arcaico expresado en la concepción y práctica del conocimiento escolar y en la organización social de la escuela.
En segundo lugar, como consecuencia de este atraso, la escuela ha perdido la capacidad de transmitir las nociones fundamentales de la socialización: el pasado y el futuro. El pasado porque no ha logrado transmitir de manera viva y eficaz la identidad cultural. El futuro porque no logra que los jóvenes construyan proyectos de vida individuales con sentido social. Así, la escuela se aísla de la historia y del diseño del futuro, quedándose paralizada en un presente inmóvil. Lo antrerior trae como consecuencia la ruptura entre el mundo adulto escolar y el mundo de los adolescentes vinculado cada vez más con la cultura global producida por los avances tecnológicos en los medios masivos de comunicación y en la informática. (Cajiao y col. 1995).
En conclusión, es entonces fácil percibir el abismo que se abre entre la lenta cultura premoderna de la escuela y la intensa rapidez de la posmodernidad que se vive en el universo cultural de los adolescentes.
1 Algunos teóricos como Bell, Berman, Baudrillard, Geertz, Gergen, Heller y Fehér, Lipovetsky denominan a éste período de transformaciones que vive la sociedad contemporánea, especialmente en los países desarrollados, como posmodernidad. Para evitar discusiones, que no vienen al caso, sobre la imprecisión del término y su ocurrencia o no en contextos sociales como los nuestros, se ha preferido no utilizarlo. Sin embargo muchas de sus ideas, conceptos y planteamientos básicos inspiraron la escritura del presente ensayo.
![]() |
Versión PDF |
Sergio Ramírez Lamus*
* Profesor titular de la Universidad del Valle (Escuela de Comunicación Social). Su trabajo docente e investigativo se refiere a sensibilidades y lenguajes mediáticos, así como a la relación entre imaginarios y profesiones intelectuales.
Tanto en la cinematografía decimonónica como en las realidades virtuales de la revolución informática, una serie de elementos que nos refieren a un horizonte sinestésico -sonoro, táctil, visual- han constituído uno de los inestables fundamentos de las sensibilidades artísticas y juveniles. Las culturas y las sensibilidades de la juventud de nuestros días viven asimismo, y quizás mucho más en países como el nuestro, un conflicto entre la densidad del lugar y el efecto deslocalizador cada vez más radical de los medios audio-visuales e infográficos. Se intenta abordar aquí el carácter histórico de estos efectos deslocalizadores, dentro de los cuales la experiencia de la ciudad ha jugado y sigue jugando un importante papel.
Cualquier consideración sobre la situación o las prácticas de las generaciones jóvenes de hoy, tiene que referirse tarde o temprano a algunos medios y tecnologías frecuentados por dichas generaciones de manera especialmente intensa. Esto es aplicable al mundo entero y, como señalan las apreciaciones de Rositi acerca de la articulación sociedad-juventud, ha de tener presente el hecho de que “comportamientos que en el futuro podrán ser generalizables para toda la sociedad (en algún momento) son específicamente juveniles”. (Rositi 80: l96).
Este artículo se inscribe en la línea de este planteamiento. Aborda aspectos históricos de las tecnologías audio-visuales que han moldeado las sensibilidades juveniles de ayer y de hoy. Y confronta, por otra parte, ciertos ingredientes de dichas sensibilidades con algunas características de un caso particular. Este último es el de un joven perteneciente a los estratos medios de la ciudad de Cali; su trayectoria escolar corresponde a una experiencia que Bourdieu ha tipificado como esencial para que se produzca una “manipulación de las aspiraciones”, una atracción magnética del joven hacia metas, tecnologías y comportamientos propagados y publicitados por instituciones como los medios masivos. Cosa que en nuestros días da lugar a sensibilidades y culturas juveniles de orden transnacional.
El presente esbozo habla de sensibilidades antes que de culturas. Entiende como cultura una decantación de estilos de vida o tradiciones cuya insinuación es más difusa o menos nítidamente definible en el concepto de sensibilidad, noción ésta que apunta hacia formas o modos de atención, percepción y expresión socialmente condicionados. Asuntos como la velocidad de la percepción, ligada a la instantaniedad de las nuevas tecnologías, ilustran una circularidad entre contexto tecnológico y formas de atención, percepción y expresión como la que nos faculta para decir que las sensibilidades de las jóvenes generaciones son informadas por el ambiente tecnológico tanto como éste lo es hoy por aquéllas. Mi propósito aquí no será demostrar o generalizar unas tesis, cuanto dar lugar a una ponderación de lo siguiente:
Dicho esto, doy paso a una presentación fragmentada pero fuertemente interrelacionada de elementos que subyacen a los medios y tecnologías que han pautado y continúan pautando las sensibilidades de las generaciones jóvenes.
El tacto es para McLuhan el sentido supremo. Articula a los demás sentidos. Dentro de las sensibilidades juveniles de hoy, las prótesis tecnológicas dependen crecientemente de este sentido. La relación psicomotora, la velocidad de interacción con un videojuego, la capacidad de asimilar imágenes que para otras generaciones son totalmente subliminales, forma parte de una destreza que el nuevo contexto tecnológico ha despertado en los jóvenes.
Conviene por eso tener cierta perspectiva histórica de los antecedentes de esta sensibilidad táctil. Siguiendo a Walter Benjamin, apreciamos cómo la aparición del cine pone a disposición de las masas una sensibilidad que a éstas resultaba impenetrable: la de una vanguardia de artes plásticas de comienzos de siglo, el dadá. Lo que formaba parte del mundito estrecho de las artes, se convierte entonces en rutina de masas y principio formal básico de la cinematografía: la tactilidad implícita en el montaje fílmico. Y esta era la misma de los proyectiles y escándalos distractores, perturbadores de la concentración, de los eventos dadá.
Heredera de aquella tactilidad distractora, dadá, tenemos ahora una inmediatez del detalle próximo, nítido y altamente definido por efecto especial técnico (cf. Baudrillard, Calabrese). Para Baudrillard esta inmediatez no es tanto sentido del tacto sino pseudo tactilidad. Ya veremos por qué. Antes cabe seguir apreciando instancias del progresivo refinamiento de las nuevas prótesis técnicas.
La telemática y su desarrollo de realidades virtuales guarda relación con los planteamientos de la física subatómica que desmaterializan la materia. Lo puntual, nítido y digital revela en el usuario un camaleónico y veloz juego de ubicuidad. La consecuente falta de orientaciones topográficas, la deslocalización que comenzara a acelerarse con el cine, produce -paradójicamente- seres sedentarios, anclados al hogar y a la oficina interconectados.
Estas paradojas guardan relación con los umbrales de percepción cada vez más veloces de los jóvenes. Para Virilio, excluyen un término, el del viaje, de la tríada salida-viaje-llegada.
Una metamorfosis puede verificarse en esta transformación de las sensibilidades que rodean a las máquinas productoras de imágenes. Del cine que pronto se narrativizó y dió lugar a las elaboraciones de manuales de guionismo, estamos pasando a una lógica de lo sorpresivo, paradójica (cf. Virilio), en donde vale más lo inesperado del efecto que la duración intrincada o el suspenso. Quizás el joven realizador Quentin Tarantino nos representa en Pulp Fiction un último esplendor de la tecnología guionística, configurando un producto que consigue zafarse de la linealidad narrativa, pero que todavía se muestra afiliado a la dialéctica durativa del guión.
Pero si en Pulp Fiction asistimos a un último esplendor de la lógica durativa del suspenso, no puede por eso decirse que las nuevas sensibilidades desconozcan el recogimiento. Ya antes Benjamin había llamado la atención sobre la recepción colectiva y disipada del cine, como algo precedido de lo contrario, el kinetoscopio, inductor de una atención aislada y tan devota como la de un monje en su celda. Y de hecho, sabemos que el cine se siguió prestando simultáneamente a las emociones sincronizadas y colectivas como a las aisladas y privadas. Igualmente, en contextos juveniles de hoy, aparecen nuevos modos de concentración simultáneamente cómplices de distracciones gregarias. Steiner los percibió ya en l970 cuando comentaba la convivencia universitaria entre la palabra y la música de altos decibeles que despoja a los profesores y letrados de buena parte de su poder. Porque ese rock ubicuo e invasivo hace posible una escucha tanto colectiva como aislada.
Tendríamos así que desde l970 se ha agudizado en algunas sensibilidades juveniles cierta disputa con el mundo de la palabra. Este se ve desplazado por los lenguajes matemáticos, musicales e imaginísticos. Se vulnera así una cultura ilustrada, responsable de la incubación de dos macabras guerras mundiales. Pero el fin de la palabra, de sus autoridades (logócratas), de su régimen (logocentrismo) no deja de ser problemático. El rechazo a los engaños y mendacidades de la palabra no puede soslayar el hecho de que hace falta la palabra para reconocer la humanidad del otro (cf. Steiner).
Con la música está la imagen, el video-clip, MTV. y ese mundo más de sorpresas que de narraciones detenidas. Más de spots o flashes de lenguaje publicitario que de discurso hilvanado. Y en esa medida, algo que la tactilidad del montaje cinematográfico anunciaba: una sensibilidad digital.
Las redes telemáticas se establecen hoy bajo los auspicios de conexiones hombre-máquina (interfaces) cada vez más instantáneos. Estos modos de interconexión reúnen a distancia (Virilio) haciendo uso de la tecnología más reproductiva que productiva (Jameson), más software que hardware, de la información. Esta, portátil, ubicua, y relativamente efímera, propicia tanto una homogeneidad y standarización de la recepción, interconectando a los sujetos como, en la dirección contraria, permitiendo el juego de la recepción indisciplinada, o transdisciplinar, de inquietos manipuladores de teclados, espacios y programas en las redes cibernéticas. Esto forma parte del ciclo final de la galaxia Gutemberg, que, continuando con las divisas de Mc Luhan, da el paso a hacer ya no de todo hombre un lector, sino un editor.
Si esto lo pensamos en el contexto de jóvenes colombianos de hoy (cf. Ramírez Lamus y Muñoz,, l995), se encuentran casos en los estratos medios que pueden establecerse dentro de la siguiente perspectiva: la antena parabólica facilita una adquisición del idioma inglés, dado que el joven tiene el espacio-tiempo para sintonizar canales angloparlantes. Eso mismo puede permitirle un trabajo como el de copy bilingüe en una agencia publicitaria, donde aprende a utilizar una buena gama de software telemático. La velocidad de la escritura en computador le permite juegos de reescritura de novelas garabateadas en cuadernos. Lo visual-táctil de la tecno-sensibilidad del contexto que ha socializado al joven devuelve a éste el placer de jugar con la palabra. Pero ésta se concibe menos en sí misma que como un vehículo para lanzar imágenes. La escritura en el procesador de palabras se adapta a esa necesidad de liquidar la materia de las palabras en aras de un juego de imágenes. La sintáxis linguística no desaparece, y se redescubre o disfruta, pero gracias a que las reescrituras pueden contar con determinada velocidad y capacidad de montaje.
Este mismo joven puede sufrir un trauma al ingresar en la universidad pública, donde ciertos estilos de auto-presentación algo desarrapados -particularmente visibles y expresivos en las cafeterías- chocan con el mundo camaleónico de su tecno-sensibilidad transnacional, paradójicamente atada a la figura tutelar de instituciones escolares formales o empresas como las agencias de publicidad. Aclarando estas paradojas tenemos: l. El juego del camaleón no es posible en ciertos contextos que exigen un ingreso secuencial o lento dentro de ciertos estilos de vida y auto-presentación muy informales, dificultando la percepción y modulación instantánea del nuevo contexto. 2. El camaleonismo depende también de cierta seguridad psicológica que proporcionan las grandes empresas o burocracias masivas de nuestro tiempo.
¿No representa esto unas rupturas con los condicionamientos del lugar? ¿Un gusto por el orden aséptico e impersonal de las burocracias más modernas, basado en que ofrecen un fondo de seguridad a la fragilidad de la propia creatividad?
Probablemente ello es así, si tenemos en cuenta, entre otras, que el origen social del joven no coincide con el punto de vista de clase media alta de sus novelas; en éstas existe una relación de odio hacia la música salsa, coincidente con la afición al rock de su autor; y en su biografía los cambios de vecindario y de colegio pueden relacionarse con cambios de estrato social, que no ocasionan al joven mayores sobresaltos, siendo éste capaz de adaptarse reiteradamente a nuevos tipos y estilos de amistad.
Si el peso del lugar fuera otro, este joven no podría haber asumido tan fácilmente aficiones por el rock o por las formas audio-visuales audaces del cine de Scorsese y de otras producciones que descubre a través de la antena parabólica. La fobia a la salsa podría explicarse entonces como un desplazamiento de la cultura y del lugar de origen por la posibilidad de sintonía de una oferta cultural muy diversa, deslocalizada, mediada por el satélite, los ordenadores, la videocasetera etc.
Si tenemos en cuenta que su escritura de ficción como colegial se inspira en el contenido de un episodio de una serie televisiva norteamericana y que obtiene el modelo de la forma de sus composiciones universitarias de una película transmitida por antena parabólica, la fuerza del contorno mediático y la velocidad de la imagen en movimiento aparecen claramente como base de su ejercicio imaginativo. Si añadimos a esto una buena redacción en materia de textos académicos, ya tendríamos que preguntarnos si las duraciones discursivas o teóricas del texto alfabético se deban en este caso a ilusionismos producidos por gestos consumidores veloces. La ilusión del detenimiento discursivo podría deberse a una precaria pero audaz transacción, el traslado a un viejo medio (escritura alfabética) de la complejidad accidentada de hábitos de consumo adquiridos mediante la familiaridad y la práctica interactiva con nuevos medios. El consumo de software se confunde aquí, como sugiere Mc Luhan, con la práctica productiva del editor. De reiterados consumos veloces se da el paso a ediciones productivas veloces.
Y la anecdótica relación con la salsa y la cultura local nos llevaría a preguntarnos si los problemas que plantean los contextos ahora anacrónicos son los de no facilitar el interface, la conexión. Y si, paralelo a este síndrome de interface malogrado que parece secundar a una sociedad neo-liberal empresaria, con una buena policía, no tenemos además la inesperada y creativa actividad de irregulares agentes interactivos. Ya que el camaleonismo plantea algo así como una inestabilidad de base. Aquella que en el caso citado choca con el sentido muy fuerte de lugar estable de una cafetería de finales de los ochenta en la universidad pública.
Mientras la correa de transmisión industrial aceleraba el aburrimiento en los albores de la era industrial (Benjamin), el cine, a su vez, la aceleraba a ésta para romper con su fragmentación secuencial y mecánica, abriéndonos a un mundo de configuraciones (Mc Luhan).
En el siglo diecinueve la vivencia cotidiana del mundo industrial sufría un cambio de ritmo que la convertía en tediosa e infernal máquina del eterno retorno. Enseguida, uno de los mecanismos de esa maquinaria -el cinehacía posible vislumbrar más allá, por fuera de los condicionamientos de ésta.
La muchedumbre atontada de las ciudades decimonónicas, tal y como nos lo indica Benjamin en sus lecturas de Baudelaire, Cooper, Poe y otros, sobrepuso la mirada a la escucha, inquietándose mucho más que si escuchara sin ver (Simmel). Encontró por eso una imagen de si misma en bulevares, panoramas y demás visualizaciones espectaculares de lo urbano. Mc Luhan, por su parte, señala cómo esto se produjo a costa del olvido de otra experiencia del número, de una embriaguez colectiva fuertemente anclada en el tacto, ahora bloqueada por las rejillas mecanizadas de las geometrías perspectivas, por un espacio visual desequilibrado, no acompañado de componentes táctiles o sonoros de consideración. Esta descompensación podría tener relación con el incremento decimonónico del taedium vitae conducente al holocausto (Steiner).
Hoy los jóvenes se encontrarían a caballo entre esa excitación visual propia de la modernidad y urbanización clásicas, por un lado, y una recuperación de lo táctilnumérico, por otro lado.
En un mundo cada vez más visual, la realidad virtual reintroduce lo táctil, o, aún más, lo “háptico”, aquéllo que suma al tacto el sentido de la auto-percepción. Corrige ese desequilibrio sensorial que surgió con las luces de gas, las vitrinas y los medios de transporte masivo del siglo diecinueve.
Pero lo que cabe destacar es cómo ese lugar ya menos exclusivo de lo visual recibe en la realidad virtual, como en los simuladores de vuelo y similares, un tratamiento capaz de prescindir casi totalmente de la vivencia inmediata, por no hablar de la experiencia (algo más mediato, según Benjamin). Por ello una de las pocas advertencias que hacen los entusiastas de la realidad virtual recalca cómo muchos fenómenos requieren de una “experiencia” (vivencia) de primera mano: no siempre basta la simulación, o toda esta detonación de un mundo de simulaciones (simulacros) para que conozcamos y seamos competentes en cuanto “usuarios” de conocimientos o tecnologías.
Puede examinarse a la luz de lo anterior esa dificultad que hemos descrito y que sufrirían algunos jóvenes de hoy: la de asumir lentas experiencias de iniciación dentro de ciertos espacios o lugares anacrónicos que mantienen todavía características de relativa estabilidad y valores o rituales propios. Las nuevas generaciones de estrato medio parecen haber asimilado de la ciudad y de la modernidad clásicas toda la excitación óptica o visual, y algo de la sensibilidad del paseante capaz de intentar crónicas alrededor de los diversos cuadros vivos que proporciona la urbe. Pero llevando esta sensibilidad al extremo de volver cada vez más deleznables ciertos asilos del ocioso, distraído y sin embargo perspicaz paseante como lo fueran en el caso de Baudelaire ciertos antros urbanos. Los lugares espantan, si se los compara con los nuevos espacios de llegada: las imágenes cada vez más virtuales, el mundo como video- clip, las imágenes de propagación cada vez más veloz, aún hasta el punto de prescindir del desplazamiento físico.
Y mientras tanto las experiencias que demandan una implicación más cercana, menos turística, con el entorno pueden resultar cada vez más insufribles. Esto no significa necesariamente una pérdida irreparable. Puede apreciarse como un momento dramático en el cual comienza a asumirse la desmaterialización de la materia, y por ende de los sujetos, de las topografías y demás auspicios de una sedimentación de las experiencias ligadas a la estabilidad del lugar.
La ciudad como forma del consumo visual (vallas, bulevares, vitrinas, etc.) propone, al aumentarse la hipertrofia visual con las nuevas técnicas de propagación de la imagen, nuevas paradojas. El espacio visual cesa de ser topográfico y cartográfico. Nos conduce a una errancia que Virilio compara en sus efectos con las sustancias psicotrópicas. Y entonces recuperamos, aunque alucinadamente, cierta multiplicidad sensorial (acústicavisual- táctil). Es ésta la que informa algunas manifestaciones de cultura juvenil transnacional como la de los videoclips musicales. No debe extrañarnos que frecuentemente aparezcan representados laberintos urbanos en dichos videoclips. La incorporación a éstos de la tecnología infográfica no hace otra cosa que amplificar ese caleidoscopio de imágenes propio de la experiencia urbana.
Algunas representaciones cinematográficas de las nuevas tecnologías nos sugieren cómo ese espacio plano y lineal que McLuhan relaciona con la perspectiva y el cálculo infinitesimal (inimaginables sin la configuración planteada por la imprenta), retorna a lo táctil. Cómo esa abstracción visual del número (cálculo, perspectiva) se ve afectada por un torniquete que devuelve al número su carácter de extensión del sentido del tacto. Cuando (en una escena-tipo o cliché del cine contemporáneo) el personaje representado por Harrison Ford en EL FUGITIVO elimina mediante un computador cierta lista de sospechosos que comienza con un número de dos o tres dígitos, para limitarla a cinco, puede agarrar con los dedos de la mano una cantidad que comienza planteando a su investigación un número de variables que tiende al infinito. El personaje consigue atrapar a su presa aplicando sucesivos parámetros de aleatoriedad a la muestra inicial.
También Benjamin sugirió, como hemos dicho ya, la dimensión táctil de las artes visuales del cine y la fotografía. A ésta atribuye el poder de alcanzar, mediante una reducción de la imagen, ciertos aspectos inasibles de la arquitectura, de los edificios. Nuevamente tenemos aquí una anticipación de lo que en fechas más recientes Baudrillard o Calabrese comparan con el detalle pornográfico. Y aquí surge otra paradoja: la tactilidad sin tacto de esa pornografía. Suscitando e irritando nuestro deseo, el objeto pornográfico es liso como una vitrina. Ese colmo de tener al alcance, esa imagen táctil, pierde el sentido articulador-sinestésico del tacto. Lo sumamente atractivo se torna rápidamente insípido e intocable. Corresponde a la visión de unos “ojos que han presentado la facultad de mirar” (Benjamin).
Pero esto implica otras paradojas: la fugacidad de la imagen, debida a su abundancia, nos vuelve olvidadizos y carentes de lenguaje (cf. Virilio). Ya que de acuerdo al psicoanálisis lacaniano si no se consolida la imagen, tampoco lo hace el lenguaje.
Lo que no sabemos ya es si más que ante una afasia o carencia de lenguaje nos encontramos ante un cambio radical de lenguaje. Las juventudes educadas y contestatarias del mundo metropolitano consolidaron -en los años sesenta- una distancia respecto a la palabra, sugiriendo a un autor como Steiner el fin de logos y un desplazamiento de la vitalidad cultural hacia los lenguajes de la música, la imagen y la matemática. Esta mutación es aún bastante incomprensible y puede tanto entusiasmarnos como aterrarnos. Si el lenguaje de la palabra ha sido substituído en buena parte por lenguajes numéricos, musicales e imaginísticos cuya virtualidad es más acentuada que la de la palabra, configurándose como más fugaces, inestables e informes, ¿se pierde radicalmente la sedimentación en el sujeto? ¿Queda toda memoria delegada a la prótesis de disco óptico y similares? Puede acaso hablarse así de una sensibilidad?
Los umbrales de percepción de los jóvenes (cf. Calabrese) distinguen duraciones casi infinitesimales, hacen gala de una “velocidad gestáltica” que señala la paradoja viriliana de la máxima velocidad como la del instante congelado. Al ser gestáltica, esa veloz percepción reconstruye totalidades a partir de unos pocos y fugaces datos.
Con los teclados, ratones, y controles teledirigidos se accede a una nitidez del detalle, como la exigida por umbrales de percepción capaces de fijar un instante infinitesimal (cf.Calabrese). La sensibilidad informada por estas técnicas es la de los jóvenes clientes de salas de videojuegos. Pone en juego más que la longitud o el alcance de la memoria, una destreza sicomotora, más nerviosa que muscular, la de un mundo tanto inmediato como tele-presente.
La recepción y atención accidentadas, iniciada en los primeros relajos del cine decimonónico en las barriadas, definen un canon no lineal, discontinuo e inestable que hace pensar en la imposible representación de la totalidad. Pero hoy puede haber otra experiencia de la totalidad, de orden táctil y numérico como el de las constelaciones que puede tejer un ordenador a partir de un sencillo algoritmo.
Tropezamos así con un punto de vista cercano a una invocación de Jameson: Si no es posible representar la totalidad, ello no debe inducirnos a abandonar el intento de cartografiar el territorio insondable de la complejidad social contemporánea, “complejidad ambigua” como la de un laberinto (Calabrese), donde sólo si olvidamos la figuración de un mapa con visualización global, podemos trazar un itinerario de éxito.
El nuevo mapa puede ser un mapa numérico, de itinerarios más que de espacios y lugares (cf. Jameson), sujeto a las sorpresivas creatividades de la errancia. Así como puede ser algo mucho más banal: un juego ya no mecánico pero sí completamente programado con los interfaces y las redes: la inmersión en un nuevo mundo pseudo-mecánico de redes explosivas y centralizadas a contrapelo del carácter implosivo, eléctrico antes que mecánico, de la tecnología que las hace posibles.
De esta amenaza puede salvarnos, probablemente, una asunción plena del accidente en muchas zonas de nuestra vida cotidiana.
Porque al ser accidentales/accidentados nos podemos ausentar de unas imágenes que ya no nos representan (inscriben) en ellas (como sujeto-foco de la visión). El yo débil o banal, poco representado pero siempre conectado al cual alude Baudrillard, es igualmente uno que se sale de las linealidades y secuencialidades especulares y geométricas de la perspectiva. Este es el punto al cual pueden apostar algunas sensibilidades juveniles de hoy, informadas por un contexto tecnológico que combina residuos de la mecánica industrial con la plena asunción de la velocidad de la luz y la electricidad por la revolución informática.
Si el joven siempre ha sido amigo del riesgo, el problema hoy es que toda seguridad tiende a depender de las pautas o disciplinas dictadas por las nuevas empresas y consorcios tecnológicos. Y el riesgo siempre ha querido tener un margen de seguridad. El dilema para la nueva sensibilidad es entonces el de cómo ser radical sin ser estúpida. Y en este caso quiere decir tanto cómo acatar como desacatar las pautas dictadas por las agencias que tienden a controlar las inimaginables posibilidades abiertas por la última revolución tecnológica. Y cómo recuperar una eventual relación tranquila con el lugar, sin miedos a la anacronía o a los estilos desarrapados que son Colombia y que no son las asépticas corporaciones que auspician los actuales vigores de las velocidades imaginísticas e informáticas.
![]() |
Versión PDF |
Diego Pérez Guzmán**
* El presente artículo recoge algunos de los elementos de una investigación más amplia realizada por el CINEP sobre el tema de la violencia urbana y juvenil.
** Sociólogo, investigador del Centro de Investigación y Educación Popular, CINEP. Coordinador por varios años de la Oficina de Derechos Humanos y Derechos de los Pueblos y en la actualidad coordinador del Programa de Fortalecimiento de la Sociedad Civil, en esa Institución.
El texto parte de considerar las propuestas de los jóvenes como bases de un proyecto social y sus formas de organización y comportamientos como nuevos eslabones de interrelación dentro del agudo conflicto urbano, mediante los cuales aquellos se convierten en actores que constituyen redes de soporte cultural, político, social y económico. Igualmente, el autor propone superar las interpretaciones estrechas de los violentólogos y aceptar la verdadera significación social de la juventud para interpretar así la violencia y la criminalidad juveniles de las principales ciudades colombianas.
Existe consenso en los estudios sobre violencia entorno a que los niños y jóvenes resultan ser el sector social más involucrado y afectado por las distintas formas de violencia manifiestas en nuestra sociedad.
De 600 mil personas desplazadas por violencia política, en los últimos 10 años, el 72% (432 mil: 324 mil niños y 108 mil niñas) son menores de 18 años. De los 29135 homicidios registrados en 1994, 2.508 fueron de menores de edad. En el primer semestre de 1995, las víctimas fueron 19450 de las cuales 1.155 correspondieron a niños y jóvenes. De igual forma, aunque no se tienen datos confiables, se habla de una alta participación de los jóvenes como actores de la violencia.
Asistimos, en este fin de siglo, a una serie de hechos y transformaciones importantes para la humanidad; entre ellos la globalización o mundialización que toca a todas las gentes produciendo una reorganización y una nueva reconceptualización de sus entornos y de su cotidianidad. Los jóvenes expresan a través de sus representaciones la manera cómo los cambios de la época construyen una nueva positividad y una nueva manera de relacionarse y de interactuar.
Estas representaciones de los jóvenes son formas de acción colectiva, desarrolladas en el escenario de lo cotidiano, donde se mezclan la tensión surgida de la dinámica de la fragmentación e individuación social y los esfuerzos por resistir y reconstruir nuevas formas de relación, identidad y solidaridad social. Es en este contexto en el que nos hemos querido aproximar al tema de la violencia juvenil.
El conflicto que se genera cuando lo «establecido» se siente amenazado por una manera diferente de relacionarse (la de los jóvenes) y sus nuevos imaginarios simbólicos. Si no se le reconoce esa entidad sustantiva y no se entra en alianza con él, no queda otro horizonte que la violencia, llegando hasta la eliminación física («limpieza social»).
Las redes de actores violentos y las tramas de violencia intersubjetivas. Las distintas formas de interacciones de los jóvenes y sus comportamientos (violentos o en situación de riesgo) deben ser examinados en el conjunto de la violencia urbana y de los contextos sociales locales (el barrio) y de aquellos espacios en los que los jóvenes interactúan. Debemos observar con detenimiento las formas de construcción de identidad juvenil, a través de las redes de amistad y solidaridad en las que se dan a la vez segmentaciones y continuidades.
Desde inicios de la década de los 60 se desarrollan estudios sobre la violencia en Colombia (Guzmán, Fals Borda y Umaña Luna), sin embargo la violencia que se aborda y se explica es sólo la de dimensiones políticas y el enfrentamiento entre el Estado y las guerrillas de los años 60, 70 y 80.
A partir del libro Colombia: Violencia y Democracia, publicado en 1987 se reconoce la multicausalidad, multidireccionalidad y pluralidad de las violencias en nuestro país y se insinúan posibilidades de los futuros estudios sobre otras modalidades de violencia y otros terrenos (cultural, social, de las creencias y representaciones) más cercanas a un país fuertemente urbanizado y atravezado por otros factores como el narcotráfico, la delincuencia organizada, etc.
A pesar de ello los estudios sobre esas otras formas de violencia (cotidiana urbana, intrafamiliar, sicarial, juvenil, «limpieza social») es todavía deficitario; en lo que se refiere al campo social y cultural, el campo de las significaciones, de las maneras como se leen y se comunican las distintas modalidades de violencia aún faltan ser exploradas para aportar a una mejor comprensión del fenómeno. En lo que atañe a la violencia juvenil los estudios y preocupaciones de organismos estatales y no gubernamentales ha estado muy centrado en el problema del maltrato y de la violencia intrafamiliar. Aunque se presentan «alarmas » sobre los homicidios dirigidos contra niños y adolescentes, las dimensiones del problema no han sido suficientemente diagnosticadas, ni existe un seguimiento sistemático de esta forma de violencia.
Uno de los enfoques que está en discusión es el que tiene que ver con las interpretaciones globales de los fenómenos de violencia. Algunos investigadores de la violencia en Colombia (Pecaut 1993) señalan que cualquier ensayo de interpretación global podría estar condenado de antemano, dado que son muchos los fenómenos de violencia y que las expresiones de violencia cambian muy rápido. La violencia de hace seis años no es la misma que la de ahora. Si los estudios globales realizados pusieron inicialmente el énfasis en el aspecto sociopolítico de la violencia y después en la relación con el narcotráfico, ahora ponen el énfasis en la violencia cotidiana, ordinaria y bastante anónima en muchos aspectos.
En el mismo sentido se dice que no existe un imaginario global, hay muchas discontinuidades con el pasado. Más bien, se va imponiendo una dimensión instrumental tanto en los actores de violencia como en los individuos ubicados en las zonas de influencia de esos actores, antes que reflejar una forma de identidad o proyecto colectivo. Se supone que la violencia no es más que un conjunto de intereses y de estrategias que giran alrededor de esos intereses. En la actualidad hay una autonomía de los actores de la violencia con relación a cualquier sector de la población.
En Colombia se ha generado el mito de la permanencia de la violencia -llegando aún a plantearse la existencia de una «cultura de la violencia»- como dimensión que explica todo lo que acontece. La extensión de este mito permite que la gente esté de cierta manera mucho más disponible para considerar que los acontecimientos violentos son asuntos normales con los que hay que contar y frente a los que hay que adaptarse.
Por otro lado, se plantea la necesidad de investigar mucho más la violencia en la vida cotidiana y su relación con las otras formas de violencia organizada o «estructural»
Un país atravezado por múltiples violencias, donde las mismas se entrecruzan y se retroalimentan, crea un marco de propensión a la aceptación de la misma como algo dado, si se quiere una especie de fatalismo colectivo que lleva a considerar los comportamientos violentos como una característica de nuestro ser (Vargas 1993).
Cuando la sociedad no se estremece con las recurrentes masacres y crimenes de todos los origenes y naturaleza, cuando sólo determinados hechos criminales, por su relevancia la golpean transitoriamente, pero con la misma velocidad olvida, nos encontramos frente a situaciones que ameritan una respuesta multidimensional.
Algunos análistas de la violencia urbana (Guzmán 1994) plantean la necesidad de concebir la violencia como «producto particular de una relación social de conflicto». La violencia supone una relación de comunicación conflictiva, entre las partes involucradas, en la que por lo general se atribuye al adversario la responsabilidad de todos los males.
Según este enfoque, se avanzaría de manera notable en el análisis si se reconstruyen las relaciones sociales subyacentes a la violencia, es decir, se reconstruyen los polos y actores de contención involucrados.
En este sentido es aconsejable precisar los campos del conflicto y diferenciar los escenarios de violencia y mostrar la manera como estos se interrelacionan en un espacio geográfico específico, dándole prioridad a la aclaración de los homicidios intencionales, pero prestando especial atención a otras formas de violencia que implican aparentemente una intencionalidad menor.
Otros investigadores ponen el énfasis en la actual fragmentación del poder, señalando que toda violencia supone una concepción y un ejercicio del poder en distintos niveles, lo mismo que una concepción del Estado y de la subyacente relación entre los ámbitos privado y público de la vida (González 1993).
De acuerdo con ello «todos los fenómenos diferenciados de violencia tienen un referente político común, pues implican la no aceptación del Estado como espacio público para la resolución de los conflictos. Más aún hacen que el límite entre lo público y lo privado sea sumamente difuso: el acudir a formas de justicia privada, el organizar una guerrilla o un grupo paramilitar de derecha, el arrogarse el derecho a decidir la muerte de los llamados «desechables», es asumir una función publica desde una posición privada. Algunos llegan hasta justificar el recurso a la violencia privada por la incapacidad del Estado para garantizar la seguridad de los ciudadanos, lo que devolvería a estos el recurso a la violencia a la que habían renunciado en el pacto originario del Estado».
Todo lo anterior pone en cuestión el tipo de democracia que se ha venido construyendo en nuestro país. Cuando las posibilidades de acceso a la justicia por parte de los ciudadanos son muy limitadas y el Estado no es garante de ella, nos encontramos frente a una situación de caos social y de profunda crisis de la democracia y del Estado.
En los últimos años se han presentado varias formas de cooptación de lo juvenil que se reflejan en las visiones que se tienen del mundo de los jóvenes: una mirada adulta, a pesar de que «las culturas juveniles son y funcionan en forma diametralmente diferente al mundo adulto»; una visión culturalista que piensa a los jóvenes como un fenómeno coyuntural de transición; un problema de edad y de crisis psicológica. Estas y otras lecturas similares niegan la existencia de la juventud en sí misma y como actor social.
Veamos a continuación algunas de las significaciones sociales de la juventud:
La juventud es una etapa de preparación, a cuyo término el sujeto se incorpora a la vida adulta. Transición en la cual deberá cumplir un papel fundamental de preparación. En tal sentido la familia y la educación masiva tienen la tarea de preparar a los individuos para su posterior transformación en obreros, jefes o capataces de acuerdo con las nuevas demandas del mercado.
Desde la perspectiva psicológica este período de la vida está caracterizado por la aparición de los procesos formativos de la personalidad. Por otro lado, desde la visión antropológica este momento se reconoce como un estado intermedio entre la infancia y la etapa adulta, mecanismo de ascención social que ha sido llamado «rito de paso».
En la sociología ha existido la tendencia a la criminalización, penalización y tratamiento de desviación social a los comportamientos de la juventud y a sus formas de inter-acción.
Dentro de las teorías generales, clásicas, sobre criminalidad ha sido recurrente la teoría de las subculturas criminales. El término hace referencia a las actividades delictivas -junto con las normas, los valores y las estructuras que las afianzan- tradicionales entre los miembros de un grupo o de varios grupos de jóvenes (Cohen 1955).
Cloward y Ohlín (1960) han sugerido la siguiente clasificación:
Las subculturas antagónicas, son redes de bandas que pelean periódicamente por la posesión de un determinado territorio (dentro de un barrio o vecindad) para vengar insultos reales o imaginarios, por la exclusividad de las muchachas, por ejemplo.
Las subculturas criminales, son las que pretenden obtener un beneficio económico por medio ilícitos, con una organización y unos planes que a veces implican control de mercados y protección contra la intervención de la policía. La banda y los acuerdos con los adultos son rasgos característicos de las subculturas criminales en contraste con las redes de bandas que constituyen las subculturas antagónicas.
Las subculturas marginales, son aquellas cuyos miembros buscan experiencias esotéricas y placeres excitantes, mediante el uso de drogas o comportamientos sexuales aberrantes.
Cloward (1959) trata de hacer una síntesis sobre las teorías de las subculturas criminales, extendiendo el concepto de distribución social de las oportunidades de acceso a los medios legítimos y del acceso a los medios ilegítimos.
Señala que entre los diversos criterios que determinan el acceso a los medios ilegítimos, las diferencias de nivel social son ciertamente las más importantes. Aún en el caso de los miembros de los estratos intermedios y superiores estuviesen interesados en emprender las carreras criminales del estrato social inferior, encontrarían dificultades para realizar esta ambición a causa de su preparación insuficiente. La mayor parte de quienes pertenecen a las clases medias y superior no son capaces de abandonar fácilmente su cultura de clase para adaptarse a una nueva cultura. Por otra parte, y por la misma razón, los miembros de la clase inferior están excluídos del acceso a los papeles criminales característicos de los de cuello blanco.
Pero la teoría funcionalista y la de las subculturas no se plantean el problema de las relaciones sociales y económicas sobre las cuales se fundan la ley y los mecanismos de criminalización y estigmatización que definen la cualidad de criminal de los comportamientos y de los sujetos criminalizados.
En esta dirección surge el nuevo paradigma criminológico o enfoque de la «reacción social», que parte de considerar que es imposible comprender la criminalidad si no se estudia la acción del sistema penal que la define y que reacciona contra ella, comenzando por las normas abstractas hasta llegar a la acción de las instancias oficiales (policía, jueces, instituciones penitenciarias que la aplican).
El estatus social del delincuente presupone necesariamente, por ello, el efecto de la actividad de las instancias oficiales del control social de la delincuencia, de manera tal que no llega a formar parte de ese estatus quien, habiendo tenido el mismo comportamiento punible, no ha sido alcanzado aún por la acción de aquellas instancias. Este último, por tanto no es considerado por la sociedad como delincuente ni lo trata como tal.
Lemert (1967) señala: «Pienso más bien que los grupos sociales crean desviación, aplicando estas normas a determinadas personas y etiquetándolas como outsiders. El desviado es una persona a quien el etiquetamiento ha sido aplicado con éxito».
Austin Turk, que asume este enfoque para aplicarlo a su estudio de la sociología del conflicto concluye que la delincuencia es, desde un punto de vista operacional, no propiamente una clase o combinación de clases de comportamiento, sino más bien una definición de los preadultos por parte de quienes están en la posición de aplicar las definiciones legales.
En lo que se refiere a la violencia urbana, aún con el grado de análisis y comprensión que hoy día se ha ganado frente al fenómeno, tenemos el reto de formular reflexiones, indagando por los grupos sociales que actúan, por los mecanismos mediante los cuales los actores sociales operan, por la estructura social que posibilita y/o alimenta determinados tipos de violencia y por las dinámicas sociales, locales que esto va generando (Camacho y Guzmán 1990).
Hemos constatado la imposibilidad de analizar la violencia en la cual participan los jóvenes sin indagar por la violencia urbana en general y sin descubrir las conexiones entre quien desarrolla una acción violenta y un conflicto que lo vincula con actores que aparentan como desligados de toda violencia.
Por eso, antes que «determinar» a los jóvenes como actores de violencia, hemos tratado de conocer las «Redes » de conflictos urbanos, las «inter-acciones» de jóvenes, que culminan muchas veces en acciones violentas.
Frente a estos discursos globalizadores que atribuyen a la juventud una visión subordinada, los jóvenes han generado sus propios espacios sociales que se concretan en territorios y significaciones donde generalmente establecen nuevas relaciones de poder y donde construyen su identidad.
En términos de criminalidad Colombia tiene una de las tasas más altas del mundo (Montenegro y Posada 1994). Durante los últimos diez años la tasa de homicidios fue de 77.5 por cada 100.000 habitantes. Le siguen Brasil con 24.6, Bahamas con 22.7, México con 20.6, Nicaragua 16.7, Venezuela 16.4, Argentina 12.4, Sri Lanka 12.2, Perú 11.5, Ecuador 11 y Estados Unidos 8.1
Mientras que la población creció en diez años en un 120.9% la tasa de homicidios se incrementó en 237%.
En lo que tiene que ver con las tasas delictivas, respecto al volúmen de población, las cifras revelan que las principales ciudades alcanzan tasas por encima de 1000 delitos por cada 100.000 habitantes. No se trata sin embargo de una correspondencia directa entre el tamaño de la ciudad y las tasas de homicidio y delitos. Ciudades intermedias como Pereira, Pasto y Cúcuta están muy por encima de la tasa para todo el país que es de 668.4 delitos por cada 100.000 habitantes.
Las ciudades de Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla (ciudades analizadas en el estudio que nos ocupa) representan el 30% de la población colombiana y aportan el 70% de los delitos contra la vida e integridad personal producidos en el país (40% de los homicidios y 30% de las lesiones personales ). Igualmente contribuyen con más del 70% de los principales delitos contra el patrimonio económico y con el 60% de los hurtos de automotores2.
Existe una gran desconfianza y dificultades de la sociedad para acceder a la justicia. El aparato judicial está cada vez más distante de las posibilidades y capacidad para dirimir los conflictos en la sociedad. La encuesta de hogares de 1985 señala que sólo se denuncian 21 de cada 100 delitos cometidos, de los cuales 14 prescriben. De los 7 restantes sólo 3 terminan en sentencia. Cada juez penal produce un promedio de 15 sentencias al año, poco más de una por mes. Esto quiere decir que el 97% de los crimenes quedan en la impunidad.
PORCENTAJES DE PARTICIPACIÓN SOBRE EL TOTAL DEL PAÍS –1993– |
(1) | % | (2) | % | (3) | % | (4) | % | Total | % | |
Bogotá | 4358 | 15.5 | 4854 | 17.0 | 27775 | 53.3 | 6744 | 44.3 | 43731 | 35 |
Medellín | 5398 | 19.2 | 1511 | 5.3 | 4386 | 8.42 | 1612 | 10.6 | 12907 | 10 |
Cali | 1848 | 6.59 | 2154 | 7.56 | 1008 | 1.94 | 980 | 6.45 | 5990 | 4.8 |
Barranquilla | 311 | 3689 | ||||||||
Colombia | 28026 | 28495 | 52066 | 15202 | 123789 |
(1) Homicidios (2) Lesiones personales (3) Hurtos (simples y calificados: robos y atroces) (4) Hurto de automotores Fuente: Revista Criminalidad de la Policía Nacional. Año 1993 |
Con el objetivo de lograr una aproximación más real al fenómeno de violencia juvenil, realizamos un estudio riguroso del período comprendido entre enero 1 y junio 30 de 1994, en las ciudades de Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla, en base a la información registrada por la prensa3 de estas ciudades y la información oficial del Instituto de Medicina Legal.
Durante el período investigado, en las cuatro ciudades los periódicos dieron información de 143 casos de homicidios contra niños y adolescentes. Estos 143 casos involucraron a 154 víctimas y en su muerte participaron 170 victimarios, de los cuales sólo 34 fueron identificados, segun las fuentes.
NÚMERO DE CASOS, VÍCTIMAS Y VICTIMARIOS PARA LAS CUATRO UNIDADES |
Ciudad | Casos | Víctimas | Victimarios | |
Bogotá | 20 | 22 | 16 con. | 19 des. |
Cali | 53 | 55 | 10 con. | 51 des. |
Medellín | 59 | 66 | 5 con. | 55 des. |
Barranquilla | 11 | 11 | 3 con. | 11 des. |
Total | 143 | 154 | 34 | 136 |
Como puede observarse en el cuadro, el número de casos y víctimas para Bogotá representa apenas el 14% del total. El dato llama la atención si se considera que fué la única ciudad para la que se analizaron dos periódicos (EL Tiempo y el Espacio). Además, se trata de la capital del país, que alberga el 5.83% de la totalidad de los colombianos y en la que se cometen el 34,88% del total nacional de homicidios, según los informes de criminalidad de la Policía Nacional.
En las ciudades de Cali y Medellín los periódicos registraron el mayor número de casos y de víctimas.
Los datos brindados para Barranquilla muestran que fué la única ciudad en donde hubo total correspondencia entre el número de casos y de víctimas, es decir, en ningún caso hubo más de una víctima. El dato es por lo demás coincidente con la información de Medicina Legal (como lo veremos adelante), esto no sucede con las otras tres ciudades.
Las ciudades de Bogotá y Cali registraron el mayor número de vicitimarios conocidos, aunque estos sólo representan el 5% del total de victimarios mencionados por los periódicos.
Al comparar los datos anteriores (sacados de la prensa) con la información brindada por el Instituto de Medicina Legal se comprueba una de las hipótesis que dió origen a esta investigación del subregistro que la prensa hace de este tipo de violencia. El Panorama general para las cuatro ciudades, durante el mismo período de tiempo, según Medicina Legal fué de 1.678 víctimas menores de 18 años. Si aceptamos la información de Medicina Legal como dato oficial, quiere decir, que la información recolectada por la prensa (154 víctimas) representa apenas el 10.89%. Veámoslo en la siguiente tabla:
NÚMERO DE VÍCTIMAS SEGÚN FUENTES |
Fuente | Bogotá | Cali | Medellín | Barranquilla | Total |
Prensa | 22 | 55 | 66 | 11 | 154 |
Med. Leg. | 806 | 510 | 350 | 12 | 1678 |
El cuadro anterior es concluyente respecto al registro que la prensa hace de los homicidios de niños y jóvenes. De igual manera se demuestra su rol en la formación de opinión. Por ejemplo, es muy común hablar de que en la ciudad de Medellín es donde se cometen el mayor número de homicidios (los datos del periódico el colombiano podrían estar indicando esto) sin embargo, según Medicina Legal, serían en su orden Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla.
Algunas investigaciones sobre violencia han señalado que la capital del país (Bogotá) concentra altos índices de violencia y criminalidad, en este sentido, las cifras de Medicina Legal, para este tipo de violencia nos parecen todavía lejanas de la realidad.
En el caso de Barranquilla, la similitud en el número de víctimas parece estar dado por el hecho de que la fuente principal del redactor judicial del periódico la constituye la información de Medicina Legal.
Con respecto a las edades de las víctimas podemos observar de conjunto, que el grupo de edad comprendido entre los 15-17 años representa el 78.6% de las víctimas, seguido del rango 11-14 años con el 16.2% . Este dato es bastante preocupante en la medida en que nos permite señalar que no se trata aquí de una violencia indiscriminada contra niños y adolescentes sino que se trata de una violencia selectiva y que son los jóvenes de este grupo etario el objetivo.
NÚMERO DE VÍCTIMAS POR GRUPOS DE EDAD |
Edades | Bogotá | Cali | Medellín | Barranquilla | Total |
0-5 años | 0 | 2 | 1 | 0 | 3 |
6-10 años | 2 | 2 | 0 | 0 | 4 |
11-14 años | 10 | 6 | 9 | 0 | 25 |
15-17 años | 10 | 45 | 55 | 11 | 121 |
Sin Información | 0 | 0 | 1 | 0 | 1 |
Total | 22 | 55 | 66 | 11 | 154 |
Desagregando la información de la tabla anterior, por ciudades, podemos resaltar el hecho de que en Barranquilla el 100% de las víctimas correspondieron al rango de 15-17 años. En los casos de Cali y Medellín se trata del 82% de las víctimas y en Bogotá se distribuyen por iguales partes para los 11-14 años y los 15-17.
Así mismo, las prensa indica que son los jóvenes hombres las mayores víctimas. Representan 130 víctimas de las 154. Las mujeres suman 22 y en dos casos no se informa. Proporcionalmente, Barranquilla tiene el más alto registro (de 11 víctimas, 10 corresponde a hombres y una sóla mujer).
Un aspecto muy importante del estudio tiene que ver con el perfil (profesión) de las víctimas. En 96 de los 154 casos no se tuvo información. Los 58 restantes se distribuyen entre albañiles (3), estudiantes (10), indigentes4, vendedores ambulantes (4), pandilleros (2), otras profesiones (33). Los estudiantes aparecen como un sector social específico de este tipo de violencia, de manera particular en las ciudades de Bogotá y Barranquilla.
En reciente investigación llevada a cabo por estudiantes de estadística de las Universidades Central y de Los Andes, el problema mas sentido por los bogotanos, resultó ser el de la inseguridad. En 1993, Bogotá registró el 30% de los delitos en el país. Entre enero y octubre de ese año fueron muertos en circunstancias violentas 1.026 niños menores de 15 años. Y entre 1992 y 1993 se registraron 8.836 muertes violentas cuyas causas principales corresponden a riñas, ajustes de cuentas, atracos, venganzas y acciones de «limpieza social».
Pero los jóvenes también se organizan para defenderse y agredir. En Bogotá existen 107 pandillas juveniles. Entre julio de 1992 y julio de 1993, menores de 18 años se hallaban comprometidos en la comisión de 2.867 delitos de los cuales 157 fueron homicidios(4).
En lo que respecta a la violencia contra niños y jóvenes en la ciudad de Bogotá, hemos tenido acceso a dos fuentes de información oficial cuyos datos muestran pocas diferencias en las cifras, aunque no corresponden exactamente a los mismos grupos de edad.
En primer lugar, la PERSONERIA DE SANTAFE DE BOGOTA, realizó un detallado reporte estadístico de muertes violentas desde julio de 1992 hasta julio de 1994. El informe se basa en las actas de levantamiento de cadáveres practicadas por la Fiscalía General de la Nación.
MUERTES VIOLENTAS DE MENORES DE 18 AÑOS POR LOCALIDADES ENERO-JUNIO DE 1994 PERSONERÍA DE SANTAFE DE BOGOTÁ, D.C. |
Localidades | 0-1 | 1-9 | 10-17 | TOTAL |
Usaquén | 29 | 8 | 11 | 48 |
Chapinero | 9 | 4 | 7 | 20 |
San Cristobal | 37 | 10 | 19 | 66 |
Santafé | 11 | 11 | 4 | 26 |
Usme | 16 | 4 | 8 | 28 |
Tunjuelito | 44 | 6 | 22 | 72 |
Bosa | 35 | 3 | 8 | 46 |
Ciudad Kennedy | 38 | 11 | 24 | 73 |
Fontibón | 13 | 2 | 3 | 18 |
Engativá | 22 | 11 | 8 | 41 |
Suba | 11 | 3 | 3 | 17 |
Barrios Unidos | 12 | 3 | 7 | 22 |
Teusaquillo | 11 | 2 | 4 | 17 |
Los Mártires | 25 | 9 | 13 | 47 |
Antonio Nariño | 8 | 6 | 15 | 29 |
Puente Aranda | 14 | 2 | 7 | 23 |
Candelaria | 2 | 0 | 4 | 6 |
Rafael Uribe | 19 | 2 | 10 | 31 |
Ciudad Bolívar | 46 | 8 | 17 | 71 |
Sumapáz | 1 | 0 | 0 | 1 |
Indeterminada | 24 | 18 | 13 | 55 |
TOTAL | 427 | 123 | 207 | 757 |
Según esta institución las muertes violentas de menores aumentaron considerablemente entre el segundo semestre de 1992 que se registraron 687 muertes y el primer semestre de 1994 que registraon 757. De 3928 muertes violentas registradas 757 corresponden a menores de 18 años, en el período de enero a junio de 1994.
El mismo informe señala que en el 60% no se pudo establecer la causa de la muerte según el tipo de arma, el 15% se debe a muerte por arma de fuego; el 6% arma blanca. De igual forma se deduce que las localidades donde se registró mayor número de muertes fué en Ciudad Kennedy, Tunjuelito, Ciudad Bolívar y San Cristóbal.
En segundo lugar, el INSTITUTO DE MEDICINA LEGAL, encargado de establecer la causa de la muerte a través de la práctica de la necropsia, por lo tanto incluye también casos de muerte natural o accidental, registró en Bogotá, en el período de enero a junio de 1994 un total de 806 muertes de menores de edad.
Como ya lo señalamos, los periódicos El Tiempo y El Espacio reportaron entre enero 1 y junio 30 de 1994, 20 casos de homicidios contra menores, que involucraron a 22 víctimas y a 35 victimarios, 16 de ellos conocidos y 19 desconocidos.
De los 20 casos, 8 fueron informados exclusivamente por El Tiempo, entre ellos, dos matanzas con diez víctimas adultos, además de los dos menores muertos en dichos hechos, y tres niños indigentes muertos en acciones de limpieza.
El Espacio, por su parte, informó exclusivamente sobre 12 casos de homicidios -4 con despliegue de primera página y fotos-, 8 en la página judicial. A 2 de estos casos les dió seguimiento durante tres días. Tanto El Tiempo como El Espacio coincidieron en la información sobre los homicidios de 5 menores.
MUERTES VIOLENTAS DE MENORES DE 24 AÑOS POR INSTITUTO DE MEDICINA LEGAL |
Grupos Edad | Hombres | Mujeres | Total |
0-4 | 21 | 7 | 28 |
4-14 | 64 | 10 | 74 |
15-24 | 645 | 59 | 704 |
TOTAL | 730 | 76 | 806 |
El homicidio que tuvo mayor despliegue y seguimiento por parte de ambos periódicos fue el de la menor Diana Marcela Caldas Galán de 6 años, heredera de una fortuna, cuyos hermanastros utilizaron sicarios para matarla. En los hechos resultó herida la madre de Marcela y posteriormente también murió en el hospital a donde fue llevada.
Como puede observarse, el número de homicidios en Bogotá (22), recogidos de los dos periódicos, es bastante bajo cuando se compara con las cifras de Medicina Legal para el mismo período (806).
En lo que tiene que ver con las víctimas, respecto de las otras tres ciudades estudiadas, Bogotá representa el 14% de las víctimas registradas por los periódicos.
Los grupos de edad que mayor número de víctimas registran están entre 11-14 y 14-17 años. Cada uno representa el 6.4% de los 22 homicidios.
De estas 22 víctimas, 5 son mujeres y 17 hombres. Medicina Legal, registra 76 mujeres y 730 hombres para el mismo período cubierto por estos diarios.
1 Tasas de homicidios en algunos paises. Fuentes: Policiía Nacional Colombiana, Organización Panamericana de la Salud, Naciones Unidas. Cuadro tomado del libro «Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia». Departamento nacional de Planeación y FONADE. Bogotá, enero de 1995
2 Revista de Criminalidad de la Policía Nacional, #35, 1993, págs. 61- 74, Bogotá
3 Para el estudio mencionado se consultaron los periódicos: El Tiempo y El Espacio para la ciudad de Bogotá, El Colombiano para la ciudad de Medellín, el Caleño para la ciudad de Cali y el Heraldo para la ciudad de Barranquilla. Igualmente fué diseñado un instrumento científico de recolección de los datos, de sistematización y de cruce de variables. Esta fuente se confrontó con la fuente oficial de las seccionales del Instituto de Medicina Legal, en las cuatro ciudades y para el mismo período señalado.
4 Segovia Guillermo. «La violencia en santafé de Bogotá». Bogotá 1994
![]() |
Versión PDF |
Ricardo Daza G.*
* Sociólogo. Ha sido Coordinador del área de juventud de la Consejería Presidencial para la Juventud, la Mujer y la Familia y Coordinador de Planeación del Viceministro de Juventud en el Ministerio de Educación.
La Política de Juventud, en discusión desde 1985 pero formalizada en 1992 y luego en 1995, es un instrumento de Política Social que corresponde a la modernización del Estado y la democratización del país. El modelo vigente de planeación y la transición institucional abierta por la Constitución del 91 han creado un escenario tan lleno de oportunidades como de dificultades para consolidar este espacio de la participación juvenil y de la concertación entre la sociedad civil y el Estado.
Según algunos analistas siempre existe una Política de Juventud aun cuando no sea declarada. El hecho de que el Estado se limite, frente a los jóvenes a disponer el sistema educativo, el servicio militar obligatorio y algunas actividades deportivas, encerraría una suerte de política implícita. Este punto de vista tiene cierto interés para reconocer cuál es la imagen social predominante de los jóvenes y las responsabilidades asumidas por el Estado frente a ellos. No obstante en el presente artículo vamos a entender como Política de Juventud la expresión formalizada de la voluntad del gobierno para dirigir sus acciones - y quizá convocar a la sociedad- en determinada dirección en favor de los jóvenes. En Colombia esta formalización se ha hecho en dos ocasiones: la primera, durante la administración Gaviria en noviembre de 1992 en un documento del Conpes y la segunda, en la actual administración en junio de 1995 con la misma clase de instrumento.
Con anterioridad a estas formulaciones han existido acciones del Estado cuyos beneficiarios han sido prioritaria o exclusivamente los jóvenes, algunas de las cuales tienen enorme importancia, baste mencionar el SENA, COLDEPORTES, algunas acciones del ICBF y por supuesto el sistema educativo o el servicio militar.
Se suele datar de 1985, con la celebración del año internacional de la Juventud por las Naciones Unidas, el comienzo del debate público sobre la necesidad de una política de juventud. Con pocos cambios la concepción básica de las propuestas que las Naciones Unidas dieron a circulación, se conserva: la Política de Juventud como la coordinación de todas las acciones del Estado y la sociedad civil en favor de los jóvenes, teniendo como eje fundamental la participación de los mismos jóvenes. Este enfoque introducía una crítica a la concepción entonces vigente según la cual cuando se hablaba de juventud, ello se refería a programas de recreación y deportes o de alternativas de uso del tiempo libre.
No obstante fue necesario que pasara un cierto tiempo antes de que el Estado acogiera la posibilidad de interesarse en el tema. La crisis de la década de los 80 con el ascenso del narcotráfico, el fenómeno del sicariato en Medellín y luego en otras ciudades, el incremento de la delincuencia juvenil y muchos otros signos de descomposición social, hicieron que al llegar el gobierno de César Gaviria en 1990, la preocupación pública por la juventud condujera a la creación de la Consejería Presidencial para la Juventud, la Mujer y la Familia.
Como resultado de la gestión de la Consejería se aprobó el primer documento de Política de Juventud en 1992.
Sin pretender formular un diagnóstico de la situación de la juventud, cabe recordar algunas de las condiciones básicas que precedieron al mencionado documento.
En primer lugar, como se ha sugerido antes, quizá el doloroso fenómeno del sicariato llevó a sectores de la opinión pública al reconocimiento de que algo sucedía con los jóvenes frente a lo cual la sociedad y el Estado simplemente no alcanzaban a comprender y actuar adecuadamente. En los diarios, en los últimos 15 años, se han publicado con cierta frecuencia reportajes sobre los jóvenes de los sectores populares de las grandes ciudades: la comuna nororiental de Medellín o Ciudad Bolívar en Bogotá. Los periodistas con buena intención pero con pésima fortuna, hacen una descripción de los jóvenes como parte de un mundo sórdido sumido en la droga y la violencia.
Esta imagen que hizo carrera hace muy pocos años y que no se ha desvanecido del todo, suscitó por una parte gran acogida a las propuestas de la Consejería en muchas ciudades y departamentos, pero por otra animó las campañas de “limpieza social” por cuenta de las cuales han caído abaleados muchos jóvenes en varias ciudades.
Aunque la prensa caiga con frecuencia en la exageración unilateral, no es posible desconocer que, en efecto, la juventud y en especial aquella que habita en los barrios populares de las ciudades más grandes se encuentra en una situación muy complicada. Es sabido que la cobertura de la educación secundaria es de apenas la mitad de la población que está en edad de ingresar a ella. El desempleo es mucho mayor entre los jóvenes que en el resto de la población. El embarazo adolescente es muy frecuente, las oportunidades de acceder a servicios de salud o recreación son mínimas. La vinculación de los jóvenes a la violencia es importante pero por supuesto no es un problema de ellos sino de toda la sociedad. Todos los contingentes armados que hay en el país están compuestos por jóvenes, ya se trate del ejército nacional, de la guerrilla, o del crimen organizado. Los muertos en el desangre crónico que vive el país son predominantemente jóvenes. Es muy notorio que la principal causa de muerte entre los varones menores de 30 años sea la violencia.
Por otra parte no es menos cierto que la juventud es protagonista de muchos esfuerzos por mejorar la vida de sus propias comunidades. Es un lugar común referirse a la apatía e indiferencia de los jóvenes actuales en comparación con aquellos de las décadas del 60 y del 70. Esta imagen se basa en la poca acogida que tiene la política partidista entre la juventud universitaria. Pero en los barrios señalados como nidos de pandillas y delincuencia juvenil es posible encontrar centenares de grupos juveniles ecológicos, culturales, o motivados por las mas diversas causas intentando aportar a la vida de sus comunidades. Estos grupos, por supuesto, jamás aparecen en las páginas de los diarios.
Más allá de lo que pueda demostrarse con cifras sobre los problemas que padecen los jóvenes, parece haber un cierto acuerdo en cuanto a que los sistemas tradicionales de socialización como la familia y la escuela han dejado de funcionar -o quizá nunca lo hicieron a cabalidad- y que los jóvenes construyen sus propios espacios alternativos de socialización, menos terribles de lo que la sociedad adulta imagina, y allí definen su identidad personal y colectiva. En un país donde el 50% de la población tiene menos de 25 años esto equivale a una grave crisis cultural para la cual no hay soluciones simples y que requiere de esfuerzos de la sociedad civil y el Estado, en todos los frentes, con el propósito de generar un nuevo modo de relacionarse con los jóvenes, en el cual los protagonistas principales sean ellos mismos.
Es importante detenerse a examinar un poco lo que sucede con la política social en los años recientes para entender cuales son los retos y las posibilidades de la política de juventud en este contexto.
En Colombia coexisten en la práctica de la gestión social varios modelos correspondientes a diversas etapas de desarrollo de la política social y de concepciones sobre el papel del Estado. Las instituciones estatales tienen una gran inercia y demoran mucho tiempo antes de incorporar cambios en su forma de actuar. Muchas veces los nuevos discursos anteceden en varios años a la implantación de las prácticas correspondientes.
La idea de una Política de Juventud, no sectorial, es nueva como veremos más adelante y surge en un contexto de política social que se caracteriza por una profunda crisis y por la que quizá sea la transición institucional mas importante del siglo. La constitución de 1991, el proceso de descentralización, la modernización del Estado, la política más o menos neoliberal de los últimos gobiernos, son todos factores que han puesto en discusión el papel y alcance de la intervención del Estado en la vida social.
Lo que solemos llamar “Política Social“, es la expresión de la voluntad de la administración para cumplir con funciones del Estado, cuya comprensión cambia históricamente, pero que en términos de la nueva Constitución tienden a concebirse como orientadas a garantizar la igualdad de oportunidades y la vigencia de los derechos de los ciudadanos. Esa política puede tener una expresión más o menos sistemática y coherente y responder en mayor o menor grado a procesos de concertación entre diversas fuerzas sociales.
El uso de la expresión POLÍTICA PÚBLICA sugiere algo que va más allá de la política de Estado o de gobierno y que incluiría la participación de la sociedad civil. No obstante el grado en el cual la política social se ajuste a esa denominación depende de la concepción vigente sobre el papel del Estado y por supuesto de los mecanismos y canales que permitan la participación de la sociedad civil. En Colombia la planeación desde su establecimiento en 1968 ha sido fuertemente centralizada mediante procesos técnicos concentrados en el Departamento Nacional de Planeación. Este órgano formula políticas en consulta con las entidades estatales del nivel central, y a veces sin mediar esa consulta. La planeación se inspira en las directrices del Gobierno y su capacidad de atender las necesidades de diversas regiones y sectores sociales depende de los instrumentos de diagnóstico disponibles y de la capacidad de presión de tales regiones y sectores. En cuanto a los instrumentos de diagnóstico el país ha avanzado. En cuanto a la posible participación no hay aún procesos que permitan pensar que la formulación de políticas es fruto de concertación de voluntades.
La planeación centralizada tiene como uno de sus efectos que los instrumentos de la política sean de manera predominante o exclusiva aquellos que están bajo el control directo del Estado: así, por ejemplo, cuando de educación y salud se trata las políticas están fuertemente determinadas por el hecho de que el Estado administra enormes complejos institucionales de prestación de servicios y que el principal instrumento que tiene a su alcance es la orientación del gasto público en una u otra dirección. En este caso las orientaciones de sentido de la Política se materializan en inversiones. Y el proceso de formulación de las políticas es poco diferenciable del proceso de programación del gasto.
En otros casos, como las relaciones laborales, el Estado dispone de una facultad normativa para su regulación. El instrumento por excelencia allí es la reglamentación más que la inversión.
En general la Política Social tiende a traducirse en esos dos grandes modos de intervención del Estado: gasto público y regulación mediante normas. La idea de una POLÍTICA PÚBLICA no reducida a la acción del Estado que incorpore a la sociedad civil y que se exprese en acciones generadas desde ambos polos no tiene aún mecanismos que la hagan posible. Valga decir que la Política de Juventud aspira a ser ante todo una política pública en cuanto admita la participación de los jóvenes como postulado básico y convoque todos los esfuerzos que se hacen desde la sociedad civil y desde el Estado.
La Política social, como cualquier otra se configura con decisiones sobre las cuales influyen de manera más o menos determinante, diversos actores: desde instituciones públicas como los entes sectoriales, o el Departamento Nacional de Planeación, (que controla la asignación del presupuesto de inversión), el Ministerio de Hacienda, hasta actores sociales que representan fuerzas de presión: partidos, sindicatos, gremios, movimientos sociales, etc. El Estado no representa una voluntad única, constituye mas bien el escenario de negociación entre distintas opciones e intereses. Por supuesto la correlación de fuerzas entre los distintos actores depende de muchas circunstancias y es cambiante. En los años recientes el proceso de descentralización ha hecho que el Estado pierda aún más su unidad para convertirse en un conjunto de actores relativamente autónomos, con grados de desarrollo muy diferentes y cuyas formas de relación no están aún del todo claras.
La planeación centralizada, que tiende a excluir a los actores no estatales, ha perdido cada vez más su vigencia por cuanto los recursos descentralizados no son sujetos a control desde el organismo central. En los años recientes se ha vivido un proceso complejo cuyo sentido es en alguna medida contradictorio: por una parte se han dado pasos definitivos para consolidar la autonomía regional en las materias que la Constitución establece, pero por otra parte muchas de las medidas tomadas- por ejemplo los fondos de cofinanciación- han sido criticadas por realizar una descentralización puramente administrativa en la cual el poder central se reserva la capacidad de tomar las decisiones.
En el contexto de una política social en transición, el tema de la juventud presenta ciertas particularidades: En primer lugar los jóvenes no son un “sector social”, expresión usada para designar especialización en relación con un orden de problemas. La idea de que un conjunto de población, comprendida en un rango de edades y por lo tanto usuaria potencial de todos los servicios y acciones sectoriales, debería ser objeto de una política especial es relativamente nueva. Si bien tiene alguna tradición en los países europeos, en América Latina es solo hasta la década del 80 que empieza a perfilarse. Esta idea implica disponer de una política que atraviese de manera transversal las distintas responsabilidades sectoriales del Estado.
En segundo lugar no hay en este caso una infraestructura de prestación de servicios para los jóvenes que sea comparable con las de sectores como Educación y Salud. Los canales del gasto público en juventud son múltiples y dependen de centros de decisión diversos. No existe una institucionalidad desarrollada que se ocupe del tema. Las oficinas de juventud- cuya creación se inició en el gobierno anterior y de las cuales hay cerca de 60- tienen muy pocos años y son en su mayoría estructuras muy precarias que aún están ganando credibilidad ante sus administraciones, el Viceministerio de la Juventud tiene solo un año de existencia. Por otra parte mucho de lo que se ha hecho y sigue haciéndose en relación con los jóvenes tiene como protagonista institucional a entes privados: religiosos, comunitarios, etc.
En tercer lugar, la legislación que afecta a los jóvenes en el sentido de fijar sus posibilidades, oportunidades y límites está dispersa en instrumentos normativos de naturaleza muy diversa. Los recursos de inversión que podrían ser usados en la atención a los jóvenes están en Municipios y Departamentos. La presencia en estas instancias de fuerzas interesadas en la política de juventud, trátese de funcionarios o sectores de la sociedad civil es aún muy débil, dentro de una gama muy diversa de expresiones regionales. La apropiación de recursos para la juventud compite desventajosamente con la salud y la educación, servicios cuya importancia nadie pone en duda y en cuya gestión están estrenando los municipios y departamentos su recién adquirida autonomía.
Así pues el Estado no parece disponer en este caso de los instrumentos que le permiten o mejor lo obligan a tener política social en el sentido mas convencional. Esta circunstancia puede ser una desventaja por cuanto siempre habrá mayores urgencias y presiones en la salud y la educación. Pero representa una ventaja por cuanto frente a la política de juventud el Estado no tiene otro camino que la concertación y el poner a prueba nuevas formas de entender su papel a riesgo de quedarse en la mas completa irrelevancia, mientras se limite a entender tal Política como la suma de las inversiones del nivel central que, además, tienden a ser cada vez menores.
En cuanto a los actores la situación no es mucho mejor. Si bien los jóvenes son nada menos que la cuarta parte de la población del país. No hay estructuras organizativas fuertes ni capacidad de hacerse representar. Ni los funcionarios que se ocupan del tema constituyen un gremio con capacidad de presión. Las organizaciones no gubernamentales que trabajan con jóvenes inician apenas recientemente esfuerzos para actuar de manera concertada.
La gestión de la Consejería durante el gobierno Gaviria, en lo relativo a los jóvenes, se vio favorecida por el particular clima que vivió el país en torno a la asamblea Constituyente. Nadie mas indicado que los jóvenes para hacerse abanderados de los anhelos de democratización y el optimismo que se vivió en ese momento. Con distintos alcances según circunstancias particulares, en varias ciudades hubo una significativa movilización local y se realizaron experiencias de participación. La Consejería inició programas e intervenciones con diversos grados de éxito pero con el común denominador de concentrarse en la participación juvenil. Esta concepción significaba un avance frente a los enfoques anteriores que de una u otra manera veían en el joven un peligro o un desvalido a quien se debía salvar o un sujeto de control social.
El primer documento, después de un breve diagnóstico, establece un conjunto de criterios básicos. El primero de ellos: “creación y fortalecimiento de espacios en todas las instancias de la vida nacional donde la participación de la juventud sea posible”1; el segundo, la organización, con la afirmación: “la participación de los jóvenes será posible en la medida que estén agrupados en organizaciones que canalicen su actividad y que puedan representarlos”; este énfasis un tanto unilateral en la agrupación en detrimento del individuo impregnó tanto el discurso como las acciones de la Consejería. Un tercer criterio es la descentralización expresada en: “el propósito de desarrollar, a partir del municipio, la participación de los jóvenes y la capacidad institucional para atender a sus demandas”; el cuarto criterio hace referencia a la orientación prioritaria de la inversión hacia “los sectores de población donde los jóvenes padecen de una mayor falta de oportunidades”. Finalmente el último criterio hace relación a la necesidad de promover la equidad entre los géneros; mejorar sus condiciones de vida; su adecuada vinculación a la vida económica nacional; su participación y organización, así como el fortalecimiento de la capacidad institucional de atención específica hacia los jóvenes.
Cada uno de estos temas se desarrolla enunciando las acciones específicas en las cuales se materializa. Así, al primero. enunciado como “desarrollo humano”, corresponden las acciones para ampliar la secundaria contenidas en el “Plan de Apertura Educativa” muy ambicioso en sus metas pero modesto en sus realizaciones. En salud se mencionan programas preventivos de la drogadicción, de educación sexual, de apoyo a jóvenes discapacitados y de “salud integral al adolescente”. Escapa a las posibilidades del presente texto detallar exhaustivamente el contenido de los programas y por supuesto, evaluar el grado y circunstancias de su cumplimiento. El documento, en general, contiene la mezcla de dos ingredientes: acciones en marcha desde distintas instituciones, algunas contenidas en otros documentos CONPES como en el caso de la educación y experiencias relativamente nuevas promovidas desde la Consejería o el despacho de la Primera Dama, es el caso del Fondo de Iniciativas Juveniles, concebido para financiar proyectos presentados por los jóvenes organizados; el Sistema Nacional de Orquestas Sinfónicas Juveniles e Infantiles- BATUTA-; el Plan Nacional de Turismo Juvenil; la Tarjeta Joven; el Centro Colombiano de Información y Documentación de Juventud- INFAJU. Un conjunto de programas de empleo y/o capacitación para el trabajo; los Consejos Municipales de Juventud; las oficinas municipales y departamentales de juventud y un programa de investigaciones. Los resultados al cabo de los cuatro años del gobierno fueron muy desiguales pero de ninguna manera despreciables.
Para lo que nos interesa, el proceso de formulación de la Política de Juventud, cabe destacar que ninguna de las acciones bajo responsabilidad de instituciones diferentes de la Consejería, fue concebida y diseñada en el proceso de gestación del documento. Estaban allí y se las reunió en el texto. De la misma manera la Consejería nunca dispuso de un mecanismo que le permitiera coordinar o por lo menos estar al tanto del cumplimiento de otras que no fuesen sus propias acciones. De alguna manera la Política se formuló siguiendo una lógica como la señalada en el primer párrafo de este artículo: inventariar qué hace el Estado por los jóvenes e incluirlo sin que ello signifique una coordinación real de las acciones. Finalmente el hecho de que la Consejería en cuanto mecanismo provisional no tuviese capacidad de operación propia y estuviese sujeta a todas las crisis de reorganización del Estado abiertas por la Constitución del 91, hizo que muchos propósitos se quedaran en el papel o en pequeñas experiencias piloto.
El documento tiene de todas maneras un significado importante: es la primera vez que el Estado Colombiano se ocupa de manera pública y formal del tema. Hacerlo requirió de una lucha interna en el gobierno frente a aquellos que veían con menosprecio el tema como irrelevante. La política de Juventud conquistó así su legitimación como parte de la política social.
Como uno de los productos de la gestión de la Consejería, el gobierno del Presidente Samper creó el Viceministerio de la Juventud en el Ministerio de Educación Nacional. Aunque el nuevo organismo recogió en lo fundamental la orientación de la Consejería e incluso sus compromisos de ejecución, cabe señalar la duda de si en el largo plazo podrá sobrevivir la orientación poblacional o integral en una institución tan rígidamente sectorial como el MEN.
En junio de 1995 el Conpes aprobó un segundo documento de Política de Juventud, esta vez en el marco del plan de desarrollo, instrumento que en su sentido actual también se estrena en este gobierno.
El documento se abre con una declaración en el sentido de que la política se basa en “el reconocimiento del joven como sujeto de derechos y deberes”2. A continuación hace un breve diagnóstico que registra los problemas más grandes que ya se señalaban tres años antes: déficit de cupos en la secundaria, deserción, baja calidad de la educación, elevada incidencia del desempleo, violencia, etc.; el documento hace reconocimiento de los avances obtenidos durante el gobierno anterior especialmente en la creación de oficinas de juventud e indica que el Viceministerio se creó “con el propósito de institucionalizar una orientación integral, no sectorial, de la política de juventud. El Viceministerio cumple un papel coordinador y orientador de las acciones del Estado frente a los jóvenes. Su misión es lograr que el Estado y la sociedad colombiana en su conjunto, mejoren su capacidad de admitir a los jóvenes como ciudadanos participantes y se amplíen constantemente las oportunidades de desarrollo a su alcance”.
El nuevo documento se ordena a partir de cinco estrategias a cada una de las cuales corresponden un conjunto de acciones. Brevemente, su contenido es el siguiente:
La nueva formulación es destacable por dos hechos importantes: introduce la idea de que el joven debe ser objeto de política pública en cuanto sujeto de derechos, superando con esto las nociones de población vulnerable, en alto riesgo, etc., que habían servido siempre para entender la intervención del Estado; el texto actual, por otra parte, ya no se concentra de manera exclusiva en las inversiones del órgano rector de la política- en este caso el Viceministerio de la Juventud- sino que plantea un conjunto de responsabilidades de otras instituciones fortaleciendo este aspecto de importancia vital.
Las dos formulaciones de política de juventud mencionadas tienen en común tender a ser listados de inversiones del nivel central característico del enfoque técnico centralizado que ha sido propio del Departamento Nacional de Planeación. La nueva legislación sobre el Plan de Desarrollo al determinar un breve período al comienzo del gobierno para su confección ha fortalecido este enfoque. La política como formulación orientadora de la acción del Estado, que convoque a la sociedad civil a actuar en cierta perspectiva y con ciertas prioridades: Política Pública en el sentido antes mencionado; este tipo de política no tiene canales, ni mecanismos que la hagan posible. Uno de los efectos de la aproximación vigente es cierto carácter retrospectivo de la política: se registra un conjunto de acciones en la perspectiva de “quién lo hace y cuanto vale”, esto es aquello que las instituciones están en capacidad de comprometerse a realizar. El importantísimo asunto de qué nuevas tareas se deben abordar para que las instituciones sean capaces de superar sus limitaciones actuales no aparece, ni la capacidad de convocar y orientar a sectores de la sociedad civil. Se trata de un corte en el momento presente con muy poca capacidad propositiva hacia el futuro.
No obstante la descentralización exige para el Estado del nivel central un papel diferente al del puro manejo de sus inversiones como instrumento para hacer política social. La Constitución del 91 en sus artículos 339 a 344 establece un sistema nacional de Planeación y deja al desarrollo legislativo la organización de los mecanismos que le darán vida. Sin embargo el proceso para adoptar una visión diferente de la Planeación puede requerir años.
Hay condiciones en la situación actual del país que exigirían un nuevo tipo de enfoque en la formulación de políticas y que más temprano que tarde harán entrar en crisis el modelo vigente: la descentralización ha creado un conjunto de entes autónomos, que disponen de presupuestos de inversión, de modo que lo más significativo de la inversión social no se hace desde la nación. Ello implica la necesidad de que el Estado en el Nivel nacional desarrolle más su capacidad de orientar, dirigir, coordinar, proponer direcciones de política, pues ya no tiene el control directo de los recursos de inversión. Este es uno de los múltiples aprendizajes que el país debe hacer para reestructurar su capacidad de hacer política social.
La Política de Juventud ha tenido, desde que se puso a la discusión pública en 1985, ciertos postulados conceptuales que han sido consensos entre diversos sectores y que, más que realidades, constituyen un horizonte de posibilidades. En particular nos interesan tres:
La descentralización encierra, además tendencias contradictorias: de una parte ha significado pérdida de la capacidad de dirección de las instituciones del orden nacional al perder sus instrumentos tradicionales y su capacidad para tomar todas las decisiones desde la Capital, pero de otra algunos aducen que se ha trasladado a las regiones la carga administrativa, reteniendo en el nivel nacional los instrumentos de decisión. Ya se mencionó antes el caso de los fondos de cofinanciación. La misma idea de que compete al nivel nacional orientar y planificar puede conducir a reeditar el centralismo mientras no se instauren prácticas reales de participación de las regiones en la concepción de las políticas. Desde el ámbito de la Política de Juventud es necesario avanzar en esta dirección.
Estas aspiraciones no son exclusivas de la política de juventud, de hecho están presentes en todas las formulaciones de política social hechas en los últimos 15 años. Ante ellas los organismos responsables de la Política de Juventud tienen la desventaja de su carácter incipiente y su debilidad institucional pero tienen la enorme ventaja de no tener prácticas anteriores que desaprender y estar en condiciones de innovar.
1 El CONPES aprobó un documento bajo el título “Política Social para los jóvenes y las mujeres”- Documento PPJMF-DNP-UDS-DIPSE 2626. Santafé de Bogotá, noviembre 23 de 1992. Este texto contenía un resumen ejecutivo de dos documentos más extensos sobre los temas de juventud y mujeres respectivamente. Los textos amplios fueron puestos en circulación por la Consejería. Las citas de esta parte son tomadas del documento extenso sobre juventud.
2 Política de Juventud. Documento CONPES 2794 Mineducación-DNP-UDS. Santafé de Bogotá. D.C. Junio 28 de 1995.
Revista Nómadas
Dirección de Investigación y Transferencia de Conocimiento
Carrera 5 No. 21-38
Bogotá, Colombia
Correo electrónico: nomadas@ucentral.edu.co