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Movimientos y máquinas de guerra juveniles

Movimentos e máquinas de guerra de jovens

Youth Movements and War Machines

Mauro Cerbino*
Ana Rodríguez**


* Coordinador del Programa de Comunicación y profesor investigador de FLACSO, sede Ecuador. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.

** Profesora de teoría del arte de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.


Resumen

La “politicidad” del sujeto juvenil, que emerge en las prácticas estratégicas de los jóvenes a propósito de su participación en las protestas que llevaron al derrocamiento del presidente del Ecuador, Lucio Gutiérrez, “contamina” la política en su visión dominante y sistémica. Gestos y formas de organización juvenil que no configuran lo usual de los movimientos sociales y que obligan a redefinir el concepto de movimiento.

Palabras claves: jóvenes, política, movimientos sociales, subjetividad, multitud, Ecuador.

Resumo

A “politicidade” do sujeito juvenil que brota nas práticas estratégicas dos jovens a propósito da sua participação nos protestos que levaram à caída do presidente do Equador Lucio Gutiérrez, “contamina” a política na sua visão dominante e sistêmica. Gesto e formas de organização juvenil que não figuram usualmente nos movimentos sociais e que obrigam a redefinir o conceito de movimento.

Palavras-chaves: jovens, política, movimentos sociais, subjetividade, multidão, Equador.

Abstract

The “politicity” of the youth subject, which emerges in the strategic practices of the youths in regard to their participation in the protests that lead to the overthrow of the equatorial president Lucio Gutiérrez, “contaminates” the politics in its dominant and systemic vision. Forms of youths organizations that do not configure the usual issues of the social movements, and that oblige to redefine the concept of movement.

Key words: youth, politics, social movement, subjetivity, crowds, Ecuador.


Introducción

En los estudios sobre juventud, uno de los interrogantes más apremiantes es el significado de la “politicidad” del sujeto juvenil. En muchos de estos estudios se ha podido mostrar cómo con la creación de formas estéticas sostenidas por la elaboración de estilos de vida significativos enmarcados en las producciones musicales, en las apropiaciones subjetivas del cuerpo, en las escrituras murales, ciertos colectivos juveniles crean nuevos lenguajes cuya dimensión política es explícita. Una de las tareas pendientes es entender cómo estas formas estéticas o lenguajes impregnan o “contaminan” a la Política en su versión dominante y sistémica.

Este artículo pretende ilustrar de qué modo “lo juvenil” puede delinear una posición política en el Ecuador, rastreando momentos de politicidad en el accionar intempestivo y muchas veces camuflado de algunos jóvenes; gestos y formas de organización por cuya naturaleza y sentido nos preguntamos: ¿se trata de formas especiales que no configuran lo usual de los movimientos sociales y que nos obligan por esto a redefinir el concepto de movimiento? y, ¿qué sentido tienen los gestos y la acción que constituyen este movimiento?, ¿qué estrategias operan en él? Estas preguntas están guiadas por los decires de los jóvenes con los que dialogamos a propósito de su participación en las protestas que llevaron al derrocamiento del presidente Lucio Gutiérrez. Jóvenes que actuaron de modo anónimo, espontáneo y con un nivel mínimo de organización que como tal no responde a ninguna exigencia de posicionamiento institucional en la política tradicional de los partidos y de los movimientos sociales, y que se proyecta en el sentido de desestabilizar los poderes instituidos, las formas hegemónicas y binarias de la política (la alternancia de derecha e izquierda como suele decirse), con el deseo de instalar “vocerías” de disenso y resistencia ante la toma de decisiones públicas. Estos jóvenes1, que trasladaron los modos creativos de su vida cotidiana (articulados en torno a afectos compartidos en pequeños grupos) al espacio político de las calles, no muestran el interés de querer estar del lado del poder formal (por esto se los tilda de apáticos y no comprometidos), rechazan las plataformas tradicionales de visibilidad de los políticos –el espectáculo, la personalización y la vedetización mediática– y prefieren como escenario de acción la noche, el secreto, el silencio o el gran estruendo, la confusión en medio de otras colectividades ciudadanas anónimas. Lo que aconteció en esa semana de abril está de alguna manera connotado por un modo “juvenil” de acción política; no tanto por la masiva participación de los jóvenes sino porque mostró gestos, formas y planos de conciencia irruptivos e inesperados que encarnaron el desborde ciudadano ante los modos arbitrarios, “paralegales” e inconstitucionales que han caracterizado la política ecuatoriana durante los 26 años del denominado “regreso a la democracia”.

Movimientos sociales en el Ecuador

Si se tiene en cuenta que se puede hablar de la existencia de un “movimiento social” cuando existen las condiciones para que un grupo logre ordenar una acción colectiva que sea perdurable, que se estructure en repertorios capaces de establecer oportunidades políticas de interpelación y de incidencia tanto frente al estado como a la sociedad civil, parecería que, al menos en Ecuador, los conjuntos juveniles que muestran un alto nivel de organización y capacidad institucional, aunque no siempre lo logren, intentan corresponder a este modelo, reproduciendo estructuras y lógicas similares2. Es por esto que la exigencia de rever y replantear nuevas reglas de participación juvenil aparece como una demanda clara entre aquellas organizaciones de tipo más informal y que se caracterizan por una permanente precariedad. No solo en el discurso dominante la visibilidad y legitimidad social y política de las organizaciones juveniles está condicionada al reconocimiento más o menos implícito de la existencia de una parte de la juventud considerada como “respetable”. Esta retórica discursiva parte de la premisa de que los jóvenes adquieren una posición social, fomentada y elogiada por parte de las instituciones, cuando muestran claramente ser intérpretes y portavoces de una especie de “reserva moral” de la sociedad. Es desde ahí que obtienen legitimidad las contribuciones de los jóvenes, cuando pueden ser vistos como “puros” en oposición a lo desgastado y “corrupto” de la escena social y política del país. En este sentido, las organizaciones juveniles alcanzarían el reconocimiento a condición de que acepten implícita –o explícitamente– esta retórica, que no hace más que reproducir la misma lógica “adulta” y formal de la política tradicional. Lo más aceptado de los jóvenes en general sigue siendo esta consideración de que a través de la juventud tiene que haber una renovación a futuro de las instituciones, reduciendo así “lo juvenil” a un discurso de purificación de las formas políticas, aun cuando persisten los mismos mecanismos que sostienen la institucionalidad política (la democracia electoral), así como los mismos contenidos de la participación (agendas predefinidas e imposición de temas). Además, los jóvenes adquieren una “autoridad” para expresarse cuando son llamados a hacerlo sobre la base de una agenda temática preestablecida y exclusiva elaborada por el discurso dominante (las issues –sexualidad, drogas, empleo, marginalidad, etc.–, sobre las que los jóvenes ¡siempre tienen problemas!). Es así que se vuelven sujetos de habla y adquieren actoría social reconocida por las instituciones, cuando son investidos de derechos formales cuyo otorgamiento se justifica a condición de considerarlos como jóvenes. Se trata del mismo mecanismo que se aplica, hoy en día, a cada sujeto particular en el contexto de las sociedades contemporáneas mal llamadas multiculturales: los movimientos feministas, homosexuales o indígenas, son reconocidos en su “cualidad” esencial de movimientos como mujeres, gays o indígenas3.

En el proceso de oposición al gobierno de Gutiérrez, liderado en un primer momento por el alcalde de Quito, Paco Moncayo, y que desembocó en la constitución de la Asamblea de la ciudad, los jóvenes son llamados a llenar puestos representativos y a cumplir con convocatorias masivas. El testimonio de uno de ellos muestra el uso instrumental al que están sometidos los jóvenes por parte de la oficialidad:

Nosotros nos metimos en la Asamblea de Quito por invitación del mismo Moncayo; somos cinco panas y nos dijo: ‘vengan acá porque no hay jóvenes’. Entonces aparecimos en las reuniones de la Asamblea de Quito tratando de dar una voz de apertura a la nota; nuestra idea siempre fue tratar de hacer esos cabildos ciudadanos en las administraciones zonales, nunca nos pusimos a pensar la posibilidad siquiera de botarle al Gutiérrez en lo inmediato.

En la medida en que estos jóvenes no pretenden ser representativos de ningún sector juvenil, ni de plantear la existencia de un significante aglutinador como el “ser joven”, sus ideas y propuestas no tienen cabida en las asambleas de los movimientos sociales o en aquellas de organizaciones juveniles que estructuran su discurso quedando atrapadas en el mismo ámbito de una institucionalidad establecida4. Las agrupaciones juveniles que no reivindican la necesidad de plantear una “alternativa” a la política tradicional, que no se juntan alrededor de un significante ni claramente político, ni cultural o identitario estable, que muchas veces se ha querido afirmar como lo que caracteriza a los jóvenes contemporáneos5, quedan fuera de las configuraciones tradicionales que atañen a los movimientos sociales viejos y nuevos. Algunos jóvenes muestran, al contrario, una acción política difusa y molecular que constantemente produce diferencia, siendo la movilidad, el disenso y la deconstrucción campos operacionales que caracterizarían esa acción. En este contexto la representatividad se vuelve imposible, y tiende a impedir también la concreción de figuras de liderazgo formal que son un motivo tan común de pugna al interior de los movimientos sociales. Estos liderazgos entendidos como protagonismos “supuestamente representativos” son rechazados porque pertenecen a una visión bipolar y binaria de la política a través de la cual se establece que lo importante es tener la capacidad de capitalizar a los flujos de protestas potenciales o reales de los que son portadores los movimientos sociales o la ciudadanía en general.

Es clara la pugna interna que tienen (los políticos), ellos siempre vieron a la ciudad de Quito (las protestas) como un espacio de reconfiguración de liderazgo interno y como una plataforma para las próximas elecciones. La radicalidad aparente de González (prefecto) dirigida a cierto grupo del electorado, y la institucionalidad y la paciencia de Moncayo también dirigida a lo electoral, los dos luchando por un liderazgo interno.

El movimiento de los movimientos juveniles

La acción de los colectivos juveniles en las jornadas de abril no se sostuvo por el hecho de ser ordenada y motivada alrededor de proyectos estables y de largo aliento; más bien se desarrolló en espacios ligados más a la manifestación de subjetividades y estilos de vida distintivos y significativos y por lo tanto cambiantes (dado que se ubican en la intensidad de un vivir presente), y que se difunden en espacios intersticiales (… nos lanzamos por la participación política en instancias de no fácil acceso a la sociedad civil ya organizada porque obviamos obtener primero la llave de acceso como es cuando hay que hacer los papeles para una personería jurídica, etc…)no en lugares institucionales en los que lo fundamental es que primen certezas y convicciones para proyectos de futuro.

Se plantea aquí una noción de movimiento juvenil pensado de modo literal, ya no como una acción social directa hacia la consecución de objetivos claros prefijados, sino como un devenir político que acontece y se sostiene en acciones (a modo de líneas de fuga) intempestivas, inusitadas, de algún modo insurgentes, sin que de él sea descifrable ningún cálculo político ni ideológico en un sentido convencional.

Para definir el movimiento, Deleuze sostiene que hay que distinguirlo de aquello con lo que se lo confunde: el movimiento no es espacio recorrido, no es la traslación de un punto A a un punto B ya que todo segmento AB ya ha sido recorrido. AB es pasado con respecto al movimiento que es presente, que se inscribe en una duración y no en el Tiempo T medible, hecho de unidades equidistantes. El movimiento, como lo que está aconteciendo, se actualiza siempre en un intervalo irrepresentable a través de un segmento: el movimiento se hace siempre a “nuestras espaldas”, a espaldas también de quien pudiera producirlo (Deleuze, 1985, passim). Si trasladamos esta figura al “movimiento juvenil” que observamos en las jornadas de protestas de abril, podríamos decir que es menos importante quién produce el movimiento – puesto que este se hace a las espaldas– que el movimiento mismo, ya que se trata de un “plano de consistencia” en medio de planos abstractos y trascendentes (el “deber ser de la política sistémica”), y que tiene implicaciones sobre otros planos: este es su devenir en un sentido político y social.

El concepto deleuziano de “plano de consistencia” se refiere a las actualizaciones de líneas de fuga con respecto a líneas controladas y segmentadas. Una línea segmentada es una línea dura, una línea rígida: familia- escuela-trabajo-jubilación, por ejemplo. Estas líneas no son personales, individuales, sino que son atravesadas por grupos y sociedades, así como por dispositivos de poder y por las maquinarias binarias del Estado que establecen, en este caso, la dicotomía adulto-joven. Hay líneas más flexibles que “trazan pequeñas modificaciones”, y líneas moleculares segmentarias, que atraviesan las otras, “flujos moleculares por umbrales que se franquean y que no coinciden forzosamente con los umbrales de las líneas más visibles” (que son duras). Las líneas de fuga son los intervalos que se producen en el choque de una línea con un segmento duro, binario: podrían ser “máquinas de guerra” que se enfrentan al Estado. Escribe Delueze: “La máquina de guerra tiene una naturaleza y un origen distintos que el aparato del Estado. (…) El poder del Estado no se basa en una máquina de guerra, sino en el ejercicio de las máquinas binarias que nos atraviesan y de la máquina abstracta que nos sobrecodifica: toda una ‘policía’. La máquina de guerra, por el contrario, está atravesada por los devenires-animales, los deveniresmujer, los devenires-imperceptibles del guerrero –cf. el secreto como invención de la máquina de guerra, por oposición a la ‘publicidad’ del déspota o del hombre de Estado–” (Deleuze, 1997: 160). Así, es posible plantear como devenir “menor” un devenir-joven que atraviesa a la centralidad del poder cuando algunos jóvenes toman la iniciativa de conducir la protesta hacia la residencia privada de Gutiérrez en lugar de buscar el enfrentamiento frontal en los lugares simbólicos fuertemente custodiados por las fuerzas de policía, como el palacio de Gobierno. Esta acción que se proyecta como un escarnio y repudio público en el lugar doméstico del presidente tiene el profundo significado de descolocar a la represión policial, sorprender al presidente y obligarlo a una reacción desordenada, y permite que la ciudadanía se apropie del derecho radical de una práctica que tiende a extralimitar la distinción entre espacio privado y público cuando se refiere a personajes políticos fuertemente cuestionados6.

Podemos hablar del fino pasaje de “devenir-joven” a “máquina de guerra” cuando el rol de “resistencia” frente a “máquinas sociales que tienen por función integrar y normalizar” (Balandier, 1997: 234) como son las máquinas del Estado y la sociedad, son caracterizadas de forma extrema en un contexto particular como el ecuatoriano, en el cual éstas ya no permiten la existencia de un espacio de ejercicio de ciudadanía, sino que más bien sostienen un estado de “facto normalizado” o un Estado sin Estado de derechos plenos. En estas condiciones (llevadas a su máxima expresión en el gobierno de Gutiérrez), la democracia es una democracia tutelada por los militares, que garantizan el sostenimiento y la reproducción de esas condiciones. Sin embargo, ninguna acción militar, ni efectiva ni simbólica, es lo suficientemente totalizante como para impedir que se produzcan formas de escape a ese control como fueron las protestas de abril. De pronto, frente a la revuelta popular que no cesaba de “contagiar” adeptos, parecería haberse producido un momento de vacío, de suspensión de probables decisiones autoritarias, debido a un desencaje ocurrido entre las mismas fuerzas del cuerpo militar. Este vacío o suspenso, que se produjo por el lapso de cuatro horas (el día de la huida de Gutiérrez), en el que nadie pudo asumir el control, es un momento de la revuelta y no simplemente de los militares o de las autoridades públicas.

El movimiento no se debe leer como lo que está comprendido entre un antes y un después de las acciones –como una forma histórica–, el movimiento no intenta ocupar el lugar del segmento duro –las autoridades en el poder–, no es una búsqueda, sino que se produce y al producirse afecta su proceso, permite una relación de velocidades y de intensidades distintas –en este caso el momento del vacío de Poder–. Ese es su acontecer, la afectación entre las estructuras y las “fuerzas del afuera”. En esa medida lo podemos llamar plano de consistencia o acontecimiento7. Podemos plantear el sentido que tiene, en el plano político, el “movimiento juvenil” no como la configuración y puesta en obra de una organización claramente definible, sino como un constante devenir, al menos en una doble dirección. Por un lado, en el despliegue de un conjunto de prácticas que son posibles por una especie de “condición histérica” que funciona como un operador que impide que se cierre el sentido de la política en torno a versiones cosificadas, “naturalizadas” y basadas en la constitución de discursos dominantes que a su vez se sostienen en el “fatalismo de lo inevitable”9.

Por otro lado, este movimiento puede significar la puesta en marcha de una inagotable “reserva epistemológica” (contrapuesta a la reserva moral que señalamos arriba) que “funciona” por medio de un “imperativo”9: la permanente deconstrucción de cualquier sentido que puedan tener los objetos culturales y las formas de la política, siendo capaz de mostrar su “estructural inconsistencia”. “Lo juvenil” en la política representaría una condición de posibilidad y a la vez una garantía de que los “significante vacíos” (Laclau, 1996) nunca puedan encontrar un significado duradero y definitivo10. Ahora bien, ¿por qué debiera ser “lo juvenil” esa dimensión capaz de articular tanto una “condición histérica” como una “reserva epistemológica?”

Prácticas estratégicas: apariencias, mimetismo y comunicación

Lo veíamos como una nota simbólica, una cuestión porque más allá del impacto económico que podía tener era un acto simbólico sobre el centro político del país, entonces cuál era el significado: crear movilidad, la apariencia de recrear un poco estados generales…

Si partimos de la convicción de que “lo juvenil” no es algo esencial, a modo de una naturaleza intrínseca de aquellos sujetos que se encuentran en una determinada condición etaria, y se plantea la necesidad de reconocer “lo juvenil” en ciertas formas y prácticas ligadas al ejercicio diario del vivir, no de todos los jóvenes, sino solo de aquellos cuya vida, de alguna manera, se caracteriza por lo que Reguillo llama una “socioestética” es decir “(…) la relación entre los componentes estéticos y el proceso de simbolización de éstos, a partir de la adscripción a los distintos grupos identitarios que los jóvenes conforman” (Reguillo, 2000: 97), es posible afirmar que las culturas juveniles han demostrado tener la suficiente experiencia de saber cómo transitar por los territorios semánticos de la transformación de los signos11. En los usos de los estilos y las modas, en gran medida vehiculizadas por las industrias culturales, se observa la puesta en escena de procesos de constitución de un complejo conjunto de significaciones y representaciones simbólicas, de tal forma que es posible afirmar que algunos grupos juveniles han sabido crear sabiamente un “juego de apariencias”12. Como escribe Hebdige: “el desafío a la hegemonía representado por las subculturas no emana directamente de ellas: en realidad se expresa sesgadamente en el estilo. Las objeciones y contradicciones quedan planteadas y exhibidas (…) en el nivel profundamente superficial de las apariencias: esto es en el nivel de los signos” (Hebdige, 2004: 32, cursivas nuestras). Si trasladamos al campo de la política lo que hemos definido como un saber juvenil de crear apariencias (y un operar con ellas), nos encontramos con que, por ejemplo, en ciertas asambleas estudiantiles que se desarrollan en un marco de una retórica institucional, los jóvenes juegan a hacer el rol de los adultos interpretando los papeles formales de la participación política. Lo que ahí está en juego es la puesta en acto de una conciencia que se refiere a que siempre existe una distancia necesaria para construir aquellas apariencias y las infinitas posibilidades de otras. El sentido político de esta operación se muestra evidente si pensamos con Zizek (2003: 29) que: “La apariencia tiene más peso que la cosa en sí, porque designa el modo en el cual la cosa en cuestión está inscrita en la red de sus relaciones con los otros. En la manipulación ficcional de los signos, en la constitución y significación del estilo, en lo preformativo de su subjetividad, algunos jóvenes entienden a fondo el mundo de las apariencias de la política institucional, mostrándose capaces de operar una deconstrucción de aquella política que, entre otras cosas, confunde seriedad con solemnidad13. Lo ‘serio’ de la lógica juvenil podría estar en cambio en lo que Zizek manifiesta en cuanto a la lucha política que: ‘indica la tensión entre el cuerpo social estructurado, en el que cada parte tiene su lugar’, y ‘la parte que no tiene parte’, la parte que amenaza con hacer estallar este orden en base a un principio vacío de Universalidad” (Zizek, 2003: 148).

Por otra parte, operar por fuera de la lógica homogénea y molar14 no quiere decir hacerlo de modo espontáneo simplemente, a través de la improvisación y el desorden. Se trata siempre de formas de organización, de la articulación de acciones que, sin embargo, se van dando no a consecuencia de un diseño preestablecido sino como una concreción del acontecimiento. Estas acciones, aunque no tengan un número de participantes estables –en general de cinco a diez que crecen a cientos por momentos– se coordinan y se organizan de forma sincrónica, o como dicen nuestros anónimos entrevistados, “orgánica” o a modo de “célula”:

Nos reuníamos en las casas de los panas, manejamos un grupo de diez personas, de cierta forma somos una célula que actúa, somos los más panas que nos reunimos constantemente (…) llamamos a toda la gente, donde están, rápido organizamos a la gente, hicimos lógica de células. La célula que te digo que armamos se dividió en dos grupos de diez, el un grupo por San Juan y el otro por La Tola.

Aplicando esta lógica, el direccionamiento de las protestas ciudadanas se va dando “sobre la marcha”, en el momento, creando un sentido de la protesta. No hay un líder, y las prácticas se despliegan en la medida y las formas con las que se las va proponiendo. De tal manera que no se puede hablar de una actoría reconocida socialmente, sí de una “vocería anárquica” como la califican los mismos entrevistados:

Decía de una vocería que es anárquica en el sentido de que no había una concentración en la toma de decisión de hacia dónde debíamos ir en grupo, entonces, de pronto, la tomábamos nosotros porque gritábamos más fuerte y porque nos conseguimos un megáfono de entre otros ciudadanos del movimiento “Ciudadanos por la Democracia”, que tiene también una plataforma organizativa muy primaria.

Otra estrategia es la que se enmarca en lo que la teoría poscolonial llama prácticas “miméticas” refiriéndose a la operación de devolverle al poder colonizante una mirada de sí mismo a través de la apropiación, por parte del colonizado, de uno de sus signos. De esta manera, se le devuelve al poder represivo su mirada de vigilancia que: “retorna como la mirada desplazante del disciplinado, donde el observador se vuelve el observado y la representación particular rearticula toda la noción parcial de identidad y la aliena en su esencia” (Bhabha, 2002: 112). En este sentido, a través de una operación semántica de transformación del significado se trató de construir una forma de rechazo hacia el gobierno, por asimilación del –y no por oposición al– significante “forajidos” connotado de modo estigmatizante:

Para calificarnos y minimizar a los manifestantes en contra de su gobierno, Gutiérrez usó despectivamente la palabra “forajidos”, nos la apropiamos y la usamos como emblema, de forma aglutinante, y cada uno de nosotros empezó a decir “yo también soy forajido”.

Una característica fundamental del significado de las protestas de abril ha sido el uso estratégico de la comunicación. Sin que el llamado a la movilización haya venido desde un “centro”, miles de jóvenes (y familias enteras) se han juntado en calles y plazas de la ciudad gracias a los mensajes escritos y hablados emitidos desde teléfonos celulares. Muchos de ellos filmaron con cámaras de video cuanto iba aconteciendo. Ante la autocensura de los medios masivos (a excepción de una radio que se transformó en el nodo principal de entrada y salida de la información), este hecho comunicativo ha tenido la importancia de que los manifestantes se convirtieran en generadores de su propia información, haciéndola circular con una extraordinaria rapidez y efectividad. Esto ha contribuido enormemente a crear en cada uno de los sujetos de la protesta, una sensación de ser una multitud es decir “un conjunto de singularidades”, que ha sido posible por la puesta en obra “de dispositivos de cooperación que se forman y se extienden a través de las redes” (Negri, 2003: 117); esas redes conforman una multitud inteligente gracias al uso de las tecnologías de la comunicación que permite ampliar los talentos humanos de cooperación (cfr. Rheingold, 2004).

Mensajes (de celular), todo tipo de mensajes. Ocasionalmente cuando había desesperación alguien llamaba pero lo más efectivo eran los mensajes, entonces un poco dos compañeros que son comunicadores decían “aquí está el uso de los micromedios, frente al mass media politizado y progobiernista que no hace la labor que debería hacer por sus propios vicios comunicativos y nos queda comunicarnos de esta forma, vía verbal y vía medios alternativos”.

Final: pasión de abolición (o lo “suicida” del movimiento de las máquinas de guerra)

La máquina de guerra puede convertirse en mercenaria o dejar que el Estado se apropie de ella bajo la forma de ejército institucionalizado (…) Siempre existirá una tensión entre el Estado, con su exigencia de propia conservación, y la máquina de guerra con su empresa de destruir al Estado, a los sujetos del Estado y hasta de destruirse a sí misma o de disolverse a sí misma a lo largo de la línea de fuga. (Deleuze 1997: 161).

En abril de 2005 los manifestantes no solo gritaban “fuera Lucio”, también se escuchó la consigna Que se vayan todos, que tiene su antecedente en las protestas de 2001 en Argentina. En su aparente simplicidad esta consigna no estaba dirigida exclusivamente a las instituciones del Estado. Esa consigna, gritada mil veces, tiene una implicación radical porque expresa una especie de “pasión de abolición”, de “suicidio” colectivo. Obviamente la mayoría de la clase política ecuatoriana, en particular los partidos políticos tradicionales, la opinión pública más “ilustrada” y ciertamente los medios de comunicación no han entendido el significado de la consigna; todas estas instancias están demasiado preocupadas por defender intereses y prebendas que se han venido “institucionalizando” en Ecuador. Frente a esta actitud abiertamente cínica, es necesario pensar esa radicalidad en el sentido que le da Lewkowicz (2004: 10) cuando señala que el “todos” del “que se vayan todos” no es solo un “ellos”: “todos es más amplio que ellos (…) que se vayan todos, que no quede ni uno solo (…). El vórtice lo arrastra también a uno –ni uno solo–. Que se vayan todos abre a la posibilidad y luego a la necesidad de pensar sin Estado”. Creemos que algunos colectivos juveniles ya están transitando por estos lugares “epistemológicos” que ciertamente no hacen viable prever desenlaces a futuro que permitan establecer con claridad el aparecimiento de modos formales de participación juvenil en la política ecuatoriana. El sentido y la interpretación que hemos querido dar a la protesta juvenil de abril nos alerta sobre esta posibilidad.


Citas

1 En el mes de abril de 2005, ocho días de protestas ciudadanas realizadas en Quito obtuvieron como resultado la destitución del coronel Gutiérrez por parte del Congreso Nacional y la sucesión presidencial en el vicepresidente Alfredo Palacio. Hemos realizado una investigación con entrevistas a profundidad a una decena de jóvenes y observación directa de los acontecimientos que se suscitaron en esos días. Creemos que caracterizar a los colectivos juveniles que protagonizaron esos acontecimientos nos hace correr el riesgo de una reducción a condiciones como la etaria o el estrato socio económico que resultan insuficientes para explicar la acción juvenil. El universo social de estos jóvenes es el más variado, va desde ser estudiantes hasta músicos. En todo caso, la característica más relevante es la de no pertenecer a ninguna organización formal o tradicional del asociacionismo juvenil. Los “jóvenes de abril” pusieron en escena un conjunto de expresiones estéticas que han impregnado el espacio político de la protesta: la resignificación de “gramáticas futboleras” con cánticos y consignas de contenido político, los mosh callejeros, el rock, ská y reggetón presentes en las manifestaciones.

2 De algún modo los movimientos sociales en el Ecuador (como por ejemplo el movimiento indígena) se articulan en torno a ciertas características estables: la reivindicación y el respeto de una identidad cultural y la demanda por una más eficiente y equitativa distribución de los ingresos económicos. En este sentido, tal como lo afirma Neveu (2002), los movimientos sociales son aquellos que tienen una clara identificación de un adversario que en general es representado por una autoridad pública. A esto hay que agregar la necesidad de que los movimientos sociales cuenten con claros mecanismos de representatividad y formalización de liderazgos. Es del hecho de asumir todas estas características que algunos colectivos juveniles se apartan.

3 “Esencial” se refiere al modo de naturalizar y fijar de una vez por siempre a estos sujetos en base a una supuesta identidad propia.

4 Es el caso de la organización “ruptura de los 25”, un colectivo juvenil que apareció y quedó atrapado en la dimensión de un fenómeno mediático, compuesto por jóvenes “ilustrados” de clase media alta, sostenido financieramente con fondos de organismos internacionales, que desde su comienzo dirigió su acción política cuestionando a los partidos y a la clase política ecuatoriana y planteando la necesidad de una renovación (¿purificación?) de la democracia en el país. Este colectivo sugiere que es necesario refundar al Ecuador por medio de valores y acciones plasmadas en un lenguaje “adulto” como son la honestidad, la transparencia, la necesidad de llevar a cabo una asamblea constituyente, mostrando tener mucha seguridad sobre cómo construir una “democracia verdadera”, algo de lo cual es preciso sospechar venga de quien venga.

5 Para desvirtuar y problematizar esta caracterización de los mundos juveniles, sobretodo en el ámbito de las denominadas “culturas juveniles”, se puede consultar el interesante libro de Marín y Muñoz (2002).

6 Se trata de una práctica que ha sido empleada de modo reiterado en Argentina en las protestas de los últimos años.

7 Como afirma Maffesoli (2001), a propósito de levantamientos y revueltas: “su denominador común es no situarse en el sentido de la historia. Ser, totalmente, indiferentes a cualquier finalidad que sea. Su intensidad se basta a sí misma. Se agota en el acto mismo de su realización. Es lo que puede llevar a acusarlos de frivolidad, pero es lo que los vuelve profundos (…)” (Maffesoli, 2001: 125).

8 Se trata de una visión de la política que se olvida que: “…el déficit de orden de la modernidad se piensa en función de la posibilidad, de la contradicción entre una racionalidad instrumental, omnipresente, poderosa, y una racionalidad interpretativa desfalleciente, de devenir incesante, abierto a lo aleatorio y lo efímero (Balandier, 1997: 230).

9 Slavoj Zizek resume así la tensión existente entre la política tradicional que se articula a partir de la aplicación de lógicas y discursos institucionalistas y el acción política de los “nuevos movimientos sociales”: “El bloqueo que pesa sobre el presente implica dos posibles trayectos de empeño político y social: se puede jugar la partida del sistema, empeñarse en una ‘larga marcha a través de las instituciones’, o activarse en cambio en los ‘nuevos movimientos sociales’ (…) Sin embargo, una vez más, el límite principal que incumbe a estos movimientos está definido por su no ser Políticos, en el sentido del Universal Singular: se trata en efecto casi exclusivamente de ‘movimientos a tema’, desprovistos de una dimensión de universalidad, es decir sin la capacidad de referirse a la Totalidad de lo social, donde el carácter esencial de esta totalidad reside en su estructural incongruencia” (Zizek, 2003: 118) –traducción nuestra–.

10 Ver Laclau (1996). En la misma dirección creemos que va Balandier (Op.cit.) cuando escribe: “Como todo en la modernidad, la verdad estalla y ya no es más de una sola pieza; se dispersa y su movimiento puede interpretarse con cierto exceso como un vagabundo (…) el saber no puede ser asemejado a una suma de conocimientos que develaría progresivamente la verdad sino a lo que puede ser visto (evidencias) y dicho (enunciados) y armonizado según las condiciones particulares de una época” (cursivas nuestras).

11 Existe ya una amplia literatura de estudios sobre culturas juveniles en América latina; además del texto de Reguillo, se puede consultar para el caso ecuatoriano: Cerbino, et al, (2000); Cerbino (2004).

12 Ese “juego de apariencias” aparece también en lo performativo de ciertos gestos, que dan cuenta de una estética corporal, haciendo que la política se abra, se contamine de otras lógicas: “Era como un baile de tecno de la gente bailando consigo misma”…“estas gentes de las que hablo son de barricada y no les importa nada, era una furia colectiva, parecía que estábamos en el estadio”.

13 Un joven nos refiere en el siguiente testimonio el ridículo que se produce ante la pérdida de los códigos rígidos de la solemnidad de los diputados: “Les ví a dos diputados de esos diputados sin nombre, que sacaban la escarapela el rato que les vi arrodillados debajo de un escritorio diciendo: “yo soy diputado”, y me pareció súper chistoso y me dio mucha risa”.

14 Según Negri (2003: 57): el concepto de “molar” se refiere a: “amplios agregados o grupos estadísticos, que constituyen a través de procesos de integración y representación, un conjunto cohesionado y unitario”. Se opone a molecular que: “siempre designa micromultiplicidades o mejor singularidades que forman constelaciones o redes deshomogéneas” (traducción nuestra).


Bibliografía

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