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Horizonte velludo: paisaje y poder en la pampa

Horizonte peludo: paisagem e poder na pampa

Hairy horizon: landscape and power in the pampa

Guillermo Bengoa*

Al final, triunfa la pampa y ostenta su lisa y velluda frente, infinita, sin límites.
D. F. Sarmiento,Facundo, civilización y barbarie, 1845.


* Arquitecto, profesor de Historia de la Arquitectura, Universidad Nacional de Mar del Plata y de Gestión Ambiental, Universidad Nacional del Centro. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.


Resumen

La pampa no está de moda. No tiene el esplendoroso atractivo amazónico, ni despierta la inquietud de los ecologistas, pero bajo su tranquilo aspecto se esconden enormes y extrañas capacidades. En este trabajo veremos la singularidad de la pampa como ecosistema y las influencias que el paisaje genera en el hombre tomando como ejemplo un episodio de la llamada “Conquista del desierto”: la construcción de la Zanja Alsina, intento de controlar a los indígenas a través de una invertida “muralla china”.

Palabras clave: pampa, paisaje, poder, desierto, percepción.

Resumo

O pampa não está na moda. Não tem o esplendoroso atrativo amazônico, nem desperta a preocupação dos ecologistas, mas sob o seu tranqüilo aspecto se escondem enormes e estranhas capacidades. Neste trabalho veremos a singularidade do pampa como ecossistema e as influências que a paisagem gera no homem, tendo como exemplo um episódio da chamada “Conquista do Deserto”: a construção da Vala Alsina, tentativa de controlar os indígenas através de uma “muralha chinesa” invertida.

Palavras-chave: pampa, paisagem, poder, deserto, percepção.

Abstract

The pampa is not in fashion. It does not have the splendid attractiveness of the Amazon mor the worries of ecologists. But behind its calm aspect, strong contradictions lie. This paper will develop two aspects: the singularity of the pampa as an ecosystem and the influences that the landscape generates in its habitant. It takes as an example one episode from “the conquest of the desert”: the construction of the “Zanja Alsina”, an intent to control the native through a “reverse Chinese Wall”.

Key words: pampa, landscape, power, desert, perception.


El estado de la naturaleza

La pampa es una enorme planicie herbácea de 500.000 km2, casi sin equivalentes en el mundo. Las temperaturas benignas, las lluvias regulares durante todo el año y el suelo con alto contenido de materia orgánica la hacen muy apta para el desarrollo humano, a pesar de la ausencia de árboles, debida al denso manto de pasto que al sombrear las semillas impiden su desarrollo. El ombú, en realidad una enorme herbácea y no un árbol, procuraba hasta hace menos de un siglo el único y escaso refugio: “Aquí estás, ombú gigante / a la orilla del camino / indicando al peregrino / no siga más adelante / en la llanura sin fin. / Tú señalas las barreras / que dividen el desierto, / y oyes el vago concierto / que alzan las auras ligeras / de la pampa en el confín”; decía B. Mitre en 1842.

A la llegada de los españoles al Río de la Plata, en 1516, esta región tenía muy pocos habitantes, pero en menos de doscientos años la población indígena aumentó notablemente. Este fenómeno, contradictorio con lo ocurrido en el resto de América, se debe posiblemente a que antes de la Conquista, esta era una región en donde las proteínas animales eran de dificultosa recolección. Los grandes herbívoros pleistocénicos (milodón, caballo americano, megaterio, etc.) habían desaparecido hacía mucho tiempo y los guanacos y llamas estaban refugiados en la región serrana. La existencia de nichos ecológicos vacíos para grandes herbívoros explica, según N. Gligo y J. Morello (1980: 112), “la explosiva multiplicación de caballos y burros salvajes y vacunos criollos en las pampas del cono sur. […] Estos hatos salvajes de vacunos y de caballos crearon un ecosistema seminatural durante la conquista y la guerra contra el indio, a los que se sumaron además carniceros también introducidos, como las jaurías de perros salvajes. A los ochenta años de introducido el caballo cimarrón, el indio alcanzó una rápida y eficiente cultura ecuestre, totalmente adecuada a sus actividades guerreras”. Esta nueva relación y sus consecuencias sociales y territoriales son remarcadas por A. Yunque (1969: 20): “al saltar sobre el caballo en pelo y transformarse en uno de los grandes jinetes que han visto las caballerías del mundo el indio también dio un salto de siglos. De un conquistado se transformó en un conquistador. Las distancias se le empequeñecieron”. L. V. Mansilla (1956: 71), quien convivió con los indios ranqueles a fines del siglo XIX describe la unión aborigen-caballo: “El indio vive sobre el caballo como el pescador en su barca; su elemento es la pampa, como el elemento de aquél es el mar”.

Estos espacios vacíos permitieron la explosiva multiplicación del ganado, que enriqueció el ecosistema pampeano a través de un mecanismo que A. Brailovsky (1991: 113) resume así: “La introducción del ganado significó un súbito enriquecimiento del suelo pampeano. Sus deyecciones y sus restos reactivan el reciclado del nitrógeno y provocan un desequilibrio ecológico de magnitud. El rápido reciclado del nitrógeno causó un fenómeno conocido como rejuvenecimiento del ecosistema. […] Estos cambios ecológicos implican la creación de nuevos nichos, es decir de nuevas oportunidades de desarrollo para otras especies animales y vegetales”. En resumen, los cambios ecológicos que facilitaron la expansión de los ganados posibilitaron también la repoblación de la pampa por parte de tribus indígenas, ya que era un inmenso nicho ecológico “incompleto”, apto para recibir una enorme cantidad de grandes herbívoros que aprovecharan sus pastos.

Opiniones de viajeros

A través de relatos de viajeros veremos algunas de las características del paisaje pampeano: la inmensidad, el silencio, el horizonte continuo en los 360 grados, la ausencia de planos perceptuales intermedios, la carencia de alturas desde donde observar, el aburrimiento causado por la monotonía del paisaje. Utilizaremos como referencia a Félix de Azara, un oficial geógrafo español que en 1796 recorrió la frontera sur y oeste del país; a Charles Darwin, que en 1833 desembarcó en la desembocadura del Río Negro y cabalgó desde Bahía Blanca hasta Santa Fe; y a William Mac Cann, un comerciante británico que en 1848 realizó un recorrido por Argentina.

Dice Darwin, hablando de la monotonía del paisaje (1921: 153): “Frecuentemente pasan inadvertidas las grandes ventajas que proceden de las depresiones y elevaciones del suelo. Los dos raquíticos manantiales existentes en el trayecto entre los ríos Negro y Colorado tenían su origen en insignificantes desigualdades de la llanura; a no ser por ellas no se hubiera hallado ni una gota de agua” y también: “La uniformidad del color da una extremada monotonía al paisaje, pues el gris blanquecino de las rocas de cuarzo y el pardo suave de la agostada hierba del llano lo dominan todo, sin una sola nota brillante”. El aburrimiento causado por esta llanura continua es resaltado por Mac Cann (1986: 69), al acercarse a las Sierras de Tandil, “El panorama de las colinas que se presentaban más elevadas, nos pareció el más hermoso después de haber cabalgado trescientas millas por llanuras monótonas”. Darwin (1921: 153) escribe: “La distancia desde la posta era de unas seis leguas, sobre una llanura uniforme del mismo carácter que antes […] El extraño aspecto de esta montaña contrasta con el extenso mar de tierras que, tendiéndose en torno de ella, no sólo llega al pie mismo de sus laderas, sino que separa las sierras paralelas”. Luego racionaliza la abrumadora experiencia de inmensidad que le suministran los sentidos: “Por espacio de muchas leguas al norte y al sur de San Nicolás y Rosario el terreno es realmente llano. Todo cuanto los viajeros han escrito sobre su perfecta horizontalidad apenas puede tildarse de exagerado”. El naturalista nota la evolución de sus capacidades sensoriales. Al volver a Uruguay luego de recorrer la pampa, escribe: “Advierto que ahora me parece esta región muy distinta de cuando la vi por primera vez. Recuerdo que entonces la creí una llanura muy horizontal, mas al presente, después de galopar por las pampas, no acierto a explicarme qué razones tuve para considerarla perfectamente plana”. (1921: 205). Esa misma sensación transmite Mac Cann al comenzar su viaje: “Cuando, después de levantados, salimos, quedé sorprendido ante la llanura tan perfecta que se dilataba ante nosotros por todos lados, no se advertía en una extensión inmensa la más leve ondulación… todo el territorio, es una vasta llanura herbosa, o pradera, la mayor parte de la cual parece, a la vista, rasa”. (1986: 45).

La ausencia de referencias visuales, consecuencia de esta planicie absoluta y del despoblamiento arbóreo, apuntan a un necesario refinamiento de los sentidos. Escribe Mac Cann: “A medida que avanzábamos por esa extensión tan salvaje, sentíame impresionado por su soledad y melancolía; ni rocas, ni ríos, ni una loma, ni un árbol alteraban la monótona y mustia llanura, donde no se veía habitación humana en varias millas a la redonda […] La belleza de la escena hubiera sido completa de haberse acompañado con el rumor de las hojas en un bosque, pero aquí no hay árboles que presten a las aves el abrigo de sus frondas” (1986: 24). Los pocos árboles existentes son un hito en la llanura, recibiendo nombre propio como se observa en la siguiente nota de Azara (1973: 139): “nos sirvió de guía la Isla Postrera que habíamos demarcado el día anterior. Así llaman a un grupo de árboles que está en el mismo paso del Salado y son los únicos que vimos en todo el viaje”. También Darwin (1921: 153) lo hace notar, “nos fue imposible procurarnos un palo aguzado para sostener la carne sobre el fuego, hecho con tallos y cañas de cardos”; e intenta una explicación racional: “Los terrenos en extremo llanos como las pampas rara vez son favorables al desenvolvimiento del arbolado. Tal vez la causa de ello esté en la fuerza de los vientos o en la naturaleza del drenaje”.

La falta de árboles se manifiesta en la carencia de madera como leña y material de construcción y en la ausencia de refugio. Cuenta Darwin (1921:164): “Durante la noche anterior habían caído piedras tan grandes como manzanas pequeñas y extremadamente duras, matando gran número de animales salvajes. Uno de los hombres había encontrado muertos trece ciervos… otro de los soldados del destacamento trajo siete más. El pedrisco mató además muchas aves más pequeñas”.

En la selección de estas citas pretendimos rastrear cuatro conceptos básicos:

  1. La pampa es un paisaje casi único en el mundo por su extensión, lo extremadamente plano de su topografía y la carencia de árboles. Por algo los españoles debieron bautizarlo con un nombre nuevo: “pampa” se tomó del quechua y significa “campo raso”. El término se transformó en un sustantivo común, que define con claridad un paisaje con estas cualidades.
  2. Estas características influyen en las actividades humanas a nivel material ya que implican la carencia de madera para todo uso, la dificultad en crear límites y en establecer redes de comunicaciones, los problemas en el arreo de ganado. Dice J. Ramos (1992: 38): “Las características salientes de ríos y arroyos son sus cauces pantanosos y divagantes debido al mínimo declive de la planicie. Con anterioridad a la introducción del alambrado esta característica fue valorada como ventajosa. Se aprovechaban los cambios de dirección de los cursos de agua para acorralar y controlar mejor el ganado vacuno o caballadas sometidas a rodeo”.
  3. También influyen a nivel de las acciones y percepciones individuales de los hombres. La ausencia de elementos topográficos importantes obliga a un afinamiento de la percepción que debe acostumbrarse a distinguir los objetos lejanos. L. V. Mansilla (1956: 151) expresa: “la mirada de los indios es como la de los gauchos. Descubren a inmensas distancias, sin equivocarse jamás, los objetos, distinguiendo perfectamente si el polvo que asoma lo levantan animales alzados o jinetes que corren”. En la pampa no hay objetos intermedios: está lo cercano y el horizonte.
  4. Y esa influencia a nivel individual termina transportándose de alguna manera a las conductas colectivas, creando un espíritu individualista pero solidario, amante de la libertad de los vastos horizontes pero dispuesto a someterse sin análisis a un caudillo fuerte, opuesto al espíritu urbano que había comenzado en Europa a partir del Renacimiento. Dice R. Sánchez Sorondo (1987: 130): “Para los caudillos, la revolución era dos veces la Independencia: era el mito de la Independencia fecundado por el sentido prístino de la libertad americana fundida en esas igualdades cósmicas sin traducción jurídica posible que despierta en el alma de la gente la solitaria inmensidad del paisaje”.

Los mecanismos de apropiación

No turbaban la tierra elemental ni poblaciones ni otros signos humanos. Todo era vasto, pero al mismo tiempo era íntimo y de alguna manera, secreto. En el campo desaforado, a veces no había otra cosa que un toro. La soledad era perfecta y tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al sur.

J.L. Borges, “El sur”, Obras completas, Tomo 1, p. 528.

Intentaremos ver si existe una relación entre el paisaje y las formas de ejercer el poder. Esta hipótesis no implica un determinismo geográfico, sino buscar el desarrollo de similares dispositivos de control de poder ante similares condiciones naturales. ¿Cuáles son estos mecanismos que se dieron en la pampa? Como paso previo, la construcción del concepto de pampa, su homologación con la idea de desierto. La concepción del continente americano como un gran vacío venía perfilándose desde la época de los conquistadores. “El continente vacío debía quedar vacío del todo. Así se constituyó esta tendencia inédita de la mentalidad fundadora. Se fundaba sobre la nada. Sobre una naturaleza que se desconocía, sobre una sociedad que se aniquilaba, sobre una cultura que se daba por inexistente. La ciudad era un reducto europeo en medio de la nada” (J. L. Romero, 1986: 67) La tendencia se acentúa en el siglo XIX. La Argentina de 1870 necesitaba imperiosamente ampliar su territorio nacional, para lo cual era mejor suponer que el vasto y rico territorio de la pampa era en realidad un desierto sin dueño, en el cual vagaban tribus de indios sin importancia que debían ser exterminados para poder repartir ese territorio virgen.

H. Alimonda y J. Ferguson (2001) destacan cómo se construye un discurso coherente desde las fotografías oficiales tomadas durante la campaña de Roca: “Las panorámicas con grandes profundidades de campo fueron una elección deliberada del fotógrafo con consecuencias directas sobre la totalidad del registro. Significativamente, lo que acaba por ser subrayado en todas las fotos es una característica precisa de la percepción del espacio: el ‘vacío’ (horizontes muy distantes, tierras sin límites, grandes espacios, etc.)”.

Se cimentan aquí muchos de los mitos fundacionales con que la “Generación del 80” inventó la pampa: “el porvenir grandioso”, “los campos desiertos e inhabitados”, que esperan la llegada de europeos que los fecunden. La construcción de ese concepto se veía facilitada porque la pampa requiere realmente una percepción especial para captar sus cambios, sus posibilidades, sus peligros. J. Ramos apunta (1992: 21): “podríamos decir que la idea del paisaje se divide según dos visiones: a) la del pueblero, el porteño, los viajeros y científicos europeos […] y b) la de la gente más arraigada a la tierra como el indio, el gaucho y algunos literatos localistas. Mientras los primeros –con una visión menos penetrante– tienden a sustentar una teoría de la monotonía, los segundos demuestran un finísimo desarrollo de su capacidad de percepción, diferenciando con precisión cada sitio, cada rastro, cada distancia, cada cambio climático o cada sonido”.

Como dice A. E. Brailovsky (1991: 28), “El discurso oficial de la época apunta a describir una naturaleza vacía, lista para ser poblada, eludiendo la contradicción de los términos: era necesario conquistarla, precisamente porque no era un desierto”. Este reemplazo del concepto de “pampa” por el de “desierto”, tanto como la “necesidad” para el país de disponer de esas tierras fue premeditada: así, J. A. Roca, quien llevaría adelante la campaña contra los indios, encargó en 1878 al escritor Estanislao Zeballos la redacción de un libro que reseñara antecedentes históricos y geográficos de la región y que salió a la luz bajo el título de La conquista de 15.000 leguas y una carta introductoria de Roca exponiendo sus teorías para acabar con los indios. El libro tuvo un gran éxito en la sociedad porteña, ansiosa de conseguir nuevas tierras para sus negocios. H. Alimonda y J. Ferguson (2001) comentan: “La guerra contra los indios fue presentada por los intelectuales, políticos y militares de esta nueva generación como una necesidad fatal. ‘Conquista del desierto’ que supone, de hecho, la producción física y simbólica de ese desierto, la eliminación material de los pueblos que habitan en él, y también la propia negación de su existencia”.

El segundo mecanismo fue controlar las fronteras sur y oeste del país. Pero en la pampa, el paisaje plano, inmenso, sin sitios donde esconderse –pero también sin atalayas desde donde vislumbrar al enemigo, sin sitios privilegiados desde donde vigilar–, las posibilidades de control se reducen. A la tradicional crueldad del europeo con el indio se sumó la imposibilidad de una tregua basada en repartos de tierras, confinamientos parciales o creación de reservas indígenas. No había posibilidad de encerrar a los aborígenes en un valle o tras una montaña. La pampa tenía límites muy lejanos: el río Negro, el río Colorado, la cordillera de los Andes. No hay espacio para una convivencia porque se oponían dos concepciones diferentes del espacio: la del Estado argentino y la de los indígenas, circunstancia que acentuó la violencia de la conquista. A. Ebelot (1874: 123) un ingeniero francés que trabajó en la región, escribió: “En la pampa no se hacen prisioneros. Son aplicadas con todo rigor a los indios las viejas leyes militares españolas para los bandidos y asaltantes de caminos. Ya es un gesto de humanidad dispararles, en lugar de infligirles una muerte cruel con golpes de lanza”.

Para el gobierno argentino, representante de la racionalidad capitalista europea, la pampa era un recurso que había que poner en producción inmediatamente. Dice R. Gaignard (1989: 331): “La conquista del desierto se inscribe en el marco de un conjunto de medidas que apuntan a crear un Estado argentino equipado jurídicamente y que cubra con su autoridad el conjunto del espacio nacional, de modo de ofrecer a los inversores europeos el estado de derecho y de paz que esperan”. En cambio, para los indígenas la racionalidad consistía en mantener su modo nómade, que era una manera lógica para aprovechar los escasos y cambiantes recursos de la pampa; y desarrollar la percepción aguda de la cual ya hemos hablado: era necesaria una sensibilidad adiestrada y un conocimiento profundo de la región para mudar las tolderías, encontrar pastos adecuados o aguadas propicias.

El tercer mecanismo no fue una construcción meramente cultural. Luego de “transformar” la pampa en una tábula rasa, fue necesario inventar redes que la recorrieran con un objetivo: concentrar en Buenos Aires las materias primas obtenidas, y desde allí exportarlas. Dos de ellas corrían juntas: las líneas telegráficas y del ferrocarril. Ambas con centro en Buenos Aires, comenzaron a hilvanar los pueblos establecidos alrededor de los fuertes. La tercera fue la red de alambrado que a partir de 1845, fecha en que el inglés R. Newton lo introduce, se comienza a expandir velozmente y permitió reafirmar la propiedad sobre la pampa.

Es de destacar la rapidez de instalación de la red ferroviaria: pasa de 1.373 km en 1875 a 9179 km en 1890, 16.600 km en 1900 y 28.000 en 1910, de los cuales más de dos tercios están en la pampa. Dice Gaignard (1979: 292) “Los ramales se multiplican de modo que no dejan ninguna explotación agrícola a más de 20 km de una estación; la malla se hace menos tupida en las zonas exclusivamente pastoriles, por ejemplo en el sureste y en el centro-sur de la provincia de Buenos Aires. Hacia el oeste las líneas van a morir en la estepa, junto a un campo de médanos o una laguna, punta de rieles que marca el límite de la zona donde la aridez impide el cultivo”. Estas redes obedecían a las necesidades del capital extranjero y condicionaron el desarrollo del país en general y de la pampa en particular. No importaba la preexistencia de la pampa ni sus sutiles diferenciaciones: la lógica era la extracción del grano y de la carne.

La pampa: ¿un espacio panóptico?

Puede ser útil ver esta conquista del espacio pampeano a la luz de las explicaciones de M. Foucault sobre los dispositivos disciplinarios: “Es preciso anular los efectos de las distribuciones indecisas, la desaparición incontrolada de los individuos, su circulación difusa, su coagulación interminable y peligrosa: táctica de antideserción, de antivagabundeo […] se trata de establecer las presencias y las ausencias, de saber dónde y cómo encontrar a los individuos, instaurar las comunicaciones útiles, interrumpir las que no lo son” (Foucault, 1990: 147). Esto parece una descripción exacta de los objetivos de la Generación del 80 con respecto a la pampa.

(La historia argentina conoce como Generación del 80 a los hombres que, durante las dos últimas décadas del siglo XIX, dirigieron el proceso político y social que llevó a organizar –bajo unas bases positivistas, centradas territorialmente en Buenos Aires y con la vista en el modelo europeo– el hasta entonces desorganizado territorio argentino).

Pero aquí aparece el poder del lugar: mientras el modelo racionalista occidental tiene como metáfora arquitectónica el panóptico de Bentham, la pampa opone su propio concepto de “panoptismo”: ver y ser visto de manera recíproca. Como lo describe Foucault (1990: 203) “Conocido es el principio del panóptico: en la periferia, una construcción en forma de anillo, en el centro, una torre con anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo. La construcción periférica está dividida en celdas, cada una de las cuales atraviesa toda la anchura de la construcción. Basta situar un vigilante en la torre central y encerrar en cada celda a un loco, un condenado, un obrero o un escolar. Por el efecto de la contraluz, se pueden percibir desde la torre, recortándose perfectamente sobre la luz, las pequeñas siluetas cautivas en la periferia”. La característica de este dispositivo es la asimetría entre ambas partes: desde el centro se lo ve todo, pero desde la periferia nunca se sabe si están controlando, con lo cual el individuo reproduce por su cuenta las coacciones del poder. El panóptico es un mecanismo perfecto y una metáfora ideal de las nuevas formas de sometimiento de la Ilustración.

Pero la pampa impide con su naturaleza este tipo de dispositivos. La absoluta llaneza de su extensión vuelve simétrica la relación entre ver y ser visto. La única forma de ver más lejos es elevarse sobre el nivel de tierra, y eso es lo que intentan hacer los dos bandos en pugna. El indio lo hace parándose sobre el lomo de su caballo y confiando en la agudeza de su visión. El hombre blanco lo hace edificando “mangrullos”, endebles debido a la dificultad en conseguir troncos largos para su construcción. Pero en ambos casos se mantiene la simetría: a diferencia del panóptico ideal o de otros escenarios americanos en donde es posible encontrar un sitio privilegiado para ver sin ser visto, en la pampa el precio de ver más es estar más expuesto. Se pierde así el efecto mayor del panóptico: “inducir un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder. Hacer que la vigilancia sea permanente en sus efectos, aunque sea discontinua en su acción” (Foucault, 1990: 204). O dicho de otra manera: en la desigual lucha entre indios y blancos la pampa introduce tal vez el único mecanismo equitativo normalizador: su llanura.

¿Es la pampa entonces un condicionante natural o un invento cultural para conquistar un territorio? Ambas cosas: la pampa como paisaje obliga a determinadas respuestas del Poder, representado por el naciente Estado argentino: los intentos de “forzarla” a cumplir funciones que por su naturaleza no puede realizar parecen condenados al fracaso. Sin embargo, el poder puede utilizar estas mismas características de la pampa para imponer su juego: si no hay posibilidades de acotar al indio, hay que destruirlo. La pampa alienta, así, el salvajismo del poder: no hay refugiados en esta guerra, sólo muertos, que ni aparecen en las fotos o estadísticas. Y la muerte se hace algo cotidiano, como percibe Darwin (1921: 223): “se derrama mucha sangre humana, debiéndose atribuir como causa principal a la costumbre de usar el cuchillo. Da pena ver las muchas vidas que se pierden por cuestiones de escasa monta”.

Tenemos entonces que las habituales estratagemas territoriales del poder (centralización, control de los puertos, caminos y vías fluviales, aduanas, monumentos emblemáticos), no se pueden constituir fácilmente en la pampa. Veremos qué alternativas impone el

paisaje pampeano.

La Zanja Alsina: un ejemplo

Para concluir con ese perpetuo enemigo y en conocimiento exacto que se tenía del carácter natural y propio del indio, creíasele de resultado satisfactorio […] avasallarlos en una guerra sui generis en su especie, por no obedecer ni estar sujeta a ninguna regla… Las actuales divisiones militares son suficientes para rechazarlos, combatirlos eficazmente y seguirlos en persecuciones hasta las tolderías, infundiéndoles un terror saludable y necesario para disminuir y quitarles poco a poco su manera de ser.

Eduardo Ramayón, soldado de la Conquista del desierto, 1913.

Hacia 1870, la República Argentina estaba en proceso de consolidación como nación organizada. La acción permanente del poder público durante las tres primeras presidencias constitucionales inició una era de cambios sustanciales en la estructura económica y social del país. La puesta en marcha del plan implícito en la Constitución Nacional de 1853 implicaba poner en funcionamiento un proyecto que requería afianzar el ordenamiento interno y promover determinados cambios económico-sociales. Es que después de la Revolución de Mayo de 1810, se había producido una regresión con respecto al orden de la organización colonial. El poder de la inmensa pampa aparecía nuevamente, como se le había presentado a los conquistadores, trescientos años antes. Dice Sánchez Sorondo (1987: 23) “Ninguna de las ciudades argentinas pudo sobreponerse a la reversión producida por esa marea montaraz cuyo flujo incontenible anegaría el estilo de vida asentado sobre las tradiciones comunales. En lugar de imponer la ciudad su imperio sobre la campaña, sucedió al revés: la campaña impuso su ninguna estructura –su mera coyuntura– a la ciudad”.

Entre los temas que el gobierno nacional debió atender hacia 1880 estaban contener la “amenaza de los indios”, que era constitutivo a la integridad del territorio, ya que el gobierno nacional no tenía control sobre un tercio del actual mapa argentino. Dominar a cualquier costo a los indios se convirtió en una de las prioridades del período. Pero como en toda ejecución de política existen matices, desde lo moderado a lo extremista, ejemplificados aquí por dos personajes arquetípicos: Adolfo Alsina y Julio Argentino Roca.

Alsina fue ministro de Guerra de Avellaneda. En el año 1875 se propone dominar unos 10.000 km2 al oeste de Buenos Aires protegiéndolos de los malones por un inmenso foso, la “Zanja Alsina”. Su plan no es concluido, aunque se llegan a construir más de trescientos kilómetros, y es considerado un fracaso. Alsina muere de una enfermedad agravada en la frontera y lo sucede en el cargo Roca, ambicioso general que sería luego presidente de la nación por dos períodos.

El pensamiento gradual de Alsina se puede vislumbrar en algunas de sus frases; dice en 1875: “Empezar por cubrir la línea del Río Negro, dejando a la espalda el desierto, equivale a querer edificar reservando para lo último los cimientos. El Río Negro, pues, no debe ser la primera, sino por el contrario la línea final en esta cruzada contra la barbarie, hasta conseguir que los moradores del desierto acepten, por el rigor o por la templanza, los beneficios que la civilización les ofrece”. La idea de Alsina es integrar al indio, no exterminarlo: “El plan del Poder Ejecutivo es contra el desierto para poblarlo, y no contra el indio para destruirlo”. Para interpretar este episodio en función de nuestra tesis principal –cómo la pampa modifica las estrategias de dominio y rechaza las inapropiadas–, es importante tener en cuenta la desproporción entre el objetivo y los recursos disponibles. Entiéndase lo desmesurado del esfuerzo: se trataba de la construcción de una defensa fija en el territorio, una inmensa línea que permitiera delimitar, en el vacío pampeano, dónde acababa la civilización y comenzaba la barbarie. A falta de un límite natural, el objetivo era crear una frontera artificial.

Alsina contrata a un ingeniero francés, Alfredo Ebelot, quien proyecta una zanja protectora de 100 leguas (más de 400 km) consistente en un foso de tres varas (2,60 m) de boca por dos varas (1,73 m) de profundidad y un parapeto de césped al lado interior de vara y media (1,30 m) de altura. En 1877 no existía en Argentina ningún medio mecánico de excavación y el trabajo, que comprometía un movimiento de tierra de 45.000 metros cúbicos por cada kilómetro de avance, debía hacerse a mano, en el medio del desierto, donde llevar las palas y picos era dificultoso y se trabajaba con soldados harapientos y mal alimentados.

¿Fue la Zanja un error estratégico, una locura personal de Alsina, una táctica efectiva mal ejecutada o en realidad funcionó, pero su éxito fue ocultado para favorecer métodos más violentos contra el aborigen? Un poco de todo. La idea de una defensa lineal en medio de la pampa parece descabellada. Las estrategias de construcción de parapetos, fosos y murallas implican tener lugares claves, como pasos montañosos, recodos de ríos, rodear ciudades. Lo extraño es la construcción de una línea para prevenir las invasiones, que no sólo puede ser saltada, sino también rodeada. El poder del lugar se impone aquí al control humano: en una interminable planicie cartesiana la única línea posible es la recta. Y casi rectos fueron los trescientos kilómetros de la Zanja Alsina.

¿Cuánto había de locura personal? A veces la gente que llega al poder consigue llevar adelante planes descabellados, pero que están interpretando el “espíritu de los tiempos”. Alsina basó la construcción de la zanja en una idea existente, más sentimental que lógica, sobre la necesidad de prevenirse de alguna manera de los ataques de los indios. Dice Alsina: “Contraje toda mi atención a combinar un plan que permitiera ocupar de manera permanente una nueva y avanzada línea de frontera. Me proponía con ello, no suprimir totalmente las depredaciones de los bárbaros sino hacer imposible las grandes invasiones y difícil las pequeñas”. Por otra parte, los intereses comerciales –locales y europeos– estaban presionando fuertemente para poner en producción toda la pampa, y no sólo la parte que podía quedar habilitada tras la zanja. Dejar al indio vivo, aún tras una defensa eficiente, implicaba el riesgo de que un malón arrasara con todo. Y ciertos sectores políticos –representados por Roca– necesitaban una campaña gloriosa aunque fuera falsa, demostrar que en una guerra agresiva el ejército nacional había doblegado a un enemigo mortífero y no que se había quedado esperando tras una defensa neutra. Sin embargo, la lucha contra el indio no tenía nada de gloriosa. Dice Alsina: “En lo que a mí respecta, confieso que me inspira tristeza la lucha cuerpo a cuerpo entre el cristiano y el indio. Uno de los primeros con su coraza y armado como lo está vencerá siempre, saliendo ileso, a diez de los segundos, que nada tienen que los resguarde y con su chuza despreciable”. Pero esta táctica gradual fracasa. Alsina muere de una imprevista enfermedad. La zanja, al desaparecer su principal impulsor, es abandonada y queda inconclusa. Luego de la muerte de Alsina, Roca queda al frente del ministerio de Guerra y ejecuta la feroz campaña que preconizaba, llevando las fronteras del país hasta el Río Colorado, en la Patagonia, pero en realidad en esta guerra casi no hay batallas masivas: los indios habían sido vencidos por las enfermedades traídas por los cristianos y particularmente en ese año, diezmados y corridos por una intensa sequía. Roca tiene que llevar a un periodista a su campaña para que adorne los hechos y “ganar” la Conquista del Desierto en los diarios porteños. Así terminó, sin siquiera una evaluación de su rendimiento, la historia de la Zanja Alsina.

Epílogo

Vista de lejos, la estación de servicio parecía haber sido próspera alguna vez, pero ahora tenía nada más que un surtidor de gasoil para los tractores y otro de nafta súper por si pasaba alguien en apuros. El aceite que anunciaba la propaganda hacía años que no se fabricaba más.

O. Soriano, “Una sombra ya pronto serás”, 1990.

Como se comprobará al llegar hasta aquí, en este trabajo no existen pruebas absolutas ni certezas propias ni bibliográficas. Se podría decir que nuestra forma de pensarlo es similar a la estructura geológica de la pampa: aluvional, en forma de lentos sedimentos, compuesta de infinitas capas cuya única conexión aparente es el hecho de superponerse. En este corte acumulativo del suelo pampeano se pueden leer las explosiones de volcanes primitivos, los avances y retrocesos del mar sobre la tierra, la existencia y desaparición de extraordinarios animales prehistóricos y en las últimas capas geológicas, leve como un suspiro, las primeras puntas de flecha de los primitivos habitantes y poco después, algunos instrumentos de labranza abandonados, campos en barbecho, fertilizantes. Una zanja larga y absurda cruza por algún lado. Se podría seguir hablando de estos temas eternamente, recorriendo cada vez con mayor profundidad las constantes de este paisaje: la inmensidad, el silencio, el horizonte infinito. Dice Borges, en su cuento “El fin” (1944): “Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos o lo entendemos pero es intraducible como una música”. Hasta aquí hemos escuchado lo que dice el pasado de la región. Queda ver cómo llega la pampa al siglo XXI.

En los millones de años en que estuvo poblada sólo por animales y en los diez mil años que estuvo poblada por los aborígenes, la pampa fue una vastísima llanura indiferenciada, con los 360 grados de horizonte libres al observador, sin árboles que pudieran perturbar la mirada, sin accidentes geográficos visibles. Un tapete verde bajo el cielo. Ni siquiera el poderoso afán civilizatorio del Imperio Español pudo con ella. “Naturalmente, el primer gran problema de la fundación de la ciudad argentina debió consistir en la necesidad de saber, con previa certeza, dónde había que ponerla, y qué había que hacer para que luego prenda en esa tabula rasa selvática o pampeana en que ha ido a dar, cuando alcanza a estas regiones, la hazaña española… Pues acontece que al llegar a las llanuras argentinas la conquista carece ya de puntos de referencia concretos y precisos; en cierto modo, de pretexto y objetivo visible” (Canal-Feijoo, 1951).

La necesidad de expansión del capitalismo del siglo XIX –hablamos de sólo cien años atrás–, puso en funciones y globalizó para dominio de todo el planeta (y enriquecimiento de unos pocos) los frutos de la pampa. Y para eso necesitó conquistarla, cruzarle redes múltiples: la telaraña radial del ferrocarril, con sus estaciones prototípicas repetidas a la vera de los pueblos; el telégrafo y sus enhiestos postes importados de otras regiones; el plano tejido de las rutas automovilísticas y su acompañamiento de surtidores y paradas; la casi invisible urdimbre de los alambres de púa marcando los potreros; la parafernalia de silos, graneros, molinos y depósitos necesarios para extraer el jugo de la tierra y concentrarlo hasta llevarlo a la ciudad. Durante poco más de cien años, la pampa fue la civilización en Argentina y su exitoso modelo de explotación fue extrapolado hacia otros territorios del país. Aparentemente, la pampa indiferenciada había dado paso a una estructura territorial firme, con un hilado lógico de pueblos unidos según la racionalidad de la explotación capitalista.

Nada es eterno. La salvaje reconversión neoliberal iniciada con la hiperinflación de 1989 –que significó una brutal transferencia de ingresos de los sectores asalariados a las grandes empresas, y la destrucción de la resistencia social a los cambios–, tuvo como puntales la privatización de todos los servicios públicos, entre ellos los ferrocarriles y las rutas: los ramales ferroviarios que no dieran estricta ganancia, fueron cerrados. Desmontadas y vendidas como fierro viejo sus vías. Fue el tiro de gracia para los pueblos que durante casi un siglo habían vivido pendientes de la llegada del tren.

Las rutas que unían puntos importantes y, por lo tanto, eran rentables fueron también privatizadas. Los caminos principales se llenaron de puestos de peaje. El resto quedó huérfano de mantenimiento y los pozos y baches se acumularon. En pocos años esa red laboriosamente labrada sobre el territorio pampeano se desactivó, quedando unas pocas líneas troncales. La pampa vuelve lentamente a ser una planicie indiferenciada. Paralelamente, las telecomunicaciones –también privatizadas– empiezan a ocupar un lugar preponderante: los avances en comunicaciones han inventado al “ciberespacio” como el sitio virtual en donde se realiza el intercambio informacional. Internet es ya parte de la vida de los privilegiados que puedan acceder a ella. No son imprescindibles las redes físicas, ni los traslados materiales: una mínima antena o un delgado cable alcanzan. Nada más parecido a la pampa original que este espacio virtual: en él tampoco hay horizontes cercanos, ni diferencias entre puntos. También aquí se necesita una percepción especial para no perderse entre la marea de información.

Parecería que, luego de un breve interregno positivista en el cual la pampa perdió su indeterminación para llenarse de signos y erizarse de molinos, montes de árboles importados y silos, la llanura pampeana vuelve a verse homogénea. Una última comparación ilustra esta idea: los cambios en los precios de los alimentos han hecho que, de la variada producción existente hasta hace poco, se haya pasado a un sistema de virtual monocultivo, la soja. “Un frágil desierto verde”, dicen las entidades ecologistas que denuncian los peligros de la pérdida de riqueza genética, ya que depende de las semillas y los insumos externos, vendidos por un par de multinacionales de la agroindustria. Los poderosos herbicidas que se utilizan destruyen toda forma de vida que no sea la soja, que tiene incluida artificialmente en su mensaje genético una clave para resistirlos.

Este comentario final no es apologético, sino meramente descriptivo: la red virtual descrita no es democrática, ya que se produce en un clima de gravísima exclusión social, el más profundo en la historia del país: nunca hubo tanta desocupación y la recesión profunda y al final la falta de pago de la deuda externa fue el precio pagado por la baja inflación de la década del noventa. La plantación masiva de soja tampoco es para paliar el hambre de la población argentina, sino para exportar a lejanos mercados. Pero lo cierto es que el ciberespacio tiene notorios parecidos con lo que fue la pampa hasta el siglo pasado. Tal vez sea necesario que unos viajeros nos demuestren nuevamente nuestras propias singularidades, o podamos inventar otra vez una pléyade de escritores que piensen el país. O tal vez afloren nuevos caudillos informáticos, como surgieron los primeros caudillos de lo más profundo de la Argentina. Después de todo, hasta un día antes de que ocurriera, nadie preveía una revuelta como la del Ejército Zapatista de Chiapas, México, y su poderosa idea americanista.

Procurando con este leve aporte contribuir a un cambio, se termina de escribir este ensayo desde Mar del Plata, una ciudad costera de la pampa, con vista despejada hacia el oeste, el inmenso horizonte de la llanura, el infinito. Es nuevamente tarde y el sol se oculta tiñendo como siempre todo el cielo. Tras los siglos parece escucharse el silencio de los indios.


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