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Editorial

Con inmenso regocijo presentamos hoy la publicación institucional del Departamento de Investigaciones de la Universidad Central –DIUC–, dirigida a la comunidad académica e investigativa del país. Ella es la expresión del momento neural de un proceso que se inició hace ya varios años.

Nuestra «aventura» académica ha contado con el respaldo irrestricto de las directivas de la Universidad y, en particular, de su Rector, Jorge Enrique Molina Mariño, quien con espíritu universitario ha dirigido este camino. Ello obedece a su convicción profunda sobre el lugar que debe ocupar la investigación en la entraña de la educación superior colombiana. La investigación, lo reitera en la palabra y en la praxis, es una condición necesaria para lograr la construcción de la sociedad pujante, autónoma y pacífica que todos anhelamos. Y desarrollarla es responsabilidad ineludible de la institución universitaria.

Consideramos que el primer número de NÓMADAS es la oportunidad justa para agradecer el apoyo y la confianza otorgados a este Departamento por el señor Rector, el Consejo Superior, los decanos y el Consejo Académico en general, así como por el Comité de Coordinadores de los Centros de Investigación de la Universidad.

NÓMADAS, «... buscadores de puntos de agua sobre la corteza del mundo; vosotros que buscáis, vosotros que encontráis razones para marchar a otros lugares...», recoge los avances investigativos, las dudas, las inquietudes y los aciertos de la labor difícil, tesonera, Obstinada y grata de un excelente equipo de investigadores. El es nuestra mayor riqueza y la clave de los logros alcanzados. Gracias inmensas a cada uno porque se han comprometido, con mística y altruismo, asumiendo como suyo el Proyecto Investigativo de la Universidad Central, cuyas metas trascienden con creces la ejecución de investigaciones puntuales. Nos propusimos el desarrollo de Programas de Investigación, la difusión de hallazgos y la formación de investigadores, como directrices de un camino que con paso lento y seguro vamos erigiendo en nuestro andar cotidiano.

Hemos contado con la fortuna de un magnífico grupo de labores en el cual Humberto Cubides C. y Carlos Eduardo Valderrama H., asesores del Departamento, han jugado un papel determinante: su formación, la lucidez de sus iniciativas y su dedicación sin límites, han sido definitivos en la conducción del trabajo. A más de la tarea infatigable de Elena Garzón, Dora G. Rodríguez y Ruth Pinilla, tres secretarias de la mejor calidad. Gracias a ellos y a ellas, al igual que a quienes en pretérito apoyaron el programa: Mónica Mendiwelso, Alberto Maldonado y Constanza Chacón, entre otros, coadyuvaron a forjar la «utopía» y a acercarla a la realidad.

En este capítulo de reconocimientos, Colciencias ocupa un lugar especial. Su apoyo ha sido concluyente y no sólo desde el punto de vista financiero. Oportunamente nos han cuestionado, nos han alentado y nos han retado y ello, sin equívocos, ha contribuido a consolidar el Proyecto Investigativo de nuestra Universidad. Particularmente debemos referirnos a los doctores Clemente Forero P, Director de Colciencias y José Luis Villaveces C., Subdirector de Programas de Ciencia y Tecnología. De manera muy especial a Francisco Gutiérrez S. y Juan Plata, Jefe y Asistente del Programa de Ciencias Sociales y Humanas, respectivamente. Como funcionarios y como críticos nos han brindado invaluables aportes.

En la misma forma tenemos que expresar nuestra gratitud al doctor Jesús Martín Barbero, Asesor Externo del Programa de Investigaciones sobre Violencia y Socialización, quien en aras de su generosidad infinita, ha terminado enterándose de los distintos proyectos del Departamento y por ello nos hemos nutrido de la sabiduría de sus conceptos y opiniones. También gracias a quienes han sido o serán asesores externos de las distintas investigaciones: Suzy Bermúdez, Gabriel Restrepo, Fabio Zambrano, Jaime Arocha, Fernán González, Darío Restrepo y Carlos Moreno. Igual sentimiento hacia quienes integran el Consejo Editorial de esta publicación –especialmente para Sonia Cárdenas Salazar por su desinteresada colaboración de todo momento y su Consejo de Redacción, conformado en la totalidad por directivos e investigadores de la Universidad. Por último, un reconocimiento a los funcionarios y trabajadores de la Central que han contribuido al proceso global y a darle vida a nuestra revista. En particular a Judith López, Jefa de la Oficina de Publicaciones y a Marialuz Mateus quien con ilimitada paciencia y creatividad escuchó nuestras sugerencias en el diseño y edición de la publicación. * * * *

NÓMADAS emerge del Departamento de Investigaciones, instancia que ha privilegiado los estudios en el campo de las Ciencias Sociales y Humanas; privilegio resultante de la fuerza de su dinámica, de los imperativos el país, de los parámetros señalados por distintos documentos producidos, entre otros, por el Programa Nacional de Ciencias Sociales y Humanas, y en razón del perfil humanístico institucional de la Universidad Central. En esta perspectiva, el contenido temático de NÓMADAS es amplio y diverso en tanto da cabida a los avances investigativos de las diferentes disciplinas que hacen presencia en nuestras facultades y postgrados. No obstante, su énfasis está definido por el ámbito genérico de lo cultural.

NÓMADAS es una parte de la travesía. Llegamos a ella cuando reconocimos la existencia ya de voces propias que querían comunicarse con el mundo. Voces que necesitaban confrontar sus hallazgos, sus preguntas y sus dudas en aquellos espacios en donde los temas de sus inquietudes son objeto de reflexión permanente. De allí la naturaleza de los objetivos que trazamos para esta publicación. El primero, difundir los avances de nuestras investigaciones a partir de escritos que recojan momentos o conclusiones de los proyectos en curso o finalizados y de la reseña de las investigaciones en ejecución.

El segundo, construir un ámbito de discusión científica y democrática en derredor de las temáticas investigativas que trabajamos en la Universidad. Para alcanzarlo, en la sección monográfica de cada número –y si es del caso, en otras secciones– contamos con la colaboración de invitados especiales que aporten, discutan y polemicen con nuestras investigaciones o los problemas teóricos y metodológicos en los que ellas se inscriben: autoridades científicas en el tema respectivo, vinculadas a nuestro proceso en calidad de asesores externos de los proyectos o como partícipes de los seminarios desarrollados en torno a cada campo de Investigación. Los temas seleccionados para esta parte de la publicación obedecen al avance de los Programas y de las distintas investigaciones que los conforman.

Así, el problema central que ocupa este primer número es el de las Identidades Culturales, en afinidad con el Programa del mismo nombre que ha concluido ya dos investigaciones, otra se encuentra en curso y dos más se inician en los próximos días.

La problemática de las identidades culturales en Colombia y en América Latina ha sido preocupación permanente de la Universidad y su Departamento de Investigaciones. Como lo señalamos en el documento marco del Departamento sobre esta temática, la identidad no es exclusivamente un problema del subdesarrollo, es sobre todo un problema antropológico. No cubre esta zona del globo, sino acaso el planeta entero. América ha sido testigo del resquebrajamiento de Europa, de su búsqueda de nuevas opciones, de nuevos ideales. Hemos presenciado los límites a que puede llegar la cultura de la racionalidad, los extremos de una «ciencia sin conciencia» como dijera Rabelais. El testimonio nos brinda un lugar privilegiado. Es posible recoger los frutos del fracaso para construir una cosmovisión plural, tolerante y equitativa. No es fácil, pero, acaso el estudio de nuestros imaginarios, de los valores y los símbolos que nos impiden minuto a minuto considerarnos capaces de decisión y de invención, contribuya a este propósito. En este primer número de NÓMADAS presentamos algunos de nuestros aportes al conocimiento del fenómeno de las identidades culturales a través, a más de otros trabajos, de la recepción cinematográfica y sus múltiples resemantizaciones; a través de la literatura y su modo peculiar de revelar el entramado de vivencias y expectativas de los individuos de una época; a través de la familia y de la vida cotidiana como espacios donde se percibe de manera privilegiada el pensar, el sentir y el desear del ser humano.

El tercer objetivo de NÓMADAS pretende aportar elementos para la reflexión pedagógica sobre los procesos de creación en la ciencia y en el arte. En la sección correspondiente, intentamos recuperar la experiencia creativa de un científico y de un artista por medio de entrevistas en profundidad, de indagaciones biográficas e investigaciones sobre sus respectivas obras. Un cuarto objetivo, quiere abordar el análisis de problemas inherentes a las ciencias, a la universidad y a la investigación en Colombia y en América Latina. El quinto, se propone contribuir al impulso de algunas de las políticas del Departamento de Investigaciones de la Universidad Central: promover la investigación en nuestras distintas facultades y postgrados, impulsar la formación de los equipos de investigación y apoyar la generación y consolidación de una cultura científica dentro y fuera de la Institución. La revista toda está al servicio de este propósito y, en particular, la sección que denominamos «Reflexiones desde la Universidad».

Cada semestre NÓMADAS dialogará con los investigadores y universitarios de Colombia y de otras latitudes. Es el tiempo justo para contarles cómo nuestros NÓMADAS «siguen las pistas, las estaciones y levantan campamentos en la brisa del alba», buscando respuestas a tantos interrogantes. Búsqueda que requiere del apoyo de todos y cada uno de ustedes, nuestros amigos y cómplices en la utopía.

MARIA CRISTINA LAVERDE TOSCANODirectora DIUC

Análisis de recepción de cine en Bogotá: identidades culturales e imaginarios colectivos1

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Germán Muñoz G.*
Gonzalo Rivera M.**
Martha Marín C.***


* Licenciado en Filosofía, Magíster en Lingüística. Investigador del Departamento de Investigaciones de la Universidad Central y funcionario de la Fundación Social.

** Doctor en Ciencias Jurídicas, Magíster en Estudios Políticos. Investigador del Departamento de Investigaciones de la Universidad Central y docente de la Universidad de los Andes.

*** Comunicadora Social. Investigadora del Departamento de Investigaciones de la Universidad Central.


Resumen

Este artículo se origina en el primer módulo de una línea de investigación pensada para avanzar en los estudios sobre comunicación/cultura. El proyecto intenta acercarse a la deconstrucción de objetos culturales (el cine en este caso) con una mirada conceptual nueva y metodologías plurales, adoptando como horizonte de pensamiento lo simbólico-imaginario, instancia crucial del problema cultural. Aunque los resultados y el análisis de este primer objeto no lleguen a conclusiones totalmente acabadas, el lector atento encontrará un universo sugerente de resemantizaciones y formas innovadoras de senti-pensar la significación.


El origen remoto del presente estudio es la inconformidad existente desde los años setenta con los paradigmas por entonces dominantes en las investigaciones sobre comunicación. Funcionalismos, estructuralismos, marxismos, en sus diferentes versiones, no abarcan sino aspectos superficiales y estáticos del fenómeno comunicativo.

Poco a poco se fue abriendo paso la preocupación por vincular ese campo al problema de la cultura, revalorizando a partir de allí un concepto del sentido abierto a las profundidades del poder y del deseo, que también trascendía las primeras generaciones de la semiótica y los enfoques psicológicos reduccionistas.

De esta manera, la década de los ochenta se caracterizó por la aparición de importantes líneas de investigación que iniciaron el desarrollo de la relación comunicación/cultura haciendo más compleja la noción de realidad social mediante la introducción de instancias de análisis que no se circunscriben a la racionalidad económica y política y, que, incursionan en la exploración de las redes significativas que constituyen la vida colectiva. Consecuencia principalísima de los anteriores desplazamientos fue el nacimiento de nuevas interpretaciones acerca de lo latinoamericano, en las que el lugar de las preguntas por los desniveles, brechas y desequilibrios del desarrollo fue ocupado por los interrogantes relativos a los conflictos de matrices culturales y a los mestizajes e hibridaciones en los procesos de conformación de identidades (desniveles en el capital simbólico), con una nueva visión del choque entre tradición y modernidad vivido en este continente, y una renovada manera de pensar las funciones de los medios masivos de comunicación en el universo de los imaginarios. Nos interesó en particular la mención de la existencia de una matriz simbólico-dramática que no respondía a las representaciones y sensibilidades de la matriz racionaliluminista y que, seguramente, expresaba una intersubjetividad movida por una energía simbólica diferente a la procesada por la razón y voluntad del sujeto histórico-cultural moderno.

Este fue el punto de partida que nos sirvió para comenzar nuestro propio viraje en la manera de pensar la realidad colombiana, distanciándonos de los enfoques conmúnmente utilizados en los estudios acerca de nuestro país, en los que la preocupación por la cultura estaba ausente, o se tocaba de modo superficial.

Horizonte de interpretación

Consideramos el cine un hecho relevante en la historia mundial de los medios masivos e, igualmente, en la formación de las identidades culturales latinoamericanas. Con él iniciamos nuestra línea de investigación, intentando interrelacionar cuatro categorías que permitieran hacer más complejos los análisis de los objetos culturales. Son ellas: recepción, sujeto-espectador, imaginarios, e identidades culturales. Comenzamos así a crear el marco teórico adecuado a nuestros objetivos específicos de investigación, de acuerdo con las siguientes secuencias:

  1. En primer lugar nos interesamos en el problema de lo simbólico-dramático, objeto de preocupación y estudio de numerosos pensadores latinoamericanos, que sin embargo, no encontramos delimitado de modo preciso en los trabajos que revisados al preparar la investigación. Comenzaba en este punto nuestra incursión propia en el tema y llevados por casualidades felices fuimos descubriendo poco a poco nexos muy sugestivos entre algunos textos de C. Jung elaborados hacia los años veinte, con otros de G. Bachelard de los años treinta y cuarenta, de G. Durand de los años sesenta y de P. Ricoeur de los años setenta y; finalmente, otros inspirados en una corriente de investigación de la Universidad de Deusto (España) hoy en pleno auge. Sus lecturas nos permitieron definir de modo más sucinto y operacionalizable los campos que nos interesaban en la recepción activa y en las acciones que deseábamos indagar del sujeto-espectador. Además, dichas opciones teóricas se articulan plenamente al asunto de los imaginarios, para llegar así a lo simbólico-dramático. Este último concepto no le otorga tanta importancia al problema de la imagen, que es central en nuestra reflexión. La anterior trama teórica focaliza nuestra observación al problema de la «impregnación simbólica» (prégnance symbolique) como preocupación crucial de los dinamismos creadores de sentido manifestados en torno de las intensidades, agrupaciones y constelizaciones afectivas a través de las cuales se precipita y condensa en primera instancia la energía creadora o impulso vital humano. A su vez, nos permitió clarificar, aún más, que nuestro sujeto-espectador no es ante todo racional, sino preconsciente y pasional; no se confunde con lo social, sino que se remonta a los mundos ancestrales de la especie; no se limita a la dominante sexual sino que extrae sus sentidos de diversas fuentes; no se comporta linealmente, sino que su esencia es contradictoria y, por último, no es siempre creación de sentido por represión y anomalía, sino que también es revelación, creación y trascendencia.
  2. La siguiente instancia de definición teórica consistió en traducir de conformidad con el problema de lo simbólico-imaginario, aquellas expresiones según las cuales «América es otra cosa» (Germán Arciniegas), «América es tierra de mestizajes» (Germán Espinosa), América es el mundo de las «sociedades encrucijada» ( Martín Barbero), o de las «inter-mezclas culturales» (García Canclini), expresiones que no han hecho sino actualizar lo vislumbrado desde las primeras crónicas del Descubrimiento y la Conquista, y lo expresado por Bolívar al analizar las diferencias de esta región del mundo.

  3. De acuerdo con nuestro enfoque tradujimos lo anterior planteando que la particularidad latinoamericana consiste en un intrincado entrecruzamiento de variadas formas de modernización y múltiples manifestaciones de la energía simbólico-imaginaria, el cual ha dado origen a estructuras psicosociales intersubjetivas que no corresponden fielmente ni a las representaciones colectivas tradicionales ni a las modernas. Este precipitado híbrido/mestizo propio de la búsqueda de su lugar en la historia occidental, ha hecho de América Latina un ámbito cultural en el que está problematizada desde tiempo atrás, la legitimación del mundo instituído de significaciones sociales y, en el que se entrechocan con especial complejidad, los niveles e instancias de donde surgen los sentidos de la acción colectiva. Por ello, junto con la afirmación de lo hegemónico se producen desvíos y reacomodaciones cuyas resonancias tienen que ver con regiones del sentido que escapan a la estricta racionalidad económica y política, desbordando los indicadores que la explican.

  4. Con base en esta formulación teórica propusimos que, en el caso específico de Colombia, la observación de sus intensos contrastes histórico-culturales (v.gr. guerras civiles y proceso de constitución del Estado en el siglo XIX, violencia y despegue económico y político en la primera mitad del siglo XX, índices comparativamente superiores de desarrollo y democracia en la región, confrontados simultáneamente con niveles sorprendentes de delincuencia al finalizar el siglo XX, etc.), nos permitían pensar que, por razones en gran medida inexplicables, ese particular entretejido de modernización y universo simbólico-imaginario adquiere visos aún más plurales y complejos que en el resto del continente, advirtiendo de antemano que no hemos desarrollado exhaustivamente este aserto.

  5. Pensada así la especificidad colombiana, la operacionalizamos afirmando que la búsqueda de reconocimientos colectivos en nuestras interacciones sociales está marcada por un fuerte dinamismo contradictorio de afirmación y negación de formas de ser, dinamismo que resumimos en cinco núcleos paradójicos construidos, parcialmente, a partir de lo analizado de modo más disperso por otros estudiosos del tema y, en mayor parte, con base en nuestra propia conceptualización. Tales núcleos paradójicos fueron:

    • lo local/lo nacional/lo transnacional;
    • violencia/sometimiento;
    • mito, magia/pragmatismo;
    • anomia/altruismo, civismo;
    • melodrama/humor, carnaval, erotismo.
  6. Por último, teniendo ya caracterizado el proceso de identidades culturales en lo latinoamericano y en lo colombiano, procedimos a formular nuestra hipótesis sobre la recepción cinematográfica, afirmando que la recepción activa del sujeto-espectador objeto de nuestra investigación, podría ser un campo de manifestación de universos simbólico-imaginarios organizados en torno de los núcleos paradójicos ya definidos. En este caso, el acto de ver cine no sería sólo pasivo consumo comercial transnacional, ni sólo distracción fácil, banal o divertida, ni sólo olvido de los conflictos de nuestra realidad más inmediata, sino también, ejercicio de funciones de sentido que buscan equilibrio entre tensiones ancestrales y trascendentes. Nuestro interés era comprender qué tanto esta previsión correspondía o no a las exploraciones empíricas que nos disponíamos a realizar y, en caso afirmativo, bajo qué modalidades, extensión e intensidad.

Caminos para la búsqueda

Lo resumido hasta aquí muestra la intención de incursionar en un concepto de comunicación que no se restringía a la información, o a los códigos y textos inertes. Queríamos asomarnos al «más allá» de esas categorías, a esa realidad invisible, escurridiza, múltiple y mutante del «exceso de sentido» que funda nuestros actos y cuyo seguimiento únicamente es posible a través de vestigios y huellas borrosas, de tenues matices, deslizamientos y claroscuros; pero al mismo tiempo, no queríamos renunciar al trabajo de campo y a los datos empíricos. En síntesis, anhelábamos observar en el terreno algo que expresara la presencia de esa zona de incertidumbre cultural donde los mundos inefables y misteriosos del espíritu -sin ser sólo inconsciente reprimido-, producen acontecimientos de sentido pasando a través de los individuos, los grupos y las instituciones, para generar una historia que los sobrepasa.

Teníamos que complejizar también nuestro fundamento epistemológico y el diseño metodológico. Por una parte, reconocer que iniciábamos ante todo un ejercicio hermenéutico de comprensión cultural y que, por ello, los datos que construyéramos debían pasar por diversas instancias de síntesis teórica de creación propia.

De otra parte, sabíamos que la compleja realidad que abordábamos nos exigía combinar varias técnicas investigativas para construir los datos desde múltiples miradas, porque de lo contrario nos abocábamos a una simplificación injustificada. Finalmente optamos por tres modalidades: la encuesta representativa, los talleres de recepción y el análisis de los textos fílmicos, sabiendo de antemano, que se trataba de técnicas que no se comportarían de igual manera, que no podrían reducirse una a la otra ni ser replicadas entre sí, que propiciarían situaciones comunicativas cualitativamente diferentes y que, por tanto, las interpretaciones no se alinearían de una a otra técnica sino que exigirían momentos creativos hermenéuticos que tendieran los puentes para hallar los resultados significativos y las relevancias teóricas. Cada una de dichas técnicas revelaría facetas de un sujeto-espectador también múltiple y cambiante, siendo necesario que nos acogiéramos más a un criterio de sincronicidad que de causalidad.

Lo paradógico y lo simbólico-imaginario en nuestras identidades culturales

Nuestra reflexión se organiza a partir de un supuesto básico: la no-transparencia de la naturaleza humana, su necesaria ambigüedad y contradición, su incesante movimiento paradójico.

Ese carácter universal de lo humano se manifiesta de modo profundo en la esfera de la cultura, por esencia polivalente, polisémica y conflictiva, donde predomina el enfrentamiento de infinitas interpretaciones nunca clausuradas, jamás supeditadas a un marco estático total, a una lógica definitiva, ni a una única forma simbólica.

Y si profundizamos en la naturaleza del espacio simbólico- imaginario mediador entre el hombre y las cosas tenemos que remontarnos a los momentos originarios del sentido (entraña oculta de la relación orden/caos), trascendiendo los códigos, gramáticas y estructuras manifiestas de la realidad objetiva, para situarnos en ese universo no semántico,prelógico y prelingüístico, de la experiencia antropológica subyacente, del contexto vital primigenio al cual se accede por una apertura en profundidad, tierra de manifestación de los imperativos del ser, en donde el símbolo titubea sobre la línea de división entre bios y logos, hundiendo sus raíces en la “experiencia tenebrosa de la Potencia”.

Allí los elementos del mundo devienen en sí mismos sentido ligado a las configuraciones del cosmos, creando imágenes instauradoras de realidad mediante las cuales la conciencia se carga de energía psíquica, unidad entre el hombre y el mundo cuyo principio energético primordial media la contradicción, la fragmentación, la multiplicidad, los sentidos divergentes y contrarios, enraizándose en los reflejos dominantes de la especie y en el deseo, prolongándolos en un trayecto antropológico que llega hasta darles configuración precisa y delimitada en las derivaciones de la cultura.

A causa de esa naturaleza, el sentido de lo simbólico-imaginario no puede ser captado por el pensamiento directo; es necesariamente ambiguo y oscuro, media entre lo consciente y lo inconsciente, encierra un misterio, manifiesta lo inefable, lo invisible, y remite a un mundo no lineal donde el tiempo está absorbido por el espacio de la imaginación, habitado por fuerzas y poderes trascendentales en pugna.

Finalmente, por estar fundido con las experiencias fundamentales del hombre, el universo simbólico-imaginario expresa una “naturaleza” dramática, patética, siempre impregnada de cualidades emotivas, campo de vivencias en el que el mundo se rodea de alegría o de pena, de angustia, excitación, exaltación o postración, pleno de la apoteosis y del apocalipsis de la pasión, del amor/odio, y de nuestra ansiosa búsqueda ética.

Por otro lado, toda sociedad tiene planteada la proyección de un mundo de significaciones sociales que simbolizan y presentan un imaginario radical, un foco productor de realidades, que se manifiesta social e históricamente.

En sociedades como las latinoamericanas, donde el positivismo de la institucionalización, la ciencia y la tecnología, no han penetrado de fondo el sustrato sociocultural, lo simbólico posee una fuerte presencia cotidiana. En ellas, el significado de la vida no se apega tanto a la función semántica directa e inmediata de los lenguajes, formas, normas y códigos que organizan la realidad funcional. Más bien transcurre en la vivencia paradójica de lo remoto y ausente, en la experiencia de una evocación insondable que no es sólo pasividad, fatalidad, conformismo, ni tampoco desorden, caos, atraso. Es el ejercicio de una libertad antropológica plasmada en resemantizaciones interminables y móviles, de las que se extrae el sentido para sobrevivir.

El caso colombiano, es muy marcado en Latinoamérica. Su ubicación geopolítica, sus mezclas étnicas, la pluralidad, intensidad y pugnacidad de sus visiones de mundo, en fin, su mestizaje e hibridaciones, han generado sistemas de vida organizados en torno a núcleos paradójicos que quebraron por completo el proyecto institucional modernizador, poniendo en cuestión desde su origen, los poderes y relatos “legítimos”. Por su vigor y polivalencia discursiva, estas estructuras culturales permiten comprender la sorprendente vitalidad que manifiesta nuestra sociedad en medio de tantos desequilibrios y convulsiones. Porque la inexistencia de procesos estables de institucionalización ha preservado entre nosotros formas comunicativas en las que predominan las funciones imaginativas, metafóricas, poéticas y afectivas del lenguaje, dando origen a identidades narrativas que no se preocupan de las lógicas exigidas por el cuestionado paradigma de la razón instrumental.

El estudio sobre “Recepción de cine en la ciudad de Bogotá”, intenta rastrear un objeto cultural complejo, aparentemente banal. La investigación parte de una hipótesis: que las preferencias de películas manifestadas por el público encuestado, expresan aspectos fundamentales de su paradójica actividad simbólico-imaginaria, y que, por esta razón, el acto de ver cine cumple funciones culturales que van más allá del simple consumo alienado o de la satisfacción primaria de nuestros impulsos desbordados. Consideramos que en ese acto se manifiesta la complejidad antropológica de un sujeto-espectador obligado a reelaborar, desde sus imaginarios, las dramáticas realidades que han hecho tan difícil y confusa su afirmación moral en la historia. El análisis de las películas explora tal presunción.

El espectador, sujeto de la perspectiva comunicativa

Nuestro objeto de estudio no es propiamente EL CINE sino EL RECEPTOR de cine, que no puede ser entendido como PUBLICO simplemente. Creemos que hace falta crear una categoría que dé cuenta de la pluralidad de sus posibilidades, en la medida que establece una conversación con el texto llamado película y a la vez se ve representado en él como sujeto histórico.

La noción de SUJETO ha cambiado radicalmente, a partir de la crisis del “sujeto lingüístico producida en los años 60. La nueva noción proviene de Emilio Benveniste. Es la de “un sujeto socializado que puede acceder a la existencia como tal únicamente a través del lenguaje, cuya existencia como ser aislado no puede concebirse. Para este sujeto la “lengua” es un sistema de signos saturados ideológicamente. Ya no se trata de una “conciencia” individual pura, sino de una conciencia inter-subjetiva..., que existe gracias a la presencia de la sociedad y de la cultura en que se encuentra inmerso. No se trata ya de un sujeto cartesiano que diría: “PIENSO LUEGO EXISTO” sino de un sujeto dialógico que exclamaría “HABLO LUEGO SOMOS”2.

El aporte de M. Bajtin en la formulación del modelo dialógico del discurso es esencial para entender el llamado análisis polifónico de la enunciación. En este modelo de la comunicación los sujetos no aplican “códigos” sino que proponen posibles interpretaciones, llevan a cabo inferencias contextuales, anticipan estratégicamente las respuestas de sus interlocutores. De tal forma que la propia coherencia y unidad del discurso no se produce por el hilvanamiento de expresiones, sino por la trabazón de las acciones que realizan esas expresiones. Esta primacía de las acciones sobre las expresiones implica desplazar el peso cognitivo del discurso hacia las zonas de presuposición, de sobreentendido, de lo que “por sabido se calla... de las ausencias significativas, de lo no dicho, de lo indirecto, lo aplazado y lo anticipado, de los deseos y las conflagraciones que encuentran su escenario entre tales implícitos”3.

Este sujeto, a la vez enunciatario, interlocutor, consumidor de objetos culturales... es para nosotros el ESPECTADOR, auténtico paradigma y figura síntesis de una sociedad que funciona en la matriz de la “relación espectacular”, que requiere para su estudio de la teoría de la enunciación, de la semiótica del texto, de la sociología de la cultura y del trabajo de campo para ir y ver, en el terreno, quién es. Este sujeto no puede definirse de modo sencillo y en su relación con la imagen deben utilizarse muchas determinaciones diferentes, contradictorias a veces, porque hace falta movilizar el saber, los afectos y las creencias así como la pertenencia a una región de la historia, a una clase social, a una cultura...

Algunas preguntas permiten orientar nuestra indagación:

a. Por qué se mira una imagen?

Básicamente porque la imagen pertenece al campo de lo simbólico y en consecuencia se sitúa como mediación (casi sagrada) entre el espectador y la realidad; además está destinada a proporcionar placer y sensaciones específicas a dicho espectador. Para E. Gombrich, la imagen tiene como función primera el asegurar, reforzar, reafirmar y precisar nuestra relación con el mundo visual. Sin embargo al percibirla y comprenderla el espectador la hace existir; ella en sí misma no puede representarlo todo, requiere de su imaginación y capacidades proyectivas de organización de la realidad. La imagen y el espectador se parecen. O dicho de otro modo, el “trabajo” del espectador y el “trabajo” de la imagen son paralelos, se construyen mutuamente, se prevén...

b. Entonces, de qué modo funcionan los deseos, pulsiones y emociones del espectador, en el mundo de lo imaginario?

Desde un enfoque sicoanalítico, la imagen “contiene” algo de inconsciente, de primario, que puede analizarse; inversamente, el inconsciente “contiene” imagen, representaciones. El imaginario, produce incesante y creativamente imágenes interiores eventualmente exteriorizables, con las que el sujeto juega y produce identificaciones en términos dialécticos. El sujeto-espectador se identifica, ante todo, con su propia mirada, y luego con elementos contenidos en la imagen, provocando así complejas redes, en las que se entrevera la identidad misma del espectador, sujeto que mira (cfr. Christian Metz, El significante imaginario).

La necesidad de ver y el deseo de mirar se articulan en la imagen visual y en la narratividad cinematográfica, alimento para el ojo, espacio de la revelación y del placer, canal de acceso a la dimensión imaginario-simbólica, a la representación del mundo, al ejercicio profundo del lenguaje...

En este último sentido el espectador podría concebirse como decodificador, “alguien que debe y que sabe descifrar un grupo de imágenes y de sonidos”; o como un interlocutor, “alguien al que dirigir unas propuestas y del que esperar una señal de entendimiento, un cómplice sutil de lo que se mueve en la pantalla”, un “partner al que se confía una tarea y la realiza poniendo todo su empeño”4. Sin embargo, en el caso del cine, entre espectador y texto hay una mutua y permanente construcción y reconstrucción. Aunque el espectador es alguien de carne y hueso, en esencia, es una realidad fundamentalmente simbólica, un “punto de vista”, un enunciatorio inserto en un campo mediante la mirada, a la vez fuente y destino, YO y TU, emisor y receptor. El espectador es así, destinatario ideal (pura estrategia discursiva) que no existe sino en el filme, en el terreno de la enunciación y, al mismo tiempo, sujeto empírico-histórico que se comunica con el texto y otros espectadores.

Sujeto paradójico éste, cruce de instancias, de interacciones culturales “antropoides”, de conversaciones imaginarias, de simulacros de comunicación, de presencias- ausencias, de ambivalentes e intercambiables posiciones. Definitivamente si queremos estudiar al espectador no basta analizar el texto: hay que ir al terreno, recopilar datos, confrontar experimentalmene su actividad, su complejo trabajo.

Parece lógico deducir que el estudio del “sujeto dialógico” eje del problema crucial de la intersubjetividad, requiere del enfoque espectatorial.

Las herramientas para el análisis

En el listado sobre orden de preferencia de películas nacionales y extranjeras se destacan aquellas que en conjunto tienen la mayor acogida en cifras absolutas (sumando de la 1ª. a la 5ª. Preferencia):

  1. Rambo 285
  2. La ley del monte 200
  3. Terminator 197
  4. Bajos instintos 153
  5. Retroceder nunca rendirse jamás 152
  6. Ghost la sombra del amor 128
  7. Karate kid 112

Y entre las colombianas:

  1. Amar y vivir 393
  2. Crónica de una muerte anunciada 136
  3. Cóndores no entierran todos los días 121
  4. Rodrigo D 115

Se tomaron en cuenta en el primer análisis únicamente las primeras cinco películas en orden de preferencia en cifras absolutas (gusto). Son las mismas que se usaron para los demás análisis cualitativos.

La encuesta nos confirmó que la caracterización primera de las matrices narrativas que aparecían en las películas preferidas, no obstante su heterogeneidad , conforman en conjunto un universo simbólico-imaginario muy centrado en ciertas intensidades que no eran las de esperar desde el ángulo estrictamente comercial. Tuvimos así una primera confirmación de que el acto de ver cine entre los encuestados podía cumplir funciones de sentido muy específicas. En otras palabras, que los imaginarios que interactuaban con la imagen cinematográfica no correspondían punto a punto con los dispositivos de la producción de cine, sino que podían estar mediando contenidos vitales propios de la muestra encuestada.

Igualmente comprobamos que los gustos por las cinco películas preferidas se distribuían pluralmente entre los grupos de población, con ligeras diferencias de frecuencia entre unos y otros, pero sin que sistemáticamente se pudieran clasificar perfiles sociológicos estrictos; sólo algunas predisposiciones. Este hecho nos insinuó la relación entre un sujeto-espectador plural y un universo simbólico- imaginario dinámico que circula a través de amplios sectores de lo social, elemento central para nuestra reflexión teórica. De modo que la actividad cumplida en la conciencia simbólico-imaginaria de nuestro sujeto-espectador no era el manejo de situaciones fantasiosas de pura diversión , sino que apuntaban a un horizonte cultural denso, a una memoria simbólica conectada intimamente a memorias anteriores de grandes resonancias, articuladas al elemento modernizador del gusto por la acción y la aventura. Resultó de particular interés el carácter “híbrido” del lugar cultural desde el cual se hacía la recepción de cine.

El tratamiento estadístico de la variable “reflejo” (en qué películas se ve “reflejado” el país?) permitió descubrir una muy fuerte relación entre los factores “realidad del país”, “drama, muerte” y “violencia, maldad”. Estos resultados nos confirmaron que la recepción activa cumplida por nuestro sujeto-espectador se movía en buena parte en torno de la función de movilizar un universo profundamente pasional y que, siguiendo nuestra conceptualización, no era precipitado inferir que esa función estaba cumpliendo el acto de lograr equilibrios de sentido en zonas especialmente álgidas y contradictorias de dicho universo.

A medida que avanzamos en el análisis de las matrices narrativas de las películas y en la realización de los talleres, fuimos comprendiendo que los órdenes legales y morales e institucionales sólo existían como referencia lejana y de crítica y que los anhelos más intensos de los encuestados rebasaban dicho marco de realidad normativa.

En consecuencia, tuvimos que reconocer que estábamos ante otro rasgo clave de ese universo simbólico-imaginario, su trascendencia, que obraba coherentemente con el de lo dramático. Tal trascendencia consistía en que no era propiamente el espacio sociopolítico el lugar de condensación del universo simbólico sino un “más allá” que en los talleres apareció con gran fuerza. De ese modo, es legítimo formular la hipótesis de que las intensidades provocadas por el proceso modernizador en lo social, son recogidas y elaboradas en matrices gestadas desde otras huellas históricas, las cuales mantienen vigentes las experiencias vivenciales de esas memorias no propiamente institucionales.

Los talleres permitieron observar detalles de los énfasis simbólico-imaginarios en que se concentra el universo de la recepción cinematográfica. Recordemos que nuestra previsión teórica inicial se organizó con base en cinco núcleos paradójicos presumiblemente carácterísticos de la realidad cultural colombiana en general.

Lo que hemos buscado con la presente investigación es descubrir las zonas de se modelo que resultan enfatizadas gracias a la recepción cinematográfica, objetivo que se cumplió de manera general al identificar los modelos narrativos preferidos, las razones de tales preferencias, así como las películas en que se encuentra reflejado el país para los encuestados y las razones de dicho reflejo. Todo ese material nos ha mostrado que, en el campo específico del cine, la dinámica simbólico-imaginaria se concentra sólo en ciertos ejes de nuestra hipótesis de partida (de tono serio), lo cual de por sí es un hallazgo relevante porque plantea diferencias con el posible uso de otros medios de la industria cultural y , permite pensar que presumiblemente también se encontrarían diferencias apreciables con el fenómeno de recepción existente en otros ámbitos locales o internacionales.

Con los talleres se logró enfocar separadamente, algunos pormenores de esas dinámicas graves de recepción de los espectadores en ellos presentes, pormenores que, en ningún caso, podían arrojar la encuesta ni el análisis semiotextual, por la razón obvia de que trabajaban con situaciones y dimensiones comunicativas distintas y, por ende, con diversos modos de constitución del sujeto-espectador.

Al mirar globalmente lo que se desprende de los análisis particulares de cada taller vemos las combinaciones paradójicas de actitudes nacidas de contradictorios mundos culturales tradicionales y modernizantes, recordando para el caso que lo paradójico se refiere a que tienen formas aparentemente contrarias a la “razón” y que se expresan en predicados que parecen estar en anatagonismo o antinomia inconciliable e irresoluble.

Haciendo un recuento de los núcleos paradójicos de cada taller, encontramos los siguientes enunciados: el ansia del bien, pero la justificación de lo ilegal; el anhelo de luchar y salir adelante por sí mismo, pero la creencia profunda en el destino; el afán de mejorar y criticar la sociedad, pero la ausencia de una voluntad de intervención y compromiso social; la creencia acendrada en el amor ideal, pero la justificación del realismo sentimental y de las debilidades humanas; el ansia de libertad, pero la justificación de sumisiones; el sentimiento de identificación con un colectivo, pero la afirmación rotunda de una individualidad sin freno; el deseo de una convivencia pacífica, pero la justificación de recurrir a formas violentas en ciertas circunstancias; el anhelo de tener una educación, pero entendida en términos moralizantes no instrumentales; el sueño con un mundo bello y tierno, pero la fascinación por lo tenaz y tenebroso.

Esta visión de conjunto confirma con claridad nuestra previsión epistemológica sobre la necesidad de trabajar –tratándose de la colombianidad, con circularidades rotativas y macroconceptos capaces de albergar de modo nuevo la relación orden/caos.

Con relación a la manera de sentir la preocupación por lo “humano”, presente también en todos los talleres, se diferencian tres complejos de sensibilidades diferentes: iaquella que se organiza a partir de elementos predominantemente tradicionales (admiración por valores sociales reconocidos por la ética y la moral oficiales); ii- aquella que involucra elementos francamente opuestos a los anteriores (admiración por complejidades humanas no tan “éticas” ni “santas”); y, iii- una intermedia que combina aspectos de unos y otros. Los contenidos de esta variedad de “humanismos”, explícitos en el análisis de cada taller, son indicadores interesantes de los desplazamientos culturales que existen en zonas de nuestra sociedad, los cuales refuerzan las reflexiones a que dan pie los núcleos paradójicos.

Desde una óptica sociológica se apreció en los talleres una nueva predisposición de los jóvenes hacia humanismos de nuevo tipo, aunque esto no quiere decir que, por ejemplo, entre los adultos no estén presentes también ciertas modalidades de tenacidad, (v.gr. la admiración por algunas formas de odio y venganza), ni que, en los jóvenes, lo tradicional no ocupe un lugar importante.

Y un hallazgo principalísimo de los talleres fue ilustrar la transformación híbrida que sufren las estructuras polarizadas de los textos fílmicos al entrar en nuestros usos culturales paradójicos.

Para analizar las películas preferidas, tomando en cuenta la correlación entre preferencia (gusto) y representación de la realidad colombiana (reflejo), construimos las siguientes matrices que facilitan su comprensión:

Amar y vivir: Romántico social (el amor amenazado por las condiciones sociales).

Rambo: Divismo heroico (la lucha de un super-guerrero que encarna símbolos de su país.

La ley del monte: Inmolación mítica (el amor enfrentado a la fatalidad).

Terminator: Apocalíptico tecnológico (la lucha para evitar la autodestrucción del hombre).

Bajos instintos: Erotismo mortal (suspenso en torno del conflicto Eros-Tanatos).

Se han analizado como textos, esto es, como lugares de representación cinematográfica, como objetos significantes, como momentos de narración y como unidades comunicativas, con lo cual apuntamos a una semiótica de tercera generación que lejos de reducirse a los códigos del discurso o al mensaje postula el texto como lugar de tensiones, negociaciones y conflictos entre quien lee y escribe (hace la película) y sitúa como eje de la problemática del sentido al sujeto en relación con el texto.

El análisis del film puede centrarse en 4 aspectos:

  1. Los componentes cinematográficos: la escritura de una historia con signos gráficos y sonoros. Identificación de nuevos sentidos que surgen a partir de las interrelaciones de los signos mencionados. Configuración de leit-motivs.
  2. Los elementos de la representación cinematográfica: puesta en escena, encuadre, montaje, tratamiento del espacio, tratamiento del tiempo.
  3. Los componentes y estructuras de la narración: temáticas e hilos conductores de la narración; personajes y roles; acciones sucesos y funciones; transformaciones, cambios y variaciones estructurales.
  4. La comunicación que se pretende establecer entre el film y su espectador. Figuras representativas del enunciador. Puntos de vista, focalización.

Para el análisis de todas las películas que forman parte del corpus se tuvieron en cuenta los 4 aspectos mencionados. Sin embargo en cada una de ellas primó un elemento que condujo los virajes del análisis:

En “Terminator 2” los niveles cinematográfico y representativo cobraron gran importancia mientras que en “La Ley del Monte” predominaban los diálogos y los climas por ellos construídos (nivel narrativo). En el caso de “Rambo” todos los niveles son relevantes pero sobresalen aspectos del nivel comunicativo.

Dado que queremos aproximarnos al texto fílmico en toda su riqueza simbólica optamos por utilizar la semiótica como una metodología flexible que, lejos de intentar llegar a proposiciones formales y cuadros lógicos-semánticos rigurosos, nos permita empezar un viaje que comience en las tructuras superficiales (lo manifiesto) del texto y culmine en las estructuras de profundidad (lo latente), con miras a construir matrices de lectura del film en cuestión.

Estas matrices de lectura son los universos, o ejes de sentido alrededor de los cuales se articulan todos los elementos cinematográficos, narrativos y comunicativos del film y que concentran los rasgos del imaginario allí presente.

Su identificación nos ha permitido acercarnos a esos mundos de lo simbólico-imaginario objetivados en las películas y establecer, ya desde la aproximación textual, una breve caracterización del espectador “previsto por la película”.

Es de notar que cuando hablamos de “espectador previsto” no nos estamos refiriendo solamente al espectador que es blanco de las mediciones de consumo y mercadeo, tampoco a aquel que tratan de captar algunos estudios mediante los microcircuitos de miradas o los puntos de vista y focalizaciones. En nuestro caso entendemos que la matriz narrativa a partir de la cual se construye el film, da al analista una idea de las expectativas y del “perfil imaginario” de un espectador potencial, pero vale la pena aclarar que esta “ficción de espectador” se hace concreta y toma, en el momento real de la puesta en relación entre el receptor y la película, rumbos imprevisibles.

Resultados según niveles de profundidad

Para nosotros la profundidad del análisis se refería a qué tanto los datos nos permitían avanzar en el sentido de complejidad y densidad propuesto en nuestras opciones teóricas. A medida que fuimos manejando las tres técnicas investigativas de rastreo empírico, sus resultados posibilitaron interpretaciones que sistematizamos en cuatro niveles de profundidad organizados desde lo más cuantitativo hasta lo más abstracto hermenéutico. Son niveles de creciente cualificación en los modos de caracterizar la recepción cinematográfica activa del sujeto-espectador estudiado.

Primer nivel de análisis

En este primer nivel obtuvimos tres evidencias elementales básicas:

  1. La importancia de ver cine, puesto que el 86.3% de la muestra afirmó hacerlo, y entre ellos el 53% reconoció ver cine por lo menos una vez por semana. Este dato tenía un valor inicial grande pues, dada la variedad de espectáculos ofrecidos hoy en día, el porcentaje hubiera podido ser menor. Estábamos ante el hecho claro de una práctica social generalizada.
  2. La existencia de un «espacio audiovisual» conformado por el cine, la televisión y el video. Sólo el 7.5% de las personas vieron cine sólo en el teatro, mientras que el 33.5% lo veía en televisión y el 45.9% combinaba ambos medios. Esto quería decir que la situación clásica del cineasta en la sala oscura, punto de partida en los análisis psicoanalíticos del sujeto-espectador, se cambiaba por una situación más sociocultural, lo cual desplazaba con mayor claridad la reflexión hacia nuestros intereses teóricos. Este dato también permitía pensar que se ampliaba considerablemente la oferta de películas al no depender sólo de la cartelera de las salas de cine.
  3. Pero fué con relación al primer recuento de películas extranjeras y colombianas preferidas por los encuestados, cuando se inició para nosotros el proceso de complejidad teórica del análisis. Dichos datos nos mostraron que la lógica de la recepción no era reflejo exacto de la lógica comercial, sino que, por el contrario, aparecía otra lógica cultural un tanto independiente de aquella, la cual insinuaba características propias de una recepción activa en la que el sujeto-espectador mostraba gustos nacidos de otras matrices de sensibilidad.

Las cinco películas extranjeras preferidas fueron en su orden: «Rambo», «La ley del monte», «Terminator», «Bajos instintos», «Retroceder nunca, rendirse jamás», las cuales concentraron el 40.7% del total de respuestas obtenidas. De entrada llamaba la atención que una producción tan vieja como «La ley del monte», conservara ese alto índice de respuestas. También era interesante el contraste que presentaba este film con los mundos de «Terminator» y «Bajos instintos», y el contraste que existía entre la acción «sana» de «Retroceder nunca» y la acción violenta de las otras cuatro películas. Además, si la preferencia por «Retroceder nunca» respondía al gusto por el karate, muchas otras producciones de este género deberían haber figurado primero que ella.

Desde otro ángulo era muy sugerente que hechos publicitarios como las dos películas de «Batman» no entraran en los primeros rangos y que géneros ligeros de humor también estuvieran ausentes, tratándose de un público en el que la vena humorística es tan importante (v.gr. la serie de «Locademia de policía», las películas de Eddie Murphy, etc.). Por último, se observaba igualmente que las películas relacionadas con relatos sociopolíticos (v.gr. JFK) tampoco se incluían en los primeros lugares de las preferencias.

En síntesis, teníamos de partida un conjunto de apariciones y omisiones inesperadas, así como de contrastes insinuantes, suficientes para sospechar que estábamos ante un comportamiento teóricamente muy significativo.

Al conocer las películas colombianas preferidas, la anterior apreciación se acentuó en algunos aspectos, porque entre las cuatro primeras nombradas («Amar y vivir», «Cóndores no entierran todos los días», «Crónica de una muerte anunciada» y “Rodrigo D”), el tema del humor no apareció predominando las temáticas graves y dramáticas. Otra ausencia interesante era que tampoco entraran entre las cinco primeras un film como «El niño y el papa», y otro humorístico como «El taxista millonario».

Segundo nivel de análisis

Detectada esa primera participación del sujeto-espectador que no se sometía a los dictados del aparato comercial, nos preguntamos si su naturaleza presentaba o no, alguno de los rasgos que habíamos definido en nuestra concepción sobre lo simbólico- imaginario. Tres elementos se apreciaron con claridad a lo largo de nuestras observaciones, a saber:

  1. Su carácter patético (intensidad, emotividad, dramatismo): este elemento lo obtuvimos de la siguiente secuencia de análisis:
    • al ampliar la consideración hacia los temas de las treinta películas más nombradas, en lugar de modificarse se confirmaron las primeras tendencias aparecidas; incluso, se acentuaron porque el gusto por el terror vino a engrosar el número de preferencias por los temas fuertes antes que por los temas ligeros;
    • al comenzar a observar con detenimiento las cinco películas escogidas para el primer análisis de los textos fílmicos («Rambo», «La ley del monte», «Terminator», «Bajos instintos» y «Amar y vivir»), fuimos descubriendo las coincidencias simbólicoimaginarias entre sus universos de sentido y pudimos hacer una caracterización inicial de las matrices narrativas puestas allí en juego, las cuales nos dieron un cuadro aún más claro de los hilos conductores que los intercomunicaban;
    • lo anterior se profundizó cuando abandonamos nuestra propia lectura de las películas y analizamos las estadísticas sobre razones de «gusto» dadas en la encuesta (nuestra primera variable comportamental), para avanzar en un estudio más cualitativo del sujeto-espectador. El formulario de la encuesta incluía cinco columnas de posibles películas preferidas por los encuestados (extranjeras y colombianas por separado) y se les pedía luego que expresaran para cada una de esas cinco respuestas las razones de su preferencia. Al analizar todas las razones ofrecidas por los encuestados con relación a todas las películas extranjeras que mencionaron, predominaron ampliamente los grupos de razones relacionados con los códigos acción, drama y sentimiento, por encima de los códigos relativos a actuación, razones técnicas, humor, ficción, fantasía, etc. La importancia teórica de este hallazgo consistía en mostrar que la mirada del sujeto-espectador se relacionaba con la movilización de mundos simbólico-imaginarios muy vinculados a intensos complejos afectivos en donde lo patético poseía un alto poder constelizante. El anterior resultado no hizo sino acentuarse cuando hicimos el mismo análisis con las razones de «gusto» dadas por los encuestados para las películas colombianas preferidas. En este caso los códigos dominantes fueron realismo y drama, conformando otro eje simbólico-imaginario concordante con el descubierto en las razones de gusto dadas para las películas extranjeras;
    • a continuación procedimos al análisis de nuestra segunda variable comportamental, la variable «reflejo». La encuesta incluía una pregunta sobre las películas en que nos viéramos reflejados los colombianos y las razones de dicho reflejo. El resultado fué en su orden: «Amar y vivir», «Rodrigo D» y «Rambo». Revisadas las respuestas obtenidas para todas las películas nombradas y todas las razones ofrecidas de por qué ellas reflejan a los colombianos, obtuvimos que el poder constelizante de lo simbólico-imaginario esta vez se manifestó en torno de los códigos realismo-violencia (maldad). De nuevo estábamos ante el hecho de que el acto de ver cine era una instancia que ponía en acción sentidos de vida cargados de una «impregnación» patética teóricamente relevante para nuestro estudio;
    • pero aún nos faltaba descubrir la consistencia estadística más impactante para nuestra interpretación. Aplicando los índices de correlación chi cuadrado y coeficiente de contingencia, se hicieron los cruces entre nuestras dos variables comportamentales («gusto» y «reflejo») a fin de poner a prueba el grado de asociación o independencia entre ellas. Podría ser que las razones de una y otra se comportaran independientemente, lo cual mostraría un cuadro de funciones culturales de la recepción más plural y abierto a mayores aleatoriedades. Pero el resultado fué de íntima asociación entre ellas, lo cual quería decir que en dos actos distintos de ver cine (verlo por gusto o verlo por su relación con la realidad colombiana), los complejos simbólicos acción-sentimiento- drama y realismo-violencia, seguían siendo los ejes organizadores de la mirada y que, dondequiera que apareciera alguna de esas dos actitudes, podía darse por sentada la existencia de la otra, lo cual demostraba con mayor fuerza, que la mirada activada en el hecho general de ver cine era una mirada impregnada con una dosis amplia de patetismo. Esto, extendido a la generalidad del universo encuestado como fue el caso, constituía un verdadero hallazgo de profundo alcance teórico para nuestras hipótesis, el cual nos permitía hablar de una función comunicativa muy particular que cumple la recepción de cine en nuestras imbricaciones culturales colectivas. De allí en adelante, cuando hicimos el cruce de razones de «reflejo» dadas para «Rambo» y «Rodrigo D» y las razones de gusto que dieron esos mismos encuestados para sus películas de preferencia, los resultados fueron más nítidos puesto que, en el caso de «Rambo» se apreció con más fuerza el vínculo entre los complejos simbólicos propios de las razones de gusto y de reflejo, y en el caso de «Rodrigo D» apareció el complejo simbólico realismo- violencia-drama, verdadera fusión patética de los dos ordenes simbólicos que se encontraron cuando analizamos por separado nuestras dos variables comportamentales.
  2. Si además tenemos en cuenta que el espacio audiovisual en que se situó el acto de ver cine aumentaba hipotéticamente las posibles lógicas comerciales y culturales puestas en juego, entendemos el enorme poder de la trama cultural que filtró en el sentido del patetismo las preferencias dominantes. No importaba que la oferta comercial cinematográfica fuera muy amplia, ni que la intención del enfoque del sujeto-espectador fuera en un caso satisfacer un gusto y en otro reponder una pregunta sobre la realidad colombiana, porque la tendencia dominante seguía siendo la puesta en escena simbólica de un denso contenido existencial que relegaba a un segundo orden el carácter «divertido» del cine.

  3. Carácter transclasista de la recepción simbólico-imaginaria; los resultados comentados hasta aquí mostraban sin lugar a dudas que se trataba de una lógica cultural extendida a todos los grupos de población. Por una parte, en las películas preferidas había una presencia significativa de todas las variables sociodemográficas; de otra, dado que dichas películas estructuraban un universo de sentido similar, aún si hubiéramos encontrado que ciertas películas no eran vistas por determinados grupos sociales (v.gr. la película «La ley del monte» no fué mencionada en los estratos 5 y 6), el fenómeno comunicativo de fondo seguía siendo mayoritariamente el mismo.
  4. Su carácter trascendente: para nuestro caso entendemos por trascendente el hecho de que el proceso simbólico- imaginario que venimos analizando no se condensa en torno de los sentidos proporcionados por el mundo institucional o de los poderes instituídos socialmente. El primer dato que nos puso a pensar fue el hecho de que el 45.8% del total de la encuesta no respondió a la pregunta sobre la variable «reflejo». Al principio pensamos que era un dato de «sin respuesta», poco significativo. Pero al avanzar en el análisis de los textos fílmicos encontramos una constante: lo institucional no era un contexto relevante en los relatos, o si aparecía era porque los héroes estaban al margen de él, o abierta y beligerantemente en su contra, teniendo que cumplir sus misiones por encima de las restricciones legales.

Al concluir aquí los comentarios sobre este segundo nivel de nuestro análisis debemos resaltar que los ensayos elaborados acerca de las películas «Rambo», «Terminator» y «La ley del monte», corroboraron con elocuencia y detalle las características del orden simbólico-imaginario que nos permitió descubrir la interpretación de la encuesta. Dichos ensayos, aunque suministran desde otros ángulos de visión las estructuras que infunden sentido a la mirada de nuestro sujeto-espectador, hacen aún más consistentes nuestras caracterizaciones de éste.

Tercer nivel de análisis

En este nivel nuestro objetivo fué profundizar en el estudio cualitativo de la recepción activa mediante el análisis de su carácter dinámico, es decir, de sus contradictorias hibridaciones o núcleos paradójicos como los habíamos denominado.

Para ello no podía ayudarnos mucho el estudio de los textos fílmicos y la encuesta, porque exigía entrar con mayor detenimiento a la actividad del sujeto- espectador. La encuesta sólo nos había entregado un dato relativo a un posible núcleo paradójico, consistente en el complejo simbólico acción-sentimiento- drama que apareció con las razones de gusto. Podíamos inferir que quizás el elemento «acción» hablaba de una típica sensibilidad del mundo urbano y de los recursos narrativos utilizados por el cine de gran público, sensibilidad articulada a otras, como lo sentimental y lo dramático, propias de matrices culturales más antiguas. Pero más allá de esto no podíamos llegar.

Mediante los talleres de recepción esperábamos lograr mayor cercanía y amplitud en la observación de nuestras variables comportamentales en el seno de los grupos formados con este propósito. Nuestra metodología consistió en identificar aquellas intensidades afectivas que orientaban la participación de los asistentes y, a partir de ellas, descubrir los núcleos paradójicos en que afloraban las tensiones de sentido, expresión de los entrecruzamientos entre matrices culturales diferentes, incluso antagónicas. La identificación de las intensidades afectivas era el momento de mayor contenido empírico, mientras que la clasificación de los núcleos paradójicos representaba el momento hermenéutico.

Por obvias consideraciones epistemológicas sabíamos que los talleres no reflejarían los mismos comportamientos de gusto y reflejo encontrados en la encuesta. Por ejemplo, los grupos de participantes a los talleres de las películas «Rambo», «Terminator» y «Bajos instintos», manifestaron rechazos a estas producciones y, algo similar, aunque en menor grado, ocurrió en el taller de «Amar y vivir». Sinembargo, esto no tenía importancia. Lo que importaba era observar si en los talleres aparecían de nuevo contenidos culturales que hablaran de la energía simbólico-imaginaria que estábamos rastreando y su eventual componente contradictorio, siendo secundario si las reacciones a las películas eran de aceptación o rechazo, porque en uno u otro caso nuestra observación no se invalidaba.

Nos contentamos con mencionar que la riqueza del material encontrado desbordó todo cálculo. No sólo confirmamos en vivo el carácter patético y trascendente que revisten los procesos del sujeto- espectador, sino que gracias a él comprendimos de qué modos se mestizan, al pasar por los mecanismos de recepción activa, las tensiones y polaridades que portan los textos fílmicos en sí mismos.

Las intensidades y paradojas apreciadas en los talleres se pueden resumir en las siguientes:

  • anhelo de luchar y salir adelante/ creencia en el destino;
  • crítica social/ ausencia de compromiso;
  • amor ideal/ realismo sentimental;
  • ansia de libertad/ justificación de sumisiones;
  • colectivismo/ individualismo;
  • convivencia pacífica/justificación de la violencia;
  • deseo de educación/ prioridad de lo moralizante;
  • lo bello y lo tierno/ lo tenaz y lo tenebroso.

Estos resultados de los talleres nos mostraron con nitidez las dinámicas de recepción que mestizan las oposiciones inherentes a la narración en los textos fílmicos estudiados. En la mayoría de estos se trata de oposiciones radicales, tajantes, excluyentes, pero al pasar por la mirada del sujeto-espectador ellas se vuelven más complejas porque se las recibe con consideraciones que combinan, simultáneamente, puntos de vista tradicionales y modernos, unas veces haciendo más honda la oposición entre los valores, otras, mediando con conciliaciones paradójicas.

También pudimos, gracias a los talleres, precisar cómo se transformaba la organización de nuestros núcleos paradójicos al pasar por la experiencia de la recepción, es decir, contrastar empíricamente este punto fundamental de nuestras hipótesis. De los cinco ejes contemplados en nuestra previsión inicial, el que más intensamente manifestó un poder constelizante de las reacciones en los talleres fué el del contraste anomia/ altruismo, civismo. Todo lo contrario ocurrió con el eje relativo a lo institucional (lo local/ lo nacional/ lo transnacional), el cual desapareció por sustracción de materia. De otro lado, se modificó el eje magia, religión/ pragmatismo, en cuanto que surgió una intensidad por lo trascendente distinta a la prevista en nuestra formulación inicial. Por su parte, el eje melodrama/ humor, carnaval, erotismo, sólo se manifestó en el polo melodramático, pues lo humorístico y festivo brilló por su ausencia, y lo tocante al erotismo fue expresa y consistentemente reprimido. Por último, el eje violencia/ sometimiento, aunque se confirmó, no tuvo un poder constelizante mayor en las reacciones de los asistentes a los talleres.

Mediante un trabajo de síntesis hermenéutica encontramos en los talleres una diversificación de la noción de lo «humano» y sus maneras de valorarlo. En todos ellos fue evidente un afán humanista pero expresado en diversas maneras que se desplazaban desde nociones muy convencionales basadas en la ética y moral oficiales, hasta otras totalmente opuestas, siendo frecuentes las combinaciones de unas y otras.

También en esta línea de síntesis hermenéutica los talleres nos permitieron observar la importancia del elemento trascendente al valorar proyectos y modos de vida, pero articulado antinómicamente a un deseo de realismo pragmático de igual intensidad.

Igualmente significaba fue la aparición del nexo paradójico entre el afán de estar siempre cumpliendo algún tipo de deber ser, y la simultánea necesidad de justificar la posibilidad de una conducta que transgreda impunemente las reglas sociales. Esta relación sigue muy de cerca aquella otra existente entre un sentido profundo de «amor al prójimo» y una capacidad también grande de causarle daño.

En conclusión, los resultados de los talleres nos abrieron horizontes de creciente densidad teórica al permitirnos apreciar la recepción cinematográfica como campo de manifestación de un fenómeno sociocultural y comunicativo de cobertura mayor, con un enfoque más detallado de algunas prácticas sociales de nuestro colectivo. No era equivocado pensar que lo ocurrido en los talleres (consistente con lo descubierto en la encuesta y el análisis de los textos fílmicos), hablaba de actitudes presentes en otros ámbitos de acción con trasfondos similares de sentido simbólico- imaginario. Quedábamos así en condición de radicalizar nuestra interpretación teórica en el cuarto y último nivel del análisis, previsto para ahondar en la complejidad de los procesos en que se gestan las identidades culturales.

Cuarto Nivel de análisis:

Apunta a la radicalización de la interpretación hermeneútica sobre las funciones de la recepción cinematográfica; y a tramitar conflictos detectados que superponen modernización y memorias colectivas abisales.

Poseemos apenas conjeturas sobre vigencia de algunas tradiciones ancestrales nuestras, v.gr. lo cruel, lo chamánico, lo alucinogénico, lo antinómico, lo utópico, etc., imbricado con la ética y la estética del dolor, de cuño católico. Propondríamos pensar en un sujeto-espectador en complejísima relación de entrega y agresividad hacia «lo otro», mediando la «crueldad» (Cfr. A. Artaud) de todo su proceso de construcción de identidades; nuestro encuentro con Occidente siempre fue y ha sido un someter a tensión extrema nuestro organismo psico-socio-cultural, forzando nuestro ser a un constante «dejar de ser» de múltiples direcciones, en continuos «ritos de pasaje», en continuas «tácticas» y «resistencias ». Este proceso entraña obvias actitudes «graves» y «paradójicas» que exacerban la naturaleza dialéctica propia de lo simbólico-imaginario y su necesaria trascendencia, porque no se resuelve ni aferrándose a una tradición estática, ni asimilando pacíficamente la racionalidad instrumental consumista. Por ello, la «espectacularización» del mundo entre nosotros se vuelve un espacio cultural donde se ejercita esa «mirada cruel», mestiza, hecho que comprueban otros fenómenos culturales masivos (v.g. la telenovela, el fútbol, los periódicos amarillistas) y que el cine pone en evidencia. Es lícito pensar que las propiedades narrativas de este medio lo convierten en una especie de objeto cultural que «concentra» la «crueldad» de la mirada espectacular, en forma diferente a como sucede en el discurso televisivo y de prensa.

Interesa también escrutar qué sentido puede tener esa actividad simbólico-imaginaria con relación a los dilemas de la cultura occidental, teniendo en cuenta que grandes campos de nuestra vida social se movilizan con ella v.g. lo hiperbólico y lo apoteósico de nuestra vida cotidiana, las intensidades delincuenciales y violentas, y, en general, nuestros «excesos». Nos queda la sensación que en nuestra historia cultural dichos excesos, sin lugar a dudas causa de tragedias y dolores infinitos, podrían también llegar a ser un potencial para la “re-espiritualización”, en la medida en que existen vastas zonas de conciencia por fuera del sentido de la institucionalización, es decir, operando como recursos fundamentales de energía simbólica.


Citas

1 Este artículo recoge los principales resultados del trabajo titulado: “Identidades culturales e imaginarios colectivos. Análisis de la recepción de medios en Bogotá. Módulo 1: el cine”, llevado a cabo en el Departamento de Investigaciones de la Universidad Central con la cofinanciación de COLCIENCIAS.

2 Gómez, Juan, Revista de Lingüística de la Universidad Nacional de Colombia.

3 Abril, Gonzalo, en Revista Cinco, 1/VI/88, Madrid.

4 Casseti, Francesco, El film y su espectador, Ed. Cátedra, Madrid, 1986.

Identidad nacional, identidades culturales y familia. Las familias bogotanas 1880-1930

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Identidad nacional, identidades culturales y familia. Las familias bogotanas 1880-1930

National identity, cultural identities and family. Bogotan families 1880-1930

Identidade nacional, identidades culturais e família. Famílias de Bogotá 1880-1930

Miguel Angel Urrego Ardila*


* Magíster en historia. Investigador Universidad Central. Profesor Universidad Distrital.


Resumen

Se pretende en este texto brindar una visión sintética de los resultados obtenidos en la investigación «Aproximación al proceso de construcción de las identidades culturales en Colombia. Las familias bogotanas 1.880-1.930»1. Inicialmente se señalan los principios teóricos metodológicos que sustentaron la reflexión en torno a la posibilidad de lectura de las identidades culturales a partir del estudio de la configuración de las familias en la ciudad de Bogotá entre 1.880-1.930. Posteriormente, el autor se detiene brevemente en la determinación de los procesos históricos que se abordaron para analizar la relación identidad-familia y, finalmente, presenta los nexos existentes entre familia e identidades culturales a luz de las principales conclusiones de la investigación.


Presupuestos teóricos-metodológicos

La investigación tenía por objeto, en primer lugar, analizar en un período concreto, 1880-1930, y desde un tema específico, las familias bogotanas, el proceso de constitución de la identidad cultural a partir del estudio de la relación de los elementos que en una sociedad tienden a transformarse lentamente (usos del espacio, estructuras del tiempo, religiosidad popular, e imaginario político) y los que en un corto lapso generan rupturas (ascenso de proyectos políticos, transformaciones en el régimen de producción).

En segundo lugar se pretendía estudiar la familia, sus caracteríticas, rituales cotidianos, funciones y transformaciones en el marco general de una ciudad como Bogotá entre 1880 y 1930, en la cual la modernización se gestó a partir del proceso de industrialización y constitución de la burguesía y la clase obrera.

Consideramos la familia una alternativa viable para realizar el estudio del proceso de constitución de las identidades culturales, por cuanto ésta es un lugar privilegiado de formación, construcción y difusión de la producción simbólica de las sociedades, gracias a la cual los hombres y las mujeres de una colectividad no sólo se identifican como miembros de ella sino que pueden vivir en su interior e interpretar, a su manera, el significado del universo simbólico.

Este lugar privilegiado que ocupa la familia se explica por varias razones. En primer lugar, allí encuentra la sociedad el sitio ideal para la transmisión -no mecánica- de principios de convivencia social, de aceptación o reinterpretación de nociones generales sobre la vida, la muerte, el amor, la producción material y la vida espiritual.

En segundo lugar, la familia es considerada socialmente un instrumento de regulación de la vida de las personas que la integran. Existen en su interior jerarquías, funciones y privilegios claramente definidos y reconocidos por todos como «naturales». Es natural, por ejemplo, que el padre sea la cabeza de familia.

En tercer lugar, la familia es una institución que regula la existencia de la sociedad, en la medida en que otorga apellido, transmite y prolonga valores de honor, filiación, etc, y garantiza la transmisión de la propiedad. Las sociedades reconocen, a través del derecho, esta función de la familia y otorgan a quienes aceptan dicha normatividad el carácter de individuos útiles a la sociedad, de buenos ciudadanos.

El análisis que efectuamos de las identidades culturales posee varias particularidades. La primera es que se realiza en torno a un período de transición y en una ciudad en la cual se generan fenómenos de urbanización e industrialización.

Por transición entendemos la confluencia de fuerzas sociales de naturaleza opuesta en los terrenos político, económico, social y cultural; estas fuerzas se articulan en la dinámica de imposición de un proyecto político conservador, del nacimiento de nuevas clases sociales, como la burguesía y la clase obrera, de la inserción en nuevas redes del comercio mundial y del inicio de procesos de industrialización y urbanización de las principales ciudades del país. La transición es fundamental por cuanto evidenció dinámicas de diferente naturaleza en plena desintegración o constitución. Esta tendencia histórica generó hechos como los siguientes: sectores sociales que surgen y/o desaparecen, tensiones sociales entre los individuos y las clases por la acomodación ante las nuevas circunstancias, la alteración de los ritmos cotidianos y el surgimiento de nuevas concepciones sobre el cuerpo, el espacio y el tiempo.

Así por ejemplo, el artesanado se encontró ante una lenta industrialización y urbanización, que implicaron la desaparición de ciertos tipos de oficio y su incorporación a las nacientes actividades industriales, y la necesidad de luchar por el mantenimiento de sus formas de trabajo. La burguesía, por su parte, comenzó a gestarse alterando, con sus requerimientos históricos, las representaciones simbólicas de la sociedad, no sólo sobre los grandes problemas del país, el Estado y la nación, sino sobre las nociones más «cotidianas », tales como lo limpio, lo sucio, la moda, los valores sociales, etc.

En un período de transición hay ritmos distintos entre décadas y sucesos políticos y sociales. Aparentemente, por ejemplo, son más dinámicos los veinte y los treinta que las décadas anteriores y, por ello, los últimos años del siglo pasado y los primeros del presente pueden tener un menor impacto en el crecimiento de la ciudad o en su industrialización.

Por otra parte, estas dinámicas no se manifestaron de una manera homogénea o monolítica sino que se adecuaron a las relaciones de oposición, subordinación y dominación que guardaban con otros fenómenos. De esta manera, la presencia de los capitales norteamericanos, la consolidación de la naciente clase obrera y el proyecto modernizante de la república liberal del presente siglo dieron un mayor énfasis a las tendencias de modernización de la ciudad que contrastaba con algunos lineamientos centrales del proyecto conservador. Esto se expresó en la añoranza de la ciudad colonial y la nostalgia de una Bogotá tranquila, pequeña y familiar que se manifiesta en los escritos de algunos cronistas.

Obviamente, ninguno de estos procesos enunciados -nacimiento de la clase obrera, industrialización y urbanización- se encuentra concluido en el período estudiado, de manera que los fenómenos descritos a lo largo del informe no son exclusivos de este período. Por el contrario, la urbanización, por ejemplo, ha conocido a lo largo del presente siglo décadas de particular auge, como el registrado en los cincuenta o en los setenta, que podrían llevar a considerar que el término «urbanización» es inadecuado para el período estudiado y que sólo es aplicable para décadas más recientes

Asimismo, cada dinámica tiene una cobertura particular. La industrialización, concretamente el trabajo asalariado, no involucró a la mayoría de la población, pues relativamente fueron muy pocos los obreros asalariados. Por el contrario, el transporte masivo de personas o la instalación de servicios públicos, aunque muchos de los bogotanos no tuvieron acceso a ellos, modificaron al conjunto de la población. La ciudad cambió con la presencia del tranvía, ya que para todos los habitantes era posible trasladarse a Chapinero, sin caminar, o llegar fácilmente al centro de la ciudad. Igual efecto causó la instalación del acueducto, puesto que paralelamente se adelantaron campañas masivas de aseo e higiene.

La segunda particularidad del estudio sobre las identidades culturales es que su objeto de trabajo es la ciudad capital. Esta circunstancia requiere una precisión en torno a la manera como se considera la ciudad. Específicamente es necesario señalar si ésta se asume como un objeto de estudio o como un espacio sobre el cual se desarrollan fenómenos. Para la investigación se privilegió la ciudad como un escenario donde los sujetos, clases e individuos, se mueven. Este criterio de trabajo se manifiestó en la segunda parte del informe con la descripción de varios fenómenos específicos: servicios públicos, tendencias de urbanización y otros más, con la intención de que sirvieran como referencias sobre las cuales se generan o se readecúan representaciones simbólicas.

Además de lo expuesto, el informe final tiene otra particularidad: la existencia de tres características especiales: una selección de conceptos centrales que guían el análisis, unas hipótesis básicas y una utilización especial de las fuentes.

A lo largo del informe se trabaja con conceptos tales como identidad cultural, cultura nacional, identidades culturales y cultura bogotana. El manejo de este conjunto de conceptos corresponde a la necesidad de diferenciar la existencia de procesos históricos que poseen dinámicas particulares y que en la mayoría de los casos son mutuamente dependientes.

En la investigación, entendemos por cultura el conjunto de tramas de significación que el hombre mismo teje y, por tanto, el estudio de la cultura es una ciencia interpretativa en busca de significaciones. Existen diferentes niveles de producción simbólica. La formación de las naciones implicó la elaboración de soportes ideales que permitieran el forjamiento de una cierta organicidad; hay, por tanto, una producción institucionalizada de símbolos y de sus interpretaciones cuya función es lograr la existencia de una lectura común. Paralelamente existen otros niveles de la producción simbólica, pues las clases, las minorías étnicas y las regiones generan igualmente sus propias representaciones.

La identidad no sería otra cosa que la posibilidad de efectuar una misma lectura de lo simbólico. Lectura que, debido a la naturaleza abierta de la cultura, es decir, a su constante renovación, está definida por dos extremos que se complementan y se definen: lo permanente y las rupturas parciales. Lo primero significaría la posibilidad de mantener, de generación en generación, estructuras simbólicas básicas para garantizar la continuidad de la comunidad. Lo segundo, implica la permanente readecuación de lo simbólico y la aparición de nuevas posibilidades de interpretación. Por ello es necesario diferenciar los distintos niveles de lo cultural y de su interpretación.

La cultura nacional y la identidad cultural son tomadas como la elaboración ideológica que, desde el proyecto político de la Regeneración, institucionalizan los sectores dominantes blancos del altiplano cundiboyacence, específicamente la élite bogotana, para el resto del país. En dicha elaboración aparecen claramente establecidos los fundamentos de la nacionalidad: hispanismo, cultura cristianizada, un Estado sin presencia nacional, una política maniqueizada y el reconocimiento de una región dominante. Sus manifestaciones más obvias fueron la oficialización del himno nacional, la consagración del país al Sagrado Corazón, la formación del ejército nacional, el establecimiento de una cultura cafetera, la protección de la Iglesia -manifestada en la Constitución de 1886 y el Concordato- y la persecución del disidente político.

Sin embargo, esto no quiere decir que no existan manifestaciones de variadas producciones culturales que elaboran, cotidianamente, clases en constitución y la población de distintas regiones; estas producciones superviven, al margen o con el beneplácito de la cultura nacional oficial. A esta realidad la denominamos identidades culturales - en plural- para destacar, precisamente, la convivencia complementaria y contradictoria de distintas representaciones simbólicas que se desarrollan en el marco de una cultura nacional.

Como el estudio gira alrededor de un espacio geográfico determinado -la ciudad de Bogotá-, hicimos referencia igualmente a una cultura dominante regional: la bogotana; esto con la intención de señalar un fenómeno especial: la existencia de una elaboración cultural regional clasista, claramente definida que establece una relación de dominación en la región y que se hace oficial con la Regeneración; es decir, se institucionaliza en un modelo para el resto de las regiones, se hace, por tanto, cultura oficial dominante, constituyendo así la base de lo que denominamos la cultura nacional.

Esta cultura bogotana se conforma y se recrea por la confluencia de tres fenómenos de distinta naturaleza: Bogotá aparece como el principal centro político, cultural y de servicios (educativo, financiero, etc.) del país; permanecen valores de la cultura tradicional de los blancos de la colonia cuya identidad está ligada al mantenimiento de las tradiciones, la «cultura», el honor y el orden; existen nuevos valores entre los bogotanos blancos aburguesados que asumen los privilegios de las dinámicas señaladas anteriormente. Por ello, la cultura bogotana es tradicional en la medida en que mantiene ciertas diferencias sociales, culturales y políticas imperantes en la colonia; es paternalista, clasista y racista; y es modernizadora, en la medida en que incorpora nuevos elementos del universo de la burguesía dominante en Europa y los Estados Unidos.

Como hipótesis planteamos, en primer lugar, que el período analizado es de transición general de la sociedad. En él, la burguesía comienza a gestarse y a esbozar el conjunto de elaboraciones simbólicas sobre la organización de la sociedad y la familia; estas elaboraciones son propias de su manera de concebir la sociedad y sobre ellas se fundamenta su proyecto político. Este proyecto, que históricamente no ha sido dominante, ni en muchos aspectos está concluido, se expresa, en el terreno de nuestro objeto de estudio, en el modelo de familia bogotana de élite y en los atributos que supuestamente la diferenciaban de las familias de otras regiones y clases: privacidad, elegancia, cultura, buenas maneras, moralidad, etc. El proyecto, además, se configura en una dualidad de mantenimiento de una tradición, gracias a la cual se legitima, y, paralelamente, en la generación de cambios en diferentes instancias de lo institucional, económico y social para adecuarse a las exigencias de los tiempos o la división internacional del trabajo. Lo anterior se puede ilustrar con los intentos de modernización del Estado.

En la segunda hipótesis se considera que el concepto básico para estudiar las identidades culturales durante el período es el de intimidad. Por intimidad se entiende el proceso burgués de encerramiento y diferenciación social de una clase que lentamente se consolida cultural y políticamente.

La tercera hipótesis de trabajo sostiene que en el período considerado se desarrollan moralidades alternativas que constituyen valores y modelos de familia que subvierten y, paradójicamente, acatan ciertas normas de comportamiento impuestas por la Iglesia y los sectores dominantes. Esta ruptura se expresa en conductas sexuales, actitudes ante el matrimonio y, de una manera más general, en una afirmación clasista de lo popular, sin que ello signifique un enfrentamiento agudo entre las clases. Lo que sucede es que la afirmación de lo popular convive, de manera contradictoria, con el acatamiento a las normas e instrumentos de dominación. Se elaboran así complejas pautas de comportamiento antiinstitucionales que no ponen en peligro el stau quo, pero que sí evidencian las diferencias sociales.

Con respecto al análisis de fuentes primarias, existen limitaciones profundas en los trabajos colombianos sobre cierto tipo de archivos y documentos que nos llevan a presentar sólo imágenes generales, es decir, algunos aspectos de dicha documentación -no los de menor importancia- dejando el campo abierto a otras investigaciones o a futuras complementaciones del presente trabajo. Teniendo en cuenta esta circunstancia, nos hemos inclinado a realizar una serie de avances en diferentes frentes documentales, con el objeto de crear un cuadro general de imágenes. Hemos preferido este tipo de aproximación en vez de limitarnos a la información exclusiva de la prensa del período; por ello el trabajo, sobre diferentes archivos no es, de manera alguna, exhaustivo. Este criterio de trabajo obedece a la naturaleza del problema que investigamos - las familias y las identidades culturales- y da la posibilidad de sugerir, para otros proyectos de investigación o futuras etapas del presente, nuevas hipótesis de trabajo. Igualmente, hemos preferido dar mayor énfasis a la cita de los documentos que a la de los textos teóricos.

Presupuestos históricos

En esta parte del artículo trataremos, en primer lugar, la relación existente entre Estado nacional y cultura nacional. En segundo lugar, la función de lo regional en la configuración del Estado nacional y la cultura nacional. Finalmente, los nexos entre identidades culturales y familia

1. Estado nacional y cultura nacional2

Lo característico del período estudiado es el proceso de constitución del Estado nacional. Este proceso conllevó la unificación nacional en los países europeos (Italia, Alemania) y en América Latina la construcción de las repúblicas independientes.

La independencia en América Latina, al igual que la unificación en Europa, no significó, de manera alguna, la consolidación sin traumatismos de la forma republicana; por el contrario, lo que se inauguró fue una época plena de contradicciones políticas, militares, ideológicas y sociales.

La Colombia del siglo XIX vivió esta coyuntura histórica con la confrontación entre los proyectos políticos liberal y conservador en torno al tipo de Estado y nación que debía predominar. Este enfrentamiento se dio en todos los terrenos de la vida nacional, por ello, la constitución de formas específicas de cohesión de la nación y la imposición de una lectura de sus simbologías, fueron un aspectos fundamentales de los proyectos políticos. No es extraño afirmar que los espacios de la vida cotidiana, en últimas de la cultura, estén plenamente politizados.

La identidad nacional -entendida aquí como un «discurso configurado con símbolos, frases, mitos, estereotipos, nociones vagas, imágenes colectivas»3 que le dan rostro a una formación social, y en la cual los hombres y las mujeres se definen y se reconocen como nación- corresponde, entonces, a la imposición del modelo de sociedad que un sector dominante consideró como el más adecuado a sus intereses, y que para el conjunto de la sociedad aparecía como el más «natural»4. Lo que encontramos en Colombia a finales del siglo pasado y las primeras tres décadas del presente siglo es la implementación, en medio de oposiciones y replanteamientos, del proyecto político del partido conservador, lo cual se expresó en la institucionalización de un modelo de nación y de una concepción específica de cultura nacional.

Esta cultura nacional se construyó desde una contradicción básica: la de desarrollarse en una coyuntura mundial de consolidación de la burguesía pero imponiéndose en el interior del país desde una perspectiva retardataria. Teniendo en cuenta este punto de vista analizaremos la cultura nacional durante la Regeneración5.

En la conformación de la identidad nacional se articulan procesos de diferente naturaleza. Entre estos podemos mencionar: un sistema educativo de carácter nacional, una legislación que cobija a todos los ciudadanos del Estado, la definición de una noción de ciudadanía que sustenta el sistema político, la instauración de un proceso de laicización de la sociedad, la institucionalización de mitos fundacionales del Estado nacional ( fiestas patrias, héroes nacionales, etc). Sin embargo, para el período estudiado creemos que los ejes básicos de este proceso son los siguientes:

  1. Hispanización de la Cultura.

  2. A lo largo del siglo XIX los ideólogos del conservatismo plantearon una disputa ideológica contra el sector radical del liberalismo en torno a la interpretación histórica del período colonial, especialmente a la valoración del significado de la herencia hispánica y a la determinación de cuáles elementos se debían mantener en la sociedad. El punto de vista del conservatismo se sintetizó en la exaltación del nexo histórico con España y en el rechazo al sentido histórico de la Revolución Francesa y al modelo afrancesado que el liberalismo venía impulsado para reorganizar la nueva sociedad. Este debate teórico político entre los partidos se explica porque «La Revolución Francesa había pretendido subvertir la frontera entre lo público y lo privado, construir un hombre nuevo, y remodelar lo cotidiano mediante una nueva organización del espacio, el tiempo y la memoria»6.

  3. Cristianización de la Cultura.

  4. Con la cristianización de la cultura se concibió la educación, la ciencia y la sociedad en general como espacios que deberían estar al servicio de la moralización de las conductas públicas y privadas de los hombres y las mujeres. Como es conocido, este criterio no era nuevo para la iglesia católica; lo nuevo era la coyuntura histórica en la cual se afirmaba.

  5. Conformación de un Estado sin Nación.

  6. Los proyectos políticos decimonónicos no coincidieron en el modelo de Estado, en las funciones asignadas a éste, en el tipo de relaciones que debía tener con la Iglesia y, mucho menos, en la realización de lo que se ha dado en llamar la Unidad Nacional.

    La Regeneración, en términos políticos, definió un fuerte protagonismo del ejecutivo y un Estado débil y sin presencia «nacional». La función del Estado se limitaba a un control político de la oposición, la regulación de la economía (finanzas estatales, balanza comercial, etc) y garantizar el predominio de la iglesia católica7.

    A la Iglesia, además de corresponderle una labor fundamental en el control de la población y en la producción de un régimen de verdad, el proyecto de dominación le asignó la función de sustituir al Estado en la labor de «unificación nacional». Esta labor la convirtió en mediadora de las necesidades espirituales y físicas del pueblo y en fuente creadora de sentido. La mediación se dio, especialmente en las regiones de colonización y de fuerte presencia conservadora, al ser el único medio con el cual pudieron contar los sectores pobres y marginales para relacionarse con las altas esferas del Estado a nivel regional o nacional. La creación de sentido (histórico, político, étnico, racial, cultural) se dio en razón de que el cura era quien articulaba el pueblo a los sucesos nacionales y mundiales.

  7. Maniqueización de la Política.

  8. En principio no existía impedimento para tener opiniones políticas alternas al pensamiento conservador; sin embargo a los liberales se les juzgó, inicialmente, no por ser liberales sino por ser anticatólicos, es decir, enemigos del orden social. De lo cual se concluía que no se podía aceptar la existencia de liberales. Por ello, la polaridad expuesta por algunos sacerdotes entre católico o anticatólico, constituye el principio desde el cual se elimina la posibilidad de existencia del disidente político y se crea una práctica política fundamentada en la intolerancia.

    De manera que la presencia de la trilogía burguesa (libertad, igualdad, fraternidad) fue sustituida por la trilogía de caridad, obediencia y moralidad. Para el proyecto de la Regeneración, el clero conformaría un nuevo Estado donde los ciudadanos no requerían del ejercicio de la política ni de la presencia del Estado o sus funcionarios, por cuanto el cura daba razón de su nacimiento, formación, matrimonio, enfermedad y muerte.

    Asimismo, el clero al velar por la moralidad de la ley, juzgar a la autoridades civiles y, finalmente, mediar entre quienes se postulan como candidatos y el pueblo, dejó sin piso «los excesos de las pasiones políticas». Esta concepción se justificó como parte del rechazo a las innumerables guerras civiles desatadas durante todo el siglo por las «pasiones políticas».

En síntesis, podemos afirmar:

  1. La Regeneración se consolidó a través de un sistema político cuya base fue la intolerancia política y una noción de ciudadanía restringida a la figura del católico virtuoso. Ante la rigidez del Estado y la violencia del sistema político, las relaciones entre la sociedad y el Estado son definidas por las dualidades legitimidad/ilegitimidad y dominación/resistencia. Por ello, los «ciudadanos» viven siempre enfrentados al Estado, sus instituciones y a la sociedad en terrenos como la moral, la política o la ideología, ya sea porque son librepensadores, comunistas, protestantes o inmorales. Por su parte, el Estado definió su presencia desde la «legitimidad» de la fuerza. La presencia del Estado es reconocida sólo desde la perspectiva del orden público.
  2. Conviven formas de resistencia con formas de dominación que garantizan, paradójicamente, la estabilidad de la sociedad. Aunque los colombianos se enfrentan al Estado, asumen, contradictoriamente, una fidelidad relativa a fenómenos como el bipartidismo o el respeto a ciertos niveles de lo institucional.
  3. La formación del Estado nacional, concebida en el proyecto conservador para el altiplano cundiboyacense, generó un Estado en el cual no estaba considerada la nación. El Estado nacional fue construido únicamente para los católicos conservadores del interior del país; por fuera de él quedó cualquier clase de minoría política, étnica, social o religiosa.

2. Cultura nacional, región e identidades culturales

Es claro que el sentido de la denominada cultura nacional no es, al igual que el Estado Nacional, un hecho nacional ni una construcción monolítica. Por ello es necesario resaltar las fisuras de la cultura nacional8. Uno de los aspectos que permite considerar precisamente la diversidad y las contradicciones es la relación de los procesos nacionales con las dinámicas regionales. Colombia, al igual que todos los países de América Latina, está conformada por regiones, la mayor parte de las cuales, aún hoy, sobreviven aisladas de las demás, estan al margen de las decisiones políticas y económicas adoptadas en el centro del país, y reclaman una reconfiguración de las unidades político administrativas en busca del rescate de las regiones naturales y con características culturales que las diferencian plenamente de las regiones vecinas y, en algunos casos, las acercan a las zonas de frontera de países amigos.

Por otra parte, en las regiones existen culturas dominantes que se construyen por la relación entre fenómenos específicos locales y que se moldean a partir de la manera como se articulan los procesos históricos globales, las formas concretas que asume la reproducción de la vida material y espiritual de los hombres, la específicidad de los procesos de poblamiento y por las dinámicas locales de las relaciones de poder. De allí que en las regiones se encuentre, además de la «aceptación» de la identidad nacional dominante, formas locales de identidad, las que denominamos aquí, en plural, identidades culturales.

Así pues, en Colombia se presentan dinámicas culturales regionales que en muchos casos, dada la manera como se construyó el Estado y la nación, aparecen al margen de la institucionalización de «una cultura nacional». Situación que se presenta por ser la «cultura nacional» de élite y dominante y por la incorporación despectiva como folclore de las culturas regionales9.

Para nuestro estudio fue indispensable señalar los vínculos entre esas tendencias generales y el proceso regional; es decir, la relación entre Estado nacional y Bogotá. Partimos de la hipótesis según la cual Bogotá se constituye en el paradigma de lo que debería ser la cultura nacional.

Las formas económicas, políticas y culturales que se desarrollan allí, aparecen como modelos dignos de ser asimilados por los demás habitantes del país. La cultura «bogotana» se instituye en la forma predominante y «culta», de la cultura nacional. Sobre esta dinámica entre lo nacional y lo regional Jorge Orlando Melo afirma:

«La Identidad nacional se forma en interrelación con otras formas de identidad, que coexisten con ella: el sujeto se reconoce al mismo tiempo como miembro de una región, de un pueblo, de un grupo «racial», de una clase social, de una profesión. La coexistencia de estas identidades no es, sin embargo, amorfa: algunas dominan en ciertos momentos de la historia o se refuerzan a la luz de determinados proyectos políticos, culturales o históricos»10.

Bogotá no es una simple ciudad. Es la capital de la república, lugar de las principales autoridades políticas, culturales y religiosas, circunstancia que le da un carácter especial a la región que domina, pues ésta abarca otras ciudades más pequeñas.

La ciudad es un polo de desarrollo económico de la nación, sede de las principales industrias y capital del sector financiero. Actividades que le imprimen una dinámica especial, pues para el establecimiento de estas empresas se requiere el empleo de toda la gama de servicios públicos y la capacidad técnica del sector de la construcción, hecho que se manifestó en un rápido proceso de urbanización.

Bogotá es el lugar, al igual que Europa, donde aparentemente se encuentra «la cultura». De esta época es el mito de la Atenas suramericana, razón por la cual es seleccionada por los jóvenes miembros de las oligarquías regionales para adelantar su formación académica.

Finalmente, esta ciudad es el sitio ideal de los jóvenes advenedizos para lograr el ascenso en la carrera política y militar, toda vez que la capital fue el principal escenario de la lucha entre las facciones políticas del siglo pasado11.

Estas características hacen de la ciudad el objetivo de la migración interna que busca mejores condiciones de vida y/o escapar de la miseria y la violencia en el campo. Por lo cual la capital de la república se constituye, a pesar del regionalismo, en el paradigma para la naciente burguesía.

3. Identidades culturales y familia

Las identidades culturales constituyen la forma específica regional en que las clases viven el proceso de construcción de la cultura nacional. Esta especificidad se conforma a partir de las particularidades del poblamiento, las condiciones que rigen la reproducción de la vida material, las formas que gobiernan la vida cotidiana de los hombres y las mujeres, el imaginario y las relaciones de poder a nivel local.

En el período estudiado, el bogotano se representó asimismo por la construcción de un sistema de vida en el cual eran fundamentales la rectitud, las buenas maneras, la moralidad, la ilustración, el dominio del lenguaje, el estar a la moda y la posesión de dinero.

La familia, objeto de control social y sujeto de control12 históricamente surge como garantía de cohesión de la sociedad. A ella se le ha confiado la transmisión de la propiedad a través del cumplimiento de determinadas reglas -la primogenitura en la edad media, por ejemplo, que garantiza la conservación de los apellidos y la supervivencia de la «casa»-; la regulación de la conducta de sus miembros al establecer roles y normas de comportamiento; y la enseñanza de las primeras nociones sobre el mundo social y sobre la corporalidad, allí los hijos aprenden normas sobre el afecto y la sexualidad.

De manera que es al interior de la familia donde inicialmente los hombres y las mujeres construyen las referencias para el desenvolvimiento en la sociedad. El niño aprende allí sus primeras palabras, escucha los primeros sonidos y percibe los primeros colores. El padre o la madre ordena los vestidos, las comidas y el uso del tiempo libre. Como es natural las posibilidades para concebir y asumir la vida cotidiana son bien distintas, pues dependen del lugar que sus miembros ocupen en el aparato productivo, de la presencia o ausencia de las figuras paterna y materna, y de la especificidad de lo local y nacional.

Estas referencias básicas para los hombres y las mujeres fueron posteriormente complementadas y reordenadas por el sistema educativo y el conjunto de experiencias que los hombres y las mujeres pudieron desarrollar por hechos como las amistades, el trabajo y los sucesos de vida (enfermedad, amor y muerte), desde donde se asumen una defensa explícita o un rechazo abierto de su sistema de vida13.

Asimismo la familia se constituye en instrumento de control sobre las conductas públicas y privadas de vecinos y amigos. La familia se encarga de vigilar las actividades de aquellos que pueden alterar su orden interno. Por ello, se diseñan mecanismos para constatar la moralidad de los sirvientes, los profesores, los amigos de los hijos y de aquellos centros de formación de costumbres, tales como la escuela y el teatro.

Finalmente, hay que decir que son las grandes familias las que tradicionalmente ejercen la política, dirigen el Estado, impulsan y monopolizan actividades productivas, administran la cultura estatal, etc.

En esta construcción de cultura e identidad, la familia bogotana desarrolla una forma predominante: la intimidad burguesa, definida como el predominio de la privacidad de la pareja y la familia14. Es la elite bogotana la que más lejos llegará en la adopción de los modelos de vida de la burguesía francesa o americana. Son los bogotanos los que imponen la moda, las prácticas de higiene, los rituales de mesa, una moralidad y los que se «encierran» en sus casas.

La naciente burguesía colombiana establece no sólo una ética productiva sino una formulación de prácticas que tuvieron como efecto la restructuración de las nociones decimonónicas de vivir la corporalidad, el tiempo y los espacios.

Esta tendencia se manifestó, en primer lugar, en los pasos dados para la transformación de la imagen sobre el cuerpo, a través de los discursos clasistas sobre la salud, la higiene, la moda y la sexualidad. Desde finales del siglo comenzaron a difundirse, a través de los periódicos y textos especializados, la incorporación de prácticas de higiene, la noción de aseo personal como parte de un buen estilo de vida y el uso de nuevos productos (tinas, jabones perfumados, etc) que implicaron, igualmente, la circulación de conceptos distintos sobre el cuerpo, sus enfermedades y sus cuidados.

En segundo lugar, en la elaboración y consolidación de concepciones de manejo de los espacios de las casas, la formulación de un discurso sobre la privacidad, la diferenciación de la ciudad por clases sociales, la reestructuración de las funciones de la familia, etc.

El cambio en el espacio se produjo principalmente por la construcción de una arquitectura pública, que por primera vez evidenció el poder del Estado; y la arquitectura privada, que con la construcción de quintas y el traslado de la burguesía y sectores medios a barrios como Chapinero, pudo definir espacialmente las diferencias de clase. Quizás uno de los hechos más significativos en el período estudiado fue la creación de viviendas con nuevos espacios (antejardines, cuartos de piano, comedores para las visitas, etc.), zonas plenamente definidas (cuartos de aseo, cocinas, dormitorios) y empleo de materiales poco usados anteriormente para las fachadas (hierro, vidrio, mármol, etc.).

Finalmente, la industrialización y la urbanización dieron impulso a la transformación de nociones como tiempo y espacio; varió la interiorización de las distancias en la ciudad y los ritmos de vida (usos del tiempo libre, vacaciones).

La industrialización de la ciudad al promover nuevas prácticas productivas, relaciones distintas entre los hombres y usos del tiempo y el espacio generó, por una parte, rupturas en los modelos de vida cotidiana y, por otra, alternativas para la ordenación de la vida pública y privada de los bogotanos. Estas alternativas se expresaron en la formación de un nuevo tipo de familia y concretamente en la asignación de nuevas funciones para sus miembros y en la aparición de nuevos rituales, tales como la organización de la intimidad, prácticas alimenticias, acceso a determinadas modas y clubes e imposición de determinados valores.

El replanteamiento general de la vida cotidiana es posible ya que la industrialización, desarrollada en Bogotá entre 1880 y 1930, permitió cambios en el aspecto físico de la ciudad, la formación de nuevos lugares públicos y la ruptura con los vigentes en la colonia, nuevos patrones de consideración del espacio y el tiempo (arquitectura republicana por ejemplo), la circulación de nuevos saberes y valores (modas, alternativas literarias al costumbrismo), ritmos de vida diferentes etc.

El tiempo de la casi parroquial ciudad decimonónica se quebró con el surgimiento de la fábrica y la urbanización de la ciudad. Surge Chapinero y su tranvía, el ferrocarril que comunica rápidamente las zonas cálidas con el altiplano y una vinculación cada vez mayor de la mujer al trabajo. El efecto inmediato de estos hechos fue el aceleramiento de la vida en la ciudad. Bogotá tiende a percibirse bajo los mismos parámetros de las grandes capitales y no resulta extraño que los cronistas miren con nostalgia a la ciudad apacible y tranquila del siglo pasado, regida únicamente por el ritmo de sus campanas.

Las familias bogotanas 1880-1930

Antes de señalar los vínculos entre identidades culturales y familia creemos necesario destacar algunos aspectos básicos de la constitución de las familias bogotanas en el periódo estudiado.

El matrimonio y la conformación de una familia en la Bogotá del siglo XIX, y comienzos del siglo XX, se efectuaron a partir de la confluencia de los discursos y normatizaciones de la Iglesia y las autoridades civiles, y el conjunto de representaciones que sobre el amor, la sexualidad, la afirmación como clase y las experiencias de vida tenían los bogotanos. Esto quiere decir que tras la manera como la población asumió el establecimiento de la pareja existieron dos realidades distintas y, según las circunstancias sociales e individuales, se acentuaron más la aceptación de la normatización o la constitución de la familia dehecho. Sin embargo, esto no significó que a los hombres y las mujeres se les presentara una disyuntiva, sino dos opciones que frecuentemente se combinaban. Dicho de otra manera, las parejas se conformaban vulnerando o aceptando la normatización establecida por el clero y la sociedad: viviendo en los extremos, al margen de la norma -en concubinato-, o aceptándola, casándose por lo católico ,luego de años de convivencia, y reconociendo a sus hijos.

La eficacia del proyecto regenerador estuvo medida por la capacidad para reorganizar instituciones fundamentales y ponerlas al servicio de las concepciones estratégicas del proyecto político. En el período que estudiamos, la reorganización de la familia significó:

  1. Normatización de la unión. La regulación del matrimonio por parte de la iglesia católica se desarrolló en varios niveles. En primer lugar, se reglamentó -en el concordato y la legislación- que el matrimonio católico tenía todos los privilegios. En segundo lugar, se implementaron medidas contra los hechos que lesionaban la existencia de la familia. Se buscó la marginación de las conductas consideradas inmorales, o anticatólicas, en la conformación de la pareja, a través de medidas contra el concubinato, los hijos ilegítimos, el aborto, etc. Por último, se inició una labor propagandística en torno a las virtudes del matrimonio consagrado por el culto católico.
  2. El control de las pasiones. Todos los excesos debían ser eliminados (chichismo, concubinato, delincuencia, etc.). El matrimonio fue considerado, como ya había sido expresado en otras épocas, como el único lugar donde podía desarrollarse la sexualidad y donde podían evitarse los pecados de incontinencia. Asimismo el matrimonio, por haber sido instituido por Dios, aparece como sacramento15.
  3. La asignación de funciones de vigilancia moral. Los padres serían quienes vigilarían todo espacio de sociabilidad donde la moral estuviese en entredicho o donde los enemigos de la sociedad pudiesen ejercer influjo.
  4. Reglamentación de las funciones e incluso actividades de los miembros de la familia, tal como lo señalamos anteriormente.

En la ley colombiana correspondiente al período investigado, en los estudios de derecho quedó plenamente reglamentada -desde la moral católica-, la legislación relativa al matrimonio y los asuntos propios de la familia.

En efecto, el matrimonio fue definido como una institución de derecho natural, lo cual fue explicado de la manera siguiente:

(…) las instituciones de Derecho Natural son aquellas normas reguladoras del ejercicio de las facultades humanas y del cumplimiento de los deberes, para que sea posible al hombre alcanzar su fin; el conocimiento de esas normas o reglas lo adquiere el hombre por su sola razón; emanan del pensamiento eterno de Dios y son la participación de la Eterna Sabiduría en la criatura racional16.

El establecimiento de la ley desde concepciones morales y la evidente presencia de los criterios de la Iglesia en los temas que venimos comentando quedaron instituidos en el Código Penal. En algunos de sus artículos se protegió, por ejemplo, la supremacía del hombre en todos los asuntos ligados a la vida familiar. Veamos sólo algunos ejemplos. En primer lugar, se reconoció al hombre la inocencia cuando mataba a su mujer, a su hija o a los amantes de éstas cuando eran sorprendidos «yaciendo» o incluso solamente cuando consideraba deshonesto el trato. En segundo lugar, a la mujer se le negó la posibilidad de ejercer cierto tipo de actividades económicas. En tercer lugar, el hombre tenía derecho a controlar cualquier tipo de correspondencia que sostuviera su esposa. El último caso que queremos destacar es el establecimiento de cárcel para aquellos testigos que asistieran a matrimonio sabiendo que algunos de los contrayentes ya estaba casado17.

Para el comentario del matrimonio en Bogotá nos basaremos en las cifras del cuadro 1, que nos presenta los datos de los uniones realizadas en la ciudad entre 1892 y 1950. Se observa que sólo en 1912 los matrimonios se acercaron, en promedio, a los 50 mensuales y que a partir de 1917 la tendencia fue creciendo. En 1925 se superaron las cien uniones y para el final del período los matrimonios fueron alrededor de 500. En 1917 se superó la cifra anual de 1.000 matrimonios en Bogotá, la cual descendió a 842 entre 1919 y 1922 y nuevamente llegó a 1.011 uniones en 1923.

En el período estudiado las tendencias mensuales de celebración de matrimonio sufrieron una importante variación en Bogotá, tanto cuantitativa como cualitativa. Esta variación se produjo por la transformación de la costumbre de los bogotanos de seleccionar algunos meses para unirse sacramentalmente. Para estudiar este comportamiento hemos escogido tres años con el fin de establecer las comparaciones: 1892, 1930 y 1950.

Cuadro No. 1
Matrimonio en Bogotá 1892-1950
Matr. Ene Feb Mar Abr May Jun Jul Ago Sept Oct Nov Dic Total
1892 17 19 11 15 20 21 43 47 80 39 60 7 379
1893 20 44 3 28 43 29 41 34 29 33 90 18 412
1894 18 24 1 63 53 36 47 25 28 28 49 8 380
1895 23 21 48 7 23 17 31 28 31 51 53 6 339
1896 28 42 9 26 38 33 42 53 29 35 64 1 400
1897 20 44 11 9 65 32 26 27 33 1 268
1898 26 47 7 18 35 23 107 33 41 27 64 1 429
1899 18 6 26 23 29 16 31 28 24 17 6 4 228
1900 29 34 32 29 34 35 193
1901 24 50 2 21 97
1902 0
1903 50 59 77 5 191
1904 27 65 5 30 37 41 48 43 53 76 6 431
1905 39 48 49 5 71 36 49 45 38 16 396
1906 25 47 16 36 39 36 39 53 39 61 9 400
1907 26 44 3 29 38 15 37 63 41 53 349
1908 0
1909
1910
1911 11
1912 49 82 17 27 54 47 40 58 75 48 82 3 582
1913 48 54 14 46 58 60 62 58 39 53 101 14 607
1914 14 76 13 40 56 68 62 115 61 53 75 63 696
1915 36 92 13 50 47 46 69 56 112 59 90 11 681
1916 43 69 49 6 92 59 86 108 74 58 123 71 838
1917 51 106 37 44 45 59 84 71 280 211 151 42 1181
1918 64 122 64 90 56 104 69 67 113 143 124 33 1049
1919 63 101 92 68 73 71 72 74 64 65 107 70 920
1920 97 85 63 63 90 99 88 75 68 108 102 41 979
1921 80 83 41 93 54 69 81 67 73 58 89 36 824
1922 78 95 38 52 55 76 96 70 90 82 72 81 885
1923 79 82 54 87 81 69 98 82 87 88 100 104 1011
1924 86 89 97 54 109 89 90 79 101 88 117 56 1055
1925 90 127 50 70 92 78 101 120 78 149 121 90 1166
1926 115 111 83 111 109 91 114 119 112 135 112 92 1304
1927 114 117 96 86 98 109 138 124 134 133 159 158 1466
1928 141 117 78 125 123 143 161 115 143 133 157 191 1627
1929 154 154 68 175 122 140 125 151 148 150 163 113 1663
1930 104 112 128 75 104 107 105 99 103 113 132 74 1256
1931 115 89 74 96 108 88 103 155 89 121 128 121 1287
1932 121 91 75 90 114 196 161 87 125 103 126 130 1419
1933 111 107 96 102 109 76 141 101 116 119 112 192 1382
1934 114 135 128 164 110 167 156 140 148 127 138 189 1716
1935 134 134 148 122 120 167 173 144 127 143 149 214 1775
1936 156 157 132 142 182 133 186 175 123 128 160 198 1872
1937 177 188 142 167 242 148 212 225 182 234 185 259 2361
1938 210 156 206 146 164 171 223 202 198 206 186 302 2370
1939 225 188 195 247 179 175 284 209 184 220 192 61 2359
1940 227 177 190 177 177 286 262 217 196 189 184 300 2582
1941 261 192 269 171 205 230 228 253 189 239 223 301 2761
1942 242 190 287 172 242 209 255 310 257 234 193 339 2930
1943 271 209 258 198 268 262 283 247 237 246 230 474 3183
1944 263 244 260 252 220 223 309 270 271 278 234 531 3355
1945 306 274 265 307 258 319 351 294 283 277 263 569 3766
1946 341 282 368 266 272 390 507 372 334 333 303 571 4339
1947 384 316 364 277 312 374 418 425 309 320 376 708 4583
1948 364 363 333 244 401 366 501 483 357 456 353 718 4939
1949 510 355 469 326 407 373 544 136 376 447 294 778 5015
1950 498 398 496 407 376 463 584 368 443 427 387 1045 5892

Lo primero que llama la atención es que, al comenzar la década de los años noventa, los bogotanos preferían celebrar su matrimonio en los meses de febrero, julio, septiembre y noviembre. Durante el mes de septiembre la cantidad de matrimonios era mayor. El menor número de matrimonios se presentó en los meses de marzo, abril, diciembre y enero. Marzo y diciembre fueron los de menor frecuencia.

Este comportamiento, en líneas generales, se mantiene en las primeras décadas del presente siglo. En 1950, año extremo para establecer la comparación los cambios son profundos. En primer lugar, hay dos meses en los cuales los matrimonios son altos: julio y diciembre. Sin embargo, diciembre duplica la media de matrimonios que se celebran durante el año. En segundo lugar, los meses con menor cifra de matrimonios son mayo, agosto y noviembre. Con relación a los meses bajos de la década de los años noventa, caso anteriormente comentado, se observa que no son ya tan bajos y, por el contrario, que se celebran más matrimonios que en los meses de mayo, agosto y noviembre.

En síntesis, al comenzar la segunda década del presente siglo las tendencias mensuales de matrimonio se hacen mas homogéneas y diciembre aparece como el mes preferido por las parejas para contraer nupcias. Estos hechos son muy claros cuando se comparan las tendencias de los meses de abril, agosto y diciembre para los dos períodos que venimos comentando.

En cuanto a las tendencias de los matrimonios por parroquias podemos señalar lo siguiente. En primer lugar, se debilita la participación de las parroquias más tradicionales en el total de matrimonios en la ciudad, particularmente Belén, Egipto y Las Aguas, debido en parte a la reducción relativa de la población y fundamentalmente al carácter popular de la parroquia, pues, como lo veremos más adelante, estos sectores tienen otros patrones de constitución de la pareja. En efecto, en Belén se celebraron 29 uniones en 1918 y 52 en 1938.

En segundo lugar, el crecimiento de la ciudad implicó la conformación de nuevas parroquias, de las cuales algunas lograron un crecimiento vertiginoso, en especial Chapinero, donde en 1918 se realizaron 50 matrimonios y 207 en 1938. Detrás de estas cifras hay otro hecho significativo: el habitante de este barrio pertenecía a la naciente burguesía o a la pequeña burguesía, muy ligadas al mantenimiento del estatus, donde cumplía un papel fundamental el matrimonio católico. Por ello es muy evidente que el matrimonio y el bautizo fuesen muy importantes, cuantitativamente en esta parroquia.

Para la consideración de la edad de los contrayentes tomaremos como ejemplo las actas matrimoniales de la parroquia del barrio Egipto, que en el año 1893 traen datos sobre edad de los contrayentes.

Cuadro No. 2
Edad de los contrayentes
Parroquia de Egipto, 1893
Años Hombres % Mujeres %
<18 - - 1 2.5
18 3 8.1 4 10.2
19 - - 2 5.1
20 1 2.7 4 10.2
21 1 2.7 2 5.1
22 5 13.5 8 20.1
23 5 13.5 1 2.5
24 5 13.7 3 7.6
25 7 18.9 4 10.2
26 2 5.4 - -
27 1 2.7 - -
28 2 5.4 2 5.2
>30 5 13.5 8 20.4
Total 37 100.0 39 100.0

Como se observa en el cuadro anterior, los hombres tendían a casarse entre los 22 y los 25 años, el 59.4% de los casos registrados. Por otra parte, el 20.4% de las mujeres llegaban al altar hacia los 22 años y el 41% entre los 22 y los 25.

Esta tendencia tiene una particularidad. Una situación es el matrimonio y otra el inicio de la vida de pareja, la sexualidad, los hijos, etc. Es claro que muchas de las parejas de barrios como Egipto vivieron primero juntos y luego se casaron, hecho que constataremos más adelante cuando analicemos el matrimonio en la parroquia de Las Aguas.

Otra característica importante de los contrayentes es que, en un alto porcentaje, eran provenientes de lugares distintos a Bogotá. Por esta razón, las parejas que contraían matrimonio anotaban como lugar de origen los pueblos cercanos a la capital o de otro departamento, en especial Boyacá. Dos fuentes confirman este hecho. La primera, las actas matrimoniales; pues en caso de que uno de los conyuges no fuera originario de la parroquia debía demostrar la soltería mediante una constancia del cura párroco, la cual en muchos casos venía de fuera de la ciudad. La segunda, la consulta de testamentos permite señalar que en una muestra de 432 personas que registraron su última voluntad, el 62% de ellas, 271, no era originario de la ciudad18.

Las actas matrimoniales estaban constituidas por las siguientes partes: nombres de los contrayentes; proclamas, en las cuales se explicaban las razones para solicitar el matrimonio, las cuales en su mayor parte fueron concubinato, rubor de la novia (embarazo), tener todo preparado, viaje urgente, arreglo de vida (cuando existía concubinato o rubor de la novia), no demorar (que seguía generalmente a una primera proclama de rubor, o preparado), oposición paterna y peligro inminente de muerte; y, finalmente, un comentario en que se consignaban explicaciones sobre la condición (económica, moral, penal) de la pareja.

Dos últimos hechos queremos registrar en esta visión general sobre la familia: las prácticas de constitución de pareja en una parroquia popular de la ciudad y la ilegitmidad en Bogotá.

De las 2.278 actas encontradas en la parroquia de Las Aguas se estudiará la primera razón que los contrayentes expusieron al sacerdote al momento de solicitar la celebración del matrimonio. De los argumentos expuestos hemos considerado pertinente analizar sólo los de concubinato, rubor, preparado, viaje urgente y no demorar -1858 casos-, alrededor del 81%. El siguiente cuadro sintetiza la posibilidades de la primera causal:

Cuadro No. 3
Cusa de matrimonio
Parroquia Las Aguas, 1908-1939
  Número %
Rubor 792 42.6
Concubinato 601 32.3
Preparado 262 14.1
Viaje Urgente 135 7.2
No Demorar 68 3.8
Total 1858 100

El concubinato y el rubor de la novia aparecen como las razones más importantes para la celebración del matrimonio católico; entre las dos representan el 75% de las causas para llevar a cabo el rito. Este hecho confirma lo que decíamos anteriormente: la relativa libertad en las relaciones entre hombre y mujer de los sectores populares.

Una primera mirada a la causal «tener todo preparado», nos lleva a considerar que a pesar de la multitud de «conductas contra la moral», existió un número importante de parejas que se casaban porque estaban preparadas; algo más de un 14% según las cifras. Lo anterior, naturalmente, si suponemos lo «mejor», ya que si consideramos que «no demorar», causal que en la mayor parte de los casos seguía a la de «estar preparado» en la proclama, puede ser interpretado como una forma de «evitar comentarios malintencionados» sobre el estado de la novia, tendríamos que los matrimonios consagrados en la parroquia constituían la oficialización de una relación de hecho19.

En conclusión, podemos anotar que durante el período analizado existió una dualidad, social e individual, de las actitudes ante la conformación de la pareja y la celebración del matrimonio. Existió una pareja imaginada por la Iglesia y reglamentada por la ley, en que se fortalecía la estructura patriarcal y la moralidad de las costumbres públicas y privadas de sus integrantes. No obstante, al mismo tiempo los sectores populares, para quienes era normal y no constituía pecado el establecer relaciones prematrimoniales, convivir y tener hijos, vulneraron dicha elaboración institucional.

Una característica especial de la natalidad en Bogotá fue el alto número de ilegítimos, un 51% en promedio mensual para la década de los noventa, lo cual implicó igualmente un alto número de parejas de hecho, el madresolterismo y el concubinato. Esta tendencia sólo se quebró a partir de 1915 cuando los legítimos fueron mayores que los ilegítimos.

Para la década de los ochenta, el número de ilegítimos estaba compuesto, en términos generales, por igual número de hombres que de mujeres. En la última década del siglo pasado, la tendencia fue que la cantidad de mujeres, dentro del total de los ilegítimos, era levemente superior a la de hombres.

Cuadro No. 4
Hijos legítimos e ilegítimos en Bogotá
1891-1899
Año Ilegítimos % Legítimos %
1891 1.232 53.4 1.073 46.6
1892 1.271 52.9 1.131 47.1
1893 1.307 51.9 1.207 48.1
1894 1.500 53.5 1.303 46.5
1895 1.259 51.1 1.201 48.9
1896 1.327 53.4 1.155 46.6
1897 1.391 52.4 1.263 47.6
1898 1.488 53.0 1.316 47.0
1899 1.389 52.2 1.268 47.8

En la muestra de casi 400 testamentos considerados se encontró que 17 de los solteros reconocieron la existencia de hijos. En este grupo se destaca la existencia de 12 mujeres que aceptan tener hijos; la mayoría reconoce la existencia de uno solo, aunque una mujer afirmó que tenía siete hijos. Los ejemplos anteriores corresponden, a nuestro juicio, a mujeres de los sectores medios y altos que legitimaron los resultados de relaciones sexuales antes del matrimonio. La circunstancia de que sean las solteras las que legitimen en los testamentos la concepción de hijos nos lleva a pensar en la existencia de la paternidad irresponsable, pues los datos señalan que los hombres solteros tienden menos a reconocer los hijos ilegítimos.

Comentario final

En el período que estudiamos se produjeron, debido al sentido adoptado por el enfrentamiento entre los partidos políticos, a la presencia de fuerzas sociales de diferente naturaleza, a las tendencias de urbanización e industrialización, y al impacto del proceso mundial de consolidación de la burguesía, dinámicas contradictorias en el proceso de institucionalización de una cultura nacional.

La hegemonía conservadora y el respaldo de la Iglesia a su proyecto político se manifestaron en una institucionalización de una cultura nacional en la cual jugaban un papel fundamental la definición del ciudadano desde criterios morales. Es el católico virtuoso el sujeto de la nueva república en construcción.

No obstante, esta dinámica se enfrentó a fenómenos económicos, políticos y sociales que en algunos casos cuestionaron y en otros acentuaron los ejes de esta noción de cultura nacional. En efecto, la presencia de nuevos sectores sociales, como la naciente clase obrera, ciertos efectos del proceso de urbanización e industrialización y el impacto de la consolidación de la burguesía a nivel mundial llevaron a que algunas nociones sobre el cuerpo, el espacio y el tiempo transformaran la rigidez de ciertas costumbres de los hombres y las mujeres, así, por ejemplo, los vestidos, los cuidados del cuerpo, la moda y algunos hábitos de consumo llevaron a los bogotanos a revisar sus prácticas cotidianas y a cuestionar algunos principios morales que la Iglesia y el conservatismo habían impuesto.

El caso contrario se presentó cuando la naciente burguesía, fundada en una élite blanca, clasista y aristocratizante, defendió algunos principios conservadores sobre el orden social. De esta manera, se formulan reglas sobre la higiene, la educación y las costumbres desde argumentos que acentuaban, aunque por razones distintas, las diferencias sociales, étnicas y morales entre la élite y el pueblo. Es en este contexto donde surgen los discursos sobre el mejoramiento de la raza, la moda y la higiene.

La presencia de las «minorías», étnicas, sociales y políticas, se evidencia en actitudes contradictorias que cuestionan y respaldan el orden social vigente. Por un lado, permanente vulneran las normas sociales al ser concubinos, críticos del sistema político y poco ortodoxos en materia religiosa. Por otro, son católicos, liberales o conservadores, y preocupados por las apariencias sociales.

Lo característico de nuestra identidad, en sentido plural y no institucional, es la diversidad regional, social y étnica, y la constitución de parejas de oposiciones, afirmaciones positivas y negativas.

La colombianidad se constituye en complejo contradictorio que se define desde un conjunto de dualidades, afirmaciones positivas y negativas, las que a su vez están constituidas por variados elementos de dinámicas particulares. La definición, por tanto, se realiza señalando lo institucional, lo antiinstitucional, la afirmación negativa desde las clases dominantes, la afirmación positiva desde las minorías, las dinámicas regionales y su articulación con los procesos regionales y la coyuntura histórica en la cual se efectúa la definición.

Al abordar el proceso de constitución de las identidades culturales en el período estudiado, encontramos que lo fundamental fue la circulación del discurso de legitimación de la burguesía en el marco del dominio conservador y las diversas maneras como los sectores populares resistieron a dicha imposición, como lo venían haciendo a los discursos clericales y conservadores durante el siglo XIX. No pretendemos explicar de nuevo dichas imposiciones y resistencias, sino destacar algunos aspectos que a partir de dicho período y proceso conforman la identidad en singular, es decir la institucionalidad.

  1. Para acentuar las diferencias entre las clases y las etnias, se desarrolló un discurso clasista y racista en la sociedad colombiana. Los bogotanos dominantes, con sus nociones sobre el aseo, la higiene y desde discursos como los de degeneración de la raza, «evidenciaron » cómo el pueblo llano era ignorante, sucio, inmoral y peligroso.

  2. De manera que la afirmación clasista de la burguesía implicó que lo popular asumiera una dualidad. Por un lado, que reconociera la diferencia en términos negativos; con esto se afirmaron negativamente como lo sucio, lo inmoral y lo peligroso. Por ello aceptan, por ejemplo, el predominio político de los sectores ilustrados llegando a institucionalizarse una fidelidad política que va más allá de cualquier principio ideológico y de cualquier límite, en términos de la respuesta de León María Lozano, el famoso Cóndor: «Lo que manden los doctores». Esta dimensión negativa manifiesta la presencia de cierta comodidad con la situación existente: se sabe de la mentira del político pero no se buscan alternativas al monopolio bipartidista. Asimismo, la afirmación negativa implica la aceptación de que el ascenso en la escala social está dado por el rechazo de su origen y la adopción de los nuevos valores como propios; naturalmente desde el olvido del pasado.

    Por otro lado, el reconocimiento de la diferencia se manifiesta en términos positivos de una manera creativa y dinámica. Se originan, con vitalidad, formas de resistencia a todo lo que entrañe institucionalidad: la iglesia, el Estado y las clases dominantes. Se desarrollan prácticas que tienden a quebrar permanentemente dicho dominio. Se vive en concubinato, se es disidente político y se asume plenamente la marginalidad. Del mismo modo, la positividad de la diferencia se recrea interiorizando renovadora y creativamente lo popular, es decir, se siente orgullo por las tradiciones, los símbolos y en general por los modos de vida. Esta positividad lleva, de manera paradójica, a un clasismo excluyente en los sectores populares.

  3. Ninguno de los aspectos mencionados anteriormente se manifiesta puro. La tendencia histórica es que se generan prácticas desde dualidades aparentemente contradictorias. Así, los sectores populares viven en concubinato, pero son fieles creyentes; viven la religiosidad, pero se distancian de la institución; rechazan el Estado, pero aceptan su democracia.

  4. Por otra parte, los sectores burgueses desarrollan un discurso clasista recurriendo a la introducción de saberes modernos, pero se apoyan en el mantenimiento de sus privilegios basados en instituciones decimonónicas y prácticas políticas premodernas, como el caso del gamonalismo.

    Esta dualidad también se manifiesta en la existencia de férreas formas de control social y de discursos y normas que definen comportamientos públicos y privados que conviven con formas de resistencias. En el terreno político, por ejemplo, se concreta una dualidad, utilizando los términos de Pécaut, de orden y de violencia.

  5. A pesar del clasismo de unos y otros, del racismo y de un orden político excluyente, con todas sus contradicciones, este orden social es relativamente funcional por cuanto las contradicciones sociales no han puesto en peligro, hasta el momento, la hegemonía de los sectores dominantes ni su control del Estado. Así, aunque permanentemente y desde diversos lugares e instituciones se viene repitiendo que la sociedad está al borde de la desintegración, esto no ha sido totalmente cierto. Paradójicamente, esta proximidad al caos ha permitido la renovación del sistema político sin generar transformaciones sustanciales del mismo. Ha justificado el orden conservador durante la Regeneración, el acuerdo entre facciones liberales y conservadoras luego de la Guerra de los Mil Días, el Frente Nacional, la guerra sucia, y la actual reforma política.
  6. La familia nuclear fue el fin y el medio con el cual la naciente burguesía produce, institucionaliza y recrea una producción simbólica que se liga al discurso estatal de la identidad nacional y genera el establecimiento de un significado particular de la normatividad (códigos de diverso orden y leyes). Este tipo de familia (sus atributos, sus normas y modelos) apareció como forma paradigmática para el conjunto de la sociedad. Vivir haciendo patria -para la época, cristianamentese liga a las nuevas representaciones sobre el cuerpo, el espacio y la ciudadanía. Los ciudadanos del proyecto político dominante son los burgueses «blancos», «limpios», «cultos», practicantes de las normas de urbanidad, conservadores y, por supuesto, casados.

  7. Para el establecimiento y la institucionalización de estos atributos se elaboran y se ponen en funcionamiento, en colegios y otras instituciones y espacios, manuales de urbanidad, manuales de puericultura, normas de higiene para las escuelas, campañas contra el chichismo, estudios sobre la degeneración de la raza, excomunión de liberales y socialistas, persecución a morales laicas, revistas y columnas en los periódicos para destacar el sistema de vida de los sectores dominantes (sus fiestas, su manera de vestir, comer y morir) y condenar, de modo paternalista y clasista, a los sectores populares por pobres, mestizos, ignorantes, sucios y peligrosos.

  8. Esta noción de familia, y en general de identidad, se institucionalizó con la misma violencia con la que se impuso el proyecto político conservador. A los pobres había que obligarlos a comer, vivir, asearse, cambiar de prácticas políticas y casarse, pues debía evitarse la degeneración de la raza y la disolución moral de la nación. En este país imaginado viven los sectores dominantes, a él acceden los recién llegados y deben someterse todos los nacionales. El discurso institucional excluyente de la identidad nacional, niega la existencia de la posibilidad de constitución plural de la identidad.

  9. Los sectores populares, el denominado pueblo, chusma, etc., aparecen sin representación real en la cultura oficial, puesto que su existencia se manifiesta en formas familiares, sociales y políticas que desbordan los límites impuestos por la normatividad burguesa y conservadora. Los hombres y las mujeres del pueblo viven sin normas que regulen el encuentro entre sexos, sin higiene, alimentándose inadecuadamente, tomando chicha, empleando el lenguaje sin atender a los criterios recomendados, siendo liberales o socialistas, divertiéndose inmoralmente y por ello deben ser excluidos.

  10. Bogotá, por ser capital del país, centro político, religioso, financiero y educativo y por el hecho de legitimarse allí cualquier actividad, política o económica, se instituye, por acción de los sectores dominantes locales, como la ciudad donde se configuran las formas más acabadas de producción simbólica sobre lo nacional, modelos para el resto del país. El bogotano de los sectores dominantes es el ciudadano de la República.
  11. Las familias bogotanas de burgueses y de sectores populares crean una sociedad cuya continuidad se basa, contradictoriamente, en una enorme variedad de conflictos políticos, sociales y culturales, entre clases y etnias, debido a las dinámicas descritas a lo largo del presente texto y por los efectos del lugar ocupado por el país en la acumulación internacional del capital.

Citas

1. Este proyecto hace parte de un programa de investigación sobre las identidades culturales que adelanta el Departamento de Investigaciones de la Universidad Central y contó con la cofinanciación de COLCIENCIAS.

2. En el presente texto diferenciamos cultura nacional e identidad nacional por considerar que son dos lugares del mismo proceso. La cultura nacional es la institucionalización de una lectura simbólica que se elabora con la conformación del Estado Nacional. La identidad es la manifestación de la lectura que efectúan los nacionales.

3. Jorge Orlando Melo. “Etnia, Región y Nación: el fluctuante discurso de la identidad (Notas para un debate)” en V Congreso Nacional de Antropología. Memorias del Simposio Identidad Étnica, Identidad Regional, Identidad Nacional. COLCIENCIAS-FAES. Villa de Leyva. 1989. Pág. 28.

4. Hay unanimidad por parte de los investigadores sobre la identidad y la cultura en considerar al estado y a las élites com configuradoras de la identidad nacional. Véase Jorge Orlando Melo Ibíd. y Jesús Martín-Barbero “Identidad, Comunicación y Modernidad en América Latina” en Ibíd. Pág. 30.

5. Sobre la noción de cultura como ideología y sus diversas implicaciones véase Clifford Geertz. La interpretación de las Culturas. Gedisa editorial. Barcelona. 1990, parte IV. “La ideología como sistema cultural”.

6. Michelle Perrot, Ann Martin-Fugier “Los actores. La familia triunfante” en Philippe Aries y Georges Duby. Historia de la vida privada, la Revolución Francesa y el asentamiento de la sociedad burguesa. Ed. Taurus. Madrid. 1989. Tomo 7. Pág. 99.

7. Habría que considerar en la definición del espacio de lo nacional la dualidad: naturaleza propia del proceso de constitución de los estados nacionales y lo que se proyecta la “cuestión transnacional”. Al respecto veáse Jesús Martín-Barbero Op. Cit.

8. Solamente en este artículo tratamos un aspecto de las fisuras, el problema regional. Un tratamiento más amplio requiere el análisis de contradicciones, oposiciones y sometimientos de clases, étnias y culturas locales. Una de las perspectivas, por ejemplo, para la consideración de estas fisuras puede ser el concepto de “culturas híbridas”. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. CNCA - Grijalbo. México. 1990.

9. Sobre la relación entre estado nacional, cultura y región, véase Darío Fajardo “Cultura y Región en la construcción de una nueva sociedad”; Fabio Zambrano “Región, nación e identidad cultural”; Francisco Cifuentes “Introducción al estudio de los procesos culturales regionales”; Orlando Fals Borda “Región y cultura: algunas implicaciones teóricas y políticas” y Hernán Henao “Territorios e instituciones de la cultura en torno a los procesos culturales regionales”. En: Foro Nacional Para Con Por Sobre de Cultura. Imágenes y reflexiones de la cultura en Colombia. Regiones, ciudades y violencia. COLCULTURA. Bogotá, 1991. II Procesos culturales regiuonales.

10. Jorge Orlando Melo. Op. Cit.

11. Sobre la función de las ciudades como centro provincial del poder y terreno de la lucha política ver Marco Palacios “La fragmentación regional de las clases dominantes en Colombia: una perspectiva histórica”. En: Estado y clases sociales. PROCULTURA. Bogotá, 1986. Pág. 93 y ss.

12. Ver Jacques Donzelor. Las policías de las familias. Pretextos. Valencia. 1976.

13. Para Jorge Orlando Melo las unidades formativas de la identidad son las imágenes, los términos y las palabras que recibimos en la infancia, en la escuela, en los periódicos y en todas las formas de comunicación. Op. Cit.

14. El concepto de intimidad como propio de la burguesía véase en Carlos Castilla del Pino (ed). De la intimidad. Ed. Crítica, Barcelona. 1989.

15. Es conocido por todos que el matrimonio solo se elevó a la categoría de sacramento en el Concilio de Trento.

16. Rogelio Vega L., “La legislación del matrimonio en el derecho positivo colombiano”, tesis para el doctorado. Bogotá, casa editorial San Bernardo, 1919, pp. 9 y 10.

17. En el artículo 441 se establecían las penas. Ibíd., p. 228.

18. Una fuente no consultada en el presente proyecto, pero que contribuye a la confirmación del alto número de inmigrantes es el acta de defunción o los informes mensuales de mortalidad en la ciudad aparecidos en el periódico de la municipalidad, Registro Municipal.

19. Como no poseemos argumentos para confirmar o negar, preferimos establecer como hipótesis la existencia de un 14% de matrimonios celebrados por mutuo acuerdo y sin mediar «urgencia» alguna.

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La encrucijada de las identidades culturales

The crossroads of cultural identities

A encruzilhada das identidades culturais

Luis Ernesto Ramírez*
Carlos Eduardo Valderrama**


*Licenciado en ciencias sociales, candidato a Magíster en Historia. Investigador DIUC.

**Sociólogo, candidato a Magíster en Sociología de la Cultura. Asesor del DIUC.


Resumen

Este documento es una primera y muy general reflexión en torno de los sentidos de uniformidad y diversidad de algunos discursos filosófico-políticos y académicos en su relación con el problema de las identidades, sobre la posibilidad que ofrece la literatura en general y la “Novela de la violencia” en particular como fuente de indagación científica y, finalmente, sobre la relación existente entre los valores y la vida cotidiana.


La investigación “Aproximación a la construcción de las identidades culturales en Colombia. Los valores en la vida cotidiana. Una visión a través de la literatura de la violencia” 1 se inscribe en el marco del programa que sobre identidades culturales adelanta el Departamento de Investigaciones de la Universidad Central. Con este trabajo se pretende aportar algunos elementos que definen las identidades culturales en Colombia en relación con los valores subyacentes en las representaciones de un corpus literario, en este caso de la llamada “Novela de la violencia”.

Si bien el carácter pionero de la investigación no está dado por la pregunta sobre las identidades culturales, la novedad radica en la manera sistemática con la cual se aborda el “objeto cultural”, así como en la perspectiva eminentemente interdisciplinaria del proyecto, pues se trata de hacer un acercamiento desde diversas áreas, entre ellas la socio-lingüística, la sociología y la historia. Desde luego, no sobra aclarar, que la convergencia por sí sola no significa una garantía de interdisciplinariedad. La pretensión no puede ser, entonces, más que tentativa y de aproximación a la problemática. Su punto de llegada contendrá más preguntas que respuestas, más hipótesis que conllevarían a mayores profundizaciones y menos conclusiones definitivas.

El texto que presentamos en esta oportunidad, corresponde a una primera reflexión que busca establecer unos puntos de partida y hacer un esfuerzo por presentar el sentido que en este proyecto adquiere la pregunta por las identidades culturales. Se trata, en este caso, de esbozar las primeras conexiones entre los ejes temáticos ya prefigurados en el título mismo del proyecto. Igualmente, se quiere delinear los núcleos problemáticos referenciales que constituyen el punto de partida para la construcción del contexto teóricometodológico, en el cual tendría posibilidad la interpretación de la información obtenida de los textos narrativos.

Los discursos del discurso

La problemática de la identidad nos remite a los discursos político-filosóficos y socio-antropológicos que las élites políticas y los medios académicos han elaborado en el decurso histórico, y de los cuales han participado de una u otra forma el conjunto de las sociedades.

Quizá no sea exagerado decir que desde siempre ha predominado en el espíritu de estos discursos una preferencia por la “uniformidad”, un sentido de lo “unívoco”, antes que una exaltación de la diferencia y de lo plural. En los tiempos modernos, los discursos político-filosóficos se han puesto al servicio de las nuevas configuraciones territoriales dentro de las que se persigue la constitución o la legitimación de los colectivos “nacionales”. El Estado-nación como realización de la modernidad es la forma que adquiere, al menos en occidente, la pretensión de uniformidad. Cualquier preferencia por los particularismos o los provincialismos, en este sentido, se percibe como un signo de debilidad.

Sin embargo, valga la aclaración, en la constitución de los estados modernos, hubo de recurrirse a un cierto reconocimiento de la heterogeneidad. La individualidad colectiva que éstos alegaban representar estaba sustentada por los valores o virtudes de libertad y civilidad en oposición a otras formas de afirmación colectiva orientadas por el “despotismo” y la “barbarie”. Es decir que, tomando como referencia a lo “otro”, de una parte la libertad implicaba recurrir a la diversidad y a la multiplicidad como esencia de la individualidad, y de otra, el despotismo aparecía como la defensa de la individualidad por medio de la imposición y la negación de lo distinto.

Dentro del lenguaje proporcionado por los discursos político-filosóficos sobresalen algunos términos que orientaron ese sentido de la uniformidad. La palabra pueblo, por ejemplo, se escapó de su uso peyorativo y lúgubre para convertirse en símbolo de los ideales “democráticos” de igualdad y libertad. Edmund Burke, en el siglo XVIII, enunció así la idea que tenía de pueblo: “… una entidad que de algún modo, en el curso de la historia, se ha identificado con los Estados y las corporaciones del reino, misteriosamente expresándose en un sistema de relaciones jerárquicas análogo al universo” 2.

Igualmente, el término Nación alcanzó un sentido más preciso. Dejó de significar convencionalmente el lugar de origen, o a una vaga comunidad, para transformarse en el soporte del concepto de Estado. Ernest Renan en 1889 señalaba: “…Una nación es (…) una gran solidaridad constituida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho y de los que aún se está dispuesto a hacer” 3. De este tipo de discursos se deriva la “identidad nacional” como un propósito de Estado, como un ideal.

Por su parte, el discurso socioantropológico moderno buscó instituir sus propios términos en esta señalada preferencia por la uniformidad. No obstante, es en este discurso en el que con mayor nitidez se observa el “triunfo de lo particular sobre lo general”. Así, por ejemplo, el concepto de civilización designaba una cualidad referente a un “ideal profano de progreso intelectual, moral y social”. Se hablaba entonces de “la civilización”, como una condición que debían reunir aquellos pueblos que aspiraran a tener su propia historia y Europa occidental aparecía como el paradigma. Luego, el concepto se sustantivizó, como lo anotaba F. Braudel, admitiendo lo diferente y dando lugar a lo plural. Serán, en adelante, “las civilizaciones”, contando poco sí alcanzan, o no, el “umbral” intelectual y moral propuesto por occidente.

Al lado de civilización el concepto de cultura ha sufrido un giro parecido. En el siglo pasado “la cultura” sirvió, especialmente, para referirse a la música, la literatura y el arte, como estados ideales de lo culto. Y, una vez más, las visiones eurocéntricas dictaminaban lo que entraba o no en ese privilegiado ámbito, lo cual no era otra cosa que la afirmación de “una cultura”. En el presente siglo, y desde la antropología, con esta palabra se quiere significar un conjunto muy amplio de aspectos que parten del hombre: los valores, las actitudes, los símbolos expresados en las ideas y en las cosas, pero sobre todo con los progresos de la lingüística y la semiótica, se tendió a la comprensión de la cultura como construcción de sentido. El sentido como mundo de significaciones que se construye, se comparte y se intercambia (C.Geertz). De manera que los estudios sobre las culturas buscarían “interpretar” esas tramas de significaciones e intercambios de sentido, constituyéndose, por lo demás, en un reconocimiento de la pluralidad y la diversidad.

En esa preferencia por la univocidad, a la que venimos refiriéndonos, tanto en los discursos político-filosóficos como en los socio-antropológicos el plano temporal ha cobrado una importancia muy grande, al punto de asegurar que la unidad proviene de la herencia. El historicismo afirma la heredad instituyendo la unidad como tradición o costumbre. En este sentido, el “contrato social” -en los estados modernos- puede no ser concebido como el producto de “una” deliberación sino como adquirido, quizá, por el “plebiscito diario”.

Ahora bien, podemos decir que la preocupación por la unidad, la diversidad y la herencia ha tomado, en nuestros días, la forma de la pregunta por las identidades culturales, como reconocimiento una vez más del triunfo de lo particular sobre lo general.

El historiador francés, arriba citado, define lo que podría abarcar el concepto de la identidad a propósito de Francia: “…el resultado vivo de lo que el interminable pasado depositó pacientemente en capas sucesivas (…) un residuo, una amalgama, un conjunto de agregados, de mezclas; un proceso, una pugna contra sí misma destinada a perpetuarse” 4. Para Braudel la respuesta a la pregunta por la identidad es una búsqueda. Un “Reconocerse en mil pruebas, creencias, discursos, coartadas, vasto inconsciente sin riberas, oscuras confluencias, ideologías, mitos, fantasías…” 5.

Así pues, lo que se puede inferir de estos discursos es que si para la colectividad “nacional” la identidad se relaciona con la representación del territorio, es decir con el mapa (coerción simbólica), para los individuos concretos, particulares, ella, la identidad no ya nacional sino cultural, se relaciona con el territorio mismo, con el área que usufructúa y en la cual pervive -o sobrevive- (cohesión). En este último nivel, es evidente que la identidad cultural, como lo mencionamos, sólo puede ser vista en plural: el conjunto de identificaciones parciales, dadas en términos del desempeño de papeles, pertenencia a status socioeconómicos, adscripción a grupos desde políticos hasta de beneficencia, pasando por el autorreconocimiento como “vecino” de una vereda, un barrio o un conjunto residencial, nunca son estáticas ni con univocidad de sentido.

Para no alejarnos de nuestro contexto, en relación con América Latina han sido varios los momentos en los que se ha pretendido, a través del discurso de las élites, la homogeneización vía la diferenciación de carácter eurocéntrico.

Desde el instante mismo de la conquista, una de las preocupaciones de los conquistadores, los gobernantes, los pensadores y los clérigos europeos fue la pregunta por el carácter y la naturaleza de los seres que poblaban ese territorio que comenzaba a ser incorporado a su patrimonio. A través de la pregunta por el ser racial, mental, emocional, espiritual y geográfico - en aras de determinar los derechos sociales, económicos, políticos y jurídicos de los americanos- 6, se crearon imaginarios en oportunidades antagónicos pero globalizantes y decididamente diferenciadores. Basta seguir los debates de Las Casas, Fray Antonio de Montesinos y otros en el seno de las instituciones de la conquista, así como las crónicas, relaciones e informes de visitadores y gobernantes durante el período colonial.

Más adelante, en el siglo XIX, el discurso de los criollos también dejó traslucir la pretensión unificadora a través de proyectos e imaginarios como el de la Gran Colombia de Bolívar; el mito del “continente enfermo” de César Zumeta, Alcides Arguedas y Manuel Ugarte entre otros; el “mito del progreso” y la “Civilización y Barbarie” de D. F. Sarmiento son algunos ejemplos 7. Con términos y conceptos provenientes de la ilustración y el liberalismo decimonónico, se quiso uniformar a América para diferenciarla de la Metrópoli.

Pero este primer nivel de la problemática de la identidad, que podríamos caracterizarlo como el de la “Identidad Nacional”, construido exclusivamente por las élites anteriormente mencionadas, comienza a resquebrajarse desde sus propias entrañas. De hecho, el mismo Simón Bolívar que llamaba a la independencia en nombre de la uniformidad y unicidad, reconocía lo múltiple y lo diverso del continente, no sin cierto espíritu de admiración y sobresalto 8.

La hibridación y el mestizaje, la coexistencia de culturas y subculturas, la imbricación de múltiples aristas que dibujan extrañas geometrías, la confluencia de distintas y a veces opuestas cosmovisiones e imaginarios, constituyen la problemática de la identidad, que no es, por supuesto exclusiva de Colombia y de América Latina.

El camino literario

Entre los géneros literarios, la novela es la que mejor expresa no sólo la autoafirmación colectiva como fuerza unificadora sino la diversidad en tanto, como lo afirma el autor ruso M. Bajtín, la novela recrea las voces de la diversidad lingüística. En la novela, es el “hombre hablante históricamente concreto”, que en la representación y en la narración menciona, pondera, opina, analiza, interpreta, valora o refuta. Es el hombre que juega con la palabra “ajena” y la “propia”.

Pero también la novela -siguiendo a Bajtín- rescata el mundo de la vida, lo cotidiano, en tanto recrea lo que se dice y lo que se hace. Sobre todo recrea los actos de habla que transmiten todo aquello que se “dice”, los “diálogos de la calle”, la “hermenéutica cotidiana” de lo que se piensa sobre lo que otros dicen “acerca de mí”. La novela, en este sentido recrea los “horizontes sociales”, los mundos culturales e históricos que en la creación artística se interrelacionan, sufren procesos de hibridación o se representan “puros”.

La novela, en sí misma, es un híbrido en el que aparecen la voz de un autor o autor/narrador (que se representa a sí mismo) y la voz de los personajes representados: “El híbrido novelístico es un sistema artísticamente organizado de combinación de los lenguajes”9. A esta intencionalidad -la imagen artística del lenguaje- se subordina el argumento de la novela y los mundos nacionales, sociales e históricos representados en ella.

La novela desde sus orígenes, a diferencia de los demás géneros -epopeya, épica, tragedia, etc.- permitió la entrada de la ironía, la risa, el humor y en este sentido contribuyó a destruir el cuadro “oficial”10. Por ello, se nos presenta como el primer encuentro consciente de lo cotidiano. En buena medida el registro de la cotidianidad le correspondió a la literatura, y en particular -en la modernidad- a la novela, razón por la cual se desarrolló desde hace mucho tiempo una relación entre ésta y la historia.

La novela representó los códigos de la vestimenta y la alimentación, la corporalidad, los gestos, los refranes, en fin, formas de comunicación y comportamiento consideradas marginales en contraste con las que se estimaron dignas de entrar en “La Historia”. Sin embargo, antes de hacer algunas anotaciones sobre la vida cotidiana, dejemos planteadas una serie de observaciones que nos permiten establecer la relación literatura nacional- violencia.

La especificidad de la literatura la comprendemos, en términos generales, como un modo expresivo fundamentado en las potencialidades del lenguaje verbal y que se realiza en el escribir y el leer. La fuerza de su longevidad sustentada en su orientación natural hacia la representatividad y en el hecho de manejar el código más universal en cada colectivo, hizo de la literatura uno de los más grandes patrimonios de todos los tiempos. Ahora bien, en la modernidad el “sentimiento de individualidad”, la “espiritualidad” de los Estados que el romanticismo contribuyó a afirmar con la idea de “pueblo” como depositario de las mejores virtudes, tuvo en las literaturas nacionales un importante soporte: “El florecimiento de las literaturas nacionales coincide, en la historia de occidente, con la afirmación política de la idea nacional”11.

La literatura como literatura nacional contribuyó con las fuerzas centralizadoras: estuvo del lado de la unidad. La categoría de lenguaje único en los contextos nacionales se impuso sobre la diversidad lingüística que es, no obstante, el medio sobre el cual actúa.

Bajtín señaló cómo cada sujeto del discurso se constituye en punto de oposición entre las fuerzas de la unificación y la desunión, y también cómo distintos géneros recogen con diferentes intensidades este conflicto.

Cabe entonces preguntarse por las literaturas nacionales en América Latina. En este “continente cultural”, la literatura se afirmó como pluralidad de voces. No se trató de una afirmación para producir una ruptura, como tal vez pudo ser el caso de las lenguas romances en Europa frente al latín. O siguiendo un poco con la comparación, en Europa las literaturas nacionales aparecen como una protesta frente al universalismo de la ilustración en tanto que en América Latina -en primer lugar- se hace un autorreconocimiento “universal”. El americanismo, el hispanoamericanismo o el latinoamericanismo son expresiones necesarias -que provienen de distintas sensibilidades políticas en distintos momentos de la historia- en las que el idioma tiene un papel trascendente. Este autorreconocimiento estuvo reforzado por la tendencia de la crítica europea de ver nuestras manifestaciones literarias como hispanoamericanas y no como expresiones individual- nacionales. Rubén Darío, por ejemplo, fue reconocido, y aún lo es, como poeta hispanoamericano por encima de su condición de nicaragüense.

Colombia, aún a pesar del dominio de la gramática que ostentaron los presidentes -condición sine qua non para ejercer el poder durante el siglo XIX y parte del XX- no fue reconocida por su literatura hasta este siglo. La fama literaria de ciertas élites colombianas durante el siglo pasado, se pudo dar más por la familiaridad que tenían con la obra de los poetas europeos, que por su propia producción.

En el siglo XX la literatura colombiana tuvo en el fenómeno de la violencia un motivo para formularse como expresión propia. La Violencia es para algunos autores algo que une a los colombianos, algo cargado, paradójicamente, de fuerza instauradora que se proyecta en el tiempo y escapa a cualquier periodización12. Porque a diferencia de otros países latinoamericanos que han sufrido interrupciones más o menos violentas de sus “sistemas democráticos”, interrupciones de supuestos “climas de paz democrática”, interrupciones más o menos prolongadas por dictaduras militares, Colombia ha sido un país de “tradición civilista” pero irónicamente un país en guerra permanente. Por ello se llega a comprender una novela como Manuela de Eugenio Díaz escrita en el siglo XIX como “la primera novela de la violencia”, en una alusión a las guerras civiles decimonónicas y como expresión de una atmósfera muchas veces vivida13. Sin embargo, la referencia a la “literatura de la violencia” nació de la atención que se prestó a una escalada violenta o guerra civil “no declarada “ cuyo inicio se fijó en la década del 40.

En efecto, el reconocimiento de la “Violencia” -término ambiguo y encubridor, pero “nacional”-14 ha convocado la atención de sociólogos, economistas, antropólogos, historiadores y psicólogos, como también de pintores, escultores y escritores. Ese reconocimiento académico y estético, a su vez, tiene su propia historia. Y en esa historia los años 1959-1963 (aproximadamente) constituyen un punto de viraje para unos y otros. Mientras el reconocimiento “científico” se produce con la obra de Germán Guzmán Campos, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, La violencia en Colombia (1963), el reconocimiento estético aparece con La mala hora (1961) de García Márquez y El día señalado (1963) de Manuel Mejía Vallejo.

En cuanto a la literatura anterior a dicho período, los críticos han dicho que no se trató de literatura sino de los deseos frustrados de algunos que vieron en la violencia la materia prima para escribir una novela. El propio García Márquez en un artículo de 1978 afirmaba que quienes “… han leído todas las novelas de violencia que se escribieron en Colombia, parecen de acuerdo en que todas son malas, y hay que confiar en que estén secretamente de acuerdo con ellos algunos de sus propios autores”15. La novela de la Violencia se revistió de un carácter testimonial, en extremo realista que pretendió, a partir de un compromiso social, político o humano, dar nombre a los hechos que convulsionaron al país. En este sentido, se dice que las intenciones estéticas estuvieron supeditadas a las pretensiones de denuncia. Es posible que el silencio político ante el horror de lo acontecido fuese el responsable de los “panfletos “ en los que la sangre sin adornos fue la protagonista. Como dijo el autor antes citado, no todos los caminos conducen a la novela; el inventario de decapitados y castrados, de las violaciones y asesinatos en masa, la descripción de las entrañas y los miembros esparcidos no era la vía para el arte: el drama no estaba en los muertos sino en los que quedaron vivos16.

El estado actual de la dinámica de la violencia convoca a estudios menos coyunturales, con enfoques de carácter más amplio, de tal manera que sea abordada no sólo desde la perspectiva política o económica, sino también desde lo cultural, el mundo de las representaciones y las significaciones. La persistencia del fenómeno de la violencia y las nuevas preocupaciones de las distintas disciplinas sociales, entre las que se han destacado la reflexión sobre el conflicto y la convivencia, han puesto de relieve “otras” violencias que no necesariamente se materializan en la muerte sino que pertenecen al mundo de lo simbólico y que son tanto o más preocupantes que la violencia física.

Vida cotidiana y valores

La atención de las ciencias humanas estaba orientada hasta hace muy pocas décadas a la problemática macrosocial. La preocupación había girado casi exclusivamente en torno a la dinámica de las estructuras institucionales, a la organización general de la sociedad, a los grandes acontecimientos. Sólo cuando en la década de los sesenta se presenta la “crisis de los paradigmas”, lo rutinario, lo banal, lo que no había ingresado en la instancia de lo histórico, lo que sólo había sido objeto de atención por parte de la literatura, comienza a tener su propio estatuto como fuente de problematización científica.

Particularmente importante en este acercamiento a lo cotidiano fue el aporte de la fenomenología como posibilidad de pensar lo inventariado dentro de un “campo visual” dado (Husserl). Y, dentro de lo inventariado, los valores ocuparon un lugar especial de privilegio, al punto de generar o estimular una gama de disciplinas: la Teoría de los Valores, la Filosofía de los Valores, la Estimativa, la Etica, la Axiología. También la Teoría social -derivada tanto de Marx, como de Weber-, se vio impelida a orientar su atención hacía lo cotidiano.

En estos desarrollos sobresalen los conceptos de intersubjetividad e interacción como mediaciones estructurantes de significaciones entre un mundo social y cultural ya dado, es decir, presupuesto, y la experimentación del “sí mismo”17. Para Schutz, la vida cotidiana es fundamentalmente intersubjetividad, en la cual se manifiesta la relación entre lo “presupuesto” y lo que se constituye en la inmediatez de las acciones. Es en esta relación donde la vida cotidiana se instaura como un “ámbito de realidad” a partir del cual es guiada la “actitud natural”.

Ese “ámbito de realidad”, a su vez, está estructurado. Existen ordenamientos que juegan el papel de “realidad” orientadora y corresponden a lo “presupuesto”: El ordenamiento espacial desde del entorno vital y corporal del sujeto, el ordenamiento temporal a partir de la experiencia propia de sucesión, y el ordenamiento social que parte de la certidumbre acerca de la existencia del “otro” y de su diferencia. Estos ordenamientos se presentan -por otro lado- de manera gradual entre la inmediatez y la mediatez de los actos y de las situaciones que caracterizan la vida cotidiana. Son los que dan sentido a la conducta de los individuos que los adquieren por medio de la socialización.

Pero el individuo no es sólo un vehículo de ordenamientos y estructuras socializadas. El sujeto es, en su singularidad, contingente, y como tal “oscila entre la esperanza y la pesadumbre “. Es un “actor” que en la interacción se especializa en producir impresiones, en guardar apariencias, asumir papeles o roles, definir situaciones y provocar actitudes en “otros”. Ejerce un control sobre un conjunto de signos socializados o “imaginarios “ como el vestido, la sexualidad, el género, la edad, las pautas del lenguaje, los gestos corporales18. Así, el individuo es “dueño” de un punto de vista que se traduce en un sentido pragmático y la vida cotidiana es por tanto el mundo de la práctica y de la acción.

Desde una perspectiva marxista, Agnes Heller19 ha enfatizado también este carácter pragmático. Para esta autora, la vida cotidiana es el espacio de la reproducción del ser humano particular. Reproducción que se da no sólo desde el punto de vista estrictamente físico, sino ante todo como reproducción del sujeto histórico. Allí, el individuo aprende a apropiarse, a través de la internalización, de los sistemas de valores, de los sistemas de usos y, en general, de los sistemas normativos. Sin embargo, no se trata de cualquier sistema normativo. Se trata de aquellos que están configurados por la época y por las circunstancias concretas que rodean al individuo, aquellos que operan en su espacio socioeconómico y que definen su jerarquía (status) y orientan su acción. En la vida cotidiana la capacitación se presenta, fundamentalmente, en términos de adquisición de habilidades de carácter pragmático para el desempeño de las actividades de esa misma cotidianidad. Pero también capacitación en el plano de la idoneidad en la elección de fines de corto y largo plazo, así como en la selección de medios para la obtención de las metas. Finalmente, como “capacitación” de la sensibilidad y destreza para el goce estético.

La acción en la vida cotidiana, además, marca el punto de selección entre alternativas tendientes a modificar el entorno en el que el individuo participa de acuerdo con la experiencia cognitiva acumulada. Es esa permanente confrontación del tiempo presente con el tiempo ya vivido, lo que en apariencia supone el carácter repetitivo de la conducta y de las situaciones en la vida cotidiana. Pero la cotidianidad está constituida por aquellos actos que se repiten y que no implican necesariamente operaciones complejas de valoración y selección, así como por aquellos “sucesos” que icursionan y que producen con mayor intensidad lo que llama Schutz una “tensión de conciencia”.

Para no ir más lejos, la violencia que se representa en la literatura colombiana irrumpe en “el mundo de la vida” narrada, es decir, subvierte los ordenamientos espacio-temporales y sociales pero al mismo tiempo se establece como cotidianidad. La violencia pone en tensión las valoraciones, los usos y costumbres. Ofreciendo sus alternativas, crea e instituye sus propios imaginarios y, desde luego, presenta su propia “escala de valores”.

Sin entrar en mayores profundidades, el valor aparece en conexión directa con el sentido de las acciones, pues se constituye en uno de los elementos que forman parte de la orientación de la acción20. Mediante el valor, las acciones y su contexto guardan una relación de equivalencia en el intercambio social, en las situaciones concretas y problemáticas, en los conflictos. Los valores no son, por tanto, entidades estáticas que obedecen a un sistema rígido o a una jerarquía inmóvil. Las ideas-valor o los valores-idea, aparecen y se actualizan de manera fluida y flexible.

Desde el punto de vista metodológico, la novela, considerada como texto narrativo, nos ofrece algunos ámbitos de observación de la dinámica valorativa. El conflicto, la alteriedad, el “sí mismo” y la normatividad en su relación con los actos narrados se convierten así en espacios propicios para el análisis.

Las preguntas están, entonces, orientadas a indagar por los valores presentes en el carácter del conflicto, en su generación y en las vías que se adoptan para su resolución, en la construcción social de la “otredad” y los imaginarios que constituyen la “diferencia “. De igual manera, por las valoraciones presentes en la naturaleza de la normatividad, sea ésta política, moral-religiosa, ética o simplemente aquella dictada por la costumbre. Finalmente, la indagación se orienta a los valores presentes en la construcción y proyección del “sí mismo”.

La confrontación analítica de las observaciones que hagamos en cada uno de estos ámbitos y en cada una de las novelas que han sido seleccionadas para este estudio, al final nos dará la posibilidad de construir una interpretación del universo valorativo presente en el corpus literario y, a su vez, nos permitirá la reflexión que nos aproxime a la construcción de las identidades culturales.


Citas

1. Este proyecto cuenta con la cofinanciación de COLCIENCIAS. Además de los autores, participa como investigadora Gladys Lara y en calidad de asesora Susy Bermúdez.

2. Citado por Fulvio Tessitore. El historicismo político. Caracas, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia. 1993. p.28

3. Ernest Renan. ¿Qué es la nación? Colección Civitás. Madrid, Instituto de Estudios Políticos. 1957.

4. F. Braudel. La Identidad de Francia I. Barcelona, Gedisa. 1993. p. 21.

5. Ibidem.

6. Cfr. Marco teórico del programa sobre Identidades Culturales. Departamento de Investigaciones. Universidad Central. Bogotá, 1991. Inédito.

7. Ibidem.

8. Cfr. Carta de Jamaica y Discurso de Angostura.

9. M. Bajtín. Esthétique et théorie du roman Ed. Gallimard. Paris, 1978 (1975).

10. M. Bajtín. “La cultura popular en la edad media y el renacimiento. El contexto de Francois Rabelais”. Madrid, Alianza Editorial. 1.987. En esta obra Bajtín muestra cómo “todos los medios de la imaginería popular” son movilizados en Gargantúa y Pantagruel, la obra de Rabelais.

11. José Carlos Mariátegui. Siete Ensayos de interpretación de la realidad peruana. Crítica. Barcelona, 1976, la ed. Biblioteca Amanauta, Lima, 1928. p. 191

12. Como fuerza instauradora la violencia podría obrar, como en la revolución mexicana, para producir cambios que eran “históricamene necesarios” y benéficos. O como en el caso colombiano para entronizarse en la cotidianidad y dar perfil a los rasgos de una cultura. El historiador Malcom Deas, por ejemplo, en algunos encuentros académicos ha señalado que la ausencia de una dislocación violenta pero definitiva explicaría el carácter endémico de nuestra violencia.

13. Raymond L. Williams. “Manuela: la primera novela de la violencia”. En Violencia y literatura en Colombia. Edición de Jonathan Tittler. Orígenes, Madrid, 1989. Págs. 1929.

14. Sobre las distintas acepciones que denotan la ambigüedad de este término dice Gonzalo Sánchez en Pasado y presente de la violencia en Colombia Cerec, Bogotá. 1986: “…a veces con el término Violencia se pretende simplemente describir o sugerir la inusitada dosis de barbarie que asumió la contienda; otras veces se apunta al conjunto no coherente de procesos que la caracterizan; esa mezcla de anarquía, de insurgencia campesina y de terror oficial en la cual será inútil tratar de establecer cuál de sus componentes juega el papel dominante; y, finalmente, en la mayoría de los casos, en el lenguaje oficial, el vocablo cumple una función ideológica particular; ocultar el contenido social o los efectos de clase de la crisis política. Esto para no hablar del uso o de los usos del término por parte de los habitantes comunes y corrientes…” p. 22.

15. García Márquez, Gabriel. “Dos o tres cosas sobre ‘La novela de la Violencia’”. En: Rev. ECO. # 205, Noviembre de 1978. Pág. 105.

16. Idem. pág. 106.

17. Cfr. A. Schutz y Thomas Luckman. Las estructuras del mundo de la vida. Buenos Aires, Amorrortu. 1973.

18. I. Goffman. La presentación de la persona en la vida cotidiana. Buenos Aires, Amorrortu. 1981.

19. Cfr. La vida cotidiana en el mundo moderno.

20. Cfr. Weber que considera que las acciones están orientadas con arreglo a valores, con arreglo a fines, a la tradición y al afecto. De igual manera, Dennet considera al sujeto como un “sistema intencional” orientado por las creencias y los deseos de las cuales los valores forman parte.


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