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El papel de los nuevos medios en relación con las formas emergentes de participación ciudadana

O papel dos novos meios de comunicação em relação às formas emergentes de participação cidadã

The role of the new media in relation to emerging forms of citizen participation

Maricela Portillo*


* Candidata al Doctorado en Periodismo y Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, profesora-investigadora de la Academia de Comunicación y Cultura, Universidad de la Ciudad de México. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.


Resumen

En este artículo nos interesa reflexionar en torno al papel que están jugando los nuevos medios en relación con las formas emergentes de participación pública. Partiendo de los casos de los movimientos antibélicos del año 2003 y las movilizaciones en España después de los atentados del 11- M, intentaremos demostrar cómo es que los nuevos medios –Internet– y los medios de comunicación personal –telefonía móvil–, colaboraron para que estas movilizaciones ciudadanas ocurrieran. Estos casos nos ponen a pensar cómo, en determinados momentos, los nuevos medios posibilitan la acción colectiva en detrimento de los medios convencionales, que siguen actuando con una lógica cerrada.

Abstract

In this paper, we are interested in a reflection about the role that new media are playing in relation to the emergent ways of public participation. From the cases of 2003 against war movements and mobilizations in Spain after the 3-11 terrorist attacks, we will intend to demonstrate how new media –Internet– and personal communication media –mobile telephony– collaborate in the occurrence of these civil mobilizations. These make us to think how, in some cases, the new media facilitate collective actions, while conventional media continue acting with inflexible logics.

Palabras clave: nuevos medios, espacio público, sociedad mediatizada, novísimos movimientos sociales, culturas juveniles, Internet.

Key words: new media, public sphere, mediatized society, very new social movements, youth cultures, Internet.


Comenzamos este artículo reflexionando en torno a la redefinición del espacio público en el marco de la sociedad actual para después ubicar en este contexto las formas emergentes de participación ciudadana. A continuación mencionamos, a manera de ejemplo, los casos de las movilizaciones antibélicas que se suscitaron en España en 2003 y las que se dieron a raíz de los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Después teorizamos sobre los nuevos movimientos sociales y el papel protagónico que algunos actores sociales, como los jóvenes, tienen. Cerramos el artículo con algunos planteamientos con relación al ciberespacio como generador de estas nuevas prácticas sociales que tienen lugar hoy en la llamada sociedad de la información.

Las transformaciones que acaecen en el nuevo espacio público

Conceptualmente resulta complicado seguir definiendo al espacio público desde los cánones tradicionales. Se impone, como diría Ferry (1998b), una redefinición sociológica:

El espacio público, que con mucho desborda el campo de interacción definido por la comunicación política, es –en sentido lato– el marco “mediático” gracias al cual el dispositivo institucional y tecnológico propio de las sociedades postindustriales es capaz de presentar a un “público” los múltiples aspectos de la vida social (Ferry, 1998: 19).

De esta definición se desprende una cuestión en la que nos vamos detener para discutir antes de continuar. Esta tiene que ver con la creciente mediatización de las sociedades contemporáneas, la cual acarrea varias cuestiones en términos de construcción del espacio público. En primer lugar habría que considerar el factor de la visibilidad. Los medios masivos de comunicación hacen visibles los asuntos de interés público y los muestran a los sujetos sociales. Además, delimitan el espacio en el cual son mostrados estos asuntos. Es en este espacio mediático en donde lo público adquiere sentido. La lucha por el reconocimiento social ha devenido en una disputa por la visibilidad, que puede verificarse cotidianamente en los espacios mediáticos no-localizados: “La lucha por hacerse oír o ver no es un aspecto periférico de las conmociones sociales y políticas del mundo moderno; todo lo contrario, es su característica central” (Thompson, 1998: 318).

Así pues, el espacio público configurado por los medios masivos de comunicación posee, entre otras, las siguientes características: “es un espacio indeterminado, incontrolado, espacio en el que se expresan nuevas e impredecibles formas simbólicas” (Thompson, 1998: 317). Es un espacio cuya materialidad se ha evaporado. Al estar definido en los límites mediáticos, la cartografía de este nuevo espacio público está reconstruyéndose con otros parámetros. Los mapas aún son imprecisos, pero podemos comenzar a situarlos en el imaginario mediático o virtual en el que hoy participan los actores sociales al ver la televisión, leer la prensa, escuchar la radio o interactuar con los nuevos medios.

Existen, sin embargo, según Ferry (1998b), algunas minorías que pueden sustraerle al espacio público una forma de comunicación política; esas minorías conformarían una especie de espacio público político que se contrapondría al espacio público social y estarían representadas por los periodistas, los actores políticos, algunos universitarios e intelectuales. Esta distinción presupondría que en el espacio social, habría algunos actores que dispondrían de una mayor información y, por ende, de una mayor participación en este espacio público político. El mayor manejo de la información partiría, a su vez, de un interés específico por la política, situación que tal vez se desprenda de su situación en el espacio social, y que presupondría una especialización en el tema y los convertiría en especialistas, voces capacitadas y legitimadas para hacerse valer en este espacio público político. Los integrantes de este inner circle constituirían, sin embargo, aquello que se suele denominar comunicación política (Wolton, 1998).

En la periferia de este espacio público político estarían situados los demás actores sociales que, más cuantitativa que cualitativamente, serían denominados dentro de esta perspectiva, como mayoría. Su repercusión en el espacio público político era significativamente menor en tanto que sus voces se diluían y sólo de vez en cuando aparecían registradas en los sondeos de opinión. Pero esta situación está cambiando.

El grado de participación pública está condicionado, en muchos casos, por la información obtenida a partir de estos canales mediáticos. Pero siempre existen intersticios a partir de los cuales se producen significados contrarios al discurso mediático hegemónico. Ocurre, sobre todo en momentos coyunturales, que se abre la posibilidad de construir un discurso social contrapuesto al que proponen los medios. Un ejemplo de esto ha sido la manifestación global del 15 de febrero de 2003, en la cual participó mayoritariamente gente anónima –outsiders– que, a pesar de estar socializada mediáticamente, fue capaz de constituir una respuesta colectiva –la manifestación– a un asunto de interés público –la guerra–. Los ciudadanos se plantaron frente a este tema y mostraron su opinión, contraria a la posición de sus gobiernos, como en el caso de España, y a la mayoría de los medios masivos de comunicación. Otro caso similar es la movilización ciudadana que se suscitó en España a raíz de los atentados del 11 de marzo de este año.

Formas emergentes de participación ciudadana

Es de nuestro interés relacionar los fenómenos de movilización, participación y construcción de una opinión pública mundial con un elemento que entra en juego hoy y que está comenzando a delimitar el campo de la política, la democracia y de la esfera pública. Nos referimos a Internet. Esta tecnología que ciertamente no es neutral, aunque sea así comprendida por algunos entusiastas, ha funcionado en algunos casos como herramienta de construcción de nuevas prácticas sociales y políticas. La tecnología no es en sí misma ni buena ni mala, pero no podemos pretender tampoco que sea neutral. Pensar, de acuerdo con el determinismo tecnológico, que la tecnología es un campo que se desenvuelve autónomamente de las fuerzas sociales, políticas, económicas e históricas que la han posibilitado, es una falacia. La poca intervención gubernamental o estatal ha ido dejando que sea el mercado el que imponga sus leyes. Comienza a prevalecer el discurso hegemónico de que el ritmo vertiginoso con el que avanza la tecnología es imparable y que nada puede hacerse al respecto. Esta actitud que prevalece en muchos de nuestros gobiernos es preocupante. Como bien señala Almirón (2003), esta unidireccionalidad no es tal. La lógica del avance tecnológico no es autónoma. Esto puede constatarse tan sólo con dar una mirada a los consorcios que están detrás. O para ser más contundentes: del gran consorcio que ahora mueve los hilos de esta tecnología de tanto impacto sobre distintas esferas de nuestra vida y que es Microsoft.

Sin embargo, no podemos negar que efectivamente Internet esté abriendo otras vías de acceso a la información y otras formas de organización política. A nivel de uso, situada en el plano de la cultura, se ha constituido como un arma eficaz para construir respuestas colectivas a los asuntos del bien común. En estos casos ha posibilitado nuevas formas de estar juntos y nuevas formas de convocatoria pública. La globalización muestra su cara humana en estos nuevos usos sociales de la tecnología. La emergencia de una opinión pública mundial y su consecuente movilización ciudadana deben sus posibilidades, en gran parte, a esta tecnología que permite construir proyectos desterritorializados que trascienden fronteras y dan forma a respuestas colectivas que enfrentan a la hegemonía de las fuerzas del poder político que peligrosamente se imponen en un mundo unipolar. Con esto no queremos soslayar el hecho de que los grupos que participan en Internet funcionan de acuerdo con la manera que se hace fuera de la Red. Queremos decir con esto que definitivamente no estamos proclamando aquí las bondades originarias de esta tecnología, pues está claro que los grupos de presión, que se canalizan a través de este medio, responden a unos intereses particulares. Por poner sólo un caso, citaremos el siguiente dato que ilustra muy bien lo que estamos señalando:

Los grupos de presión tradicionales, o lobbies, encuentran en la Red un medio de expresión y formación sin igual. Un buen ejemplo de cómo la utilización de la Red puede sensibilizar a los miembros del poder legislativo es el nodo estadounidense MoveOn.org, especializado en generar grupos de presión electrónicos. MoveOn.org nació con el caso Levinsky cuando canalizó más de 250.000 llamadas telefónicas al Congreso de los EE.UU. y más de un millón de mensajes de correo electrónico de ciudadanos que querían mostrar su oposición al proceso de impeachment a Clinton y a todos los recursos derrochados en este tema. MoveOn.org descubrió en ese momento el inmenso poder de la Red para agrupar a ciudadanos con opiniones comunes y constituirlos en auténticos grupos de presión virtuales. Después del caso Levinsky, MoveOn.org siguió promoviendo otras iniciativas relacionadas con el control de la posesión de armas, el desarme nuclear y la financiación de campañas electorales. Pero MoveOn.org no está solo. La cumbre del comercio internacional celebrada en Seattle el año pasado, la llamada Ronda del milenio, fue escenario de numerosas protestas antiglobalización y supuso la concentración de denunciantes de la violación de derechos humanos a la que conducen muchos acuerdos comerciales injustos celebrados en todo el mundo. No fue casual. Durante muchos meses antes la protesta se estuvo fraguando en Internet. Organismos como la World Trade Watch capitaneada por Lori Wallach fueron los culpables de que la cumbre fracasara. Esta empecinada luchadora contra las multinacionales y la globalización activó todos los mecanismos y resortes de denuncia necesarios a través de la Red y logró montar uno de los mayores grupos de presión, a escala planetaria, jamás vistos. Gracias a Internet, la WTW estuvo permanentemente bien informada de todo lo que acontecía en el mundo, fue capaz de montar una red de colaboradores mundiales y de convertir Internet en una herramienta utilísima para organizar la base de la democracia. El contacto directo, estrecho y constante que establecieron con todos sus colaboradores previamente a la Cumbre de Seattle habría sido imposible sin la Red (Almirón, 2003).

Ahora bien, sin intentar ignorar la forma en que los grupos que se organizan a través de la Red de alguna manera reproducen las dinámicas sociales, respondiendo a sus propios intereses como grupo, lo que nos interesa resaltar aquí son dos casos recientes en los cuales ha podido observarse como Internet ha posibilitado ciertas formas de participación pública.

Los casos de las manifestaciones antibélicas del año 2003 y las movilizaciones posteriores a los atentados del 11-M en España

Saramago1, como muchos otros intelectuales, investigadores o simples observadores de la realidad social, sostuvo a raíz de la manifestaciones antibélicas del año 2003 que ha nacido una nueva potencia mundial: la opinión pública. El escritor se refirió con esto a la fuerza que emanó de las manifestaciones públicas que se llevaron a cabo en todo el mundo, hecho que le permitió constatar el resurgimiento de este peculiar contrapoder. En aquel momento se hizo tangible en España, la presencia de este actor social: la ciudadanía, que se pronunció con fuerza y sin temor frente a la postura oficial mantenida por su gobierno. Las voces que resonaron bajo el grito de “¡No a la guerra!” ganaron visibilidad en un efecto inverso de la espiral del silencio, el ruido saltó a las calles, mostrando la multidimensionalidad de los nuevos movimientos sociales que reunieron distintas plataformas, que parecían disgregados, que unían distintos discursos, pero que bajo momentos coyunturales, como aquel, fueron capaces de cerrar filas bajo una misma consigna. La guerra ciertamente logra sacar a flote valoraciones que resuenan en el imaginario colectivo y que suelen despertar reacciones emotivas en los individuos, que los llevan a desmarcarse y a rechazarla bajo cualquiera de sus formas. Es éste uno de esos momentos altamente significativos, en los cuales, como bien señala Noelle-Neumann (1995), pueden observarse claramente los procesos de conformación de la espiral del silencio. Uno de los principales argumentos de la autora es que en el proceso de conformación de la opinión pública encontramos “la tendencia de unos a hablar más alto y de los otros a callar (lo cual) pone en marcha un proceso en espiral que progresivamente establece un punto de vista como aquel que logra ser dominante” (Noelle-Neumann, 1995: 44). En este caso, la postura antibélica se convirtió en el tema dominante entre la sociedad española.

Asimismo, los ciudadanos españoles fueron capaces de organizarse colectivamente a raíz de los atentados del 11 de marzo. Respondieron activamente a la manipulación informativa que el gobierno del Estado Español llevó a cabo en los días siguientes a esta tragedia y que posteriormente pudo ser constatada en los resultados de los comicios. Aquí los nuevos medios jugaron un papel determinante sin el cual resulta imposible explicar movilizaciones como estas. Internet, las weblogs y, por otro lado, la circulación de mensajes sms a través de los móviles permitieron convocar manifestaciones multitudinarias en el día previo a las elecciones generales del 14 de marzo frente a las sedes del Partido Popular. En este sentido, hay algunos autores como Eduard Voltas y Martxelo Otamendi (2004), autores del texto de reciente publicación “L’11M. Periodisme en crisi”, en el cual realizan un repaso crítico al periodismo que se ejerce actualmente. Los autores sostienen que tras los atentados del 11 de marzo, los medios de comunicación, en su mayoría, respondieron subordinándose a la manipulación ejercida desde el gobierno, siguiendo la línea que marcaba el Ministerio de Interior.

Las movilizaciones ciudadanas del 15 de febrero de 2003 y las posteriores al 11 de marzo de 2004 ponen de relieve la existencia de formas emergentes de participación pública que hoy son posibles gracias a los nuevos medios, pues en casos como estos que mencionamos los medios de comunicación tradicionales, en su mayoría, siguieron actuando de acuerdo con una lógica cerrada que pareciera ignorar que hoy en día la información circula por otros canales. Los ciudadanos pueden informarse y organizarse a través de Internet. Resulta muy difícil pensar en la organización de movilizaciones de este tipo sin las posibilidades tecnológicas de las que ahora se disponen. Ciertamente el papel de Internet ha sido decisivo en este momento. En el caso de las manifestaciones antibélicas del 2003 en España, pudo observarse cómo la gente fue convocada fundamentalmente a través de Internet, tanto es así que pudieron coordinarse distintas manifestaciones en muchas ciudades del mundo. Pero no todo se agotaba en la red. Se complementaba con los mensajes de telefonía celular para anunciar las distintas movilizaciones que fueron sucediéndose una tras otra en los días previos y posteriores a que la guerra estallase. Y las calles se llenaban. Situaciones similares se vivieron en los días posteriores a los atentados del 11 de marzo: frente a la cobertura de la televisión y la prensa2 que estuvo en todo momento manipulada por el gobierno, los ciudadanos comenzaron a informarse por Internet de versiones distintas a la que oficialmente se difundían en los medios españoles y que señalaban a ETA como responsable de esos actos. Es por eso que señalamos que en estos casos, Internet ha funcionado como una herramienta útil para convocar y coordinar acciones entre las distintas plataformas que hacen activismo. Hay, en este contexto, ciertos grupos sociales que van tomando protagonismo en estos nuevos o novísimos movimientos sociales (Feixa, Costa y Saura, 2002), como es el caso de los jóvenes.

Juventud y participación: los novísimos movimientos sociales

Los clásicos movimientos sociales, surgidos a principios del siglo XIX y vinculados sobre todo al movimiento obrero, permanecerán asociados como tales hasta la década de los veinte. Se caracterizaban por plantear “la creación de un orden socioeconómico y político totalmente nuevo, donde se contemplaba una redistribución del poder” (Feixa e t al., 2002: 10). Aunque estos movimientos sociales solían estar compuestos por grandes grupos de jóvenes, no es sino hasta la década de los sesenta que el joven cobra un protagonismo real en el escenario público; a partir de esta década es que puede hablarse propiamente de movimientos sociales juveniles. Emerge aquí la juventud como una nueva clase, enarbolando la vanguardia de una sociedad e introduciendo grandes momentos de ruptura generacional, tanto a nivel político (plasmado sobre todo en los movimientos estudiantiles) como a nivel cultural (el rock, la sexualidad, la estética). Este momento marca la irrupción de los nuevos movimientos sociales (Primavera de Praga, Mayo del 68 y el Movimiento Estudiantil de Tlatelolco en México). Los nuevos movimientos sociales estarían conformados por grupos de jóvenes que se unían a partir de fines comunes y no de una pertenencia social. Uno de los aspectos más relevantes que presentan estos nuevos movimientos sociales es el reclamo público de los temas hasta entonces considerados de interés privado. Con esto, lo público adquiere una connotación más amplia, al ser relacionado con los aspectos civiles y sociales.

Los novísimos movimientos sociales, a su vez, están caracterizados por su heterogeneidad, descentralización y estructura no jerárquica. Entrarían en esta clasificación “aquellas movilizaciones colectivas que surgen en la era de la globalización y que utilizan las nuevas tecnologías como forma de comunicación e instrumento de lucha” (Feixa e t a l., 2002: 16). Estos movimientos, con un carácter profundamente local y demandas extremadamente globales, están logrando convocar –en algunos casos con mucho éxito– a jóvenes (y no tan jóvenes) de muchos sitios.

Ahora bien, ¿en qué radica la especificidad de estos novísimos movimientos sociales? Castells (2003) afirma que hay tres rasgos que son fundamentales en la interacción de Internet y los movimientos sociales. El primero, es que asistimos en la sociedad fuera de Internet, a una crisis de las organizaciones políticas tradicionales. El segundo, los movimientos sociales en nuestra sociedad se desarrollan, cada vez más, en torno a códigos culturales y a valores. Y el tercero es que cada vez más el poder funciona en redes globales, y la gente tiene su vivencia y se construye sus valores, sus trincheras de resistencia y de alternativa en sociedades locales. Internet permite la articulación de los proyectos alternativos locales mediante protestas globales, que acaban aterrizando en algún lugar, pero que se establecen, se organizan y se desarrollan a partir de la conexión global que permite Internet.

En México, el movimiento zapatista constituye un antecedente de movimientos de este tipo ya que, desde sus inicios, utilizó esta nueva herramienta de comunicación para hacerse visible en el nuevo espacio público mundial. Tenemos antecedentes de las movilizaciones antibélicas con relación a la guerra de Irak, en las contracumbres: los movimientos del Foro Social de Porto Alegre o antes en Seattle, Praga y Génova. El campo tradicional de la política está siendo desbordado; la política hoy se está haciendo en la calle. En este sentido, resulta interesante resaltar el activo papel de los jóvenes, aunque indudablemente no puedan ser caracterizados estos como movimientos exclusivamente juveniles, pese a que ellos han sido grandes protagonistas. Lo que sí han logrado es movilizarse en torno a una causa común, que en este caso se condensaba en el No a la Guerra.

Si aceptamos la existencia de los novísimos movimientos sociales, debemos aceptar que también existen nuevas temporalidades y espacialidades que están impactando las prácticas de los actores sociales. En esta reconfiguración espacio-temporal se están plasmando nuevas sensibilidades que dan cuenta de la crisis de la política y de los relatos con los que convencionalmente han sido leídos estos fenómenos sociales. En México, la sociedad red es aún una posibilidad que no resulta significativa en relación con Europa o con algunos países sudamericanos, por ejemplo, Argentina o Colombia, que tienen gran tradición en la utilización de Internet como herramienta de movilización y organización ciudadana. El escenario en México ciertamente es otro. Pero las prácticas juveniles locales serán –si no es que están siendo ya– impactadas por las dinámicas globales. ¿De qué manera? No lo sabemos tadavía. Los escenarios en lo que a nuestra región se refiere no son muy alentadores. La brecha digital es muy grande y podemos vislumbrar una fractura social que puede ya comenzarse a observar entre los que tienen acceso a las tecnologías de la información y los que no lo tienen. Entre los enchufados y los desenchufados.

Estos movimientos aún incipientes y sobre los cuales no se puede teorizar claramente, sino apenas aventurar algunas hipótesis, nos interesan en tanto formas de participación que nos hablan de una nueva sensibilidad juvenil por la que hoy atraviesa lo político. Cabe señalar aquí esto que sostiene Almirón (2001) con respecto a las formas en que la esfera de lo político se está transformando con Internet:

Para que Internet pueda realmente servir de instrumento político a ciudadanos y políticos es menester que la Red sea una vía de comunicación accesible para todos. Esta accesibilidad requiere que la conexión a Internet sea tan universal como la conexión telefónica lo es en los países desarrollados, y que el uso de las tecnologías de la información sea tan sencillo como el de cualquier electrodoméstico. De lo contrario, Internet sólo será una herramienta política para unas élites de ciudadanos civiles y/o políticos. Para que exista una democracia digital primero debe existir una sociedad digitalizada. Hay que perseguir lo segundo para poder aspirar a lo primero. (Almirón, 2001).

En esas arenas, aún movedizas, se están disputando los múltiples sentidos de la dimensión pública, en la cual la política no represente sólo los viejos rescoldos de una generación que ya tuvo su tiempo de lucha, sino un espacio vital de articulación social. En medio de este telón de fondo, los jóvenes se están moviendo hoy en día. Son estos los sonidos de nuestro tiempo, o como diría Ortega y Gasset: el espíritu de nuestro tiempo (1970: 35).

El ciberespacio: configurador de nuevas realidades sociales

El ciberespacio, posibilitado por la tecnología, constituye un espacio virtual, distinto del espacio físico. Sus coordenadas espaciales están desterritorializadas, si entendemos por territorialización la materialidad física del espacio “real”3 . Esta nueva forma de espacio configura, a su vez, una realidad que, aunque alude a una “realidad real”, opera con una lógica distinta en cuanto a gramáticas de escritura y lectura, lo cual provoca nuevas formas de interacción social. El ciberespacio ocupa un “espacio virtual”. De acuerdo con el lenguaje de la tecnología de la información lo virtual se contrapone a lo físico (Kleinsteuber, 2002). En esta tecnicidad4, se insertan nuevas prácticas sociales y, a su vez, emergen nuevos sujetos sociales que interactúan en un espacio no físico. Tal vez sea ésta una de esas discontinuidades de las que habla Giddens, que hoy por hoy están intensificándose aún más y cuyas consecuencias apenas preveemos. Internet constituye un nuevo espacio público, que va más allá incluso del descrito por Wolton, en el que hacía referencia a las transformaciones que los medios masivos de comunicación estaban provocando en el espacio público “ilustrado”. En este nuevo –que tal vez deberíamos llamar novísimo– espacio público, están emergiendo nuevas formas de ciudadanía mundial tramadas en redes sociales, configuradoras, a su vez, de lo que algunos autores, como Maffesoli o Martín-Barbero, entre otros, llaman nuevas formas de estar juntos. físico. Tal vez sea ésta una de esas discontinuidades de las que habla Giddens, que hoy por hoy están intensificándose aún más y cuyas consecuencias apenas preveemos. Internet constituye un nuevo espacio público, que va más allá incluso del descrito por Wolton, en el que hacía referencia a las transformaciones que los medios masivos de comunicación estaban provocando en el espacio público “ilustrado”. En este nuevo –que tal vez deberíamos llamar novísimo– espacio público, están emergiendo nuevas formas de ciudadanía mundial tramadas en redes sociales, configuradoras, a su vez, de lo que algunos autores, como Maffesoli o Martín-Barbero, entre otros, llaman nuevas formas de estar juntos.

Las nuevas tecnologías de la información, que han hecho posible Internet, implican diferentes modos de circulación del saber. Se abren nuevas posibilidades de socialización del conocimiento, que en principio nos podrían poner a pensar en que esta socialización implicaría un acceso a la información más democrático e igualitario5. Sucede, sin embargo, que, a pesar de que Internet ciertamente se caracteriza por una fluidez de información que ha posibilitado la existencia de sitios –espacios virtuales–, en los cuales es posible plasmar plataformas que canalizan inquietudes y propician la participación de ciertos grupos sociales que difícilmente encontrarían otro medio para poder hacerse escuchar y para poderse organizar, también es cierto que abre una nueva desigualdad con respecto a aquellos que no tienen acceso a este nuevo espacio.

El ciberespacio vuelve a hacer evidentes las diferencias sociales que existen en el “mundo real”. En este sentido, coincidimos con Schiavo, quien señala que:

hoy, el ciudadano está ante la posibilidad de actuar en una nueva dimensión espacio temporal: la del espacio virtual, pero al mismo tiempo está compelido a hacerlo bajo una nueva tensión: la que se da entre el territorio presencial, donde persisten las lógicas propias de la modernidad, centralmente las del Estado-Nación, y el territorio virtual, espacio sin fronteras donde los modos de regulación están aún por definirse (Schiavo, 2000: 65).

Frente a esta situación, para que la participación de los actores sociales, como ciudadanos plenos de derechos en la red, fuera realmente democrática tendrían que resolverse antes al menos cuatro cuestiones fundamentales:

  • La presencia: que presupone la existencia en la red. Para que ello ocurra, deberíamos –todos– tener derecho a una dirección electrónica que nos dotase de identidad en el ciberespacio. En este caso, el e-mail tendría las funciones del carnet de identidad.
  • El acceso: otorgado por un servidor que funcione en red. El acceso a la Red debería presuponer un acceso universal. Todos tendríamos derecho a acceder a la red sin tener que pagar costo alguno.
  • El capital: poseer los conocimientos adecuados para actuar en esta plataforma. La alfabetización en este nuevo medio resulta un factor central para que todos los individuos puedan moverse en él. Promover el conocimiento de los intersticios de la red, sus formas de funcionamiento que posibilitaran no sólo la lectura, tal como ocurre hoy, que la gran parte de los sujetos que se mueven en Internet son unos analfabetos funcionales, que desconocen la especificidad del lenguaje electrónico y que, por consiguiente, sólo son usuarios del medio.
  • El habitus: lo que implica tener incorporados los mencionados conocimientos a “los modos de hacer las cosas”. No es suficiente contar con el conocimiento, es necesario integrarlo a los modos de percibir, pensar y actuar, lo que tampoco nos remite a un corto plazo (Schiavo, 2000: 67-68).

En el proceso de construcción del ciberespacio, se pone en discusión el papel de los actores sociales que ahí se desenvuelvan. Al constituirse como nuevo –o novísimo– espacio público, se abren paradójicamente dos posibilidades. La primera, que se reproduzcan las contradicciones y desigualdades que ocurren en el “espacio real” y la segunda, que se abra la posibilidad de construir una sociedad más horizontal en donde pueda empezar a construirse una cultura más participativa e incluyente. Nos inclinamos más a pensar que la primera es la que se está imponiendo. Lo que sí es cierto es que en este escenario, “los derechos de los ciberciudadanos pueden llegar a ser tan laxos o tan etéreos, que en términos prácticos signifiquen poco o nada” (Trejo Delarbre, 2000: 54). Este mismo autor señala que, un poco a manera de ejemplo y, en todo caso, como precedente, pueden citarse las propuestas de Robert B. Gelman6 y de Susana Finquelievich7: el primero sugirió en 1997 una Declaración de los Derechos Humanos en el ciberespacio y la segunda propuso un documento sobre derechos ciudadanos en la Sociedad de la Información. Son estos dos antecedentes interesantes los que nos llevan a reflexionar en el activismo en las redes y en la preocupación por vigilar y regular la actividad social y política en el ciberespacio. Es esta una discusión de los derechos y las reivindicaciones ciudadanas que emula las que existen en las grandes ciudades del mundo no virtual (Trejo Delarbre, 2000: 55)

Conclusiones y un par de preguntas

Es muy difícil saber hoy qué sucederá con esta tecnicidad. Pueden, sin embargo, vislumbrarse algunas posibilidades. Existen varios pensadores que caen en el fatalismo y vaticinan la descomposición (o el fin) de lo social. El análisis de estos autores se asemeja mucho al pensamiento de los apocalípticos respecto de la cultura de masas. Por otro lado, existen muchos entusiastas que ven en Internet una oportunidad para construir alternativas viables al orden social actual. A nosotros no nos parecen adecuadas del todo ninguna de estas dos posturas.

Como nos resistimos a pensar de una manera determinista, insistiremos a manera de conclusión, en que el desarrollo tecnológico no puede pensarse sin contemplar las condiciones sociales, políticas, económicas e históricas que lo posibilitaron. Queremos cerrar este artículo subrayando la necesidad de analizar estas formas emergentes de participación ciudadana que hoy están ocurriendo en otras latitudes y que se han caracterizado, entre otras cosas, por la utilización de los nuevos medios como herramienta de organización. Acá las cosas pintan de otro color, como se diría coloquialmente. No obstante, a nosotros nos parece pertinente analizar la repercusión que estos acontecimientos están teniendo en ciertos grupos sociales, como es el caso de los jóvenes. En México, como en muchas ciudades latinoamericanas, hay grandes diferencias sociales. El acceso a Internet es aún muy restringido entre la población en general. Sin embargo, hay “chavos urbanos” clasemedieros mexicanos, que sí tienen acceso a estas tecnologías de la información. Ellos, poquísimos en el caso de nuestro país con relación a los jóvenes que no lo tienen, serían los nuevos integrados. Son militantes de este nuevo pensamiento, jóvenes en su mayoría, socializados en esta cultura digital, que proclaman y plasman hoy en la red nuevas formas de estar juntos y participar públicamente. Están constituyendo con sus prácticas, ancladas en nuevas matrices culturales, aquello que Himanen (2002) ha dado ya en llamar la ética hacker y el espíritu de la sociedad de la información.

No obstante, las preguntas se abren con relación al resto de jóvenes que no han sido socializados en una cultura digital y que constituyen la mayoría: ¿de qué manera se están construyendo en nuestros países estas nuevas, si las hay, formas de participación ciudadana?, y ¿qué papel están jugando aquí los nuevos medios? Son preguntas que quedan en el tintero y sobre las que proponemos seguir trabajando.


Citas

1 En el discurso pronunciado en la Puerta del Sol en Madrid el sábado 15 de marzo, sitio de reunión de la manifestación convocada en esa ciudad. El discurso se transcribió íntegro en El País, 16 de marzo, 2003.

2 De hecho, El País difundió días después del 11 de marzo una crónica detallada de cómo fue manejada la información en los momentos posteriores a los atentados y de cómo el diario en particular recibió información expresa del jefe del gobierno de que la autoría de los atentados era de ETA, tal como parece que ocurrió en distintas redacciones, consulados y agencias de noticias internacionales con sede en España. La cadena radiofónica SER ha hecho pública su denuncia de la manipulación informativa del gobierno español en los días siguientes a los atentados y que costara la pérdida del Partido Popular el 14 de marzo.

3 Kleinsteuber (2002) afirma que los espacios de comunicación pueden considerarse “reales” en la medida en que pueden percibirse y aprehenderse en nuestra vida cotidiana. El autor considera que existe otro tipo de espacios que se contraponen a los “reales”. Él llama a estos otros espacios “imaginarios” o “virtuales” que caracterizan al espacio que suele nominalizarse con el prefijo “ciber”.

4 Martín-Barbero comentó en la conferencia Investigación y comunicación. Nuevos desafíos de la globalización, pronunciada el 10 de febrero de 2003 en la Facultad de Periodismo y Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, que entre la técnica y la tecnología media la tecnicidad, la cual se sitúa a nivel de la socialidad. La tecnicidad es una forma de cultura.

5 El filósofo francés Paul Mathias lo dice de manera tajante: “Internet no prefigura lo que podría ser una “ciberdemocracia”, porque no está constituida en virtud del acuerdo normalizado y normativo de un número más o menos grande de ciberciudadanos, en la periferia de un territorio tecnológico, o a través de las señas de identidad de la “sangre” o de la “cultura”. Los sistemas operativos son demasiado numerosos y lo que se comparte a través de ellos es justamente lo que no forma parte de la identidad de cada cual. Una comunidad internética, a cualquier nivel, no se apoya en el acuerdo, sino, más bien, en el encuentro de sus participantes, y no dura más que lo que dura ese encuentro” (Mathias, 1998: 49).

6 Puede encontrarse en http://www.arnal.es/free/info/declaración.html

7 Puede encontrarse en http://enredando.com/cas/cgi-bin/enredantes/plantilla.pl?ident=64


Bibliografía

  1. BAUMAN, Zygmunt, En busca de la política, Argentina, Fondo de Cultura Económica, 2001.
  2. CASTELLS, Manuel, La era de la información. Economía, sociedad y cultura. La sociedad red, Vol. 1, Madrid, Alianza Editorial, 1996. , “Internet y la sociedad red”, en: Debates Culturales, Institut de Cultura, Universitat Oberta de Catalunya, 2003. www.uoc.edu/web/esp/articles/castells/print.html (fecha de consulta: 18 de marzo de 2003).
  3. FEIXA, Carles, et al., Movimientos juveniles: de la globalización a la antiglobalización, Barcelona, Ariel, 2002.
  4. FERRY, Jean-Marc, “Las transformaciones de la publicidad política”, en: Jean-Marc Ferry y Dominique Wolton, El nuevo espacio público, España, Gedisa, 1998.
  5. HIMANEN, Pekka, La ética del hacker y el espíritu de la sociedad de la información, Barcelona, Destino, 2002.
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