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‘Negros indolentes’ en las plumas de corógrafos. Raza y progreso en el occidente de la Nueva Granada de mediados del siglo XIX

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‘Negros indolentes’ en las plumas de corógrafos. Raza y progreso en el occidente de la Nueva Granada de mediados del siglo XIX*

‘Negros indolentes’ nas plumas dos corógrafos. Raça e progresso no oeste da Nova Granada de meados do século XIX

‘Indolent blacks’ in the plumes of chorographs. Race and progress in the western New Granada of the mid-nineteenth century

Eduardo Restrepo**


* Este texto es producto de la investigación terminada “Eventualising Blackness in Colombia”, financiada y ejecutada por el doctorado en Antropología de la Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill.

** Doctor en Antropología, Universidad de Carolina del Norte, Capel Hill. Director de la Especialización en Estudios Culturales e Investigador del Instituto Pensar – Pontificia Universidad Javeriana. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.


Resumen

En este artículo se examinan las imágenes del negro y sus asociaciones con las nociones de raza y progreso que aparecen en los pasajes de las obras de dos destacados miembros de la Comisión Corográfica, Agustín Codazzi y Felipe Pérez. El autor argumenta que es necesario hacer una lectura detenida de estos pasajes para desatar ciertos supuestos sobre el pensamiento racial de la época.

Palabras clave: articulaciones raciales, imágenes del negro, Agustín Codazzi, Felipe Pérez, Comisión Corográfica, Pacífico colombiano.

Resumo

Neste artigo são examinadas as imagens do negro e suas associações com a noção de raça e progresso que aparecem nas passagens das obras de dois destacados membros da Comissão Corográfica, Agustín Codazzi e Felipe Pérez. O autor argumenta que é necessário fazer uma leitura minuciosa destas passagens para desatar certas suposições sobre o pensamento racial da época.

Palavras-chaves: Articulações raciais, imagens do negro, Agustín Codazzi, Felipe Pérez, Comissão Corográfica, Pacífico colombiano.

Abstract

In this article the images of the black are examined, as well as tehir associations with the notion of race and progress that are present in the landscapes of the works of two prominent members of the Corographic Commission, Agustín Codazzi and Felipe Pérez. The author arguments that it is necessary to make a detailed reading of these landscapes to untie certain assumption about the racial thinking of that time.

Key words: racial articulations, images of the black, Agustín Codazzi, Felipe Pérez, Corographic Commission, Colombian Pacific Coast.


Mediante el examen de algunos pasajes de las obras de Agustín Codazzi y Felipe Pérez, miembros de la Comisión Corográfica1, en este artículo2 pretendo subrayar que ciertas nociones como las de raza que circulan en sus textos pueden ser más complejas de lo que a primera vista parecen. Si se hace una lectura cuidadosa, es posible evidenciar las especificidades conceptuales de las articulaciones raciales que operan en sus descripciones y argumentaciones sobre lo que algunas veces denominan la raza africana, sus mezclas y descendientes. Me interesa resaltar estas particularidades, ya que nos conducen a establecer ciertas distancias de nuestros propios supuestos e historicidad, como condición de posibilidad de una interpretación densa de las problemáticas que les interpelaban y, por tanto, nos permiten comprender las peculiaridades de las tecnologías políticas sugeridas para la intervención de ciertas poblaciones.

Lo que está en juego al subrayar estas singularidades no es un “saber ostentoso” paralizado con la minucia erudita de las notas a pie de página, sino lo que Marisol de la Cadena (2005) denomina las políticas conceptuales de la historia del pensamiento racial. Refiriéndose a la inconmensurabilidad de las categorías raciales locales en el Perú y la de los “expertos” europeos que las percibían como “erradas”, Marisol de la Cadena argumenta que: “Un análisis de las políticas conceptuales puede revelar significados suprimidos y mostrar lo que es autoevidente (es decir la ‘definición’) desde un ángulo distinto. A medida que se develan las relaciones sociales que establecieron la ‘definición’, se la desnaturaliza y, de esta forma, se hace posible una legítima re-significación” (2005: 262, énfasis mío). De la Cadena no sólo indica que las categorías no son entidades epistémicas abstractas por fuera de las relaciones sociales que las producen, sino también señala los procesos de naturalización que imponen unos significados sobre otros. Poner en evidencia esta historicidad y procesos hace que las múltiples sedimientaciones y aristas sobre las que operan hoy en día las diferentes modalidades del pensamiento racial, dejen de ser imperturbablemente reproducidas en el imaginario teórico y político que constituye nuestro presente y horizonte de futuro.

Este artículo contiene tres partes. En la primera, se examinan con cierto detenimiento las diferentes imágenes del negro que explícitamente se hallan en pasajes de los escritos de Codazzi y de Pérez. En la segunda parte se aborda la terminología asociada con la noción de raza, y también se exploran los alcances de ésta, cuestionando que supongan una simple articulación racial de corte biologicista y determinista. Las narrativas sobre el “progreso” esgrimidas por Codazzi y Pérez constituyen el objeto de la tercera parte del artículo. Estas narrativas evidencian una serie de sugerencias sobre tecnologías políticas de intervención de las poblaciones en aras de hacerlas laborar, comerciar y consumir en nombre del futuro de la nación.

Imágenes del negro

Tanto Agustín Codazzi como Felipe Pérez se refieren con cierto detenimiento al negro o a la raza africana en sus descripciones de las provincias o países del Estado del Cauca que corresponden en cierta medida a lo que hoy se considera como “región del Pacífico colombiano”. En su informe al gobernador de la provincia de Barbacoas, fechado el 24 de junio de 1853, Codazzi describe en los siguientes términos a los individuos de la raza africana que habitan la provincia:

Los individuos de esta última [la ‘raza africana’], antes se dedicaban a la explotación de las minas; pero en el día, haciendo mal uso de la libertad recién adquirida, han dejado en su mayor parte este trabajo por vivir en absoluta independencia, en las orillas de los ríos, sembrando unas pocas matas de plátano, algunas de maíz y otras de cañas, cuyos productos, unidos a los peces abundantes en los ríos, y a los zaínos y cerdos de monte, que pueblan las selvas no inundadas, les dan un grosero, pero seguro alimento. Como viven casi desnudos; con un simple guayuco los hombres, y las mujeres con una vara de bayeta sujeta a la cintura, si quieren hacerse una muda de ropa para presentarse en el pueblo, van a las playas de los ríos a lavar las arenas auríferas, y en pocas horas tienen lo necesario para sus compras (Codazzi, [1853b] 1959: 333-334).

En diferentes pasajes Codazzi y Pérez insisten, casi con las mismas palabras, en la escasez de necesidades de la raza africana o del negro habitante de estas regiones (provincias, comarcas o países, como también suelen llamarles)3. Con respecto a su comida, se limitan al “grosero pero seguro alimento” proveniente de sus pocas “matas de platano, caña, yuca, cacao i algo de maíz” así como a la abundancia de tatabros i sainos (maranos de monte) que recorren las selvas no inundadas y la de peces que se da en los ríos. En cuanto al trabajo, “la verdad es que [el negro] no tiene por qué trabajar”. Sus cultivos son mínimos y el sistema de siembra del maíz, propio de la región, se limita a regarlo en el monte que ha sido tumbado. Únicamente “por gusto o diversion se dedica a la caceria i a la pesca”. A pesar de que la principal “ocupación” es la “explotacion de los rios i quebradas, para sacar de en medio de la arena i las piedras la particulas de oro i platina”; esto lo hacen en unas “pocas horas” cuando una familia quiere tener una “muda de ropa y presentarse en el pueblo” o porque a las mujeres “les gusta tener collares, zarcillos i algunas varas de zaraza con que presentarse engalanadas los días de fiesta en sus pueblos”. Así, antes que dedicados al trabajo, para Codazzi “los descendientes de la raza africana” en el Chocó se encuentran más disfrutando “[…] del dulce far niente, fumando, conversando, durmiendo y por placer el hombre a veces recorre el monte en busca del zaino o del tatabro, mientras que la mujer en su canoa va a visitar a las comadres” ([1853a] 1959: 324).

La “voluntad” para laborar en la minería dependía más de su amo o mayordomo, pero “desde que éste faltó, no conoció ya ninguna otra, i no es perseverante en la fatiga” y “haciendo mal uso de su libertad recien adquirida” abandonó la explotación de minas para “vivir en absoluta independencia”. En cuanto al vestido, “no tienen ningunas aspiraciones” y la desnudez de hombres, mujeres y niños no es la excepción. Desnudos se encuentran los hombres o “cuando más” se cubren con una paruma o guayuco. Igual sucede con las mujeres y sus “numerosos hijos”. Los vestidos propiamente dichos se utilizan sólo para presentarse en el pueblo. El establecimiento de una nueva familia no demanda “otro capital que el machete, la canoa i el hacha”. Y las mujeres lo son ya a una edad tan temprana como los doce.

Así, antes que una lectura rousseauniana en una línea confluyente con una apología al “estado de naturaleza” o al “buen salvaje”, esta escasez de necesidades de la raza africana o del negro de estas regiones es claramente asociada en Codazzi y Pérez con términos como los de indolencia, ignorancia y atraso. En un informe al gobernador del Chocó, Codazzi era enfático: “Una raza que casi en su totalidad pasa sus días en una indolencia semejante, no es la que está llamada a hacer progresar al país [se refiere al país del Chocó]. La ignorancia por una parte, la desidia por otra, un orgullo mal entendido porque hoy son libres, hacen que siempre sean (y lo son en realidad) esclavos de sus pocas necesidades para vivir como los indios que llamamos bárbaros” ([1853a] 1959: 324).

A los ojos de Codazzi, las “pocas necesidades” no los hace realmente libres (a la Rosseau) sino que los somete a una esclavitud que los condena a “vivir como los indios llamados bárbaros”4. En la misma vena, Pérez los percibe entregados al baile, a la conversación y a los licores fuertes, en medio de la ignorancia y la uniformidad de vida, y la mala comida. De ahí que se encuentren lejos del amor al trabajo, de la ambición por las comodidades de la vida civilizada y de las riquezas resultantes:

Si esta raza fuerte i robusta tuviese amor al trabajo i ambicionase las comodidades de la vida civilizada, podría enriquecerse brevemente i trocar sus miserables chozas por casas cómodas i abrigadas, los trozos de palo que usa para sentarse, por buenos i blandos muebles; su fea desnudez por elegantes vestidos, i su ignorancia, o al ménos la de sus hijos, por los primeros i mas indispensables rudimientos de la enseñanza. Mas para esto sería preciso trabajar constantemente en los minerales, estraer el rico metal, amontonar en fin oro (que no falta) para poder después gozar de una vida menos salvaje i mas agradable; i esto es cosa difícil en el estado actual en que se encuentran aquellas poblaciones, esentas del ejemplo saludable” (Pérez, 1862: 293).

En el mismo sentido, Codazzi escribía que la forma en que se explotaban las minas del Chocó no producía sino lo poco que sacaban: “[…] algunas personas aisladas, ignorantes y sin pretensiones mayores, y lo que es peor todavía, sin el noble estímulo de enriquecerse para gozar de la vida, instruir a sus hijos y dejarles un porvenir […]” ([1853a] 1959: 325). El haz de contrastes que estructura las narrativas de Codazzi y Pérez es explícito: amor al trabajo / indolencia, comodidades de la vida civilizada / miseria de la vida salvaje, riqueza / pobreza, casas cómodas y abrigadas / miserables chozas, buenos y blandos muebles / trozos de palo que usan para sentarse, elegantes vestidos / fea desnudez, indispensables rudimentos de la enseñanza (al menos para sus hijos) / perpetuación de las próximas generaciones en su ignorancia. Volveré luego sobre este haz de relaciones y sus estrechas imbricaciones con la narrativa de progreso. Pero antes de continuar en esta dirección, se hace necesario puntualizar la noción de raza con la cual estos autores operan, para evitar proyectar sobre ellos los supuestos de una lectura presentista que acarrea el término y que se tiende a tomar por sentada.

La categoría de raza

Codazzi y Pérez recurren frecuentemente al término raza (como raza africana, varias veces el primer autor y como raza negra o raza robusta y fuerte en una ocasión el segundo). Pérez utiliza más el término negro, mientras que Codazzi lo hace esporádicamente (ver por ejemplo, Codazzi, [1853a] 1959: 328). De la misma manera, Felipe Pérez recurre igualmente al término de la raza africana (véase, por ejemplo, 1862: 317, 327 y 330). Además, en varias ocasiones se refieren ambos a la raza africana y sus mezclas (Codazzi, [1853a] 1959: 324; Pérez, 1862: 327) o a la raza africana y sus ramificaciones (Codazzi, [1853b] 1959: 336).

No obstante, estas no son las únicas formas en las que aparece el término raza en los textos objeto de nuestro análisis sobre estos autores. Bien frecuente es que ambos recurran al término raza en otras articulaciones como raza caucana (Codazzi, [1853a] 1959: 328), raza blanca (Codazzi, [1853a] 1959: 328, [1853b] 1959: 332, 337; Pérez, 1862: 293, 296, 313, 321, 327), la [raza] criolla (Codazzi, [1853a] 1959: 328), raza pura de indio (Codazzi, [1853b] 1959: 337), raza indígena (Codazzi, [1853b] 1959: 340), raza caribe (Pérez, 1862: 284), razas civilizadas (Pérez, 1862: 294), antigua raza (Pérez, 1862: 296), raza cáucasa (Pérez, 1862: 296), raza aborijinal (Pérez, 1862: 296), raza española (Pérez, 1862: 302), raza europea (Pérez, 1862: 309, 313). Sin mencionar las variaciones del término en el resto de los cuatro tomos publicados de Codazzi ni en los capítulos que no se refieren al Estado del Cauca de los dos volúmenes de Pérez, es relevante resaltar cómo en unas decenas de páginas aparezca tal multiplicidad y, más interesante aún, una aparente falta de consistencia. Y eso sólo limitándose a los términos en donde la palabra raza es seguida o antecedida inmediatamente de una adjetivación.

Ahora bien, esta multiplicidad de términos no se puede subsumir fácilmente en lo que me gustaría llamar la “trilogía racial” (negroafricano, blanco-europeo, indioamericano). Esta matriz de lectura de la “trilogía racial” que tendemos a imponer es uno de los más poderosos mecanismos de presentismo que proyectamos sobre los textos escritos a mediados del siglo XIX en donde aparece el término de raza. Quizás un pasaje concreto ilustre mejor este punto. En el informe para el gobernador de la provincia de Barbacoas ya citado, Codazzi describe lo extremadamente malsanos que son sus manglares que “[…] dan desprendimiento a una cantidad enorme de gases nocivos para la salud, los que unidos a las exhalaciones dimanadas de los lodazales sujetos a los mismos ardores, forman una admosfera pestilencial […] haciendo que los lugares existentes en el medio de los manglares, o cerca de ellos, sean sobre manera malsanos” ([1853b] 1959: 332). Esto hace que sean “[…] solo son un sepulcro para la raza blanca, un hospital para la criolla y un lugar salubre para la africana. Constraste singular, nacido de las diferentes constituciones de las razas expresadas” (Codazzi, [1853b] 1959: 332). Sobre el aspecto de las diferentes constituciones de las razas mencionadas y su relación con las condiciones ambientales volveré enseguida. Por ahora, lo que pretendo resaltar es que en este pasaje Codazzi está haciendo una distinción, que pasa por diferentes constituciones entre la raza blanca y la raza criolla. En este pasaje, la raza criolla no se superpone con la raza blanca, problematizando la matriz de lectura de la “trilogía racial” que las colapsa.

Como ya se introduce en el último pasaje, las características (de salubridad) del lugar constituyen una pista para escudriñar las especificidades del concepto raza y sus relaciones con la imagen del negro en las descripciones de las provincias del Estado del Cauca. Sobre la región del Chocó, Felipe Pérez escribía:

La atmósfera de estos países es tan húmeda, que los vestidos i los zapatos quedan impregnados de agua, i el viajero se encuentra en un baño de vapor permanente, el cual por razon natural debe debilitar todo el sistema i dar orijen a las fiebres intermitentes. Nadie podrá habitar estas rejiones sin ser acometido de los frios i calenturas; i el hombre blanco, por aclimatado que esté, tendrá una vida mas corta que la que tuviera en otros lugares; sus fibras se debilitarán i llevará una existencia débil i enfermiza, por poco que se esponga al agua i al sol. No sucede así a la raza africana, acostumbrada ya a estos climas, ni a los indios que desde tiempo inmemorial viven en ellos. El negro traído a estos lugares desde su suelo abrazador del África, donde llueve durante seis meses tanta cantidad de agua como aquí, se encuentra en una atmósfera igual a la de su país natal en la época de las lluvias, i no sufre nada su naturaleza. Nacidos de esta raza, criados en medio de este baño de vapores i estando desnudos siempre, no sufren las impresiones del sol ni de la lluvia; nutriéndose de plátano, pescado i cerdos de monte; usando licores epirituosos ordinariamente, viven fuertes i robustos, aumentándose considerablemente por la fecundidad de las mujeres i el uso continuo del pescado. Dicha fecundidad es tal, que las mujeres paren a los 13 años, o cuando mas tarde a los 14 (Pérez, 1862: 329-330).

Por su parte, Codazzi anotaba: “El clima cálido extremadamente húmedo y lluvioso, no permite sino a esa raza [la africana] y sus mezclas ocuparse de los trabajos del campo y de la mineria […]” ([1853a] 1959: 324). Clima que imposibilita introducir otros habitantes (estos sí activos e industriosos): “Si pudieran traerse a las minas otros habitantes activos e industriosos, habría esperanzas de que el estímulo y la envidia los hiciese caer [a los individuos de la raza africana] en la tentación de imitarlos; pero esto lo creo difícil, por la razón poderosa del clima” (Ibíd.: 325). En su informe sobre la provincia del Casanare, Codazzi refuerza estas imágenes sobre la raza negra y sus mezclas:

Se observa que los de la raza negra y sus mezclas gozan de mejor salud y están menos expuestos que los blancos a la muerte por los miasmas5 que allí predominan. No debe sorprender esto, cuando se sabe que en el Chocó, la raza blanca apenas puede vivir, y moriría si quisiese dedicarse a los trabajos que hacen los negros, al paso que estos gozan de buena salud, expuestos desnudos al sol y al agua, y se propagan prodigiosamente, duplicándose el número de ellos cada veinte años, cuando en Europa se necesitan ciento para el mismo efecto. Si una raza semejante habitase las sabanas del Casanare, pronto aumentaría, y delante de su aumento retrocederían los indios bárbaros […] ([1856] 1956: 378-379).

En estos pasajes, las comarcas, países y provincias del Estado del Cauca, hoy identificados como las tierras bajas de la región del Pacífico, son retratados entonces en los textos de Codazzi y Pérez como lugares de clima cálido y de una humedad y lluviosidad proverbial6. Como si esto fuese poco, los manglares de las líneas costeras, con sus gases y lodazales, constituían una “atmósfera pestilencial” y eran extremadamente “malsanos”7. La raza africana (y sus mezclas) o el negro están acostumbrados a estas condiciones, ni el clima de estos países ni su “atmósfera tan húmeda” les debilita el sistema, lo que da origen a las fiebres intermitentes, les representa entonces una “existencia débil i enfermiza”. Ante la influencia malsana de los vapores desprendidos de los manglares y sus lodazales (a veces referidos como miasmas), no encuentran un sepulcro ni siquiera en el hospital. Al contrario, dado que la gente se encuentra “ya acostumbrada a estos climas”, “viven fuertes i robustos” aumentando su número ante la gran y temprana fecundidad de las mujeres y el uso continuo del pescado.

El contraste entre las diferentes constituciones de las razas no puede ser más explícito: lo que para unas significan condiciones en las cuales se aumenta su número gozando de buena salud, “fuertes y robustos”, para otras significan la pérdida de su vida, o cuando menos, su súbita abreviación sumidos en la irremediable debilidad y enfermedad: “Ni los de raza blanca ni sus descendientes (unos i otros acostumbrados a los ardores del sol en otros climas) pueden sin embargo venir a estas tierras riquísimas en oro i terrenos cultivables, sino bajo pena irremisible de la vida” (Pérez, 1862: 293). La raza africana y sus mezclas y los indios de un lado, la raza blanca y sus descendientes del otro, en un espectro derivado del clima de los países de las llanuras con ríos auríferos.

No todas las comarcas, los países y provincias del Estado del Cauca correspondientes a lo que hoy se considera las tierras bajas del Pacífico colombiano, están sometidos a estas extremas condiciones del clima ni todos sus habitantes pertenecen a la raza africana o sus descendientes. Además de los indios, tanto Codazzi como Pérez describen la presencia de una “raza de blancos, descendientes de españoles y de indios, o de españoles y de mulatos” (en palabras de Codazzi, [1853b] 1959: 333) o de “cuarterones” (según Pérez, 1862: 289) que habitan los islotes o “playas” en la línea costera de la región de Barbacoas. Estas “playas” y sus habitantes son descritos en términos que contrastan con los utilizados para los “negros”. Codazzi, por ejemplo, anota: “A pesar de que los manglares están cerca de sus huertos, gozan de perfecta salud, porque los vientos alisios en este mar soplan del S.O. y les proporcionan aire puro, llevando las emanaciones de los manglares a las tierras habitadas por la raza africana” (Codazzi, [1853b] 1959: 333). De ahí, que las playas sean “salubres”. Por su parte, estos habitantes son descritos como “activos”, “industriosos”, “inteligentes”, “visten regularmente”, “muy amigos de viajar”, excelentes “marinos” y claramente organizados en torno a la figura de un “patriarca”. Igualmente anotan que poseen “ganado”, “sementeras” (áreas de cultivo) y sus casas rodeadas de multitud de “cocales”, “jardines” y “árboles útiles” ofrecen una “vista alegre i variada” (Codazzi, [1853b] 1959: 333; Pérez, 1862: 288-289).

De la misma manera, cuando Felipe Pérez describe puntos concretos las poblaciones no aparecen ya consideradas de forma homogénea como “raza africana” o “negros”, sino que emergen no sólo algunos “blancos”, sino también diferentes mezclas y los indios. Así, por ejemplo, escribe: “Muy pocos hombres blancos viven en el Baudó; el resto es de zambos, negros e indios medio civilizados, esto es, desnudos como los demás; pero que tienen un vestido para el domingo i que medio hablan el español, escepto las mujeres, que no lo comprenden o no quieren hablarlo” (1862: 324). Y añade, “Pocos son los negros que habitan las orillas del Baudó; pero cerca de sus cabeceras i en las cabeceras mismas, están los antiguos chocoes, que conservan sus usos i constumbres. Estos mismos ocupan los ríos que vierten al mar i tienen algunas sementeras, viviendo con ellos varios negros o zambos fujitivos, cuyos hijos participan en su color i en sus instintos de las condiciones de ambas razas” (Ibíd.: 324). Para el poblado de Sipí, “[…] Una raza mesclada de indios, zambos i negros, habita este pueblo minero i agricultor […]” (Ibíd.: 325). O para el de Noanamá: “Compónese de indios con algunos zambos i multatos; sus habitaciones están, como todas las de por ahí, levantadas sobre estantillos, i muchas de ellas a punto de caerse. Los indígenas viven mas comunmente esparcidos por las orillas del San Juan i de sus tributarios” (Ibíd.: 326). Hablando de la “sección de selvas y minas” de la “región de Buenaventura”, Felipe Pérez anota “[…] está apenas habitada por los descendientes de los primeros negros esclavos […] i por las mezclas que desde entonces comenzaron a hacerse entre éstos, los indios i la raza española. Los colores que dominan son el negro, el mulato i el zambo, esepto algunas pocas familias desdendientes de blancos, aunque mezclados, i mui pocos verdaderos blancos criollos que viven en la Buenaventura […]” (Pérez, 1862: 302).

En suma, de los pasajes comentados se deriva que Codazzi y Pérez suponen que la raza africana y sus mezclas y descendientes poseen una constitución que les permite habitar y laborar en los climas insalubres para otras razas como las referidas como europea, española, blanca, antioqueña y criolla. Igualmente, de manera explícita para las comarcas, provincias y países de lo que hoy se considera la región del Pacífico colombiano, las imágenes del negro o de la raza africana (y sus mezclas y descendientes) se asocian con indolencia, ignorancia, desnudez y atraso, entre otras características. De esta diferencia de constituciones en relación con el clima y de esas imágenes del negro, ¿se puede afirmar que Codazzi y Pérez están argumentando la desigualdad inmanente entre las razas en términos de sus capacidades de civilización y de progreso? ¿Debe entenderse como pesimismo y determinismo racial expresiones como “[…] esta raza por naturaleza indolente y perezosa […]” (Codazzi, [1853b] 1959: 336)? ¿Qué sentido tiene el término naturaleza y cuál es su relación con la idea de raza?

En este punto, es pertinente introducir unos pasajes de Codazzi que se encuentran en su texto “Antigüedades Indígenas”, fechado el 28 de noviembre de 1857, ya que como en ningún otro arroja luces sobre estos interrogantes, sobre todo por sus referencias explícitas a las implicaciones de la mezcla entre razas. En este texto, Codazzi considera que los cruces del indígena con el europeo o el africano han implicado que el primero se torne: “[…] emprendedor, manifestando claro entendimiento, actividad e índole muy educable” ([1857] 1956: 435). No obstante, continúa Codazzi, “Donde la raza indígena se ha conservado pura, todo duerme, y en vez de haber mejorado su prístina condición, se ha barbarizado hasta el punto de no ser capaz de producir hoy lo que en sus obras de arte ejecutaron sus abuelos” (Ibíd.: 435). No obstante, para Codazzi esto no se deriva de la naturaleza de los indios ni supone adscribir a una suerte de determinismo racial: “Decir que esto se desprende de la naturaleza de los indios, sería proclamar la doctrina de la desigualdad cardinal de las razas y su predestinación, unas a la cultura y grandeza intelectual, otras a la barbarie y abatimiento perpetuos; doctrina opuesta a las ideas que tenemos de la justicia de Dios y de la unidad del linaje humano” (Ibíd.: 435). No hay una apelación a una “desigualdad cardinal entre las razas” que se afincaría en la naturaleza de las mismas. La barbarización de la raza indígena es explicada por una serie de causas morales y físicas (como detallaré más adelante), así como el enaltecimiento del mestizo no responde a una especie de mejoramiento en su naturaleza, sino a una emancipación moral frente a un proceso de envilecimiento social debido a la violencia y la brutalidad de la conquista:

Es que no basta poner en contacto una raza débil con otra fuerte en civilización, para que entrambas se nivelen perfeccionándose la ignorante. Si el contacto se establece benévolamente, sin que el fuerte ejerza contra el débil una opresión violenta que destruya en su alma todo resorte de actividad propia y todo estímulo para enaltecerse, producirá la civilización del ignorante; pero si, como en la conquista española, la raza fuerte persigue, despoja y aterra a la débil, si le arranca su nacionalidad, destruye sus tradiciones y abisma la persona moral de los individuos en lo mas profundo de la degradación y de la esclavitud, entonces el oprimido que ya no tienen patria, que no tiene ya nación, que ve aniquilada la dignidad de su raza, de su familia, de su individuo, pierde absolutamente todo estímulo toda voluntad de mejorarse, y se deja embrutecer. La nacionalidad vilependiada, es en tales casos, una especie de estigma que abate y degrada al hombre; aparte de esa nacionalidad es como regenerarse por cuanto el abatimiento de la raza deja de oprimir y amilangar al individuo, y el ser moral recupera su ingénita energía. Por eso el cruzamiento de la raza indígena, produciendo hombres que no son indios, emancipa al mestizo de la degradación original, y esto le da bríos para aspirar a igualarse con sus superiores; tan cierto es ello que durante el régimen colonial, los dominadores europeos calificaban de insolente y tenían por tal sustancialmente a todo mestizo. Era natural: toda cabeza no española que se irguiera entonces debía parecer muy insolente a los hidalgos improvisados por la conquista (Codazzi, [1857] 1956: 435- 436, énfasis en el original).

La figura del mestizo es aquí entonces una bien específica; una que da cuenta de más de una condición histórica donde está en juego la dominación y la violencia de una raza sobre otra, que señalan un mejoramiento en la naturaleza de la raza indígena.

Por su parte, la barbarización del indio, en el “daño y atraso de las tribus”, es el resultado de una serie de causas morales y causas físicas. Dentro de las primeras está el sojuzgamiento violento de las tribus que fueron sometidas, pero también de aquellos que como los guajiros han empleado “[…] todos sus desvelos, todas sus fuerzas de voluntad en precaverse de ser conquistados […]” recurriendo a “[…] la vida nómade como la más adecuada para conservar su independencia […]” (Codazzi, [1857] 1956: 437). Esta última estrategia deriva en un obstáculo ya que “[…] bien es sabido que la vida errante se opone al nacimiento y la práctica de las artes domésticas y a la perfección intelectual de los hombres. La vida sedentaria es la base de toda cultura” (Ibíd.: 437). Por su parte, las causas físicas son aquellas “nacidas del clima y de los accidentes del territorio que habitan” (Ibíd.: 437-438) al cual, como los andaquíes, se han visto empujados por el desalojo de la Conquista. En relación con estas circunstancias no hay muchas esperanzas, ni siquiera para el mismo europeo:

Colóquese al hombre en medio de esta potente y jamás domada naturaleza física, colóqueselo solitario y con una embotada hacha de piedra en las manos por único auxiliar de sus fuerzas, y exíjasele que domine ese mundo abrumador que lo rodea! En tal situación el hombre es el vencido, el mundo físico lo absorbe, y se hace bruto como los brutos, emigrante y sanguinario como las fieras, rudo y áspero como los troncos de los árboles que le rodean el espacio y la luz, y contra los cuales no puede el hacha de piedra […] el europeo mismo, en igualdad de circunstancias, perdería sus timbres intelectuales, se barbarizaría hasta ponerse a nivel con los caníbales, y vería completamente humillada su vanidad de raza y enteramente anulados sus supuestos privilegios naturales […] (Codazzi [1857]1956: 438, 439).

Si bien es cierto que en estos pasajes Codazzi establece una jerarquía en términos de civilización, lejos se encuentra de remitir esta jerarquía a una diferencia inmanente en la naturaleza de las razas. Que el indio o el africano remitan a “razas débiles en civilización” con respecto al mestizo o al europeo no se explica por sus características inmanentes o las desigualdades en su naturaleza, sino por causas morales y físicas, esto es, diría uno en un lenguaje contemporáneo, por razones históricas. Más aún, la civilización adquirida, como la de los antiguos andoquíes a los cuales Codazzi atribuye la estatuaria de San Agustín o la de un europeo, se puede revertir por estas mismas causas hasta descender al nivel más bajo representado por la figura del caníbal.

Codazzi concibe la civilización como un proceso que no sólo lleva a la emancipación del hombre de los constreñimientos impuestos por el mundo físico, sino que también conduce a la desaparición paulatina de las diferencias entre los pueblos o nacionalidades a medida que la “cultura crece y se universaliza”. La diferencia entre estos pueblos o nacionalidades es limpiada por las artes de la civilización en tanto esta última se convierte para el hombre en una “corteza material en que lo envuelven los climas”, para reencontrarse en una especie de familia única del linaje humano “[…] ligados sus miembros por los vínculos de filiación que los une a su Creador y Padre común” (Codazzi, [1857] 1956: 447). En esta concepción es donde encaja la noción de progreso que analizaré en el siguiente aparte, con base en los informes de Codazzi y en el texto de Pérez que he venido comentando para lo que hoy aparece como la región del Pacífico colombiano.

Narrativa del progreso

Una narrativa del progreso organiza y da sentido a las descripciones e interpretaciones que sobre estas regiones y sus pobladores hacen Codazzi y Pérez. Desde su perspectiva, parece no cabe duda de que la raza africana o el negro habitante de estas provincias, países o comarcas, encarna en su cuerpo actividades y actitudes muy distintas de lo que los autores consideran expresiones de las aspiraciones de la vida civilizada y los logros derivados del progreso.

Ante las imágenes de una raza africana indolente, no es de extrañar que Codazzi indique que el movimiento mercantil impulsado por dinámicas ligadas a poblaciones exógenas, permitiría que algunos de los más civilizados salieran primero de su letargo, a los cuales seguirían los más estúpidos, produciéndose una moralización de la raza africana en su conjunto:

La raza africana, indolente hoy, que vive de la pesca y plátano a la orilla de los ríos que llevan arenas con oro, sin querer extraerlo, desde que vea un movimiento mercantil por sus selvas, hoy apenas visitadas por algún indio, es posible que la envidia obre sobre su pereza y que por el deseo de hacer lo que los demás hagan, empiece alguno de los más civilizados a plantar grandes cantidades de árboles de cacao y a semprar arroz y fisoles para exportar juntamente con el maíz y la caña de azúcar, que, sembrada, da sin cesar como el plátano, y sería un fruto de especulación para licores, panela o azúcar que se transportaría a los mercados de las costas del Pacífico […] y el ejemplo de los que han comenzado con poco y se encuentran con bastantes medios para las comodidades de la vida, hará salir de su letargo a los más estúpidos, que apenas vegetan en una mala choza, contentándose con una torta de maíz o un pedazo de yuca o un par de plátanos. Entonces se moralizará la población, que, atraída por el deseo de enriquecerse, se dedicará al trabajo, y no estará como hoy, perezosa e indolente, sin hacer casi nada, segura de su miserable comida, y teniendo un triste vestido para concurrir el domingo al pueblo, a gastar un real en bebidas fermentadas que sirven para embrutecerla (Codazzi, [1855] 1959: 366-367).

Los atascos para el progreso de las tierras habitadas por el negro no radican en la pobreza de las mismas. Al contrario, ambos autores consideran que “[…] estas tierras [son] riquísimas en oro i terrenos cultivables” (Pérez, 1862: 293)8. Como se evidencia en los pasajes ya transcritos, las escasez de necesidades de la raza africana y sus mezclas y descendientes radica en la conjugación de sus limitadas aspiraciones y la riqueza de sus tierras no sólo en oro sino también en el cultivo, la pesca o la caza: “El plátano le da profusamente pan, los ríos pescado i las selvas tatabros i saínos” (Ibíd.: 291). Refiriéndose al río San Juan, Felipe Pérez (1862: 327) hace explícito que este país con tierras “riquísimas en aluviones de oro” no ha “progresado como debía” contrastándolo con el progreso que sí se ha dado en Antioquia donde la raza blanca cuenta con un clima propicio y no como el del Chocó que posee un “clima mui malo para la raza blanca” (Ibíd.: 327).

No es de extrañar, entonces, que Codazzi y Pérez se esfuercen en imaginar un futuro donde la prosperidad de estas regiones del Estado del Cauca descanse en parte en una especie de fuerza redentora de la raza blanca, la cual se asentará en las cordilleras de las selvas agrestes por entonces inhabitadas y con un clima más propicio para esta raza motivada por los aún desconocidos criaderos de oro que allí reposan a la espera del “minero inteligente y laborioso”. Así, para la región de Barbacoas, Pérez escribe:

[…] vendrá un día en sean reconocidos los criaderos de oro que están en las cordilleras […] entónces las altas cumbres serán visitadas i pobladas por el minero intelijente i laborioso, quien transformará las selvas agrestes en terrenos cultivados, llenos de pueblos i caserios; i los cerros, desconocidos hoy i que solo muestran a lo lejos sus elevadas crestas de un verde oscuro, empezarán a verse cruzados de caminos que bajarán por sus estribos, en busca de la llanura i de los ríos, que por su cantidad de agua i poco relieve facilitarán una navegacion pronta i segura hasta el mar. La raza negra saldrá entónces de su estupidez, i el bienestar del blanco en la serranía alta, la estimulará a imitarlo i a trabajar en la baja llanura, auxiliada por su rápida multiplicación i organización vigorosa. Entónces también se descuajarán las selvas seculares, se correjirá el clima i aparecerá la prosperidad hoi desterrada de tan pingües lugares (1862: 293).

Por su parte, refiriéndose al Chocó, Codazzi considera la futura construcción del canal interoceánico como el motivo por el cual “[…] el antioqueño siempre emprendedor y activo no se estará quieto y pasara a la cordillera […]” para cultivar y otros abrirán un camino. Esto llevará al descubrimiento de nuevas minas de oro con lo cual:

[…] es seguro que los antioqueños primero y los extranjeros después, vendrán a explotarlos por estar situados en alturas en que la raza caucana, puede consagrarse al trabajo sin temor de enfermarse. Una nueva era se presentará al Chocó: la serranía se verá cultivada y habitada, quedando en las bajas orillas del Atrato los negros indolentes, siempre desnudos, siempre pobres. Puede ser que el contacto con gente activa y que el progreso rápido que siempre hacen los lugares de ricos minerales, los haga salir de la estupidez, letargo y abandono en que viven y busquen con el trabajo el modo de imitarlos. Extendiéndose la raza blanca por las altas cordilleras del Atrato, Andágueda y sus afluentes, solo así tendrá Quibdó un porvenir halagueño, porque entonces será esta ciudad (casi abandonada a la apatía de los indolentes negros) un punto de escala para enviar víveres y mercancías a los que se hubieren establecido en las alturas y los vapores llegarían cargados hasta allí (Codazzi, [1853a] 1959: 328).

Como ya se sugiere en el anterior pasaje, la imitación sería una importante fuerza para abandonar la indolencia que según Codazzi y Pérez caracteriza al negro del Chocó. Pero la imitación no sólo se refería a la raza caucana o al antioqueño que se asentaría sobre las cordilleras, sino también de “hombres iguales a ellos” en el Golfo de San Miguel en Panamá con los cuales entrarían en contacto a través de la venta de maderas y provisiones, una vez construido el canal interoceánico, en el cual estaban interesados “todo el mundo comercial y las grandes naciones”: “Si el negro del Chocó sale de su indolencia podrá con sus canoas bajar el Atrato y pasar a Calcedonia, llevando maderas y provisiones al propio tiempo que por el San Juan y el Baudó bajarán también para llevarlos al Golfo de San Miguel. Puede ser que la vista de hombres iguales a ellos que trabajan sin cesar para ganar, los estimule a ocupar útilmente el tiempo y haga formar en ellos el deseo de gozar de las comodidades de aquéllos” (Codazzi, [1853a] 1959: 327).

Considerando la pronta colonización que Codazzi y Pérez presentían, entonces, en estas regiones se perfilaban tres zonas: “[…] la de los anegadizales i deltas; la de las llanuras con rios auriferos; i la de la serranía, totalmente desierta” (Pérez, 1862: 295). La primera, la de los “anegadizales i deltas”, para entonces comprendida por los malsanos manglares solo habitables por el negro y unas playas e islotes donde se encuentran los cuarterores, se convertirá en la “Holanda caucana” cuando estas “[…] tierras se hayan elevado i las selvas sean abatidas los vientos alisios refrescarán la costa, cesarán las miasmas pestilenciales, i se verán producir en ellas todos los frutos de la zona tórrida, tan apetecidos en los mercados estranjeros, al combinado i eficaz esfuerzo de una poblacion numerosa, agricultora, marina i comerciante.” (Ibíd.: 295). La segunda zona, constituida por los antiguos aluviones y cruzada por innumerables ríos, “país minero i agricultor” habitado por la raza africana, sus mezclas y descendientes en pocos i pequeños pueblos largamente distanciados entre sí “[…] serán reemplazados por una multitud de ciudades, haciendas i casas de campo, i toda la planicie, cruzada por caminos carreteros, ferrocarriles, canales, i ríos, tendrá medios fáciles i prontos de transportar a la costa las numerosas producciones de tierra tan feraz” (Ibíd.: 295). Finalmente, la de la “serranía”, por entonces inhabitada, pero que estaría destinada a ser poblada por industriosos mineros, agricultores y comerciantes de raza caucana o raza blanca como antioqueños y extranjeros. De esta zona desaparecerán las selvas agrestes para dar paso a los terrenos cultivados, a multitud de pueblos, caseríos y caminos: “Un clima templado, frío i sano es el mas apropósito para el asiento de la raza blanca, activa i emprendedora; en tanto que las riquezas allí encontradas serán las que sirvan para abrir caminos de acarreo por los cerros intransitables en el día, que comunicarán un impulso saludable a la raza africana, habitadora de las orillas de los ríos, por la enervación de la felicidad” (Ibíd.: 295-296).

Para la región de Buenaventura, Pérez parece considerar que el “progreso de la civilización” puede derivarse no sólo de las influencias externas agenciadas por la raza blanca, sino que también puede “[…] esperarlo del aumento progresivo de sus habitantes actuales, los que gozan de buena salud i robustez” (Pérez, 1862: 306). En este sentido, se reconocerían las dinámicas internas de la población misma de la región. Dadas las pocas necesidades para formar nuevas familias, Pérez considera que debe esperarse que estos habitantes se multipliquen considerablemente. Así, “Cuando su sociedad sea más numerosa i sus relaciones mas íntimas i multiplicadas, empezará el progreso de la civilización, i entónces las viejas selvas caerán bajo las hachas de una población vigorosa i nacida en la independencia de los bosques; entónces también sus ríos i caños navegables les servirán para llevar al mercado de la Buenaventura los cuantiosos productos de aquellas tierras vírgenes, en donde pueden cultivarse todos los frutos de los trópicos” (Ibíd.: 306-307). Entre las consecuencias estaría que, “[…] cuando el hombre haya podido estender allí su imperio, cambiará la naturaleza del clima, modificando los efectos de los pantanos i de la humedad ocasionada por las selvas” (Ibíd.: 307).

De los pasajes comentados no se desprende una especie de pesimismo racial ni ambiental, ya que tanto la raza africana, sus mezclas y descendientes como el clima pueden ser objeto de una serie de intervenciones concretas que pueden evitar que estas comarcas, países o regiones se atrasen más o bien se queden estacionarias9. Con base en los fragmentos citados, es evidente que ambos autores consideran que el influjo de pobladores industriosos asentados en las cordilleras vecinas redundaría, como consecuencia de la gradual emulación, en la transformación del estado de ignorancia, de indolencia, infelicidad y falta de bienestar de la raza africana o la raza negra10.

Pero no sólo en el impulso derivado del poblamiento de la zona de la serranía por activos e industriosos habitantes o en las dinámicas de crecimiento poblacional como lo sugiere Pérez para Buenaventura, radican las esperanzas de progreso de estas regiones. Además, ambos insisten en una serie de medidas que deben ser tomadas por los gobiernos para obligar a los pobladores indolentes al trabajo. Estas medidas demandan aplicación inmediata y atizan el patriotismo de quienes deseen el progreso, como lo recomienda Codazzi en su informe al gobernador del Chocó:

Así, pues, los que de un modo verdaderamente patriótico deseen el progreso de este país, deben desde ahora, antes que la vagancia se haga crónica, pensar en los medios para obligar a los hombres y mujeres a dedicarse al trabajo, pues que una familia que conste de tres o cuatro personas aptas para trabajar no necesita sino de una o dos para subsistir y las demás deberían alistarse como obreros, con salario correspondiente a su servicio, so pena de ser considerados como vagos ([1853a] 1959: 325).

En el mismo informe, Codazzi ya había sugerido unas páginas antes la necesidad de obligar a la clase jornalera a trabajar mediante una “bien combinada ley de policía” si la intención era que “[…] la provincia progrese con la velocidad con que marchan los países industriosos […] De lo contrario, el país puede de día en día atrasarse más por falta de brazos, o bien quedar estacionario, perjudicando así enormemente el desarrollo de la riqueza pública” ([1853a] 1959: 323). Para el caso de Barbacoas, Codazzi insiste en la urgencia de las medidas constituidas por reglamentos severos que los obliguen a trabajar so pena de ser considerados vagos como se hace en Europa con el hombre blanco, quien por lo demás no ha sido esclavo en un pasado reciente. Y para que esas ordenanzas no se queden escritas sin ninguna influencia, Codazzi sugiere la creación de un cuerpo de policía compuesto por algunos “[…] de los más inteligentes, activos y formales de entre los mismos negros […]” ([1853b] 1959: 336). Se esbozan así una serie de medidas para intervenir sobre determinadas poblaciones, para modificar sus comportamientos sobre lo que aparecía a los ojos de expertos como una ausencia de voluntad de trabajo. Estas medidas debían ser establecidas por los gobiernos de las provincias a partir de una legislación contra la vagancia que obligase al trabajo, y un cuerpo de policía que vele por su cabal cumplimiento.

El trabajo es la fuente de riqueza no sólo de los particulares, sino también de la nación. Del trabajo se desprende la riqueza y el bienestar personal, se accede a las comodidades y permite salir del estado de miseria: “[…] si quisiera trabajar, como lo hace todo hombre laborioso que tiene ambición de aprender y enriquecerse para proporcionarse algunos goces y salir del estado de miseria en que se encuentra” (Codazzi, [1853a] 1959: 325). El vestido, la habitación y el gozo de otras comodidades son fruto del trabajo: “Cuando el hombre nace, nace desnudo, y si llega a vestirse, a tener buenas habitaciones y a gozar de comodidades es a fuerza del trabajo” (Codazzi, [1853b] 1959: 336). De la misma manera, la riqueza de la nación se afinca en el trabajo de los particulares. En este punto Codazzi es explícito: “[…] desde que se rehúsen al trabajo, con el pretexto de ser libres, claro está que no hay trabajo ni riqueza pública, porque a mi modo de ver el conjunto de la riqueza de los particulares forma la riqueza de los Estados” ([1853a] 1959: 324).

De ahí que en las disposiciones al trabajo o a la indolencia de poblaciones específicas lo que se pone en juego es el futuro mismo de la nación. El trabajo deja de ser visto, entonces, como un asunto estrictamente individual, para ser considerado un asunto concerniente a la nación. De ahí que Codazzi se pregunta entonces “Si toda Nación granadina tuviese una población como la del Chocó, ¿de dónde sacaría contribuciones directas o indirectas, proporcionales y regresivas para conservar el tren de empleados? ¿Qué esperanzas tendría para progresar y enriquecerse en medio de sus ricos elementos?” ([1853a] 1959: 327). Cualquier disposición o acción que redunde en la obligación al trabajo, entonces, es percibido como un bien que se le hace a las poblaciones mismas que de otra forma se condenarían a la miseria: “Obligar, pues, a esta raza por naturaleza indolente y perezosa a trabajar para enriquecerse es hacerle un bien positivo, porque están poco más o menos como los indios semibárbaros que necesitan tutores” (Codazzi, [1853b] 1959: 336). Pero al mismo tiempo, “acostumbrar al trabajo” a estas poblaciones y erradicar su tendencia al libertinaje es necesario para el bien de la nación en su conjunto: “Es necesario estirpar esas ideas que confunden la libertad bien entendida con el libertinaje o el no hacer nada. Es la primera necesidad acostumbraros al trabajo, que remunerado, redunda en el provecho de ellos, de los particulares y de la nación entera. ¿Qué sería de este país si la gente trabajadora no sembrase sino lo necesario para comer? ¿Qué no habría nada que transportar, y la nación no vería llegar a sus costas ningún buque para comerciar?” ([1855] 1959: 367).

Pero el trabajo como fuente de riqueza requería del concurso del comercio para que se diera el progreso material. Y para que el comercio se diera se hacían indispensables las vías de comunicación que rompían el aislamiento: “Para que el progreso material de un país se desarrolle con prontitud, es indispensable poner en contacto los puntos de comercio, aún con aquellas partes del territorio que parecen por su naturaleza aisladas entre intransitables cordilleras. Rompiendo estas y destruyendo el aislamiento es que se favorece a los pueblos, pues no haciéndolo, quedan como presos, sin poder moverse” (Codazzi, [1853b] 1959: 347). Sobre este supuesto, Codazzi entendía no sólo la relevancia de los trabajos de la Comisión Corográfica “[…] que tienden a proporcionar bienes positivos, buscándoles vías de comercio, que se encuentran casi siempre, aún en las partes más altas y escarpadas de los Andes […]”, sino también una agenda para los gobernantes con “bienes positivos” para “[…] la Nación, a la clase pobre pero industriosa, así como también al rico y trabajador […]” (Ibíd.: 347). Ahora bien, según Codazzi, el comercio proporcionaba el dinero que se constituía en el móvil último del género humano porque con “[…] dinero hay agricultura, crías, manufacturas, artes, ciencias, riquezas, comodidades, gusto, consideraciones, goces y placeres positivos; en fin, en donde él está no hay pauperismo, ni se piensa en trastornos ni en revoluciones, y menos en las aspiraciones y en la empleomanía” ([1852] 1956: 312-313). Como el comercio es la fuente del dinero, Codazzi concluye que “[…] en resumidas cuentas, hoy está visto que el comercio es el amo del mundo” (Ibíd.: 313).

Conclusiones

No se puede argumentar que la noción de raza que opera en las narrativas de Codazzi y de Pérez sea idéntica a otras articulaciones raciales como las que constituyen el racismo científico de finales del siglo XIX o aquellas de principios del siglo XX expresadas, por ejemplo, en el movimiento eugenésico. Por supuesto que, como toda articulación racial, comparte el hecho de establecer una jerarquía racializada donde la raza africana, sus mezclas y descendientes en lo que hoy se define como la ‘región del Pacífico colombiano’ se encuentran más o menos distantes de las actitudes, prácticas y concepciones de la civilización y el progreso. Sin embargo, y en este punto es donde difiere de otras articulaciones raciales, la relación entre diferencia y jerarquía no se piensa como una identidad ni, menos aun, como una constante. Me explico. Si bien es cierto que Codazzi y Pérez asumen que entre las distintas razas se hallan diferentes constituciones, lo que las hace más o menos aptas para habitar diferentes climas, de esta diferencia no se deriva necesariamente la jerarquía en cuanto a su lugar en el progreso o civilización o su capacidad de alcanzarlo.

Es evidente en las proyecciones y medidas que Codazzi y Pérez imaginan para los habitantes del Estado del Cauca, que raza africana, sus mezclas y descendientes son susceptibles de transformación hacia el progreso o civilización. No están planteando que esta transformación pasa por un cambio en la constitución a través de mezclas con la raza blanca, por ejemplo. Son influencias provenientes del movimiento mercantil o de la imitación de pobladores industriosos asentados en zonas vecinas, e incluso de dinámicas internas como el propio crecimiento demográfico o de las medidas gubernamentales, de donde provendrían estas transformaciones (definidas más con expresiones como moralización).

Así, para hablar de uno de los rasgos más reiterativos de las narrativas de Codazzi y Pérez, la indolencia de la raza africana de estas comarcas, regiones y países no se encuentra en el mismo plano que el de su constitución, la cual la hace apta para determinado clima. Colapsar estos dos planos es propio de las lecturas deseventualizantes, que al cruzarse con descripciones como las que he citado, donde aparece la palabra “raza” asociada con el establecimiento de diferencias y jerarquías, se borran de un trazo su singularidad y densidad. Al respecto, recordemos como Codazzi considera la noción de mestizo. No es debido a un cambio en la constitución de la raza indígena por el cruzamiento racial lo que eleva al mestizo por encima del indio, sino la emancipación de una degradación original producida por la Conquista y mantenida en el régimen colonial. Son singularidades como éstas las que no se pueden pasar por alto en la comprensión de las especificidades de las articulaciones raciales que operan en el pensamiento de autores como Codazzi y Pérez para mediados del siglo XIX.


Citas

1 Para estudios sobre la Comisión Corográfica ver Restrepo (1999) y Sánchez (1998).

2 Agradezco muy especialmente a Julio Arias por las apasionantes discusiones que hemos sostenido en los últimos meses sobre muchas de las ideas aquí escuetamente presentadas. Igualmente, agradezco los pertinentes y juiciosos comentarios de uno de los evaluadores asignados. Obviamente, los problemas que aún persisten son de mi entera responsabilidad.

3 Ver, por ejemplo, Codazzi ([1853a] 1959: 324) y Pérez (1862: 291-292, 302). Por espacio he suprimido las extensas transcripciones que hacían parte del primer borrador.

4 En un pasaje de otro texto, Codazzi es aún más explícito con respecto a este punto: “Los pueblos rudimentarios, que desconocen la industria inteligente subyugadora del mundo físico, son esclavos de la materia que los rodea y los amolda a sus exigencias […] Las artes de la civilización, dominando el mundo físico, emancipan al hombre […]” ( [1857] 1956: 446).

5 En el Diccionario de la Real Academia Española de 1817 se define de la siguiente manera: “MIASMA. s.m. Med. Efluvio maligno que exhalan algunos cuerpos enfermos y generalmente las aguas corrompidas ó estancadas. Usase comúnmente en plural, Miasmas.” (Real Academia Española, 1817: 572, 3).

6 Al respecto de las representaciones de la región del Pacífico para el siglo XIX, véase el excelente trabajo de Leal (2004). Igualmente puede consultarse a Rodríguez (2004).

7 Casi con los mismos términos, en Pérez (1862: 290).

8 Sobre los imaginarios de diferentes sectores de la elite del siglo XIX sobre la riqueza de las tierras bajas del Pacífico colombiano véase Leal (2004).

9 En este sentido, en un informe sobre la provincia del Casanare fechado en Bogotá el 28 de marzo de 1856, Codazzi se dirige al secretario de gobierno en los siguientes términos: “Dos grandes obstáculos se oponen en esa provincia a su desarrollo, que son: el clima y los indios. Ambos pueden con el tiempo modificarse, pero, entre tanto, será útil examinarlos para ver si desde ahora se puede hace algo para acelerar esa modificación” ([1856] 1956: 376).

10 En términos muy parecidos, ver la descripción de Pérez (1862: 320-321).


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