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Temporalidad social y jóvenes: futuro y no-futuro

Temporalidade social e juventude: o futuro e não-futuro

Social temporality and youth: future and non-future

Ana María Arango Cárdenas*


* Antropóloga, Universidad Nacional de Colombia. Investigadora del Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos de la Universidad Central (IESCO-UC), Línea sobre Jóvenes y culturas juveniles. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.


Resumen

Este texto constituye una primera reflexión para el desarrollo de una investigación empírica que permita ahondar en las relaciones de la temporalidad con la constitución de los sujetos sociales. Se revisa la asimilación de los jóvenes a la idea de futuro a partir de dos imágenes presentes en los estudios de juventud en el país: peligro social y cambio social. Finalmente, se introducen algunas inquietudes sobre las regulaciones temporales y sus modos de planificación.

Palabras clave: temporalidad, progreso, representaciones, jóvenes, futuro, subjetividad.

Resumo

Este texto constitui uma primeira reflexão para o desenvolvimento de uma investigação empírica que permita afundar nas relações da temporalidade com a constituição dos sujeitos sociais. A assimilação dos jovens à idéia de futuro é revisada a partir de duas imagens presentes nos estudos de juventude no país: perigo social e mudança social. Finalmente, são introduzidas algumas inquietudes sobre as regulamentações temporais e seus jeitos de planificação.

Palavras-chaves: Temporalidade, progresso, representações, jovens, futuro, subjetividades.

Abstract

This paper is the begining of one reflection which provide the context for an empirical research in the field of relationships of temporality and social subjectivities. It analyses the young people idea of future from two images founded in the youth research in Colombia: social danger and social change. Finally, they are introduced some questions about time regulations and its ways of managment.

Key words: Temporality, progress, representations, youth, future, subjectivity.


El tiempo: eje fundamental para una aproximación sociocultural

Aunque no midas las horas del día como largas o cortas, cerca o lejos, aún las llamas doce horas. Porque las señales del tiempo que vienen y van son obvias, la gente no lo duda. Aunque no lo duden, no lo comprenden. O cuando los seres sintientes dudan de lo que no pueden comprender, su duda no está fija firmemente. A causa de esto, sus dudas pasadas no necesariamente coinciden con la duda presente. Aun la duda en sí misma no es más que tiempo.
Fragmento de poema Zen.
Primer día de invierno,
primer año de Ninji (1240),
Monasterio Kosho Horin.

El tiempo es un eje primordial de configuración de los sentidos sobre el mundo y la realidad. Así, las culturas revelan diferentes perspectivas en que se experimentan, recrean y perciben las temporalidades sociales. Un ejemplo actual serían las diversas formas como un mismo día es denominado en el planeta; pocas veces nos preguntamos qué significa que el 24 de enero del año 2005 (en el conteo estandarizado) también sea 13 Dhul-hajj al final de la peregrinación anual Hajj a la Meca en la tradición islámica, o que en Hong Kong o Shanghai sea 15 Ding Jou. No nos detenemos a comprender que existen diferentes temporalidades, o quizás, si éstas tienen factura humana, más bien las concebimos como dimensiones naturales y eternas, que están dadas de antemano y se vuelven incuestionables1.

Buscando comprender las diversas formas de ser en el mundo, se han tomado en consideración dos dimensiones: el espacio y el tiempo, para visualizar las variaciones socioculturales determinadas histórica y geográficamente. Desde la sociología, Wallerstein (1997) retoma esta combinación para referirse al sistema mundo moderno.

Señala que una característica peculiar de este sistema,

Es el lugar que se le ha dado a las múltiples construcciones sociales del TiempoEspacio. Esta característica le ha dado gran flexibilidad y resistencia. Al mismo tiempo le ha dado una habilidad extraordinaria para ocultar a sus integrantes la realidad sobre lo que están experimentando (…) Los sistemas históricos derivan su estabilidad del hecho de que la mayoría de personas que se hallan en ellos, consideran el sistema social como natural y permanente, si no eterno (Wallerstein, 1997: 3-4).

Aquí, se esbozarán los apuntes iniciales de una reflexión sobre la temporalidad y la importancia particular que toma en la configuración moderna de los ritmos sociales. Si bien la institucionalización del tiempo católico ocurrida en el siglo XVI se considera como un detalle del pasado, no percibimos que a partir de ese hecho, paulatinamente, se fue determinando un ritmo mediante el cual la sociedad de la era de los descubrimientos nació a una realidad homogénea de tiempo. El calendario gregoriano normatizado por el Vaticano en 15822 –noventa años después de la llegada al “nuevo mundo”–, constituyó una forma de dominar a las culturas amerindias al negar no solo sus formas singulares de medir el tiempo, sino al tratar de desaparecer las versiones nativas del origen del universo y aun de las propias culturas. El calendario fue uno de los instrumentos centrales que contribuyó a crear un nuevo orden mundial3, en el cual la maximización del tiempo y la rentabilidad por su control incrementaron la explotación de los recursos humanos y naturales. El calendario, que originariamente venía de una sociedad europea católica, y el reloj mecanizado cimentaron la época moderna, en tanto su intento de

Sincronizar la heterogeneidad de las temporalidades sociales en un tiempo único, uniforme, homogéneo y cuantitativo que viene prefijado externamente. En efecto, institucionaliza un régimen de temporalidad estandarizado que rompe la ligazón con los procesos naturales para configurar un tiempo artificial al que debe plegarse la totalidad de la vida colectiva […] un régimen de disciplina temporal que coloniza el entramado de la vida social (Carretero, 2002: 6-7).

En este proceso que pone en juego un nuevo factor de sincronización, el reloj constituye

La máquina clave de la época industrial porque, por una parte, permite la estandarización de la producción […] por otra parte contribuye a la creencia en la concepción del mundo de la ciencia, matemáticamente medible e independiente de los hechos. El tiempo ya no es una sucesión de experiencias, sino una colección de horas, minutos y segundos que se pueden atesorar […] a la imagen del dinero, la única forma de riqueza ilimitada, puede ser acumulado, mercantilizado, y reinvertido (Lasén, 2000: 49).

Asimismo, el establecimiento del sistema de zona horaria internacional en 1884 produjo una mayor sincronicidad en las comunicaciones, reflejando su amplio impacto en las dinámicas económicas, y en el modo en que el “mundo” se empezó a percibir como una sola unidad. Los nuevos sistemas de comunicaciones y transporte requirieron de un único patrón horario que fue fijado con referencia al meridiano de Greenwich, justo en el momento en que Inglaterra tiene la hegemonía en el sistema mundo moderno. Las estructuras temporales fueron transformadas en un valor económico y reglamentadas posteriormente a través de modelos de trabajo que manifestaron la necesidad de automatizar y economizar el tiempo al servicio del rendimiento productivo. Los intereses empresariales hicieron patente la importancia de la sincronización de la producción, por ejemplo, al tener conocimiento de la hora en todo el planeta y ejercer control efectivo con el horario de los empleados. A partir de estas condiciones temporales, se transformaron los marcos y contenidos del calendario social, y también se definieron más nítidamente categorías sociales marcadas por la temporalidad como son la niñez, la juventud, la adultez y la vejez, que recrearían una continuidad anclada en una matriz cultural e histórica dirigida hacia el progreso4. Dichas categorías sociales operaron como fuerzas para la producción y acumulación de capital. En este proceso, la reproducción social, como condición, recae de manera importante en la juventud que sobrelleva un sentido temporal en tanto interviene en la definición del futuro de la sociedad.

Margulis y Urresti (1998) han señalado que a partir de los siglos XVIII y XIX, la construcción de la juventud surge como una condición en la sociedad occidental moderna, aplicada a aquellos jóvenes que de acuerdo a su posición de clase podían vivenciar una etapa de preparación y de algunas libertades, que mediaría entre su madurez biológica y social. Superado este periodo, se esperaba su plena integración a la vida social, condición que fue definida a partir de los roles adultos de ser trabajador-a, esposo-a, padre-madre. Tal moratoria no era experimentada del mismo modo por jóvenes en otros sectores y contextos culturales. Por ejemplo, durante la expansión de la revolución industrial se complejizaron los diferentes oficios (de mayor a menor cualificación) y variaron los tiempos de aprendizaje como los contenidos educativos según las clases sociales5.

Con la industrialización6 se generaliza el modelo de la fábrica; este demanda capacitar mano de obra técnica y experta que cubra las diversas funciones requeridas. La escolaridad se prolonga a lo largo de toda la infancia y se especializa la participación de los sujetos según un criterio de edad. Por esta vía la juventud es administrada en diferentes espacios sociales. La escuela y otras instancias de formación serán encargadas de ofertar aspiraciones, erigiéndose como el camino idóneo para alcanzar un mejor futuro7. Sin embargo, muchos jóvenes de clases populares viven periodos cortos de escolarización o ninguno, ante su necesidad de insertarse rápidamente al mercado laboral, y asumir desde muy temprano responsabilidades adultas.

El escenario descrito brevemente se complejiza de manera significativa como producto de las transformaciones políticas, económicas y culturales de las denominadas sociedades de la información, en las que la reproducción de los contenidos socializadores deja de ser mediada exclusivamente por instancias como la familia y la escuela. En este contexto se ha hecho indiscutible la teleología de producir y consumir como un rasgo dominante que estructura los tiempos de vida. El ideal de tiempo que fue determinado poco a poco por la economía basada en el lucro ha programado todas las formas de tributación que siguen las naciones y ha dado sentido al ritual consumista que se realiza para cada anualidad. Al definir esta temporalidad, observamos que una de sus características se basa en incrementar el control de franjas definidas de tiempo, como los 12 meses del año o los 60 minutos-hora que se privilegian, entre otras unidades que se usan8. La economía de libre mercado se configura como un sistema de creencias basado en el valor de la ganancia. El ideal de la ganancia a cualquier precio y en el menor tiempo posible domina el sistema económico de la sociedad. Estamos tan imbuidos en los patrones de hábito fomentados por esta temporalidad profundamente enraizada, que virtualmente muchas personas no pueden pensarse o percibirse fuera de este patrón. La alternancia entre los tiempos de trabajo y los del ocio responde a la lógica que regula los tiempos productivos en función del consumo, mediante la especialización de industrias que inundan el tiempo libre (industrias del espectáculo, entretención, etc.)9. Esta condición configura de manera significativa la modelización de los sujetos sociales y manifiesta el interés programado del capitalismo de obtener ganancia a futuro. En este proceso el énfasis recae de forma definitiva sobre las generaciones venideras de consumidores potenciales. En la posguerra aparece la cultura del ocio juvenil (Gil Calvo, 2001: 105), la que posteriormente, con la expansión de los medios de comunicación, desembocó en una “cultura mediática juvenil” (Busquet, 2004: 180), un espacio de consumo destinado específicamente a esta franja que, a su vez, ofrece lo juvenil como un atributo que puede ser consumido.

La transformación de las estructuras y símbolos dinamizadores de la modernidad sucede ante la evidencia de que este orden viene creando su propio detrimento, con un gran costo ecológico y social. En la incertidumbre generada, el joven resiente un mayor pesimismo por su futuro y vive fuertes contradicciones en la toma de decisiones para su porvenir. Este aspecto toma características difusas para aquellos jóvenes que no logran soñar ni siquiera qué desean hacer de sí. Las grandes desigualdades entre jóvenes de un mismo país y con los de otros países ponen en evidencia la polarizacion de un régimen planetarizado de inclusiones y exclusiones, que manifiesta una relación de los jóvenes con el futuro marcada por la tensión y la desorientación. En ellas oscila la imagen -que no es nuevade los jóvenes determinados por diversos prototipos, de quienes son jóvenes por tener un futuro y consumir esta atribución, y de quienes se ven sin futuro y en la periferia del flujo de consumo que determina una juventud mediática.

Los estudios sobre jóvenes: expresión de facetas antagónicas

A mediados del siglo XX la mayoría de países latinoamericanos adoptaron el modelo de desarrollo urbano-industrial. Entre otras cosas, este modelo trajo consigo una ampliación en la cobertura de la educación, que extendió su perímetro definiendo aspiraciones y privilegios sociales. No obstante, este influjo no significó el equilibrado acceso a oportunidades proporcionadas por un sistema estable, que brindara garantías de inserción a lo productivo y de movilización social. Al contrario, se entró a cuestionar que un futuro -el del individuo-, pudiese estar asegurado por el solo hecho de haber pasado por la educación, como la vía tradicional hacia el trabajo y la independencia económica10.

Hacia la década de los sesenta, los jóvenes latinoamericanos comienzan a ser visibilizados en los movimientos estudiantiles que manifiestan tempranamente las contradicciones y conflictos no resueltos en la configuración desigual de nuestras sociedades. Lo anterior no significa que la América Latina sea un contexto social homogéneo, puesto que existen importantes diferencias entre jóvenes de cada país; sin embargo, las imágenes oscilantes del estudiante revoltoso al delincuente generaron diversos prototipos que han determinado su constitución. En los ochenta, la faceta política del joven es desplazada y se le comienza a responsabilizar por su participación en la violencia urbana. En este contexto los jóvenes son vistos como violentos y peligrosos, como los protagonistas de la inseguridad en las ciudades. La connotación que adquieren como sujetos fácilmente influenciables recae hacia finales de los noventa en la droga como agente manipulador. Se señala además que el empobrecimiento estructural generado por los modelos económicos ha afectado de lleno a los jóvenes, los cuales han

continuado señalando, a través de múltiples modos en que se hacen presentes, que el proyecto social privilegiado por la modernidad en América latina ha sido, hasta hoy, incapaz de realizar las promesas de un futuro incluyente, justo y, sobre todo posible (Reguillo, 2000b: 20-22).

En Colombia, que no es ajena a estos procesos, las representaciones del joven pendulan entre el desconcierto y la esperanza; imágenes entre otras, que emergen en la revisión de estudios de juventud en el país, en un lapso de veinte años (de 1985 a 2003). De manera importante la definición de joven es circunscrita a las nociones de peligro social y cambio social que han sido descritas en los Estados del Arte para Bogotá y Colombia (Serrano, et al., 2000; Escobar, et al., 2004) y subrayan la importancia de comprender los efectos prácticos del uso de ciertas concepciones y representaciones en la estructuración de las relaciones sociales. La primera imagen visibiliza al joven como actor central de los fenómenos de violencia. La preocupación social se focaliza en dos actores: la insurgencia y el narcotráfico, de quienes con frecuencia se señala, menguan la seguridad nacional y ciudadana y están conformados en forma prevalente por jóvenes. Asimismo, se manifiesta la presencia de actores colectivos en las ciudades, bandas, pandillas y parches en los barrios, hecho que tuvo en el sicario su imagen emblemática. Las agrupaciones y culturas que irrumpen en las urbes son valoradas negativamente en la mayoría de los casos o son concebidas como la expresión de las contradicciones sociales que afectan a jóvenes de sectores populares. Por su parte, en los sectores rurales, esta peligrosidad no es la excepción, pues se considera que los jóvenes son protagonistas centrales de actividades ilícitas y del conflicto armado.

A partir de este nombramiento se han desarrollado políticas sustentadas principalmente en el control, la corrección y la prevención, que se constituyen en los mecanismos de acción dirigidos a millares de seres humanos abandonados a su suerte. Las circunstancias de desigualdad, interpretadas como la falta de oportunidades sociales, son el argumento con el que se explica que ante la situación de inestabilidad social y económica, los jóvenes se conviertan en agentes propiciadores de conflictos y violencia, lo que los asocia con la idea de No-Futuro. Algunos autores han señalado que la cercanía del riesgo y la muerte, como experiencias cotidianas, marcan las trayectorias y expectativas sociales de muchos jóvenes que viven el afán de resolver lo inmediato.

Forzados por un ‘útero social’ empobrecido, dentro de un mundo paradigmático y del consumismo y en el marco de necesidades básicas insatisfechas, los deseos y anhelos de los jóvenes se explicitan en el afán por la inmediatez (Barrios y Gutiérrez, 1997).

Aquí toma primacía la idea del presente sobre el futuro, este es visto como la posibilidad de afectar las actuales condiciones de vida. Otro estudio resalta que el sentido de futuro de algunos jóvenes vinculados a pactos de no agresión y convivencia se presenta mediante una pugna entre la realidad y los sueños, debido a que la incertidumbre es un elemento que tienen incorporado: “quién sabe si mañana estaremos vivos”; aspecto paradójico porque enuncian su futuro cargado de sueños (López, s.f.).

Por el contrario, la imagen de la juventud como motor del cambio social asimila al joven con una idea sobre el futuro y lo convierte en el depositario de las esperanzas de transformación. Esta noción será otorgada a aquellos sujetos que estarían en capacidad de reproducir el ideal de producción y consumo, a través de participar en el flujo de los capitales económicos regulados y en los destinos políticos de la nación. Esta idea cobra especial fuerza a comienzos de los años noventa en el país, con el movimiento que convocó a la Asamblea Nacional Constituyente en 1990, y es reforzada con el discurso participativo impulsado por la Carta Constitucional del 91 que procuraba la inclusión de distintos sectores a la vida política del país. Circunscrita a los espacios formales de un ejercicio político estatal, la participación buscaba que los-as jóvenes incidieran en su entorno inmediato y en los destinos nacionales a través de su inserción al modelo (Escobar, et al., 2004: 171).

La imagen del Futuro recae en estos sujetos a partir de algunos presupuestos: por un lado, se considera a la juventud como un periodo de maduración biológica que otorgaría un cierto “plus vital”, la potencialidad de vivenciar una etapa de desarrollo que los identifica como dinamizadores del cambio social y político. Se les considera como un factor de renovación y relevo generacional, que les da un cierto protagonismo como actores políticos o bien como agentes de inconformidad. Sobre todo, a través de esta imagen, el joven es asumido como actor social y sujeto político participativo que impulsa el cambio. Desde una perspectiva institucionalizante, se propende por su inclusión en las propuestas estatales, y es concebido como actor estratégico del desarrollo. A esta visión subyacen diferentes atribuciones de temporalidad: mientras en unas el sujeto está en etapa de preparación para asumir un papel activo en la sociedad, poniéndose el énfasis más bien en su potencialidad a largo plazo, en otras se da lugar central a las posibilidades actuales de los-as jóvenes y a su capacidad para incidir en el presente.

A modo de conclusión

El efecto de la aplicación de las actuales políticas neoliberales coloca al vaivén de los condicionamientos del capitalismo global a Colombia, un territorio en el cual tradicionalmente, el afán de lucro, la desigualdad, la corrupción, etc. han establecido un régimen de violencia social, política y económica durante varios años. La pérdida de credibilidad en los mecanismos clásicos de representación y participación política, la agudización de problemáticas sociales y la menguada influencia de instituciones socializadoras han creado un sinsentido que convierte al futuro en un sino desfigurado. En este contexto, la pregunta por la temporalidad y la juventud adquiere especial validez, ya que se relaciona con la direccionalidad que ha tomado la reproducción social bajo estas condiciones. En los estudios revisados para el estado del arte (2004), observamos que en muchos casos se responsabiliza a la pobreza como causa primordial de la criminalidad juvenil y de otros problemas. Mediante esta operación, se estereotipa a determinados jóvenes como susceptibles a la delincuencia y la violencia. Este principio parece tener igual resonancia en la captación voluntaria o forzada de los y las jóvenes al conflicto armado interno. De nuevo, la causa de su participación en la violencia se focaliza en la falta de oportunidades con que cuentan. El aumento de los dispositivos y las acciones a partir de estigmatizar a los jóvenes, es una imposición

Sobre aquellos que no se ajustan a la figura de un “consumidor- ciudadano” funcional al modelo económico y político privilegiado por los gobiernos de la región, mecanismo que se opera a través de la expansión de un imaginario que transforma la pobreza de una condición estructural a una categoría de identidad (Reguillo, 2001: 7).

Las imágenes descritas muestran dos facetas, si se quiere antagónicas, respecto a los jóvenes. El tiempoporvenir expresa un aspecto difuso para aquel que sería dueño del no-futuro: se siente violentado, en primera instancia, al ser condicionado por una inestabilidad que limita sus aspiraciones a un régimen de inclusiones y exclusiones. Este mundo abierto a unos y cerrado a otros toma otra cara con aquel joven que se siente incluido, aquel que responde a los ideales de inserción y accede a los medios para escalar socialmente. En el camino de examinar los estereotipos sobre los jóvenes surge la pregunta por quiénes son los que representan y conciben a los jóvenes. Las representaciones no solo refieren al representado sino al que representa; en ese sentido no son inocentes y se convierten en rasgos de identificación que obligan a asumir el estigma como emblema e identidad. Los jóvenes tienden a asumir dichas representaciones, lo que genera una situación de complicidad involuntaria, puesto que estos estereotipos

Guardan estrecha relación con el modo como efectivamente actuamos en la sociedad; en otras palabras, la representación orienta la acción, le da intención, direccionalidad, contenidos y de manera especial sentido. (Ibíd.: 8-9).

Consideramos que en la actualidad, el paradigma de una relativa aceleración en un futuro diluido y con climas cambiantes ha convertido al tiempo en un bien de consumo muy preciado. Así, el énfasis puesto en la esfera económica estandariza la contabilización temporal, que se convierte en una característica de nuestra constitución social, al servicio de la acumulación, hiperproducción y consumo. Se produce una aceleración que no es más que el efecto de la necesidad de consumir tiempo. La oferta remite a un ahorro de tiempo y de dinero que reduce el presente a la lógica monetarizada del consumo. La venta de tiempo corre en paralelo con el precio para acceder a este. Desde otro ángulo, también es visible el impulso de muchos jóvenes a consumir todas las experiencias posibles en el menor tiempo, para “ser jóvenes, pero no inexpertos”.

Cuestionar la lógica temporal y sus modos de planificación, introduce importantes interrogantes:

Parece útil preguntar qué tipo de correspondencias existe entre la exaltación del instante en la vida cotidiana, en el consumo y la dinámica escurridiza de los mercados de bienes y mensajes (García Canclini, 2004: 50).

La gestión temporal muestra que, aunque la estructura descrita en el calendario y el reloj sean las mismas generando una cuasi-sensación de unicidad histórica, ha ocurrido una transformación en la temporalidad moderna que se hallaba dirigida hacia el futuro. El énfasis puesto en el hoy, definido en el presentismo que tanto jóvenes y agendas públicas y políticas expresan, es una temporalidad que desdeña los planteamientos a largo plazo y describe un presente que los medios de comunicación fabrican mediante una actualidad producida con relación a la economía. Nos referimos a la instalación que hacen los medios de comunicación de un presente continuo, en donde la secuencia de acontecimientos hace que cada hecho borre al anterior. El futuro que queda es aquel que determina el sino inexorable del reloj, para quien siempre existe un mañana y unas tres de la tarde próximas. Pero, al minimizar la perspectiva, para la mayoría, el futuro es incierto y se configura mediante las posibilidades de sobrevivir en la transacción de diferentes capitales. La visión centralizada en la definición del joven a partir de su inserción o no al aparato productivo oculta la incapacidad estatal para solucionar problemas sociales y económicos de larga data, a los que se responde mediante la categorización de los sujetos en la medida de su inclusión y exclusión, a través de clasificaciones que los reducen a variables.

La búsqueda de solución a la condición estructural desigual no es reciente, como lo demuestra Robert Nisbet (1991) al retomar uno de los cuestionamientos de Henry George sobre las contradicciones que veía surgir durante el auge del ideal del progreso:

¿Cómo es que, en medio de los incuestionables progresos de la humanidad, está aumentando la miseria de los pobres en proporción casi directa a los adelantos de la tecnología, la ciencia, el arte del gobierno, las artes y otros tantos campos de la actividad social? ¿Qué es lo que hay que hacer para conseguir que los pobres participen también en el progreso general de la humanidad? (Nisbet, 1991: 289).

No deja de sorprendernos el sentido que tienen estos cuestionamientos, en vista del crecimiento exponencial de la tasa de pobreza y exclusión de los países. Lo que llamamos futuro o su negación es de por sí una condición profunda y compleja de analizar. La situación de imprevisión e incertidumbre de los jóvenes no es exclusiva; al contrario, es compartida por todos. El modelo económico que degrada la política social ve como una condición de peligrosidad o amenaza los actos de sobrevivencia de ciertos jóvenes, en especial de quienes están bajo la “pobreza extrema”11. La temporalidad en estas condiciones adquiere una valoración negativa puesto que representa lo improductivo, un tiempo que no se articula directamente en los circuitos de la economía global.

Esta reflexión constituye una primera entrada para el desarrollo de una investigación empírica que permita ahondar en las relaciones de la temporalidad con la constitución de los sujetos sociales, al considerar los nexos posibles entre la medición del tiempo y la definición de las etapas de la vida. Desde los contextos cotidianos interesaría interrogar la experiencia del tiempo y las concepciones de diferentes sujetos y colectivos. Quizás sea determinante explorar los espacios formales (colegios, universidades) y, fuera de ellos o de sus lógicas, advertir la existencia de diferentes formas de ser en el tiempo que, espontáneamente o como reacción conciente e inconciente a las coerciones, expresan modos singulares de sincronización.


Citas

1 Según señala Reguillo, lo difícil es penetrar en la propia experiencia del tiempo y del espacio en que nos hemos formado para reconocer en ella todo lo que hay de determinación histórica y por tanto de relatividad social y cultural (Reguillo, 2000a: 74).

2 La reforma al calendario juliano hecha por el papa Gregorio XIII en 1582 consistió en añadir los diez días de desajuste que se tenía al determinar los equinoccios y solsticios. Se adoptó la norma del año bisiesto para tratar de sincronizar la irregularidad anual que crea un día cada cuatro años.

3 El calendario gregoriano fue en principio adoptado por la Europa cristiana e impuesto a la América hispanolusitana; sin embargo, no tuvo la misma aceptación en todas partes –su uso no fue unilateral–; se introdujo por motivos económicos y políticos, siendo adoptado en Inglaterra en 1752, en China en 1912, en Japón hace unos 130 años y en Rusia en 1918, entre otros. Se constituyó como un emblema de occidente civilizado y se convirtió en norma internacional y patrón globalizado (Ackermann, 2000: 50-51).

4 Hacia finales del siglo XIX los pensadores veían en la idea del progreso una consumación natural, representada en una continuidad histórica en la que, a través de sucesivas fases de desarrollo, se recrea una proyección lineal del tiempo dirigida hacia el futuro. Por ejemplo, Lewis Morgan y Edward Tylor describieron la evolución social de la humanidad en tres fases: salvajismo, barbarie y civilización. En el progreso pervive la creencia “de que la humanidad avanza hacia un estado futuro de suma perfección que es preciso conquistar […] y se contempla por vez primera en la historia de la cultura occidental el presente exclusivamente como preparación en expectativa de un objetivo de futuro” (Carretero, 2002: 3).

5 En Francia a partir del siglo XVIII se determinó la enseñanza en dos instituciones: “el instituto o el colegio para los burgueses (la enseñanza media) y la escuela para el pueblo (la enseñanza primaria). La enseñanza media es el ciclo largo. La primaria ha sido durante mucho tiempo corta y, en Francia e Inglaterra, han sido necesarias las revoluciones surgidas de las últimas grandes guerras para prolongarla” (Ariès, 1987: 441).

6 En el siglo XIX la industrialización se consolidó en el norte de Europa y Norteamérica, a finales del siglo XIX y comienzos del XX en el sur de Europa y Japón, y a finales del siglo veinte sus efectos se extendieron a casi todos los rincones del globo.

7 Bourdieu señala que “La escuela, esto siempre se olvida, no es simplemente un lugar donde se aprenden cosas, saberes, técnicas, etc., es también una institución que otorga títulos –es decir, derechos– y confiere al mismo tiempo aspiraciones” (Bourdieu, 1998: 146).

8 El año de 12 meses estandariza esta situación claramente con sus ritmos de vacación y de trabajo; asimismo, la división de la hora en 60 minutos define la unidad de pago para todos los empleos, el valor hora de trabajo.

9 Señala Augé que “en el mundo actual, aumenta día a día la distancia entre los más ricos y los más pobres […] prestemos atención por un instante a la imagen de felicidad que propone o tiende a imponer la sociedad a los individuos que tienen la fortuna de vivir en la parte más desarrollada del mundo, en la llamada ‘sociedad de consumo’. Dicha expresión contiene dos implicaciones. Sugiere que el ideal social es el consumo de todos y para todos, pero también que todo debe ser consumido, y por tanto, previamente producido, y no solo alimentos y todos los bienes de subsistencia inmediata, sino también la información, el ocio, la cultura, el saber, conceptos que en virtud de tal circunstancia se elevan a la categoría de ‘productos de consumo’ […] En suma, el individuo no es libre de no ser lo que la época quiere que sea. Y quiere que sea feliz. Que consuma y sea feliz. Al mismo tiempo le propone una definición de la infelicidad o insatisfacción, que consiste, esta última, en no consumir” (Augé 2004: 10-11).

10 Para el caso colombiano, Parra Sandoval (1985) señala que “la ampliación del sistema educativo, no sólo en lo concerniente a la educación básica primaria sino también a la técnica profesional, se debió a la demanda de personal capacitado y especializado que exigía el nuevo modelo socioeconómico adoptado en el país a partir de la década de los cincuenta. En contraste, hacia mediados de la década de los setenta, dicha ecuación no resultó, poniendo en evidencia la incapacidad de la educación para mantener cautiva a la población juvenil, y asimismo, la incapacidad del sector productivo de emplear a estos jóvenes” (Parra Sandoval, citado en Estado del Arte, 2004).

11 Para caracterizar la situación de pobreza en América Latina Reguillo retoma “los datos que documentan la desesperanza y son, al mismo tiempo, pálido reflejo de la exclusión: en el grupo de jóvenes urbanos que va de 15 a 19 años, hay más de 4 millones de pobres en Brasil, casi tres millones en México y más de un millón en Colombia. En Honduras 70% de los jóvenes urbanos viven en situación de pobreza, en Ecuador 58%, en Bolivia, 53%, en México 50 %. En Argentina y Costa Rica, 20%, en Brasil 33% y en republica dominicana 37%. ¿Con qué autoridad moral puede reclamarse a los jóvenes su desencanto frente a la política?, ¿desde que lugar se justifica el discurso autoritario, “regañón”, que los acusa de apatía?” (Reguillo, 2001:14-15).


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