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Movimientos sociales y nuevas prácticas políticas en Argentina. Las organizaciones piqueteras*

Movimentos sociais e novas práticas políticas na Argentina. As organizações ‘piqueteras’

Social movements and new political practices in Argentina. The ‘piqueteras’ organizations

Maristella Svampa**


* Este artículo retomó partes del libro, Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras, 2003, escrito por la autora, junto con Sebastián Pereyra.

** Doctora en Sociología de la Escuela de Altos Estudios Sociales de París. Profesora de la Universidad Nacional de General Sarmiento e investigadora del Conicet, Argentina. Email: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.


Resumen

En la Argentina de la última década emergieron nuevas formas de organización política y acción colectiva cuyas marcas mayores son la acción directa, la auto-organización y una importante dinámica asamblearia. Tres tipos de experiencias ilustran de manera diferente estas nuevas prácticas: las agrupaciones piqueteras (desocupados), las asambleas barriales y las fábricas recuperadas por sus trabajadores. Este artículo abordará algunos de los aspectos novedosos que presenta uno de estos movimientos, el que sin duda constituye, por encima de su diversidad ideológica, el fenómeno más disruptivo de los años 90: el movimiento piquetero.

Palabras clave: Movimiento social, movimiento piquetero, organización política, organización social.

Resumo

Na última década surgiram novas formas de organização política e ação coletiva na Argentina. Os mais importantes são ações diretas, auto-organização e uma dinâmica importante baseada em reuniões. Essas novas práticas são demonstradas por três tipos de experiências: organizações de piquete, reuniões de bairro e aquisição de fábricas por seus trabalhadores. Este artigo aborda alguns aspectos inovadores de um desses movimentos, o mais perturbador na década de 1990: o movimento ‘piquetero’.

Palavras-chave: movimento social, movimento piquetero, organização política, organização social.

Abstract

In the last decade, new forms of political organization and colective action have emerged in Argentina. The most important of them are direct action, auto-organization and an important dynamics based on meetings. These new practices are shown by three types of experiencies: picket organizations, neighborhood meetings, and taking of factories by its workers. This article is an approaching to some novel aspects of one of these movements, the most disrupting one in the 1990s: the ‘piquetero’ movement.

Keywords: Social movement, piquetero movement, political organization, social organization.


Introducción

En la Argentina de la última década emergieron nuevas formas de organización política y acción colectiva, cuyas marcas mayores son la acción directa, la auto-organización y una importante dinámica asamblearia. Tres tipos de experiencias ilustran de manera diferente estas nuevas prácticas: las agrupaciones piqueteras (desocupados), las asambleas barriales y las fábricas recuperadas por sus trabajadores. Este artículo abordará algunos de los aspectos novedosos que presenta uno de estos movimientos, el que sin duda constituye, por encima de su diversidad ideológica, el fenómeno más disruptivo de los noventa: el movimiento piquetero.

Para ello, dividiremos el artículo en dos partes. En la primera abordaremos la evolución y rasgos generales del movimiento piquetero, mientras que en la segunda, nos centraremos en la presentación de los aspectos políticos novedosos. Sin embargo, nuestra presentación no será lineal, sino que incluirá otras cuestiones, esenciales para entender los alcances y las dimensiones de la experiencia piquetera: entre ellas, un abordaje aunque sea inicial acerca de las características del proceso de descolectivización, del alcance de la heterogeneidad ideológica en el espacio piquetero, de la conflictiva relación con el Estado, en fin, las diferentes concepciones acerca del sujeto político y la cuestión –siempre espinosa– de la persistencia de la cultura peronista.

I. Breve genealogía y características del movimiento piquetero

a) Orígenes y corrientes del movimiento piquetero

Para comprender el origen de los nuevos procesos de organización y de movilización es necesario tener presente el contexto de transformación económica, social y política de la Argentina de los últimos treinta años. Estas transformaciones –ocurridas como corolario de la aplicación de políticas neoliberales–, terminaron por reconfigurar completamente las bases de la sociedad argentina. El proceso, marcado por el empobrecimiento, la vulnerabilidad y la exclusión social comenzó en los años setenta, con la última dictadura militar; tuvo su punto de inflexión entre 1989 y 1991, con la asunción de Carlos Menem al gobierno –momento en que se profundizan las políticas de apertura comercial y de reestructuración del Estado– y encuentra, por último, una aceleración mayor luego de 1995, con la acentuación de la recesión económica y un aumento desmesurado de la desocupación1.

Durante este período de grandes mutaciones, la sociedad argentina no contaba con redes de contención ni con centros de formación o reconversión laboral, al tiempo que era notable la ausencia de políticas estatales en la materia, todos ellos mecanismos necesarios para compensar los efectos de las progresivas medidas de flexibilización laboral o los despidos masivos que acompañaron los procesos de privatización y la modernización de empresas en el nuevo contexto de apertura comercial.

Por otro lado, recordemos que los grandes sindicatos nucleados en la Confederación General del Trabajo (CGT), de filiación peronista –igual que el gobierno de Carlos Menem– no se opusieron a las reformas, que virtualmente minaban sus bases de afiliación, sino que negociaron con el gobierno su supervivencia material y política y optaron por readecuarse al nuevo contexto económico y social2.

Así, al compás de estos cambios, nuevas problemáticas se instalaron en la sociedad argentina, como el aumento de las desigualdades sociales, la precariedad y, prontamente, la desocupación masiva. Sin embargo, desde el fondo de la descomposición social, nuevas formas de organización y de movilización fueron emergiendo. En efecto, a partir de 1996-1997, una parte de aquella Argentina sacrificada por el modelo neo-liberal e ignorada por los medios de comunicación hizo su irrupción en las rutas, impidiendo la libre circulación de personas y mercancías, en demanda de fuentes de trabajo. Estos primeros cortes de ruta se iniciaron en el interior del país, en las localidades petroleras (provincias de Neuquén y Salta), y tuvieron como protagonistas a los pobladores de comunidades enteras. Es allí que surge el nombre “piquetero” –aquél que organiza los piquetes, los cortes en las rutas–; el que, además de atraer la atención –de los medios y del sistema político– por su fuerza expresiva, representó una alternativa para todos aquellos para los cuales una definición como la de desocupados, resultaba intolerable. Especialmente para quienes habían sido –y aún se consideraban– trabajadores, la posibilidad de nombrarse “piqueteros” tuvo un poder desetigmatizador que facilitó la inclusión de esos sectores en las organizaciones. Un nuevo motivo de dignidad –que reemplazaba entonces la perdida dignidad del trabajo– podía comenzar a buscarse explorando y explotando la categoría “piquetero” y enterrando aquella de “desocupado”.

Es así que comienza la historia de pequeñas organizaciones locales de desocupados, definidas por fuera y en confrontación con las estructuras tradicionales del Partido Justicialista y de los sindicatos oficialistas, que más tarde pasaron a integrar en la mayoría de las veces, “federaciones” de escala nacional.

Ahora bien, aclaremos que desde sus orígenes mismos el movimiento piquetero nunca tuvo unidad ni fue homogéneo, sino que desde siempre estuvo atravesado por diferentes tradiciones organizativas y corrientes político-ideológicas. En rigor, el proceso de conformación del movimiento piquetero reconoce dos afluentes fundamentales: uno, reenvía a las acciones disruptivas, evanescentes y por momentos unificadoras, de los cortes de ruta y levantamientos populares registrados en el interior del país a partir de 1996, resultado de una nueva experiencia social comunitaria que aparece vinculada al colapso de las economías regionales y a la privatización acelerada de las empresas del Estado realizada en los años noventa; el otro, remite a la acción territorial y organizativa gestada en el Conurbano bonaerense, y ligada a las lentas y profundas transformaciones del mundo popular, producto de un proceso de desindustrialización y empobrecimiento creciente de la sociedad argentina que arrancó en los años setenta.

En otros términos, no es posible comprender la génesis ni el posterior desarrollo del movimiento piquetero si no establecemos esta doble filiación. Así, los conflictos generados en el interior del país representaron el punto inicial en donde una nueva identidad –los piqueteros–, un nuevo formato de protesta –el corte de ruta–, una nueva modalidad organizativa –la asamblea–, y un nuevo tipo de demanda –los planes sociales– quedaron asociados, originando una importante transformación en los repertorios de movilización de la sociedad argentina. En fin, la acción colectiva que tuvo por epicentro algunas regiones del Conurbano bonaerense contribuyó de manera decisiva al desarrollo de los modelos de organización, a escala nacional, así como también a la producción de los nuevos modelos de militancia, asociados íntimamente al trabajo en los barrios. En resumen, es la convergencia entre la acción disruptiva e identidad piquetera, el modelo asambleario y las puebladas del interior del país por un lado, y por otro, los marcos organizativos y el modelo de militancia territorial desarrollados de manera paradigmática en determinadas regiones, sobre todo en La Matanza y el eje sur del conurbano bonaerense, la que explica tanto la riqueza como la diversidad del movimiento piquetero, al tiempo que nos anticipa algo acerca de su fragmentación inevitable.

La heterogeneidad y la variedad de corrientes al interior del espacio piquetero son crecientes. Con el fin de presentar las organizaciones de desocupados más importantes, podemos dar cuenta de las diferentes orientaciones políticas. Estas se pueden comprender a partir de tres lógicas principales que están presentes, con peso desigual, en todos los grupos que se constituyeron en los últimos años: una lógica sindical, una político-partidaria y una de acción territorial. En primer lugar, las formas de organización de los piqueteros reconocen una fuerte impronta sindical, marcada ya sea por la intervención directa de sindicatos en la organización de desocupados –como es el caso de la Federación de Tierra y Vivienda (FTV), ligada a la Central de Trabajadores Argentinos–, o simplemente por la presencia de referentes que han tenido una trayectoria de militancia sindical.

En segundo lugar, los partidos políticos de izquierda que han aportado sus estructuras a los movimientos marcan la presencia de otra lógica distinta de organización. Así, el Polo Obrero (dependiente del Partido Obrero, de raíz trotskista), Barrios de Pie (Partido Patria Libre, suerte de populismo de izquierda), Movimiento Territorial de Liberación (Partido Comunista Argentino) o el Movimiento Teresa Vive (ligado al trotskista Movimiento Socialista de los Trabajadores), representan ejemplos paradigmáticos en los cuales la organización de desocupados es subsidiaria de sus orientaciones políticas. Aquí, la política en sentido institucional y electoral aparece como un objetivo claro a ser alcanzado.

En tercer lugar, muchas organizaciones piqueteras se generaron en torno de liderazgos de tipo barrial, frecuentemente con antecedentes militantes, pero que han mantenido una desvinculación total con las lógicas sindical y partidaria y, por tanto, han dado una impronta más localista y autocentrada a los movimientos. Como ejemplos pueden citarse a los distintos Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) que integran la Coordinadora Aníbal Verón o, incluso, a los diferentes movimientos de desocupados que se conformaron en el interior del país –como, por ejemplo, la emblemática Unión de Trabajadores Desocupados (UTD) de General Mosconi en Salta– y que decidieron no integrar ninguna de las grandes corrientes de nivel nacional.

En muchos casos, las lógicas de construcción política aparecen fuertemente entremezcladas en las organizaciones. Tal es el caso, por ejemplo, de la Corriente Clasista y Combativa (CCC) que, tiene una fuerte impronta sindical en relación con sus orígenes (y constituye la organización más numerosa a nivel nacional), al tiempo que la mayor parte de sus referentes son también militantes del Partido Comunista Revolucionario (PCR), de filiación maoísta; el Movimiento Teresa Rodríguez (MTR), agrupación independiente, de inspiración guevarista, o aún en el controvertido Movimiento de Jubilados y Desocupados (MIJD), que presenta un fuerte estilo movimientista, de gran exposición mediática, representan también casos en los cuales la lógica territorial y política aparecen entremezcladas y en tensión permanente.

b ) Las relaciones con el Estado

La trayectoria del movimiento piquetero conoce diferentes momentos o etapas. En primer lugar, las incipientes organizaciones de desocupados entablaron una relación conflictiva con el gobierno peronista de Menem, en muchos casos emergieron de una lucha “cuerpo a cuerpo” contra sus estructuras clientelistas locales (entre 1996 y 1999); desarrollaron una vertiginosa autonomía durante el gobierno de F. De la Rúa, constituyéndose en este período en un verdadero movimiento social organizado (1999-2001); tuvieron un protagonismo central en las grandes movilizaciones de 2002-2003, instalándose como un indiscutible factor de presión para el gobierno provisional de Eduardo Duhalde (2002-2003), así como del actual, comandado por Néstor Kirchner (2003).

Las relaciones entre organizaciones piqueteras y los sucesivos gobiernos constitucionales no han transcurrido por un único carril. Estas siempre han incluido estrategias y lógicas políticas diferentes, de acuerdo a niveles y jurisdicciones (provincia y nación), que alternan y combinan la negociación, la cooptación con la represión. En este sentido, en términos de negociación, la única política sistemática del Estado nacional para hacer frente a la progresiva crisis de empleo fue el lanzamiento, en 1996, del Plan Trabajar, política que mantuvo siempre (aún en su nueva reformulación del año 2002 –el Plan Jefes y Jefas de Hogar–) una marcada ambigüedad al no constituir ni un seguro de desempleo, ni una política asistencial ni una política de reinserción laboral, sino todas a la vez. Los “planes” (subsidios) fueron el núcleo que estructuró la política de contención del gobierno, convirtiéndose, con el correr de los años, en el centro de la negociación con las organizaciones, para poner fin a los cortes de ruta. Así, de un volumen inicial de aproximadamente 200.000 subsidios vigentes en 1997, esa cifra había aumentado a 1.300.000 en octubre de 2002. Actualmente, según estimaciones oficiales, el Plan Jefas y Jefes de Hogar alcanza a más de 2.000.000 de personas3. Es importante señalar que sólo cerca del 10% de estos planes sociales son directamente controlados por las organizaciones piqueteras.

Sin embargo, bien podría afirmarse que durante los noventa, más allá del otorgamiento de los planes sociales, la represión fue una de las variables configuradoras de la política neoliberal. En efecto, la vertiginosa pérdida de derechos (sociales, laborales) estuvo acompañada por el endurecimiento del contexto represivo, visible en el aumento y pertrechamiento de las fuerzas represivas. El ejemplo más elocuente fue el de Gendarmería nacional, que pasó del cuidado de las fronteras, al control y represión de los conflictos sociales provinciales. La represión abarca desde pueblos sitiados, asesinatos, hasta permanentes hostigamientos a dirigentes y militantes4. A su vez, la política represiva se acompañó por un proceso de judicialización de la protesta, que eleva a más de 3.000 los procesados, la mayoría acusados de“interrumpir el tránsito”, o bien, por el delito de “sedición”5.

Por último, otra de las estrategias desplegadas por los diferentes gobiernos respecto de las organizaciones piqueteras es la cooptación, a través de prebendas o más sencillamente de un “tratamiento privilegiado” dirigido a los sectores menos díscolos de la protesta. La hipótesis de la cooptación comenzó a perfilarse como una de las tendencias centrales a partir del gobierno peronista de Kirchner, en mucho alimentada por aquellos funcionarios y organizaciones sociales que ven en el nuevo presidente la posibilidad de un retorno a las “fuentes históricas” del justicialismo. Esa apuesta, que se vincula con las altas expectativas que el gobierno de Kirchner despertó en amplios sectores de la población, se apoya también en la existencia de determinados grupos muy cercanos al ideario nacionalpopular, al interior del cada vez más diversificado espacio piquetero. En efecto, la constelación piquetera incluye no solo aquellas visiones contestatarias de neto corte anticapitalista sino también un amplio abanico de organizaciones que reenvía una fuerte matriz populista6; todo lo cual vuelve a poner en el tapete, una vez más, el fuerte peso de la cultura peronista en los sectores populares.

Por otro lado, la estrategia desarrollada por Kirchner durante su primer año de mandato fue “exitosa”, no sólo en términos de cooptación de las corrientes afines, sino de control y de aislamiento del movimiento piquetero, sobre todo de aquellas corrientes que apostaron a la confrontación abierta con el gobierno7.

II. Nuevas prácticas, nuevos modelos de construcción política

La lectura que sostenemos aquí es que las organizaciones piqueteras han sido y son portadoras de valores sociales y políticos antagónicos, que interpelan y recrean las concepciones institucionalistas, tradicionales y dogmáticas de la política. Estos valores antagónicos hacen referencia a una concepción de la práctica y la construcción política, ilustradasde manera desigual, por diferentes organizaciones, a través de la acción directa, la dinámica asamblearia y las incipientes experiencias de autogestión.

Ahora bien, esto no significa ignorar que los movimientos piqueteros están atravesados por grandes tensiones, visibles tanto en la acentuada heterogeneidad ideológica como en fragmentación organizacional. Así, por ejemplo, tanto la proliferación de grupos, como el protagonismo creciente de los partidos de izquierda, plantean nuevas dificultades, no sólo respecto de la autonomía de la organización territorial, sino también de la manera como se articulan las diferentes dimensiones de la acción colectiva. Por otro lado, la fuerte presencia de componentes pragmáticos, parece vincular a los grupos a una dinámica más acorde a un “movimiento social urbano”, de tipo reivindicativo, que a aquella propia de un movimiento social antagónico. De hecho, estas cuestiones aparecen actualizadas en el presente. Sin embargo, por encima de estas tensiones, ciertos movimientos han logrado consolidar una práctica novedosa, disruptiva, orientada a la politización de lo social. Veamos de qué se trata ello.

a) La acción directa: las figuras del piquete

Desde un comienzo, los piquetes –los cortes de ruta– fueron la forma central como los reclamos de distintos sectores sociales afectados por el proceso de desestructuración económica, adquirieron visibilidad. Pese a que, en un principio, los piquetes tuvieron un carácter multisectorial (según lo ilustran los primeros cortes en el interior del país), están indisociablemente ligados a los reclamos de los desocupados, configurando sin duda uno de los ejes centrales de la historia piquetera.

En tanto metodología de acción directa, el piquete conoce diferentes inflexiones, pues puede tomar un carácter parcial o total, puede tratarse de un corte de ruta o un corte de acceso a empresas; más recientemente, puede tomar la forma de un “acampe” frente a las oficinas de un ministerio o secretaría de gobierno, puede ser seguido de una ocupación. En fin, con el tiempo, en tanto formato modular, el piquete fue insertándose en un espacio de tensión, atravesado por fuertes tendencias tanto a la disrupción, como a la institucionalización.

Como bien señala Pérez (2001), el piquete trajo consigo la vuelta de los “cuerpos” a la política argentina. Sin embargo, lo propio del piquete, en tanto nueva metodología de acción, es que éste estableció un nuevo umbral de significación del conflicto social, en el cual convergían la desocupación extrema y el hambre. En este sentido, la participación de las mujeres en los piquetes fue fundamental, pues éstas aparecieron como la expresión más auténtica e incuestionable de la situación de emergencia familiar y social. Así, las mujeres –en su mayoría acompañadas por sus hijos–, no solo se encontraron en el centro de la nueva protesta (siendo las primeras piqueteras, junto con militantes y ex-delegados sindicales), sino que –como ya había sucedido con las madres de Plaza de Mayo– en tanto vehículo “desideologizado” de las necesidades de la familia, contribuyeron de manera crucial a politizar el tema del hambre y la desocupación.

La nueva política de los cuerpos instaló las demandas en una dimensión material –el hambre, la urgencia de las necesidades básicas, conjugado con otros temas disruptivos, la desocupación masiva y la exclusión–. Esto explica su carácter altamente movilizador y por momentos irreductible, así como ayuda a entender ciertas resonancias ambiguas que su alta visibilidad –y más allá de la molestia objetiva–, produce en diferentes sectores de la población. Por un lado, en su carácter radical, el piquete tiende a poner de relieve la irracionalidad del actual modelo de acumulación, que demanda el sacrificio de una mayoría en nombre de la inclusión de una minoría. Por otro lado, como metodología de lucha, aparece como la única alternativa de visibilidad de parte de aquellos que lo han perdido todo, y a quienes el modelo vigente tiende a invisibilizar. Parte del carácter perturbador o irritante que posee el piquete en tanto formato de acción, no se debe solamente a que éste impide la libre circulación de personas y mercancías, o al estado de saturación al que conduce su reiteración sistemática (como producto del inevitable conflicto de derechos en el uso del espacio público). Si desde adentro, el piquete tiende a configurarse como el lugar de producción de una identidad positiva, desde afuera aquel tiende a aparecer como el espacio de producción de una alteridad amenazante, que da cuenta de la existencia de “otros mundos”, nunca demasiado lejos, en contextos de alta inestabilidad y movilidad social descendente como el que atraviesa la Argentina.

En otro orden, la reiteración del piquete como metodología de acción, por un lado, y la institucionalización de los planes sociales, como demanda, por el otro, han contribuido a la construcción de un estereotipo negativo sobre el cual se deslizan las lecturas reduccionistas y unilaterales del fenómeno piquetero, que tienden a ignorar las otras dimensiones –menos visibles y por ende menos espectaculares–, de la acción colectiva.

b) La inflexión asamblearia. Prácticas cotidianas y modelos de sociedad

Desde el origen, el movimiento piquetero desarrolló una fuerte impronta asamblearia. En su expresión más “ordinaria”, éste implica el desarrollo de prácticas de democracia directa, visible tanto en los diferentes niveles organizativos (local, regional, nacional), como en los diversos espacios de acción (la organización y vida cotidiana en el barrio, los piquetes y las movilizaciones). Sin embargo, el tipo y el grado de cristalización del modelo asambleario en los distintos espacios de acción está relacionado directamente con la lógica de construcción política de cada corriente. Así, las variantes existentes son numerosas, desde aquellas corrientes que colocan el modelo asambleario en el centro de la práctica política (entre ellos, los grupos independientes MTR, MTD, aunque también la CCC), y buscan profundizar las formas de la democracia directa; aquellas otras que insertan el formato asambleario dentro de modelos tradicionales de liderazgo, más bien de tipo movimientista (MIJD, FTV); finalmente, aquellas que tienden a limitar la potencialidad de la dinámica asamblearia a través de la creación de estructuras centralizadas de autoridad, en muchos casos, dependiente de los partidos políticos (PO, MTL, MST).

Por otro lado, la real potencialidad de las prácticas de democracia directa dependen, en mucho, del tamaño de las organizaciones. En la medida en que éstas se constituyen en actores masivos, el esfuerzo por mantener una dinámica asamblearia que conjugue horizontalidad y diversidad de competencias, se torna más complejo y aleatorio; y ello, más allá del esfuerzo que cada una de las corrientes realice por crear instancias de coordinación o de centralización organizativa.

En resumen, la dinámica asamblearia es, desde varios puntos de vista, un lugar de potenciación de la política: ella permite instaurar un espacio de deliberación y de toma de decisiones más democrático y participativo; contribuye a formular un sentido más colectivo de lo político, al tiempo que posibilita una reconstrucción de la identidad individual a través de la revaloración de las competencias y las experiencias, tan castigadas por el proceso de descolectivización que está en la base de la desocupación y la precarización laboral.

En su expresión extraordinaria, el modelo asambleario aparece como la forma más genuina de auto-organización popular, sea como figura del “contrapoder”, del “poder popular” o de “nuevo poder”. Más simple, como la simbiosis acabada de poder instituyente y gobierno paralelo. En este sentido, la historia piquetera se nutre de distintas experiencias, expresadas a cabalidad por los diferentes levantamientos populares que sacudieron la Argentina de los años noventa. Así, los hechos de Cutral Có y Plaza Huincul (Neuquén), en 1996, marcaron el inicio de una fuerte dinámica asamblearia que prontamente retomarán otras grandes movilizaciones del período (Tartagal- Mosconi, Jujuy, Corrientes); que luego cristalizará en determinados formatos organizativos dentro de las estructuras de los grupos piqueteros. En fin, esta dinámica encontrará una nueva inflexión, por fuera del universo piquetero, en el proceso asambleario iniciado en la Capital Federal y en otros lugares del país a partir de diciembre de 2001.

Un nuevo ciclo político que se abre entonces en las lejanas localidades del sur, en la ruta nacional 22, en 1996, con una única consigna, “¡Que venga Sapag!”8 y que, de alguna manera, se cierra en Plaza de Mayo y en el Congreso Nacional, en 2001, en los centros mismos del poder ejecutivo y legislativo, con una multitud que corea la consigna “¡Que se vayan todos!”. La distancia entre una consigna y otra nos marca a las claras el proceso creciente de disociación entre el sistema político y las formas autoorganizadas de lo social acaecido en la Argentina. Pues la consigna “Que venga Sapag” anunciaba la ruptura de las mediaciones, pero no implicaba por ello el cuestionamiento del principio mismo de representación política, sino más bien una demanda de negociación directa con la autoridad máxima, el gobernador de la provincia. La crisis y desaparición vertiginosa de los marcos sociales y económicos de dos pueblos petroleros había originado un proceso inédito de desestructuración. Expulsados, los individuos habían encontrado un nuevo anclaje comunitario en un discurso que apelaba a la “reparación histórica” y proponía la recreación de un nuevo pacto social. En cambio, la consigna “Que se vayan todos”, que se generaliza a partir de diciembre de 2001 y atraviesa el año 2002, puso al descubierto el rechazo del principio mismo de representación política. En este sentido, en las grandes ciudades, como Buenos Aires, la multitud no pedía por nadie; o más bien, exigía sin más el retiro de los representantes políticos. Anunciaba entonces el final de un contrato social, que coincidía, claro está, con el colapso del modelo de convertibilidad, que había comenzado con la liquidación de los eslabones más débiles.

Yendo más lejos, si retomáramos los análisis de Virno y Negri, podríamos afirmar que existe una gran distancia entre el tipo de desarraigo que experimentó el “pueblo” de las provincias, en 1996- 1997, autoconcebido principalmente a través de la figura de la comunidad excluida (realizando la separación entre un “adentro” y un “afuera”), que exigía en virtud de ello la re-integración social y económica; y aquel otro proceso que caracteriza el movimiento iniciado en 2001, donde la “multitud” heterogénea reunida en asambleas compartía el hecho de “no sentirse en casa”; instalando de esta manera la experiencia del desarraigo “en el centro de la propia práctica social y política” (Virno, 2003, p.24-28).

Pero, digámoslo de una vez: entre el conglomerado comunitario que se concibe como “pueblo” y exige su (re)integración; y la “multitud” que se afirma en la separación y el desarraigo, se despliega un convulsionado proceso histórico-social que envuelve y va jalonando las múltiples experiencias de las organizaciones piqueteras. A decir verdad, estas experiencias, que se insertan en la trama misma de un duro proceso de descolectivización, oscilan entre la nostalgia tranquilizadora del “pueblo-trabajador” o del “pueblo-nación” y el insoportable desamparo de la “multitud posmoderna”, sin encontrar verdadero anclaje ni en una ni en otra.

c) De la descolectivización al trabajo comunitario. Los caminos a la autogestión

La teoría social ha acuñado varias categorías para conceptualizar la sociedad en la época de la globalización: “sociedad red” (M. Castells), “modernidad tardía” (Giddens), “sociedad del riesgo” (Beck) o “sociedad mundial” (Luhmann), “Imperio” (Negri & Hardt) entre ellas. Más allá de las profundas diferencias teóricas y políticas que encubren estas categorizaciones, lo cierto es que la mayoría de los autores coinciden en señalar no sólo la profundidad de los cambios sino también las grandes diferencias que es posible establecer entre la más “temprana” Modernidad y la sociedad actual. Para todos, el nuevo tipo societal se caracteriza por la difusión global de nuevas formas de organización social y por la reestructuración de las relaciones sociales; en suma, por un conjunto de cambios de orden político, económico, tecnológico y social que apuntan al desencastramiento de los marcos de regulación colectiva desarrollados en la época anterior. Producto de este desencastramiento es el proceso compulsivo de individualización, visible en la exigencia de autoregulación, autonomía y auto-organización, que recorre hoy las sociedades.

Ahora bien, a diferencia de los países del centro altamente desarrollados, en donde los dispositivos de control público y los mecanismos de regulación social suelen ser más sólidos, así como los márgenes de acción política más amplios, en las sociedades del capitalismo periférico, donde tradicionalmente las dificultades de “devenir-individuo” han sido mayores, la implantación del orden neoliberal profundizó los procesos de desintegración social, multiplicando las desigualdades y la pobreza. De manera más concreta, en Argentina, la radicalidad y, en muchos casos, la vertiginosidad con que se llevaron a cabo estas transformaciones, durante la década menemista, se expresaron por un inédito proceso de descolectivización9.

La verdadera dimensión de estas mutaciones sólo puede comprenderse si tenemos en cuenta que hasta hace poco tiempo la Argentina era uno de los pocos países latinoamericanos que desarrolló una “sociedad salarial” (R. Castel): un país caracterizado no sólo por la expansión de las clases medias, sino por la existencia de amplios sectores pertenecientes a la clase trabajadora, relativamente bien integrados en términos de derechos, protección social y estabilidad laboral10. En este sentido, es sólo a partir de los setenta que este país realiza un pasaje acelerado a la informalidad y la precariedad –estructural, o de larga data en otros países latinoamericanos–, y, de manera más enfática, a partir de los noventa, cuando el proceso de reforma estructural impulsa una dinámica descolectivizadora que arrastrará a sectores fuertemente asalariados.

La descolectivización se convirtió en un poderoso des-identificador, abarcando diferentes categorías sociales, desde grupos considerados como “pobres estructurales” con una trayectoria marcada por la vulnerabilidad social y la precariedad laboral, pasando por segmentos de la clase trabajadora industrial, que hasta hace poco tiempo contaban con un trabajo más o menos estable, hasta sectores de clases medias empobrecidas, que en el último decenio vieron reducidas drásticamente sus oportunidades de vida. Así, el proceso terminó por desbordar la estrechez conceptual de las categorías preexistentes: los nuevos excluidos no constituían completamente una “masa marginal”11, pero tampoco solamente podían identificarse al llamado “ejército industrial de reserva”. Más bien, el conglomerado emergente parece reenviar a la figura de un nuevo proletariado marginal, multiforme y heterogéneo, al que une ciertas condiciones de vida y experiencias comunes básicas, al tiempo que separan la existencia de trayectorias laborales y saberes muy dispares, así como la desigualdad en los recursos culturales y simbólicos.

Ahora bien, como hemos dicho, a partir de 1996 los piqueteros abrieron una brecha en el mundo descolectivizado de este proletariado marginal, al crear redes de solidaridad, a partir de la movilización y la auto-organización colectiva. Poco a poco, pese al déficit comunitario, la auto-organización compulsiva de lo social abrió las puertas a nuevas experiencias, asociadas a la autogestión, lugar desde el cual los individuos pudieron volver a pensarse y recrearse como trabajadores y, por ende, de reencontrar su dignidad.

El punto de partida de esta experiencia de “recolectivización” fue la resignificación de los planes sociales. Esto sucedió a partir de 1999, cuando las organizaciones piqueteras lograron el control directo de los planes sociales, y pudieron orientar así la contraprestación exigida (4 horas diarias de trabajo), hacia el trabajo comunitario en los barrios. A partir de ello, los planes sociales comenzaron a ser tematizados en discusiones que rozaron muy de cerca un problema fundamental, a saber: ¿qué se entiende en este contexto por trabajo “genuino”? La respuesta a esta gran pregunta pondría al descubierto, desde otro punto de vista, las grandes diferencias que en términos estratégicos recorren a las organizaciones piqueteras.

En el interior del país, la distribución masiva de planes permitió hacer frente a situaciones de desprotección total. Sin embargo, en varios casos los planes fueron recibidos como salarios y la obligación de desarrollar una contraprestación laboral fue rápidamente asumida. Así, se produjeron situaciones paradójicas, pues fueron las propias organizaciones las que crearon los marcos necesarios para poder llevar adelante los proyectos, dando origen a verdaderas experiencias de autogestión. Esta situación es ilustrada de manera paradigmática por la experiencia de la UTD de Mosconi, en Salta, suerte de modelo de autogestión comunitaria, que ha impactado fuertemente en otras organizaciones independientes. Asimismo, el desarrollo de ciertos proyectos –específicamente de huertas comunitarias y panaderías–, se orientó a la (re)construcción de mini economías de subsistencia que permitieron hacer frente a las situaciones de hambre.

Por otro lado, en las líneas nacionales, la inclusión de los planes sociales en las lógicas de construcción política fue menos una decisión de las organizaciones que producto de la presión de las bases frente a los contextos de urgencia y necesidad. Sin embargo, su aceptación supuso que implícita o explícitamente, cada una de las organizaciones se diera debates o tomara decisiones respecto de sus formas organizativas, de las claves de sus inscripciones territoriales y, fundamentalmente, de la manera en que se retematizaba la noción de trabajo.

Al respecto es necesario reconocer que para gran parte de las organizaciones, la fuerte herencia de la sociedad salarial –en su impronta fabril–, marca todavía la concepción de lo que se entiende por trabajo genuino y el horizonte de su reconstrucción. Así, la experiencia de la autogestión aparece asociada de manera natural a la esfera de la “fábrica”, pero no necesariamente al impulso de una economía alternativa.

En realidad, son las organizaciones independientes12 las que han ido más lejos en la tematización de los planes sociales, reapropiándose de manera tal que los han integrado a sus propios proyectos de construcción política. De esta manera, los planes sociales forman parte de una estrategia mayor, la de crear nuevos lazos culturales y sociales dentro del mundo popular, con vista al desarrollo de formas de economía alternativa y solidaria, respecto de la producción capitalista. De allí la importancia que cobra el trabajo territorial y la insistencia en ampliar y potenciar su horizonte, tanto en términos económicos, como culturales y simbólicos.

En fin, salvo casos excepcionales, estas experiencias de autonomía no plantean la automarginación (esto es, una suerte de repliegue comunitario), ni tampoco el rechazo a la producción de un excedente. Por ello mismo, no es raro que la discusión –dinámica asamblearia mediante– se encamine a determinar qué hacer con el excedente, (“la parte maldita”, ésa que según Bataille (1967), diferencia también a una sociedad de otra), ya presente de alguna manera en las fábricas gestionadas por los trabajadores13.

d) Matrices ideológicas y sujetos políticos

Antes de dar cuenta rápidamente de las diferentes concepciones del sujeto político, es necesario volver sobre la cuestión del peso de la cultura peronista. El tema, por demás espinoso y complejo, puede ser presentado desde varios ángulos. En principio, hay que tener en cuenta que, por debajo de las diferentes trayectorias sociales, y más allá de la mayor o menor cercanía con el mundo obrero-industrial, las bases sociales que componen las organizaciones piqueteras siguen aludiendo a una suerte de matriz común peronista. Así, para casi todos los militantes y adherentes que componen hoy las organizaciones piqueteras, el peronismo continúa expresando un sentimiento de base que persiste, independientemente de la emergencia de nuevas prácticas y experiencias políticas14. Sin embargo, para otros, las referencias aparecen como el reconocimiento de una tradición, de un pasado, posible de ser actualizado por una retórica plebeya, de claras connotaciones “evitistas”15.

Es sin duda esta persistencia la que explica la constante y renovada tentación argentina de recrear “lo nacional y popular” en el seno de lo nuevo. Así, las referencias al peronismo funcionan, a la manera de un significante flotante (Laclau: 2000) como un artefacto cultural que puede ser articulado en sentidos diferentes y aún opuestos. Esta posición es ilustrada por diversas agrupaciones que apuestan a la reconstrucción del Estado nacional, a partir de la consolidación de un nuevo liderazgo, en la persona de Néstor Kirchner, sostenido y apoyado por un “pueblo-trabajador” movilizado, en tanto sujeto político16. A nivel continental, dicho “proyecto nacional” impulsa la idea de conformar un polo latinoamericano, bajo la figuras de Chávez en Venezuela, Lula en Brasil, Kirchner en Argentina y, eventualmente, Evo Morales en Bolivia.

En fin, mientras los grupos ligados a los partidos de izquierda, impulsan la imagen de la clase revolucionaria como sujeto político, y aparecen como más proclives a la movilización callejera que a la construcción política y el trabajo comunitario en los barrios, los grupos independientes, sin renunciar a la movilización, privilegian la temporalidad de la problemática barrial, preocupados por la creación de ámbitos y esferas de producción de nuevas relaciones sociales (el nuevo poder o el poder popular), condición sine qua non para la conformación de un nuevo sujeto político.

Conclusión

Los elementos de recomposición social y política que han aportado las organizaciones piqueteras señalan una importante continuidad entre lo realizado en las rutas y la tarea efectivamente llevada a cabo en los barrios. La acción colectiva colocó en el centro del discurso y del autoreconocimiento la cuestión de la dignidad. En la ruta, el piquete instaló la confrontación como modelo de acción, al tiempo que apareció como un lugar de recreación identitaria. Esto permitió pensar la experiencia de la desocupación desde un nuevo lugar y revestirla de otras dimensiones. Fue sin duda desde esta experiencia primera que nuevas formas de hacer política asomaron en el devastado mundo popular.

A lo largo de los años, la acción se continuó en la tarea de los barrios, a partir de la organización del trabajo comunitario, centrado en la resolución de las cuestiones más elementales y urgentes de sobrevivencia. Una tarea a todas luces menos espectacular que el corte de ruta, y por eso también menos “visible” para el resto de la sociedad. Pese a la urgencia, el trabajo comunitario fue desembocando en la exigencia de dotar de mayor espesor a las profusas experiencias de autogestión. No es extraño por ello que, detrás de las nuevas estrategias de intervención territorial asome un universo auto-organizado que poco debe a la tradición sindical argentina (donde la cuestión de la autogestión –a través del control de la producción– está poco presente), como tampoco a la influencia de una matriz comunitaria (como sucede en los países andinos y en los movimientos de corte indigenista).

En este artículo hemos procurado poner el acento en los aspectos más novedosos desarrollados por las organizaciones piqueteras. Por cuestiones de espacio, hemos decidido no abordar otras problemáticas. Pero sin duda, los cambios producidos a partir del ascenso de Kirchner al poder, significaron el fin de los “tiempos extraordinarios” y la recomposición – aunque relativa y precaria– del sistema institucional. En este sentido, la nueva situación actualiza ciertos interrogantes, al tiempo que plantea nuevos desafíos a las organizaciones piqueteras. Entre éstos, mencionaremos solo cuatro: el primero se refiere a la necesidad de producir instancias de coordinación política, que mitiguen los efectos de la fragmentación del espacio piquetero, en un contexto de cooptación y de rechazo de la población a la movilización. El segundo, alude sobre todo a los movimientos ligados a partidos de izquierda, los cuales deberán repensar el alcance y los efectos políticos de sus lógicas de acción y construcción, centradas en la pura movilización callejera. El tercer desafío engloba a todos los movimientos, y se refiere a las consecuencias políticas y culturales de la dependencia respecto del Estado, a través de los planes sociales. En fin, el cuarto desafío alude a la necesidad de buscar cruces y vínculos con otros sectores, en especial con los sindicatos y las clases medias; una cuestión a todas luces fundamental en un contexto de creciente aislamiento, y vista la dificultad –histórica– que las organizaciones de desocupados tienen para interpelar otros sectores sociales.

Así, con menos discursos triunfalistas, con mayores riesgos de cooptación y de aislamiento, en un contexto de fuerte polarización político- ideológica y de rechazo a las movilizaciones callejeras, la etapa que se abre trae consigo nuevos desafíos, entre los cuales se destaca la tarea de profundizar la experiencia de la autogestión y la democratización interna, así como la necesidad de crear articulaciones políticas, no solo al interior del espacio piquetero, sino muy especialmente con otros sectores sociales.


Citas

1 Según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), la tasa de desempleo subió de 6,9% en 1991 al 18,4% en 1995. Actualmente, y luego de un nuevo pico de 21,5% en 2002, el desempleo es de alrededor del 16,6%. Pero si incluimos el conjunto de los desocupados (esto es, si sumamos los beneficiarios de los planes sociales), la tasa de desempleo llega al 21.4%.

2 Durante la década del noventa se creó una nueva central sindical de oposición a la CGT: la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA), conformada por sindicatos de empleados estatales y maestros. Esta fue la única oposición sindical a las reformas económicas y el único polo sindical que rompió definitivamente con el Partido Justicialista (nombre oficial del partido peronista).

3 Para estimaciones oficiales, véanse los documentos de Siempre, entre ellos “Plan Jefes y Jefes de Hogar Desocupados. Impacto y características de los beneficiarios”, febrero de 2003 (www.siempro.gov.ar). El subsidio es de $150 (50 dólares) por mes.

4 Todos los gobiernos, en algún momento, se han orientado hacia el disciplinamiento del movimiento piquetero, proponiendo una distinción entre una “protesta legítima” y otra “ilegítima”, acudiendo en más de un caso a la judicialización y, en el límite, como sucedió en junio de 2002, a la represión selectiva de los grupos más movilizados. Sin embargo, existen diferentes estrategias al respecto. Así, entre 1996 y 2002, los sucesivos gobiernos intentaron deslegitimar la protesta piquetera asociándola con un “rebrote” de violencia guerrillera o con un supuesto “plan conspirativo” para derrocar el gobierno. Actualmente, la estrategia de deslegitimación apunta a enfatizar la contraposición entre movilización callejera y “normalidad institucional”, lo que en el límite, desemboca no solo en una imagen estigmatizante de las movilizaciones, sino en la de una democracia “acosada” por las agrupaciones Piqueteras

5 Cierto es que las nuevas protestas plantearon un conflicto de derechos, tanto a nivel nacional como provincial (particularmente entre la libertad de peticionar y la de circular libremente). Sin embargo, en una gran parte de los casos la justicia se ha venido pronunciando, sin mayor reflexión, en favor del derecho de libre circulación, penalizando las nuevas formas de protesta. Más aún, en ciertas provincias del interior, de raigambre feudal (Salta, en el norte argentino, es un caso paradigmático), los distintos órdenes del poder estatal han demostrado una hostilidad militante hacia la protesta piquetera, dando cuenta de una fuerte tendencia por reducir sin mayores contemplaciones la “cuestión social” a un hecho policial.

6 De manera esquemática, podemos afirmar que los vértices del triángulo populista son: uno, el principio de la conducción a través de un líder; dos, el proyecto del pacto social como eje de la redistribución; y tres, el principio de la movilización popular –la figura del pueblo–.

7 El tema es controvertido, pues la campaña de rechazo y estigmatización social de la protesta que acompañó la estrategia del gobierno de Kirchner fue generalizada (esto es, englobó a todo el movimiento piquetero, sin distinción de corrientes), y conllevó la reducción del movimiento a su estrategia de lucha (la figura del piquete). Al mismo tiempo, ésta tuvo como base la abierta oposición al gobierno de los grupos piqueteros dependientes de los partidos de izquierda, quienes llevaron al extremo la tentación de la disolución del movimiento a la pura movilización callejera. 8 Sapag era, en ese entonces, el gobernador de Neuquén, provincia petrolera situada al norte de la Patagonia.

8 Con el término “descolectivización” hacemos referencia a la pérdida de aquellos soportes colectivos que configuraban la identidad del sujeto (sobre todo, referidos al mundo del trabajo y la pertenencia social) y, por consiguiente, a la entrada a un período de “individualización” de lo social. Estamos retomando libremente la noción empleada por R.Castel (1994 y 2000).

9 Con el término “descolectivización” hacemos referencia a la pérdida de aquellos soportes colectivos que configuraban la identidad del sujeto (sobre todo, referidos al mundo del trabajo y la pertenencia social) y, por consiguiente, a la entrada a un período de “individualización” de lo social. Estamos retomando libremente la noción empleada por R.Castel (1994 y 2000).

10 Ciertamente, la Argentina estaba lejos de ser una sociedad “desarrollada” y mucho menos una supuesta encarnación de la “justicia social”. Aún así, es innegable que, hasta no hace mucho tiempo, era un país recorrido por una lógica más igualitaria y por una distribución de la riqueza mucho menos inequitativa que la actual.

11 Muchos recordarán las teorizaciones desarrolladas a fines de los sesenta por varios intelectuales latinoamericanos (J.Nun, M.Murmis, A.Quijano, entre otros) acerca de la denominada “masa marginal” o “polo marginal”, tesis que sostiene que, en nuestras sociedades periféricas, tradicionalmente los individuos han dependido menos de los mecanismos de integración sistémica (proporcionados por el Estado o por un mercado suficientemente expandido), y más, mucho más, de las redes de sobrevivencia que la sociedad ha ido generando desde sus propios contextos de pobreza. Esto implica afirmar que, aunque la indigencia y la vulnerabilidad se hayan multiplicado de manera alarmante en los últimos decenios, en muchos países latinoamericanos, el desempleo no refleja una situación del todo novedosa; más aún, el corte entre ocupación y desocupación no aparece del todo claro (Murmis: 2000), dada la existencia –endémica– de la precariedad y de situaciones de informalidad laboral

12 Como los MTD de la Coordinadora A. Verón, el Movimiento Teresa Rodríguez y otras agrupaciones más pequeñas.

13 Subrayemos que en el último año los “proyectos productivos” han tomado una gran importancia para la mayor parte de las organizaciones, aún para aquellas que se mostraban reticentes a impulsar esta vía. Esto se debe a que, a fines de 2003, las organizaciones piqueteras recibieron importantes subsidios financieros del gobierno (contra la presentación de proyectos) para el desarrollo de emprendimientos productivos. En algunos casos, éstos conllevan la posibilidad de dar un salto cualitativo en sus experiencias de autogestión. La cuestión no es menor, si tenemos en cuenta que hasta ahora las organizaciones piqueteras han evolucionado en el marco de economías de subsistencia. Así, frente a la posibilidad de generar experiencias de autogestión que superen este plano –aun en una situación de gran precariedad–, emergen nuevos desafíos. Muy probablemente, estas experiencias se convertirán en una verdadera prueba de fuego para determinadas organizaciones, en lo que respecta a su capacidad de transformación de las prácticas capitalistas.

14 Recordemos también que el desarrollo del movimiento piquetero estuvo acompañado por la generalización de la crítica al sistema clientelar peronista. Esto profundizó la distancia entre las organizaciones piqueteras y las formas de representación del peronismo político y sindical. Sin embargo, en los últimos años el crecimiento de las organizaciones piqueteras se ha asentado también en la incorporación de mediadores barriales o agentes comunitarios anteriormente ligados al partido peronista. En este sentido, la transformación del habitus “clientelar” de los mediadores, así como de la perspectiva asistencialista, propia de los “beneficiarios”, en nueva práctica política está lejos de ser algo mecánico y requiere, ciertamente, una profundización no sólo de la dinámica asamblearia, sino también una definición más clara del horizonte político.

15 Nos referimos a Eva Perón, la esposa de Juan D. Perón, que desde el comienzo ha simbolizado el costado más plebeyo y disruptivo del peronismo.

16 En realidad, desde el punto de vista de su configuración político-ideológica, el mayor problema que estas visiones presentan no es tanto su carácter ciertamente nostálgico, sino la imposibilidad de renunciar a pensar la idea de la constitución de un actor por fuera de una matriz populista-peronista. Quizá el desafío mayor esté en la manera en como se recrea esta matriz, en términos de prácticas políticas; de lo contrario, el riesgo será terminar –tarde o temprano– por ser funcional al peronismo dominante. En ese sentido, la historia argentina es bastante aleccionadora, y el presente actual, vuelve a plantear una vez más estos interrogantes.


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