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Cultura y poder: el consumo de carne bovina en Colombia

Cultura e poder: consumo de carne bovina na Colômbia

Culture and power: consumption of beef in Colombia

Íngrid Johanna Bolívar*
Alberto Guillermo Flórez Malagón**


* Politóloga e Historiadora. Investigadora del Centro de Investigación y Educación Popular –Cinep– y del Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.

** Politólogo e historiador. Doctor. Profesor Asociado Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.


Resumen

El artículo presenta líneas de indagación para comprender cómo se construyó el consumo de carne de res como una práctica hegemónica en Colombia, especialmente en la primera mitad del siglo XX. El texto insiste en la necesidad de situar las preguntas por el consumo en un mapa amplio que permita ir más allá de las explicaciones económicas para entender las distintas racionalidades sociales, culturales y políticas implícitas en los diversos usos del ganado. Además, sugiere que la evolución del consumo de carne es inseparable del desarrollo de la economía cafetera y es funcional a las formas de diferenciación territorial y social que la acompañan.

Palabras clave: consumo, poder, cultura, regiones colombianas, ganadería, carne bovina.

Resumo

O artigo apresenta algumas das linhas de questiomamento para compreender como foi construído o consumo de carne de vaca como uma prática hegemônica na Colômbia, especialmente na primeira metade do século XX. O texto insiste na necessidade de localizar as perguntas pelo consumo em um mapa amplo que permita ir além das explicações econômicas para entender as distintas racionalidades sociais, culturais e políticas implícitas nos diversos usos do gado. Além disso, sugere que a evolução do consumo de carne é inseparável do desenvolvimento da economia cafeeira e é funcional às formas de diferenciação territorial e social que a acompanham.

Palavras-chave: consumo, poder, cultura, regiões colombianas, pecuária, carne bovina.

Abstract

This article introduces interpretative references to study how meat consumption became a consolidated hegemonic practice in Colombia, especially after the first half of the Twentieth Century. The text discusses how the problem must be understood beyond its economic rationality to explore also cultural and political rationalities in order to explain the different uses of cows, especially when they were designated to meat consumption. The text also shows how coffee exports and regional and social differentiations are part of the explanation for meat consumption adoption.

Key words: consume, power, culture, colombian regions, livestock, meat.


Introducción

El texto contiene algunas de las líneas de indagación que orientan la investigación “Ganaderías consumo de carne en Colombia: un estudio transdisciplinar”1. El objetivo general de la investigación es comprender cómo logra convertirse el consumo de carne de res en una práctica hegemónica en el país en la primera parte del siglo XX; se exponen algunas de las principales reflexiones conceptuales que orientan el proyecto y se reseñan, de manera global, algunos de los descubrimientos que se han realizado a través de la consulta de distintas fuentes históricas.

La consolidación del consumo de carne bovina en Colombia no se explica solamente como resultado del crecimiento de la demanda y la oferta. La pregunta por un tipo específico de consumo alimenticio es al tiempo una pregunta por la forma como se organizan y se representan culturalmente las relaciones entre los grupos humanos, la “naturaleza” y los “animales”. Escoger el consumo de alimentos, sirve de excusa para concretar el interés por estudiar los procesos de construcción de hegemonía y desarrollar interpretaciones que vinculen prácticas productivas y de consumo, con la formación cultural y política de los grupos humanos.

La investigación más amplia presta especial atención a los actores sociales que participan y reproducen los discursos y las representaciones que dan lugar a dichas prácticas. Entre estos actores se hace especial referencia a los grupos de interés económico, los técnicos y los científicos, así como a los diversos agentes estatales. Cada uno de ellos dinamiza y participa de los procesos de diferenciación social que se generan en toda experiencia humana. Y que, incluso en el caso de la alimentación, que parece obvia, “natural” y neutral ante los ojos de los distintos grupos implicados, opera como un espacio para producir y consolidar formas de poder más amplias.

Como distintos analistas han mostrado, experiencia humana y formas de poder son dos caras de la misma moneda. En el estudio del consumo de carne bovina es posible amarrar los procesos de expansión territorial, la conformación de grupos de poder, las cambiantes relaciones entre los grupos sociales y la naturaleza, el desarrollo y la reproducción de innovaciones productivas y tecnológicas, así como la conflictiva producción de representaciones sociales sobre el territorio, los grupos, entre otras cuestiones. La problemática elegida permite observar las novedosas estrategias desplegadas por diferentes actores en distintos momentos y con el interés de imponer o promover una determinada práctica. Además, el estudio del consumo de carne y su significado cultural deja ver las distintas lógicas o racionalidades sociales que compiten o confluyen en la regulación de una determinada práctica social y en donde las tradicionales distinciones disciplinares entre economía, política y sociología se revelan escandalosamente inútiles. Como se verá más adelante, el consumo de carne de vaca no es sólo una actividad alimenticia, ni una “actividad económica” exclusivamente, sino una forma específica de vinculación entre los grupos humanos, “el medio ambiente”, el ganado, y las sociedades regionales. Construir el consumo de carne de res como un problema de investigación para la primera parte del siglo XX es una apuesta por entender cómo se producen y se naturalizan ciertas prácticas, cómo el medio ambiente facilita o impide esos procesos y cómo ambos inciden en los procesos de formación de identidad y de diferenciación social entre clases, géneros, edades y cualquier otro referente útil para la constitución de jerarquizaciones y subalternidades.

1. La ganadería, ¿una actividad económica exitosa?

“… el beneficio más verdadero que proporcionan (los ganados) es el estiércol; el precio que se consigue de la venta de sus productos o de su carne está lejos de compensar el precio de los pastos que han consumido” (De Monvel, 1874: 485). Esta cita de un libro de divulgación científica de finales del siglo XIX nos remite a una problemática amplia acerca del uso del ganado vacuno en el país, por lo menos hasta la segunda mitad del siglo XX. Se trata de la aparente poca importancia dada en la cotidianidad y en la economía nacional a ciertos usos de los cada vez más abundantes ganados. El descuidado aunque importante consumo de carne, y el muy lento crecimiento de su mercado interno, así como la poca dinámica exportadora del sector, indican que la gran presencia de ganaderías en el país debe explicarse desde sus inicios por una racionalidad que va más allá de sus beneficios económicos potencialmente más importantes.

Ciertamente, cuando la historia agraria y los relatos de los ganaderos se refieren a la industria ganadera en Colombia, y a sus posibilidades económicas, a menudo la caracterizan como una empresa poco rentable. Por ello resulta necesario desviarse de una explicación solamente económica, para referir igualmente las garantías sociales y culturales2 implícitas en la posesión, aparente o real, de ganado. Tales garantías sugieren motivaciones alternativas a la económica para explicar la permanencia de las ganaderías, su papel en la evolución de las sociedades regionales y la presencia tardía pero importante del Estado en la expansión ganadera. La revisión de distintas fuentes3, entre las que se encuentran diversos estudios de historia económica y social, investigaciones específicas sobre la trayectoria de algunas redes de poder local y sus actividades empresariales, crónicas municipales, prensa local de zonas ganaderas en la Costa Caribe y otros departamentos, tiende a mostrar que la ganadería en Colombia se desarrolló, sobre todo, como un mecanismo de afianzamiento y autoproducción de clases sociales regionales dominantes. Así por ejemplo, llama la atención que en la publicidad de la prensa local de varios municipios del antiguo departamento de Bolívar (primera mitad del siglo XX) aparezcan de forma insistente avisos sobre distintas actividades económicas que al presentar al agente responsable o propietario, insisten en que se trata de un ganadero. Abundan los avisos sobre “ganadero y comerciante”, “ganadero y agricultor”. Incluso cuando se trata de prestamistas el nombre del personaje aparece seguido de “ganadero”. Desde nuestra perspectiva es reveladora la insistencia en el “estatus social”, en la “respetabilidad” y “confiabilidad”, en el tipo de “respaldo” que augura a cualquier actividad el hecho de que en ella estén comprometidos “los ganaderos”.

En términos estrictamente económicos, la ganadería aparece como una actividad relativamente improductiva, pero en torno a ella se generaron complejos mecanismos de articulación social y de defensa de los privilegios de ciertos grupos territoriales. En esa dirección puede leerse el relato biográfico del general Burgos, reeditado recientemente, y en donde se reconstruyen con detenimiento diversos avatares que tuvieron que enfrentar la casa Burgos y la hacienda Berástegui por su interés de hacer más productiva la tierra y de apoyarse para ello en la explotación ganadera, entre otros recursos. Es muy significativo que en una zona ganadera como ésta en el departamento de Córdoba, gran parte de los esfuerzos de innovación tecnológica y productiva se hayan concentrado en el azúcar y el petróleo y con mucha dificultad en la producción de carnes para el packing house. Ahora bien, que sobre la ganadería no se hicieran mayores esfuerzos productivos no niega su importancia social ni sus devastadoras consecuencias en términos ambientales. Consecuencias que le han permitido a la literatura ambiental de las últimas décadas en Latinoamérica, caracterizar la ganadería como una plaga de gran potencial destructivo para los suelos y los recursos naturales. (Melville, 1994; Ponting, 1991; Parsons, 1993).

No obstante, el crecimiento de las ganaderías y su influencia en el desarrollo político y económico del país sólo se impuso de manera definitiva durante la fase inicial de la modernización en la primera mitad del siglo XX. En efecto, es en este período cuando el Estado centralista comenzó a fortalecerse y los ganados –siguiendo el liderazgo de la economía cafetera y su impacto demográfico interno– se expandieron más rápidamente. En este punto es importante comentar que al igual que otras actividades económicas, la ganadería está profundamente regionalizada en las primeras décadas del siglo XX y es inseparable de las transformaciones sociales y ambientales características de la economía de agroexportación que caracterizan el final del siglo XIX y gran parte del siglo XX colombiano. En términos de una periodización inicial sobre el desarrollo de la ganadería, o más puntualmente del consumo de carne de res en el país, sabemos que tal práctica está fuertemente emparentada con la consolidación de la economía cafetera y de los espacios de urbanización y diferenciación social que ella propicia.

Aquí es importante hacer una aclaración. El desarrollo de la economía cafetera y los esfuerzos de centralización del Estado aumentan las posibilidades de estudiar la evolución de la práctica de consumo de res. En otras condiciones, ella permanece sumergida en el flujo de la vida diaria, cotidiana, a la que se accede parcialmente mediante las crónicas y los recuerdos de la vida municipal que en ocasiones publican las alcaldías locales o las casas editoriales regionales. Más adelante se retoma el punto economía cafetera-expansión del consumo de carne de res, por ahora lo importante es recalcar que sólo a mediados de la primera parte del siglo XX, esto es hasta los años treinta y cuarenta, los intereses de ganaderos e incluso de funcionarios estatales lograron ahondar en las tradiciones españolas que habían implantado el esquema extensivo de la producción, así como el consumo de carne bovina desde la Colonia. Esquema que, sin embargo, no había logrado convertirse en alternativa económica frente a los productos agrícolas, ni en referente nutricional dominante frente a las estrategias alimenticias tradicionales, y que en estos años va a afianzarse con la urbanización, la creciente importancia de los discursos nutricionales e higienistas y la incorporación de nuevas tecnologías a la vida diaria.

La cuestión central aquí es que la investigación sobre el consumo de carne exige cierta comprensión de las dinámicas sociales implícitas en el “tener ganado”. Distintas fuentes apuntan a que no se trata de una actividad económica por sí misma, precisamente porque la diferenciación entre economía natural y economía monetaria en el país aún estaba en ciernes. Es el caso de algunas fincas en las que los trabajadores comen carne de animales sacrificados en el propio predio y esa alimentación es parte de lo que se les “paga” por el trabajo. No existe en ese sentido la mediación del dinero, sino que se trata de una economía en la que no es clara o perfectamente discernible la noción de “recurso” y la de “valor de cambio” 4. Así las cosas, la investigación sobre el consumo de carne de res no puede partir de una pacífica y ahistórica caracterización de la actividad económica de la ganadería, sino de una presentación de los distintos “usos” del ganado y de la constatación de que en torno a él confluyen distintas formas de racionalidad y de poder.

2. Los usos del ganado

La historia de Colombia hasta la mitad del siglo XX ha sido de colonización de las fronteras internas. Desde tiempos coloniales los ganados, bovinos especialmente, se constituyeron como los “ocupadores” y más adelante “celadores de la tierra”. Ellos jugaron un papel central en el asentamiento de las fronteras, que a su vez dependió ecológica y económicamente del establecimiento de pastos. El ganado bovino arribó a América con el segundo viaje de Colón en 1493. Para el siglo XVII los ganados vagaban de forma silvestre gracias a su rápida adaptación y reproducción. Bastaron tres o cuatro décadas para que gigantescas manadas llegaran incluso a suponer un peligro para la agricultura (Fedegan). El ganado jugó un papel prominente en la confiscación de tierras, la subyugación de los pueblos nativos y el desplazamiento de los grupos poblacionales desde los valles más fértiles hacia zona menos ricas para la agricultura.

A partir de los procesos de ocupación por demarcación de territorios ganaderos, proceso que se intensificó solamente entrado el siglo XIX con la aparición de las cercas permanentes (Patiño, 1985: 316), los ganados fueron especialmente utilizados para lograr ganancias directas, sin mayor inversión de capital. Otro autor explica “que los abundantes pastos… eran el sustento de los animales que al reproducirse aumentaban el patrimonio de sus propietarios” (Rojas de Perdomo, 1993: 119); patrimonio que, ayer como hoy, está relacionado con el prestigio, del cual la actividad ganadera es un importante indicador (Parsons, 1993: 38). Los usos del ganado que se empezaron a generar con este crecimiento casi vegetativo de las manadas fueron diversos. Contamos entre ellos el transporte de carga, la utilización de la grasa para producir jabones, unos cuantos usos industriales de la carne fresca y otros menores y ocasionales de los derivados del ganado. Pero las prácticas más relevantes derivadas de la existencia de ganados desde el siglo XVI fueron la explotación de los cueros y el consumo poco elaborado de leche y de ciertas partes de la carne.

Aunque el consumo de carne aparece como una constante a partir de la Colonia, con frecuencia está referenciado como consumo de tasajo o carne seca y casi siempre en condiciones de salubridad muy pobres. Es más: hasta bien entrado el siglo XX la carne bovina se refería en las fuentes como comida de pobre, incluyendo allí las dietas de indios, soldados rasos, obreros, mineros. El consumo de carne debe situarse en este mapa amplio de usos del ganado, que adicionalmente revela una forma particular de relación de los grupos humanos con los animales.

3. ¿Y la carne?

Phanor Eder, agudo observador de la economía colombiana a comienzos del siglo XX, insistía en que “la ganadería es sin duda la mayor de todas las industrias colombianas, y se encuentra en todo el país” (Eder, 1913: 152). No obstante, tenemos claro que a comienzos del mismo siglo el número de cabezas de ganado se había reducido dramáticamente por efecto de las guerras civiles y que, en referencia al tema de los mercados de carne bovina para el consumo interno, el panorama era desolador. Una de las limitantes más fuertes y permanentes para la circulación del ganado como mercancía fue el transporte. Ello determinó que los circuitos ganaderos de producción y consumo siguieran líneas muy definidas, crearan mercados relativamente aislados que rara vez se articulaban o que permanecieron al margen de la economía monetaria. Además de las falencias en transporte y su impacto en los consumos, se encontraban las condiciones de salubridad animal. A finales del siglo XIX, los centros de provisión de ganado –las llanuras de Oriente, Bolívar, Santander y Patía– eran esencialmente productoras del mal de ranilla o fiebre de Tejas, aunque esta “no era la única causa eficiente del mal entre los ganados” (Camacho, 1973: 151). Este es un asunto que afectaba no sólo el comercio de ganados y la industria de las crías, sino la salud pública. Sin embargo, con la experiencia del Packing House de Coveñas para la exportación a comienzos del siglo XX, se empezó a promover la idea de una producción y unos consumos más sofisticados, más rentables y organizados ahora desde una perspectiva capitalista. Ello coincidió con el crecimiento de las zonas urbanas, especialmente en Bogotá y Medellín, que se constituirán en la primera mitad del siglo XX en los mayores consumidores de carne en el país. El caso antioqueño fue especialmente importante por el auge de la colonización cafetera y la consolidación de una dieta carnívora que creó un grupo importante de consumidores en esa región. Uno de los espacios sociales más importantes promotores de tal idea fueron las ferias de ganado urbanas, el sistema imperante para la venta de ganado en Colombia.

Sin embargo, todavía en los años cincuenta en pleno auge de las ferias, extensas zonas ganaderas continuaban aisladas de los esfuerzos de regulación del consumo de carne y la comerciaban en condiciones que impedían o limitaban las posibilidades de control estatal y de pública regulación monetaria: “Nosotros (Cesar, Guajira, Magdalena, Atlántico y Bolívar) no tenemos ninguna feria comercial ganadera y la comercialización interna del ganado se hace prácticamente en los corrales de las fincas a las cuales acuden los compradores sin competidores en la transacción, y sin que quede ningún rastro de la operación diferente al relato de los protagonistas. Algo parecido se refería de la ganadería de Arauca en donde el tipo de ganado y la forma de negociarlo, siempre en pie, hacen que esta región tenga unas características de comercialización diferentes” (Araújo, 1981: 196).

Pese al auge de la demanda urbana, aprovechada especialmente por los empresarios antioqueños que explotaban las sabanas del Sinú, los ganaderos de las zonas más antiguas y accesibles del país tenían que lidiar con la fuerte competencia que representaban las técnicas extensivas en donde virtualmente no existían los costos de producción (Currie, 1981: 20).

Dentro de este espectro de oportunidades e iniciativas económicas se puede empezar a observar una división importante entre grupos ganaderos. Los pioneros, aquellos que se aventuraban en el ejercicio de una racionalidad económica moderna, insistiendo en aventuras exportadoras, principalmente hacia Panamá y las islas del Caribe, o en esfuerzos de integración al mercado interno, y otro grupo que mantenía la ganadería como un mecanismo de apoyo a actividades extra-económicas. En conjunto, el efecto social y cultural más importante fue la preservación de un orden de explotación extensivo que incluye hasta la actualidad la defensa de la tierra ganadera por encima de criterios ambientales y sociales, especialmente cuando ésta entra en conflicto con las sociedades campesinas, o cuando se instaura en zonas de selva tropical húmeda. Para los propósitos del texto es útil insistir en que esta diferenciación regional y social implícita en el desarrollo de la ganadería condiciona y enmarca las preguntas por el consumo de carne y su significado cultural. Una cosa es tal consumo en medio de los esfuerzos del Estado y algunos ganaderos por expandir y “crear” un mercado nacional, inmersos en los procesos de urbanización y diferenciación social y otra cosa es el consumo de carne circunscrito a las economías no monetarizadas o no “formalizadas” de las que habla Araújo atrás y en las que las transacciones económicas y las propias prácticas de consumo no pasan por la regulación estatal. El mismo término consumo, con su tufillo “económico”, no puede desviar nuestra atención de las relaciones de poder en que aquel tiene lugar.

4. Consumir carne: quién y para qué

El consumo de carne de res no constituye un objeto de preocupación explícita y autónoma entre los distintos actores sociales en la primera mitad del siglo XX colombiano. Aparecen referencias sueltas a la importancia de la carne en medio de discursos expertos sobre nutrición, mejoramiento de la raza, desarrollo de la economía exportadora, y expansión de la ganadería. Pero en ningún caso se encuentra un discurso explícito más o menos sistemático, sobre el consumo de carne y su “significado” nutricional o social. Tal hallazgo es muy revelador de la fuerza que adquieren ciertas representaciones y prácticas sociales a pesar de su carácter reciente. En la actualidad, en diversos grupos poblacionales el consumo de carne es asociado a estatus, a comida de un grupo privilegiado. Sin embargo, hace apenas medio siglo no había en torno a esta práctica un discurso articulado que lo convirtiera en indicio de diferenciación social. A pesar de la ausencia de un discurso sistemático sobre el asunto, se han identificado distintas coyunturas históricas y modalidades de consumo de carne anteriores a la mitad del siglo XX. Ciertamente, en las guerras de Independencia la carne seca fue uno de los alimentos más fáciles de manipular. Se dio origen así a una práctica de consumo de baja calidad y destinada a los soldados más pobres, y más adelante a los obreros y a los pobres a secas. En los ámbitos urbanos, específicamente en Bogotá, para las últimas décadas del siglo XIX, y pese a estar presente en las diversas enumeraciones de los alimentos que se encontraban en el mercado o se consumían de forma cotidiana, según lo describen los relatos de viajeros y cuadros de costumbres, la carne no era un plato indispensable. En su viaje desde Cali hacia Cartago, a bordo de un vapor, Michel Serret, un viajero francés, describía la “colación” del medio día compuesta: “de un caldo en el que nadaban unos granos de arroz, de un pedazo de carne en conserva, muy extraña en un país tan rico en ganado como en el que estábamos, de rebanadas o tajadas de banano, de un huevo que no era ni frito ni cocido y de una imperceptible porción de dulce” (resaltado nuestro) (Serret, 1912: 80). A comienzos del siglo XX las quejas en torno a la poca variedad, la baja calidad y las pésimas condiciones de higiene en la comida colombiana son abundantes en los diarios de los viajeros: “la comida que se sirve… es muy mala para un colombiano, pero para un extranjero es realmente insoportable. La sopa, esto es un plato de carne generalmente salada, y cuando es fresca, dura como la piel de un hipopótamo. Una fuente de lentejas o fríjoles, y plátanos, cocidos, asados, fritos, en rebanadas…” (Cané, 1992: 72). Otro viajero de la época se quejaba de que “en Cali nos comimos, a pesar de nuestro juicio en contra, una especie de carne, negra y azulosa; me recordó la ‘extraña carne’ de Antonio y Cleopatra, que algunos mueren al mirarla” (Isherwood, 1994: 99). El irremediable menú aparece una y otra vez en los relatos y constata la poca elaboración que se daba al consumo de la carne, invariablemente seca o en mal estado5.

En la cotidianidad de los poblados, de acuerdo con los mismos viajeros, la oferta de alimentos era enormemente diversa y todavía menos centrada en el tema de la carne bovina.

En conclusión, parece que aunque el consumo de carne de vaca existía como una constante desde tiempos coloniales en casi todas las regiones colombianas, se consumía carne de muy baja calidad y en una proporción que variaba enormemente dependiendo de las regiones. Eso, por lo menos hasta la mitad del siglo XX. Además, el consumo de carne no siempre recibía una valoración superior a la de otros alimentos tradicionales. Es importante en todo caso diferenciar el consumo de carne en el discurso culto de la comida que se expresa en los recetarios, por un lado, y por el otro su lugar en la cocina popular de las distintas regiones. En estas últimas, el consumo de carne de res tiende a situarse en un continuo que implica consumo de vísceras, consumo de carne salada, hueso y otras partes del animal. En este punto es útil insistir en que, por un largo tiempo, las dietas tradicionales y regionales no se vieron alteradas por los consumos europeizantes de los más pudientes. Se requería la presencia de nuevos avances tecnológicos en la preservación casera e industrial de alimentos y la adopción más intensa de modelos civilizatorios europeos por parte de las clases urbanas dominantes, para proyectar de manera definitiva el predominio del consumo de carne6. La adopción de electrodomésticos que permitían la conservación de la carne y la emergencia de culturas urbanas orientadas por una creciente oferta y publicidad de los ganaderos más dinámicos, facilitaron la incorporación de la carne como referente de la dieta cotidiana. El uso de la tecnología de refrigeración, por ejemplo, generó algunos conflictos sociopolíticos y actualizó las antiguas diferenciaciones entre unos consumos civilizados y otros primitivos7. Además, hay que tener en cuenta que a lo largo de las primeras décadas del siglo XX tienen lugar interesantes discusiones sobre los hábitos alimenticios de los colombianos en medio de debates sobre el papel del Estado en el desarrollo económico, las formas de instrucción y la promoción de la higiene. Los alimentos se encontraban ligados a la discusión sobre la transformación moral del pueblo y sobre el desarrollo económico del país. Así, por ejemplo, una de las ponencias presentada en el II Congreso Médico de Colombia en 1916 insistía en los vínculos entre alimentación y género de trabajo. Según el texto, “El trabajador intelectual…, que necesita un cerebro potente, capaz de un esfuerzo nervioso sostenido, es claro que ha menester de un alimento que suministre energía a la célula nerviosa, y ninguno para ello mejor que la carne. Del mismo modo que quien trabaja al aire libre, ejercitando sus músculos y economizando el cerebro, como el jornalero, lo natural es que busque aquellas substancias propias para fortalecer y desarrollar la fibra muscular, y entre éstas ocupan lugar prominente, los vegetales, como lo ha demostrado la experiencia” (Castro, 1916: 267-268). En una dirección similar se orienta en 1937, la Revista Ganadería de Bolívar que publicó un artículo titulado “La carne y el trabajo intelectual”. El texto afirma que “para los países cálidos, los tropicales, (la) alimentación vegetariana, es comprensible para mantener el trabajo corporal y exigen [sic] escaso esfuerzo a la inteligencia. En un país culto con clima frío o templado, la alimentación vegetariana para la colectividad del pueblo, es inadecuada. El vegetarianismo retrocede intensamente ante el progreso cultural. Cuanto mayor sea el grado de cultura que desarrolla un pueblo, mayor el consumo de carne; allí donde progresa la ciencia y prospera el arte se come más carne…” (Revista Ganadería de Bolívar, 1937: 1269). Hoy en Colombia todavía es frecuente escuchar en el lenguaje común que el “pollo es comida para viejitos”8 o que “las verduras son para los conejos”. Hay varias referencias de este tipo en revistas universitarias o sectoriales, en las memorias de los ministerios e incluso en artículos de prensa. Lo interesante es constatar que el consumo de carne en la primera parte del siglo XX colombiano estuvo atado a diferenciaciones regionales, sexuales, raciales, climáticas y laborales, entre otras. El análisis sistemático de este tipo de diferenciaciones es necesario para entender la forma y los contenidos que asumen los procesos de construcción de hegemonía y las relaciones entre sociedad y naturaleza en un contexto de colonialismo interno como el colombiano. Por otros estudios sabemos que el consumo de carne ha sido asociado en contextos occidentales principalmente con el papel de la masculinidad9. La ubicación de este| consumo en un sistema sexogénero expresa la dominación de actitudes patriarcales que incluyen la concepción de la fuerza y la violencia, en lo que algunos autores llaman una política sexual de la carne (Adams, 1990). A menudo la carne se asocia con los hombres, los vegetales y otras comidas no carnívoras son vistas como comida de mujeres, lo cual, además las hace indeseables para los hombres. En efecto, las mujeres y los grupos subordinados, considerados grupos de segunda clase, se asocian con comida de segunda clase en culturas patriarcales: vegetales, frutas y granos antes que carne (Adams, 1990: 26). Es necesario saber qué formas específicas asume ese consumo en el contexto de economías de agroexportación y colonialismo interno; cómo medio ambiente, cultura y poder dan forma y delimitan una práctica alimenticia determinada cuyas condiciones de sostenibilidad ambiental y política implican una severa transformación de los grupos y sus relaciones. El consumo de carne revela con toda su fuerza lo lejos que está el mundo de la alimentación de aquel de la necesidad natural. En efecto, hay una estrecha compatibilidad, por no decir complicidad, entre aquellos hábitos de pensamiento que tienden a considerar lo ambiental como un asunto de “recursos naturales” y aquellos otros que insisten en la alimentación como una “necesidad”, como algo carente de mediaciones. El examen de los diversos procesos sociales que convergen en la constitución del consumo de carne de res como una práctica hegemónica, como un espacio para la diferenciación y discriminación social, delata cómo en aquello que sentimos más nuestro –lo que nos gusta comer– habita toda la sociedad. En aquello que sentimos como menos intervenido, nuestras preferencias gastronómicas, está operando también una historia de discriminación y de conflicto. Ahora bien, es claro que tal práctica no se impone por el interés ciego o mecánico de algún sector social. Más bien, en torno a ella se atan diversas relaciones de interdependencia social. La hegemonía involucra todo el tiempo lo que se ha llamado “la ambigüedad de los consentimientos”. Y es que no se puede acusar a un médico como Jorge Bejarano, Ministro de Higiene en los años cuarenta de querer implantar la dominación de los ganaderos por constatar que las albúminas de la carne de res mejoraban la nutrición de los grupos humanos. Pero sí se puede y (se debe) estudiar cuáles ideas sobre nutrición se desarrollan, amparadas en qué versiones médicas y por qué triunfan ésas y no otras en el tipo de regulaciones impuestas o promovidas desde el Estado. Detrás del surgimiento y la consolidación del consumo de carne de res como un consumo deseable y diferenciador, así como del desprecio de consumos de carne de monte o de vísceras no hay un actor social todopoderoso, pero sí unas redes, unas iniciativas y unas formas de relacionarse entre los grupos territoriales que no es inocente, que promovió una particular ocupación y uso del espacio y que de manera sostenida ha tendido a empobrecer a unos y a consagrar a otros. En esa dirección debe leerse la importancia del desarrollo de la economía cafetera en la propia expansión del consumo de carne de res, en la urbanización y diferenciación social de amplios valles interandinos. La construcción del consumo de carne como una práctica hegemónica es inseparable del creciente predominio de unos actores sociales regionales en la política y en la vida económica nacional, pero tampoco se explica linealmente por la fortaleza de aquellos.

Consideración final

El estudio del proceso de adopción y expansión del consumo de carne en Colombia ofrece importantes oportunidades analíticas para comprender la construcción de los procesos de hegemonía. Aunque tal consumo fue traído por los colonizadores y aunque se realizó durante mucho tiempo en condiciones de gran descuido, tanto desde el punto de vista de la oferta de carne como de las condiciones de su ingesta, aparece revestido hoy de cierta “naturalidad” y “respetabilidad social”. Distintos procesos históricos han promovido esa transformación del lugar del consumo de carne entre nosotros. En efecto, los esfuerzos por consolidar una economía de exportación, la colonización permanente de las fronteras, el crecimiento de los centros urbanos al calor de la economía cafetera y la diferenciación regional y las iniciativas estatales en materia de salubridad, instrucción e higiene publicas son factores importantes. Lugar destacado merece el uso de distintos discursos típicos de la modernidad que transformaron los hábitos alimenticios de los colombianos, a partir de una racionalidad particular que involucra desde el uso de nuevas tecnologías para la conservación y manipulación de la carne, hasta los discursos médicos que privilegiaban su consumo. El desarrollo conflictivo y no teleológico de esos distintos procesos dieron al consumo de carne un destacado puesto en el complejo de las hegemonías socializadoras que definieron el mundo del poder y las identidades en Colombia. La historia de este consumo es la historia de la constitución y diferenciación de economías y poderes regionales, de los procesos de autoconstitución de unas élites y de sus esfuerzos de separación con respecto a otros grupos sociales. La trayectoria del consumo de carne revela la lenta y conflictiva producción e imposición de modelos de sociedad, en los cuales los consumos culturales son una de las variables más sensibles. El estudio muestra hasta ahora que en los procesos de producción e imposición hegemónica en Colombia convergen conflictivamente diversas “racionalidades” y que la posibilidad de comprender el tipo de orden social que se configura en el país depende de nuestra capacidad de entender como poder, cultura y medio ambiente delimitan un conjunto de prácticas sociales que sirven de escenario para un permanente ejercicio de diferenciación.


Citas

1 Investigación realizada con el apoyo de la Vicerrectoría Académica de la Universidad Javeriana y de Colciencias.

2 No incluiríamos tan explícitamente para el caso colombiano la variable política, como en el caso clásico de Venezuela, en donde sí se establece una clara alianza entre la dictadura de José Vicente Gómez y el desarrollo de la industria ganadera. Véase Doug Yarrington, “Cattle, Corruption, and Venezuelan Sate Formation During the Regime of Juan Vicente Gómez, 1908- 1935” en: Latin American Research Review, Vol. 38, No. 2, 2003, pp. 9-33.

3 Dado el espacio editorial, decidimos no incluir una lista extensa de las fuentes revisadas, sino más bien recalcar su distinta naturaleza y procedencia.

4 En el “proceso de la civilización”, Norbert Elías reconstruye con detenimiento los distintos procesos sociales que presionan el tránsito entre una economía natural y una economía monetaria. El autor insiste en que no hay nada natural ni necesario en ese tránsito e incluso deja ver que no alcanza un punto final, sino que en distintas sociedades y distintos tiempos, bienes diferentes pueden ser intercambiados por la vía del dinero. Este mismo punto le permite al autor resaltar la capacidad del dinero para trocar emociones y la elaboración social de la necesidad.

5 No desconocemos las “limitaciones” o los intereses que orientan las descripciones de los viajeros. En otro texto de próxima aparición en la Revista Memoria y Sociedad del departamento de Historia de la Universidad Javeriana presentamos una discusión sobre los “problemas” a los cuales se enfrentaban los viajeros y nos enfrentamos al leerlos y recalcamos el hecho de que los viajeros europeos también fueron objeto de un “proceso de la civilización” en el sentido valorativo que se suele dar al término. Véase Bolívar, Ingrid (2005).

6 En su trabajo sobre los cambios en la alimentación de los colombianos en el siglo XIX, Aída Martínez reseña la importancia de algunas innovaciones tecnológicas como el molino de carne a la inglesa y la nueva información disponible en torno a tipos de cortes de las reses. El otro adelanto importante es el sistema de congelado, adoptado en el ámbito industrial de manera tardía (1969) con respecto a Argentina, por ejemplo, cuya empresa de congelado para la exportación data de 1794. Véase: Lucía Rojas de Perdomo, op. cit.

7 La investigación ha documentado un interesante debate entre médicos higienistas y concejales de la ciudad de Girardot, en el que intervino el entonces Ministro de Higiene, Jorge Bejarano, para respaldar a los médicos que insistían en la importancia de refrigerar la carne y de comerla antes de que entrara en descomposición. Bejarano se queja amargamente de las dificultades de introducir tal práctica y de las peleas políticas que eso ocasiona en el país (1943: 481).

8 Conversaciones con ganaderos antioqueños (anónimos). Aeropuerto de Pereira, septiembre, 2003.

9 Una diferencia interesante es el caso de la India en donde la imagen de la vaca y la feminidad dominan sobre la imagen masculina del toro de casi todas las demás culturas.


Bibliografía

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